jueves, 16 de julio de 2009

Cataluña y España

Un excelente artículo del escritor y periodista Xavier Vidal-Foch, titulado "Si Cataluña no existiese", en El País de hoy, me ha hecho reflexionar sobre la propensión que tenemos los españoles a mezclar churras con merinas. Por ejemplo, asimilando pueblos y naciones con partidos o gobiernos. Ni todos los israelíes son antipalestinos, ni todos los gallegos, vascos, catalanes y canarios son nacionalistas y antiespañoles.

A mi personalmente no me molestan lo más mínimo los españoles que dicen no sentirse españoles. Faltaría más que alguien estuviera obligado a "sentirse" español, canario, sueco o neozelandés. Uno "es" español, canario, sueco o neozelandés, y si no le gusta y puede, pues se cambia de nacionalidad. La nacionalidad de origen, por derecho territorial o de sangre, es algo que nos suele venir dado y no algo que podamos elegir, al menos en primera instancia.

Yo no me siento especialmente orgulloso de ser español, pero tampoco me ofende, me molesta o me avergüenza. Como todos los pueblos, los españoles, en conjunto, tenemos cosas malas, buenas y "mediopensionistas". Y lo mismo supongo, individualmente, pasa con los gallegos, los vascos, los catalanes, los madrileños, andaluces, extremeños, murcianos, canarios y demás gentes que conforman esto se que se llama España.

Tampoco me parece que debamos dar el mismo valor a las opiniones de un ciudadano particular que a las de un responsable político, social, económico o cultural, aunque todas sean igual de respetables o detestables según el caso.

Ahora que la rancia y casposa derecha-derecha española, clama contra Cataluña, confundiendo a Cataluña con el tripartito que la gobierna y que defiende sus intereses, exactamente igual que lo hacen madrileños, valencianos, gallegos y canarios, cada uno con la fuerza y la representación política que los votos les han otorgado, he recordado una de las pocas ocasiones en que me he sentido avergonzado de ser español. Y fue cuando hace más o menos dos años, esa impresentable "Margaret Tatcher" a lo ultra-liberal-carpetovetónico que es doña Esperanza Aguirre, clamó al cielo contra la posibilidad de que una empresa "extranjera", la catalana Gas Natural, se hiciera con el control de la "españolísima" Endesa,.. ¡Antes alemana que catalana!, clamaba... Y a boicotear el cava y la butifarra... En cualquier país normal, la hubiera defenestrado su propio partido; pero ya se sabe, el PP no es un partido normal: es la quintaesencia de la españolidad más acrisolada...

Así pues, aunque Cataluña no necesite de mi concurso, un servidor de ustedes, que es antinacionalista visceral y confeso, se despide en esta ocasión con un ¡Visca Cataluña y Viva España! Y me da igual lo que me llamen. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




Vista panorámica de la ciudad de Barcelona (Cataluña)




"Si Cataluña no existiese", por Xavier Vidal-Foch
EL PAÍS - Economía - 16-07-2009

¿Qué ocurriría si Cataluña no existiese en el universo español? ¿Qué sucedería con la Hacienda pública, con la economía productiva, con el modelo de Estado?

Este tipo de interrogantes es muy útil en momentos de polémica o confusión. La Unión Europea ha basado en esta mayéutica del coste de oportunidad (el valor obtenible dedicando esfuerzos y recursos a una finalidad alternativa) el argumentario de algunos de sus grandes saltos: El coste de la no Europa, tituló Paolo Cecchini su famoso estudio preparatorio del mercado único.

¿Cuál sería el coste de la no-Cataluña? Fácil. Las autonomías no mejorarían hoy su financiación. De hecho, España no sería un Estado autonómico, pues no habría comunidades autónomas. La autonomía es, sobre todo, un invento catalán. Tras un siglo de frustraciones, el Estatut de 1932 vino a consagrarla, y otros siguieron. El título VIII de la Constitución de 1978 calcó el esquema del Estatut de 1979, que se fraguaba al tiempo. Y la LOFCA. Y la progresiva cesión de impuestos estatales (el 15% del IRPF desde 1992; el 30% desde 1997; el 33% del IRPF y el 35% del IVA desde 2002) se debió a propuestas catalanas. Las últimas reformas estatutarias siguieron también el patrón barcelonés. Como el nuevo sistema de financiación, que solemniza un verdadero, aún incompleto, federalismo fiscal.

