viernes, 9 de diciembre de 2022

De la pospobreza

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de eso que se ha dado en denominar pospobreza, y que como dice en ella la filósofa Adela Cortina, la riqueza producida por el proceso globalizador debería permitir que todos los seres humanos tuvieran cubiertas sus necesidades básicas, pese al retroceso provocado por la pandemia y la guerra en Ucrania. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos






Pospobreza

ADELA CORTINA

05 DIC 2022 - El País


Desde el último tercio del siglo pasado han venido proliferando hasta la saciedad términos que incluyen el prefijo pos. Intentar recordarlos todos es embarcarse en el cuento de nunca acabar, hasta el punto de que se ha hablado irónicamente de “pos-pos-pos” para caracterizar a esa época, que es todavía la nuestra. Algunos de esos términos han hecho una especial fortuna, como es el caso de posmodernidad, posdemocracia, pos-socialismo, poscapitalismo, y, por supuesto, posverdad, ese torticero intento de asegurar que la verdad ha dejado de tener interés para la opinión pública, que las gentes desean escuchar solo lo que creen que les conviene para vivir cómodamente y les importa poco que sea verdadero o falso.

Lo que vincula a estos términos construidos con el prefijo pos es que se mueven a menudo en la ambigüedad entre el intento de describir el nacimiento de un tiempo nuevo, distinto del anterior en rasgos esenciales, pero todavía demasiado impreciso como para bautizarlo con un nombre inédito, y la propuesta decidida de acabar con la etapa anterior. En este segundo sentido podemos utilizar el prefijo pos para algo tan fecundo como identificar sin ambages proyectos ineludibles, empeñados en eliminar lacras de la humanidad, que deberían quedar en la noche de los tiempos como algo obsoleto y trasnochado. Construir un mundo pospobreza sería sin duda uno de ellos y además incontestable. No se trataría de una utopía, un sueño sin lugar, porque a pesar de la buena prensa del pensamiento utópico, el infierno está empedrado de sus desastrosas realizaciones, por puras que pudieran ser sus intenciones. Se trataría de una obligación, un deber de la humanidad, ético, político, económico y social que es ineludible cumplir. Una prioridad inexcusable para quienes nos gobiernan.

En los últimos tiempos se multiplican las publicaciones que reconstruyen el pasado, detectando en él un progreso, como hacían los tratados clásicos de filosofía de la historia, solo que ahora contando con una abrumadora cantidad de datos empíricos. Jalones de esa historia serían la abolición de la esclavitud, el reconocimiento de la igualdad de los seres humanos, sea cual fuere el color de su piel o su etnia, el especial reconocimiento de la igualdad de mujeres y varones, la necesidad de cuidar de la naturaleza. A pesar de que el camino se trenza con avances y retrocesos, el progreso es innegable. Un paso más en este camino consistirá en acabar con la pobreza, en construir un mundo pospobreza.

Los habitantes de ese nuevo mundo hablaremos del anterior como de una antigualla estrafalaria, lejana e incomprensible: ¿te acuerdas de cuando había mendigos en las calles, personas sin hogar, gentes que acudían a las colas del hambre, familias enteras en las que no entraba un solo sueldo, personas obligadas a prostituirse para sobrevivir, emigrantes recibidos con hostilidad, devueltos a sus lugares de origen o ignorados? ¿Te acuerdas de cuando la desigualdad entre los países y en cada uno de ellos era flagrante? Del mismo modo que ahora hablamos de la esclavitud, la desigualdad de razas y entre mujeres y varones como lacras todavía existentes, pero inadmisibles, trataremos entonces de la pobreza. Y no hay que decirlo en potencial, “ocurriría así”, sino en futuro, “será así”. Porque acabar con la pobreza es una obligación al menos por tres razones: las personas tienen derecho a que la sociedad las ayude a no ser pobres, contamos con los medios materiales para ello y nos hemos comprometido abiertamente desde el primero de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS).

En septiembre de 2015, las Naciones Unidas propusieron los 17 célebres ODS, tras negociaciones entre los 193 Estados miembros y después de dialogar con interlocutores del mundo político, del económico y de la sociedad en su conjunto. Podría decirse que los ODS representan la conciencia moral alcanzada por nuestra época, que implica actuaciones concretas en todas las dimensiones de la vida común y da cuerpo a los derechos humanos, proclamados hace más de 70 años. El primero de esos objetivos, rotundo, contundente, sin paliativos, es “el fin de la pobreza”, “poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”, erradicar la pobreza sin más, construir un mundo sin pobreza para 2030. A él se une estrechamente el segundo Objetivo, que reclama “hambre cero”.

