jueves, 2 de mayo de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Krugman y los banqueros. [Publicada el 02/05/2010]










Comenzar el mes comentando un artículo de un Premio Nobel y que encima éste (el PN) venga a decir lo mismo que Mariano José de Larra 200 años ha y que un plumilla aficionado como yo hace cuatro días, pues.., que quieren que les diga: me llena de satisfacción... 
¿Lo recuerdan? Lo citaba, a Larra, en mi entrada anterior, titulada "Standard & Poor´s". Decía el maestro de periodistas a mediados de la década de 1830:  "¿Cómo se quiere lograr este fin [interesar a la ciudadanía en la causa de los asuntos públicos] no viendo más termómetro del público bienestar que el alza o baja de los fondos en la Bolsa, en cuyo movimiento sólo se interesan veinte jugadores?". Y yo, por mi parte, concluía mi comentario con estas palabras: "Las instituciones públicas nacionales, europeas e internacionales no pueden estar a merced de las opiniones de unos señores y entidades privadas que han demostrado que no merecen credibilidad. La Bolsa, como decía Larra hace 180 años no puede ser el termómetro de la vida pública. Y si funciona mal, habrá que arreglarla, o cambiar las reglas de su juego, pero lo que no puede consentir una sociedad madura y democrática es que los intereses privados de unos especuladores arruinen la economía y la solvencia de un Estado y la vida de sus ciudadanos".
Pues bien, lo dicho anteriormente son juegos florales al lado de lo que Paul Krugman, profesor en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía 2008, dice de los banqueros de su país y de Wall Street en un artículo sin desperdicio que publica hoy domingo la revista Negocios de El País. Vayan haciendo boca con algunas de sus perlas.
La primera, directa al presidente Obama, por quedarse corto: "Obama debería estar tratando de hacer lo que es bueno para el país, y punto. Si hacerlo perjudica a los banqueros, qué se le va a hacer". La segunda, a Wall Street: "lo que es malo para Wall Street podría ser bueno para Estados Unidos". Y la tercera a los banqueros; "¿Por qué estaban ganando dinero a paladas los banqueros? Mi interpretación, que refleja los esfuerzos de los economistas financieros por encontrarle sentido a la catástrofe, es que principalmente apostaban con dinero de otra gente".
Después de esa andanada a la línea de flotación, Krugman advierte a los optimistas: "Tras recibir un duro golpe durante el periodo inmediatamente posterior a la crisis, los beneficios del sector financiero se están disparando otra vez. Parece muy probable que el sector volverá a jugar a los mismos juegos que nos metieron en este lío inicialmente".
Luego, vienen las recomendaciones: "El Fondo Monetario Internacional ha hecho un llamamiento en favor de un impuesto sobre la actividad financiera -un FAT, o 'gordo', en sus siglas en inglés- que gravaría los beneficios y las remuneraciones del sector financiero. Un impuesto así, sostiene el fondo, podría "atenuar la asunción de riesgos excesivos".
Y para terminar, patada directa a "sus partes íntimas", las de Wall Street: "La propuesta del FMI es en realidad demasiado blanda. Aun así, si se convierte en una realidad, Wall Street va a estar que trina. Pero el hecho es que hemos estado dedicando una parte demasiado grande de nuestra riqueza, una parte demasiado grande del talento del país, al negocio de diseñar complejos planes financieros y trapichear con ellos; planes que tienen cierta tendencia a destrozar la economía. Poner fin a esta situación perjudicará al sector financiero. ¿Y?".
Pues eso: ¿Y? ¿Verdad que no se puede decir más alto y más claro? Pues hala, a trabajar. Duro con ellos, Sr. Obama. Gracias, Sr. Krugman. Y ustedes, señoras y señores del BCE, la Comisión Europea, y la presidencia de turno de la U.E., ¡venga, un poco más de decisión!...
En YouTube se puede ver una entrevista que en TVE1 le hacían al profesor Krugman recientemente sobre la crisis en España, sus causas y consecuencias y posibles soluciones. Espero que les resulte interesante. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













miércoles, 1 de mayo de 2024

De la ola antidemocrática

 








