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domingo, 13 de agosto de 2017

[A vuelapluma] Actúa: ¿Una sigla más en la izquierda?





Resulta lógico que quienes reniegan de la mezcla de maniqueísmo primario y de subordinación orgánica a Podemos de la izquierda española se sumen a la aventura de Actúa, escribe en El País Antonio Elorza, historiador, ensayista y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.

“Los viejos rockeros nunca mueren”, cantaba Miguel Ríos. El tema viene de inmediato a la mente al leer la lista de firmantes del manifiesto presentado por el movimiento político Actúa como paso previo a su reciente fundación, señala Elorza. En torno al exlíder de Izquierda Unida, encontramos a personajes inscritos bajo distintas siglas en aquella izquierda democrática que el PCE cobijó primero, y destruyó más tarde, pero que en cualquier caso desempeñó un papel de primer orden de cara a nuestra transición a la democracia. Ahí están Cristina Almeida, Teresa Aranguren, el exrector Carlos Berzosa, Antonio Gutiérrez, el ex secretario general de CC OO, tras un dignísimo paso por el socialismo, y una pareja de escritores siempre leales a sus ideas, Almudena Grandes y Luis García Montero. El fichaje estrella, como no podía ser menos, es el juez Baltasar Garzón, una baza atractiva para la política anticorrupción (y para retomar con rigor el tema de la memoria histórica).

Son los restos de un naufragio, o de varios naufragios, pero a lo largo de las pasadas décadas supieron al menos mantener una actuación coherente, firme y sin estridencias, a partir de la cual resulta lógico que busquen una vía autónoma frente a la mezcla de maniqueísmo primario y de subordinación orgánica a Podemos que ha determinado la muerte política de Izquierda Unida. Desde su nacimiento en 1986, como lancha de salvamento del hundimiento del PCE, IU tropezó con un problema de liderazgo: pensada por Nicolás Sartorius, la puesta en práctica de su estrategia acabó absurdamente en manos de Julio Anguita, promotor de una política binaria, de regreso al clase contra clase, inspiradora de la actual de Alberto Garzón. Llamazares puso buen sentido en sus años de gestión y es lógico que ahora encabece el necesario y difícil intento de reconstrucción.

El intento forma parte de la pléyade de movimientos que van surgiendo de la desintegración de la socialdemocracia (Francia) o de los sucesores del comunismo democrático (Italia). La crisis de la democracia social se inició en los años 70, con el paso a una coyuntura económica depresiva que culminó en la crisis de 2008. Sin nada que repartir, ante el fracaso de todo intento keynesiano, la conversión en partido de profesionales integrados y el giro defensivo de la mentalidad obrera, su única baza fue capitalizar el rechazo a una derecha impopular (Hollande 2012, Sánchez 2017). Con el riesgo de que más dura sea luego la caída.

Queda en pie una exigencia: la lucha contra una creciente e inaceptable desigualdad, que constituye la primera vocación de Actúa. A su lado, prioridad al desplazamiento del PP, ecología y anticorrupción. Es un bosquejo que toca ahora desarrollar, en cuestiones capitales (economía, Europa, política internacional). Una compleja andadura, concluye diciendo el profesor Elorza



El exjuez Baltasar Garzón



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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miércoles, 5 de julio de 2017

[A vuelapluma] Profetas regresivos





Sánchez e Iglesias suponen una enmienda regresiva al proceso que se inició hace cuarenta años y que, tras un largo proceso de experiencia, decisión y reflexión, ha permitido perfilar cuáles son los problemas del sistema autonómico. Lo dice en un reciente artículo en El País el prestigioso abogado y ensayista José María Ruiz Soroa, autor del libro El esencialismo democrático (Madrid, Trotta, 2010), unos de los textos más clarificadores e interesantes que he leído recientemente sobre el concepto de democracia.

La coincidencia del desafío secesionista del nacionalismo catalán con la consolidación de nuevos líderes en la izquierda española ha propiciado el pronunciamiento de estos sobre las líneas que debería adoptar la ordenación de España como país, comienza diciendo. Cabe ya alguna apreciación sobre sus propuestas. Y aunque resulte sorprendente, puesto que ambos líderes se presentan como emblemas de la novedad, nos hallamos ante un caso duplicado de lo que Américo Castro calificó como mesianismo regresivo.

¿Regresión en qué? Pues en ese proceso que se inició hace 40 años y que, conflicto tras conflicto, tropezón tras tropezón, ha permitido tanto a la política práctica como a la doctrina académica perfilar los problemas de concepción y funcionamiento del Estado autonómico, de manera que hoy exista una posición común sobre cuáles son y cómo se deben abordar (y cómo no se debe hacer). Pues bien, Sánchez e Iglesias suponen una enmienda regresiva a la totalidad de este fondo común compartido de experiencia, decisión y reflexión a que el sistema había llegado. Y que no era tanto un fondo de substancias como de métodos.

