domingo, 12 de febrero de 2023

De la idea de patria

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Lola Pons, va de la idea de patria. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









Lengua, lealtad y patria
LOLA PONS RODRÍGUEZ
10 FEB 2023 - El País
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En noviembre de 1921 un crucero acorazado de la Marina sueca arribaba al puerto de Málaga. Lo recibieron autoridades militares españolas y suecas entre salvas; el féretro que sacaron del buque envuelto en las banderas de los dos países era el de Rafael Mitjana (1869-1921), un diplomático malagueño fallecido en Estocolmo que fue enterrado con honores en su tierra natal.
A cinco grados bajo cero, con el cielo bastante oscuro aunque son las tres de la tarde, entro en la Biblioteca Carolina, en Upsala, Suecia. Sin rebuscar demasiado, en una vitrina vertical dentro del pequeño museo que se visita dentro de la biblioteca, veo un libro impreso en Venecia en 1556 del que solo se conoce un ejemplar, el que tengo delante de mí. Rafael Mitjana, diplomático en la legación española en Estocolmo a principios del siglo XX y gran musicólogo, lo descubrió en 1907 y lo bautizó con el nombre del lugar que lo conserva: estoy delante del Cancionero de Upsala y algo me sobrecoge como filóloga. Contiene 70 composiciones musicales, muchas anónimas, 54 de ellas con letras (en español, en gallego y catalán); que exista nos ayuda a conocer más la música que se cantaba en las calles y cortes españolas de la época imperial. De las manos que compilaron las piezas y de cómo llegó a Suecia este impreso sabemos muy poco, pero el nombre propio de Mitjana, su descubridor, es clave en la conservación de este cancionero cuya estirpe, difusión y circulación es oscura.
Piso la nieve al salir de la biblioteca y una vaga analogía me trae a la memoria el recuerdo del documental de David Trueba Si me borrara el viento lo que yo canto (2019). Varios componentes se repiten: en lugar de un cancionero del siglo XVI nos referimos al vinilo de 1963 del que se habla en ese documental. De nuevo hay música, hay anonimia y hay una conexión entre España y Suecia. Esta vez no hay un buque imponente, sino un Renault 4 en cuyos bajos cruzó escondido un magnetófono desde Madrid a Estocolmo. Dos periodistas suecos hicieron un viaje de ida y vuelta desde la capital sueca a Madrid para grabar clandestinamente las canciones de protesta del genial Chicho Sánchez Ferlosio y difundirlas en un disco que triunfó en Escandinavia bajo el título Canciones de la resistencia española. Su compositor y cantante fue presentado en el disco como anónimo, su identidad se reveló al instaurarse la democracia en España. La sensibilidad de los suecos con la situación de España bajo el franquismo se despertó con ese disco y mientras que en España nos deslumbrábamos con las rubias suecas y sus bikinis, desconocíamos que al aterrizar de vuelta en Estocolmo los turistas suecos se topaban con que muchos de sus paisanos los esperaban en el aeropuerto con carteles de reproche en que los acusaban de estar regalando divisas a Franco.
Yo misma estoy en ese aeropuerto ahora, ya de vuelta de las jornadas sobre enseñanza del español que me han traído a Suecia y que me han hecho conocer a decenas de profesores provenientes de España, de México, de Rumania, de Argentina... y de Chile. Por este mismo aeropuerto, a partir de 1973, en Suecia entraron miles de chilenos. Con el decidido apoyo del Gobierno de Olof Palme, muchos chilenos se instalaron en Suecia, huyendo del garfio de la represión de Pinochet. El embajador sueco en Chile, Harald Edelstam, fue en Santiago el providencial Schindler de los chilenos atemorizados por la dictadura militar y facilitó que huyeran de su país y escaparan a Suecia. Cerca de 60.000 chilenos o descendientes de chilenos viven actualmente en Suecia; sus casos nos sirven para estudiar científicamente eso que en la Lingüística llaman “lengua de herencia”, la lengua que se aprende en casa dentro de un entorno social que tiene mayoritariamente otro idioma. El español de los chilenos suecos es una de esas lenguas de herencia. El término es científico y, al mismo tiempo, poético y entendible.
Otro de esos términos científicos que resultan claros para el no especialista es “lealtad”. Cuando los hablantes salen de su zona de origen y llegan a una sociedad que no comparte su lengua, los lingüistas estudiamos si la mantienen en casa, si la usan con sus hijos en el nuevo territorio, si los nietos terminan olvidando la lengua de herencia y la cultura de la que procedían. Suele ocurrir que la condición socioeconómica de partida y la cultura lingüística que se trajera de casa determina la conservación de la lengua de herencia, la lealtad a ella, en las segundas o terceras generaciones. Medir la lealtad lingüística ayuda a valorar la relación con la sociedad de procedencia y de destino.
Aunque la palabra “lealtad” tenga en la lengua común resonancias positivas, en Lingüística se emplea como un elemento medible y cuantificable que se estudia a partir de las historias de vida de las familias. Pero hoy quiero desposeer a esta palabra de su valor técnico y quiero hablar de las lealtades que personas concretas, hispanohablantes o no, han tenido con elementos fundamentales de nuestra historia cultural: nuestros impresos antiguos, nuestras disidencias, nuestras penalidades.
El avión está bajando en altura. La escritura me asegura lo que quiero honrar como recuerdo de este viaje, la memoria de todas estas personas leales en Suecia: los dos diplomáticos, el español Mitjana y el sueco Edelstam, los suecos anónimos que iban con carteles de denuncia al aeropuerto y que no veían en España solo el sol maravilloso que a ellos les faltaba sino la libertad que nos faltaba a nosotros, los periodistas que viajaron a España para grabarle un disco a un disidente, los suecos chilenos que cerraban la puerta de casa y escuchaban a Víctor Jara, una profesora balear que me contaba allí que sigue usando el catalán con sus niños en casa. No siempre tengo claro qué es la patria pero estas lealtades se acercan mucho a mi idea de patria.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre bancos y banqueros. [Publicada el 30/08/2012]










