lunes, 5 de agosto de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] A contracorriente. [Publicada el 12/05/2008]










Se que puedo dar la impresión de que la tengo tomada con la Justicia (o lo que queda de ella en este país nuestro), pero no es así. No tengo ninguna queja personal al respecto. Simplemente, me dan miedo muchas de las resoluciones -o la falta de ellas- que se adoptan en los juzgados y tribunales españoles y la indiferencia o jaleo (de jalear) con que se acogen, según de quién vengan o a quién se refieran...
No acabo de entender muy bien si van por ahí "los tiros" del artículo que hoy publica en La Voz de Galicia José Luis Barreiro titulado Si la sal se torna insípida, pero en fin... Les dejo con  él.
Más allá del problema terrorista, comienza diciendo Barreiro, la presencia obsesiva de ETA en los discursos políticos ha servido de coartada para cuatro cosas muy graves: para que nadie advirtiese el crecimiento de la violencia organizada; para que los jueces perdiesen el sentido garantista de su profesión y de las normas procesales; para que las fuerzas de orden público sean casi inmunes a la crítica social y a sus controles internos; y para que los ministros del Interior obtengan un sobresaliente sin necesidad de demostrar su eficiencia. Y así se asentó entre nosotros la idea de que un discurso de Otegi es más grave que la corrupción de un juez o de un policía; o de que la presentación de una moción de censura en Mondragón beneficia más a España que la lucha contra las bandas armadas que operan en Málaga o Madrid.
Hace unos meses comenté con excepcional desagrado la leve sentencia que cayó sobre un grupo de guardias civiles que apalearon hasta la muerte a un gitano que había entrado en el cuartel para solicitar protección. No hace más de dos semanas llamaba la atención sobre el desprecio de la ley que demostraban los policías municipales que, sin más objetivo que el de reivindicar mejoras laborales, colapsan sus propios servicios con bajas médicas fraudulentas. En la misma línea me he pronunciado contra las leves sanciones impuestas a ciertos jueces que abusan criminalmente de su autoridad a favor o en contra de los presos, que mantienen connivencia con mafias criminales o especulativas, o que imponen sus prejuicios morales al margen de la ley. Y ahora llega el caso de la policía municipal de Coslada, donde el sheriff Ginés aterrorizó a la población durante veinte años, al puro estilo de los thrillers americanos, sin que hubiese saltado ningún control judicial, policial o político.
Si la sal se torna sosa ya no hay con qué salarla, y «no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres» (Mateo, 5,13). Y eso es lo que sucede en una democracia cuando la policía o los jueces se corrompen, porque ellos son la sal de nuestra libertad. Cuando el terrorista asesina, o el mafioso extorsiona y roba, o el proxeneta trafica, o el machista viola y mata, el Estado tiene respuesta, y toda la sociedad está preparada para defenderse desde la legalidad y sin que el orden social se derrumbe. Pero cuando la Justicia se hace injusta, o la policía ladrona, todo el Estado queda herido, y debe ser restaurado con un enorme rigor y con urgencia. Aunque tengo la impresión de que, bajo la influencia de ETA, hemos perdido el sentido de lo que Xoprioritario e importante en materia de justicia, paz social y orden público. Como si la sal se nos estuviese volviendo insípida. Sean felices, por favor. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Baladilla de los tres ríos, de Federico García Lorca (1898-1936)

 






BALADILLA DE LOS TRES RÍOS


El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay amor
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir 
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.
¡Ay amor
que se fue por el aire!
Para los barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
solo reman los suspiros.
¡Ay amor
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Darro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.
¡Ay amor
que se fue por el aire!
¿Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de grito?
¡Ay amor
que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,Andalucía, a tus mares.
¡Ay amor
que se fue por el aire!

