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martes, 14 de noviembre de 2017

[Desde la RAE] Hoy, con el académico Pedro Álvarez de Miranda







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la Real Academia Española con la del académico Pedro Álvarez de MirandaElegido el 22 de abril de 2010, tomó posesión de la silla "Q" de la Real Academia el 5 de junio de 2011 con el discurso titulado En doscientas sesenta y tres ocasiones como esta, que fue contestado en nombre de la corporación, por el académico Manuel Seco.

Bibliotecario de la Junta de Gobierno de la RAE desde el 8 de enero de 2015. Ha sido académico director de la vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española. Desde marzo de 2015 es director ejecutivo de la Escuela de Lexicografía Hispánica.

El filólogo Pedro Álvarez de Miranda nació en Roma en 1953, y es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid, especialista en lexicografía y lexicología y autor de numerosos estudios sobre el siglo xviii español. Fue discípulo de Rafael Lapesa y de Manuel Seco.




Pedro Álvarez de Miranda, en su toma de posesión académica


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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Entrada núm. 4010
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 26 de julio de 2017

[A vuelapluma] Sobre "idos" e "iros"





Es mera casualidad que dos de las tres entradas de hoy hagan referencia a la Real Academia de la Lengua (RAE), objeto de críticas no del todo bienintencionadas con motivo de la polémica suscitada por su aceptación del término "iros" como tiempo verbal. Como es este asunto en el que la opinión de los profanos no tienen mayor relevancia, dejemos a los doctores de la Academia que se expliquen. Es lo que hace en un recientísimo artículo en El País el académico de número de la RAE y catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid Pedro Álvarez de Miranda. Veamos lo que dice.

Las disyuntivas gramaticales no se pueden dirimir de forma asamblearia, comienza escribiendo Álvarez de Miranda. En la segunda persona del plural de imperativo de ‘ir’ bastaba con recomendar el 'idos' en el registro más formal y advertir del uso de formas en -r- en el habla coloquial. Una pequeña minucia gramatical, la de la disyuntiva entre idos e iros, ha acaparado titulares, incluso de portada, tras un pronunciamiento “liberalizador” de la Academia en favor de la segunda de esas formas.

Querría proceder, en virtud de mi condición de académico, a lo que en los usos parlamentarios se llama “explicación de voto”. Lo que deseo explicar no es un sufragio afirmativo o negativo a cierta propuesta que, en efecto, se sometió —desdichadamente— a votación en una sesión académica, sino que mi postura fue en ella la única que considero posible en un lingüista: la abstención. Por la que algunos optamos después de intentar convencer a nuestros colegas de que las disyuntivas gramaticales no se pueden dirimir por vías (presuntamente) “democráticas”. En la gramática, vaya por Dios, el asamblearismo está fuera de lugar.

En español los imperativos de plural pierden la -d final cuando se les agrega el pronombre enclítico os. Así, los de sentarse, volverse o salirse no son sentados, volvedos o salidos, sino sentaos, volveos, salíos. Sin embargo, esos hiatos (a-o, e-o, i-o) implican una cierta incomodidad articulatoria para los hispanohablantes, lo que favorece, al menos en ciertos niveles de lengua, la aparición de una consonante “antihiática”. Pues bien, en este caso, en el español hablado espontáneo, en la comunicación oral menos esmerada —y estas precisiones son de suma importancia—, tal consonante de interposición resulta ser una -r-: sentaros, volveros, saliros. Y no por casualidad, sino por el hecho de que esa sea precisamente la terminación del infinitivo.

De que ello es así no hay duda, pues en la lengua hablada se produce la misma tendencia a que el infinitivo suplante al imperativo plural en -d, aun sin enclítico: es frecuente “¡Callar!”, en lugar de “¡Callad!”. El infinitivo, además, sirve muchas veces para dar instrucciones, es decir, para algo muy parecido a lo que se pretende con el imperativo, que es dar órdenes; por eso en las puertas se lee “Empujar” o “Tirar”.

