sábado, 25 de noviembre de 2023

De la libertad de creación

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura para hoy, de la escritora Carmen Domingo, va de la libertad de creación. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com






Los lectores sensibles matan la literatura
CARMEN DOMINGO
20 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Hace dos meses, leí en este mismo periódico el siguiente titular: “El premio Goncourt choca con los ‘lectores sensibles’, desminadores de discursos incorrectos en la industria editorial”. Os confieso que quise pasar sin leerla, pero me pudo más la curiosidad.
Y, en efecto, lo que me temía, el fantasma de lo políticamente correcto se había colado en el Goncourt, ¡horror!
Os diré de qué estoy hablando. Kevin Lambert, uno de los candidatos este año a uno de los premios más prestigiosos de la lengua francesa, tras saber su nominación, no tardó en asociarla a su uso de sensitivity readers para escribir su novela. Los lectores de sensibilidad son unas figuras que nos llegan, no podría ser de otro modo, desde Estados Unidos —y Canadá—. En realidad, en el mundo anglosajón llevan años funcionando, y ha sido ahora al hilo del auge de la cultura woke, el Black Lives Matter, el Me Too y el transactivismo cuando han empezado a tener relevancia.
Lo políticamente correcto, aplicado a la literatura, o sea, la censura de toda la vida, pero vista con buenos ojos porque la ampara el movimiento woke.
Personas contratadas para ese puesto, ya sea por el mismo autor o por la editorial, que deben leer, antes de su publicación, un manuscrito en busca de posibles ofensas a minorías, raciales o sexuales, y sugerir cambios en el texto, eliminando palabras o expresiones que no estén bien vistas o que, por lo que sea, convenga evitar para hacerlo “políticamente correcto” y no herir sensibilidades. No confundamos con los lectores de confianza, esos que tenemos todos los autores cerca para que opinen, nos critiquen y comenten nuestro trabajo. Tampoco, que quede claro, son historiadores que te advierten de que se te ha colado una errata temporal; ni siquiera son filólogos dispuestos a corregirte ortografía y redacción. Los lectores de sensibilidad son censores de lo políticamente correcto.
Deben pertenecer esos lectores, claro está, a una de esas minorías oprimidas que, en caso de salir mal paradas, perjudicarán las ventas. En definitiva, hemos actualizado en versión progre al censor de toda la vida, puesto que el censor franquista era ni más ni menos que el “lector de sensibilidad del fascismo”.
Quizás podríamos pensar que esta nueva figura ayudaría a que se publicase una mejor literatura, pero la realidad es que el fin último es vender más ejemplares —siempre el dinero—. Su teoría comercial es que si no ofendes a nadie, tendrás más mercado. Atrás, hace mucho que quedó la calidad literaria; lo que importa es la cantidad… de dinero que genera un libro.
No os dejéis engañar, que lo intentarán, con que esto forma parte de la evolución, que las sociedades cambian y mejoran o que se trata de incorporar loables valores de inclusividad y diversidad a la literatura y de combatir la xenofobia, el patriarcado o la homofobia. Esta censura de lo políticamente correcto en la que vivimos no hace más que matar la creatividad, defender lo mediocre escudándose en la defensa de unas minorías cuyos derechos, obviamente, ya están legislados en el terreno real, pero que en lo etéreo, en la creación, no deberían imponer cortapisas.
¿Qué sería de las novelas de Bukowski, Philip Roth, Roald Dahl o Houellebecq, incluso de las de Sara Mesa, con el personaje de esa mujer que recurre al sexo para pagar un arreglo casero? ¿Actuarían los animalistas contra la Caperucita de Charles Perrault por matar un lobo? ¿Pasarían el filtro alguna de las protagonistas de Eva Baltasar? ¿Le hubieran editado a García Márquez Memoria de mis putas tristes? ¿Habría llegado a nuestras librerías el libro de Lionel Shriver Tenemos que hablar de Kevin? Ni que decir tiene que nunca hubiéramos leído Diez negritos, de Agatha Christie; ¿habrían acabado siendo Diez racializados? Bromeo, aunque de momento ya le han cambiado el título: Y no quedó ninguno.
Estos policías de la sensibilidad, creedme, no hacen más que lastrar la creación y la espontaneidad literaria. Y en cuanto puedes, las preguntas surgen a borbotones: ¿acaso ser políticamente correcto mejora una novela? ¿De dónde han sacado que la existencia de racismo en una novela es apología del racismo? ¿Recortar la libertad de los autores aplicando censura puede acabar dando un buen producto literario? ¿Acaso la irreverencia y la rebeldía no han sido la forma de hacer avanzar las artes? ¿No nos estamos preocupando más de no molestar y ganar dinero que de provocar?
De nuevo Orwell, en 1984, surge como visionario con su Policía del Pensamiento, que utiliza la vigilancia y a los informantes para controlar los pensamientos de los ciudadanos. No, no quiere matarlos, tan solo quebrarlos, “el control exhaustivo de todas las conductas de los individuos para que los mismos no se ‘desvíen de la norma”.
Aprovechemos las declaraciones de otro premio Goncourt, Nicolas Mathieu, a ver si pone un poco de sensatez a tanta tontuna con su llamamiento a los “escritores y escritoras” a “arriesgarse, sin tutela ni policía”. Pues eso, amigos, defended la libertad creativa, poco más que añadir.



