Reedito mi entrada de fecha 1 de marzo de 2009. No creo que haya perdido la más mínima actualidad; al contrario, pienso que con el tiempo, tres años y medio después de su publicación, la catástrofe que se anunciaba como probable se ha cumplido y ha sido mucho peor de lo previsto. Casandra, una vez más, tenía razón.
"Al principio los bancos sabían lo que vendían, y los clientes lo que compraban. Después pasamos a una fase en la que los bancos sabían lo que vendían pero los clientes no sabían lo que compraban. Y desde hace tiempo ni los bancos ni los clientes tienen idea de nada". Quién pronunció tan rotunda frase fue nada menos que Pedro Solbes, exvicepresidente del gobierno español y exministro de Economía y Hacienda. La cita está en El País del 1 de marzo de 2009, en un artículo firmado por J.G., titulado "Nacionalización o bancarrota", que reproduzco más adelante, y al que he añadido el titulado "Regla número 1: no compre nada que no entienda", escrito por David Fernández y publicado también en El País del día 13 de ese mismo mes y  año.
No hace falta ser Charles Darwin para darse cuenta de que la vida es "cambio". Tampoco hace falta ser muy listo para percibir que esos cambios unas veces salen bien y otras salen mal. Cuando yo comencé a trabajar en la banca (con dieciocho años recién cumplidos) en las oficinas no había calculadoras electrónicas, ni fotocopiadoras, ni ordenadores. Todo se hacía a mano o con unas impresionantes máquinas de escribir, que no fallaban nunca. Íbamos todos al trabajo con chaqueta y corbata, tratábamos a los clientes de usted, les respetábamos porque eran de quiénes comíamos, les vendíamos lo mejor de nosotros y de nuestros productos, y no les engañábamos jamás. Se pagaban las horas extras que se hacían (mal, pero se pagaban). Y cuando se entraba a trabajar a un banco, sabías que era para toda la vida a menos que metieras la mano en la "caja"... ¡Qué tiempos! Los empleados de una oficina eran como una gran familia. Claro, como en todas las familias, había algún cabrón que otro, pero se podía lidiar con ellos...
El cambio llegó, pero no fue con las calculadoras electrónicas, las fotocopiadoras multifunción o los ordenadores y las pantallas de última generación: llegó cuando se estableció la convicción que el cliente estaba para explotarle, el personal para estrujarlo, las oficinas para vender vajillas y electrodomésticos, los directivos para manipularlos con las retribuciones por objetivos, y los jefes y jefecillos para hacer cualquier tarea, reconvirtiéndolos en "oludis" (Objetos Laborales de Uso Discrecional). El caso era ganar dinero como fuera, con buenas prácticas, malas prácticas, o mediopensionistas prácticas. La más usual, hacer creer al cliente que lo que el banco le ofrecía era lo mejor para él... Y lo era: para el banco, por supuesto; no para el cliente. Si salía bien, y colaba, ascendías un puesto; si salía mal, y no colaba, a la calle. Recursos Humanos y Dirección Comercial miraban para otro lado y se ponía a buscar otros mirlos (entre el personal y entre los clientes). Ellos nunca eran responsables de nada. Supongo que era de esperar que aquellos lodos trajeran estos barros... Estamos en la Tercera Fase que enunciaba Pedro Solbes . Y tengo la impresión de que ni Dios sabe que va a pasar. Personalmente pienso que la nacionalización no garantiza que la banca se gestione mejor; quizá que se corrompa más aún. Pero pase lo que pase, espero que sea para bien y que volvamos a la Primera. La vida no es más que un eterno retorno. No creo que los banco vayan a escapar a esa ley. 
Sean felices, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt 












