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jueves, 12 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] No ha lugar a Sinatra en los funerales



Frank Sinatra, en 1954. (Fotografía de Getty)


La muerte nos equipara a todos, pero la reacción ante lo inexorable muestra las diferencias culturales entre unas sociedades y otras, afirma Ricardo de Querol, subdirector del diario El País, comentando la decisión del obispo de Huesca de evitar en su diócesis los discursos de allegados en los funerales, así como la interpretación de música o cantos que no sean los adecuados. A mí me gustaría que en el mío cantaran el "A mi manera" (Comme d'habitude), de Claude François y Jacques Revaux, la canción que hiciera universalmente famosa Frank Sinatra en su versión inglesa (My way). Pero en fin, como tampoco me voy a enterar, que hagan lo que quieran...

En la iglesia anglicana de St Georges, en Madrid, comienza diciendo Ricardo de Querol, la comunidad británica en España despedía hace unos años a uno de sus miembros más queridos. Por el púlpito desfilaron compañeros y amigos de la difunta contando graciosas anécdotas sobre su vida. Alguna despertó risas. Luego, en una sala contigua, se sirvieron canapés y se brindó por su memoria con copas de cava con zumo de naranja (el llamado cóctel mimosa o agua de Valencia). Se respiraba emoción. No vi a nadie llorar.

La muerte nos equipara a todos, pero la reacción ante lo inexorable muestra las diferencias culturales. El pasado junio, cuando se enterraba a Dr. John, uno de los músicos más singulares de Nueva Orleans, una multitud desfiló por la ciudad con trompetas y percusión, cantando y bailando. Es una tradición que se remonta al menos un siglo atrás y está en el origen del jazz.

No todos quieren eso. El obispo de Huesca, Julián Ruiz, ha decretado que se eviten en su diócesis los discursos de allegados en los funerales, así como la interpretación de “música o cantos que no sean los adecuados”. “Hay funerales en los que se ha llegado a hablar de lo ricas que estaban las natillas de la abuela”, dijo a este diario el arcipreste Francisco Raya. “En algunos entierros se ha terminado con un aplauso, con un rock de Guns N’Roses o una canción de Frank Sinatra”. En efecto, entre las canciones más elegidas para exequias, además de piezas clásicas de Bach o Pachelbel, figura My Way, de La Voz; Always on My Mind, de Elvis, o Imagine, de Lennon, que dice: “Imagina que no hay religiones”. Lo más irreverente que puede sonar, no sé si habrá pasado en Huesca, es Always Look on the Bright Side of Life, de la película La vida de Brian.

En la España de hace un siglo, mientras la comunidad negra de Nueva Orleans creaba un estilo musical en torno a los entierros, aún existían las plañideras, mujeres a las que se pagaba para que lloraran al difunto. Su tiempo terminó. Pero la austera y conservadora sociedad que no conocieron los mileniales seguía llena de viudas de luto riguroso. La norma decía que debían vestir de negro al menos dos años; los hijos, un año. Después, otro año de medio luto permitía ir añadiendo algún color.

Hay muchas formas de honrar a los muertos: el culto a los antepasados es de los más antiguos vestigios de civilización. No pongo ningún pero al funeral anglicano, salvo que prefiero el cava sin naranja.






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[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre libros y reinas (Publicada el 13/12/2008)







Mi amiga Ana es una guapa gallega afincada en Ámsterdam, compañera de fatigas académicas en la UNED, que comparte también conmigo pasión común por la buena literatura. Es ella la que me ha enviado un artículo de Incitatus, publicado en El Cultiberio del pasado 1 de noviembre, sobre el último libro del periodista y escritor Jesús Bastante: "Cisma" (Ediciones B, 2008).

Ignoro si los elogios de Incitatus a la novela de Jesús Bastante son merecidos o exagerados. No he leído nada de este autor, y lo confieso con cierto pudor, ni siquiera había oído hablar de él con anterioridad. Lo cual no es óbice para que las referencias del crítico a otros novelas del género "histórico" a las que alude, como "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar (para mí, una de las más hermosas novelas que he leído nunca) o el "Yo, Claudio", de Robert Graves, me hayan animado a leer "Cisma" en la primera ocasión que tenga.

Pero el artículo de Incitatus trae más cosas, que comparto plenamente con él. Me refiero en concreto a la "metedura de pata" de los comentarios puestos en boca de la reina Sofía por parte de la periodista Pilar Urbano. Como Incitatus, y como ya comenté en su día en este mismo blog, estoy convencido de que la reina ha sido engaña en su buena fe, independientemente de las responsabilidades que en el seno de la Casa del Rey haya que dilucidar sobre la manifiesta incompetencia de los responsables de la misma. Lo que tengo claro es que, aun engañada, la reina no va a pleitear como una verdulera sobre, quién sí o quién no, dice la verdad. Una ejecutoria de treinta y tres años de ejercicio irreprochable como persona y como reina la avalan lo suficiente como para presumir de que lado está la verdad.

Sobre la personalidad de Incitatus, el seudónimo bajo el que se esconde un reconocido periodista y escritor, que publica su columna semanal, El Cultiberio, en el periódico digital El Confidencial, mi amiga Ana y yo hace unos meses realizamos una exhaustiva investigación que nos llevo a su descubrimiento, pero no seremos nosotros los que la demos a la publicidad... Mójense ustedes si lo desean. HArendt




Retrato de Lutero por Lucas Cranach El Vieo (1532)


"Ya hay cisma Bastante", por Incitatus

Cada día tengo más claro que los buenos libros reconfortan. Eh, no me miren así, no es una simple perogrullada. Reconfortan, quiero decir, porque se están volviendo escasos y porque brillan como diamantes en medio de un cada vez más extenso basural de malos libros. Y encontrar diamantes, estarán ustedes de acuerdo conmigo, no sólo reconforta sino que estimula, aguijonea el pensamiento y le devuelve a uno la fe en cosas que creía olvidadas.

