sábado, 11 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 11 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt


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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Política] De nuevo sobre la reforma electoral







Alberto Penadés de la Cruz


Los cambios radicales en política siempre son una aventura hacia lo desconocido de difícil evaluación previa sobre sus consecuencias. A toro pasado, por supuesto, todos sabían lo que iba a pasar... Que España necesita cambiar su sistema electoral general, no lo duda nadie; ni siquiera los beneficiarios actuales del mismo, aunque muchos, sino todos ellos, aceptan su necesidad con la boca pequeña, como para complacer a los que lo piden pero sin elevar el tono de voz lo bastante como para resultar audibles a los ciudadanos. Por eso, algunas doctrinas políticas, como el utilitarismo, o los embargados por un sano escepticismo, como yo, preferiríamos que los radicales cambios necesarios en la política española se hagan con cuentagotas, sin prisas pero sin pausas. Pero de una vez por todas. Y para comenzar, revisando el sistema electoral, que como saben los lectores asiduos del blog, es uno de mis caballos de batalla. El otro es el de la Administración de Justicia, pero de ese hemos escrito hace nada y no conviene estar mareando todo el tiempo la misma perdiz.

Alberto Penadés de la Cruz, licenciado en Filosofía, Doctor en Ciencias Políticas y profesor titular en el Departamento de Sociología y Comunicación de la Universidad de Salamanca, especializado en políticas comparadas, estudios electorales, teoría política y sociología analítica es uno de esos pensadores gradualistas que defiende una reforma parcial, pero sustancial, del régimen electoral español. Lo hace en un interesante artículo en El País, titulado Votar sin distorsiones, en el que se centra su propuesta en el cambio de tamaño de las circunscripciones electorales y la supresión de las listas bloqueadas. 

Hay al menos una buena razón para no cambiar lo esencial del sistema electoral español, dice al comienzo del mismo, dos buenas razones para reformarlo, y una solución que responde a todo a la vez. O de esto les quiero convencer, añade, porque van a empezar a escuchar otras cosas bien distintas en el debate que puede abrirse tras las elecciones.

La tarea más importante del Congreso es elegir y sostener a un gobierno, en eso consiste la democracia parlamentaria, continúa diciendo. Pensar en la reforma electoral sin poner este hecho en primer lugar es algo frívolo. El sistema electoral español es uno de los que mejor se las han arreglado para encontrar un virtuoso curso medio entre los objetivos de gobernabilidad y representatividad, que es lo que buscan casi todos los sistemas del mundo. Para equilibrar ambos fines, es común que las democracias empleen artificios tales como barreras legales (realmente) excluyentes, sistemas de doble capa de diputados con doble contabilidad de votos, como en los sistemas mixtos, o incluso de doble voto -como en el extravagante sistema alemán- cuando no apaños como los premios de mayoría de Grecia o Italia. Los ciudadanos no entienden la mayoría de estas reglas, ni después de muchos años. Con acierto, algunos países, como España, resuelven la cuestión mediante distritos electorales de tamaño medio moderado; algo transparente, efectivo y poco manipulable. La circunscripción media tiene en España siete escaños y la mitad tienen cinco o menos.

Hasta hoy, continúa diciendo, los gobiernos los han puesto y quitado los votos de los ciudadanos (salvo por el relevo de Suárez) y ha habido claridad en la responsabilidad. España es el único país de Europa occidental en el que nunca ha habido un gobierno de coalición; y es uno de los países en los que más duran los Presidentes del Gobierno, solo por detrás de Alemania. Pero, al mismo tiempo, hemos tenido frecuentes gobiernos de minoría, que han gobernado mediante acuerdos, y el Congreso ha sido razonablemente representativo de todas las opciones políticas. Esto no es solo un efecto del sistema electoral, pero ha ayudado.