sábado, 11 de febrero de 2023

Del pesimismo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Benigno Pendás, va del pesimismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Contra el pesimismo estéril
BENIGNO PENDÁS
01 DIC 2014 - El País
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La desilusión política es un fenómeno palpable, en las encuestas y en la calle. Sucede en España y en otras democracias maduras y estables. El malestar está ahí. Gentes (en otro tiempo) sensatas muestran su indignación con palabras gruesas que convendría evitar, porque unas veces se traducen en propuestas de regeneración, pero otras muchas sirven de sustento al populismo antipolítico. Si los partidos sólidos no ofrecen respuestas, el peligro acecha por todas partes. Vivimos en sociedades emotivas que buscan y encuentran culpables, casi siempre por méritos propios. Es fácil predicar el apocalipsis y anunciar el colapso del sistema, incertus quando. Pero los profetas siempre se equivocan en materia social y política.
En todo caso, algún elogio merece la sociedad española, capaz de rechazar el populismo de derechas, a diferencia de nuestros ilustres socios en la Unión Europea. En cambio, es muy preocupante la puesta en escena de un populismo de izquierdas, impropio de un país fiable, en el marco de una operación que apunta maneras al estilo de Gramsci. La reacción frente a ciertos despropósitos será un buen índice de la capacidad real para consolidar nuestra modernización. O si se prefiere, en términos orteguianos, para medir “la altura de los tiempos” en esta encrucijada histórica, tal vez un genuino umbral de épocas.
La afición de los españoles por hacer borrón y cuenta nueva parece un “invariante castizo” (como decía Fernando Chueca respecto a la arquitectura) del carácter nacional. Menos mal que tal carácter no existe, como demostró el recordado Caro Baroja, y por tanto está en nuestras manos hacer bien las cosas. Por eso, el pesimismo es estéril: en el fondo, una manera de eludir responsabilidades por medio de desahogos personales que a estas alturas no engañan a nadie. Hay que superar una minoría de edad culpable, en términos kantianos, imposible de justificar para una sociedad desarrollada en pleno siglo XXI. Es hora de actuar con madurez, al margen de sueños cargados de buenos propósitos. La adolescencia perpetua es una herencia de la posmodernidad que no nos podemos permitir en tiempos de crisis. No hay que pasar de la euforia a la impotencia sin buscar un acomodo razonable en alguna de las estaciones intermedias en los estados de ánimo colectivos. Como siempre, la moderación es mejor que la intransigencia. O, si se admite el oxímoron, la gravedad de la situación nos invita a ser radicalmente moderados.
La adolescencia perpetua es una herencia de la posmodernidad que no nos podemos permitir en tiempos de crisis
“La historia no termina en el futuro, sino en el presente”, dice con razón Collingwood. Por eso, construir desde el pasado reciente es la mejor respuesta al desafío. Los españoles conseguimos saldar en la Transición una vieja deuda con la libertad política. Frente a los tópicos, a veces bien ganados, España pasó a ser arquetipo del cambio (sustancialmente pacífico) de la dictadura a la democracia. Esta sociedad supo ser generosa y valiente. Nos quedan un orgullo legítimo y una lección, sin embargo, mal aprendida.