Hola, buenos días de nuevo a todos, feliz miércoles y feliz Día internacional de los trabajadores. La vida privada, comenta en El País el escritor Joaquín Estefanía, entra en el barrizal político como antes lo hicieron el terrorismo y la política exterior. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Una ola antidemocrática recorre los países que hace medio siglo pasaron de dictaduras a democracias
JOAQUÍN ESTEFANÍA
27 abr 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La carta del presidente de Gobierno a la ciudadanía muestra que la estrategia de la crispación, sobre la que tanto se ha teorizado en los últimos años, está a punto de conseguir sus efectos en España. El desarrollo de esta maniobra se ha utilizado como método para debilitar políticamente a los socialistas en el Gobierno, con Felipe González, Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. Se puede discutir con qué saña en cada caso, aunque hoy se añaden los efectos de las redes sociales. Esta estrategia afecta a las relaciones entre el Gobierno y la oposición, a la vida cotidiana de las instituciones centrales del sistema y, por último, a la convivencia entre los ciudadanos generando una situación divisiva entre ellos.
La estrategia de la crispación se refiere tanto a la brutalidad de las formas utilizadas por algunos actores políticos (el insulto, el sarcasmo desmedido, la violencia física…) como a la concentración de la agenda política en torno a algunos temas (el terrorismo, la política exterior, la vida privada de los políticos y de sus familias) sobre los que, en las democracias maduras, existe algún tipo de consenso para dejarlos al margen del debate político y de la competición electoral. Forma parte de esta estrategia responsabilizar de la situación a quien la padece y no a quien la provoca: ejercer de bombero pirómano. Aunque no todos son igualmente responsables, llega a contagiar a todos los agentes de la vida pública. En muchos casos se deslocaliza la crítica al Gobierno trasladándola de la arena parlamentaria a los medios de comunicación y a los jueces.
Ahora que se ha cumplido medio siglo de la Revolución de los Claveles conviene recordar que España se sumó a una ola democratizadora que comenzó en Portugal, siguió por Grecia y nuestro país, y saltó del Mediterráneo a América Latina y a Europa central y oriental. Siguiendo la definición del politólogo americano Samuel Huntington, una ola de democratización es un conjunto de transiciones de un régimen autoritario a otro democrático que ocurren en determinado periodo de tiempo y que superan significativamente a los movimientos en sentido opuesto durante ese mismo periodo. Antes de esa ola tuvieron lugar otras dos, la primera siguiendo la estela de las revoluciones francesa y americana, y la segunda después de la Segunda Guerra Mundial y durante el proceso de descolonización. Cuando el profesor de Harvard publica la primera edición de su libro (La tercera ola, 1991, Paidós) todavía no había tenido lugar la Primavera Árabe, que probablemente sería una cuarta ola.
Según Huntington, a cada ola democrática le sucede otra ola antidemocrática posterior, en una especie de principio político de acción-reacción. Es lo que está sucediendo ahora con la multiplicación de la extrema derecha, el contagio de parte del conservadurismo clásico por el iliberalismo, los populismos, etcétera. En casi ningún caso existen modelos preestablecidos de transición, no hay plantillas rígidas a las que puedan recurrir los países que buscan un régimen de libertades y un modelo social con bienestar. Una de las condiciones fundamentales para que una democracia funcione es que los ciudadanos sepan hasta dónde pueden exigirla, que no esperen de la democracia la solución a todos sus problemas.
Cuentan que cuando el Movimiento de las Fuerzas Armadas se hizo cargo de la Revolución de los Claveles en 1974 y nombró presidente de Portugal al general Spínola, el despacho del general Díaz Alegría, que había sido jefe del Alto Estado Mayor español (y que había sido sustituido, al parecer —entonces no había ni la menor transparencia— por entrevistarse en Bucarest con Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de España) se llenó de monóculos. El monóculo era un distintivo estético del general Spínola. Como animando a Díaz Alegría a hacer en la España de Franco lo mismo que Spínola en Portugal. Luego Spínola salió rana.
La revolución portuguesa tuvo mucha importancia en el tardofranquismo español. Ahora ambos países comparten una estrategia de la crispación y un repliegue democrático. Joaquín Estefanía es escritor.



