La primera razón para reformarlo, y aquí describe muy bien las maliciosas, por no decir perversas, consecuencias del sistema electoral vigente, es que el terreno de juego está inclinado: si el PSOE y el PP hubieran empatado a votos en las últimas elecciones -quedando lo demás igual- el PP habría obtenido nueve escaños más que el PSOE. Y si se hubiera producido un cuádruple empate, los llamados nuevos partidos (Ciudadanos y Podemos) habrían obtenido diez escaños menos cada uno que los partidos tradicionales (PP y PSOE). Además, aunque IU y Podemos hubieran sumado sus votos, logrando más que el PSOE, habrían obtenido menos escaños.

La no equidad entre partidos, aclara por si alguien no lo ha entendido todavía, se sigue de la desigualdad entre distritos. En algunos lugares el número de escaños es propio de sistemas muy proporcionales, en otros es muy mayoritario, y en otros, felizmente, intermedio. La variación misma hace que los costes de los escaños sean muy dispares, menores -pero difíciles de conseguir para los partidos pequeños- en el ecosistema mayoritario, y mucho mayores -pero los únicos accesibles, sumando mucho, para los partidos minoritarios- en los grandes. Por si fuera poco, se refuerza la desigualdad haciendo que los distritos pequeños estén sobre-representados y los distritos grandes infra-representados. Cataluña elige a 47 diputados, con 5,5 millones de electores; la suma de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón y La Rioja eligen a 70, con 5 millones. Esto no es inocuo: en estas cuatro comunidades, en torno al 45% de los votantes querrían suprimir las Comunidades Autónomas, mientras que en Cataluña los centralistas son cuatro veces menos.

La segunda razón para reformarlo, continúa diciendo, es la cuestión personal: España es uno de los pocos países que quedan donde los votantes solo pueden votar por listas. El voto personal no es un bien sin tacha, el voto de lista fue una conquista democrática, la de los programas sobre las clientelas. En la vida de los partidos, el óptimo se encuentra, aquí también, entre dos extremos: la política de facciones, el personalismo y los grupos de interés especiales; y el aislamiento de la sociedad, la ausencia de debates y el reclutamiento de medianías. A los ciudadanos les gustan los partidos disciplinados, pero también los buenos políticos que les dicen cosas útiles para entender sus preocupaciones. El sistema electoral no hace milagros, pero es hora de flexibilizar las listas, haciendo que sea posible expresar un voto de preferencia por alguno de los candidatos, como se hace, por ejemplo, en Suecia. Esto podría mejorar la selección de los políticos, y sin duda aumentaría la satisfacción de los votantes.

Se puede, por último, cumplir con todo a la vez, dice más adelante. Para nivelar el terreno, se pueden crear circunscripciones iguales, en torno al tamaño medio de siete escaños, lo más parecidas posibles entre sí, partiendo de las demarcaciones autonómicas y con un reparto proporcional a la población. No existe forma de evitar los sesgos del sistema, que favorece el voto rural sobre el urbano, y el voto del interior sobre el de la periferia, salvo eliminando las provincias como demarcación electoral. Esto supondría una redistribución pues, por ejemplo, a Castilla y León no le corresponderían 32 sino 19 escaños, y a Cataluña no 47 sino 57. Los escaños se dividirían en circunscripciones que representen agrupaciones de municipios o, en el caso de las grandes ciudades, de distritos urbanos. Castilla y León tendría tres circunscripciones y Cataluña tendría ocho. Dentro de algunas Comunidades también habría redistribución, como en Cataluña, donde la mayor parte de su interior formaría un único distrito, mientras que el litoral cercano a Barcelona se dividiría en múltiples circunscripciones.

Los límites pueden trazarse siguiendo criterios políticamente neutrales, si se evita que los políticos intervengan. Basta una comisión independiente y un buen programador con un mandato claro. En todo caso, los límites son menos susceptibles de manipulación que en el caso clásico de los distritos uninominales, en EEUU o Gran Bretaña, pues son distritos mucho mayores.