[ARCHIVO DEL BLOG] Últimos testigos de la barbarie. [Publicada el 07/05/2019]









Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo, de aquí al 26 de mayo próximo, al menos dos veces por semana, aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.
Las fotografías son el resultado de una ecuación en que se conjugan espacio, tiempo y luz. Sea cual sea el motivo que lleve a preservar un instante, todas ellas acaban por cobrar un valor documental, escribe Marta Rebón, traductora, eslavista y crítica literaria española. Quienes aparecen retratados dejarán de existir, pero las imágenes perdurarán como un recuerdo elegíaco comienza diciendo. Neus Català, superviviente del campo de la muerte (y no de concentración, como se empeñaba en recalcar) de Ravensbrück, fallecida el pasado sábado 13 de abril, se fotografió alguna vez —como otro gesto más de resistencia en su biografía de lucha— sosteniendo el retrato que le hicieron cuando estaba presa, con el uniforme rayado y un número cosido a la solapa. Cuando las deportadas llegaban al Puente de los cuervos perdían el nombre y pasaban a ser una cifra vacía de atributos. 
Se suele creer que las fotografías no precisan explicaciones, que lo que aparece representado en ellas es, ni más ni menos, lo que se ve. En el esfuerzo por describirlas, aun así, se descubren otros detalles. En 1977, Montserrat Roig escribió en Los catalanes en los campos nazis (Península/Edicions 62) lo que ella percibía en ese retrato de Català: los brazos caídos, el gesto hierático, el rostro solitario y esos ojos... Unos ojos alucinados “que parecen detenidos en algún punto concreto que los demás no podemos alcanzar a captar”. El padre de Català, un pagès del Priorat, le había enseñado desde niña a no bajar los ojos ante persona alguna, porque nadie es más que otro. Sostener la mirada para luego contarlo: ese fue el cometido —y la carga— de los testigos de la barbarie.
¿Qué sabía Dante del infierno, se preguntaba Català, si no vio Ravensbrück, el mayor campo de mujeres de la Alemania nazi? Situado noventa kilómetros al norte de Berlín en el paisaje idílico del Brandeburgo rural, fue construido con mano de obra prisionera en 1938. Durante los seis años que estuvo en funcionamiento, 132.000 mujeres y también 20.000 hombres de más de veinte nacionalidades cruzaron su umbral. En esa instalación se pusieron en práctica todos los horrores nazis. Las mujeres fueron humilladas, prostituidas, envenenadas, ejecutadas, desnutridas y usadas como cobayas para experimentos médicos aberrantes. Acabada la guerra, este “campo de exterminación lenta”, como lo definió la etnóloga y superviviente Germaine Tillion, al quedar en territorio de la RDA, tras el Telón de Acero, se sumió en la bruma del olvido. Bajo administración soviética, se convirtió en un memorial, si bien sesgado y con un interés partidista, a la lucha antifascista.
