viernes, 7 de marzo de 2025

Del momento de Europa

 






Michael Ignatieff, académico, expolítico y Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales 2024, ha conversado con Diego S. Garrocho en Ethic [Este es el momento de Europa, 06/03/2025] sobre los elementos que amenazan a nuestra época. Eso sí, no esperen encontrar a un intelectual catastrofista.

Michael Ignatieff es algo más que un pensador liberal. Es un intelectual libre. Y esa libertad se expresa en la condición genuina de su pensamiento. En un tiempo en el que los ensayistas son absurdamente previsibles y en el que las servidumbres ideológicas agotan la creatividad —y la credibilidad— de quienes dedican su vida a la reflexión y a la opinión, el profesor Ignatieff siempre es capaz de proponer aproximaciones novedosas y valiosas a los grandes problemas de nuestro tiempo.

Su trayectoria bifronte —ha sido docente e investigador en algunas de las principales universidades del mundo y también se atrevió a probar suerte en la política, al frente del Partido Liberal canadiense— le dota de una sensibilidad singular a la hora de percibir las tendencias de nuestra época. En su condición de historiador, además, guarda siempre un sano escepticismo con respecto a la urgencia con la que tendemos a pronunciarnos sobre los asuntos del presente.

No existen tantos intelectuales que interesen a ambas orillas del espectro ideológico, y si Ignatieff lo hace es porque, probablemente, tenga el coraje suficiente de saber decepcionar tanto a unos como a otros. Es un liberal confeso, pero asume los costes de su posición y la ejerce con la mejor virtud que se le presupone a su ideología: con esa lucidez que le permite reconocer el talento y las razones de quienes no piensan como él.

El Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales 2024 ha conversado con Ethic y no ha dudado en fijar posición sobre los muchos elementos que amenazan a nuestra época. Eso sí, no esperen encontrar a un intelectual catastrofista. Su prudencia y su humildad cuestionan también el narcisismo con el que en nuestros días tendemos a juzgarnos como si fuéramos únicos.

Las cosas han cambiado mucho desde la última vez que hablamos, profesor. El conflicto en el Medio Oriente se ha intensificado, no hay señales de esperanza para una paz justa en Ucrania, y Trump ha asumido nuevamente la presidencia de Estados Unidos con gestos insólitos y desconcertantes… ¿Está realmente en peligro el mundo tal como lo conocíamos?

Como historiador, desconfío de nuestra tendencia, cada vez que hay un cambio, a pensar que el pasado ha desaparecido por completo y de forma repentina. Necesitamos ser humildes sobre nuestra falta de visión histórica, y debemos ser muy escépticos respecto a la manera en que de, forma inmediata, enmarcamos los acontecimientos.

Los medios de comunicación del siglo XXI sitúan los acontecimientos, casi de inmediato, en dos narrativas polarizadas. Para la mitad de Estados Unidos, este es el amanecer de un nuevo día. La otra mitad piensa que es el fin de la civilización tal como la conocemos. Ninguna de las dos estará en lo cierto.

Recuerdo una anécdota de mi amigo Ivan Krastev. Tenía 25 años cuando cayó el Muro de Berlín en 1989 y, en ese entonces, solo era un estudiante búlgaro. Creía estar presenciando el nacimiento de un nuevo mundo. Sin embargo, al mirar atrás en 2025, se pregunta ¿cuáles fueron realmente los acontecimientos más importantes de ese año? El acontecimiento más importante no fue la caída del Muro de Berlín. Fue lo ocurrido en la Plaza de Tiananmen, en junio de 1989. Podría haber sido el hecho de que ese fue el año en que un joven sudafricano llamado Elon Musk emigró de Sudáfrica a América del Norte.

Podría seguir, pero es crucial asumir que no podemos, en principio, conocer el significado de los tiempos que vivimos. Por este motivo existen los historiadores. Dicho todo esto, alguien como yo, nacido en 1947, siente dos cosas. Una es que la generación de mi padre ayudó a crear lo que pensaban que era un orden internacional basado en reglas.

'Desconfío de nuestra tendencia, cada vez que hay un cambio, a pensar que el pasado ha desaparecido por completo'. El orden internacional basado en reglas incluía la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los principios de Nuremberg sobre la responsabilidad individual por crímenes de guerra, las Convenciones de Ginebra, la Convención sobre los Refugiados y, por encima de todo, la Carta de la ONU, que salvaguardaba la integridad territorial de los Estados. Cada parte de eso está ahora en ruinas, y sería erróneo decir que se derrumbó de repente porque Trump ha tenido un segundo mandato. La desintegración de ese orden ha sido larga y lenta, pero ha estado ocurriendo durante 25, 30, 40 años. Sería ridículo decir que la primera violación de la integridad territorial de los Estados fue la invasión de Ucrania por parte de Putin en 2022. No sé por dónde empezar con las violaciones de ese principio del orden internacional.