Es hora de flexibilizar las listas para poder expresar un voto de preferencia por algunos candidatos, añade. Además, las listas cortas harían que el voto personal tuviera sentido. Los ciudadanos podrían conocer a los candidatos y determinar el orden de los nombres propuestos por el partido, emitiendo un mínimo de votos de preferencia (digamos el uno o dos por ciento de los votos del partido). Pueden pensarse otras soluciones, como que el voto de preferencia sea obligatorio, pero es mejor ir paso a paso.

Se mantendría, por último, concluye diciendo, un parecido equilibro entre proporcionalidad y gobernabilidad, tal vez con más dificultad para lograr mayorías absolutas y un mejor acomodo de hasta cuatro partidos. Se conservaría lo mejor y se reformaría lo peor. Sin más aventura que la necesaria desaparición de las provincias y sin intentar que el sistema resuelva problemas que no son suyos, porque eso suele ser peor que no hacer nada.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 10 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 10 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Reedición] Otro mayo más...



Escena de la película "Soñadores" (B. Bertolucci, 2003)


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican sin periodicidad fija, conservan su título, fecha y numeración y pueden variar ligeramente en su contenido sobre el publicado originariamente. Disfrútenla de nuevo si lo desean.   
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Escribo desde la euforia contenida y respetuosa, como no podía ser menos, de esos inolvidables 0-4 del Real Madrid al Bayern en Munich y del 1-3 del Atlético de Madrid al Chelsea en Londres, que lleva a dos equipos españoles, de una misma ciudad, a una final inédita en la historia de la "Champions". No es el fútbol un deporte que me apasione especialmente -en realidad no me apasiona ninguno y me gustan unos pocos, muy pocos- pero acontecimientos como este no se ven a menudo y conviene disfrutar los escasos momentos de alegría que la actual vida de zozobra continuada nos ofrece. 

Entre esos escasos momentos felices, en mi caso al menos, están los que me proporciona la lectura. Acabo de leer un estimulante librito de Fernando Savater, Figuraciones mías, que espero comentar próximamente; otro de Catherine Pozzi, Agnès (Periférica, Cáceres, 2013), que fue un texto de culto en la Francia del primer tercio del pasado siglo, y ahora mismo estoy enfrascado con el Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental seguido de Reflexiones sobre la revolución húngara (Encuentro, Madrid, 2007), de mi siempre admirada Hannah Arendt.  

No comienza mal el mes de mayo, un mes especial, sin duda. Lleno de recuerdos entrañables y reminiscencias infantiles. La de mi concepción, de la que no guardo recuerdo alguno por razones obvias; y la de los escolares meses del "Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es"... Y el de las Primeras Comuniones, la propia y las de los hijos. Pero la edad de la inocencia pasa inexorablemente con los años, y como el honor en la Guardia Civil, una vez perdida, resulta imposible de recuperar.

Justamente en mayo de hace unos años comentaba en el blog que a mí el pasado no me producía melancolía o nostalgia. Que no era de los que dicen que "todo tiempo pasado fue mejor", pero, eso sí, que las conmemoraciones me ponían sentimental, quizá en exceso; quizá por culpa de llevar desde mi juventud una ordenada agenda en la que anoto cumpleaños, onomásticas, aniversarios y acontecimientos familiares y amigos de especial significado para mí.  

