lunes, 22 de abril de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] La condición humana. [Publicada el 30/04/2020]











Cada vez que alguien pretende crear un país nuevo o un hombre nuevo, comenta en el A vuelapluma de hoy jueves [Lo nuevo es muy viejo. La Vanguardia, 22/4/2020] el escritor Lluís Foix, no sé si asustarme o sonreír. Desde que Herodoto escribió sus nueve libros de historia -comienza diciendo Foix- hace unos veinticinco siglos hasta hoy la condición humana tiene unas constantes que se repiten atravesando civilizaciones, imperios, revoluciones y los espectaculares progresos que ha experimentado la humanidad. El historiador británico Arnold Toynbee (1889-1975) tiene una amplia obra que estudia el paso cíclico de las civilizaciones que llegan y se van dejando las huellas que imprimieron quienes fueron sus protagonistas intelectuales y políticos.
Otro historiador británico, Paul Kennedy, escribió un magnífico libro sobre el auge y la caída de las grandes potencias, desde el imperio español hasta los Estados Unidos del ­siglo XX, en el que sitúa los cambios de ­hegemonías en factores económicos, la fuerza militar y la capacidad del buen gobierno por parte de los dirigentes de cada momento histórico.
Un hilo conductor de cualquier viaje por la historia humana demuestra que pueden cambiar las circunstancias pero las pautas del comportamiento humano son muy viejas, son las de siempre.
El exrector Josep Maria Bricall reacciona con irónico escepticismo cada vez que oye la expresión del independentismo de que “hay que hacer país”, recordando la respuesta de Tarradellas cuando decía que el país ya está hecho y lo que hay que hacer es gobernarlo y gobernarlo bien. Causan una cierta vergüenza las palabras de la consellera Budó al decir que “con la independencia habríamos actuado antes y no tendríamos tantos muertos ni tantos infectados”.
La tendencia del independentismo a gobernar en un país imaginario es cansina. Lo que es exigible es que en las dramáticas circunstancias actuales gobiernen para resolver las cosas que pasan y no sobre las que habrían podido pasar. En la pandemia que todavía nos tiene confinados ni la Generalitat ni el Gobierno de Pedro Sánchez han sido capaces de contar a los muertos ni de facilitar el material necesario al personal sanitario. La tan anunciada entrega de mascarillas para todos está todavía en fase de tramitación. Por mucho que Sánchez hable de nueva situación después de la pandemia y de los pactos de reconstrucción nacional que se anuncian, lo que más urge ahora es gestionar el presente con profesionalidad y solvencia. Quizás con unas cuantas ruedas de prensa menos ya pasaríamos.
El país y sus gentes son muy viejos y difícilmente se convertirán en nuevos por mucho que se insista desde un gobierno o desde las ideas que lo inspiran. No hay nada nuevo bajo el sol, decía Cohélet en el Eclesiastés.
Cuando Hitler proyectó crear una Alemania radicalmente nueva ya sabemos por desgracia cómo acabó la novedad. Y cuando Lenin, Trotski y Stalin quisieron fabricar el hombre nuevo, el homo sovieticus , pusieron en marcha un régimen que quiso cambiar el mundo negando las libertades más elementales y causando la muerte a millones de rusos. Al final del itinerario se desintegró el imperio soviético y sus soportes ideológicos cayeron por su propio peso hasta aparecer el viejo hombre ruso tan bien dibujado por Tolstói, Dostoyevski y más recientemente por Vasili Grossman.
No hay duda de que la sacudida del coronavirus constituirá un antes y un después desde muchos puntos de vista. La tecnología nos ha permitido trabajar de otra manera, relacionarnos desde la distancia y vivir en el miedo que produce el desconcierto. Pero quienes administren el futuro lo tendrán que hacer con el rigor, la solvencia, la decencia y la justicia con que se aspira a construir las sociedades a medida humana. El hecho de que la distopía sea un concepto más utilizado que la utopía indica hasta qué punto la sociedad ficticia, virtual o simbólica, se ha apoderado de muchas mentes que han olvidado la realidad de los hechos.
Zygmunt Bauman confesaba al final de sus días que “la modernidad nació bajo el signo de una confianza inédita: podemos conseguirlo y, por lo tanto, lo conseguiremos, es decir, podemos refundar la condición humana y convertirla en algo mejor de lo que ha sido hasta ahora”.
Recuerdo el grito triunfal de Barack Obama en la campaña electoral que lo llevó a la Casa Blanca en el otoño del 2008. Era el “Yes, we can” que resonaba en todos los ­estados que visité desde California hasta Nueva York durante dos meses. Aquel “sí, podemos”, tan sugestivo y tan humano, tropezó con las dificultades habituales en cualquier presidencia. No olvide, amigo, me dijo un sargento de la policía de Houston du­rante la campaña, que la Casa Blanca por ­algo se llama blanca.
Luego ha venido el periodo más desconcertante de la historia contemporánea de Estados Unidos con un presidente Trump que se empeña en ignorar la realidad y gobierna desde el desprecio a cuantos le discuten una hegemonía de la que ya no dispone. Aquel poder blando norteamericano que conquistó el mundo desde 1945 hasta hace muy poco ha dado paso a una “América primero” que también es atacada por un virus que no se detiene en las fronteras".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













