lunes, 20 de marzo de 2023

Del funcionamiento de la justicia en España

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del catedrático y jurista Jordi Nieva-Fenoll, va del funcionamiento de la justicia en España. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









La Justicia española funciona realmente mal
JORDI NIEVA-FENOLL
17 MAR 2023 - El País
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Aunque la ciudadanía en general lo ignore, hace unas cuantas semanas que están en huelga indefinida los letrados de la Administración de Justicia. Esa estrambótica denominación que se les dio caprichosamente a estos funcionarios en 2015, no refleja en absoluto que, al amparo de la ley, su misión es insustituible en los procesos judiciales: dan fe de lo que sucede en y ante el tribunal, como si fueran una especie de grabadoras humanas. Y es que su misión fue ideada hace muchos siglos, cuando no existían esas grabadoras e incluso muchos jueces eran analfabetos; por ello se les llamaba “escribanos”. Más allá de eso, dirigen al personal administrativo que trabaja en un tribunal para que su burocracia funcione. Además de ello se les han ido atribuyendo en las últimas décadas algunas labores que desde siempre habían sido competencia exclusiva de los jueces, a fin de descargar a estos últimos. Lamentablemente eso ha generado duplicidades y contradicciones, además del mayor trabajo que les ha supuesto a esos Letrados sin mejora de su sueldo. De ahí nace la huelga.
Siendo lo anterior grave, en realidad es solamente un síntoma. El funcionamiento de la justicia en España es burocráticamente calamitoso, lo que hace que también se resienta la calidad intrínseca del trabajo de jueces y fiscales en demasiadas ocasiones. Nos hemos acostumbrado desde hace demasiados años a que un ciudadano interpone su demanda en cualquier proceso, o su denuncia o querella en un proceso penal, y en principio no pasa absolutamente nada. Lo que pasa es un tiempo que se siente infinito hasta que el tribunal tiene ocasión de ocuparse de aquella petición de justicia. Pueden pasar semanas o meses antes de que el ciudadano tenga alguna noticia de aquello que tanto —en términos económicos y anímicos— le costó decidir iniciar. Sólo en algunos casos mediáticos —tampoco todos— la maquinaria se mueve más rápido simplemente por eso, porque son mediáticos y no se quiere dar mala imagen. Al margen quedan todos los casos que no salen en la prensa, que son el 99% de los asuntos pendientes ante los tribunales.
La culpa de todo, pese a lo que se acaba de decir, no suele ser de los trabajadores de la justicia. Casi todos están saturados de trabajo. Unos combaten esta penosa situación tratando más mecánica y superficialmente los asuntos para no retrasarse más, y otros simplemente caen en la depresión, entre otros trastornos, o al menos en la desesperación por su voluntad de hacer realmente el trabajo que les viene exigido legalmente, y no sólo aparentarlo. En el fondo, en la Justicia no pasa nada diferente que en otros servicios públicos o privados que también están saturados, como los servicios sanitarios. Sus integrantes, o diseñan estrategias para salir del paso haciendo su trabajo con más ligereza, o se desesperan ante la impotencia y frustración, y todavía reciben quejas por los retrasos que provocan al querer hacer las cosas bien.
La responsabilidad de todo lo anterior proviene de una endémica falta de jueces —problema que no es exclusivamente español— cuyo número es muy insuficiente para absorber todo lo que se les plantea, así como de una caótica organización burocrática del servicio que resulta incomprensible, no ya con las herramientas de inteligencia artificial que debieran ayudarles ya desde hace tiempo, sino con la propia configuración de los procedimientos en las leyes que, pese a las reformas, es propia de hace dos o tres siglos, pero no del siglo XXI. Sin embargo, un tradicionalismo muy arraigado y extendido entre el estamento jurídico —no sólo judicial— impide cualquier reforma. Ni siquiera llegan los juristas a concebir algo distinto, atrapadas las mentes de los reformadores en esquemas procedimentales que no creen modificables ni superables. Imposible pedirles un más que necesario cambio de mentalidad en este sentido.