En Ravensbruck: Life and Death in Hitler's Concentration Camp for Women (2014), uno de los pocos estudios de conjunto acerca de este campo, su autora, Sarah Helm, expresó su asombro al constatar el silencio sobre este lugar entre la bibliografía existente: “Los principales historiadores —casi todos hombres— no tenían apenas nada que decir. Incluso los libros escritos sobre los campos después de la Guerra Fría parecían describir un mundo totalmente masculino”. La condición femenina siempre ha soportado una doble pena de silencio, ya no solo en lo bueno (los logros), sino también en lo malo (la fatalidad). François Mauriac, en el prólogo al testimonio de la poeta Micheline Maurel, lo condensó así: Ravensbrück era una abominación que el mundo decidió olvidar. Aun así, contamos con valiosísimos testimonios, además del de Català, como los de Anise Postel-Vinay, Margarete Buber-Neumann, Mercedes Núñez, Geneviève de Gaulle-Anthonioz, etc., que relatan la solidaridad entre mujeres, brotada en la más cruda adversidad. Preguntada por una católica en Ravensbrück a qué se aferraba para mantener la fortaleza, Neus Catalá respondió que el Dios al que se encomendaba eran todas y cada una de sus compañeras de barracón, cuya suerte compartía.
Cuando un último testigo desaparece, los recuerdos íntimos no expresados se funden como la nieve. A las siguientes generaciones les toca cuidar, para que no se desintegre, ese concepto delicado y versátil que es la memoria histórica. En palabras de Català, recordar era un deber, una catarsis necesaria. En la reciente reposición en el Teatre Lliure de Ante la jubilación, los personajes de Thomas Bernhard —alemanes contemporáneos a la obra, que data de 1979— llevan tres décadas celebrando a escondidas el cumpleaños de Himmler, el arquitecto de los campos, y en medio de ese ritual de lealtad se animan entre sí, diciéndose que es solo cuestión de tiempo que puedan dejar de ocultar sus filias extremistas. Cada vez que un superviviente muere, ese momento se intuye más cercano.
Entretanto, el mundo aplaude la primera fotografía de un agujero negro, en el centro de la galaxia M87, a 55 millones de años luz de distancia. Lo que vemos es el anillo luminoso que delimita el horizonte de sucesos. Es la luz que cae, pero aún se resiste a ser tragada por la oscuridad. Como esas mujeres en los campos que, hasta su último aliento, pugnaron por mantener la dignidad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












viernes, 24 de noviembre de 2023

De los columnistas reaccionarios

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura para hoy, de la escritora Lucía Lijtmaer, va de los columnistas reaccionarios. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Ponga un reaccionario en su vida
LUCÍA LIJTMAER
19 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com.