Hemos vivido con un orden mundial muy imperfecto que estuvo dañado desde el principio, imperfectamente aplicado desde el principio, y eso ayuda, creo, a suavizar nuestra sensación de que estamos en un mundo nuevo. Siempre hemos estado en un mundo que ha luchado por conciliar el principio del derecho internacional con el principio de la fuerza de las grandes potencias. Estos dos principios han estado en conflicto desde 1945.

La segunda cuestión que percibo es relativa a Trump y su impacto en la política nacional. Hay un sentir generalizado que sitúa a Trump como una amenaza para el orden internacional que heredamos desde 1945, y yo sostengo que siempre estuvo en problemas. También hay quien subraya que el presidente de Estados Unidos es una amenaza para la democracia interna, pero de nuevo sostengo que uno de los aspectos desalentadores de la situación estadounidense es que su democracia ha estado en problemas sustanciales durante mucho tiempo.

El ‘gerrymandering’ de los distritos electorales [la costumbre de trazar las circunscripciones de voto de forma interesada], el increíble papel del dinero en la política, la doctrina de que el dinero tiene capacidades discursivas o de que puede acogerse a las protecciones de la Segunda Enmienda ha devastado la capacidad de liberar la política electoral estadounidense de la influencia del gran capital.

La redefinición de los distritos para aislar a las minorías étnicas de los distritos y conservar su electorado, las formas en que los políticos crean sus electores para asegurar las elecciones o el hecho de que más del 80% de las circunscripciones electorales en Estados Unidos no son competitivos hace que haya un grupo que gana siempre. Podría seguir. Sostengo que asumir que Trump irrumpió repentinamente y destruyó una democracia funcional es una mala interpretación de la historia de Estados Unidos desde la década de 1960.

Creo, por ello, que necesitamos una perspectiva histórica. Necesitamos ver que muchas de estas cosas que nos alarman ahora y nos están causando pánico han estado sucediendo durante mucho tiempo. Y esto, con suerte, nos permite pensar: ¿qué hacemos ahora?

Si miramos al pasado y asumimos esa perspectiva histórica que propone, tampoco estoy seguro de que el viejo orden internacional no estuviera basado en la fuerza. El marco posterior a la Segunda Guerra Mundial se estableció después de dos bombas atómicas. Las potencias nucleares siempre han tenido poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU… y podríamos seguir. ¿Es la situación actual realmente excepcional?

Lo que es absolutamente diferente del contexto de 1945 es el protagonismo de China, India, Brasil, Sudáfrica. Y Europa, claro. La consolidación de 27 —o lo que antes eran 28— Estados alineados en un bloque cada vez más cohesionado y poderoso ha sido un cambio radical desde 1945. Se trata de un logro enorme dado que el siglo XX estuvo marcado por guerras que comenzaron precisamente en Europa. Y luego, el ascenso de India, el ascenso de China, el ascenso de lo que ahora se llaman los BRICS, significa que, por primera vez, desde 1945, estamos en un mundo multipolar. Esto significa que Estados Unidos, de repente, se enfrenta a ser la segunda o posiblemente la tercera economía del mundo.

Creo que Estados Unidos solo comenzó a ser desafiado desde el 11 de septiembre, después con el desastre en Irak y finalmente con la crisis económica global de 2009. No habría un Donald Trump en un segundo mandato si el orden global no se hubiera desplazado tanto como lo ha hecho. Al tiempo que debemos tener una perspectiva histórica y no exagerar lo que es diferente, es igualmente importante subrayar lo que sí ha cambiado, y muchas de las cosas que han cambiado, en algún sentido moral, tienen también algo positivo. Cuando nací, India aún era una colonia de Gran Bretaña.

Cuando yo era estudiante, en 1965, organizaba reuniones en la Universidad de Toronto en las que hablábamos de una guerra civil que asolaba a China y que mataba a cientos de miles de personas. La China que conocía hasta los años 70 y 80 estaba esencialmente en ruinas, y su progreso ha sacado a 500 millones de personas de la pobreza absoluta. Así que, si miras todo esto desde la perspectiva histórica, ves muchas cosas que, en algún sentido, son enormemente positivas. Me preocupa que nuestra fijación con Trump, nuestra fijación con Europa, sea una señal de la dificultad que tenemos para deshacernos de una mentalidad imperial.

Es decir, creemos que somos el centro del mundo y la naturaleza del desafío de Trump es que entiende que Estados Unidos ya no es el centro del mundo. Y gran parte de lo que Trump está haciendo es reaccionar, de una manera nacionalista y agresiva, al hecho de que Estados Unidos ya no domina el entorno global. Europa también está descubriendo que ya no domina la conversación global, ya no define lo que es la sofisticación cultural, ya no define qué libros tiene que leer todo el mundo, ya no define qué música tenemos que escuchar todos.