Sabemos hacer las cosas razonablemente bien, como es propio de la política, espejo de la vida. La reforma fue un acierto y la ruptura hubiera sido un error de alcance histórico. Aquí y ahora: las señas de identidad de la Constitución siguen siendo válidas, pero hay instituciones que rinden mejor y otras que (notoriamente) precisan una revisión. Hay un amplio margen de mejora por la vía del sentido común y la ejemplaridad personal. Para practicar las virtudes de la sensatez, conviene ser conscientes de que falta el proyecto sugestivo que animó la Transición: ser como los demás europeos. Ya lo hemos conseguido.
Vamos a lo práctico. ¿Reforma de la Constitución? Todos aceptamos con naturalidad el argumento de Thomas Jefferson: no society can make a pepetual constitucion… Pero el asunto es muy serio y no nos podemos equivocar. Así pues, sosiego y prudencia, también paciencia, para generar un consenso social que produzca acuerdos eficaces. Entre el inmovilismo y las aventuras sin final conocido hay un amplio terreno para avanzar en reformas útiles. Es hora de trabajar para lograrlo. No podemos salir de viaje sin saber cuál es el destino. Aquí no juegan las aventuras románticas ni las emociones vitales, sino una suerte de razón instrumental. Si se permite la ironía: prefiero aburrirme con Rawls antes que disfrutar con Nietzsche. Me refiero, claro, a la vida política, al margen de preferencias subjetivas.
En definitiva: es tiempo de plantear alternativas sensatas, pero conviene esperar al momento apropiado para mover las piezas sin caer en riesgos inútiles. Entre otras cosas, no nos engañemos, porque cuando se habla de reforma todos pensamos en el modelo territorial, en clave autonómica, federal o confederal; o, ya puestos, con intención centralista o independentista, dos opciones indeseables. Otros asuntos tan relevantes como la sucesión a la Corona, la Unión Europea o la propia regeneración democrática apenas sirven de complemento circunstancial. En política, el bálsamo de Fierabrás no existe. Sobre todo —para acabar también con Don Quijote— en estos tiempos de encrucijadas y no de ínsulas.
Necesitamos sosiego y prudencia, también paciencia, para generar un consenso social que produzca acuerdos eficaces.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Berlusconi y la idiotización de la sociedad. [Publicada el 27/01/2011]











Ya he escrito en otras ocasiones sobre el personaje, pero recuerdo con especial cariño mis entradas del 20 de febrero de 2010: "Un gesto inapropiado", y del 18 de mayo de 2008: "Ensoñaciones", así que a ellas me remito y no creo que tenga mucho que añadir sobre él. Silvio Berlusconi  ha logrado, desde que se hizo con la presidencia del gobierno, lobotomizar a la sociedad italiana, prostituir a la república y sodomizar a su clase política. Y encima, que le aplaudan. Todo un récord difícil de igualar por ningún otro gobernante en ejercicio. Pero algo parece moverse en el seno de la sociedad italiana: lobotomizados, prostituidos y sodomizados comienzan a estar hartos del susodicho. La clase política le planta cara, las instituciones de la república le buscan algo más que las cosquillas, y la sociedad civil, con las mujeres al frente, le grita ¡basta ya! 