domingo, 21 de abril de 2024

Del futuro de la verdad

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. ¿Qué podemos esperar de este nuevo título de George Steiner?, comenta en Nueva Revista el filólogo Miguel Ángel Garrido. Su biografía, su formación, los más de treinta libros publicados en vida parecerían que anuncian un desarrollo, una summa metafísica de referencias ya bien delimitadas. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Del futuro de la verdad (I)
MIGUEL ÁNGEL GARRIDO
05 ABR 2024 - Nueva Revista - harendt.blogspot.com 

Reseña del libro ¿Tiene futuro la verdad. El hombre al norte del mañana, de George Steiner. Almuzara, 2022.
En cuanto a la biografía de George Steiner, ya la hemos recordado en otras ocasiones. Una madre, vienesa y un padre, judío, alto empleado de la banca austriaca, que, con certera intuición de lo que venía, abandona Austria en 1924 (George nace en París en 1929). En 1940 marcha la familia a Nueva York. Viene más tarde la carrera académica en EE. UU., su ingreso en Yale (1949), después en Harvard, desde donde conecta con el equipo editorial de The Economist. En 1956 lo encontramos en Princeton y a la muerte del mítico crítico literario Edmund Wilson (1966) le sucede en la revista The New Yorker. Escribe en The Times Literary Supplement. Con todo, su vinculación académica más constante ha sido con Gran Bretaña: Cambridge (también con Oxford). Pero no acaba esto aquí. «Soy una “persona de montaña”, diferente de aquella que encuentra eco y espejo en el mar. Me encuentro verdaderamente en mi piel cuando estoy cerca de las montañas, o rodeado de ellas. Esto, junto con su natural multilingüismo, ha hecho que para mí Ginebra y su universidad sean una felicísima sede. Las montañas las tengo a la puerta. Estoy convencido de que existen vínculos de conciencia entre el amor a las montañas y las elecciones que hace un individuo entre las opciones filosóficas, musicales y estéticas». Así, Ginebra, también tuvo su lugar, aunque Cambridge fuera su último domicilio.
Steiner tiene como lenguas maternas francés, inglés y alemán. Maneja italiano y otras lenguas, desde luego latín y griego, que forman parte indescontable de la exquisita formación de humanista que recibió. No sé cómo andaba de hebreo, siendo así que la Biblia y las referencias a la religión judía fueron fundamentales en su obra. Tampoco conocía el ruso ni el español. Sobre nuestro idioma tienen sentido las alusiones que se encuentran a Borges y a san Juan de la Cruz, pero poco más. De todas maneras, la imponente preparación de George Steiner se pone al servicio de una lectura de su tiempo, que ha destacado por el sentido común y que deja en evidencia el carácter superficial, inhumano, de lo políticamente correcto y la palabrería tecnocrática que en el siglo XX se ha apoderado de la educación. Este es el autor.
Por lo que hace al tema, el diccionario contiene dos acepciones principales para la palabra verdad: a) conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa, b) juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. En el fondo, no se puede practicar la verdad en la primera acepción, si no se acepta de alguna manera la segunda. Si nos encogemos de hombros ante la posibilidad de saber con seguridad algo, clave de bóveda de la cultura posmoderna, ¿qué significará la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa? Es el momento de la posverdad, según el diccionario, distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Siendo así, no parece especialmente nuevo el fenómeno especificado, por más que la dimensión que proporcionan los medios de comunicación social en el siglo XX, a la que se añaden las redes sociales en el XXI, lo doten de una amplitud, esa sí, verdaderamente nueva.
En todo caso, la crítica de esta situación que hace Steiner, devoto de los clásicos antiguos, arquetipo del humanismo liberal y lector de la Biblia, aparece por doquier en su bibliografía. Por ejemplo, un párrafo en uno de sus archiconocidos estudios sobre la tragedia:
«Dios se cansó del salvajismo del ser humano. Tal vez Él ya no fuera capaz de controlarlo y ya no pudiera reconocer su imagen en el espejo de la creación, ha dejado al mundo en manos de sus inhumanas invenciones y mora ahora en algún rincón del universo, tan remoto que sus mensajeros ni siquiera pueden llegar hasta nosotros. He supuesto que Él se alejó en el siglo XVII, momento que ha sido la constante divisoria en nuestra argumentación. En el siglo XIX Laplace anunció que Dios era una hipótesis que en adelante le resultaría innecesaria al espíritu racional. Dios le tomó la palabra al gran astrónomo. Mas la tragedia es la forma del arte que exige la intolerable carga de la presencia de Dios. Ahora está muerta porque su sombra ya no cae sobre nosotros como caía sobre Agamenón, Macbeth o Atalía».
Steiner pertenece sin duda al club de quienes tienen por lema que «la verdad os hará libres». Y lo dejamos dicho, porque es así y para que se entienda, sin embargo, que la obra que presentamos trata de otra cosa.
Empecemos por el principio. El libro consiste en medio centenar de textos de reseñas y comentarios de lo más variado, publicados en la revista The New Yorker y aquí recopilados, más la intervención de Steiner en el homenaje a Jacob Bronowski (1908-1974) cuyo título le da nombre también al libro entero.
Bronowski fue un matemático polaco de origen judío nacionalizado  británico, célebre sobre todo por su serie de divulgación científica para televisión El ascenso del hombre a partir de la cual se publicó luego un libro con el mismo título. Esta obra, que describe la historia del desarrollo intelectual del ser humano, sus ganancias y sus pérdidas, sus dolores y sus aciertos, lo convirtió en uno de los más importantes divulgadores de la ciencia y, a la vez, en uno de los pocos representantes de un humanismo renacentista del que Steiner también es buen ejemplo. Con motivo de la aplicación de los avances teóricos de la física atómica durante la Segunda Guerra Mundial (las bombas atómicas arrojadas sobre Nagasaki e Hiroshima), cambió sus intereses, como lo hicieron también otros físicos de su época, por las ciencias humanas y sociales, y por la biología.
Como es sabido, las palabras significan en contexto y situación y, en el contexto ahora mencionado, verdad tiene que ver con /realidad/ más que con /sentido/, mientras que, me parece, en la opera omnia de Steiner verdad aparece casi siempre más comprometida con el sema /sentido/ que con el sema /realidad/. No sería extraño que escoger este trabajo de este título para nombrar el volumen entero tenga en su origen una causa consciente o inconscientemente propagandística: situar al lector de Steiner en una perspectiva consabida, aunque sus expectativas no se vayan a ver totalmente cumplidas en la lectura. En el fondo, se trata de preguntarse por la verdad, entendida como el objetivo del conocimiento práctico. Comienza Steiner con una parábola:
«Dice la leyenda que Tales se cayó a un pozo. El mago matemático que, según cuentan, predijo el eclipse solar del año 585 a. C., no vio bien el suelo que tenía delante de los pies. Cuando Siracusa fue conquistada en el año 212 a.C., los soldados invasores irrumpieron en el jardín de Arquímedes. Sus dispositivos mecánicos habían mantenido a raya a los agresores. Esta vez querían sangre, pero, inclinado sobre un problema de geometría de secciones cónicas, Arquímedes no oyó llegar a sus asesinos. Murió, por así decirlo, en un arrebato de abstracción». (p.25).
Steiner señala cuatro concepciones de la verdad que difieren de esta categoría de verdad como conocimiento científico y que, e veces, ponen en jaque su futuro.
1. Mística. Los criterios de lo auténtico provienen de una luz inmediata y visionaria que se apodera del alma.
2. Religiosa-dogmática, que no se identifica con la mística porque, basándose en la revelación sobrenatural,  con frecuencia invoca una lógica, una racionalidad como la de cualquier otra ciencia.
3. Romántico-existencialista. «Para Tolstoi, la sagacidad del ser humano iletrado, la inocente clarividencia del anciano campesino vino a pesar infinitamente más – por lo que se refiere a la ética y la cordura mental—que la jerga del filósofo y las promesas huecas del científico o del ingeniero». ( p.32).