Jesús Bastante acaba de ver publicada, en Ediciones B, su primera novela, que se titula Cisma. Jesús es periodista y lleva escribiendo desde que comprendió cómo funcionaba el alfabeto: ha producido libros-reportaje interesantísmos, como Los curas de ETA o aquel sartenazo que se tituló Setién, un pastor entre lobos; no se me enfadará si digo aquí que el título que él quería poner, y que fue rápidamente descafeinado por la editorial, era Setién, un pastor de lobos, mucho más correcto y respetuoso con la realidad de ese hombre desdichado y de aquellos a quienes sirve. También ha escrito una biografía apresurada –pero brillante– del actual Papa y una semblanza viajera, muy hermosa, del padre Ángel García, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz.

Pero otra cosa es una novela. En el reportaje, el periodista debe escribir como sabe y contar, con todo el rigor posible, aquello que el lector desea saber. Algo que puede resultar trabajoso –hay que buscar y encontrar, para contarlas luego, cosas que el lector no conoce– pero, a la hora de sentarse al teclado, no es demasiado difícil. En la novela, sin embargo, lo que manda es el lenguaje: el escritor debe hallar la magia que logra transportar al lector a un tiempo y a un espacio lejanos o imaginarios, y envolverlo de modo tal que, desde el primer párrafo, el lector esté allí, crea lo que se le cuenta, se encuentre cómodo; que huela los olores que huelen los personajes, sienta su mismo frío, o miedo, o hambre, y se enganche con el transcurso de los acontecimientos. Que no son sólo la acción, lo que pasa, sino ese mismo frío, ese pavor o soledad o fiebre o lo que sea. Eso se hace con el uso de las palabras. En el periodismo, lo que manda es la información. En la literatura manda el arte de escribir.

Pero no sólo, eso es evidente. Jesús Bastante propone al lector que se traslade a un momento muy difícil de la historia de Europa: el año 1521, cuando tres personas de carácter muy marcado –el emperador Carlos V, el fraile agustino alemán Martín Lutero y el papa León X– se disponen a romper, unos con más voluntad que otros, la unidad cristiana: el cisma que relata Bastante es el nacimiento de la Reforma protestante. Estamos, pues, ante una novela de las que hoy se llaman, simplificando mucho, históricas.

Yo creo que las novelas históricas pueden clasificarse en tres grandes apriscos. Uno es el de aquellos libros que narran las cosas como fueron, con datos y fechas y personajes auténticos, sin salirse más que lo imprescindible de la historia verdadera, pero relatando los hechos con la fuerza de la literatura; esto es, dejando mandar a los mecanismos alquímicos del lenguaje. Ejemplos que a mí me parezcan soberbios hay pocos: Amor es rey tan grande, de Ignacio Merino, es el último que he leído; Yo Claudio, de Robert Graves, e incluso el inmortal Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, son algunos de los que más amo.

El segundo apartado es el de las novelas que toman como punto de partida unos hechos ciertos o unos personajes auténticos y que, a partir de ahí, construyen una ficción –pero sin salirse del marco general de la realidad histórica– que lleva al lector por vericuetos que son, pero que jamás deben parecer, inventados. Ahí sí que hay joyas inmensas, y sigo dando mi opinión personal. Recuerde el alma dormida no ya las tragedias del Ciclo Nacional de Shakespeare (ya, ya sé que es teatro; ¿qué más da eso?) sino el inmenso Sihuhé el egipcio, de Mika Waltari; Espartaco, de Howard Fast; más cerca de nuestros días, El hereje, de Miguel Delibes; esa diminuta joya que es Crónica del rey pasmado, de Torrente Ballester; Ladrones de tinta, de Alfonso Mateo Sagasta, o, y los cito con toda intención, El manuscrito carmesí y El pedestal de las estatuas, de Antonio Gala. Hay cientos.

El tercer grupo es el más numeroso y, sin duda, patético. El de quienes toman por las orejas un personaje o un hecho y luego escriben lo que les sale de los cojones, con perdón. Suelen ser éstas las novelas que nos martirizan con archirrepetidas y complejísimas búsquedas de griales, de tediosos pergaminos cátaros, de druidas o de lo que sea menester; o que convierten a Isabel II en una lesbiana, a Maribárbola en una intelectual o a María Magdalena en una especie de sudoku para consumidores de hamburguesas literarias. Prefiero no dar nombres. Mire cada cual lo que tiene en su biblioteca.

Jesús Bastante se ha lanzado como un halcón al más difícil de los grupos, el primero. Debo decirles que da gloria leerlo. Uno, que además de caballo y senador romano es historiador, y que ya se sabía no sólo el final sino numerosos episodios intermedios de la narración, ha disfrutado como un ratón hambriento en una librería de viejo descubriendo que la inmensa mayoría de los diálogos son auténticos: eso fue lo que dijeron, con esas palabras o muy parecidas, los asistentes a la Dieta de Worms, o el nuncio Aleander, o el más que harto Papa Adriano, o el César Carlos, o el canalla de Gattinara, o el brillante y sinuoso Federico de Sajonia.

Uno se encuentra –y al principio no se lo puede creer, pero ¡es verdad!– que Jesús Bastante se ha leído todo lo que se puede leer en este mundo sobre lo que pasaba en aquel tiempo crucial. Se lo sabe todo. Hasta el color de las calzas del emperador. Hasta el olor de los regüeldos del cabronazo de León X, de soltera Giovanni Medici. La cantidad de información auténtica es tan abrumadora que uno la goza como un verderón al toparse con las escasísimas escenas inventadas. Y lo siento: no les voy a decir cuáles son porque están tan bien inventadas, son tan verosímiles, que a este caballo, que se sabía bien la historia, le ha costado verdadero esfuerzo distinguir lo vivo de lo pintado, lo que fue de lo que pudo ser. Pocas veces se ha vuelto tan real el viejo proverbio italiano: Si non è vero, è ben trovato.