En mi último viaje a Italia, hace cuatro años, trabé una cierta complicidad amigable con una de nuestras guías, una atractiva joven italiana, con buen acento español, que no podía tener más de allá de 22 o 23 años. Se iban a celebrar en aquellos días elecciones generales en Italia y le pregunté su opinión sobre las mismas, las posibilidades de la izquierda de ganarlas y sobre lo que pensaba de Berlusconi. Para mi sorpresa, aquella dulce señorita  comenzó a despotricar contra la izquierda italiana, a la que responsabilizaba de todos los males de su patria, y a cantar alabanzas sobre el hombre que iba a salvarla, que no era otro que Silvio Berlusconi... Evidentemente, en cuanto pude desvié la conversación hacia las rivalidades manifiestas entre Rafael Sanzio y Leonardo da Vinci, o sobre la historia de Antinóo y el emperador Adriano, que tan bien conocía gracias a la preciosa "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar, quizá, o sin quizá, uno de los libros que más profunda impresión me han causado nunca, y no volví a sacar a relucir mi interés por la política italiana.

Pero sí, las cosas han comenzado a cambiar en Italia. Y han sido las mujeres las que han dado el primer paso. Una crónica de la periodista italiana Lucía Magi: "Las curvas antes que el currículo", y un artículo de Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política en la UNED y miembro del Consejo de Estado: "¿Se puede caer más bajo?", daban cuenta de ello en el diario El País de antes de ayer. No es posible saber cuanto más tardará en acabar "Il Cavaliere" en manos de la justicia italiana, pero que cae, seguro. Al menos, yo así lo espero. Por pura higiene mental, y por Italia, a la que amo como una segunda patria, quizá también por deformación profesional como historiador.

Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 10 de febrero de 2023

Del escritor Vargas Llosa

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Enrique Krauze, va del escritor Vargas Llosa. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Universalidad de Vargas Llosa
ENRIQUE KRAUZE
09 FEB 2023 - El País