4. Relativista o dialéctica. Steiner la refiere a la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno y Marcuse). Se trata de un nuevo escepticismo: «la objetividad, las leyes científicas, el concepto de verdad y falsedad, la propia lógica no son ni eternos ni neutrales». (p.33).
En este clima, podría pensarse que la búsqueda de la verdad inmediata, técnica, revisable  se pueda a veces retrasar o diferir por el bien de la igualdad, por el bien inmediato de las personas. Aunque no parece que los seres humanos tengamos ni siquiera por esa vía asegurado el futuro, teniendo en cuenta la cita de Bertrand Russell que aduce Steiner a este propósito:
«La segunda ley de la termodinámica apenas hace posible dudar de que el universo se está agotando, y de que en definitiva nada del más mínimo interés será posible en ningún lugar. Desde luego, podemos afirmar, si así lo queremos que cuando llegue el momento, Dios volverá a dar cuerda otra vez a la maquinaria: pero si decimos esto, basaremos nuestra afirmación solo en la fe, en absoluto en ninguna prueba científica. Hasta donde llega el conocimiento científico, el universo se ha deslizado a través de lentas etapas hasta un resultado un tanto lastimoso en esta Tierra, y se deslizará por etapas todavía más lastimosas hasta la condición de la muerte universal».
Aunque ese aniquilamiento esté muy lejos y quede, según cita del poeta Paul Celan, «al norte del futuro», ¿seguirán las investigaciones de la biotecnología y de la infotecnología adelante sin cortapisas ni reparos?
¿Todo lo que sea posible hacer, se hará inevitablemente?
Aunque pusiésemos solamente objeciones económicas. ¿Debemos gastar con seguridad el 2% del PIB en I+D cuando hacen faltas hospitales mínimamente dotados que eviten las muertes por gripes y que atajen las enfermedades endémicas en tantos lugares? ¿Debemos gastar cientos de millones de dólares para investigaciones sin consecuencias inmediatas en partículas subatómicas? ¿Cómo defender el gasto de grandes masas dinerarias en radiotelescopios, sondas y satélites para estudiar las galaxias, mientras  las ciudades miserias y poblados de chabolas ocupan una enorme superficie de nuestro planeta?
¿Y las objeciones morales? Recientemente, la oscarizada película Oppenheimer ha recordado una vez más el dilema moral de descubrir la fusión nuclear para disponer a continuación de la bomba atómica. Claro que eso saca a relucir la cita bíblica de que las criaturas sufren dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de Dios (Cfr. Rom. 8,22-23). La verdad de la ciencia puede llevar a hacer el mal o el bien: de determinadas conclusiones se pueden derivar bombas atómicas y medicina nuclear.
Pues bien, en ¿Tiene futuro la verdad? Se propone la pregunta de si se podrá poner freno en algún momento a la verdad del progreso científico y técnico. Steiner cree que no. Esa es la experiencia a pesar de los pesares.
«Pero también es posible la otra respuesta. La escuchamos insaciable desde la oscuridad del pozo de Tales, y desde el jardín manchado de sangre de Siracusa. Nos dice que la verdad importa más que el hombre. Que es más interesante que él, incluso cuando, también especialmente cuando, pone en cuestión su propia supervivencia. Creo que la verdad tiene futuro. Que lo tengamos nosotros es algo que está menos claro». (p. 44).
Este libro del humanista Steiner no es un tratado metafísico sobre la verdad, sino una colección de reseñas más un ensayo sobre el futuro que cabe atribuir al progreso de la verdad científica. No se trata de indagar sobre el mártir (el que entrega su vida para dar testimonio de la verdad). Eso es otra cosa. El ensayo da, como hemos dicho, título al libro, pero ni trata de lo que un lector de Steiner espera a priori, según lo que hemos recordado al principio, ni tiene que ver con la colección de reseñas del The New Yorker que lo acompañan. Eso sí. Todo lo que encontraremos de temas varios y ocasionales es ajeno a la superficialidad de cierto periodismo. En ese sentido, cualquiera de los trabajos recopilados tiene relación con verdad en cuanto que, en determinado campo semántico, es antónimo de superficialidad. Miguel Ángel Garrido es filólogo.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Cabezazo contra un árbol. [Publicada el 29/11/2019]