Lo primero que debiera ser inaceptable es que las peticiones de justicia de los ciudadanos no reciban una primera respuesta en un plazo máximo de cinco días, debiendo ser resuelto cualquier procedimiento en un período no superior a treinta días. No es un imposible ni una quimera y, por cierto es escandaloso pensar que sí lo es. Existen diversas estrategias para lograrlo haciendo una gestión de los asuntos cuando ingresan en el sistema que es inédita en España, pero que conlleva, como primer efecto, que lo más frecuente y sencillo es resuelto de inmediato, demorándose más tiempo lo que es inevitablemente más complejo, como resulta lógico. Es fácil decirlo, pensarán algunos. En realidad tampoco es difícil hacerlo, si se renuncia a la burocracia absurda y sobre todo a la tradición y a los automatismos heredados de un pasado bastante más remoto de lo que se cree. Porque poco ayudan los avances informáticos si la tradicional burocracia permanece inalterada en las leyes. Y es que no ha habido reforma legal alguna en España que haya pretendido combatirla realmente, o haya sabido cómo.
A la vez, también hacen falta muchos más efectivos, es decir, más jueces. Hay unos letrados de la Administración de Justicia en huelga que tal vez, si quisieran, podrían ser reconvertidos en jueces, dejando de lado sus históricas funciones que hoy han perdido su sentido. Son personas muy valiosas que podrían prestar el servicio de la Justicia con calidad en muchísimos casos en los que ni siquiera se ha pensado.
De hecho, España es un país de tradiciones a veces desesperantes. Sólo les diré que hay una figura romana que ha sobrevivido incomprensiblemente en nuestro país y no así en la mayoría de nuestro entorno: el procurador. Su competencia profesional es como la de cualquier abogado, pero sus funciones, que cuestan mucho dinero a la ciudadanía, pertenecen también a la historia y no a necesidades actuales. Lo curioso es que muchos de ellos, con la debida formación complementaria en un período transitorio, también podrían ser excelentes jueces para no pocos asuntos.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Gran Canaria entra en la Historia. [Publicada el 29/04/2012]











"Restituidos nuestros conquistadores al Real de Las Palmas, dejando atalayas y espías que avisasen de cualquier movimiento, no apartaron el pensamiento de los preparativos para la campaña próxima. El deseo de concluir aquella grande obra de la entera reducción de Canaria devoraba sin cesar a Pedro de Vera, y no se pasó mucho tiempo sin que hiciese una revista e inspección general de todas sus fuerzas, tanto de Europa como de islas. Halló que tenía más de 1000 hombres de armas; proveyose de las municiones, víveres y forrajes precisos y salió el 8 de abril de 1483 en alcance del enemigo, con resoiución de morir con sus tropas, antes que volver al Real de Las Palmas, sin haber sometido todo el país. Nuestro general estaba ya muy práctico en ese género de guerra, por decirlo así, de sofistería o cavilación que se hace en terrenos quebrados y montuosos.
Habían avisado los espías que el grueso de la nación canaria, compuesto por más de 600 hombres de pelea y 1500 mujeres con sus hijos, estaba refugiado a la sazón en el fuerte de Ansite, entre Gárdal y Tirajana, bajo la obediencia y apoyo del guanarteme Bentejuí y del faycan de Telde. Así, Pedro de Vera, acompañado del Obispo don Juan de Frías (que pocos días antes había llegado de Lanzarote a ser testigo de esta empresa), marchó derecho a ellos y fijo su campo a las faldas de aquel monte escarpado.
Pero entre tanto, como don Fernando Guanarteme conocía las intenciones sanguinarias del general y se condolía de la suerte que amenazaba a sus paisanos, pidió licencia para pasar a hablarles y, habiéndose acercado a ellos, no hizo otra cosa que mostrarles un semblante abatido y ahilado de muerte, en que se echaba de ver la angustia y el dolor. Los canarios por su parte levantaron también hasta el cielo la vocinglería y los sollozos, a cuyo espectáculo, esforzándose don Fernando a romper el silencio, les dijo anegado en lágrimas: "Hijos de mi corazón: yo os suplico tengáis piedad de vosotros. ¿Qué pensaréis adelantar con la terquedad? ¿Es posible que todavía tenéis arrojo para ser enemigos de los españoles? ¿Sacaréis alguna ventaja de que la nación y el nombre canario se acabe? ¿Qué más tendréis con que os gobierne ese joven que habéis aclamado como guanarteme, que obedeciendo al rey más poderoso del mundo? Abrid los ojos. Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, protegidos contra las demás potencias del mundo, ennoblecidos, doctrinados en las artes y ciencias, civlizados y cristianos, quer valer más que todo."
