La desilusión y el desencanto pueden llevarme a la abstención pero me resulta difícil de creer que pueda llegar el momento en que la derecha reciba mi voto. A pesar de eso, quizá por influencia de mi maestro, Emilio Lledó, y del también profesor, Ángel Gabilondo, candidato socialista al gobierno de la comunidad autónoma de Madrid en las elecciones del pasado mes de mayo, reconozco que no veo a ningún partido político como mi enemigo, aunque sí como un adversario a vencer con palabras, razones y votos.
Siempre me ha sorprendido y provocado cierta repulsión las reticencias del PP a reconocer, no solo los derechos, sino incluso la dignidad de los muertos republicanos durante la guerra civil y la posterior represión franquista. De los pseudohistoriadores patrocinados por la COPE y de la propia jerarquía católica española no cabe esperar gran cosa al respecto, así que tampoco está de más recordar que el 28 de noviembre de 1978, una semana justo antes del referéndum constitucional, el arzobispo de Toledo y cardenal primado, monseñor González Martín, hacía pública una carta pastoral en la que juzgaba muy negativamente el proyecto de Constitución. Está en las hemerotecas. Y no parece que desde esa época los señores obispos hayan progresado mucho en lo que se refiere al respeto debido a los principios democráticos, más bien todo lo contrario, pero esa es otra cuestión y no quiero entrar en ella ahora.
En agosto de 2008 la lectura de un artículo de Manuel Rivas titulado "Garzón, Antígona y la memora histórica" (El País, 07/08/08), sobre la decisión judicial de solicitar información a los ministerios de Defensa e Interior y a las asociaciones que trabajaban por la reparación histórica, de los datos que tuvieran sobre los asesinados durante y después de la guerra civil por los franquistas, me llevó a pensar sobre el respeto debido a los muertos -a todos los muertos- que Rivas sacaba a colación citando la "Antígona" de Sófocles (ca. 442 a.C.) y la versión mucho más moderna del autor francés Jean Anouilh (1942). No era la primera vez que Manuel Rivas escribía sobre ese asunto, asunto que yo también he mencionado en alguna que otra ocasión en el blog.
Aquella tarde de verano de 2008 releí de un tirón la "Antígona" de Sófocles. Me impresionó de nuevo, y sigue impresionándome cada vez que la leo, como impresionó a los atenienses de hace dos mil quinientos años. He anotado los versos 1029-1030 de la edición de Cátedra: "Obras Completas. Esquilo, Sófocles, Eurípides" (Madrid, 2004), en los que el anciano adivino ciego, Tiresias, le reprocha al rey de Tebas, Creonte, su inflexibilidad en la orden de no dar sepultura a su sobrino Polinices y de condenar a muerte a la hermana de este, Antígona, que ha rendido honores fúnebres a su hermano desobedeciendo la orden real. Y lo hago porque me parece que viene absolutamente a cuento en esta cuestión: "¿Qué heroicidad hay en volver a matar al que ya está muerto?", le espeta Tiresias a Creonte con toda la razón...
Supe por vez primera de la "Antígona" de Sófocles cuando tenía once años. Fue gracias a mi profesor de Literatura en el Colegio Infanta María Teresa de Madrid. Se llamaba Mariano Abánades, y ya he escrito sobre él en otras ocasiones. Era pequeñito de estatura, tan pequeño, que cuando se ponía al volante de su "600", apenas era perceptible el sombrero que siempre portaba. Pero tenía una enorme sensibilidad, erudición y paciencia para recrearnos todas las grandes obras de la literatura universal. Mucho más tarde, creo que hacia 1979, vi por TVE la "Antígona" del dramaturgo francés Jean Anouilh, interpretada por Nuria Torray. Una obra inmensa, y una actriz espléndida, que han quedado grabadas en mi mente para siempre.
Soy de los que piensan que después de los clásicos griegos todo lo demás es mera paráfrasis, así que vuelvo a ellos con frecuencia cuando flaquea mi fe en la racionalidad de los humanos. En aquella ocasión lo hice por el honor y respeto debido a los muertos, a todos los muertos, y no solo a los de un bando. ¡Ójala puedan descansar un día no lejano en paz!...
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
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