Mayo fue también, aquel mes de 1808 en el que el pueblo de Móstoles (Madrid), una localidad que no llegaba a los cien vecinos, escuchó el famoso bando de sus alcaldes llamando a la rebelión del pueblo español frente a la ocupación francesa. El aristócrata que lo redactó y los alcaldes que lo suscribieron, Juan Pérez Villamil, Andrés Torrejón y Simón Hernández, no creo que fueran conscientes de la trascendencia que ese bando tuvo en la historia posterior de la Guerra de Independencia. Reelaborada o no esa historia con posterioridad, su llamamiento a la insurrección prendió una mecha que dio paso a un sentimiento nacional que no existía hasta ese momento, y que cuatro años más tarde daría lugar al nacimiento de la Nación española y a la primera Constitución liberal de Europa, esa misma de la que escribía hace unos días en el blog. Hoy me ha dado por pensar en los sucesos que ocurrieron en Madrid en mayo de 1808 y no tengo muy claro, de haberme encontrado en ese momento y en ese lugar, que hubiera hecho yo. ¿Me hubiera puesto del lado de las gentes de orden, afrancesados en su mayor parte, horrorizados por el tumulto del populacho? ¿De parte de esos madrileños cabreados por la chulería de los gabachos y el secuestro de lo que quedaba de la Familia Real y su traslado a Francia? ¿O como hicieron la mayoría de los madrileños me hubiera quedado en casa, asustado, y viéndolas venir?...

Unos años más tarde, en 1968, también en mayo, y con la madurez recién estrenada, me acometió el fervor revolucionario. Era, a mis 22 años, completamente feliz. El año anterior había terminado mi primera titulación universitaria; tenía un buen trabajo; me había traslado a vivir desde Madrid, la que había sido mi ciudad durante diecisiete añosa Gran Canaria; me había casado con una compañera de trabajo que sigue siendo la mujer y compañera de mi vida y estaba a punto de nacer mi primera hija; y a cubierto de todo temor asistía emocionado a las revueltas estudiantiles de Berkely, en California, y en muchas otras universidades europeas que culminaron con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París que a punto estuvieron de acabar con la V República. No estuve allí físicamente pero sí, o casi, en espíritu. Al menos en espíritu, sí... 

De todo lo que se contó, se supo, se fabuló sobre Mayo del 68, me quedo con dos anécdotas: La primera, la película "Soñadores" (2003), de Bernardo Bertolucci, con una sensacional y espléndida Eva Green de la que los franceses -siempre tan suyos- dicen (o decían) que tenía los senos más hermosos del cine mundial; la segunda, el lema oficioso de la revuelta estudiantil, promulgado en la Universidad de la Sorbona por un genial publicista anónimo provisto de un aerosol: "Sous les pavés, la plage" (Debajo de los adoquines está la playa)... La playa no apareció, pero los adoquines sirvieron para levantar una barricada infranqueable para los antidisturbios. Y cuando todo terminó, nunca más fueron repuestos... Por si acaso... ¿Qué queda en nosotros, casi setentones ya, de aquel espíritu de Mayo del 68? Me temo que nada, o más bien poco... Pero aun visto desde lejos, fue precioso y emocionante.

Pues nada, bienvenido sea este nuevo mes de mayo. Y ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




París, mayo de 1968



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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 1 de mayo de 2014

jueves, 9 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 9 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 8 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 8 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[Pensamiento] ¿Qué Europa queremos?



Loukas Tsoukalis


Si hace unos días escribía sobre los problemas y vicisitudes de la democracia española y de la opinión al respecto de la profesora Adela Cortina, hoy lo hago sobre los problemas y vicisitudes del proyecto de integración europeo, que hace aguas por todas partes, sin visos de solución: "El proyecto europeo está en un aprieto: es difícil avanzar y da miedo retroceder. En algunas políticas necesitaremos más integración, en otras menos; y seguramente habrá que establecer más diferencias entre los miembros", dice Loukas Tsoukalis, profesor de Integración Europea en la Universidad de Atenas y director del principal laboratorio de ideas griego (ELIAMEP), en un reciente artículo en el diario El País, y que este mes de junio publica su libro In Defence of Europe. Can the European Project Be Saved? en la prestigiosa Oxford University Press.