Esta es una verdadera revolución en nuestro tiempo y, a mi edad, siento que es importante dar la bienvenida a algo en lugar de estar constantemente añorando el mundo de cuando era niño. Porque eso es simplemente un error ingenuo.

'No habría un Donald Trump en un segundo mandato si el orden global no se hubiera desplazado tanto como lo ha hecho'. Ha mencionado la pérdida de influencia de Estados Unidos y de Europa. La llamada de Trump a Putin para negociar las condiciones de paz en Ucrania sin contar con la UE marca el fin de más de medio siglo de atlantismo. Europa corre el riesgo de convertirse en un actor irrelevante, pero me pregunto si no somos nosotros mismos, los europeos, los culpables de parte de esa irrelevancia.

Permíteme comenzar con una refutación. En este instante estoy teniendo una conversación con un joven español. La España que recuerdo de mi infancia era una dictadura. España tiene el mejor récord económico de cualquier Estado europeo en la actualidad. Portugal ha hecho la transición desde la dictadura. Grecia hizo la transición desde la dictadura. No voy a unirme a la idea de golpear a Europa y decir lo patéticos que somos. De hecho, la consolidación de una Europa libre y democrática es uno de los grandes logros de la época en la que he tenido la suerte de vivir.

Esto es lo primero. Lo segundo, directamente relacionado con tu pregunta, creo que era inevitable que, cuando se abriera una oportunidad hacia la paz en Ucrania, esta pasara por encima de los europeos. Así es como funciona la política de grandes potencias. Trump levanta el teléfono para hablar con Putin y ¡boom!, ahí lo tienes. Pero fíjate en lo que también está pasando. Los estadounidenses sostienen que están cansados de que Europa suponga que siempre contará con su ayuda. Este es el momento de Europa. Hay que dar un paso al frente.

Estados Unidos no es ajeno al hecho de que Europa ha hecho transferencias masivas de armas y dinero para mantener a Ucrania en pie. No es cierto que Europa no haya dado un paso al frente. Lo ha hecho de manera rotunda. También es cierto que Europa tiene 300 millones de euros en activos rusos incautados que si los Estados de la UE mantuvieran una posición unificada, estos activos podrían servir para la reconstrucción de Ucrania. Así que Europa tiene un activo enorme que necesita aprovechar.

El historiador estadounidense Timothy Snyder hizo un planteamiento muy válido al decir que lo mejor que se puede esperar en Ucrania es un alto al fuego. Un simple alto al fuego. Detener la lucha sobre el terreno. No permitir que Putin imponga a Estados Unidos un acuerdo de paz que ratifique esto como un tipo de acuerdo permanente similar al de Yalta. Se trata, solo, de un alto al fuego. Si hay un cese de la violencia es absolutamente fundamental que Europa vaya a Ucrania y comience a invertir masivamente en su reconstrucción, replicando lo que hizo Alemania Occidental con Alemania Oriental: invertir en el futuro del lugar.

Creo que si Europa hace eso, no estará siendo excluida del futuro de Ucrania. Porque es un hecho que si Ucrania es abandonada por Estados Unidos y luego por Europa, caerá bajo el control de Putin. Dejará de existir como un Estado democrático. Y entonces creo que el futuro de Europa sí estaría en peligro. Pero el futuro de Europa puede salvarse si Europa, en lugar de quejarse, preguntándose por qué no estamos en la mesa, por qué no estamos haciendo la paz, asume que tiene delante de sí una oportunidad que debe aprovechar.

'No voy a unirme a la idea de golpear a Europa y decir lo patéticos que somos'. En ese cambio de papeles, ¿cree que es necesario el aumento del presupuesto de defensa en Europa?

No creo que haya otra opción. Soy canadiense, como sabes, y en Canadá nos hemos aprovechado descaradamente de Estados Unidos para nuestra defensa continental, por no hablar de nuestra contribución a la OTAN. Y esos días, simplemente, se acabaron. No soy insensible a la queja de Estados Unidos cuando afirma que ha estado asumiendo estas cargas desde 1945. Están hartos de eso y nos advierten de que nos tratarán como adversarios hasta que comencemos a pagar por nuestra propia defensa. De hecho, soy un nacionalista en ese sentido. Tenemos que defender nuestros territorios y la suposición de que no tenemos que hacerlo porque la paz es eterna entraña un cosmopolitismo ingenuo del peor tipo. No vivimos en un mundo cosmopolita, sin fronteras. Vivimos en un mundo peligroso. Vivimos en un mundo donde España tiene que protegerse. Canadá tiene que protegerse. Gran Bretaña tiene que protegerse. Y así sucesivamente. Y Alemania tiene que superar esta especie de patología de disculpas sobre sí misma. Alemania tiene que defenderse. Debe tener una capacidad militar robusta.