Uno. Hace poco más de un año, llegué a un festival literario en México. El tiempo era perfecto. Cálido y húmedo. Las calles estaban llenas de flores y la gente que pululaba de un sitio a otro, buscando la siguiente charla a la que acudir. Como suele suceder en esos espacios, los escritores se agrupaban alrededor de varias mesas, intentando intimar o mantener una charla mínimamente cordial. Al fin y al cabo, íbamos a pasar varios días juntos, y los escritores no son las personas más seguras de sí mismas. En definitiva, se parecía bastante al primer día de colegio, en el que buscas desesperadamente hacer amigos.
De repente, apareció una mujer. Tenía más o menos mi edad. Iba tatuada. La reconocí de inmediato; se trata de una escritora latinoamericana feminista cuyo primer libro había explotado internacionalmente y se había traducido a varios idiomas y reeditado. Al final de esta columna volveré a esta imagen.
Dos. En el último par de años se está dando un fenómeno curioso. No es exactamente nuevo, pero cada vez es más común. Como la proliferación de chinches en París, crees que no te va a llegar, pero zasca, un día te estás rascando y mirando debajo de los colchones. Lo mismo pasa por aquí, y por aquí me refiero a los espacios de opinión de los medios de comunicación.
Nos hemos acostumbrado a que una buena parte del columnismo en España esté virado hacia posiciones conservadoras. Hace unos años, alertábamos de la trampa del extremo centro, en el que se expresan dos polos de opinión como si ambos fueran moralmente equivalentes. Como dice Mark Bary en su ensayo Antifa, esto “aconsejaría, por ejemplo, presentar puntos de vista a favor y en contra de la esclavitud.” Así, poco a poco, el debate se escora hacia la ultraderecha, mientras que el equidistante parece modélico en su término medio.
Tres. Pero ahora el fenómeno ha mutado. De la misma manera que los partidos ultraderechistas abrazan el antifeminismo, una serie de columnistas patrios la han tomado con las escritoras y comunicadoras que tienen un posicionamiento público en favor de los derechos de las mujeres. Si son jóvenes, son el anzuelo perfecto. Y si tienen éxito, más aún. Amparándose en una supuesta imparcialidad, muy parecida a la equidistancia de hace unos años, se denigra el trabajo de estas comunicadoras con criterios parciales. Los suyos, claro. No es especialmente reseñable, para eso son sus espacios, pero sí es notable el cambio de estrategia: lo que se busca no es simplemente hacer una crítica a la labor de la comunicadora —algo sano y oxigenante, amparado por la libertad de expresión y de opinión de los medios en los que trabajan—, sino que aspiran a que esta se sienta apelada y responda, ampliando así el alcance de sus propios trabajos y de sus firmas. Los de ellos. Es por eso que la inquina se usa especialmente con comunicadoras locales y no tanto con las escritoras, artistas o periodistas internacionales, y muchas veces contienen información falsa o difamatoria.
Para las apeladas está el escarnio y la duda: ¿qué hacer? Si se replica, el oxígeno de la publicidad del reaccionario se amplía. Si se calla y deja que pase la tormenta, pueden acabar resonando las palabras de Mona Eltahawy. La activista insiste en que ser civilizada, respetuosa y educada es ineficaz para acabar con el patriarcado y la misoginia y que, en cambio, las mujeres deben aprovechar las siete cualidades —o “pecados necesarios”— de la ira, la atención, la ambición, el poder, la blasfemia, la violencia y la lujuria. Y aquí se instala la duda: ¿debemos reaccionar ante el reaccionario?
Cuatro. Como decía al principio de esta columna, regreso a la primera imagen. La escritora feminista llegó, rotunda de éxito y alegría. Saludó a sus conocidos y dio su nombre a los que no conocía. Su sonrisa era amplia y tranquila. Por la noche, nos invitó a algunas colegas a tomar mezcal con ella. Nos reímos mucho. Cuando volvía a mi habitación, pensé: ¿qué ha cambiado? Y me di cuenta. La reverencia con que había sido recibida esa mañana había estado destinada en mi juventud solo a los escritores hombres. Los susurros a su paso, el evidente respeto que infundía. Qué distinto a cuando, de veinteañeras, íbamos a presentaciones que siempre daban hombres, en las que solo preguntaban hombres y después, esos mismos hombres iban a tomar cervezas con hombres. Nosotras, meras comparsas. No era exactamente culpa de ellos, el mundo siempre había sido así. Después, muchas aprendimos que había otras maneras de hacer, de pensar, de leer. Luchamos por un espacio y, a veces, lo encontramos. La mayoría de esos compañeros entendieron y acompañaron el cambio. Otros decidieron lucrarse a través de la reacción. Si, como dice una amiga escritora, cada silencio tiene su pajarillo, cada feminista tiene a su reaccionario. Y si no lo tiene, que no se preocupe, se le asignará uno de oficio.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Nobles pasiones: La enseñanza en España. [Publicada el 12/04/2014]