¿Qué Europa queremos?, se pregunta el profesor Tsoukalis al inicio de su arttículo. Zarandeada por diversas crisis, dice, hacía tiempo que no veíamos a Europa tan débil y dividida. La gran crisis financiera internacional iniciada en Estados Unidos no tardó en convertirse en una crisis existencial para el euro y para la integración europea en su conjunto. Seguramente, fuera mala suerte que la primera gran prueba a la que tuvo que enfrentarse esa joven divisa coincidiera con el peor estallido de una burbuja financiera desde 1929. Con todo, los europeos estaban totalmente desprevenidos: su moneda carecía de las instituciones y la legitimidad política que debían sustentarla. Durante un largo periodo se negó la verdadera naturaleza de la crisis, achacándola a la laxitud fiscal (algo bastante cierto en Grecia, pero seguramente no en España o Irlanda); a continuación, en nombre de la austeridad, se aplicó una combinación errónea de políticas que agravó y prolongó la recesión. La eurozona lo ha pagado caro: ha perdido producción y puestos de trabajo, pero ha visto incrementarse las disparidades económicas y la fragmentación política, a escala nacional y europea.

La implosión de los vecinos de Europa, sigue diciendo, es un ejemplo más de mala suerte (¿cuántos van?), conjugada con años y años de políticas fallidas, que les ofrecían incentivos para ser “como nosotros”. Son países con instituciones débiles y políticos corruptos, encuadrados en la categoría de perdedores de la globalización. En concreto, el mundo árabe debe elegir de nuevo entre la dictadura y el Estado fallido, mientras la frustración acumulada se convierte en fanatismo religioso. Las placas tectónicas se desplazan y Europa acusa los temblores. Esa implosión nos está trayendo a multitud de refugiados e inmigrantes, y también a terroristas que hacen causa común con los nacidos aquí. Entretanto, el poder blando anhelado por Europa se ha convertido en algo difícil, quizá imposible de conjugar con la enérgica Rusia de Putin. Parece que el mundo exterior ni siquiera está dispuesto a permitirle a Europa que entre elegantemente en decadencia.

A las sucesivas crisis europeas de los últimos años, continúa, se ha añadido un problema de más larga duración: la creciente dificultad que conlleva compaginar los mercados globales con las democracias nacionales cuando el crecimiento es (como mucho) reducido y las desigualdades internas aumentan. La globalización y el cambio tecnológico tienen efectos dispares, que el neoliberalismo no ha hecho más que agravar. Los perdedores de nuestros países no suelen distinguir entre globalización e integración europea, con lo que el ascenso del nacionalismo y del populismo han ido parejos a una paulatina erosión del apoyo popular a la integración europea. Con la crisis, esas tendencias se han acentuado.

Pero la unión no debe malograrse: es demasiado importante, y no solo para los países miembros, añade. Europa ha ido poniendo parches. Es natural, dado lo lento y engorroso que es el proceso decisorio en una UE que, compuesta por un centro y una amplia gama de intereses, no ha dejado de incorporar nuevos miembros. Hasta ahora, después de la reciente sucesión de grandes crisis y un debilitamiento de su legitimidad todavía más prolongado, la UE y la eurozona han salvado los muebles. Ha sido algo sorprendente para toda clase de agoreros, dentro y fuera del continente, y desde luego no es un logro desdeñable. Pero el proyecto de integración regional no ha salido indemne. Europa está en un aprieto: es difícil avanzar y da miedo retroceder. Entre una y otra posibilidad, hay una desventurada e inestable situación. Y con frecuencia parece que Europa espera resignada a que llegue el próximo accidente, que ojalá no sea el Brexit a finales de este mes.