[ARCHIVO DEL BLOG] Otro mayo más... [Publicada el 01/05/2014]











Escribo desde la euforia contenida y respetuosa, como no podía ser menos, de esos inolvidables 0-4 del Real Madrid al Bayern en Múnich y del 1-3 del Atlético de Madrid al Chelsea en Londres, que lleva a dos equipos españoles, de una misma ciudad, a una final inédita en la historia de la "Champions". No es el fútbol un deporte que me apasione especialmente -en realidad no me apasiona ninguno y me gustan unos pocos, muy pocos- pero acontecimientos como este no se ven a menudo y conviene disfrutar los escasos momentos de alegría que la actual vida de zozobra continuada nos ofrece. 
Entre esos escasos momentos felices, en mi caso al menos, están los que me proporciona la lectura. Acabo de leer un estimulante librito de Fernando Savater, "Figuraciones mías", que espero comentar próximamente; otro de Catherine Pozzi, "Agnès" (Periférica, Cáceres, 2013), que fue un texto de culto en la Francia del primer tercio del pasado siglo, y ahora mismo estoy enfrascado con el "Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental seguido de Reflexiones sobre la revolución húngara" (Encuentro, Madrid, 2007), de mi siempre admirada Hannah Arendt.  
No comienza mal el mes de mayo, un mes especial, sin duda. Lleno de recuerdos entrañables y reminiscencias infantiles. La de mi concepción -de la que no guardo recuerdo alguno por razones obvias-; y la de los escolares meses del "Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es"... Y el de las Primeras Comuniones, la propia y las de los hijos. Pero la edad de la inocencia pasa inexorablemente con los años, y como el honor en los guardias civiles, una vez perdida, resulta imposible de recuperar.
Justamente en mayo de hace unos años comentaba en el blog que a mí el pasado no me producía melancolía o nostalgia. Que no era de los que dicen que "todo tiempo pasado fue mejor", pero, eso sí, que las conmemoraciones me ponían sentimental, quizá en exceso; quizá por culpa de llevar desde mi juventud una ordenada agenda en la que anoto cumpleaños, onomásticas, aniversarios y acontecimientos familiares y amigables de especial significado para mí.  
Mayo fue también, aquel mes de 1808 en el que el pueblo de Móstoles (Madrid), una localidad que no llegaba a los cien vecinos, escuchó el famoso bando de sus alcaldes llamando a la rebelión del pueblo español frente a la ocupación francesa. El aristócrata que lo redactó y los alcaldes que lo suscribieron, Juan Pérez Villamil, Andrés Torrejón y Simón Hernandez, no creo que fueran conscientes de la trascendencia que ese bando tuvo en la historia posterior de la Guerra de Independencia. Reelaborada o no esa historia con posterioridad, su llamamiento a la insurrección prendió una mecha que dio paso a un sentimiento nacional que no existía hasta ese momento, y que cuatro años más tarde daría lugar al nacimiento de la Nación española y a la primera Constitución liberal de Europa, esa misma de la que escribía hace unos días en el blog. Hoy me ha dado por pensar en los sucesos que ocurrieron en Madrid en mayo de 1808 y no tengo muy claro, de haberme encontrado en ese momento y en ese lugar, que hubiera hecho yo. ¿Me hubiera puesto del lado de las gentes de orden, afrancesados en su mayor parte, horrorizados por el tumulto del populacho? ¿De parte de esos madrileños cabreados por la chulería de los gabachos y el secuestro de lo que quedaba de la Familia Real y su traslado a Francia? ¿O como hicieron la mayoría de los madrileños me hubiera quedado en casa, asustado, y viéndolas venir?...
Unos años más tarde, en 1968, también en mayo, y con la madurez recién estrenada, me acometió el fervor revolucionario. Era, a mis 22 años, completamente feliz. El año anterior había terminado mi primera titulación universitaria; tenía un buen trabajo; me había traslado a vivir de Madrid, la que había sido mi ciudad durante diecisiete añosa Gran Canaria; me había casado con una compañera de trabajo, que sigue siendo la mujer de mi vida; y a cubierto de todo temor, asistía emocionado, a las revueltas estudiantiles de Berkely, en California, y en muchas otras universidades europeas que culminaron con la asonada casi revolucionaria de los estudiantes franceses de París que a punto estuvieron de acabar con la V República. No estuve allí físicamente, pero casi. Al menos en espíritu, sí. De todo lo que se contó, se supo, se fabuló sobre Mayo del 68, me quedo con dos anécdotas: La primera, la película "Soñadores" (2003), de Bernardo Bertolucci, con una sensacional y espléndida Eva Green de la que los franceses -siempre tan suyos- dicen (o decían) que tenía los senos más hermosos del cine mundial; la segunda, el lema oficioso de la revuelta estudiantil, promulgado en la Universidad de la Sorbona por un genial publicista anónimo provisto de un aerosol: "Sous les pavés, la plage" (Debajo de los adoquines, está la playa)... La playa no apareció, pero los adoquines sirvieron para levantar una barrera infranqueable para la policía antidisturbios. Y cuando todo terminó, nunca más fueron repuestos... Por si acaso... ¿Qué queda en nosotros, casi setentones ya, de aquel espíritu de Mayo del 68? Me temo que nada, o más bien poco... Pero aun visto desde lejos, fue precioso. Pues nada, bienvenido sea este nuevo mes de mayo. Y ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt















martes, 30 de abril de 2024

De Kant y la Ilustración

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes.  En la obra del filósofo alemán Immanuel Kant, la razón ilustrada atraviesa las páginas con la facilidad de una daga. Más de dos siglos después, Kant sobrevive. Y lo hace a través de sus libros, pero sobre todo a través de algo más importante: la forma en que pensamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Kant, el hombre que tuvo razón
ESTHER PEÑAS
23 abr 2024 - Ethic- harendt.blogspot.com

El proyecto ilustrado no es una reliquia caduca ni el vestigio de un propósito extinguido. Al contrario: puede que ahora más que nunca se haga necesario repensar sus consecuencias de una manera más heterodoxa, con mayor rigor y entusiasmo. El siglo XVIII fue conocido como Siglo de las Luces no por casualidad, sino por la voluntad de un ramillete de pensadores de acabar con toda superstición para que el hombre se rigiera a sí mismo haciendo uso de la razón. Descartes, Voltaire, Rousseau, Locke, Hume, Diderot, Herschel, Montesquieu o Bacon son algunos de sus representantes. Y, por supuesto, Kant.
Immanuel Kant (1724-1804), nacido en Köningsberg (actual Kaliningrado), era un tipo de complexión enfermiza y chata estatura que disfrutaba de la amistad y la conversación. Célibe y radical sedentario (en vida, solo salió de su ciudad para recoger un ejemplar de El Emilio, de Rousseau), caminaba a diario y siempre a la misma hora (paseo que sus paisanos aprovechaban para ajustar los relojes, cuenta el mito), e invariablemente se acostaba a la diez y se levantaba a las cinco. Kant, el hombre que se encomendó a la razón y que cambió la manera de entender la ética, la libertad, la religión, el autogobierno y la relación entre los países. ¿Cómo entendía él la Ilustración?
Kant contaba con sesenta años cuando publicó uno de sus textos breves más lúcidos y profundos, ¿Qué es la Ilustración?, en el diario Berlinische Monatsschrift. La respuesta ocupa la primera línea del texto: «Es la salida del hombre de su inmadurez autoincurrida».
El propósito de la disertación kantiana no era otro que espolear a sus semejantes a emanciparse de toda tutela, a pensar por ellos mismos, para lo cual no se requiere ser un erudito. Basta, sostenía, con saber utilizar los recursos intelectuales que cada uno posee para preguntarse por las razones que explican una determinada conducta (descubriendo, así, si dicho criterio podría ser asumido por cualquier otro a modo de principio universal).
En la búsqueda de ese principio universal, aquel que piensa ha de abstraerse de toda emoción o aliciente personal, así como ha de suspender los prejuicios y la superstición, que solo conducen al fanatismo: «Pensar por sí mismo significa buscar en uno mismo (es decir, en su razón) la suprema piedra de toque de la verdad; y la máxima de pensar siempre por sí mismo es la Ilustración».
Las consecuencias de este pensamiento ilustrado, lejos de haberse consumado, laten en textos de radical vigencia, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, así como en nuestros actuales sistemas democráticos, que, aunque imperfectos, constituyen un fructífero marco de convivencia.
Al abogar por la autonomía de la razón, Kant no dinamita la figura del maestro, que aspira a orientar a sus discípulos hasta que puedan valerse por sí mismos, pero sí censura a cuantos ejercen una suerte de tutela vitalicia sobre sus devotos, impidiéndoles su emancipación. Es consciente del coraje que requiere pensar por uno mismo, sabedor de que hay muchos —acaso la mayoría— que prefieren estancarse en un infantilismo moral e intelectual, dejando que sean otros los que les digan qué hacer y cómo hacerlo, en vez de encarar el fascinante desafío de asumir las responsabilidades propias. «El pueblo no cifra su máxima dicha en la libertad, sino en sus fines naturales», escribía. O lo que es lo mismo: en tener salud, dinero y consuelo frente a la muerte. Aquel que prometa cubrir alguna de estas áreas de manera rápida y contundente, por tanto, podrá someter a cuantos no ejerzan su soberanía racional.
Kant aspira a que cada uno de nosotros dirija sus vidas, afronte sus problemas y asuma las responsabilidades derivadas de sus decisiones. Ser «legislador de sí mismo», como explicó en la Crítica del juicio. Lo contrario nos condena: «Si la razón no quiere estar sometida a la ley que ella se da a sí misma, tiene que humillarse bajo el yugo de las leyes que otro le da».
Para pensar por uno mismo se requiere libertad, ya que no puede haber coacción, miedo o imposición que condicionen el pensamiento. De ahí que Kant considere algunas cuestiones intolerables, como imponer una determinada confesión religiosa como la única fe verdadera. Trataba de combatir, con ello, el intento de imponer cualquier forma de pensamiento único, y es que para ejercer la libertad, Kant defiende el uso público de la razón, la libertad de exponer al mundo el propio pensamiento. Una potestad que descansa, a sus ojos, «en la obligación misma de la razón humana universal».
No se trata simplemente de hablar a otros, sino de hablar con otros; de encontrar una tentativa de verdad mediante la confrontación de argumentaciones y razonamientos. El uso público de la razón supone, para él, una comunicación recíproca de pensamiento, siendo la vía para encontrar soluciones racionales para los distintos problemas.
Por el contrario, el uso privado de la razón tiene restricciones, puesto que se ejerce como representante de alguna institución o estamento. Así, un profesor puede pensar ciertas cosas que no tiene derecho a enseñar, y un militar ha de obedecer la decisión de su superior, aunque la considere equivocada. Lo que Kant no explicó —acaso no pudo imaginarlo— son las trágicas consecuencias de llevar al extremo este uso privado. Pensemos en aquellos funcionarios nazis que excusaron su participación en el engranaje de la muerte bajo el pretexto de cumplir órdenes. La banalidad del mal, lo llamó Hannah Arendt.
No obstante, la respuesta de Kant a qué es la Ilustración continúa formando parte de nuestro presente y de la trama misma de la historia. Porque si el hombre abdica de su posibilidad de pensar, no encontrará otro destino que la esclavitud y el vasallaje. La libertad ha de ser una aspiración innegociable. La ilustración no fue solo un periodo de la historia; en cierto modo, fue (y es) un estado vital de la conciencia. Esther Peñas es escritora.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Falsas dicotomías. [Publicada el 21/05/2019]