Está en la frontera con un país que ha mostrado una querencia por la agresión. No creo que Rusia esté a punto de cruzar la frontera polaca ni pienso realmente que Rusia represente una amenaza estratégica actual para la OTAN o para los países bálticos. Entiendo por qué los bálticos están asustados, porque tienen una memoria histórica de terror y tiranía. Pero creo que la disuasión funciona. Putin solo entiende un idioma y hay que demostrar que el coste de la agresión puede resultarle demasiado alto. Es simple, pero significa que tienes que gastar dinero y entrenar a tus tropas.

Una de las cosas más profundas que está sucediendo es que todos nos hemos desarmado internamente de alguna manera. En los años 60, cuando tenía 21 años, los estadounidenses comprendían que podían ser llamados a filas. En aquellos días, cada hombre crecía con la expectativa de que tendría que hacer un servicio militar. Y en ciertos países, Israel y otros lugares que podríamos nombrar, un hombre crece con la expectativa de que puede tener que luchar por su país. No creo que eso sea lo peor del mundo. Pero simplemente hemos sacado eso de la columna vertebral de los hombres y mujeres de Europa durante los últimos 70 u 80 años. Y eso tendrá que cambiar. Y no creo que eso sea lo peor del mundo.

'No vivimos en un mundo cosmopolita, sin fronteras. Vivimos en un mundo peligroso'. Espero que no cambien otras conquistas que son maravillosas. Somos un poco menos brutales, un poco menos salvajes, un poco mejores esposos, un poco mejores amigos de las mujeres que antes. Todo eso no quiero dejarlo atrás. Pero la idea de que es herejía o imposible pensar en un mundo en el que Europa tendrá que defenderse es inasumible. Y no es solo una cuestión de un porcentaje en el presupuesto.

Es una cuestión de cómo empezamos a pensar sobre la ciudadanía en España, en Gran Bretaña, en Francia, en Alemania. Y puede que tengamos que pensar que tenemos que pasar 18 meses en el ejército. Yo no lo quiero, pero no es el fin del mundo si tuviéramos que llegar a eso. Y creo que Putin nos dejará en paz y Rusia nos dejará en paz si se lo dejamos perfectamente claro. Si cruzas la frontera, tus tropas van a morir. Así de simple. Así es como se mantiene la paz.

La otra ironía que estamos aprendiendo es que el comercio traería la paz. Esta es una de las ilusiones más antiguas de nuestro tiempo. La de que si España vende automóviles o servicios financieros a Rusia, Rusia no va a atacar a España. O que si Alemania se vincula con la importación de gas de Rusia, entonces tendremos paz.

Estas ilusiones deben desaparecer. Y necesitamos volver a algo que deberíamos haber sabido durante todo el siglo XX: que las relaciones comerciales ni cancelan ni eliminan las razones del conflicto, ni en Europa ni en ninguna esfera. No se trata solo de una cuestión de presupuesto. Son nuestras mentalidades y actitudes hacia la relación entre el intercambio económico y el poder político lo que debe cambiar.

A menudo escuchamos a las élites académicas y periodísticas advirtiendo sobre los riesgos del populismo o estas nuevas formas de hacer política. Pero también me pregunto si hay algo en lo que los populistas tienen razón. Parece difícil creer que haya tanta gente equivocada que de repente se ha vuelto tonta o fascista, como algunos dicen. ¿Tienen razón los populistas en algo? ¿O cómo podemos hacer que se entienda su éxito?

David Brooks, el columnista de The New York Times, escribió hace muy poco un artículo muy acertado en el que sostenía que tenemos que dejar de llamar populista a Trump, porque un verdadero populista escucha al pueblo. Un verdadero populista no solo escucha al pueblo, sino que intenta hacer algo por el pueblo. Lo que me sorprende absolutamente de Trump es que ganó las elecciones escuchando al pueblo y luego creó una oligarquía plutocrática que no tiene ningún interés en ayudar al pueblo.

Esta contradicción va a hacer explotar la base popular del apoyo a Trump a menos que realmente baje el coste de vida para los estadounidenses comunes. Pero si desmantelas el Gobierno Federal que proporciona seguridad social para los estadounidenses, si usas aranceles e incrementas fuertemente el coste de vida de cualquier producto importado, no veo cómo esto ayuda a las personas que pusieron a Donald Trump en la Casa Blanca.