Federico García Lorca (1898-1936)
Poeta español











Las viñetas de hoy

 













domingo, 4 de agosto de 2024

Presentación de las entradas de hoy domingo, 4 de agosto

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. La polarización en Estados Unidos entre republicanos y demócratas es fruto de la falta de valores democráticos comunes, dice en la primera de las entradas de hoy el periodista Jaime Fernández-Blanco reseñando el reciente libro de Michael J. Sandel titulado El descontento democrático. La segunda es un archivo del blog de hace quince años en el que la escritora Luz Sánchez-Mellado recrea con delicioso humor el acontecer diario de una desenfadada socióloga aficionada que busca su lugar al sol. El poema de hoy, la tercera del día, se titula Vengo de una palabra, y es del poeta José Manuel Caballero Bonald (1926-2001)Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor de la prensa del día. Espero que todas ellas les resulten interesantes. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico; al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com














Del descontento democrático

 






El descontento democrático
JAIME FERNÁNDEZ-BLANCO
24 JUL 2024 - Nueva Revista - harendt.blogspot.com

La entrada a la arena electoral de Donald Trump cambió muchas cosas en la política estadounidense. Tantas que Michael Sandel, observador privilegiado de la realidad política estadounidense, quiso reflejarlas de alguna manera en su libro El descontento democrático: en busca de una filosofía pública, que había sido publicado en España por Debate, en 1996. La obra se reeditó el año pasado con un nuevo prefacio donde Sandel explica que la actual polarización política estadounidense, no se dio con la llegada al poder del magnate republicano, sino con su salida: no sería la causa sino la consecuencia. La problemática que supone es lo que evidencia: la falta de una columna vertebral de valores cívicos comunes en la sociedad estadounidense.
La obra está vertebrada sobre dos patas. La primera es una crítica a la filosofía liberal imperante y el papel que esta ha jugado en lo social, en lo político, en lo cultural, lo económico… La otra es la defensa del estatismo, esto es, el derecho —y deber— de la expansión del poder y el control del Estado en todos los ámbitos de la existencia del ciudadano, a fin de proveerle de una vida mejor.
En su exposición laten dos pulsiones: democracia liberal vs democracia republicana. La teoría liberal propone la exaltación y defensa de los derechos individuales frente a los derechos colectivos, bajo la premisa (descubierta por los empiristas escoceses del siglo XVIII) de que la búsqueda del bienestar individual conlleva, de hecho, el bienestar colectivo. Sandel no comparte esta visión, pues sostiene que «el triunfo de la concepción voluntarista de la libertad ha coincidido en el tiempo con el aumento de la sensación de desempoderamiento», realizando por ello un análisis de la democracia liberal y las desagradables consecuencias a las que nos ha llevado. La mayor parte de estas críticas las enfoca en el modelo económico, puesto que el indudable enriquecimiento material que el mundo ha evidenciado desde la puesta en práctica del liberalismo económico, el capitalismo, esconde una realidad oscura: la pérdida de los valores cívicos frente a la abundancia material. El Estado, para Sandel, tiene una función mayor que promover el crecimiento económico, puesto que también debería estar entre sus competencias el deber de maximizar el bienestar general.