Primera regresión, señala: en los ejes conceptuales del debate sobre el Estado autonómico y su mejora. En lugar de hablar de cuestiones concretas, mesurables, divisibles y negociables (competencias, financiación, órganos, relaciones interinstitucionales), se traen al escenario unos conceptos sociológicos vagos y esencialmente controvertidos, tales como nación, nación de naciones, plurinacionalidad, poder o cosoberanía (las palabras grandes y mágicas) y se intenta encontrar soluciones en su adecuada pronunciación, conjugación o invocación. Típica política de los chamanes, al tiempo que un adanismo que desprecia la historia y la experiencia. Porque no se trata tanto de discutir la corrección de las formulaciones librescas en torno a la idea de nación (a mí me encanta Capmany en el XVIII con su nación de naciones), sino de saber prevenidamente que ese es un camino estéril e improductivo en el campo normativo. La nación no es una realidad ontológica a la que quepa aplicar el criterio de verdadero/falso, sino un hecho social creado por y sostenido en una creencia compartida. Discutir de naciones es tratar con emociones, con creencias, con sentimientos, con historia: bonito para debatir pero altamente confuso como método para ordenar la realidad.

Admitan que España es plurinacional, cerriles derechistas conservadores, decía el mesías Iglesias en el Congreso, comenta. Y casi igual Sánchez en el suyo, aunque introduciendo la diferencia imposible entre las naciones políticas y las culturales. Admitido eso, la convivencia feliz de tinerfeños, ibicenses y demás mediopensionistas ibéricos estará garantizada. Uno diría que eso es algo que ya está reconocido en la Constitución, garantizado incluso. Y desarrollado en las leyes. Algo que la derecha se ha tragado hace mucho. No se ve cómo el proclamarlo enfáticamente una y otra vez mejoraría la gestión de los asuntos conflictivos. Entre otras cosas, porque el verdadero escollo reside en el hecho de que los nacionalistas periféricos se niegan a admitir que España sea una nación (plurinacional o no), pues para ellos es solo un Estado (algo que, por otro lado, es la tesis clásica de la izquierda española, véase Suresnes, a la que vuelven hoy nuestros profetas). De donde nace la ausencia de lealtad federal al conjunto, por un lado, y su empeño en construir desde el poder unas sociedades rígidamente mononacionales ayunas de pluralidad. Impartirles desde Madrid la buena nueva de que por fin son naciones (¡cómo si ellos no lo supiesen!) no cambia el problema básico que aqueja al sistema federal, la ausencia de Bundestreue [lealtad a la federación] y el que no se admita que Cataluña y País Vasco son igual de plurinacionales que España (más, dice Joseba Arregi).

Segunda vía de regresión, continúa diciendo: la cuestión territorial como casus belli contra los conservadores. Si las cosas van mal, si Cataluña se quiere ir, la culpa es de los separadores españoles, no de los separatistas catalanes. Y los separadores españoles son las derechas, para las que no pasa el tiempo: eran centralistas antes de Franco, con Franco y después de Franco. Con este simple pero eficaz planteamiento —Iglesias lo repitió hasta la náusea— matan varios pájaros de un tiro: excluimos a las derechas del juego político (la secular querencia española por la exclusión del adversario) y solucionamos el problema territorial.

Tercera grave regresión, añade: mientras invocamos entelequias metafísicas no hablamos de lo relevante. Parafraseando a Otto Bauer, hablan de la identidad pero en el fondo discuten de la propiedad. De cuánto rinde al bolsillo ser nación. Pero, claro, así enfocada sería una discusión incómoda. Ejemplo impar de camuflaje: el de Iglesias con su nuevo conejo ideológico, la fraternidad entre los españoles como valor fundacional del Estado. Tapar con poesía lírica las carencias lógicas de lo que se propone. Los valores clásicos de la igualdad y la solidaridad, gracias a siglos de experiencia y discurso, se habían concretado bastante: igualdad en esto, no en aquello, solidaridad pero hasta aquí, etcétera. La solidaridad es medible y divisible: basta definir el nivel de servicios públicos bienestaristas a que todos los españoles tienen igual derecho y aquellos en que las naciones pueden tenerlos mejores por razón de su mayor riqueza y su historia privilegiada. Vamos, concretar en euros per cápita lo que vale la nación foral, o la nación centralista, o la nación de naciones. Pues se acabó, adiós a los conceptos mesurables: Monedero definía: “Socialismo es amor”, Iglesias dice “España es fraternidad”. Mesiánico.

Regresión también en la calidad de la legislación, insiste: el maestro Manuel Aragón recordaba al hablar del tratamiento constitucional de las diversas lenguas españolas que el plano del derecho es el de la normatividad, no el de la descripción de lo que existe, es normal, propio o impropio de una sociedad concreta. Para eso están la sociología o la lingüística, el derecho está solo para establecer derechos y obligaciones respecto a la lengua, o respecto a las autoridades territoriales. Llenar la Constitución de definiciones es puro escolasticismo, aquel sistema medieval que creía que la ciencia consistía en definir bien al ente.