Como se ve en el enunciado mismo, no se trata tanto de un ideal al que hay que aspirar, sino de una obligación de la humanidad que es ineludible cumplir. La formulación recuerda la de aquellos deberes de obligación perfecta que reciben ese nombre porque no admiten excepciones y por eso se expresan como mandatos negativos: no debe haber pobreza, no debe haber hambre. No se trata solo de reducir, aunque haya que llegar a la meta paulatinamente, se trata de acabar con ello.

Es urgente, pues, instaurar lo que podríamos llamar una tercera Ilustración sobre la pobreza, prolongando la reflexión de Martin Ravallion en su excelente libro The economics of poverty. Según Ravallion, a lo largo de la historia se han producido al menos dos Ilustraciones sobre la pobreza. La primera a fines del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, el parlamentarismo en Gran Bretaña, la máquina de vapor y la madurez de las teorías del contrato social. El respeto a los pobres emerge entonces como una cuestión social, y no solo como una cuestión personal o grupal: la economía ha de producir bienestar, incluyendo a los pobres, como recuerda entre otros Adam Smith. Y, por otra parte, se establece el fundamento para que cambie la concepción sobre la pobreza al afirmar, como decía Immanuel Kant, que toda persona tiene dignidad, y no un simple precio, que vale por sí misma y se la debe empoderar.

Estas bases cobran vigor y eficacia en una segunda Ilustración que se produce con el Estado de bienestar en los años sesenta y setenta del siglo XX, contando con dos claves esenciales: la pobreza no es inevitable, porque se ha ido produciendo riqueza suficiente para que todos los seres humanos puedan llevar una vida digna, pero además no ser pobre es un derecho de las personas que los Estados deben satisfacer, y no solo un deber de beneficencia. Si en algún tiempo el combate contra la pobreza pretendía defender a las sociedades frente a los peligros que la pobreza implicaba para ellas, ahora no se trata solo de proteger a la sociedad, sino sobre todo de empoderar a las personas pobres.

Desgraciadamente, el Estado de bienestar solo prendió en un reducido número de países, e incluso en ellos ha entrado en crisis desde fines del siglo pasado, al menos en parte. En 2020 el informe sobre los ODS reconoció que antes de la covid-19 el mundo estaba lejos de acabar con la pobreza para 2030, pero desastres como la pandemia y la guerra en Ucrania han provocado el primer aumento de la pobreza global en décadas. Se estima en 700 millones, según la medida del Banco Mundial de 1,9 dólares al día, y en 1.200 millones según el Índice de Pobreza Multidimensional. Y, sin embargo, la riqueza producida por el proceso globalizador, no digamos ya por las revoluciones 4.0 y 5.0, debería permitir que todos los seres humanos tuvieran ampliamente cubiertas sus necesidades básicas, que pudiéramos inaugurar la etapa de un mundo pospobreza.




















jueves, 8 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] El afer Haidar. [Publicada el 09/12/2009]

 





Llevo varias semanas intentando leer algo medianamente inteligible, sensato. objetivo y apartidista sobre el afer Aminetu Haidar, en huelga de hambre desde hace 21 días en el aeropuerto de Lanzarote (Islas Canarias), y el conflicto desatado por su causa entre Marruecos y España. Hasta hoy, y gracias al artículo que en El País (7/12/2009) escribe José María Ridao, diplomático español y escritor, y titulado, precisamente, "Haidar, en términos exactos". Porque hasta ahora, todo lo leído al respecto se movía entre las declaraciones altisonantes de los "hooligans" del FPOLISARIO, los insultos al gobierno de Marruecos y las acusaciones de traición al Gobierno de España. Por cierto, jaleadores vociferantes con muy poca preocupación por el destino final de Aminetu Haidar, y muy poco respeto, real, por su persona.