A la desigualdad económica hay que sumarle varios efectos colaterales, como son la radicalización de los excluidos por el sistema, la pérdida de confianza en los valores democráticos —de ahí el título del libro, pues Sandel sostiene que el común de los ciudadanos no cree que poseer un poder real sobre las cuestiones que les afectan bajo el sistema de la democracia liberal—, la desvirtuación de los valores comunitarios que, en su opinión, han de vertebrar las sociedades, y la excesiva libertad de que disponen empresas y multimillonarios para determinar nuestra calidad de vida sin poderes efectivos que frenen sus prácticas. Básicamente, lo que Sandel trata de explicarnos es que lo que denominamos libertad, hoy, no lo es, y ha de ser sustituida.
A esta imperfecta democracia liberal, Sandel contrapone su «democracia republicana o cívica», que se basa en la premisa de que, para que exista verdadera libertad, ha de existir un ente capaz de articular y controlar las ansias individuales. Esa función ha de desempeñarla el Estado, a través del aumento de sus competencias: el control de la economía y de las relaciones comerciales; y muy especialmente, la educación de la ciudadanía. Un «padre social» que inculque en la ciudadanía las ideas correctas para vivir de manera plena, evitando desmanes personales.
La idea de Sandel no es nueva, pues nace del ideal marxista de la supeditación del individuo al colectivo, representado, teóricamente, por el Estado. De hecho, ese es el fondo de otra de las ideas rectoras del libro, la del autogobierno, pieza clave de la democracia republicana: el Estado no es un conjunto abstracto de individualidades personales, sino que es la encarnación de una colectividad que vela por la participación y el desarrollo de la conciencia crítica de la ciudadanía. No se trata de una oligarquía política que domina la vida de los contribuyentes —como sostienen los liberales—, sino el representante de una «conciencia de destino compartido». De este modo, sostiene el filósofo estadounidense, un mayor poder para el Estado se traduce en un mayor poder para el ciudadano: el ansiado autogobierno.
La propuesta de Sandel conlleva importantes riesgos, y él es consciente de ello. Así, afirma: «La política republicana es arriesgada porque es una política sin garantías individuales», lo que significa la creación de un Estado totalitario. La intrusión del Estado en todas las funciones de la estructura social y la privacidad individual, para defender la libertad ciudadana, puede llevar a la desaparición de la libertad misma. Pero es un riesgo que está dispuesto a correr en aras de lograr «una sociedad justa, que no es sino aquella que proporciona un marco de derechos dentro del que los individuos son libres de elegir y hacer efectivas sus propias concepciones de la vida buena». Michael J. Sandel. Nacido en Minneapolis, en 1953, es uno de los filósofos políticos más famosos de la actualidad. Profesor en Harvard y conferenciante de gran éxito, fue Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2018. Jaime Fernández Blanco es periodista