No pudiendo resistirse a este tierno razonamiento la muchedumbre atribulada, retumbó al punto por los valles circunvecinos la algaraza con que los bárbaros pedían rendirse a Pedro de Vera, aquel hombre tan terrible para la nación. Todos arrojaron al aire sus magados, dardos y tabonas e, hincados de rodillas, llamaron a don Fernando Guanarteme para ponerse entre sus manos. Pero así que observaron Bentejuí y el faicán de Telde tan extraordinaria revolución, se abrazaron fuertemente el uno al otro y se precipitaron desde la eminencia de Ansite, repitiendo la regular exclamación: ¡Atis Tirma! Se asegura que Bentejuí estaba para desposarse un día de aquellos con la joven guayarmina, hija de don Fernando (y heredera de los estados de Gáldar).
Luego que se fue serenando la conmoción, volvió este príncipe a nuestro campo, seguido de los suyos, y, trayendo del brazo a su hija Guayarmina y a su sobrina Masequera, las presentó al general dirigiéndole estas memorables palabras: "Unos isleños que nacieron independientes entregan su tierra a los señores Reyes Católicos y ponen sus personas y bienes bajo su poderosa protección, esperando vivir libres y protegidos." Pedro de Vera, el obispo, los oficiales, en fin, todo el ejército no creían lo mismo que miraban, pues es evidente que, a no haber sobrevenido en los ánimos aquella mutación prodigiosa, no se hallaban todavía los negocios en tan buen estado, y parecía preciso derramar mucha sangre antes de conseguir la última victoria.
En efecto, los canarios fueron recibidos con las más distinguidas demostraciones de placer; y, habiéndose abrazado recíprocamente ambas naciones, entonó el obispo el Te Deum, que prosiguió toda la tropa. Aconteció este suceso tan deseado como glorioso para nuestras armas, el 29 de abril de 1483, día de San Pedro de Verona por cuya circunstancia y la de llamarse Pedro el general se puso a toda la isla de la Gran Canaria bajo el patrocinio de aquel mártir.
Del campo de Ansite, tan feliz para Pedro de Vera, se volvió nuestro ejército, seguido de muchos canarios, al Real de Las Palmas, donde se ejecutó la entrada con todas las aclamaciones y las libertades de un triunfo. Y mientras los españoles se ocupaban en no sé qué vana admiración de sí mismos, subió Alonso Jáimez a la explanada del torreón y, tremolando el real estandarte que llevaba, dijo tres veces: "La Gran Canaria por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros señores, rey y reina de Castilla y de Aragón." Al día siguiente se celebró en la iglesia de Santa Ana una fiesta  de acción de gracias, en que dijo la misa el reverendo obispo, concluyéndola con una exhortación que pareció muy elocuente a los cristianos, y de la cual sólo entendieron los nuevamente conquistados y convertidos que ellos eran el asunto".
Hasta aquí, el relato que de aquella jornada hace el gran historiador canario Joseph de Viera y Clavijo (1731-1813), preclaro discípulo de la Ilustración en las islas, en su magna obra "Noticias de la Historia de Canarias", tomo I, págs. 234/235 (Cupsa, Madrid, 1978. Edición de Alejandro Cioranescu) de aquella memorable jornada. Ahora sabemos mejor que aquello no fue exactamente así, como él lo cuenta; pero esa es otra historia.
Un 29 de abril de hace cuarenta y cinco años, en 1967, yo llevaba un mes escaso viviendo en Gran Canaria y fui con mi novia, ahora mi esposa, a ver la procesión cívico-religiosa que, partiendo de la catedral de Santa Ana, después de una solemne misa, y con el pendón real de Castilla que se custodia en la misma desde la época de la conquista al frente, se paseaba por las calles de Vegueta. Después nos fuimos a pasar el resto de la mañana en la playa de Las Alcaravaneras, donde mojé por vez primera mis pies en el océano Atlántico, y ya a media tarde, y con superficiales quemaduras en mi blanquecina piel, a tomar unas copas y bailar en el Pueblo Canario de la Ciudad Jardín.
Con la llegada de la democracia, a partir de 1978, y el ascenso de las fuerzas nacionalistas y de izquierda (entonces y como ahora, bastante despistadas sobre el asunto de las identidades nacionales o pretendidamente nacionales) la conmemoración del 29 de abril comenzó a parecer algo vergonzante, impropio de un hecho que celebraba el sometimiento de un pueblo a otro. Solo los catalanes, en eso como en muchas otras tan sentimentales, a pesar de que el tópico se encarga de achacarles lo contrario, siguen celebrando su derrota ante las tropas de Felipe V, un 11 de septiembre, como su fiesta nacional.