Porque esa es la segunda parte. El cómo está contado. Es verdad que uno, que es un pejiguero y un poco bastante puñeterín, se leyó Cisma con el boli en la mano buscando anacronismos, errores, lugares comunes… en fin, buscando vicios de periodista. Algunos hallé: siempre se encuentra lo que se va buscando. Pero qué asombro de escritura, caramba. Qué habilidad, qué talento para meterle a uno, de hoz y coz, en el siglo XVI; qué talento para la narración, para la escritura, para la magia del lenguaje.

Qué final, que no debo contar; qué regusto en la boca, en los oídos, en el alma, al cerrar por fin el libro. Y qué ganas de correr a este teclado y decirles a ustedes, como dijo Howard Carter cuando halló la tumba de Tut-ank-Amon: "Creo que he encontrado un gran tesoro…" Qué hermosura poder recordar algo que, últimamente, no es fácil tener siempre presente: que los buenos libros, tan escasos, reconfortan. Y cuánto.

Con todo respeto, Señora: Creo que, una de dos: o habéis metido la pata, algo que sería completamente nuevo en V. M., u os habéis fiado de una bruja determinada a traicionaros. Debo creer, y sinceramente creo, esto segundo. Habéis puesto vuestra noble confianza y vuestras palabras –esto es muchísimo más peligroso– en una persona fanática que, desde hace muchos años, sólo ve lo que le dejan ver las orejeras de su mular y tridentina concepción del catolicismo. Esa mujer no consiente otra concepción del mundo sino la que le imponen desde su comunidad cristiana, el Opus Dei, y no tengo más remedio que suponer que, fiel a sus gurús como ha sido siempre, ha "metido los dedos" en la boca de V. M. (es frase de la jerga periodística) hasta haceros decir, Señora, cosas que no pensabais, o que sin la menor duda no pensabais con tan tremendas palabras como las que hemos leído. Palabras que me ofenden a mí, que os tengo verdadero aprecio desde hace décadas; que ofenden a mi hijo, felicísimamente casado con su esposo según las leyes de la nación en que reináis, y que ofenden y escandalizan a muchos cientos de miles de españoles que, hasta ayer, os guardaban el respeto y el afecto que lleváis, Majestad, cuarenta años mereciéndoos, día por día.

La ciudadana Sofía de Grecia puede tener la opinión que quiera sobre los gays, el aborto, la eutanasia y sobre cualquier asunto. Eso es cosa suya. Pero la Reina de España no puede, Señora, contradecir y desautorizar las leyes que ha aprobado el Parlamento del Reino al que sirve. Me consta que V. M. sabe esto mejor, mucho mejor que nadie. Por eso tengo que creer –y, repito, creo de verdad– que V. M. ha sido engañada, utilizada, manipulada y, moralmente al menos, traicionada por una "periodista" sectaria que no ha dudado en usar los más viejos trucos del oficio hasta lograr que en su magnetófono quedasen registradas palabras que, sin duda V. M. ni en realidad piensa de ese modo ni debió decir jamás. Si es que las dijo.

Cuando termino de escribir estas líneas veo que llega a Internet algo que me disponía ahora mismo a pediros, Señora: unas palabras de aclaración, un "yo no he dicho eso". Iba a rogaros que os apresuraseis en ello, por bien de todos. Pero os habéis adelantado a mi ruego: ya lo ha hecho V. M. Esta es mi Reina, sí señor. Vuelvo a sonreír: la bruja ha quedado donde siempre estuvo: subida en su escribaniana escoba. Y Vos, Señora, también donde siempre: en el afecto y el respeto de todos. Así que, antes de irme a dormir, ya tranquilo, beso, tan cordial y tan lealmente como siempre, la mano de V. M. (El Cultiberio, 01/11/08)




La reina Sofía


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martes, 2 de julio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG - 2008] Religiones



¿Otros tiempos?


La escritora y pintora tunecina afincada en España Nicole Muchnik escribe hoy en "La Cuarta" de El País un artículo muy crítico con la iglesia católica española, "La excepción religiosa española", se titula, que comparto plenamente. Se equivoca quien piense que el fenómeno religioso me resulta ajeno; por el contrario, me interesa muchísimo y no sólo por conocerlo para combatirlo, cuestión esa es la que no tengo el menor interés, sino porque me parece un fenómeno relevante en la historia del progreso humano y que debería conocerse y enseñarse en las escuelas, eso sí, desde la objetividad y la total ausencia de dogmatismo. ¿Permitiría la jerarquía católica española la impartición de una asignatura que enseñara científicamente la historia del fenómeno religioso y de las religiones como una más del currículo académico por profesores no-confesionales? Lo dudo...Sin la menor intención de molestar y mucho menos de ofender, a mí, cualquier confesión religiosa -la católica entre ellas- me parece un peligro público. Y sin embargo respeto su derecho a existir, a organizarse como mejor crea, a adoctrinar a sus fieles, y a exponer libremente su "mensaje", si es que lo tiene... Que la iglesia católica española goza de privilegios inadmisibles e inentendibles en otros países europeos, salvo -acaso- la excepción italiana o polaca creo que está fuera de duda. Y que no se me diga que el 99,99 por ciento de la población española es católica para justificarlos. Primero porque no es verdad, y segundo porque una cosa es haber sido bautizado en una confesión religiosa, y otra muy distinta compartir, aceptar, seguir y cumplir sus preceptos, y no digamos ya considerar que esos preceptos y directrices obligan al conjunto de la sociedad. Sin acritud, y con cierta dosis de irónico escepticismo, diría que lo ideal para mi es que ser católico, evangelista, testigo de Jehová, musulmán, judío, ortodoxo, ateo, agnóstico, etc., etc., etc., resulte tan irrelevante a efectos sociales o morales para los ajenos a la respectiva fe, como ser del Real Madrid, el Barcelona o el Numancia Fútbol Club... Mientras no sea así, seguiré siendo beligerante con las iglesias, -con todas-, hasta que demuestren con sus actos que las personas somos para ellas más importantes que sus dioses...