[ARCHIVO DEL BLOG] Tinto de Verano: Sociología vital. [Publicada el 06/08/2009]










¡Joder, vaya verano que nos están dando los políticos! ¿No se ha dicho siempre que en agosto "cerraban por vacaciones"? A ver si es verdad... Aunque el cuerpo me pide entrarle al trapo pepero y su deslenguada secretaria general, prefiero entretenerme leyendo los refrescantes relatos cortos de El País. El de hoy, de la escritora Luz Sánchez-Mellado, se titula Socióloga de campo, y es una deliciosa recreación del acontecer diario de una desenfadada socióloga aficionada que busca su lugar al sol... Espero que les guste. Dice así: Lo confieso, soy cotilla. Chafardera, chismosa, alcahueta, entrometida. No es que yo vaya por ahí todo el día buscando información, que también, para eso me pagan, es que me la encuentro, yo qué culpa tengo. Es un don. No me hace falta ni carrera ni master ni nada. Sólo estos oídos y estos ojitos que se va a tragar la tierra. Y un poquito de empatía y de sangre en las venas, que hay algunas tan divinas que parece que ni sudan ni orinan. Que ni sienten ni padecen. Mentira. Todas tenemos nuestro corazoncito y la que no, está muerta y enterrada. O debería estarlo.
La gente está deseando contarte su vida. Tú te pones a tiro y se te abre el prójimo en canal, palabra. Desde la peluquera de tu barrio hasta la vicepresidenta económica si se tercia. Todo consiste en tocar la tecla adecuada y con los años una va afinando. Lo malo es que a mí me pasa lo mismo. Si me das cuartelillo te lo suelto todo. Todo. Y luego tienes que vivir con eso. En el último cumpleaños de la niña invité a las mamás del colegio a un ponche en el jardín. Me confié y me perdí yo solita para los restos. Ahora los papás de las amigas de Rebeca me miran raro. Ésta es la multiorgásmica de las tetas operadas a la que le pone Rubalcaba, piensan, se lo leo en las pupilas. Sus señoras les han ido con el cuento, no me cabe la menor. No las culpo. Yo también lo haría. Y además ¿qué pasa? Cada una tiene sus perversiones.
Te lo digo yo, que me dedico a esto. Aunque sea de chiripa. Fue al año de mudarnos al chalé. Estaba yo tan tranquila de señora de mi casa cuando se me presenta un vecino a ofrecerme un empleo. Resulta que el tipo es un cazatalentos y estaba buscando a una jefa de investigación de mercados para una multinacional de compresas. Llevaba ya cincuenta lumbreras entrevistadas cuando me vio en acción en una reunión de la comunidad y lo tuvo claro. Yo era su mujer. Desde entonces aquí me tienes, sonsacando a mis congéneres. Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Gano un dineral y trabajo en lo mío. No tendré el título, pero para socióloga, servidora. Me río yo de los estudios del CIS. Para qué tanta macroestadística. La verdad está ahí fuera.
Precisamente ahora me voy a hacer un estudio de campo -quien dice campo, dice playa- a la parte norte de Menorca. Pijas catalanas flacas como estacas con sus maridos ideales y sus cachorros de diseño vestidos de impoluto lino blanco. De ésas que se preguntan a qué huelen las nubes. Un filón, o sea. De aquí me sale el informe definitivo. Yo me abro. Ya les cuento. Sean felices, por favor, que ya llegará el otoño. Tamaragua, amigos. HArendt