Casualmente estoy releyendo estos días el capítulo titulado "Más sobre el pasado de los españoles", que dentro de su libro "Cervantes y los casticismos españoles" (Alianza, Madrid, 1974) serviría a su autor, el prestigioso filólogo e historiador Américo Castro (1885-1972), de introducción a su magna obra "La realidad histórica de España" (Porrua, México, 1966). Y encuentro en él una felícisima reflexión sobre el antagonismo secular entre unos españoles y otros, antes en razón de su casta (cristiano viejo frente a cristiano nuevo o converso), ahora de origen territorial, que me atrevo a reproducir y con ello concluir esta entrada, tan "sui generis", de hoy. 
Dice así: "Mientras los españoles no se resignen a aceptar el hecho de haber sido como han sido, a percibir el latir de su pasado, las discusiones acerca de su futuro se basarán en vocablos y exclamaciones. La secular y falsa imagen del pasado es como una antigua arma de panoplia frente a las automáticas de nuestros días. [...] Así comienza a hacerse alguna luz en torno al hecho capital de no haberse soldado unas con otras las regiones que ostentan "hechos diferenciales", sin advertir, empero, que diferencias tan grandes o mayores que las existentes entre Cataluña y Castilla no impidieron fundirse interna y firmemente a Francia, Italia o Suiza".
Espero que les haya resultado interesante. Y sean felices, por favor, a pesar de nuestros gobernantes (q.D.g.). Tamaragua, amigos. HArendt













domingo, 19 de marzo de 2023

Del cine de antes

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del crítico literario Rafael Narbona, va del cine de antes. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Vértigo: ¿por qué ya no se hacen películas como las de antes?
RAFAEL NARBONA
10 MAR 2023 - Revista de Libros
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Hace unos días, no pude resistir la tentación de enseñar mi nuevo televisor a un amigo. Gracias las grandes pantallas disponibles en el mercado, ya es posible transformar el salón de nuestras viviendas en una pequeña sala de proyección. Dado que estoy suscrito a Filmin, una plataforma creada en España, pude seleccionar Vértigo, de Alfred Hitchcock, para mostrar la calidad de imagen y sonido. Mi amigo y yo solo necesitamos unos instantes para engancharnos a la película, pese a que ambos la habíamos visto infinidad de veces. Una de las virtudes de los grandes clásicos es que siempre emocionan, quizás porque provocan la ilusión de que nos topamos con ellos por primera vez. Hitchcock no es un simple maestro del suspense, sino un director de cine con una sensibilidad pictórica y un profundo conocimiento de la naturaleza humana. La explosión de colores que acontece en Vértigo es una auténtica sinfonía. La música de Bernard Hermann acentúa la sensación de estar asistiendo a una delicada manifestación de belleza, donde las notas y los colores (verdes, lilas, azules, rojos o amarillos) se conciertan para movilizar sentimientos de asombro, placer y armonía. No es un alarde de simple preciosismo, sino un aldabonazo en el inconsciente.
En los títulos de crédito, el ojo de Kim Novak transita del blanco y negro al rojo, disolviéndose en un abismo de espirales multicolores. Se suceden el azul, el verde, el violeta, modulando la mirada hasta convertirla en un profundo interrogante: ¿quién nos mira? ¿Carlotta Valdés, la suicida que intenta apoderarse de Madelein Elster? ¿O Judy Barton, la impostora? ¿Confrontamos la mirada de un vivo o un difunto, de un ser real o una ficción? Hipnotizados por esas imágenes, el espectador siente que se adentra en un sueño. Hitchcock solo ha necesitado una breve secuencia para plasmar el milagro estético. Lo imaginario ha desplazado a la realidad, insinuando que las ensoñaciones tal vez son la verdadera realidad y nuestras experiencias, una mera alucinación.