Debemos crear zonas protegidas en las que volvamos a atrevernos a desechar el pensamiento que obedece a la lealtad a un clan y ensayemos otro sin barreras; que nos dejemos convencer por el contrario, señala la periodista, escritora y filósofa alemana Carolin Emcke. 
Hace algunos años, comienza diciendo Emcke, en Estados Unidos, me encontraba en un restaurante chino con un numeroso grupo de investigadores después de un congreso. Como es habitual en estos casos, estábamos pensando pedir varios platos para compartir. Las y los presentes empezaron a enumerar sus preferencias culinarias o sus alergias. Yo dije que a mí me gustaba todo menos la carne de cerdo. Al oírlo, uno de los participantes de más edad se volvió hacia mí y me preguntó: “¿Cómo es que no come carne de cerdo siendo alemana?”. El comentario me dejó tan perpleja que no se me ocurrió nada mejor que contestar: “Hoy en día hay hasta alemanes pacifistas, así que imagínese”.
Efectivamente, los esquemas simples forman parte del repertorio corriente del pensamiento o el discurso sobre las culturas o las personas. A todas y todos nos pasa alguna vez que, sin darnos cuenta, pensamos siguiendo cadenas de asociaciones preconcebidas y obedeciendo a resentimientos. Ahora bien, hay estereotipos consistentes en falsas dicotomías que no solo menoscaban la fantasía individual, sino que restringen fatalmente el espacio de los debates políticos, construyen trampas imaginarias que se nos presentan como lógicas pero no lo son, e insinúan que hay que elegir por fuerza entre opciones mutuamente excluyentes que, en realidad, no se excluyen en absoluto. En consecuencia, estos patrones de pensamiento nos confunden al presionarnos para que elijamos entre dos variantes que no nos convencen, o que ni siquiera son variantes.
Muchos debates internacionales están marcados por estas oposiciones falaces. Se supone que tenemos que dar prioridad a las necesidades de los emigrantes o a las de los trabajadores, como si fuese tan fácil distinguir ambos grupos sociales. ¿Qué planta industrial, qué fábrica de automóviles, qué cosecha agrícola de Europa o Latinoamérica no depende de la mano de obra venida de fuera? Nos dicen que no nos queda más remedio que decidir con quién nos solidarizamos, si con la población socialmente excluida del campo, de las regiones desfavorecidas, de los núcleos despoblados, o con los habitantes de las ciudades marginados a causa de su cultura o su religión. Al parecer, tenemos que optar por dar prioridad a los conflictos políticos o a los culturales. Sin embargo, ambos son inseparables. La redistribución social y el reconocimiento político y cultural no son asuntos que se puedan reducir a una cuestión de o lo uno, o lo otro.
La lista de ejemplos que pretenden presentarnos la realidad depurada de su complejidad moral o social ya sea en Latinoamérica, Europa, Estados Unidos u Oriente Próximo es asombrosa. Las falsas dicotomías empleadas deliberadamente no dejan de aumentar. Pretenden abreviar el discurso eliminando las ambivalencias incómodas, las laboriosas precisiones, los cuestionamientos minuciosos, y fomentan la ya pronunciada dinámica de la polarización en la esfera pública democrática. De este modo, los juicios particulares se conectan con otros supuestamente derivados de ellos, como si solo se pudiese pensar o sentir en amasijos indiferenciados. Se diría que la estructura del discurso se ha adaptado al modelo televisivo, que la lógica del sí o no de los concursos de la televisión ha truncado el pensamiento social y político. Tras décadas de programas de entrevistas que no tienen el menor interés en comprender de verdad los fenómenos sociales, económicos y culturales, la cultura de la ponderación se ha atrofiado.