La escritora y pintora Nicole Muchnik


"La excepción religiosa española", por Nicole Muchnik


Los privilegios políticos, sociales, simbólicos y económicos de los que disfruta la Iglesia católica en un país supuestamente aconfesional como España no tienen parangón en el mundo democrático.

Cuenta Avraham Burg, ex presidente de la Knesset, el Parlamento israelí: "Mi padre enseñaba el Talmud con la kipá. Pero, cuando enseñaba historia, se la quitaba. Con ello señalaba la separación física entre lo sagrado y lo laico". Hay muchas definiciones de la laicidad, pero ésta es tan buena como cualquiera. Lo cual no permite deducir que Israel sea un modelo de democracia laica.

Considerando Europa desde el punto de vista histórico, hay que reconocer que el hecho religioso forma parte de los cimientos de nuestras sociedades. Con una salvedad, aunque importante: en estos cimientos no están sólo las creencias cristianas, sino también la judía y la musulmana, aunque en menor medida.

Siendo así, es incontestable que todas las conquistas de la modernidad democrática se han logrado contra las iglesias y no con ni gracias a ellas: el principio democrático contra la autoridad de derecho divino; la libertad de pensar y de debatir contra el dogma; la igualdad de sexos contra la ley de todas las iglesias y los usos y costumbres que de ello derivaron; el desarrollo de la ciencia y el estudio de la naturaleza, en particular de la medicina, contra los tabúes religiosos hostiles a toda experimentación; la tolerancia general contra la intolerancia hacia otros cultos o hacia diferencias dentro del mismo culto, por no hablar de las convicciones agnósticas o ateas.

Hoy día, todas las leyes de carácter liberalizador e igualitario, como las que regulan los derechos a la contracepción, al aborto y al matrimonio entre individuos que consienten libremente, así como el derecho a una muerte digna, se han logrado o se logran en reñida lucha contra todas las iglesias. Es lícito concluir que una buena enseñanza de las religiones sería sin duda útil a la causa de la libertad de conciencia, una libertad que, curiosamente, aún hoy es necesario defender con la máxima vigilancia.

Es un hecho, por otra parte, que las democracias europeas son cada vez más multirreligiosas. Ningún Estado europeo puede referirse a una sola religión común como argamasa social. Al contrario, las sociedades democráticas modernas sólo pueden organizarse en base a valores universales nacidos de la ética, como la justicia, la igualdad y la libertad de conciencia. Este conjunto de valores lleva directamente a la autonomía de la esfera política y social de la esfera religiosa, en la cual lo sobrenatural y la fe cierran todo posible debate. En cambio, la democracia pretende dar a cada uno la posibilidad de dar libremente un sentido a su propia vida.

La condición mínima para que una sociedad sea democrática es el reconocimiento de la libertad de expresión y el respeto a las opiniones ajenas. ¿Gozan de esta libertad los ateos en España? Recientemente, mientras el alcalde de Toledo -ciudad de un Estado aconfesional según la Constitución- consagraba el Ayuntamiento de la ciudad a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen, un encuentro de Ateos Españoles era considerado como "una mancha" para el buen nombre de esa ciudad.

Para tomar como ejemplo el caso francés, el primer artículo de su Constitución define el Estado como una república indivisible, laica, democrática y social. Y, según una ley de 1905, "la república asegura la libertad de conciencia y garantiza el libre ejercicio de los cultos", al tiempo que "no reconoce, ni paga ni subvenciona culto alguno". Lo que significa que la religión es una institución que goza de plena libertad en cuanto a su funcionamiento interno. Sus principios, creencias y leyes jamás serán combatidos, pero la libertad de conciencia, tal como la libertad de culto, forma parte de las libertades públicas garantizadas por el Estado. De ello nace la institución del Estado civil. En realidad siempre se ha considerado implícitamente que la laicidad es la garantía de los derechos humanos o, por lo menos, que es el marco legislativo neutro más propicio para la aplicación de estos derechos.

España alberga hoy una multitud de confesiones o convicciones diferentes, entre las cuales la protestante y la musulmana reúnen ya tres millones de personas, a las que habría que añadir budistas, judíos, no creyentes y ateos. Dicho sea de paso, el ateísmo está considerado aquí más bien como "ausencia de convicción".

La Constitución de 1978 (10.2) se refiere explícitamente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos en todos sus extremos y, en particular, a la referencia a la Declaración de 1948 sobre la libertad de conciencia que vale la pena citar: "Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia". En 1981, Naciones Unidas juzgó oportuno volver al asunto: "Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión". ¿Puede progresarse hacia el respeto de estos valores sin la laicidad?

La Constitución española es aconfesional y ofrece un espacio neutro para todos. Entonces, ¿dónde está el problema?, ¿cuál es la excepción española comparada con la mayor parte de las democracias laicas occidentales? Es la financiación, no generosa sino pródiga, de la Iglesia católica por el Estado, entre exenciones fiscales, ayudas económicas y subvenciones a los centros escolares concertados. Es el que toda alusión a la laicidad sea considerada blasfema.