A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. En el A vuelapluma de hoy en el que la actriz Clara Sanchis Mira nos alerta con fina ironía de los peligros de caminar con los ojos en el móvil, y perdernos, de paso, los maravillosos colores del otoño en los árboles de nuestras ciudades.
Iba con prisa y agachando la ca­beza -comienza diciendo Clara Sanchis-, como es normal, cuando me estrellé contra el tronco de un ­árbol, como es lógico. El golpe me nubló la vista y me dejó dando tumbos, pero no solté el móvil. Al ­contrario, lo apreté con fuerza, como ­bebé a pezón, mientras me palpaba la ­cabeza con la mano libre para calibrar la en­vergadura del golpe. En esas, em­pecé a oír voces. Una voz, para ser exacta, se abría paso entre el bullicio de mi ­cráneo magullado. Hola, dijo, soy el árbol de la vida. Me pareció bastante exage­rado. ­Pero no estaba en situación de po­lemizar, así que fingí normalidad, tratando a duras penas de mantener el equi­librio, abriendo las piernas como un compás. Soy el árbol de la vida, repitió la voz, dándose im­portancia, gustándose en su frase. Pues qué interesante, alcancé a decir antes de abrazarme a su tronco ­como un koala, ­para no caer a tierra mareo abajo. Así ­estuvimos un rato en si­lencio. Un silencio denso, de esos que se ve a la legua que ­sólo son el repliegue ame­nazante de la ola que está a punto de ­engullirte en su ­amasijo de espuma y arena: la antesala de un soliloquio a tu costa.
Ahora que no tienes más remedio que estar aquí quieta, abrazada a mí como un koala, como quien dice chupando mi sabia, voy a ser sincero. Lo del árbol de la vida es una licencia poética que se me ha ocurrido sin más. En realidad, soy un plátano de sombra, de la familia de las platanáceas. Del mismo modo que tú eres una Homo sapiens , de la familia de los homínidos –vale igual aunque seas mujer; haber inventado tú el latín en vez de coser botones obsesivamente–. A lo que iba. Tú no tienes ni idea de cómo me llamo, aunque pases a mi lado cada día. Lo de las platanáceas te suena como a comer plátano. Qué lástima. Y si te digo aligustre japonés, o incluso castaño de Indias, te caes de un guindo aunque tampoco sepas qué hoja tiene exactamente. Disculpa que te hable con la simplicidad de un plátano, no doy para más. Pero aquí pasa una cosa muy clara. Sin entrar en matices intelectuales, desde mis ramas más altas, últimamente lo que se ve es a los sápiens corretear agachando la cabeza. Inclinados sobre el dispositivo. Ni una sola mirada hacia lo alto. O hacia el horizonte. Este es el paisaje, el dibujo, conlleve lo que conlleve. Una pena, con lo que os costó a vosotros erguir el tronco. Lo de menos es que estos días nosotros no paremos de desplegar colores, del ocre al rojo pasando por el cobrizo, el amarillo y el dorado, dando un espectáculo que, por cierto, no mira ni Dios.Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