El poema de cada día. Hoy, Vengo de una palabra, de José Manuel Caballero Bonald (1926-2001)

 






VENGO DE UNA PALABRA


Vengo de una palabra y voy a otra

errática palabra y soy esas palabras

que mutuamente se desunen y soy

el tramo en que se juntan

como los bordes negros del relámpago

y soy también esas beligerancias de la vida

que proponen a veces una simulación de la verdad.

Semejante a la noche, vengo

del negro y voy al blanco y busco

dispensarme de mí con ese blanco y nunca

llego a ser lo que yo más deseo:

esa palabra suficiente que precede a la última.

José Manuel Caballero Bonald (1926-2001)

Poeta español







Las viñetas de hoy

 















sábado, 3 de agosto de 2024

Sobre el arte de morir. Especial 1 de hoy sábado, 3 de agosto.

 






Maneras de doblar la servilleta
IGNACIO PEYRÓ
03 AGO 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Unos definieron la vida como “un valle de lágrimas” y otros como “una mala noche en una mala posada”, pero no por eso parece causar un entusiasmo generalizado la idea de morirse, y reflexionar sobre nuestra condición de “seres para la muerte” es cosa que incomoda mucho a las visitas. Cuando, en el trance de su agonía, el filósofo Auguste Comte proclamó “¡qué irreparable pérdida!”, alzó un monumento a la vanidad humana, desde luego, pero también resumió no pocos de los sentimientos comunes al pensar en esa primera noche en que “la luna brillará lo mismo / y ya no la veré desde mi caja”.
Michel de Montaigne, encerrado en su torre, soñó con “recopilar un archivo comentado sobre las muertes diversas de los hombres”. Rilke insistía en que cada uno iba madurando su propia muerte y nadie puede decir que el gran poeta no se aplicara en consecuencia: iba a morir tras el pinchazo de una rosa. Es notable cómo a veces, en efecto, las muertes cuadran con las vidas. El cocinero Carême murió mientras enseñaba a preparar unas quenelles, y un maestro de cava bordelés aún pudo adivinar, con un estertor postrero, el “Château… Lafite… 1970″ que le habían dado a modo de viático (y que, dicho sea en passant, más que para confortar a un moribundo es un vino para resucitar a un muerto). Watteau, con su sensibilidad rococó, todavía pudo espantarse del crucifijo mal pintado que le acercaron en su hora de agonía y San Juan de la Cruz pidió que le ahorrasen las tiradas más penitenciales de los salmos y le leyeran los versículos desatados de amor de El cantar de los cantares. Sí, hay personalidades que son hasta el final lo que se espera de ellas, como si quisieran que su adiós fuera un resumen de lo que han sido. No siempre para bien: cuando un soldado le ordenó quitarse la ropa, Himmler le gritó irritado un “¡Usted no sabe quién soy yo!”. Y, vanidoso hasta el final, Murat pidió a sus ejecutores que no le dispararan, por favor, a la cabeza: antes muerto que despeinado. A veces las agonías no solo definen a los hombres, sino a las épocas, y en la comparación de las muertes de Austrias y Borbones puede leerse algo sobre la Historia de España. Felipe III se pregunta “¿De qué me ha servido tanta gloria si no es para tener mayor tormento en la hora de mi muerte?”, mientras que Alfonso XIII, a la castiza, se limita a constatar: “Estoy hecho polvo”.
Pocas muertes, con todo, a la altura de la de Ronald Knox, teólogo excéntrico, poeta en latín y traductor de la Biblia. Cuando le ofrecieron leerle fragmentos de su versión para aliviarle el tránsito, él rechazó la propuesta cortésmente: “Oh, no, cielos. Pero es una idea muy graciosa”. Tan templado hasta el final, no se sabe si Knox refuerza la vieja idea que hace contiguas la santidad y la buena educación. Pero sí parecería demostrar aquello por lo que Montaigne quiso compilar su archivo de “muertes diversas”: para ilustrar que enseñar a vivir y enseñar a morir son una y la misma cosa. Y sin embargo…
… Sin embargo, hay algo casi festivo en que la muerte tenga sus incoherencias y disparates e ironías. Y uno no le querría quitar a Montaigne ni una brisa de razón, pero no siempre es fácil cohonestar las muertes con las lecciones éticas. En vista de las últimas palabras de un poeta enérgico y sublime como Paul Claudel —”doctor, ¿cree que ha sido el salchichón?”—, cabe preguntarse si en todo hay moraleja o a veces hay una providencia que se lo pasa bien con nuestro absurdo. A un comecuras como Diderot su mujer le advirtió que no comiera un albaricoque: “Pero, ¿qué daño puede hacerme?”, preguntó el philosophe. Tras comer el albaricoque, cayó muerto de un ataque al corazón. Pero también un papa como Juan Pablo I se despidió con un “hasta mañana, si Dios quiere” para amanecer salami en su cuarto.
La muerte no es ajena a la ironía: el propio Montaigne, que murió sin terminar su archivo, parece probarlo. No sabemos ni el día ni la hora: no lo sabía, sin duda, aquel tipo —una de las muertes más pasmosas que recuerdo— que, al salir del autobús, vio cómo su foulard quedaba atrapado entre las puertas. De modo que quizá, más que filosofías, lo único que podamos en verdad pedir para la muerte está en aquellos versos que citaba Joan Perucho: “No me deis amor, / que no sacia, / dadme alegría / para morir”. Y después, doblar la servilleta mansamente. Ignacio Peyró es escritor.