El muchacho peruano que vivía en París cuando París era una fiesta, el joven que seguía los debates de Sartre y Camus, el novelista formado en la lectura de Victor Hugo y Flaubert, el lector que soñaba en emular el heroísmo de Malraux, construiría con el tiempo una obra que merecería lo que ningún autor que no escribiera en francés, desde hace siglos: el ingreso a la Academia Francesa. Francia, capital de la cultura occidental, honra la universalidad de Mario Vargas Llosa, escritor que desde la particularidad peruana y latinoamericana ha iluminado temas permanentes de la condición humana.
Constelación de novelas, cuentos, dramas, comedias, ensayos, su obra es una literatura. Como tantos otros, he vivido leyéndola por más de medio siglo. Me conmovió la fibra moral de sus primeras novelas, escritas bajo el aliento apasionado, muy francés, de la indignación social. Celebré la vena lúdica y sensual de sus novelas amorosas, ese bendito recurso de escapar de la realidad para imaginar vidas atadas al deseo. Imaginarlas y contarlas, con recursos flaubertianos y prosa límpida. Me cimbró La guerra del fin del mundo, ambiciosa y épica como Los miserables, referida a una rebelión premoderna que entonces pareció remota pero que, con el tiempo, resultaría premonitoria.
Lo seguí en sus batallas ideológicas de los ochenta, cuando tras atestiguar los horrores de Sendero Luminoso escribió Historia de Mayta, encarnación del guerrillero enamorado de su pureza moral a quien de pronto asalta la verdad de sus propios errores, irrealidades, dogmatismos y crímenes. En El pez en el agua asistí a la confesión sobre el primer dictador que confrontó Vargas Llosa, su propio padre, cuyos abusos le revelarían la entraña última de las desgracias del continente, la filiación del poder. La derivación natural tenía que ser La fiesta del Chivo, novela cumbre inspirada por la filiación contraria, la de la libertad. A diferencia de otros novelistas célebres de nuestra lengua cuyas obras revelan una atracción casi erótica por el poder, la creación de Vargas Llosa diseccionaba el poder como el cirujano el cáncer, no para regodearse en su malignidad asesina sino para evidenciarla, exhibirla y extirparla. Poder o libertad: ¿no ha sido el dilema central de toda sociedad civilizada? Y la literatura, ¿no es el antídoto universal contra el veneno del poder?
El viento de la historia universal lo arrastró sin descanso. Y el viento no cesa. Vargas Llosa ha vivido bajo el asedio de ejércitos fanatizados que en el siglo XX rindieron pleitesía a los dictadores totalitarios (Lenin, Stalin, Mao, Castro) y ahora reverencian a sus caricaturas populistas. Él responde escribiendo. El bastión de libertad permanece. Vargas Llosa, que por convicción defendió por una década la Revolución Cubana, se separó de ella porque su sentido de la autenticidad era incompatible con la mentira radical del castrismo. Pero no por eso olvidó la desdicha de nuestros países. ¿Cuál podía ser la salida? En una relectura reciente, entendí que La guerra del fin del mundo fue clave en su búsqueda. Y su hallazgo ha cobrado una inquietante vigencia.
La novela, se recordará, ocurre en los remotos sertões brasileños pero su drama es universal: la batalla entre la razón y la fe. El corazón de Vargas Llosa (y el de lectores como yo) estaba con los condenados de nuestra tierra, los seguidores de Conselheiro, el redentor de Canudos, a quien rodeaba un pueblo sufriente, pobre, que pocos autores han recreado con tal piedad. Frente a ese vasto fenómeno de la fe se alzaba la fría y geométrica Razón, que un Gobierno republicano busca imponer a sangre y fuego. El “periodista miope” que protagoniza la novela entiende que una oposición así, entre el llamado milenarista de la tribu y los preceptos racionales y modernos, no puede llevar sino a una conflagración total, final. “En Perú, tenemos un Canudos vivo en los Andes”, declaró entonces Vargas Llosa. Pero ¿qué hacer?
Llegó entonces —me parece— su momento de la definición, que ilumina nuestra circunstancia actual. Por más atractivo que resulte el mundo encantado del mesianismo, con sus comunidades fervorosas y sus liderazgos carismáticos, si creemos en la posibilidad de una vida común pacífica, civilizada, libre, fraterna, digna e incluso próspera, estamos moralmente obligados a desencantarlo mediante la razón. La fe atañe a la relación del hombre con Dios, no a la polis. Al concluir esa novela, y al confrontar el proyecto que el marxismo (milenarismo disfrazado de racionalidad) tenía para el Perú y América Latina, Vargas Llosa desembocó en la convicción de que no había mejor opción para el reino de este mundo que la modesta utopía republicana, democrática y, sobre todo, liberal. ¿Cómo acercarla a los miembros de la tribu, sin imponerla? ¿Cómo lograr que no se rindan a nuevos mesianismos políticos? Sigue siendo el tema de nuestro tiempo.
Pero hoy es día de fiesta. Hoy la Academia Francesa reconoce la universalidad de Mario Vargas Llosa y se reconoce en ella. No es el poder el protagonista de esta historia. Es la literatura, vida en libertad.





























[ARCHIVO DEL BLOG] El día de la ignominia. [Publicada el 22/02/2009]