Por aclarar algunas cuestiones previas, lo primero que habría que hacer es no confundir al pueblo saharaui con el FPOLISARIO (Frente Popular de Liberación de la Saguia-el-Hamra y Rio de Oro), porque tan saharauis son los que residen en el Sahara Occidental como los exiliados forzosos de los campamentos argelinos de Tinduf, campamentos y exiliados que deberían haber vuelto hace mucho tiempo a su tierra y a su patria y que si no lo han hecho ya es porque esos campamentos y esos exiliados le sirven de coartada al FPOLISARIO y a Argelia en su contencioso político-territorial con Marruecos. No creo que la causa del FPOLISARIO, un partido único que se arroga la representación del pueblo saharaui, merezca el sacrificio de Aminetu Haidar ni del pueblo del Sahara Occidental.

Segunda cuestión, el Reino de Marruecos es un estado pre-moderno y pseudo-democrático gobernado, para desgracia de su pueblo, por un sátrapa medieval vestido de Armani, del que no cabe esperar gran cosa en cuanto a respeto a los Derechos Humanos se refiere. Pero..., es un socio preferente de España y de la Unión Europea, y seamos realistas, en política internacional y por desgracia, no hay amigos ni enemigos, sólo intereses. Hay que reconocer que el Gobierno de España ha pecado de inocente y pardillo, y que algunas de las cuestiones que plantea José María Ridao en su artículo merecen una respuesta aclaratoria urgente por parte de nuestro gobierno. Cuidando de no tensar más de lo que ya está el conflicto, pero haciendo ver a Marruecos, y a su rey, que ellos son los únicos responsables de la tropelía.

Tercera cuestión, Aminetu Haidar está en su derecho de seguir en su postura aún a costa de su vida, pero alguien -no se quién, pero espero que no muy tarde- la debería intentar convencer que con su sacrificio no va a resolver la situación de su pueblo, ni del que está en el Sahara Occidental ni del que está en el exilio. ¿No hay nadie en el mundo capaz de imponer un poco de sensatez a los insensatos?

Juan Goytisolo es escritor, español, y vive desde hace muchos años en Marruecos. Es un hombre de una gran sensibilidad que conoce muy bien y de primera mano a la sociedad marroquí y a su pueblo. Entre tanto oportunismo, desatino y estupidez, fuera de los cauces anegados de las posiciones políticas irreductibles, se agradecen voces que impongan serenidad y cordura como hace en su artículo de El País (8/12/2009) titulado "¿Condenados a no entenderse?". Y sobre todo, que antepongan, ahora, la vida de un ser humano, Aminetu Haidar, a toda otra consideración política. Mi voz suena muy poco, la de Juan Goytisolo puede, debe sonar mucho más. Sumémonos a ella. Salvemos a Haidar, por favor; merece la pena intentarlo. Todo lo demás puede esperar. HArendt







De la irritación

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la irritación, porque como dice en ella la escritora Elvira Lindo, dicen que cuando se muere un ser querido te acabas acordando de sus características más irritantes, y eso debe sucederme cuando creo que falta la voz del hombre iracundo que hacía tiempo que sentía hacia la realidad una profunda extrañeza. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Newman, Marías, la posteridad
ELVIRA LINDO
04 DIC 2022 - El País