Presentación de las entradas de hoy sábado, 3 de agosto

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Los excesos cometidos por algún sector de la judicatura, dice en la primera de las entradas de hoy la jurista Ana Carmona, no pueden llevarnos a la conclusión de que el ejercicio del poder judicial es expresión de una patología institucional generalizada, pero no es aceptable la idea de que la salvaguarda de la Constitución conduce a “reducir lo político a lo jurídico”, devaluando el papel que corresponde al Parlamento. La segunda entrada es un archivo del blog de agosto de 2019 en el que la escritora Nuria Labari afirmaba que en el actual estado de decepción mundial, tememos tanto lo malo que nos puede pasar, que salimos corriendo hacia ello y que eso ocurre porque tenemos miedo de vivir. La tercera, el poema de cada día, es hoy del poeta grancanario Eugenio Padorno y lleva el genérico título de Apuntes 1. Y la cuarta como siempre, son las viñetas de humor de la prensa del día. Espero que todas ellas les resulten interesantes. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico; al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












De la defensa de la Constitución

 







Defensa de la Constitución frente al legislador y los jueces
ANA CARMONA
31 JUL 2024 - El País - harendt.blogspot.com

El acentuado protagonismo que determinados jueces han asumido en nuestro país está generando una situación anómala, en la que aquellos sobrepasan los límites de su ámbito funcional —la resolución de conflictos mediante la aplicación de la ley―, adoptando una actitud creativa mediante la que las normas incorporan un sentido diverso al decidido por el legislador. Una destacada muestra en este sentido sería la decisión de la Sala Segunda del Tribunal Supremo al interpretar el delito de malversación contemplado por la Ley de Amnistía, atribuyéndole un significado opuesto al previsto por aquella, lo que conduce a que tal previsión no se aplique a buena parte de sus destinatarios: los responsables del procés. En virtud de este criticable modus operandi, el esquema de distribución de funciones constitucionalmente establecido experimenta una seria quiebra, arrogándose el poder judicial una función de relectura y transformación normativa que no le corresponde e invadiendo el ámbito propio del legislador. Resultaría, pues, que nos hallamos en un contexto de “juristocracia”, según afirmaba recientemente Daniel Innerarity, donde el aludido protagonismo del poder judicial provocaría un pernicioso efecto de “disciplinamiento jurídico de las democracias” y en el que “claras mayorías políticas no consiguen llevar a la práctica lo que han conseguido”. Una alteración funcional que, según dicho autor, incorporaría una dimensión sistémica, provocando un abierto choque de legitimidades entre poderes. Así sucedería porque el poder que cuenta con el respaldo directo de la ciudadanía -el legislativo- es suplantado por otro -el judicial- que carece de dicho sustento democrático inmediato y que no está llamado a rendir cuentas ante el electorado.
Los razonamientos sucintamente expuestos conducen a formular un diagnóstico extremadamente negativo que no refleja adecuadamente el estado de la cuestión. La fundamentada crítica a los excesos cometidos por algún sector del poder judicial no puede conducir a la conclusión de que el ejercicio de la función jurisdiccional en nuestro país es expresión de una patología institucional generalizada. El último informe sobre Estado de Derecho de la Comisión Europea ha insistido en la independencia con la que actúa la judicatura en España, aunque sin ignorar la existencia de puntuales aspectos problemáticos. Igualmente, resulta obligado señalar que, en el ejercicio de su función, jueces y magistrados están exclusivamente vinculados al imperio de la ley. Es esa conexión funcional y no el modo en el que se accede a la judicatura la que legitima democráticamente el ejercicio de la función. Y si se quiebra ese nexo esencial, el ordenamiento cuenta con mecanismos para exigir la rendición de cuentas a los jueces. Unos mecanismos específicos, concretados en cauces disciplinarios y jurisdiccionales, que permiten verificar si se han producido extralimitaciones jurídicamente reprobables y merecedoras de sanción. Que la exigencia de responsabilidad por los excesos judiciales no discurra por vías similares a las aplicadas a los poderes representativos (legislativo y ejecutivo) cuya máxima expresión reside en la voluntad que el electorado manifiesta en las urnas, no significa en absoluto que el judicial es un poder inmune exento de límites en el desempeño de su tarea.