Se insinúa que no es posible estar al mismo tiempo en contra de la extradición de Julian Assange a Estados Unidos y a favor del esclarecimiento en los tribunales de las acusaciones de violación por parte de Suecia. La compleja crónica de los activistas de WikiLeaks, que por un lado ha puesto a disposición de la opinión pública numerosos documentos sobre los crímenes de guerra de los soldados estadounidenses, mientras que por otra ha rehuido la investigación de la Fiscalía, constituye una historia ambivalente que se purga de todo lo que obstaculice un juicio simple. Algunos ideólogos quieren que el relato y las posiciones de nuestra época sean claros y escuetos, que no nos turben, que no nos exijan el esfuerzo de la reflexión. Se nos quiere empujar a las lealtades incondicionales, al “nosotros contra ellos”. El examen autocrítico, el debate incierto tienen que quedar cada vez más aletargados.
En una de sus Lecciones de Fráncfort, la poeta Ingeborg Bachmann habló en una ocasión de un “pensamiento que, al principio, no está preocupado aún por la dirección a seguir; un pensamiento que aspira al conocimiento y que, con el lenguaje y a través del lenguaje, quiere llegar a algo”. Prescindiendo de aquellos que no quieren llegar a algo con el lenguaje, sino con la violencia, el hecho es que ese pensamiento al que todavía no preocupa la dirección a seguir, que todavía no sabe, o afirma saber, qué está bien y qué está mal, que no tiene un juicio hecho antes de saber cómo podría formárselo, se ha vuelto cada vez más escaso. Cada vez es más infrecuente el pensamiento que aspira al conocimiento; el pensamiento curioso que se abre a las ideas, las informaciones y los argumentos de los que se puede aprender algo y con los que se puede comprender y descubrir.
Sin embargo, hoy en día hay numerosas cuestiones sociales, políticas y económicas acerca de las cuales cabe el disentimiento razonable, en relación con las cuales sería del todo obvia y legítima la incertidumbre sobre qué está bien y qué está mal, y en torno a las cuales la dirección del pensamiento no debe de ningún modo estar prefijada, porque la mayoría de las veces también los hechos, una vez establecidos, no hacen sino definir una tarea. El pensamiento al que se refería Bachmann es, sin duda, exigente y arriesgado; reclama de nosotros que estemos dispuestos a admitir los errores y a descubrir los puntos ciegos de la propia socialización o el propio entorno, así como que nos aventuremos a adoptar la perspectiva de otros para comprobar qué se puede ver o pensar desde allí.
Sin embargo, hoy por hoy, la esfera pública, cada vez más polarizada y fragmentada, está dominada por un pensamiento que quiere ser siempre acabado y cerrado, que permite la duda solo cuando se trata de las posiciones ajenas, pero no de las propias, que dicta a qué afirmaciones y a qué ideas adherirse de acuerdo exclusivamente con lo que siempre se ha creído y pensado.
Es urgente que volvamos a generar y utilizar espacios en los que se pueda practicar un pensamiento y un lenguaje que rechacen estas falsas dicotomías. Debemos crear zonas protegidas en nuestras casas, en las escuelas, en los teatros, en las plazas públicas, en las discotecas y en las iglesias, pero también en los periódicos y en las redes sociales, en las que volvamos a atrevernos a desechar el pensamiento que obedece a la lealtad a un clan y ensayemos otro sin barreras; zonas en las que también podamos equivocarnos y nos dejemos convencer por el contrario. En eso consiste la textura social de una democracia: en la búsqueda conjunta e incierta de un conocimiento, una experiencia y unas perspectivas que podamos compartir. Es una búsqueda que no admite precipitaciones ni menoscabos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 