“¿La posteridad?”, solía decir Juan Carlos Onetti, “yo lo que quiero es que me devuelvan la juventud”. Y lo decía postrado en su cama, bebiendo un vaso de whisky y haciendo bromas sobre su boca desdentada: “yo tenía una gran dentadura, pero se la regalé a Vargas Llosa”. Onetti, irónico irredento, se burlaba del peor mal que aqueja a los humanos, el de creer que somos eternos y actuar como tales. Tengo una vena trascendente que fomento mientras paseo, suelo pensar en lo que quedará de nosotros cuando ya no estemos. Paseo y pienso en el documental dedicado a Paul Newman y a Joanne Woodward, The Last Movie Stars, que realizó durante el confinamiento el actor Ethan Hawke. Hay en ese concienzudo montaje de secuencias de películas y palabras de ambos una revelación esencial: fue Woodward la que despertó a Newman a la lujuria; Wooward la que lo convirtió en un actor sólido; Woodward la que potenció ese sex appeal que tantos años después nos sigue pareciendo sobrenatural. A veces escuchamos las palabras de Newman confesando su adicción al alcohol, su furia, su enfado con no se sabe qué. Uno de los amigos del actor recuerda que a menudo le preguntaba de dónde provenía esa ira, cuáles era las razones de su descontento.
Pienso a menudo en cuánto de la vida se nos va en estar irritados siendo ese estado de ánimo el más estéril. Recuerdo entonces a Javier Marías, cómo no. Confieso que me afectó su muerte, aunque no encontré en las páginas que se le dedicaron, disculpen la sinceridad, un texto a la altura del personaje, porque no cabe la menor duda de que además de ser gran escritor él era todo un personaje, complejo pero definible, y no lo reconocí en las palabras de esos amigos que lo describían como un tipo entrañable, cuando creo que su aspecto más característico era una manifiesta guerra contra los hombres, que no contra sus entrañas, como le ocurría a Machado. Marías vivía y escribía como si fuera a hacerlo siempre, y yo lo leía como si fuera a leerlo siempre. Abría su página los domingos y respiraba hondo antes de leer el último exabrupto, la acusación velada pero clarísima, la indignación contra alguien a quien, según él, inmerecidamente rendían un homenaje póstumo, la burla airada contra los que llevaban sombrero, o contra los que vestían pantalón corto, o contra las escritoras que reclamaban atención cuando “siempre” la habían tenido. A veces sus cabreos provocaban un efecto cómico por el desmesurado enojo que le provocaba un señor que tenía dos perros o aquel otro que montaba en bicicleta; otras, en cambio, era evidente que su enojo estaba alimentado por una incapacidad para empatizar con otros seres humanos. Señaló en una ocasión a una columnista que defendía tontamente la empatía. ¡Esa era yo! Yo, que fui tan lectora de Marías, que admiré sus novelas, sus obsesiones, su neurótica escritura, sus adjetivos siempre antes del nombre, su peculiar amaneramiento. No podía comprender el porqué de su furia continua, que finalmente se reveló como una incapacidad para comprender el mundo en el que vivía. Para mí era uno de esos hombres que lo tenían todo. Ocurre en ocasiones que quien todo lo tiene se siente incapaz de compartir el espacio.
Pienso en Marías porque realmente lo echo de menos. Dicen que cuando se muere un ser querido te acabas acordando de sus características más irritantes, y eso debe sucederme cuando creo que falta la voz del hombre iracundo que hacía tiempo que sentía hacia la realidad una profunda extrañeza, y que en vez de detenerse a pensar que tal vez esa sensación respondía al mal que nos acucia cuando nos hacemos mayores, se dedicaba a despotricar. Hay quienes alababan esa sinceridad, sin embargo, no creo que la indignación produzca siempre las mejores páginas. Vivimos como si fuéramos eternos, escribimos como si lo fuéramos. A mí también me ocurre. Cuánta irritación se queda en nada en un abrir y cerrar de ojos.






















miércoles, 7 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Desigualdad y pobreza no son lo mismo. [Publicada el 08.12.2016]

 