Ganó las elecciones porque supo escuchar de una manera que los demócratas y los progresistas liberales como yo no supimos hacer. Escuchó que la gente estaba cansada de las guerras interminables, de apoyar la paz en lugares lejanos como Europa a los que nunca viajarán. Escuchó que los estadounidenses están agotados por las cargas de ser un imperio y que quieren que les dejemos en paz. Los estadounidenses no quieren que sus hijos vayan a morir en expediciones militares inútiles. Trump respondió a estas demandas, pero no les está ofreciendo nada. Y este cinismo es aterrador porque es destructivo para la democracia. También es destructivo para su base, por eso de que hay personas que piensan que le quedan unos 14 meses y luego enfrentará elecciones legislativas de 2026. Así que solo tiene 14 meses. Por eso se están moviendo tan rápido, porque realmente saben que no son populistas en el sentido genuino democrático en absoluto. Son oligarcas autocráticos. Y tarde o temprano, su base de votantes lo descubrirá y los castigará.

Si tuviera que calificar el riesgo para la democracia en EE.UU. en una escala del 1 al 10, ¿dónde lo situaría? Ya expliqué antes que la degeneración de la democracia estadounidense comenzó hace mucho tiempo. Su punto culminante fue la Ley de Derechos Civiles de 1965, con el fin del escándalo de la negación del voto a los afroamericanos. A partir de ahí, comienza la caída con una lenta captura de la democracia estadounidense por parte del gran capital, culminando con la sentencia de la Corte Suprema de Citizens United en 2011 [un fallo que anuló las restricciones sobre la financiación de campañas electorales, que argumentaba que las contribuciones en política equivalen a una cuestión expresiva y que merecen quedar amparadas bajo la libertad de expresión]. Como canadiense, me asombra que en una república, que es un gran experimento democrático, se equipare el dinero con la libertad de expresión.

En Canadá, justo al norte de la frontera, me postulé para un cargo. Concurrí a tres elecciones. Y entendimos que el dinero es poder. Sin un control riguroso sobre la influencia del dinero en la política, la democracia se erosiona. Y eso significaba que tenía que declarar cada centavo que cualquier persona me donara. Y se publicó en una web gubernamental. Fue maravilloso porque significaba que solo podía recaudar 1.300 dólares de las personas más ricas de Canadá. Y no puedes [ironiza] comprarme mucho con 1.300 dólares. Como consecuencia, creo que nuestra democracia es más saludable. Estados Unidos ha perdido esa capacidad debido a esta asociación doctrinal entre el dinero y la libertad de expresión. Y eso, creo, es muy dañino.

Si esto lleva a lo que la gente está prediciendo con confianza, una especie de retroceso oligárquico de la democracia, simplemente no lo sé. Hay muchas claves, y una es la que dan los tribunales. Hace pocos días una fiscal conservadora de Nueva York dimitió porque la administración Trump la conminó a retirar los cargos contra el alcalde de Nueva York. Eso es una señal de que habrá una gran resistencia, no solo de los fiscales sino también de los jueces. Y los jueces han dicho, por ejemplo, que el intento de cerrar USAID es ilegal. El Congreso podría recordar que el presidente no puede desmantelar unilateralmente áreas enteras del gobierno sin su aprobación. Y es posible que incluso un Tribunal Supremo dominado por republicanos falle que el presidente ha excedido sus límites. Y entonces nos enfrentaremos a un conflicto constitucional de los que América ha tenido muchas veces.

Andrew Jackson [el séptimo presidente de los EE.UU.] tuvo un conflicto con la Corte Suprema en 1830. También lo tuvo Franklin D. Roosevelt. Es parte de la democracia estadounidense asumir que, en algún momento, el ejecutivo recibirá un golpe en la nariz por parte de la Corte Suprema y que, después, el Ejecutivo devolverá el golpe a la Corte Suprema. De este equilibrio constitucional depende la democracia. Pero hay otra posibilidad: que Trump simplemente ignore a los tribunales.

Entonces sí estaremos ante una verdadera crisis constitucional. Y es difícil prever cómo Estados Unidos saldría de ella. Creo que el otro hecho muy preocupante del poder ejecutivo ha sido el indulto dado a todas las personas que destrozaron el Capitolio el 6 de enero de 2021, incluidas las personas que agredieron a la policía. Muchos estadounidenses, independientemente de su opción ideológica, se extrañan de que se haya perdonado a las personas que atacaron a policías que defendían el corazón de la democracia estadounidense. Quiero decir, hay algo aquí que es increíblemente preocupante. Así que, en respuesta a su pregunta, creo que simplemente no lo sabemos. Esta será una batalla de poder.

Primero: ¿serán los tribunales lo suficientemente fuertes para contrarrestar? Segundo: ¿comenzará el Congreso a contrarrestar? Y tercero, y probablemente lo más importante de todo: ¿saldrán las personas a las calles? Soy un hijo de las grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Aquel ese fue un gran momento en la democracia estadounidense, así que veremos cómo se desarrolla esa batalla.

'Trump ganó las elecciones escuchando al pueblo y luego creó una oligarquía plutocrática que no tiene ningún interés en ayudar al pueblo'. Como académico, me pregunto si hay algún intelectual en la órbita de Trump que encuentre interesante o estimulante para entender, no para legitimar, lo que está sucediendo.