Los desafíos son enormes, dice más adelante, y nadie puede realmente hacernos creer que las respuestas serán sencillas o fáciles de aplicar. ¿Cómo se puede recuperar el dinamismo en unas economías europeas mayormente lánguidas (afortunadamente, España no es una de ellas, por lo menos hoy en día)? Y, algo todavía más difícil, ¿cómo se puede conjugar el crecimiento con la inclusión social y el objetivo del crecimiento sostenible? ¿Cómo mejorar las perspectivas de las generaciones más jóvenes en unas sociedades europeas enormemente endeudadas y envejecidas? ¿Y cuánto espacio quedará para los inmigrantes? ¿Cómo podemos hacer más eficaz, más democrática y, por tanto, más legítima, la gobernanza de Europa (y del euro)? ¿Cómo conjugar el ascenso del nacionalismo con la necesidad, siempre creciente, de gestionar colectivamente la globalización? ¿Cómo responder a la enorme diversidad que habita en su seno y defender los intereses y valores comunes en un mundo inestable, que cambia con rapidez y en el que Europa podría ser (aunque aún no lo sea) uno de los grandes actores? Y si el lector piensa que la lista no es lo suficientemente larga, puede probar con otra, en este caso dedicada a cómo volver a encerrar en la botella al genio de las finanzas para evitar otra gran crisis en un futuro no tan lejano.

En algunas políticas necesitaremos más integración, añade, en otras, menos, y seguramente habrá que establecer más diferencias entre los miembros. El debate debería centrarse en qué clase de Europa queremos, no en si favorecemos una mayor o menor integración, que es un debate ya viejo. También deberíamos echarle más imaginación al asunto. Algunas de las premisas en las que durante décadas se ha asentado la integración europea han cambiado, así que hay que adaptarse.

Ahora el proyecto europeo suscita más división, concluye diciendo. Al mismo tiempo, en muchos países europeos se ha iniciado un gran proceso de realineamiento político cuyo fin no está próximo: quizá la sucesión de políticas fallidas lo haga inevitable, pero también será desordenado y, en algunos lugares, desagradable. Y podría volverse todavía más desagradable y peligroso para la democracia. Como tantas otras veces, Bruselas es un estupendo chivo expiatorio para nuestros políticos más irresponsables. El proyecto europeo no debe malograrse: es demasiado importante, y no solo para los europeos. Su destino lo determinará en gran medida la evolución interna de cada país europeo, seguramente más en unos que en otros. En lugar de denunciar sin más a los populistas y los nacionalistas xenófobos, sería mucho más constructivo comenzar a afrontar las causas del descontento popular, tanto nacionales como europeas. 



El Panteón de Agripa (Roma, Italia)



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Entrada núm. 2765
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martes, 7 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 7 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





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[Reedición] Sobre el gozo de leer y el riesgo de pensar



La Academia de Atenas (Rafael, 1512, Museos Vaticanos)


"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente, conservan su título, fecha y numeración original, y no cuentan en el cómputo general de entradas del blog. Disfrútenla de nuevo si lo desean.   

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Lo prometido es deuda, y las deudas siempre acaban por pagarse; unas veces gustosamente, y otras, las más, a la fuerza... Asi pues, como prometía en mi entrada anterior hoy voy a hablar con gusto del por mí siempre respetado profesor, ensayista y escritor Fernando Savater, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. O para resultar un poco más concreto de su libro Figuraciones mías (Ariel, Barcelona, 2013), que lleva como subtítulo el que he dado yo a esta entrada de hoy. Es un precioso librito de apenas un centenar y medio de páginas, recopilación de otros artículos suyos, que se lee con sumo placer y en los que me veo reflejado, por supuesto pálidamente, dada la inconmensurable distancia intelectual que nos separa, al compartir muchas de las opiniones expuestas en el mismo. 

Escribí sobre el libro, sin haberlo leído, en mi entrada del pasado 15 de marzo, al reseñar la crítica que del mismo se hacía en el número de ese mismo mes de Revista de Libros por parte del escritor y bibliotecario Sergio Campos. Y por mor de mi proverbial vaguería por naturaleza y por que otros saben hacer las reseñas críticas mucho mejor que yo, a los enlaces citados más arriba me remito.