Conectada con el ejercicio de la función judicial en la aplicación de las leyes, pero situada en un plano diverso, se encuentra el control de la adecuación de estas a la Constitución desarrollada por el Tribunal Constitucional (TC). También en este terreno, la reciente experiencia española es objeto de importantes críticas, afirmándose en los medios de comunicación la percepción de que el TC es un órgano politizado que tiende a reproducir dinámicas decisionales reflejo de las mayorías políticas propias del circuito representativo. La generalización del mecanismo del voto particular en los últimos años podría ser considerado un relevante indicio de tal situación, puesto que, salvo escasas excepciones —entre estas, las decisiones adoptadas por unanimidad sobre asuntos relativos al proceso independentista catalán— lo habitual es la existencia de una previsible alineación ideológica entre magistrados a la hora de resolver las controversias. Así se evidencia en las sentencias relativas a normas especialmente significativas (estados de alarma, eutanasia o interrupción del embarazo, por citar algunos ejemplos), adoptadas con una mínima mayoría de apoyo y acompañadas de un nutrido número de votos discrepantes. Esta situación no plantea problemas desde una perspectiva formal, puesto que los magistrados del TC están facultados para manifestar su opinión discordante frente a las decisiones adoptadas por la mayoría. Sin embargo, en términos sustanciales, evidencia la incapacidad para hallar un espacio común que acoja una interpretación constitucional ampliamente compartida de cara a dirimir la constitucionalidad de las leyes. Es en esta recurrente dinámica fragmentada por bloques que las decisiones del TC se interpretan en clave eminentemente política. Dependiendo de cuál sea la pretendida mayoría ideológica predominante en su composición, se concluye que se abre camino una lectura progresista de la Constitución o, por el contrario, se impone otra de signo opuesto, cerrando el paso al cambio promovido por la mayoría en el poder.
Ante esta insatisfactoria situación, que va achicando de modo preocupante los espacios de una cultura constitucional común, es imprescindible reivindicar la idea de Constitución como norma suprema, expresión de una voluntad rectora que sienta las bases del ordenamiento, fruto de un consenso fundacional reforzado y que, por tal razón, incorpora una vocación reforzada de estabilidad y permanencia. Consecuentemente, su respeto se impone tanto a la ciudadanía como a todos los poderes públicos. Y para que así sea, el TC actúa como su garante último, trazando la línea que separa la interpretación políticamente admisible de la Constitución de la que la rebasa y no tiene cabida en la misma. Una adecuada comprensión de la tarea del TC exige recordar que, en el contexto de las democracias pluralistas contemporáneas, la Constitución incorpora a su texto un significativo conjunto de normas principiales o de mínimos. Estas se caracterizan por una especial elasticidad e indeterminación en su formulación, correspondiendo su concreción al legislador, esto es, a la representación ciudadana reunida en el Parlamento. Así pues, la interpretación política de las normas constitucionales incorpora una insoslayable dimensión creativa, dotándolas de específico sentido en función de las correspondientes mayorías políticas. Sobre la base de tal planteamiento se justifica la necesidad de que el TC muestre una actitud de máxima deferencia ante la obra del legislador, limitándose a actuar como árbitro de las controversias. Es precisamente en relación con esta obligada autocontención que cobra pleno sentido la idea de “autolimitación estratégica” referida por Daniel Innerarity, aludiendo a la existencia de “un espacio jurídico de posibilidades” accesible al legislador que el TC debe respetar. Ahora bien, compartiendo tal afirmación, no es aceptable la idea de que la salvaguarda de la Constitución conduce a “reducir lo político a lo jurídico”, devaluando el papel que corresponde al Parlamento. Y es que la preservación de la Constitución frente a la mayoría legislativa no puede interpretarse como una actividad orientada a impedir que el juego político fluya libremente. Antes bien, tal exigencia expresa la imprescindible necesidad de proteger las reglas configuradoras de dicho juego, sin que las mayorías puedan burlarlas. Lo contrario conduce a ignorar un principio esencial de todo Estado democrático de Derecho. Ana Carmona es catedrática de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.