Hace unos días escribía en el blog sobre las falsas percepciones y las falacias estadísticas en relación con un artículo publicado por el sociólogo Julio Carabaña. Hoy subo al blog una entrada de contenido similar sobre las diferencias entre desigualdad y pobreza que quizá aclaren un poco más la diferencia entre ambos conceptos. La pobreza severa baja en España pero la desigualdad no se corrige, pues la tasa de riesgo de pobreza repuntó en 2015 a pesar de que los ingresos medios de los hogares mejoraron un 2,4% hasta los 26.730 euros, señala el Instituto Nacional de Estadística en su más reciente Informe.
Es hora de introducir una renta mínima y de tomarse en serio políticas activas de empleo, pero no es posible ignorar las restricciones económicas existentes, y resulta imprescindible definir bien las prioridades, decía hace unos días en su artículo Desigualdad y pobreza, el sociólogo José María Maravall, ministro de Educación y Ciencia (1982-1988) en el gobierno socialista de Felipe González.
Hoy día todo el mundo deplora la desigualdad, señala. Desde el Papa hasta el Fondo Monetario Internacional. La socialdemocracia puede estar en crisis, pero la pasión igualitarista se ha extendido hasta ámbitos inesperados. Ello debería ser motivo de esperanza puesto que mucha gente vive en unas condiciones materiales de vida profundamente deterioradas. Pero, por ello, debemos evitar aquellos intentos en los que se es compasivo simplemente porque resulta popular, con abusos retóricos de palabras.
Resulta muchas veces difícil saber qué es lo que muchos deploran y cómo lo querrían remediar. Para empezar, unas veces se habla de “desigualdad”; otras, de “pobreza”. Por “pobreza” cabe entender la carencia de bienes y recursos necesarios para llevar una vida digna. Esta es una concepción de pobreza “absoluta”. Pero por lo general la “pobreza” se entiende en términos “relativos”: más pobre en relación a otros. La “pobreza” se convierte entonces en una manifestación extrema de la “desigualdad”. Esta diferencia no es trivial: alguien sería “pobre” en Noruega si su renta estuviese por debajo de la mitad de 64.279 euros. La renta mediana en 2016. Pero en muchas partes del mundo esa renta no impediría disponer de bienes y recursos necesarios para llevar una vida digna. Así, en unos países puede existir una considerable desigualdad, pero no pobreza; en otros, mucha igualdad y mucha pobreza. ¿Cuál de las dos alternativas es más grave? ¿Preocupa más la pobreza o la desigualdad? ¿Se sabe siempre de qué se habla?
La confusión es también considerable entre “desigualdad” y “discriminación”. La socialdemocracia tiene parte de culpa: desde la Segunda Guerra Mundial, la universalización de los distintos programas del Estado de Bienestar ha conducido a “no discriminar” entre beneficiarios, pero a costa de redistribuir menos, financiando también a los ricos. ¿Por qué razón igualitaria jubilados adinerados habrían de recibir pensiones no-contributivas? ¿Por qué razón los ricos debieran percibir una “renta mínima universal” en vez de depender esta de las condiciones económicas de las personas?
Existen sin duda argumentos poderosos a favor del “universalismo” de las políticas de bienestar. Pienso que ello sucede en particular con la sanidad y la educación públicas, que se convierten así en la sanidad y la educación de todos. Pero además ha existido una competición electoral por el voto de las clases medias ofreciéndoles beneficios sociales. Y el universalismo evita tensiones sociales y políticas, sin que las políticas sociales se conviertan en un juego de suma cero. En tiempos atribulados como los actuales, es necesario reconsiderar con mucho más cuidado desigualdad, pobreza y discriminación social, y cómo remediarlas.
¿En qué situación estamos? Con independencia de una abrumadora retórica, es cierto que los tiempos han cambiado mucho en la última década. Durante un largo período, la desigualdad de ingresos disponibles disminuyó en Europa. Si atendemos a los datos disponibles por la OCDE para los 17 principales países europeos (Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Portugal, Reino Unido y Suecia), desde fines de los 60 hasta 1980 el coeficiente de Gini de ingresos disponibles se situaba en un promedio de 0,234. Desde entonces fue incrementándose y, tras 2008, ese promedio ha aumentado hasta 0,295 (una subida de un 26,1%). Sin duda este incremento de la desigualdad de los ingresos disponibles (el coeficiente de Gini es un número entre 0 y 1 en donde 0 se corresponde con una igualdad perfecta: todos tienen los mismos ingresos, y donde el valor 1 se corresponde con una perfecta desigualdad: una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno, y por tanto, cuanto más elevado sea el coeficiente, mayor será la desigualdad) es social y políticamente relevante a todos aquellos que quieran promover una mayor igualdad les corresponde detectar sus causas y sus remedios. Pero para ello, tal vez lo primero sea mirar, tras ese dato agregado, qué diferencias existen entre los países europeos. Que el bosque no tape los árboles.
Mi primera conclusión es que no existe ninguna tendencia supranacional que condene a los gobiernos a seguir la misma ruta. En siete de los 17 países, la desigualdad se redujo: ello se produjo incluso en países donde se llevaron a cabo profundos ajustes, como Portugal, Finlandia o Islandia. España se mantuvo en la cola europea de la desigualdad. Su coeficiente de Gini alcanza hoy un 0,346. Un 17% superior al promedio europeo, más elevado que los de Grecia o Portugal. Recuérdese sin embargo que en los años ochenta, con una crisis económica también muy prolongada y profunda, con el gobierno del PSOE la proporción de la renta nacional correspondiente al 10% más pobre aumentó en un 17,9% mientras se redujo en un 5,4% la del 10% más rico. Las crisis económicas no generan un inevitable crecimiento de la desigualdad
Si examinamos con cuidado esta cuestión, observando lo que ha sucedido en los 17 países desde 1945 (con análisis de regresión de 1.086 países/años), los aumentos de la desigualdad han sido más probables con el desarrollo y no con las crisis; se han beneficiado más los ricos. El análisis conjunto de los efectos del desarrollo, del desempleo y del gasto social muestra que los dos primeros incrementaron la desigualdad, el último la redujo. Como sabemos que muchos programas sociales no benefician más al 50% más pobre, ¿qué programas han sido recortados y cuáles no durante la presente crisis en los países con mayor igualdad? Una política socialdemócrata tiene lecciones que aprender de allí donde las cosas se hicieron de forma más justa que en España. ¿Existe alguna reflexión sobre las políticas y los programas redistributivos de esos países en el debate político español, dominado por afanes de poder demasiado cargados de retórica?
Mi segunda conclusión es que resulta hoy día fundamental atender a la pobreza dentro de la desigualdad. Para examinar qué ha sucedido con la pobreza (entendida en términos “relativos”) podemos considerar la ratio de población que percibe menos de la mitad de la renta mediana del país. La pobreza es así, en efecto, una expresión extrema de la desigualdad. En los 17 países la pobreza aumentó en promedio pese a las políticas redistributivas de los Estados, pero de nuevo existieron relevantes diferencias. Así por ejemplo, en Austria, Finlandia o Noruega la pobreza es hoy más reducida que en 2008. Por el contrario, en España ha aumentado el doble que la desigualdad en general: según estimaciones de la OCDE, la pobreza alcanza a un 15,9% de la población total. Ante la necesidad y la pobreza ya es hora de introducir una renta mínima y de tomarse en serio políticas activas de empleo. Pero, aparte de proclamaciones retóricas, ¿qué importancia tienen estas cuestiones en el debate político?
Al formular políticas, concluye Maravall, no cabe estar ciegos ante las restricciones económicas existentes. Es obligado aumentar unos recursos públicos muy insuficientes, pero además resulta imprescindible definir bien las prioridades y las consecuentes políticas. Debemos olvidarnos de generalizaciones sobre “la política dominada por el mercado” o sobre gobiernos atados de manos por la “globalización”, porque sirven de excusa. Los gobiernos nacionales tienen unas responsabilidades y unos medios muy importantes. Holanda o Austria, por ejemplo, no están en otro mundo y son también miembros de la eurozona. No hay razón para la impotencia ante la desigualdad y la pobreza existentes en España.