Savater se muestra en sus artículos deudor y admirador de autores como Emile Cioran, amigo personal suyo; Ralph Waldo Emerson; Pío Baroja; William Shakespeare; Virgina Woolf; Dante; André Gide; Ray Bradbury; George Orwell; y otros muchos que van salpicando las páginas del libro. No voy a citarlos a todos, pero hay bastantes historias y anécdotas sobre los mismos que resultan emotivas, entrañables y en todo caso, afortunadas. 

Es en la segunda parte del mismo, la que titula "La dificultad de educar", en la que Savater se encara con los problemas fundamentales de nuestra sociedad: la española, la europea y la universal. Hay en ella dos artículos que me han llamado la atención especialmente por mi identificación personal con lo expuesto en ellos. 

Uno, dedicado al "escepticismo", en el que comenta no compartir la puesta en cuestión del concepto de "verdad" en esta era posmoderna en que nos encontramos. Es evidente, dice en él, que la verdad no es absoluta, como tampoco lo es la belleza, el bien o la justicia, pero esa limitación no implica, añade, que no exista realmente para todos nosotros y que no tenga, sea donde fuere, elementos comunes. La verdad no la determina las diferencias culturales, sino las exigencias epistemológicas, pues no será la misma en matemáticas, historia o meteorología, dice, lo que debería llevar desde el escepticismo de cada cual a desconfiar del "escepticismo" mismo...

El segundo artículo del libro que me animo a comentar es de absoluta actualidad; se titula "Que decidan ellos", y va, como no, del tan traído y llevado concepto del "derecho a decidir". Tras mostrar su reconocimiento a lo dicho al respecto por el escritor Antonio Muñoz Molina en su libro Todo lo que era sólido, del que ya escribí en una entrada de febrero pasado, dice Savater: "En una democracia el derecho a decidir es tan intrínseco a los ciudadanos como el derecho a nadar a los peces. De ello se prevalen los separatistas para vender su mercancía averiada: ¿quién va a querer renunciar a su "derecho a decidir"? Ahora bien: ¿por qué reclamar esa obviedad con el énfasis del que aspira a una conquista, como si hubiese en este país ciudadanos de cualquier latitud que carecieran de él? Sencillamente, porque lo que solicitan los separatistas no es el derecho a decidir que ya tienen, sino la anulación del derecho a decidir que tienen los demás. Lo que se exige no es el derecho a decidir de los catalanes sobre Cataluña o de los vascos sobre el País Vasco, sino que el resto de los españoles no pueda decidir como ellos sobre esa parte de su propio país. O sea, que acepten provisionalmente la mutilación de su soberanía hasta que se les imponga de forma definitiva". Se podrá compartir o no su opinión, faltaría más, pero a mí me parece acertada.

Este es un blog en el que tiene, por deformación profesional de su autor, un peso determinante la "Historia" como disciplina académica, y las "historias" de los otros como vocación escribidora del mismo autor. Termino, pues, con una reflexión que tampoco es mía, pero que también comparto, del que fuera mi profesor de Historia de la Filosofía en la UNED, don Emilio Lledó, en su libro El origen del diálogo y la ética (Gredos, Madrid, 2011). Dice así:

"Hacer historia es saber preguntar al pasado. Y saber preguntar consiste en formular continuamente aquellas encuestas que necesita la soledad del presente, para encontrar compañía y solidaridad en todo lo que aconteció. Hacer historia es reivindicar la continuidad, humanizar el tiempo, al aceptar las modulaciones que en la monotonía cronológica ha marcado la voluntad humana. Por eso, hacer historia es, además, proyectar el futuro, orientarlo en la clarividente recuperación de lo que otros hombres hicieron para traernos el presente desde el que historiamos".

En eso se empeña este blog, con escasa o mayor fortuna, cada día, cada entrada, cada enlace..., aun a riesgo de equivocarse.

Y ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Sala de lectura de la Biblioteca Nacional de España, Madrid


Entrada núm. 2063
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)
Publicada originariamente con fecha 3 de mayo de 2014