No soy hombre de grandes ni numerosas pasiones. Tengo alguna que otra, pequeña, inofensiva e íntima que me perdonarán no les cuente. Las públicas, también escasas, podríamos dividirlas en dos: personales (mis nietos, mi familia, mis amigas, el café, los gatos...) y académicas (la teoría política, el derecho constitucional, la historia, la literatura...). Hay alguna otra que implica una cierta frustración, como la enseñanza, y aunque no creo en las vocaciones desde la cuna y sí en las que se "hacen", la diosa Fortuna no me dio el empujoncito necesario para dedicarme a ella, pero me dejó interés y preocupación por la misma. 
Hace unos días escribía en el blog sobre "El aura de la universidad". Hoy lo hago sobre la "enseñanza" en general, recuperando algunas notas de entradas anteriores, y azuzado por la lectura de un artículo, "Equidad y élite", del sociólogo y experto en Estructura Social y Desigualdad, José Saturnino Martínez, que analizaba los resultados del más reciente informe PISA sobre la enseñanza en España.  
¿Por qué resulta tan frustrante la búsqueda de una enseñanza de calidad en España? Respuestas las hay para todos los gustos: que la culpa es de los padres, de los propios alumnos, de los inmigrantes, de la masificación escolar, de la falta de medios humanos y materiales, del propio sistema escolar, del desbarajuste legislativo estatal y autonómico..., Me gustaría leer de vez en cuando alguna autocrítica que pusiera el acento en la responsabilidad, o irresponsabilidad, de buena parte del profesorado, desde la educación infantil hasta los cursos de doctorado. Pero no abundan, no...
Recuerdo al respecto dos artículos especialmente incisivos de hace unos años. El primero, "La clase perdedora", escrito por José Luis Barbería, en el que se responsabilizaba como primera causa del fracaso escolar a la falta de formación personal y académica de los padres y a la falta de hábitos de lectura familiares. Y a más cosas, claro está. El segundo, "La Universidad tiene profesores de sobra pero mal repartidos", escrito por Susana Pérez de Pablos, que ponía de manifiesto, frente a una creencia generalizada, e interesada por parte de los propios afectados, que la universidad española presenta un exceso de profesorado muy por encima de los ratios de media de las universidades europeas, y un reparto desproporcionado entre el profesorado de carreras de Letras y de Ciencias. Todo ello podría explicar -decía- el rechazo de una buena parte de ese mismo profesorado universitario al proceso de convergencia del Plan Bolonia, ante la inevitable "quema" (el entrecomillado es mio y no del autor) de áreas muy personales de conocimiento y de asignaturas, con todo lo que ello supone de asignación de recursos para los propios afectados, sus Departamentos de origen y la propia universidad.
Sobre la responsabilidad, o irresponsabilidad, del profesorado en la situación de la enseñanza española, publicó en Revista de Libros (2009) un interesante artículo Mariano Fernández Anguita, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca, titulado "Cuadernos de Quejas"Decía en él que el conjunto de ese profesorado (cerca de 700.000 personas en aquel momento) estaba conociendo una transformación radical de su entorno amplio (el lugar y el papel de la educación en la sociedad) e inmediato (las relaciones con alumnos y con familias), así como de su propia naturaleza (reclutamiento, condiciones de trabajo, cultura profesional), lo que hacía que se encontrara ávido de ideas, imágenes, iconos, narraciones y otras expresiones simbólicas de su identidad, sus intereses y sus inquietudes. La principal fuente de alimentación de su imaginario colectivo -comentaba- no es la literatura, sino el cine: películas como "La lengua de las mariposas", "Todo empieza hoy" o "Ser y tener", que fueron comidilla de los claustros, materia para artículos editoriales y alimento para simposios, y también para el sector editorial (y no sólo de libros de texto) al constituir los profesores un colectivo con ciertos intereses, creencias, valores y símbolos compartidos que estaban dando lugar a un nuevo género literario que podríamos llamar el "cuaderno de quejas", que era, precisamente, el título de su artículo.
Concluyo esta entrada con una viñeta humorística del diario parisino Le Monde de hace un tiempo que refleja fielmente que "en todas partes cuecen habas", digan lo que digan, aunque sea verdad eso de que "mal de muchos, consuelo de tontos"...  Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












jueves, 23 de noviembre de 2023

De Irene de Arco

 