De lamentarse de nuestra época





 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de eso de lamentarse por la época y los retos que nos tocan vivir, que como dice en ella el filósofo Fernando Savater, es un tópico de lo más humano. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Quejas

FERNANDO SAVATER

03 DIC 2022 - El País


“¡El mundo está desquiciado! —se queja Hamlet al comienzo de su drama, cuando aún no sabe lo que le espera— ¡Vaya faena, haber nacido yo para tener que arreglarlo!”. Es un tópico de lo más humano: muchos no piensan tanto como que deban arreglar el mundo, pero casi todos creen que es una faena que se haya desquiciado justamente cuando les tocaba llegar a él. Como siempre, lo dijo Jorge Luis Borges mejor que nadie hablando de uno de sus antepasados: “Le tocó, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir”. Porque, a ver, ¿cuándo no fue mala la época? ¿Alguna vez poetas, comerciantes y madres de familia estuvieron de acuerdo en celebrar la edad de oro en que vivían, no en la que habían vivido o pensaban llegar a vivir? Remóntense tan atrás como quieran: una egiptóloga española ha encontrado en el museo de Mallorca unos papiros de hace 4.000 años que no ensalzan a ningún rey ni cantan loores a los dioses, vamos que no son propaganda. ¿Qué leemos en ellos? “Los hermanos se han vuelto malvados… los amigos ya no aman… las mentes son codiciosas… la bondad ha perecido”. Y se repite esta queja angustiada, la misma que corre por internet: “¿Con quién puedo hablar hoy?”. La zozobra, como ven, viene de lejos…

“Nunca hemos estado tan mal”, dicen los optimistas retrospectivos, porque el tiempo difumina los achaques antiguos y lo que duele es el presente. Las penas de ayer, por grandes que fuesen, ya pasaron: anestesia muy eficaz. Lo que nos aflige hoy es un enemigo al que aún no sabemos si podremos vencer y por tanto resulta peor que cualquier otro. Así será también mañana, y mañana, y mañana... hasta llegar al polvo de la muerte. Es el destino humano: nacer, vivir y morir rodeados de adversidades: seremos bienaventurados si algunas de las del final no son iguales que las del principio. No pidamos más.



