lunes, 29 de abril de 2024

Del estercolero de la política

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. José Ortega y Gasset, comenta en La Vanguardia su consejero editorial Màrius Carol, que era un liberal, pero sobre todo un moralista, proclamó hace casi un siglo que hay tres cosas que no se pueden hacer en política: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Bienvenidos al estercolero
MÀRIUS CAROL
26 abr 2024 - La Vanguardia - harendt.blogspot.com

José Ortega y Gasset, que era un liberal, pero sobre todo un moralista, proclamó hace casi un siglo que hay tres cosas que no se pueden hacer en política: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí. Es decir, un político ni puede ser el hazmerreír en público, ni puede sacar pecho, ni embestir contra todo. El Parlamento tiene cada vez más el aspecto de un circo, de una ópera bufa y de una jauría. Ortega hoy se quedaría sin palabras para definir en que se han convertido las instituciones. La política se parece cada vez más a un estercolero, donde fermenta el odio y el rencor, y fertiliza el insulto y la mentira.
Ignoro el alcance que va a tener el anuncio del presidente del Gobierno español de que abre un compás de espera en su agenda pública hasta el lunes para decidir si vale la pena continuar al frente del país, por la campaña de acoso que sufre su mujer. Pedro Sánchez es un gran táctico, pero esta vez no parece que pretenda hacer una jugada maestra para desconcertar a propios y extraños y volver a ganar la partida ante una derecha que no solo ha perdido la vergüenza, sino, lo que es peor, el juicio en su afán de tomar el poder.
No tengo ninguna duda de que el presidente está tocado anímicamente, porque nunca pensó que la política pudiera intentar destruirle, atacando despiadadamente a su familia. El PP y Vox van de la mano en este ejercicio de acoso y derribo a Sánchez, en el que coinciden una oscura organización de extrema derecha como Manos Limpias, un juez con ganas de hacer méritos y un puñado de medios sin escrúpulos para montar un relato de presunto tráfico de influencias de Begoña Gómez, que fue rechazado por la Oficina de Conflicto de Intereses, organismo independiente que estudió la denuncia presentada por el PP.
En el tiempo del tuit tecnológico, corto y soez, Pedro Sánchez ha escogido dirigirse a la ciudadanía con una carta larga en el analógico papel, para decir que hasta aquí hemos llegado y que denuncian a su mujer no por haber hecho algo ilegal, sino por ser su esposa. Hay cosas en esta vida ante las que ni el más resiliente de los humanos puede permanecer impasible. Pero tengan claro que eso no es la política, sino el lodazal en que algunos la quieren convertir. Màrius Carol es consejero editorial de La Vanguardia.