 






sábado, 20 de abril de 2024

Del mono ladrón inmortal

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. La teoría de la probabilidad, dice en El País la escritora Marta Peirano, afirma que hasta los eventos más improbables pueden ocurrir, siempre que haya suficiente tiempo, recursos y oportunidades. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










El mono ladrón inmortal
MARTA PEIRANO
15 ABR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

¿Podría un mono inmortal, tecleando aleatoria e infinitamente en una máquina de escribir, producir Hamlet palabra por palabra? En La biblioteca de Babel, Borges describe una biblioteca infinita que contiene todos los libros que podrían ser escritos. La teoría de la probabilidad dice que hasta los eventos más improbables pueden ocurrir, siempre que haya suficiente tiempo, recursos y oportunidades. Si la industria tecnológica es una secta, esta es su religión.
En la ideología del Valle, cualquier problema puede ser solucionado con suficiente dinero, tiempo, programadores y potencia de computación. Pocos casos más ilustrativos que Theranos, el unicornio de Elizabeth Holmes. La “innovadora”, “disruptiva” y “pionera” empresa que prometía revolucionar la medicina con una máquina capaz de hacer análisis complejos a partir de una sola gota de sangre no se dejó desalentar por las leyes de la física y la estadística, que decían que no hay glóbulos suficientes en una muestra tan pequeña para detectar un cáncer, un embarazo o una artritis. Ahora Holmes cumple condena por fraude, pero el Valle no ha corregido su error.
En el mundo de la inteligencia artificial, esta religión se manifiesta como las “leyes de escalamiento o escalabilidad”. No son leyes reales, pero dicen que lo único que nos separa de la Inteligencia Artificial General son ordenadores más potentes, programadores más listos y más bases de datos para entrenar los modelos de IA. Lo primero está ya consumiendo más agua, oxígeno y energía que un país europeo mediano. Lo segundo está por ver. Lo tercero es menos problemático, pero solo si ignoras la calidad, origen y licencia del contenido original.
Los primeros modelos de IA fueron entrenados con los frutos de la web 2.0: blogs, webzines, posts, tuits, pins, reddits y todas las demás manifestaciones de la Red social. También con el contenido de bibliotecas, periódicos, archivos universitarios y otros contenedores de material trabajosamente digitalizado durante los últimos 20 años. La reciente investigación de Christo Buschek y Jer Thorp sobre LAION-5B demuestra que la selección es más oportunista que deliberada.
Los métodos de selección de contenidos para alimentar la IA son puramente automatizados, sin intervención humana alguna, y están supeditados a la accesibilidad y pre-etiquetado de las muestras, no a su calidad. Tampoco hay supervisión, ni la habrá nunca. “Alguien que trabajara ocho horas al día, cinco días a la semana revisando cada imagen de esta base de datos durante al menos un segundo, tardaría 781 años en mirarlo todo”, dicen Buschek y Thorp. Esto explica por qué aparecen imágenes de explotación de menores en los modelos comerciales de IA. Estaban bien etiquetadas. Estaban en internet.
El método no ha cambiado. Mira Murati, jefa de seguridad de OpenAI, declaró recientemente que habían entrenado Sora, su modelo de generación de video, con “datos públicos”. No quiere decir “en el dominio público” sino pescados indiscriminadamente de YouTube, Instagram o TikTok. No están solos. En las pruebas del juicio de The New York Times contra OpenAI, vemos que los abogados de Meta aconsejaron robar lo que haya disponible y enfrentarse a posibles demandas, mejor que perder tiempo esperando a que editores, artistas o músicos firmen contratos de cesión. Dicen que Google no ha querido demandar a OpenAI porque probablemente está haciendo lo mismo que ellos. A quién le sirve un mono que tiene que robar, estafar y quemar el planeta para escribir Hamlet. Para qué es. Marta Peirano es escritora.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Monografía sobre la Constitución de 1812. [Publicada el 03/09/2012]