El problema -la excepción- es también el que las altas autoridades de la Iglesia católica se pronuncien políticamente sobre las decisiones gubernamentales y den consignas de voto. Es el que los obispos bajen a la calle para manifestarse políticamente contra un Gobierno elegido democráticamente por la mayoría de los ciudadanos. Es el que escuelas construidas para ser públicas se conviertan por arte de magia en escuelas privadas o concertadas. Es el que los presidentes de Gobierno y los ministros de este Estado aconfesional juren o prometan el acatamiento a la Constitución ante la Biblia y un crucifijo.

Y también es el que la Conferencia Episcopal financie -¿con el dinero del Estado?- y apruebe los planteamientos casi golpistas de una radio nacional, portavoz de una ultraderecha que cabalga alegremente sobre el lema de que España se rompe, y practica una estrategia de la tensión en lugar de lo que debería ser el papel de una iglesia: ayudar al consenso.

Y así, cuando la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, anuncia la intención gubernamental de revisar la Ley de Libertad Religiosa durante la actual legislatura, la reacción de ciertos comentaristas especializados en la deformación y el insulto en una radio que en Gran Bretaña "llevarían a los tribunales y tendría difícil defensa", según Paul Preston, sea la de deducir, sin vergüenza, que "excluir las convicciones religiosas del ámbito público es como mutilar la condición humana".

Tranquilos, no es para tanto. Por una parte, uno puede preguntarse con qué derecho las iglesias -en este caso, la católica- se erigen en los únicos defensores de la condición humana. Y, por otra parte, no parece que la condición humana haya sufrido mucho históricamente al pasar de la ciega obediencia a los "diktats", abusivamente cambiantes, de la denominada "ley de Dios", al libre ejercicio de la conciencia.

En todo caso, no es respetando lo que también podría llamarse "costumbres" como una sociedad democrática puede hacer frente con pleno derecho a los fundamentalismos de todo signo que constituyen uno de los problemas importantes de nuestro tiempo. (El País, 04/07/08).


http://www.elpais.com/recorte/20080705elpepivin_2/XLCO/Ies/20080705elpepivin_2.jpg

Romeu (El País, 05/07/08)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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Entrada núm. 5035
Publicada originariamente el 4/7/2008
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martes, 18 de junio de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG - 2008] De niños y dioses





Esta mañana hablaba mi hija Ruth conmigo sobre sus inminentes vacaciones de verano, que está planeando con todo detalle con su marido para que resulten un éxito... Me resultó curioso observar la diferente forma de ver la vida de una generación: la suya, y la mía... Ella organiza su vida como un plan a largo plazo; yo la organizo en plazos de veinticuatro horas y con el horizonte de "cuatro lunas" (que diría el protagonista de "Bailando con lobos") visto casi como una eternidad... Vicisitudes personales aparte, el día de hoy está resultando bastante extraño para mi. Me refugio como siempre en mi mujer, mis hijas y, sobre todo, mis nietos, y por supuesto en los libros... De todas maneras hoy no tengo ánimo para graves disquisiciones teológicas. Ayer me reconfortó sobremanera leer la entrevista que El País Semanal le hacía al profesor italiano Piergiorgio Odifredi, una especie de "bestia negra" para la curia vaticana, que reproduzco más adelante, y cuyos sarcásticos comentarios comparto. Pero sobre todo disfruté con el bellísimo artículo del escritor Gustavo Martín Garzo sobre "la educación de los niños" que también publicaba El País. Ignoro si Martín Garzo es padre, supongo que sí, por lo que escribe y por como lo escribe. Yo, como abuelo, lo suscribo plenamente. En su artículo cita dos libros que recomiendo con énfasis: El guardian sobre el centeno, de J.D. Salinger (Alianza, Madrid, 1997) y Habíamos ganado la guerra, de Esther Tusquets (Ediciones B, Barcelona, 2007). He leído los dos y ambos me han parecido excelentes. La primera es una novela de culto entre los alumnos norteamericanos de Secundaria; una lectura "obligada" en los Institutos que relata en primera persona del singular la iniciación a la edad adulta de un joven inadaptado, caprichoso y consentido. La segunda, son las memorias de juventud de la escritora y editora catalana Esther Tusquets, un relato con el que me sentí absolutamente identificado cuando lo leí por muchas razones, no solo de vivencias personales muy similares, sino por la coincidencia de tiempo, lugar y circunstancia de muchas de las situaciones que cuenta. Y mañana..., pues será otro día.






En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación de los niños, escribe Gustavo Martín Garzo. "Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro". Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras. Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.

Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no sólo es más alegre y tranquilo, sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos. Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también, otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros, pero creo que éstos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.

Y hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida. Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino quese deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar. Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños.

En El guardián entre el centeno, el muchacho protagonista se imagina un campo donde juegan los niños y dice que es eso lo que le gustaría ser, alguien que escondido entre el centeno los vigila en sus juegos. El campo está al lado de un abismo, y su tarea es evitar que los niños puedan acercarse más de la cuenta y caerse. "En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos". El protagonista de la novela de Salinger no les dice que se alejen de allí, no se opone a que jueguen en el centeno. Entiende que ésa es su naturaleza, y sólo se ocupa de vigilarlos, y acudir cuando se exponen más de lo tolerable al peligro. Vigilar no se opone a consentir, sólo consiste en corregir un poco nuestra locura.

Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas de la vida que el que no lo ha sido nunca.

En su reciente libro de memorias, Esther Tusquets nos cuenta que el problema de su vida fue no sentirse suficientemente amada por su madre. Ella piensa que el niño que se siente querido de pequeño puede con todo. "Yo no me sentí querida y me he pasado toda la vida mendigando amor. Una pesadez". Pero la mejor defensa de esta educación del amor que he leído en estos últimos tiempos se encuentra en el libro del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Es un libro sobre el misterio de la bondad, en el que puede leerse una frase que debería aparecer en la puerta de todas las escuelas: "El mejor método de educación es la felicidad". "Mi papá siempre pensó -escribe Faciolince-, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo". Y unas líneas más abajo añade: "Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido mucho menos feliz".

Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Caperucita Roja es uno de los más hermosos de todos. "Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja". Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que le sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados, me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego algún agua-fiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella. "Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad". (El País, 15/06/08)



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Gustavo Martín Garzo


"Si leyeran bien la Biblia, dejarían de creer", afirma Pieregiorgio Odifreddi en El País. Aunque es un ateo confeso, todavía tiene callos en los pies por culpa de su última experiencia mística, dice de él Jesús Ruiz Mantilla. Piergiorgio Odifreddi (Cuneo, Italia, 1950) acaba de regresar del Camino de Santiago, esa meca de la cristiandad que ha recorrido durante dos semanas con su amigo Sergio Valzania. El itinerario ha dado que hablar en Italia. Juntos han hecho en cada etapa un programa especial para la emisora RAI 3. La gracia está en que Odifreddi no cree, pero Valzania sí se confiesa católico a ultranza. “Al final hemos quedado como empezamos. Ni él me ha convencido a mí, ni yo he logrado quebrar su fe”, comenta, en un hotel del centro de Madrid, este escritor, matemático y profesor de lógica.

Pero en algo sí se han puesto de acuerdo: “Galicia es bellísima; Castilla, un poco aburrida con esas llanuras tan interminables”, comenta. “Y España, más laica que Italia, con diferencia. En nuestro país todavía no es posible criticar abiertamente a la Iglesia”, asegura Odifreddi. Quizá por eso, para frenar la larga mano del Vaticano sobre la libertad de expresión, se ha lanzado este ensayista a la yugular de la Iglesia. Lo ha hecho con un libro que resultó un impacto en su país y un éxito de ventas que dejó patente algo serio: “La fractura entre religión y laicismo que existe en mi país, con clara desventaja para los no creyentes”.

El título es tan directo que no deja lugar a dudas: Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos (RBA). Ni que decir tiene que el texto de quien es hoy por hoy el látigo del laicismo en Italia ha supuesto una pesadilla entre las jerarquías. No por existir, sino porque el destino y los calendarios editoriales le lanzaron a las librerías a competir al tiempo con otro libro opuesto: Jesús de Nazaret, del papa Joseph Ratzinger.

“Durante semanas estuvimos alternándonos en el primero y el segundo lugar en las listas de los más vendidos”, comenta jocoso Odifreddi. Seguramente la curia habría preferido otro competidor. Pero al diablo no se le pone nada por delante. Sigue jugando fuerte y haciendo de las suyas. Ni con rosarios pudieron evitar que Odifreddi vendiera 200.000 ejemplares.

De manera que llega del Camino de Santiago… ¿Ni así ha encontrado la luz? Ha sido una experiencia interesante. Creo que es la primera vez que un ateo retransmite en Italia el Camino por la radio. El modelo fue la película de Buñuel La Vía Láctea, con aquellos dos personajes que combatían a golpe de dogmas y herejías.

Bueno, igual que siempre, ¿no? Aunque la herejía como concepto ha sido superada por una etiqueta mucho más digna que llamamos laicismo. En España tienen más suerte que en Italia en ese ámbito.

¿Usted cree? En España no existe un cardenal Martini, por ejemplo. Alguien que defienda tan abiertamente desde la jerarquía el sacerdocio para las mujeres o las bodas entre curas. Hombre, en España la derecha es católica, pero la izquierda es claramente laica. En Italia yo he militado en el Partido Democrático, de Walter Veltroni, y me salí porque no defendían el laicismo. Me lo pidió él. Yo pensé que era conveniente porque ya que dentro conviven varias corrientes, algunos podíamos alentar un aire de izquierda más radical y laico para frenar lo que nosotros llamamos facción teocón. Pero al final Veltroni no ha sido claro. Ha decidido no meterse en asuntos que tuvieran que ver con la Iglesia. Por más que le han preguntado, nada. Y yo me he ido del partido al ver que no se comprometía claramente.

¿Por qué la izquierda italiana no se decide a romper con la Iglesia? Las anteriores elecciones las ganó la izquierda por 20.000 votos. Con esa ventaja tan pequeña, nadie quiere ponerse en contra a una organización que controla a 30 millones de ciudadanos. Yo milité para intentarlo, pero es difícil en un partido que lidera alguien como Veltroni, un personaje a quien se le conoce como el señor pero también… Falta valentía. Esta oportunidad la hemos perdido.

Desde la izquierda, después de las primeras acciones de Berlusconi, ¿cómo se va digiriendo el resultado electoral? Por culpa de cosas como éstas se ha perdido. El partido de Veltroni no tiene identidad, es una refundación de viejas estructuras. Caben gente del antiguo Partido Comunista y de la Democracia Cristiana, empresarios y trabajadores… hay 120 diputados que se declaran abiertamente católicos. ¡Hasta la antigua Democracia Cristiana era mejor que esto! En cuanto a este Gobierno, es pura derecha.

Muchos lo califican de neofascista. Quítele el neo. Fini lo es. La Liga es racista y Berlusconi va a lo suyo. En la primera semana de mandato ya discutíamos de la televisión… Pero, en fin, este Gobierno sabemos lo que es. Sin embargo, con el partido de Veltroni no hay definiciones claras.

¿Le resulta ‘light’, descafeinado? Tiene miedo a ciertas cosas. A la Iglesia, para empezar. En España no ocurre esto. Yo leo artículos en la prensa de este país que en Italia serían impensables. Cuesta publicar ciertos asuntos.

¿Por eso ha decidido dejar sus posiciones claras en un libro? Con la óptica de un matemático, además. He escrito mucha divulgación científica. Con asuntos que relacionan ciencia y religión, como hice en El Evangelio según la ciencia, por ejemplo, o en Las mentiras de Ulises. Me he empeñado en hacer ver las matemáticas como una parte de la cultura, integrar ambos mundos.