Irene de Arco
LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
23 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.comm

Tiene la recién defenestrada exministra de Igualdad, Irene Montero, un bello y aniñado rostro de natural dulzura, potenciada por la negra melena y el cutis blanquísimo, como de eterna Virgen María en la función de Navidad del cole. A cambio, se le ven los claroscuros en los ojos azabache. A veces, al borde de las lágrimas. Otras, poseídos por la furia feminista. Avivados siempre por una pasión desbocada, una terquedad de mula y un fuego interno que, a la vez que fulminan al adversario, le devora las propias tripas. Pareciera Montero eternamente enojada y no la culpo. Ha tenido que soportar los insultos más soeces, clasistas y machistas por ser la pareja y madre de los hijos de Pablo Iglesias, y sufrir el intolerable acoso de los indeseables que la llamaban “puta” a la puerta de su casa con sus tres niños pequeños dentro. Apuesto a que eso, más que hundirla, acabó de azuzar su cruzada contra todo aquel que le llevara la contraria, dentro y fuera de su partido. Hija de un mozo de mudanza y una maestra de escuela, apuesto a que conserva esa justiciera conciencia de clase que nunca te abandona del todo, aunque a nadie le amargue un chalé con piscina y pabellón de invitados. Su gran error ha sido no tender puentes y mantener y no enmendar, sin la menor autocrítica, la ley del solo sí es sí, echándole la culpa a la justicia patriarcal, o al empedrado, de sus dolorosos errores, llevándose por delante la legislatura progresista y dándole hecha la campaña a la derecha.
Víctima y mártir. Así ha sido hasta su mismísimo traspaso de poderes a la nueva ministra, acusando al presidente que la nombró de echarla, como si los cargos públicos fueran vitalicios, robándole el foco a su sucesora, y esparciendo sobre ella la sospecha de ser una vendida. Ahora que lo pienso, más que de Virgen María, a Irene Montero se le ha quedado cara de Juana de Arco, quemada en la pira por hereje con la leña y la chispa con que ella misma encendió el fuego amigo. Dijo en su despedida que España ya es otra, entre otras cosas, por su arrojo. Eso es cierto y hay que agradecérselo. Puede que la responsable del gran eslogan feminista “sola y borracha quiero llegar a casa”, y de poner el consentimiento en el centro de la libertad sexual de las mujeres, esté tocada, pero no hundida. Es joven y brillante. Que el fuego la purifique o la reduzca a cenizas políticas en la oposición al Gobierno dentro de la coalición de Gobierno depende de ella. Luz Sánchez-Mellado es escritora.








De la generación Sánchez

 








Felipe González y la ‘generación Sánchez’
ESTEFANÍA MOLINA
23 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