¿Por qué no ya no se hacen películas así? Mi amigo me confesó que no soportaba el cine actual. ¿Puede interpretarse su comentario como un ejemplo de la inadaptación a los cambios? ¿Es la vejez —ambos nacimos en los sesenta del pasado siglo— la que inspira esta clase de apreciaciones? Creo que no. Entre los años treinta y cincuenta, Hollywood promovió un cine de altísima calidad que gozó del aprecio del público. Es la época de los grandes directores: John Ford, Howard Hawks, Orson Wells, Billy Wilder, Frank Capra, Fritz Lang, Otto Preminger, Joseph L. Mankiewicz, Alfred Hitchcock. Todos compartían la convicción de que hacía falta una historia sólida para realizar una buena película. Si algo caracteriza al cine de esa época, es la preocupación por el argumento. El cine es imagen, pero necesita una trama bien construida para fluir con eficacia. Vértigo es un gran película porque narra una historia digna de Henry James, meditando con lucidez sobre el amor, la vida y la muerte. El cine actual se ha infantilizando. Prefiere lo espectacular a lo profundo y certero. Las explosiones han reemplazado a las reflexiones. Lo explícito y superficial a lo misterioso y complejo. No creo que esa tendencia sea fruto de una deliberación cuidadosamente elaborada. Ni que obedezca al propósito de manipular las conciencias. Simplemente, los estudios han optado por lo más fácil. Entretenimiento en vez de arte. Comodidad en lugar de esfuerzo. Es más sencillo atrapar la atención del público mostrándole piruetas que obligándole a pensar.
Vértigo es una obra de arte porque explora las posibilidades del lenguaje cinematográfico y porque aborda —sin caer en el tedio y la pedantería— grandes cuestiones, como el pavor que nos inspira nuestra finitud. Cuando la falsa Madeleine visita un bosque de secuoyas con John «Scottie» Ferguson (un magnífico James Stewart) comenta que no le gustan esos árboles milenarios porque le recuerdan que algún día morirá. Al observar las anillas de un gigantesco trozo seccionado, señala que la existencia humana solo es un soplo efímero en un vendaval implacable. «Scottie» se enamora de ella, desconociendo que finge ser otra persona. Hitchcock desliza que el amor siempre es un espejismo, una confusión. La mente inventa lo que anhela, ignorando lo que no se ajusta a su deseo. En este caso, el amor no es solo una fantasía, sino una rebelión contra la razón y el tiempo. «Scottie» no acepta la aparente muerte de Madeleine. Su pasión desafía a la muerte, extendiéndose más allá de lo posible. Hitchcock flirtea con la necrofilia, pero sin concesiones a lo obsceno o truculento. El amor de «Scottie» se parece a los velos que utiliza para imprimir en las imágenes una dimensión onírica, sumiendo lo nítido e inmediato en una nebulosa. Frente al amor de Marjorie «Midge» Wood (Barbara Bel Geddes), que encarna lo humano y razonable, Madeleine parece una criatura de otro mundo, casi una diosa. Amar a una diosa constituye una temeridad. Puede destruir al humano que se aventura a enredarse en una relación asimétrica. El miedo de  «Scottie» a las alturas puede interpretarse como impotencia sexual, pero es algo más. En realidad, se trata de la frustración producida por lo ilógico e irrealizable. «Scottie» solo superará su miedo al perder a Madeleine, tras descubrir que en realidad es Judy, una joven vulgar que trabaja como dependienta de una tienda de moda. Cuando se desmorona el ideal, solo cabe un aterrizaje forzoso en lo previsible y mediocre. El precio de recobrar la razón es caer en un mundo desprovisto de poesía. Alonso Quijano no lo soporta y agoniza murmurando frases desalentadoras que los testigos confunden con un gesto de lucidez. Tras la muerte de Judy, «Scottie» puede mirar al vacío sin tambalearse, pero su vacío interior ha crecido insoportablemente, dejándole suspendido en una cornisa de insatisfacción.
