El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
lunes, 22 de abril de 2024
[ARCHIVO DEL BLOG] La condición humana. [Publicada el 30/04/2020]
domingo, 21 de abril de 2024
Del futuro de la verdad
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. ¿Qué podemos esperar de este nuevo título de George Steiner?, comenta en Nueva Revista el filólogo Miguel Ángel Garrido. Su biografía, su formación, los más de treinta libros publicados en vida parecerían que anuncian un desarrollo, una summa metafísica de referencias ya bien delimitadas. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
[ARCHIVO DEL BLOG] Cabezazo contra un árbol. [Publicada el 29/11/2019]
Iba con prisa y agachando la cabeza -comienza diciendo Clara Sanchis-, como es normal, cuando me estrellé contra el tronco de un árbol, como es lógico. El golpe me nubló la vista y me dejó dando tumbos, pero no solté el móvil. Al contrario, lo apreté con fuerza, como bebé a pezón, mientras me palpaba la cabeza con la mano libre para calibrar la envergadura del golpe. En esas, empecé a oír voces. Una voz, para ser exacta, se abría paso entre el bullicio de mi cráneo magullado. Hola, dijo, soy el árbol de la vida. Me pareció bastante exagerado. Pero no estaba en situación de polemizar, así que fingí normalidad, tratando a duras penas de mantener el equilibrio, abriendo las piernas como un compás. Soy el árbol de la vida, repitió la voz, dándose importancia, gustándose en su frase. Pues qué interesante, alcancé a decir antes de abrazarme a su tronco como un koala, para no caer a tierra mareo abajo. Así estuvimos un rato en silencio. Un silencio denso, de esos que se ve a la legua que sólo son el repliegue amenazante de la ola que está a punto de engullirte en su amasijo de espuma y arena: la antesala de un soliloquio a tu costa.
sábado, 20 de abril de 2024
Del mono ladrón inmortal
[ARCHIVO DEL BLOG] Monografía sobre la Constitución de 1812. [Publicada el 03/09/2012]
viernes, 19 de abril de 2024
De las ventajas de escribir con pluma
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. A diferencia de otras propiedades, comenta en El País Semanal el escritor Ignacio Peyró, la pluma guardará siempre un poco del alma de su dueño, el gesto de una vida. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
IGNACIO PEYRÓ
13 ABR 2024 - EPS - harendt.blogspot.com
Siempre he desconfiado de la gente cuyas manos o cuya letra resultan demasiado bonitas, pero no me cabe duda de que es un sesgo personal: mi propia letra es fea, sin llegar a la grandeza de ser horrorosa; en cuanto a las manos, tienen la presencia de un racimo de penes. Las manos no podemos ir a cambiarlas, pero una letra mediocre conoce sus consuelos: la grafología, por ejemplo, tiene la virtud —y el defecto— de hacer a todo el mundo interesante. Y, notablemente, siempre podemos usar una pluma para que el placer de escribir compense la decepción de ver lo escrito.
Por supuesto, si hoy nos llega a casa una carta escrita con pluma, ya sabemos que hay que sacar la cartera: ¡boda a la vista! Como al tabaco o los botijos, nuestra época les ha pasado por encima a las estilográficas. No extraña que cada vez se usen menos: también escribimos menos cada vez. Y los fabricantes lo ponen difícil: si hay plumas sencillas y bonitas, no es menos cierto que en seguida degeneran hacia el brillo y la voluta. Algunos modelos parecen hechos para escribir en exclusiva alejandrinos, y da la sensación de que, para estar a la altura de ciertas marcas, habría que ser por lo menos Marcel Proust. Más allá del temor del ornato, el mismo espíritu de comodidad —signa temporum!— que dejó las corbatas en los armarios ha dejado las plumas en los cajones. Muchas participan, así, de esa tristeza de las cosas destinadas a no usarse. Por si fuera poco, los rivales de la estilográfica tienen su cuantía. El bic es una forma eterna. Y, para quien escribe por amor o por dinero, el porrompompero de los dedos sobre el teclado tiene algo de ruido de fondo de la felicidad o, al menos, la ilusión de una artesanía para la que se requieren, como en un torno, las dos manos.
Con instrumentos diferentes se escribe de manera diferente. Cuando Nietzsche cambió la pluma por la máquina de escribir, su tono —dice Bernard Frank— se volvió más aforístico: sus frases “se cerraban como cajones”. Condenadas a lo impráctico, hoy las plumas son pese a todo ejemplo de ese rasgo constantemente humano por el que nos gusta complicar la necesidad en placer. Obedecen así al mismo esfuerzo del espíritu por el que logramos convertir un gruñido salaz en un soneto de amor.
Se ha alabado a la pluma por halagar los sentidos: ¡ah, ese deslizamiento del plumín, la horadación sobre el papel, los matices aguados de la tinta…! Es una poesía a veces algo adornada, pero —qué le vamos a hacer— real y objetiva. Tras usar pluma desde la adolescencia, se revelan otras sutilezas ya dentro del orden del espíritu. Hay una individualidad en cada pluma que las asemeja a los humanos: algunas, por ejemplo, siempre nos resultarán difíciles, en tanto que con otras entramos de inmediato. Siempre pagarán en complicidad el tiempo que invirtamos en ella, pero —con un temperamento de volubilidad, de nuevo, casi humana— también tienen días en los que parecen no estar por escribir. Más: uno puede tener varias, pero la pluma que utilizamos tiene una manera de reclamar una fidelidad exclusiva para sí, de nutrir en nosotros un cierto espíritu de obligación hacia ella, y esa lealtad nos llevará a recordar las plumas buenas durante años, como si fueran presencias reales de un afecto. En un estado ideal, hay una correspondencia plena, una docilidad mutua que une a la pluma que escribe con aquel que la empuña. Con todo, la pluma comparte su mayor lección con todas las cosas detrás de las que está una mano humana: sus imperfecciones no merman, sino que constituyen su encanto, una gracia que participa de la vida que les dimos.
La pluma ya solo se justifica por un pretexto noble: el hedónico. Su condición de propiedad es tan personal que llega a convertirse en un gozo secreto: nunca querríamos mostrarla, pero usarla aporta tal encanto que aceptamos resignados que la vean los demás. Y, a diferencia de otras propiedades personalísimas —las gafas, el reloj—, guardará siempre un poco del alma de su dueño, el gesto de una vida. Como cualquier afecto real, el de las plumas también requiere para consolidarse no poca voluntad y mucho tiempo. Permanecen como un tributo al mundo en que pedíamos duración a las cosas y las cosas nos exigían cuidado. Será en parte por eso —dirán algunos— que cada vez usamos más el boli. Ignacio Peyró es escritor.