A Felipe González no le gusta la amnistía, ni se haría fotos con Carles Puigdemont en Waterloo: al PSOE no lo reconoce ni la madre que lo parió. Aunque quizás nos preguntamos demasiado si González o Alfonso Guerra se identifican con su partido actual, en vez de preguntarnos si la generación de jóvenes de izquierdas de hoy votaría a los líderes del PSOE de 1982. Cabe pensar que no. Pedro Sánchez sólo es el síntoma de cómo España y la izquierda han cambiado en 40 años, pese al recelo de la vieja guardia hacia el Frankenstein.
Y es que la supervivencia del PSOE ha sido la gran preocupación de sus exdirigentes en estos años: temían que el partido se hundiera por pactar con Podemos o el independentismo vasco y catalán. Como describe el periodista Gregorio Morán, González era un jugador de billar, un político que siempre dejaba la bola preparada para sobrevivir a una siguiente jugada. Los críticos Sánchez harán la fácil comparación: “Alguien que rompe la baraja a cada decisión, sin pensar ni en España, ni en el partido el día después”, suelen decir.
Ahora bien, no es fácil saber cuando se trata del poder qué es dejar la bola preparada para sobrevivir a la siguiente jugada. El PSOE actual no es heredero de las mayorías absolutas en los años 80, sino del fin del terrorismo en Euskadi, del procés en Cataluña, y de cómo la juventud de izquierdas se vio ampliamente seducida por Pablo Iglesias tras el 15-M. Los retos de Ferraz no son los mismos que antaño. Por eso, hay algo de generacional en eso de indignarse por los pactos de Sánchez con Podemos a 2020, con Carles Puigdemont a 2023, o tal vez con la izquierda abertzale en Euskadi alguna vez.
El propio contexto actual explica por qué la amnistía seguramente sea el mal menor para muchos jóvenes de izquierdas: les preocuparía más un Gobierno de gran coalición con el Partido Popular, o que Vox llegara al poder, que entenderse con esos llamados “enemigos de España”. La evidencia es que Sánchez ganó casi un millón de votos el 23-J tras haber forjado a todas luces su amalgama Frankenstein.
A menudo se acusa a la izquierda del auge del independentismo en la última década. Es falaz. Podemos fue clarividente al ondear en 2015 la bandera de la plurinacionalidad, que no casualmente tiñe el Congreso hoy. Hay una relación entre la caída del partido de Iglesias y la pujanza de algunas formaciones como Bildu o el BNG porque, precisamente, Podemos sirvió durante un tiempo de dique de contención del nacionalismo en ciertas comunidades, al ser la primera formación estatal que amparaba la idea del referéndum pactado ante el auge del procés. La nueva izquierda española está atravesada por la cuestión territorial. Por eso, si el presidente no hubiese legitimado los pactos con Podemos o ERC, como le impidió el Comité Federal en 2015, difícilmente habría recuperado muchos votos en Cataluña o Euskadi. El 23-J algunos independentistas apostaron por el PSC como “voto útil” para evitar que la derecha llegara al poder. Dejar la bola preparada para que el PSOE pueda sobrevivir en el futuro también es entender el país de hoy.
En consecuencia, el enfado contra Sánchez no es ni siquiera porque la jugada haya salido mal tras pactar con quienes “quieren romper España”. Al contrario: el independentismo catalán se hundió en las últimas generales y municipales porque cada medida de gracia, véanse los indultos, borra el agravio y deja a sus votantes cada vez más lejos de su sueño de ruptura de 2017. Si el problema con Sánchez fuera de razón de Estado, ese servicio que le vienen reclamando sus mayores estaría satisfecho ya: también ha noqueado a Podemos. Si solo fuera por las dudas legales que ahora plantea la amnistía, no habría recibido la misma crítica constante desde la moción de censura contra Mariano Rajoy.
Quizás lo que muchos no perdonan al actual líder del PSOE es haber inmolado una especie de sentido común bipartidista, compartido desde el PP hasta la vieja guardia socialista, sobre que ambos deberían apoyarse para salvarse contra la amenaza del independentismo y de los partidos extremos. Es la entente tácita que se mantuvo cuando Rajoy fue investido con la gran coalición por la puerta de atrás de 2016. Pero incluso esa noción del Estado es generacional. Antes del estallido del 15-M muchos jóvenes votantes se quejaban de que el PSOE y los populares parecían lo mismo en su visión territorial.
Ni siquiera es verdad ese relato por el cual el PP y Vox han venido a preservar España tal y como se entendió en la Transición. El giro excluyente y cainita que simbolizan Vox, el madridcentrismo de Isabel Díaz Ayuso o el actual José María Aznar nada tienen que ver con el Aznar del Pacto del Majestic o el espíritu integrador de la Constitución. La intransigencia territorial de la derecha es otra mutación, y por eso Alberto Núñez Feijóo no es hoy presidente gracias a PNV o Junts. La pregunta, pues, no es si al expresidente González le disgusta la amnistía o si Guerra no se reconoce en el partido que levantó. La pregunta es por qué a la derecha se le admite su cambio generacional y, en cambio, a las nuevas remesas de votantes socialistas que también defienden la Constitución, no. Estefanía Molina es politóloga y periodista.