[ARCHIVO DEL BLOG] Miedo de vivir. [Publicada el 03/08/2019]













En el actual estado de decepción mundial, tememos tanto lo malo que nos puede pasar, que salimos corriendo hacia ello. Y es porque tenemos miedo de vivir, comenta la escritora Nuria Labari.  La verdad es que tanto Israel como Palestina, me comen el coño, comienza diciendo Labari. Les pareceré una frívola, escribe, pero no puedo dejar de experimentar una pequeña liberación íntima cuando escribo esta frase. No se asusten, no es mía. Es la provocación con que arranca la serie Years and Years, una de las últimas delicias de HBO. Quien habla así es la política populista Vivienne Rook, interpretada por Emma Thompson en una distopía sobre el futuro político de Europa, donde todo lo malo que nos puede pasar, nos pasa. Les adelanto que España tiene un papel fundamental.
¿Soy rara? ¿Votaré próximamente a un partido populista? ¿O es que hay algo realmente liberador en afirmar que Israel y Palestina me comen el coño? Otra vez. Es decirlo y me sonrío. Aunque creo que no por la provocación. Sospecho que lo más eficaz en la frase no son Israel ni Palestina. Ni siquiera la palabra coño. Lo que funciona es el sentido. Porque esta frase dice que puedo mandar a la mierda cualquier asunto social y político, por importante que sea, simplemente por el hecho de ser demasiado general, demasiado abstracto o suceder demasiado lejos.
Y yo claro, me vengo arriba. Porque no son solo Israel y Palestina. Es que tengo la sensación de que me paso la vida preocupada por asuntos que están demasiado lejos, que no logro entender del todo y sobre los que no tengo ninguna experiencia concreta. Aparte del conflicto árabe-israelí están también el cambio climático, el cáncer, el tipo de interés variable, los meteoritos, la extinción de especies, el big data, la alteración democrática vía Facebook, los robots inteligentes… y muchos otros asuntos igual de generales, abstractos y lejanos. ¿De verdad puedo mandarlos todos a la mierda? El populismo lo tiene claro, la respuesta correcta es sí. Y esto, quieras que no, la gente como yo lo agradece.
Porque ¿saben qué nos pasa a la gente como yo? A los que pensamos el mundo así, en general. A todos los que sabemos más sobre el cambio climático que sobre los niños que pasan hambre a siete paradas de metro de nuestro piso con hipoteca variable. ¿Quieren saber lo que nos pasa? Pues nos pasa que tenemos miedo. Muchísimo miedo. Miedo de vivir, así en general.
A veces estoy en mi cama y noto cómo me cubre un finísimo velo de terror blanco, de miedo a todo lo que no puedo evitar y me amenaza a mí y a los míos. Miedo también a todo lo que amenaza al planeta, ni siquiera a mi ciudad, ni siquiera a mi país, ni siquiera a Europa, ni siquiera al mundo entero. Miedo en general de todo cuanto está lejos y es inmenso y es inevitable. Miedo incluso de hacer el amor, porque el miedo al contagio debe ir por delante del deseo. Un terror tan universal como la mismísima cadena Starbucks. Y justo ahí, justo en ese temor y en esa desconexión con la realidad es donde golpea la frase. “La verdad es que tanto Israel como Palestina, me comen el coño”. Y digo yo, gracias señora populista, que pena que exista usted solo en la ficción.
Lo malo es que la gente como yo es la que va arruinarlo todo. Somos los futuros votantes de Gobiernos populistas que arrasarán con lo poco bueno que hemos construido. Y hay pocas salidas. Porque los políticos al final son personas y se han vuelto tan desconfiados y asustadizos como los demás. Solo los populistas parecen no tener miedo. Miren si no a Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, que también se preocupan mucho por todo lo general. Dos tíos capaces de convertir a su cómplice en adversario por puro acojone. ¿Qué pasa entonces? ¿Estamos condenados al desastre o a la ineficacia más bochornosa? Podría parecer que sí. Aunque siempre queda la salida local y nacionalista, que tampoco tiene miedo, tan sexy y peligrosa como cualquier populismo de tres al cuarto pero dirigida a ciudadanos geográficamente escogidos, así que esta opción no cuenta para la mayoría.
Así pues, llegados a este punto, la única acción política urgente y responsable es dejar de tener miedo. Empezar a vivir con feliz despreocupación porque, además, no sirve absolutamente para nada preocuparnos por lo que no podemos controlar y, encima, empeora las cosas.
Yo aún recuerdo a esa generación que vivió mayo del 68 y que cantaba canciones que mi generación aún tararea, canciones que le encantan a Pablo Iglesias, por cierto. Aquella generación, quizás peor informada, creía de verdad que podía cambiar el mundo y tenía mucho menos miedo. Después, su decepción nos preparó para lo peor. Y en este estado de decepción, que es hoy mundial, tememos tanto todo lo malo que nos puede pasar, que no hacemos otra cosa que correr hacia ello. Por eso, ¿saben qué les digo a todos mis miedos? Que me pueden comer el mismísimo. Pedro y Pablo, si me leéis haced lo mismo. Y ya de paso, levantad vuestro miembro de la mesa. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Apuntes 1, de Eugenio Padorno

 






APUNTES 1


APENAS nos movemos, mas la isla consiente la impresión del

viaje,

Reflejada en las nubes que pasan.

Soy el estibador que comprueba el reparto del peso de los

sueños en las hondas bodegas

Y luego, en la cubierta del Paseo, se despereza y canta.

¿Las gaviotas qué anuncian, preceden qué visión?

El espíritu aproa el fondo de la luz, atraviesa la llama,

Soporta el gélido centro del Misterio.

Me acodo sobre la sucesiva laminación del mar,

Quisiera retener estos signos que se siguen combinando sin fin

Donde lo que se apresa es sólo la multíplice voz indescifrable.


Eugenio Padorno (1942)

Poeta grancanario