Con motivo de la publicación en estos días en la Revista de Historia Constitucional de la Universidad de Oviedo del monográfico dedicado al bicentenario de la Constitución de Cádiz, a cuyo contenido íntegro pueden ustedes acceder desde el enlace que reseño más adelante, reedito y publico de nuevo mi entrada de fecha 18 de marzo pasado titulada "Cadiz, 1812. Nación española y Constitución". Mi intención en aquellas fechas era la de sumarme con respeto y admiración al homenaje que el pueblo español rendía a aquellos otros españoles de "ambos hemisferios", hijos de la Ilustración, que justamente doscientos años antes promulgaban en la ciudad de Cádiz la primera constitución de nuestro país,  la primera constitución liberal de Europa, y con ello hacían nacer la nación española como sujeto y protagonista de la historia patria.  
Pueblo, patria, país, nación, estado. Cinco términos que coloquialmente pueden ser considerados como sinónimos pero que histórica, jurídica y políticamente designan realidades diferentes. En el Diccionario de Política (Siglo XXI, Madrid, 1994) e Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, ni tan siquiera figuran las voces de "patria" o "país", y las tres restantes reciben tratamiento desigual: diez páginas para "estado", cinco para "nación", y dos para "pueblo".
Afirmar que el 19 de marzo de 1812 nació la nación española no es una afirmación gratuita. Contra lo que suele pensarse el estado no es una creación de la nación, sino, precisamente, lo contrario: es el estado el que crea la nación como entidad política. Por supuesto que España existía como estado antes de esa fecha, pero no como nación. Antes de la revolución francesa y de la proclamación solemne de la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Artículos de Constitución, en octubre de 1789, existía el estado francés, pero no la nación francesa. Es el cambio de súbditos a ciudadanos que conlleva la revolución (en Estados Unidos, en Francia, en España, Iberoamérica, Alemania e Italia) y la promulgación de  sus respectivas constituciones las que crean las nuevas realidades nacionales como sujetos y protagonistas de la historia.
Desde la página electrónica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, creada en 1988 por la Universidad de Alicante, y sostenida en la actualidad por la Fundación de ese mismo nombre que preside Mario Vargas Llosa, pueden acceder al portal dedicado a la Constitución española de 1812. Un portal temático que, bajo la dirección científica del profesor Ignacio Fernández Sarasola, de la Universidad de Oviedo, y en colaboración con Fernando Reviriego Picón, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, ofrece un amplio e impresionante catálogo de textos sobre la primera constitución promulgada en España: contexto histórico, documentos, cronología, bibliografía, estudios, imágenes y enlaces de interés. Les animo a visitarlo y disfrutar de su contenido, así como de los vídeos que incorporo a la entrada.
También pueden ustedes acceder al monográfico especial de la Revista de Historia Constitucional que les indicaba al comienzo. Más de 800 páginas con decenas de artículos publicados por los más eminentes y prestigiosos historiadores, profesores y politólogos en homenaje a nuestra primera constitución.
Con cierta dosis de nostalgia, no exenta de cariño, recordaba en la entrada de aquella fecha dos anteriores mías del blog sobre el bicentenario de la Constitución de Cádiz. La primera, del 20 de abril de 2009, titulada Los fastos de Cádiz. Carta abierta a la ministra de Cultura; la segunda, del 9 de abril de 2010, titulada Historiadores y fastos patrios. Espero que les sigan resultando interesantes.
Como colofón de la efeméride les recomendaba leyeran el artículo 1812: Cuando España quiso ser moderna e ilustrada que en El País del 19 de marzo publicaba José María Lasalle, secretario de estado de Cultura, así como el editorial de esa fecha del mismo periódico, titulado Las preguntas de Cádiz  y los enlaces a otros artículos de opinión sobre la conmemoración que nos ocupaba a los que podían acceder desde los artículos citados. Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt











viernes, 19 de abril de 2024

De las ventajas de escribir con pluma

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. A diferencia de otras propiedades, comenta en El País Semanal el escritor Ignacio Peyró, la pluma guardará siempre un poco del alma de su dueño, el gesto de una vida. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Ventajas de escribir con pluma todavía
IGNACIO PEYRÓ
13 ABR 2024 - EPS - harendt.blogspot.com