martes, 6 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Reflexiones sobre la Declaración Universal de los Derechos Humanos [Publicada el 07/12/2014]

 





A mi amiga Germana Roy, con inmenso cariño


Tal como dentro de unos días de hace sesenta y seis años, el 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de la recién creada Organización de las Naciones Unidas, reunida en París, aprobaba y promulgaba solemnemente la Resolución 217A (III) que contenía la Declaración Universal de Derechos Humanos. Su elaboración, encomendada a una comisión especial de dieciocho miembros presidida por Eleanor Roosevelt, la viuda del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, duró dos años. La redacción final de la resolución, conocida como Proyecto Ginebra, por la ciudad donde se ultimó, corrió a cargo del francés René Cassin. Fue aprobada sin ningún voto en contra y ocho abstenciones. 

Aunque algunos remontan su origen remoto al denominado "Rollo de Ciro", por el emperador persa de ese nombre del siglo VI a.C., sus antecedentes más inmediatos son, con toda evidencia, la Declaración de Derechos de Virginia de 1776 y la Declaración de Derechos del Hombre y del mCiudadano francesa de 1789. 

La Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas supuso, a tres años del final del más sangriento conflicto bélico sufrido nunca por la humanidad, un aldabonazo moral de primer orden. Hay un precioso librito de la historiadora y profesora estadounidense Lynn Hunt: La invención de los derechos humanos (Tusquets, Barcelona, 2011), que parte de la necesidad de explicar el hecho de que los Padres Fundadores de la gran nación norteamericana pudieran sostener como evidente el principio de que todos los hombres son creados iguales en una sociedad en que la desigualdad era una realidad apabullante. Para ello, parte de la tesis de que a partir de la segunda mital del siglo XVIII nuevas formas de leer crearon nuevas experiencias individuales que, a su vez, hicieron posibles nuevos conceptos sociales y políticos que volvieron evidente a la gente normal nuevas formas de comprender y a partir de ello nuevos tipos de sentimientos. Para Lynn Hunt, dice el profesor Roberto Luis Blanco Valdés al reseñar su obra en Revista de Libros (mayo, 2011), la respuesta a esa pregunta está en aproximarse al estudio y comprensión de esos nuevos derechos evidentes en una sociedad tan dispar a partir de la aparición de nuevos sentimientos de empatía derivados de la lectura de libros epistolares como los de Rousseau, Richardson o Adam Smith, todos ellos producto de la Ilustración, en los que la empatía por el sufrimiento y el dolor ajeno enseñaron a sus lectores a pensar en "los demás" como sus iguales y semejantes haciendo brotar en ellos el sentimiento de la existencia de unos derechos humanos evidentes a pesar de todas las desigualdades e injusticias reales también evidentes. De ahí que las revoluciones americana y francesa, y sus consiguientes Declaraciones de Derechos, puedan y deban considerarse antecedentes directos de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.

Sesenta y seis años después de esa Declaración el balance no cabe calificarlo sino de positivo. aunque mucho más lento de lo que habría cabido esperar. Organizaciones de defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, ponen cada año en sus respectivos informes anuales, el dedo en una llaga que no acaba de cerrarse. El informe de Amnistía Internacional 2013, organización con la que me siento orgullo de colaborar asiduamente, expone en datos y cifras el número de Estados que en ese año torturaron a sus ciudadanos, reprimieron la libertad de expresión, toleraron juicios injustos, encarcelaron a presos de conciencia, llevaron a cabo ejecuciones, cometieron homicidios ilegales y desalojaron de sus casas a hombres mujeres y niños. El informe de Human Rights Watch, por su parte, se centra este año en el examen de las lagunas que en la defensa de los derechos humanos evidencian los Estados de la Unión Europea, concretamente en materias como inmigración y asilo, discriminación, intolerancia y lucha antiterrorista, sacándole los colores a Estados como Alemania, España, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia, Reino Unido o Rumanía.