Pero ¿cómo formula un matemático algo que carece de toda lógica? Este libro tiene dos inspiraciones claras. La obra de Bertrand Russell ¿Por qué no soy cristiano? y aquel de Benedetto Croce Por qué no podemos considerarnos cristianos. La idea nació porque cada año editamos un libro de Russell y tocaba hacer aquél. Lo releí y me pareció que había envejecido mal con el tiempo. Se lo dije al editor y él me propuso hacer una interpretación propia. Así que me metí un semestre en Nueva York al Instituto de Estudios Italianos en la Universidad de Columbia. Estudié a fondo la Biblia y el catecismo. Mis amigos me encontraban siempre con ambos libros a cuestas y me preguntaban: “¿Qué te ocurre?”.

Normal… Le verían como un converso o temían alguna andanada suya. ¡Quién sabe! El caso era hacer una lectura a fondo, una crítica de la religión no desde perspectivas políticas de injerencia en la vida pública y todo eso, sino de observarlo desde una concepción teológica, desde dentro, y descubrir sus anacronismos. Su concepción violenta, cruel, sanguinaria de la vida, sobre todo en el Antiguo Testamento. Por eso se han molestado también los judíos, que me han acusado de antisemita.

Es que reparte para todos. Normal. Los cristianos han heredado el Antiguo Testamento y uno no sabe por qué lo han hecho.

Lo acometieron además de manera acrítica. Completamente. Hubo algunos que quisieron eliminarlo. Creían que el Dios bueno del Nuevo Testamento no requería la ira del anterior. No se aceptó, allá ellos.

¿Le han amenazado? Algunos me han escrito diciéndome que diera gracias porque los cristianos no fueran como los islamistas, que si no ya lo habría pagado. He pensado en hacer algo que se titulara Por qué no podemos ser islámicos, pero es que en Italia son cuatro y no sería útil. Además decretarían una fatwa, y es lo que me faltaba.

Todavía hay cosas que no nos dejan tocar. Y tanto, en Italia existen directores de periódicos que reconocen que los dogmas de fe son un cuento, pero que no pueden escribirlo porque el mero hecho de ponerlo en duda ya crea un conflicto.

Como por ejemplo… Lo peor es poner en duda la propia existencia de Jesucristo. No hay constancias históricas serias. Son relatos construidos a posteriori. Decir esto ya es algo escandaloso.

Igual que poner en duda la virginidad de María, que lo que uno no sabe muy bien es por qué se sostiene lo contrario. ¡Aquella invención! ¡Increíble! Es un dogma con una historia muy interesante, de todas formas. Para eso se readaptó un pasaje del Antiguo Testamento que viene a decir: “Por aquí ha pasado Dios (refiriéndose al útero de la Virgen) y no lo hará nadie más”. Son las mismas palabras que utilizan para señalar una puerta de Jerusalén por la que pasó el Arca de la Alianza. Cogen un pasaje, se cambia de sitio y a nadie le importa.

A usted, después de haber escrito que Cristo puede ser hijo ilegítimo de un centurión romano, ¿no le han quemado? Pantera se llamaba el hombre. Pero todo eso ya se comentaba en la época más próxima. En fin, yo no creo que haya mucha gente que se lo trague a estas alturas. Creo que es una pose social sostener estas cosas, pero que en realidad no lo piensan. Es una convención. Ni eso, ni la trinidad, ni la transustanciación… Ni la resurrección se puede explicar científicamente. No es un milagro. Las bacterias del tétanos, por ejemplo, pueden producir una muerte aparente. Pudo haberlo cogido clavado en la cruz.

Existen explicaciones racionales para todo aquello que pasa en el Evangelio, pero no las hay para todo lo que dicen en él. Cierto, cierto. El Evangelio tiene tres inspiraciones. Una, la del profeta, la del Jesús de la montaña, el de los bienaventurados. Luego está la del charlatán. En Palestina, hace 2000 años, había muchísimos. La última es la del Jesús revolucionario. Uniendo las tres, se ha forjado esta historia.

Una historia que tiene después la suya propia. Ésa es la más interesante. Apasionante. Entender cuáles son las fuentes de esos escritos, desmembrarlos, acotarlos. Los apócrifos, tratarlos desde el punto de vista lingüístico, de la arqueología del lenguaje, los pasos que ha sufrido tras los diferentes concilios, todo eso. Las discusiones, las herejías que pintaban a Jesús como una realidad virtual, como el personaje de una película, como un ser que nunca existió porque nunca había podido encarnarse al ser Dios precisamente. Así hasta nuestros días, porque el último dogma es de 1950, la asunción de la Virgen, que también trajo lo suyo.

¿Ah sí? Sí, porque los católicos pensaban que había ascendido sin saber si había muerto o no. Mientras que los ortodoxos sostienen que seguramente había muerto, pero no están seguros de que haya ascendido. ¿No es un cachondeo? Yo incluso llegué a hacer un cálculo científico. ¿Desde dónde ascendió? Verticalmente desde Jerusalén. ¿Con qué? Con el cuerpo. Suponiendo que lo haya hecho a la velocidad de la luz, lleva 2.000 años subiendo y, por tanto, todavía no ha atravesado nuestra galaxia. Por ahí sigue, está saliendo. Con cualquier telescopio potente en el mismo Jerusalén podríamos localizarlo. ¿Se da cuenta del ridículo?

En sus desmontajes, trata usted también los mandamientos. Los hebreos sostienen que hay más de 600, pero en el caso cristiano, uno de los más interesantes es el segundo, que se pierde, curiosamente. El que prohíbe alzar y construir imágenes.