El cine actual da prioridad a la taquilla, restando importancia a la excelencia artística. Es un planteamiento nihilista, pues Hitchcock demostró que se podían vender muchas entradas con películas de enorme calidad. Todos salimos perdiendo. La sociedad se despeña por lo banal y la industria limita su registro a cuatro artificios circenses. Hace poco, Tom Cruise ha rodado una escena sumamente arriesgada para la saga de Misión imposible. Provisto de un paracaídas, se ha lanzado por un precipicio, utilizando una motocicleta de gran cilindrada. Admiro su coraje, pues ha descartado recurrir a un doble, pero sinceramente prefiero la imagen de Kim Novak mirando hipnotizada el agua, con el puente de San Francisco al fondo. La estampa podría ser un cuadro de Edward Hopper, mostrando la soledad del ser humano en el paisaje urbano, donde lo bello ya no está asociado a lo natural, sino al artificio y el ingenio. Ciertamente, ya no se hacen películas como antes, pero aún así de vez en cuando aparecen joyas como El pianista (Roman Polanski, 2002), El Gran Torino (Clint Eastwood, 2008), La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) o Comanchería (David Mackenzie, 2016). El cine es un lenguaje poderosísimo y nunca se extinguirá. Para hacer una buena película no hace falta mucho dinero, sino sensibilidad y buenas ideas.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Crisis de confianza. [Publicada el 27/07/2008]









Se me escapa el alcance real de la crisis económica ¿real, psicológica, inducida? que España y Occidente están afrontando. Según parece está afectando sobre todo a las economías más desarrolladas, y menos, o menos gravemente, a las de los países en desarrollo o de economías emergentes. No lo entiendo pero dicen que es así... ¿Cómo afrontarla? También para eso hay recetas para todos los gustos y todos los colores... Moisés Naím, director de la prestigiosa revista Foreign Policy escribe hoy en El País ("¿Quién hundió la economía mundial?") que las "crisis globales nunca tienen una sola causa ni un solo padre", pero para encontrarle una explicación a la actual señala a algunos culpables, empezando por Alan Greenspan, director de la Reserva Federal norteamericana, los reguladores financieros, los especuladores, el presidente George W. Bush, y terminando con los chinos... Es una opinión. Otra, la del catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, Antón Costas, ("La crisis como oportunidad"), se centra más en la crisis nacional, y dice sobre ella que puede superarse. Que la economía española, el tejido productivo español, tiene recursos suficientes para afrontarla siempre siempre que los males de diagnostiquen con rigor y "todos", liderados por el Gobierno, nos pongamos a ello. Ese "todos", por supuesto, implica a empresarios, trabajadores, sindicatos y administraciones, en un gran acuerdo para: "primero, repartir equitativamente, a corto plazo, los costes, evitando un conflicto distributivo que dispare la inflación y frene la continuidad del crecimiento, y segundo, lograr acuerdos de largo plazo que fomenten la vitalidad, la innovación y el cambio de modelo productivo para adaptarlo a los cambios económicos y tecnológicos". En resumen, que estamos en una crisis que, aparte de económica, es también una crisis de confianza: crisis de confianza en el gobierno y su liderazgo, en las instituciones europeas y nacionales económicas, en el sector empresarial, en el sistema financiero, y en nuestras propias capacidades. No entiendo nada de economía, pero sí tengo claro que una democracia consolidada no se deteriora por culpa de una crisis económica. Que las democracias tienen recursos suficientes para hacerlas frente. De esas crisis, más o menos tarde, con más o menos daños, se sale. Eso es indudable, pero para lograrlo, hay que saber que está pasando, qué lo causa y cómo ponerle remedio. Pedir al gobierno que nos diga la verdad, que no nos mienta, que no se amilane, y que se ponga al frente con todos los recursos que hagan falta para sacarnos de ella. Como ya hicimos en el pasado, como tenemos que hacer ahora... HArendt







sábado, 18 de marzo de 2023

De los seudodemócratas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la analista política Cristina Manzano, va de los seudo demócratas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







¿De quién es la democracia?
CRISTINA MANZANO
16 MAR 2023 - El País
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En la guerra global por la narrativa entre democracias y autocracias, entre Occidente y el resto, uno de los triunfos de Xi Jinping y de Vladímir Putin ha sido el de apropiarse de conceptos tradicionalmente asociados al bando democrático. Para quienes vemos en ellos la personalización de un poder pseudoabsoluto, oír cómo hablan de derechos humanos, de elecciones y de democracia provoca cierto escalofrío. Los ejemplos son múltiples, pero el caso más ilustrativo fue el famoso manifiesto que publicaron días antes de la invasión rusa de Ucrania y en el que declararon su amistad “sin límites”. En él se podían leer cosas como: “Las partes comparten la creencia de que la democracia es un valor humano universal, más que un privilegio de un número limitado de Estados, y su promoción y protección es una responsabilidad común de toda la comunidad mundial”. Y todavía más allá: “Rusia y China, como potencias mundiales con una rica herencia cultural e histórica, tienen una arraigada tradición democrática, que se nutre de la experiencia milenaria del desarrollo, el apoyo popular y la consideración de las necesidades e intereses de sus ciudadanos”.