A la vista de todo ello parece lícito preguntarse si existe un progreso moral real de la humanidad. Uno de los que dice que sí y que no al mismo tiempo es el profesor Javier Gomá Lanzón, que en un artículo de hace unos años en Revista de Libros (agosto 2008) concluía aseverando: "la misma civilización que ha sabido progresar moralmente ganando a la opresión una más amplia esfera de libertad, ha usado esa libertad ampliada, en una medida no despreciable, para la inmoralidad más perversa, haciendo descender al hombre a unas profundidades de abyección y envilecimiento imposibles de predecir. De lo que se sigue, en fin, que si desde la perspectiva de la libertad cabe confirmar la existencia comprobada de un progreso moral, desde la del contenido de esa libertad y de su ejercicio efectivo sería casi un sarcasmo mantener semejante aserto. De ahí, añade, el matizado sí y no a la pregunta que se suscitó al principio".

Uno de los que dice que sí, que ese progreso moral existe y que vivimos en el mejor de los mundos posibles contra toda evidencia, es el prestigioso psicólogo estadounidense Steven Pinker en su libro "Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones" (Paidós, Barcelona, 2013). A analizar ese libro y la veracidad de los datos en él expuestos, le dedicaron sendos artículos en mayo de 2013 en Revista de Libros Juan Antonio Rivera y mucho más recientemente en El País del pasado 7 de diciembre Marc Bassets. La conclusión a la que llegan, y yo con ellos,  es que, efectivamente, a la vista incontrovertible de los datos que se exponen es muy probable que vivamos en el mejor de los mundos posibles, pero que esa verdad que los datos acreditan, en mi opinión, y como ya dije hace unos días comentando en las redes sociales el artículo de Rivera, el corazón no la percibe.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt











De lo ocurrido en Melilla

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de lo ocurrido en Melilla, donde como dice en ella la escritora Najat El Hachmi, el racismo más cruel, la deshumanización del otro hasta extremos aniquiladores no causan pudor ni vergüenza, porque lo importante aquí es averiguar si los apaleados estaban, al caer, unos centímetros más aquí o más allá. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Todos los muertos son nuestros
NAJAT EL HACHMI
02 DIC 2022 - 05:00 CET


Que la discusión se centre en si los muertos cayeron de un lado u otro de la frontera da cuenta de la degeneración democrática a la que estamos llegando. ¿Se acordará el ministro Fernando Grande-Marlaska de que está hablando de seres humanos de carne y hueso con nombres propios, historias, dolores y esperanzas truncadas? Ocupado como está en defender su poltrona, ¿se habrá parado a pensar en lo que supuso para todas esas personas verse tratadas peor que ganado, arrojadas unas sobre otras, malheridas, buscando desesperadamente el amparo de esta Europa que viene traicionándose a sí misma? ¿No le conmueven las imágenes recogidas por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) hasta el punto de ver más allá del dedo que señala la luna?
Lo cierto es que todos los muertos de junio son nuestros, porque la frontera es esa estructura de violencia donde quedan en suspenso las leyes fundamentales y porque no es la frontera de Marruecos, es la de Europa. Y el mismo ministro que se sacude de encima las víctimas de la masacre para no asumir sus responsabilidades es el que elogió en su día la actuación de la gendarmería marroquí. Si actuó bien, entonces es que a Grande-Marlaska le parece aceptable el trato vergonzoso y grotescamente inhumano que la dictadura vecina dio a los inmigrantes en su territorio. Se seguirá financiando el control de los límites territoriales mediante su externalización a un país sin escrúpulos que ya en su día fue capaz de arrojar al mar a niños y bebés para darle una lección a España. A este régimen seguimos defendiendo desde un Gobierno de izquierdas, progresista, feminista y defensor de los derechos humanos.
Mientras se nos despistan de este modo, sin recordar de qué materia ética y moral están hechos sus votantes, no atienden al aliento fétido que se desprende de la bancada fascista, la que grita “¿y qué si hubo muertos?”. Sí, ¿y qué?, si no eran más que negros e inmigrantes, pobres cuyas vidas no valen nada. ¿Acaso fueron alguna vez los españoles oscuros de piel o escasos de riqueza? ¿Acaso se vieron obligados en algún momento de la historia a escapar de la persecución política, de la guerra, de la violencia o del hambre? Para nada, la amnesia desmemoriada, el racismo más cruel, la deshumanización del otro hasta extremos aniquiladores no causan pudor ni vergüenza, porque lo importante aquí es averiguar si los apaleados estaban, al caer, unos centímetros más aquí o más allá.