Siempre he desconfiado de la gente cuyas manos o cuya letra resultan demasiado bonitas, pero no me cabe duda de que es un sesgo personal: mi propia letra es fea, sin llegar a la grandeza de ser horrorosa; en cuanto a las manos, tienen la presencia de un racimo de penes. Las manos no podemos ir a cambiarlas, pero una letra mediocre conoce sus consuelos: la grafología, por ejemplo, tiene la virtud —y el defecto— de hacer a todo el mundo interesante. Y, notablemente, siempre podemos usar una pluma para que el placer de escribir compense la decepción de ver lo escrito.
Por supuesto, si hoy nos llega a casa una carta escrita con pluma, ya sabemos que hay que sacar la cartera: ¡boda a la vista! Como al tabaco o los botijos, nuestra época les ha pasado por encima a las estilográficas. No extraña que cada vez se usen menos: también escribimos menos cada vez. Y los fabricantes lo ponen difícil: si hay plumas sencillas y bonitas, no es menos cierto que en seguida degeneran hacia el brillo y la voluta. Algunos modelos parecen hechos para escribir en exclusiva alejandrinos, y da la sensación de que, para estar a la altura de ciertas marcas, habría que ser por lo menos Marcel Proust. Más allá del temor del ornato, el mismo espíritu de comodidad —signa temporum!— que dejó las corbatas en los armarios ha dejado las plumas en los cajones. Muchas participan, así, de esa tristeza de las cosas destinadas a no usarse. Por si fuera poco, los rivales de la estilográfica tienen su cuantía. El bic es una forma eterna. Y, para quien escribe por amor o por dinero, el porrompompero de los dedos sobre el teclado tiene algo de ruido de fondo de la felicidad o, al menos, la ilusión de una artesanía para la que se requieren, como en un torno, las dos manos.
Con instrumentos diferentes se escribe de manera diferente. Cuando Nietzsche cambió la pluma por la máquina de escribir, su tono —dice Bernard Frank— se volvió más aforístico: sus frases “se cerraban como cajones”. Condenadas a lo impráctico, hoy las plumas son pese a todo ejemplo de ese rasgo constantemente humano por el que nos gusta complicar la necesidad en placer. Obedecen así al mismo esfuerzo del espíritu por el que logramos convertir un gruñido salaz en un soneto de amor.
Se ha alabado a la pluma por halagar los sentidos: ¡ah, ese deslizamiento del plumín, la horadación sobre el papel, los matices aguados de la tinta…! Es una poesía a veces algo adornada, pero —qué le vamos a hacer— real y objetiva. Tras usar pluma desde la adolescencia, se revelan otras sutilezas ya dentro del orden del espíritu. Hay una individualidad en cada pluma que las asemeja a los humanos: algunas, por ejemplo, siempre nos resultarán difíciles, en tanto que con otras entramos de inmediato. Siempre pagarán en complicidad el tiempo que invirtamos en ella, pero —con un temperamento de volubilidad, de nuevo, casi humana— también tienen días en los que parecen no estar por escribir. Más: uno puede tener varias, pero la pluma que utilizamos tiene una manera de reclamar una fidelidad exclusiva para sí, de nutrir en nosotros un cierto espíritu de obligación hacia ella, y esa lealtad nos llevará a recordar las plumas buenas durante años, como si fueran presencias reales de un afecto. En un estado ideal, hay una correspondencia plena, una docilidad mutua que une a la pluma que escribe con aquel que la empuña. Con todo, la pluma comparte su mayor lección con todas las cosas detrás de las que está una mano humana: sus imperfecciones no merman, sino que constituyen su encanto, una gracia que participa de la vida que les dimos.
La pluma ya solo se justifica por un pretexto noble: el hedónico. Su condición de propiedad es tan personal que llega a convertirse en un gozo secreto: nunca querríamos mostrarla, pero usarla aporta tal encanto que aceptamos resignados que la vean los demás. Y, a diferencia de otras propiedades personalísimas —las gafas, el reloj—, guardará siempre un poco del alma de su dueño, el gesto de una vida. Como cualquier afecto real, el de las plumas también requiere para consolidarse no poca voluntad y mucho tiempo. Permanecen como un tributo al mundo en que pedíamos duración a las cosas y las cosas nos exigían cuidado. Será en parte por eso —dirán algunos— que cada vez usamos más el boli. Ignacio Peyró es escritor.