La secuencia es idéntica en todas esas ocasiones. Cataluña empuja, punta de lanza, la descentralización de Política y Hacienda. Otros territorios claman al cielo contra los supuestos privilegios que aquélla persigue. Al final se universaliza, con retoques, lo obtenido por los catalanes. Tarde más que pronto, alivio general.

El único problema es que las lógicas tensiones interterritoriales las aprovechan pescadores en río revuelto. Normalmente la caverna y sus portavoces, pero a veces también el meridionalismo irredento o algunos talibanes de la punta de lanza. Y así una baronesa/condesa proclama su preferencia por una Endesa alemana, antes que catalana (¿y la unidad de mercado que tanto propala?); un partido realiza un pseudo referédum contra el Estatut; sus amigos decretan, aprovechando una simétrica memez contra el Madrid preolímpico, el boicot a los productos made in Catalonia (¿acaso no son españoles?); y toda la discusión financiera se referencia al techo de la reivindicación catalana... El primer lema es, contra ellos. El segundo, nosotros, lo mismo. Y el tercero, coge el dinero y corre.

Así, se ha instalado la percepción de que los catalanes son sospechosos habituales, que cualquiera de sus propuestas esconde truco insolidario: un partido lleva al Constitucional 42 disposiciones del último Estatut... idénticas al andaluz, que no recurre. Se les presenta pues, despectivamente, como viajantes de comercio, peseteros, explotadores, egoístas, fenicios, judíos... En esa tarea la caverna nacionalista española utiliza a veces coartadas suministradas por el alicorto nacionalismo periférico opuesto. Y convergente en sus daños colaterales.

¿Fenicios? ¡Bravo! Deberían sentirse satisfechos los denostados. Sin el comercio fenicio no habrían progresado ni Grecia ni Roma: la cuna de la civilización es el comercio. ¿Judíos? Espléndido. Son la entraña de la burguesía, y ya escribió Carlos Marx en su Manifiesto comunista que ésa era la clase más revolucionaria de la Historia. Algo que la España imperial obvió, expulsándoles, y de ahí el retraso atávico de la Península.

Pese a esas pendencias, al cabo jamás se produce la ruptura del mercado interno, aunque sea perfectible. Nunca quiebra la cohesión territorial, modélica en términos europeos, por ejemplo respecto de Italia. Pero sí se labra una agria fisura espiritual, que puede acabar redundando, a la larga, en otras más graves.

El coste de la no-Cataluña desbordaría la Política y la Hacienda pública. Alcanzaría a la economía productiva. El Principado es desde hace tres siglos una compañía start-up para el conjunto de España: introductora de nuevas técnicas, nuevos sectores. De la máquina de vapor, a la industria editorial; de la moda, a la publicidad; del cine, al diseño y la arquitectura; de la automoción, a la biomedicina; de las ferias, al gas y la energía eólica, casi todo penetra por ahí. Pero paga caras sus debilidades, su añejo recelo liberal/libertario a la política, o sea, al Poder. Su escasa ambición por el tamaño empresarial, por el gran conglomerado, su aversión a la sociedad por acciones. Y al final, acaba traspasando a otros la capitalidad de lo que inició. Ahora podrá aparcar su angustia por la asfixia financiera. Que se dedique, liberado de hipotecas y fantasmas, a esas asignaturas pendientes. Las que no dependen del enemigo exterior.

Éste, la España de matriz castellana, apenas ha producido un (espléndido y recomendable) estudio sobre el coste de la no-Cataluña. No es económico, sino cultural: El nacionalismo lingüístico (Península), de Juan Carlos Moreno Cabrera, catedrático de Madrid. En Barcelona proliferan, al menos desde Ramon Trias Fargas, los textos sobre la factibilidad de la no-España. El último, de Jacint Ros Hombravella, se subtitula La viabilitat econòmica de la independència de Catalunya (La Magrana). De momento, sólo una minoría de catalanes comulga con ello. Un hermoso milagro.




El escritor Xavier Vidal-Foch




Entrada núm. 1186 (.../...)

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