El caso del imperativo de ir(se) es excepcionalísimo, y no merecía tanto derramamiento de tinta. Si se prescinde de la -d- de idos el resultado es o sería -íos, forma en la que el verbo propiamente dicho quedaría reducido a la vocal tónica í. Pero la lengua española no tolera que una palabra léxica (sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio) experimente tal reducción de su sustancia fónica que llegue a consistir en una simple vocal. Sí hay en cambio en español partículas (preposiciones y conjunciones) o interjecciones que consisten en una sola vocal.

Así pues, la aparición de la -r- no es en iros, esencialmente, hecho distinto de la de esa misma consonante en sentaros, volveros, etcétera. Desde luego es especialmente frecuente en el caso de aquel verbo, por la rareza, ya explicada, de la situación a que da lugar, es decir, como “solución” a la incómoda elección entre idos, forma anómalamente plena, e íos, forma inadmisiblemente exigua. Pero nada más.

Pues bien, cuando en un pleno académico se suscitó la posibilidad de dar por bueno, en atención a su frecuencia, el uso de iros como forma del imperativo de ir(se), algunos de los lingüistas presentes fuimos del parecer de que la cuestión no se abordara en tales términos, y de que lo que la Academia señalaba al respecto tanto en la Nueva gramática de la lengua española como en el Diccionario panhispánico de dudas era tan exacto y razonable que no requería modificación alguna. Bastaba y basta con que la Academia señale, como lo hace (NGLE, 42.3k), que en “el habla coloquial” es frecuente que aparezcan las formas con -r- usadas como imperativos; que recomiende como preferible que en “los registros más formales” tal cosa no ocurra; y que señale, en fin, tanto en la gramática (4.13i) como en el DPD, s. v. ir(se), el caso particular de idos, preferible a iros en la lengua cuidada.

No deja de ser paradójico que algunos de los menos rígidos en materias normativas pareciéramos quedar alineados involuntariamente esta vez entre los partidarios (escasos) de no “abrir la mano” en la cuestión de marras, la del dichoso iros. Aun reconociendo su frecuencia de empleo, dado que los hablantes tienden a no prestar atención a los matices con que estas cuestiones se exponen, y que afectan, en este caso, a la esencial distinción de niveles lingüísticos, temíamos que el mensaje podía ser captado así: “A partir de ahora, por especial liberalidad de la Academia, diga o escriba usted iros si le place, en lugar de idos, en cualquier circunstancia”. Esa posibilidad ha obligado a la Academia a advertir, en la nota que ha hecho pública sobre el asunto, que “la forma más recomendable en la lengua culta para la 2ª persona del plural del imperativo de irse sigue siendo hoy idos”; y a señalar inmediatamente a los usuarios —como temerosa de que estos se le desmanden ante manga tan ancha para aquel verbo— que “la aceptabilidad de iros no se debe extender a las formas de imperativo de los demás verbos, para las que lo más adecuado en la lengua culta sigue siendo prescindir de la r”.

Ante una votación en los términos en que se planteó no nos cabía a algunos más salida que la abstención, por entender que un asunto así, sencillamente, no es “votable”, y menos si no se formula en términos muy matizados y circunstanciados. Porque, además, ¿qué supone eso de “dar vía libre” a un uso, o pasar a considerarlo “correcto”, para quienes entendemos que la Academia no ha de ser un guardia de la porra que abra más o menos la mano, sino ante todo un notario de los usos, consagrado a describirlos y explicarlos y, eventualmente, a ofrecer recomendaciones u orientaciones sobre los que son preferibles en unas u otras situaciones comunicativas? La nota de la Academia dice que iros está extendida “incluso entre hablantes cultos”. Claro. Es que su aparición en un mensaje no depende del nivel de lengua (que viene dado por la posición sociocultural del hablante), sino del nivel de habla (el también llamado registro, que depende de la situación comunicativa). Un escritor que quiera reflejar el idioma real por boca de sus personajes o por la propia no necesita que nadie le dé “permiso” para hacerlo.



Dibujo de Eva Vázquez para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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Entrada núm. 3672
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