Mañana se cumplen 28 años del intento de golpe de Estado conocido en España con el nombre de "23-F". A estas alturas, ya es historia. Los responsables fueron juzgados, condenados, cumplieron sus penas o fueron indultados cuando el Gobierno lo consideró conveniente. Pero es una fecha para el recuerdo. Recuerdo para el que yo no guardo ningún sentimiento especial salvo el de la enorme vergüenza que sentí aquella tarde-noche de 1981. Hasta que el Rey pudo leer su discurso por televisión. Como para muchos españoles, para mí, con él, terminaba la zozobra, pero la vergüenza persistiría por mucho tiempo. Mejor dicho, todavía persiste, porque aunque me resisto a ello, cuando ponen las imágenes de aquellos traidores a su patria, su rey, sus conciudadanos y su honor, asaltando a tiro limpio el Congreso de los Diputados, se me viene el rubor a las mejillas y la vergüenza me impide articular palabra. Aquella tarde estaba esperando en la biblioteca del Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en la calle Luis Doreste Silva, de Las Palmas, a que fuera la hora del coloquio programado de la asignatura de Geografía e Historia que correspondía aquel día. Un alumno llegó a la biblioteca y comentó que habían asaltado el Congreso en plena sesión de investidura de Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Bajé enseguida al coche, que tenía aparcado en la puerta misma del Centro, y me puse a oír emisoras de radio. Ninguna era capaz de concretar nada, salvo que se había interrumpido la sesión en el Congreso ante la entrada de guardias civiles armados, que había habido disparos... Y poco más. Busqué un teléfono público y llamé a casa. No me contestó nadie, y entonces me acordé que aquella tarde mi mujer había quedado en visitar a algunos clientes con el director regional de la empresa para el que ella y yo trabajábamos en aquel entonces. Volví a casa tras recoger a nuestras hijas, de 12 y 2 años. Estaban su abuela, que vivía en nuestra misma calle, a unos cinco kilómetros como mucho de la universidad, en el extremo sur de la ciudad de Las Palmas, frente al mar. Mi mujer volvió poco después, no sabía nada sobre lo que había ocurrido, así que nos pusimos a oír la radio. Llamamos, sin problema en las líneas a mis padres y mis dos hermanos, que vivían en Madrid. Nos contaron que las calles estaban tranquilas, y la gente atenta en sus casas, pegadas a las radios en espera de noticias que no llegaban. No logro recordar que tipo de sentimientos me embargaban en ese momento. Desde luego no eran de temor, miedo o algo similar, a pesar de ser sindicalista en activo con responsabilidades de ámbito provincial en una de las federaciones de industria de la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato hermano del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el partido mayoritario de la oposición. Más bien de incredulidad, estupor y vergüenza; sí, mucha vergüenza, porque de nuevo España fuera protagonista de una asonada militar a lo siglo XIX. Lo había estudiado en profundidad por aquellas fechas en la universidad y el recuerdo era irremediable. La angustia y la incertidumbre duraron hasta el momento de ver al Rey por televisión. Después de verlo nos fuimos a dormir, agotados pero tranquilos. El golpe, o lo que intentara ser, estaba claro que había fracasado. A la mañana siguiente acudimos a nuestro trabajo, no como siempre de ánimo, pero acudimos. A medida que fueron transcurriendo las horas, el intento de golpe de Estado fue tomando el formato de un esperpento valleinclanesco. Ver salir por las ventanas del Congreso, arrojando sus armas al suelo, a numerosos guardias civiles de los que habían participado en el asalto, que se entregaban brazos en alto a las fuerzas de policía que rodeaban el edificio, era un espectáculo en el que uno, como espectador, no sabía muy bien si reír o llorar. Hace unos días Televisión Española (TVE1) puso una mini serie de ficción de dos capítulos titulada "23-F: El día más difícil del rey", dirigida por Silvia Quer, que ha batido todos los récords de audiencia del país durante las dos jornadas en que se emitió. Aunque algunos medios la han tildado de oportunista y falta de rigor, a mi, personalmente, me gustó y me emocionó. Y por el número de espectadores que la vieron, parece que también interesó a bastantes españoles. Quiero suponer que sobre todos a los que por aquellos años teníamos ya edad suficiente para darnos cuenta de lo que pudo suponer. ¿Recuerdan ustedes que pensaron o sintieron durante esas horas entre el 23 y 24 de febrero de hace 28 años? Si quieren contarlo tienen esta página a su disposición. Sean felices. Tamaragua. HArendt