La respuesta corta es que no, pero la respuesta más larga podría incluir a J. D. Vance, si considera a J. D. Vance como un intelectual. Hillbilly Elegy es un libro muy interesante, y mostró una gran capacidad para captar el sentimiento de desilusión, ira y colapso del sueño americano en el corazón de los Estados Unidos. Y Vance es un tipo muy talentoso. Es posible que sea aún más ideológico que Trump, y de hecho es potencialmente el sucesor de Trump. Así que creo que vale la pena observar a J. D. Vance. Hay muchas otras personas, como Patrick Deneen en la Universidad de Notre Dame.

Hay una corriente muy, muy antigua de conservadurismo, que es la que siguen pensadores como Deneen, que básicamente dice: el liberalismo es individualismo, el liberalismo es secularismo, el liberalismo es ateísmo. Y por eso estamos en el lío en el que estamos, porque hemos perdido nuestra brújula moral. Para ellos, nuestra política ha perdido contacto con las verdades eternas.

Estas hipótesis reafirman todo lo que me ha hecho liberal durante toda mi vida, porque son ideas absolutamente equivocadas. Quiero decir, lo que creó el liberalismo fue su entendimiento de lo peligrosa que era la convicción religiosa en la política, y cuán importante era respetar y proteger las creencias religiosas de cada ciudadano de una sociedad.

Nunca he creído en un liberalismo que menosprecie o desprecie la fe religiosa, sea del tipo que sea. El propósito del liberalismo es proteger la fe religiosa de todos, musulmanes, judíos, católicos, protestantes, y también proteger las creencias de aquellos que no tienen creencias. El argumento conservador de que solo podemos regresar a una política sólida si traemos la fe religiosa de nuevo al centro de la plaza pública será un desastre, y toda la historia de las guerras religiosas europeas debería probarlo.

El liberalismo surge del descubrimiento de lo horrible que se vuelve la política cuando se convierte en una batalla de convicciones religiosas. La visión del liberalismo fue sacar las creencias absolutas de la política y convertir la política en una negociación de acuerdos entre personas que no están de acuerdo. Esa es la condición liberal que hace que la política sea valiosa, posible y necesaria. Algunas de estas personas —Deneen podría ser un ejemplo— básicamente quieren abolir el desacuerdo y devolver la universalidad de las creencias al centro de la política para que podamos salvar la república. Creo que debemos ahorrarnos eso, sería una catástrofe.

Trump y Musk defienden una peligrosa premisa: que su victoria justifica cualquier acto de crueldad hacia sus oponentes. Reproducen una especie de visión schmittiana del mundo en la que hay amigos y enemigos, y proponen usar el poder para castigar a los enemigos y recompensar a los amigos. Las creencias liberales desprecian esa política, no por razones estéticas, sino porque pensamos que esa es la ruta hacia una guerra civil.

Todo esto hace que me sienta un liberal más decidido que nunca en mi vida, porque esas tesis son venenosas. Locke lo entendió, Mill lo entendió, y Tocqueville lo entendió. Estas personas vivieron un cambio revolucionario y sabían lo peligroso que era este tipo de convicción fanática, y sabían que era destructivo para todo lo que mantenía a una sociedad decente unida.

'El liberalismo surge del descubrimiento de lo horrible que se vuelve la política cuando se convierte en una batalla de convicciones religiosas'. ¿El liberalismo debe hacer autocrítica o lo ha hecho todo bien?

Sí, creo que sí. Hemos tratado el liberalismo y el progresismo como sinónimos, cuando en realidad son proyectos distintos. A menudo, progresistas y liberales viajamos juntos, aunque los progresistas a menudo critican a los liberales y nos llaman neoliberales.

Para los progresistas somos demasiado amigos del mercado. Somos demasiado amigos de la desregulación. Somos demasiado amigos de la libertad para los ricos, lo que significa miseria para los pobres. Esa es la crítica progresista al liberalismo. La crítica liberal al progresismo es que, si hay que elegir entre libertad e igualdad, los progresistas siempre elegirán igualdad a expensas de la libertad. Siempre ha existido un conflicto entre progresismo y liberalismo, y mi firme creencia es que el liberalismo tiene un futuro siempre que se distinga claramente del progresismo, siempre que diga que, en una elección entre libertad e igualdad, elegimos la libertad. Entiendo lo que dicen los progresistas cuando sostienen que no se puede tener libertad a menos que se tenga igualdad, pero siempre habrá un conflicto entre igualdad y libertad. Eso fue lo que me enseñó Isaiah Berlin, y es en lo que creo: cuando tengas que elegir, elige la libertad. Elige la libertad de los individuos ordinarios, incluso cuando eso retrase o pause tu visión de un futuro progresista. Perdimos poder porque la agenda progresista se impuso de tal manera que mucha gente sintió que su libertad estaba en peligro. En las universidades ha habido una especie de espiral de silencio en los últimos 10 años. Había cosas que no se podían decir, cosas que decíamos porque no queríamos asustar a los caballos. Y así se impuso la corrección política en la forma de hablar.