No son, desde luego, los primeros autócratas que presumen de democracia. Ahí estaba la mismísima República Democrática de Alemania o la democracia orgánica del franquismo, que no engañaban a nadie. Pero Xi y Putin se están haciendo con las ideas que Occidente ha querido convertir en universales para redefinirlas. Es la revancha contra un sistema de valores que, consideran, ha ejercido siempre una pretendida superioridad moral. Y lo hacen porque ahora tienen, cada uno a su modo, las palancas para convencer a quien esté dispuesto a escucharlos.
Hubo un tiempo en que un buen número de países se miraba en el espejo de las democracias occidentales, sobre todo en el de Estados Unidos, el gran referente. La democracia iba ligada a libertades, sí, pero también a prosperidad, a una forma de vida mejor y más digna. Es obvio que esos referentes hoy han cambiado. China ha demostrado que se puede prosperar económicamente y otorgar un cierto grado de libertad, sin que ello implique en ningún momento cuestionar el orden político establecido ni la supremacía del Partido Comunista Chino. Rusia ha demostrado que se puede cultivar el anticolonialismo exportando energía y seguridad mientras se sigue ejerciendo el más crudo imperialismo. Además, cuestionan ellos, ¿de quién es la democracia hoy? ¿Quién determina si un régimen es lo suficientemente democrático o no?
Al poco de llegar a la presidencia, y aún bajo el trauma por el asalto al Capitolio, Joe Biden convocó una Cumbre para la Democracia con gobiernos, sociedad civil y mundo empresarial. Su objetivo era “renovar la democracia en casa y confrontar a las autocracias en el exterior”. Desafección, desigualdad, polarización, control tecnológico, desinformación, autoritarismo, corrupción, el papel de las grandes corporaciones... la lista de temas es larga. Un “pequeño” problema fue que la misma Casa Blanca determinó quién asistiría y quién no, generando todo tipo de polémicas. De allí salieron, en cualquier caso, una serie de compromisos que ahora las partes implicadas están llamadas a revisar. Será los próximos días 29 y 30 de marzo, en la II Cumbre para la Democracia, que se celebrará en formato híbrido conjuntamente en cinco sedes: EE UU, Costa Rica, Zambia, Países Bajos y Corea del Sur.
Para los muy cafeteros, son ejercicios siempre interesantes, que movilizan a varios miles de personas en todo el mundo en proyectos de lo más diverso. En torno a esos días, y a ese acontecimiento, se generará un sentimiento de solidaridad, de propósito y de optimismo con respecto al futuro. Tantas mentes pensando y proponiendo cómo hacer frente a los desafíos de nuestros sistemas democráticos, cómo mejorarlos. Pero ¿irá más allá de un descentralizado esfuerzo intelectual? ¿Trascenderá el espacio de unas determinadas élites? ¿Logrará realmente revertir el supuesto declive democrático?
Un repaso a este último año ofrece un balance agridulce. Por un lado, el pueblo ucranio ha dado una impresionante lección de coraje a la hora de defender su derecho a existir como país democrático; además, las elecciones de medio mandato en Estados Unidos y las presidenciales en Brasil (con susto posterior incluido) y en la República Checa, entre otros, dieron un respiro frente a la amenaza populista. Por otro, y tan solo en las últimas semanas, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha emprendido en México una reforma del Instituto Nacional Electoral que pretende acabar con la independencia del órgano que debe velar por la pulcritud de las elecciones; el gobierno ultraderechista de Benjamin Netanyahu en Israel ha emprendido una reforma que pretende acabar con la independencia del poder judicial; y el gobierno de Irakli Garibashvili, en Georgia, ha tenido que retirar una ley sobre “agentes extranjeros”, que limitaría enormemente el trabajo de las ONG y de los medios, por la presión de la calle. A lo que se suma lo que está ocurriendo en El Salvador, en Túnez, en Hungría…
No bastará una cumbre, ni muchas, para recuperar el prestigio y la eficacia perdidos. Pero una de las ventajas de la democracia es que la libertad es el caldo de cultivo para generar nuevas ideas. Van a hacer falta ahora que los regímenes autocráticos quieren presumir también de demócratas.