Por eso, precisamente por eso, es vacuo y regresivo el volver a invocar las grandes palabras, comenta. Porque no conduce a nada decir que Ruritania es una nación si no se precisa qué consecuencia tiene tal cosa. Salvo la de que, como decía Esquilo, las grandes palabras traen los grandes problemas. En cambio, decir en la ley que todos los ruritanos tienen igual derecho a la medicina, la enseñanza o la asistencia hasta el nivel x, es claro, sencillo, discutible y negociable. Como una Ley de la Claridad para evitar los choques de trenes. No sería poesía ni profecía. Ni populista. Pero sí mejor camino para reordenar la realidad. Y de eso se trataba, ¿no?, concluye diciendo.



Dibujo de Eduardo Estrada para El País



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martes, 31 de enero de 2017

[A vuelapluma] El PSOE, camino de la irrelevancia política





Decía Norberto Bobbio en Derecha e Izquierda que las elecciones se ganan en el centro del espectro político. Creo que tenía razón, y el PSOE las ha ganado solo cuando ha girado al centro, desde la izquierda, sí, pero mirando al centro y no más a su izquierda. Con una hipotética victoria de Sánchez en las primarias el PSOE va de cabeza a la irrelevancia política. Y con López a la división y la guerra civil dentro del partido. ¿Mejor con Díaz?: Tampoco, nunca lo ha sido, al menos para mí. Observen donde están los laboristas con Corbyn. Y los socialistas franceses, ahora, sin Valls. Todos camino del populismo más rancio, lugar que entre nosotros ocupa Podemos, que no deja hueco para nadie más después de laminar a Izquierda Unida con la complicidad del inefable Garzón.

Yo creía en las primarias. Ya no. Las primarias funcionan en un régimen de tipo presidencialista en el que los cargos, todos los cargos, son elegidos por los electores, no solo por los afiliados, y en los que los elegidos deben su puesto a esos electores, no a los aparatos de los partidos. No es nuestro caso, no en un régimen parlamentario. Y por supuesto, los elegidos aquí piensan más en sus leales y en sus amigos que en los ciudadanos, sean del partido que sean. Camino del exilio interior me refugio en mi familia, mis amigos y mis libros sin esperanza alguna de que el PSOE recupere la cordura. "Alea iacta est". Por desgracia.

El profesor Xosé Luis Barreiro publica hoy en La Voz de Galicia un interesante artículo que titula, premonitoriamente, Sánchez inicia la revolución pendiente. Dice en él que "convencido de que el PSOE es una unidad de destino en lo universal, que no puede abdicar del socialismo izquierdista y anticapitalista del siglo XIX; imbuido de la idea modernista (principios del siglo XX) de que España solo tiene futuro como república popular, laica, multinacional, desmilitarizada y obrera; y sintiéndose el líder providencial que está llamado a limpiar el partido de traidores, mencheviques, jacobinos y burgueses agazapados, el gran Pedro Sánchez, de triste y aciaga memoria, acaba de asumir el reto de culminar la revolución pendiente. Con el «Grito de Dos Hermanas» -eco melancólico del Grito de Yara-, cuyo resumen ideológico es: «Será un honor liderar vuestro proyecto colectivo», Pedro Sánchez le traspasó a la militancia la iniciativa y las responsabilidades de su audaz regreso, para abocar al PSOE a un delirio populista y cortoplacista en el que todos los intereses del partido y de España, y el futuro del partido, quedan supeditados al romanticismo militante, a darle gusto a una parroquia desencantada e indignada, y a impedir -¡como sea!- el Gobierno de Rajoy. Yo comprendo este regreso vengativo y enrabietado. Porque, cuando uno se da a conocer empecinándose en el error, acaba confundiendo la dignidad con la contumacia, y prefiere ser despedazado por estupidez antes que ser salvado por las dulces caricias de la rectificación. También es cierto que si yo fuese amigo de Pedro, le aconsejaría que buscase trabajo, abandonase la política durante una década, y se hiciese un hombre de provecho. Pero todas estas reflexiones ya son inútiles, porque Pedro se ha convertido en un héroe de tragedia cuya desmesura generó su fatalidad: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». El daño ya está hecho. Y todas las ansias de un congreso catártico, que diese al PSOE unidad y liderazgo, ya están muertas. Y no solo porque el enfrentamiento entre el currículo de López y el «no es no» de Pedro Sánchez aboca a los militantes a una fragmentación estéril, sino porque Susana Díaz ya no puede ser aclamada ni tiene clara su victoria, y porque, en el supuesto de que un puñado de votos le permitiesen cubrir el expediente, ya no es posible crear el «partido ganador» -unificado en un fuerte liderazgo y ansioso de recuperar el modelo político y de Estado nacido de la transición- en el que la presidenta andaluza está resumiendo todo su programa, toda su ideología, y toda su enferruxada ilusión.Pedro Sánchez solo puede hundirse, más aún, en el pozo de su ofuscación. Pero no tengo ninguna duda de que los militantes aún le pueden dar el poder que necesita para destruir al PSOE, llevar al límite la crisis política de España y salvar a Podemos de las arenas movedizas. Porque ese es, me temo, el destino del antihéroe que inició hace tres días su revolución pendiente". Yo, también.


Pedro Sánchez



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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