La extrema derecha no está equivocada en algunos de estos puntos. Y esto nace del hecho de que no priorizamos la libertad, la libertad de hablar, la libertad de argumentar, la libertad de disentir, la libertad de defender la diversidad, la equidad y la inclusión como valores que son buenos pero que nunca deben anular la libertad de las personas para decir y pensar lo que deseen. En ocasiones hay que elegir y a veces está bien tener un amigo conservador en tu departamento que diga: «No me gustan los criterios de Diversidad, Equidad e Inclusión, y aquí está el por qué».

Eso es lo que los liberales queremos para la sociedad. Apreciamos el debate y las discusiones tanto como todos estos valores. De modo que creo en esta distinción entre liberalismo y progresismo. Acepto muchos de los objetivos y valores progresistas, pero insisto en que, cuando llegue el momento, habrá ocasiones en las que tendremos que priorizar la libertad de los individuos. Pienso que ese es un tema central para el futuro. No he reflexionado mucho sobre esto, estoy todavía trabajando en ello, pero creo que es un tema muy importante.

Si conseguimos aclararlo, creo que podremos revivir la confianza que hemos perdido entre nuestro electorado, que quiere, compartiendo muchos ideales progresistas, asegurarse de que su libertad para elegir, su libertad para vivir sus vidas, para invertir, para tomar decisiones equivocadas o para vivir como desean, no está suficientemente respetada y entendida por la política liberal. Así que necesitamos volver a ellos.

El liberalismo clásico se enfrentó a la monarquía absoluta; el liberalismo del siglo XX se opuso al totalitarismo y, ahora, el liberalismo, de alguna manera, está llamado a luchar contra estas nuevas formas de política que hemos convenido en no llamar populistas. ¿Pero pueden las recetas antiguas ayudarnos a enfrentar este desafío? Recuerdo que Tocqueville, al comienzo de La democracia en América, señaló que un nuevo mundo requiere de una ciencia política nueva. No sé si los intelectuales liberales son hoy demasiado predecibles, y si erróneamente están tratando de decidir qué hacer con la inteligencia artificial con las mismas herramientas conceptuales que usó en su día John Locke. No sé si deberíamos generar un nuevo vocabulario para enfrentar estos desafíos.

Valoro a aquellos que dicen que si sigues recurriendo a Locke, Tocqueville y Mill no estamos realmente preparados para la generación de inteligencia artificial. Entiendo esa crítica. Trabajo sobre inteligencia artificial en Oxford, y por eso pienso mucho en esos problemas.

Pero tomémonos un momento para pensar en la inteligencia artificial, porque creo que es un desafío enorme. Una de las cuestiones que creo que necesitamos devolver a la política liberal es, francamente, eso que solo podemos describir como humanismo. Porque sin una perspectiva humanista sobre la inteligencia artificial, no entenderemos cuáles son las apuestas políticas en el debate.

Permítame hacer una apreciación muy simple y primitiva, que es que los defensores de la inteligencia artificial están describiendo sus tecnologías utilizando el lenguaje de la inteligencia humana. Es decir, dicen que es inteligencia. Pero ¿qué queremos decir con inteligencia? ¿Se trata de inteligencia o es computación? Esto no es solo una disputa semántica o lingüística.

Musk y todas estas personas le están diciendo al mundo que tenemos una tecnología que sencillamente hará todo lo que los seres humanos alguna vez pudimos hacer, y que luego hará, incluso, cosas que los seres humanos nunca pudimos hacer. Exigen todo el poder del mundo, literalmente todo el poder eléctrico, todo el dinero del mundo, para que podamos hacer cosas que los seres humanos solían hacer y que ya no pueden. Y la política liberal tiene detenerse un momento y hacerse algunas preguntas.

¿Qué queremos decir con inteligencia? Cuando usamos la expresión «aprendizaje automático» (machine learning), ¿qué queremos decir con «aprendizaje»? Este uso constante del lenguaje antropomórfico para avanzar en la exigencia de recursos es algo que el público necesita saber. No me estoy sirviendo de un argumento ludita. Puedo ver el inmenso potencial de la inteligencia artificial, por ejemplo, en la producción de nuevos medicamentos, en la producción de nuevos descubrimientos científicos. Es obvio para mí que la inteligencia artificial tiene la capacidad de sintetizar, usar conjuntos de datos y entradas de datos que son simplemente demasiado grandes para que el cerebro humano los procese. Todo eso lo entiendo perfectamente.  Pero llamar a esto inteligencia, llamar a esto aprendizaje, usar todo el lenguaje que durante 2.000 años se ha usado para describir las capacidades humanas, es perpetuar una especie de fraude sobre la inteligencia humana. Es perpetuar un fraude sobre la política que nos lleva a justificar la desviación de recursos masivos hacia una tecnología que no ha probado todo lo que dice haber probado.