¿Cuál de todos los dogmas es el que más le atrae? La transustanciación. La hostia, que se basa en un principio aristotélico. Va contra la idea de sustancia científica. A los papas les trae de cabeza.

¿De dónde le viene esa manía de ponerlo todo patas arriba? No hace falta tanto. Si quisiera hacer una verdadera cruzada, recomendaría una única cosa a la gente: que leyeran la Biblia con un punto de vista racional, con atención. Dejarían de creer inmediatamente. No hacen falta libros anticlericales.

Es que 200 años de Ilustración prenden finalmente en nuestra moral y en nuestra concepción de las cosas de manera contundente. Es así. Pese a que muchos insisten en que no puede haber moral sin religión. Era Chesterton quien decía que si no creías en Dios, podías creer en cualquier cosa. Yo ahora pienso lo contrario, que quien cree en Dios puede acabar tragándose cualquier cosa. Italia es de los países con más fe del mundo, por eso seis millones de italianos consultan también a magos, quirománticos, echadores de cartas. Si te crees lo de la trinidad o la virginidad, te entra todo. Tampoco es justo ese discurso de que los laicos no creemos en nada. No es cierto, lo hacemos en los ideales. Pero no en los dogmas.

Eso que tanto espanta ahora del relativismo, ¿cómo lo ve? Ahh… Ratzinger es un ultraconservador antipático y obtuso. Estas cosas lo prueban. Es un asunto que demuestra la incapacidad de la Iglesia para entender casos como el de Galileo. Le han perdonado 400 años después de haberle condenado por algo que era cierto, pero no han entendido nada. Lo admiten muchos miembros de la Iglesia, aunque luego lo pagan. Lo dijo George Coyne, un jesuita que fue el encargado del Observatorio Astronómico del Vaticano durante 25 años. Aseguraba que no se había comprendido la magnitud de ese caso. ¿Y qué pasó con él? Que lo licenciaron. Este mismo pidió públicamente al Papa que definiera sus posiciones sobre el evolucionismo y le cesaron.

Los jesuitas, ¿son otra cosa? Son los más incisivos, sin duda. Plantean abiertamente sus dudas sobre muchos dogmas. Existe una anécdota fantástica que los define. Cuando descubrieron la momia de Jesús en Jerusalén, los franciscanos decían: es cierto lo que sufrió por nosotros, las heridas están a la vista, debemos amarlo todavía más. Los dominicos se plantearon: cuidado, que si está aquí es que no ha resucitado, vamos a tener problemas con el dogma. Y los jesuitas dedujeron: ahí lo tenemos; por tanto, ha existido. ¿No es genial?

Martini es un buen ejemplo de jesuita. Bueno, es que él ha llegado a criticar hasta el libro del Papa sobre Jesús de Nazaret. Es raro, pero es que es la minoría.

¿Es necesario escribir libros así contra la Iglesia o es darle demasiada importancia a todo aquello que no debería ni siquiera ser debatido porque va contra toda razón? No sólo es necesario. Es que me parece poco todo lo que se pueda argumentar en contra. He tratado de escribir un libro serio, sin despreciar también la ironía. Aunque sobre todo he intentado hacer una crítica rigurosa basada en principios teológicos y la prueba de que ha calado es lo que les ha molestado. La importancia de la Iglesia es un hecho, no es que se la dé yo. No escribiría un libro preguntándome por qué no somos raelianos. Me da exactamente lo mismo. En Italia, 30 millones de personas se declaran católicos. La Iglesia posee un cuarto de los bienes inmuebles, de nuestros edificios.

Como inmobiliaria no hay quien pueda con ella. Exacto. Además, en Italia, el Papa vive dentro. Una solución sería enviarlo a Jerusalén. Dejemos Roma para los romanos.

En España vive el Opus, que también impone. Una organización que ha ganado muchísimo poder dentro de la Iglesia por culpa de Juan Pablo II, por cierto. Él llevó a la bancarrota las finanzas vaticanas para financiar al sindicato Solidaridad. Fue el Opus quien tapó el agujero.

Otro de los asuntos que trata en el libro es el creacionismo. No creamos que es sólo un invento de Estados Unidos, aunque ha sido allí donde se ha desarrollado más. En Italia, ya el primer Gobierno de Berlusconi lo reivindicó, y no me extrañaría que ahora volvieran a la carga. Me hace gracia que ahora, para hacer el Camino, mi compañero ha llevado la Biblia. Yo, en cambio, elegí El origen de las especies, de Darwin. Me ha impresionado su visión de futuro. Todas las objeciones cretinas que le ponen hoy al evolucionismo, Darwin las prevé y además las responde en el libro con anticipación.

¿Lo vio venir? Exacto, y basta leerlo para frenarles. Pero el problema es que son insaciables. Porque tampoco el evolucionismo va contra la religión. El problema está no tanto en la creación del mundo, sino en el momento que surge el hombre. Ahí tenían que poner su sello.

Inventar la culpa. ¿Sin culpa no hay negocio? Eso es.

¿Y por qué de entre todo el cristianismo, lo que menos se sostiene para usted es el catolicismo? Porque son los que más dogmas imponen y, por tanto, los más fáciles de rebatir.

Más cuando la mayoría son imposiciones caprichosas, a expensas de los papas, los concilios, las alianzas de poder. Como la infalibilidad pontificia, el dogma que más sospechas despierta entre los creyentes. Encuestas de universidades católicas aseguran que en la infalibilidad del papa sólo cree un 30% de católicos. Es el dogma más débil. Hay otras cosas más absurdas, como que el 40% de los que tienen fe cree que san Juan se convirtió en hijo de la Virgen ante la cruz. Lo que le digo: si leyeran con atención los evangelios, dejarían de creer automáticamente. (El País Semanal, 15/06/08)



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Piergiorgio Odifredi



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 4990
Publicada originariamente el 16/6/2008
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)