Esas tecnologías no son fiables, aunque espero que se vuelvan fiables. Pero si seguimos usando el lenguaje antropomórfico, estás afirmando algo que todavía tiene que ser probado y demostrado.

Esa es la clave del desafío regulador para la inteligencia artificial. Volviendo a la pregunta original, si quieres un liberalismo que esté preparado para el siglo XXI, debe ser un liberalismo humanista, un liberalismo que entienda qué es ser un ser humano. Y esto, de alguna manera, es lo que está más en riesgo en este momento.

En cierto sentido, contamos con personas que han hecho fortunas plutocráticas en estos campos, como Elon Musk, que no estoy seguro de que entiendan lo que significa ser un ser humano, punto. Si ese es el problema, y podría ser el problema, entonces necesitamos una política que diga, se detenga y se cuestione cuáles son los intereses humanos que deben ser protegidos, cuáles son los valores humanos que deben ser custodiados. Si perdemos ese sentido de lo que significa lo humano en el ser humano, no tendremos política. Sería como entregar todo a personas que no pueden distinguir entre una máquina y un ser humano. Y en realidad ni siquiera pueden hacerlo.

Si no puedes hacer una distinción clara entre una máquina y un ser humano, no deberías estar haciendo política pública. Este es el núcleo del problema de la política del futuro. Y no se trata solo del campo de la inteligencia artificial. Está en todos los campos. Una política que no comienza siempre con las preguntas «¿qué es un ser humano? ¿cuáles son las cosas que los seres humanos deben tener para tener algún tipo de vida?» está renunciando a su misión principal.

Para mí no es un problema retomar el estudio de tradiciones que se remontan hasta Aristóteles, por ejemplo, porque estos autores clásicos entendieron bien lo que está en juego en la pregunta por lo humano. No tiene sentido hablar de política como simplemente un conjunto de técnicas, a menos que se esté conectado con un sentido de los intereses y preocupaciones humanas vitales que son perdurables. Y esto no ha cambiado demasiado durante siglos. Los clásicos supieron comprender este problema, y nosotros tenemos que volver a entenderlo de nuevo. De hecho, creo que estamos en el momento de toda la historia donde es más urgente afrontar estas preguntas.

'Si quieres un liberalismo que esté preparado para el siglo XXI, debe ser un liberalismo humanista'

Una última cuestión. Hemos abordado algunos riesgos y desafíos de este nuevo mundo. Pero, ¿podría darnos alguna razón para la esperanza?

Creo todas nuestras razones para tener esperanza están en el pasado. Las fuentes de inspiración en el pasado, sencillamente, no tienen fin. Yo, por ejemplo, vivo en Viena. Si camino 15 minutos desde donde estoy ahora mismo, puedo entrar en el Museo de Historia del Arte, ir a la sala S en la parte trasera y contemplar el retrato de las infantas de Velázquez. Puedo imaginar a un hombre en el último año de su vida, con casi 60 años, pintando el retrato de una niña de ocho con un hermoso vestido azul [el profesor Ignatieff se refiere al cuadro La infanta Margarita en azul, pintado en 1659, un año antes de la muerte del pintor]. Y Velázquez le dedica una atención y una habilidad infinitas a la representación del vestido de una niña. Y lo hace mejor que cualquier ser humano haya hecho jamás. Y contemplas eso y piensas: esto es un logro humano. Esto es la expresión de lo mejor que se puede hacer. Y al año siguiente, Velázquez muere. Pero la compasión, la claridad, la disciplina, la habilidad y la paciencia con la que se pintó ese cuadro son una inspiración para mí cada vez que entro allí.

Necesitamos recuperar esa sensación de confianza, la que nos invade cuando salimos de un museo, sintiendo que hemos presenciado lo mejor que los seres humanos son capaces de hacer. Este es el motivo por el que vamos a ver a Velázquez. No vamos a gozar de un mero momento interesante desde el punto de vista histórico-artístico. Vamos allí para reforzar nuestra confianza en las capacidades del ser humano. Y creo que simplemente necesitamos conectar con eso, sentir pasión por ello y creer en ello.

Escribí un libro sobre el consuelo [En busca de consuelo, editado en español por la editorial Taurus], y el único consuelo que ofrezco es el consuelo del pasado y el consuelo específico que ofrecen los logros extraordinarios del ser humano, de los cuales Velázquez es solo un ejemplo. Pero la lista de fuentes de inspiración es literalmente infinita. Así que solo tenemos que recordar y agradecer el hecho de que tengamos estos antepasados.





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