lunes, 5 de diciembre de 2022

]ARCHIVO DEL BLOG] ¿Cómo pudo ocurrir Auschwitz? [Publicada el 06/12/2017]

 







Tal y como pronosticó con acierto en una ocasión el ministro de Propaganda alemán, Joseph Goebbels, los nazis han monopolizado en gran medida el lugar reservado para la maldad humana en la imaginación occidental contemporánea. Y ese lugar, qué duda cabe, resulta merecido, escribe el historiador Álvaro Lozano, reseñando el libro de Sybille Steinbacher Auschwitz. Historia y posteridad (Melusina, Santa Cruz de Tenerife, 2016). Me sumo a la celebración del Día Mundial de la Filosofía, el pasado 16 de noviembre, subiendo al blog un estremecedor texto sobre uno de los hechos más vergonzosos de la historia de la humanidad: el intento de exterminio del pueblo judío por el régimen nazi durante los años de la II Guerra Mundial.
En tan solo doce años del régimen de Adolf Hitler, comienza diciendo, cambiaron para siempre Alemania, Europa y el mundo; el mundo surgido de las cenizas de la guerra ya nunca fue igual. Se trata de uno de los pocos individuos del que puede decirse con absoluta certeza que, sin él, la historia habría sido completamente diferente. Su legado inmediato: la Guerra Fría, una Alemania dividida en una Europa partida en dos, en un mundo en el que dos superpotencias se enfrentaban con armas capaces de hacer desaparecer el planeta finalizó hace tan solo unos años. Su legado más profundo, el trauma moral, todavía permanece en el corazón de Europa. Su peor herencia, la de peores consecuencias, fue el pánico que apareció tras su muerte, ya que demostró lo que era capaz de hacer una persona a sus semejantes en la era de la industrialización. Desde entonces, existe una profunda grieta en la imagen que el ser humano se ha confeccionado de sí mismo, a pesar de los delitos que se han sucedido en la historia posterior. De ahí que no podamos comprender el mundo que nos ha tocado vivir sin el conocimiento de ese período en el que se rompieron los diques de la civilización.
Con más de cuarenta mil títulos publicados, cifra que aumenta sin cesar, nadie puede afirmar que el Tercer Reich alemán sea un tema desdeñado por los historiadores. Y, sin embargo, este fenómeno resulta ciertamente paradójico: por un lado, pocos períodos de la historia mundial, tan breves como éste, han sido sometidos a un escrutinio tan intenso y a una escala tan internacional. Por otro lado, existen pocos períodos sobre los que exista un consenso tan uniforme y tan poco distinguible por motivos de lealtad nacional. La pasión y la intensidad de los debates originados por la Revolución rusa –de la que ahora se conmemora el centenario–, por ejemplo, no se han suscitado en el caso de la Alemania nazi. Si descontamos a un irreductible grupúsculo de negacionistas del Holocausto, existe unanimidad sobre las atrocidades nazis, y no existen apenas apologistas ni defensores de la barbarie del régimen. En esas condiciones, resulta pertinente cuestionarse si todavía queda mucho campo para la investigación y el análisis.
La respuesta tiene que ser necesariamente positiva. Los historiadores se dedican principalmente a la explicación y la contextualización, no al juicio, y existe un enorme margen para los debates sobre lo que sucedió entre 1939 y 1945. Las cuestiones suscitadas son numerosas: ¿cómo pudo un partido que prometía tan poco en sus inicios surgir con tanta fuerza en el escenario político alemán tan solo unos años después? ¿Cómo logró Hitler maniobrar para sacudirse el tutelaje de la derecha conservadora alemana que pretendía utilizarlo para sus propios fines? ¿Cómo se explica la recuperación económica alemana? ¿Quién detentaba realmente el poder? ¿Quiénes fueron los principales beneficiarios de las políticas nazis? ¿Cómo pudieron las Iglesias llegar a un modus vivendi con un régimen incompatible con sus valores religiosos? ¿Cómo explicar los éxitos de política exterior de Hitler, que lanzaron a Alemania al centro de la política internacional? ¿Fue la guerra desatada en 1939 la culminación de la política exterior de Hitler o fue forzada por la marcha de la economía y las tensiones internas? ¿Cómo entender la figura de Hitler y el papel que desempeñó?
En principio, los instrumentos tradicionales de la historia deberían servir para responder a estas cuestiones. Sin embargo, es preciso añadir una cuestión fundamental: ¿cómo entender el violento programa «biopolítico» de ingeniería racial y eugenesia adoptado por el régimen nazi, con su culminación en la guerra de aniquilación contra los eslavos «subhumanos» y el paroxismo de aniquilación que acabó con la población judía europea? ¿Qué contextos de explicación pueden dar sentido al período sin relativizar, por tanto, su significado? Este es un dilema que oscurece todos los intentos de entender la Alemania nazi. Los crímenes contra la humanidad cometidos durante el Holocausto continúan evocando horror. Como resultado, el interés por el Holocausto sigue aumentando, tanto en Estados Unidos como en Europa. Incluso si descontamos las memorias de supervivientes, la literatura es ya abundantísima y creciente.
¿Por qué se produjo esa barbarie en un país europeo, acaso el más civilizado? La respuesta no es, en modo alguno, sencilla. A partir de espurios estudios de biología y antropología, los nazis consideraban que los judíos eran parásitos no humanos que amenazaban a la humanidad. Los líderes nazis consideraban el asesinato masivo de judíos no como un medio para un fin racional, sino como un fin en sí mismo. La decisión no tenía nada que ver con el comportamiento de los judíos, pues los nazis no se cuestionaban dónde vivían los judíos, en qué dios creían o incluso si ellos mismos se consideraban o no judíos: cualquiera que, según las leyes de Núremberg, fuera identificado como judío, era sentenciado a muerte. El hecho de que Alemania, donde los judíos habían recibido en general un trato amable, se convirtiese en el matadero de los judíos europeos resulta insólito. La explicación más coherente es que en el sur de Alemania y en Austria convergieron letalmente dos corrientes extremas de antisemitismo: una católica, que hundía sus raíces en la historia de Europa Central, y otra antimodernista, que odiaba a los judíos por considerarlos capitalistas, antipatriotas e intelectuales cosmopolitas que ponían en riesgo la sociedad tradicional y sus valores. Para los antisemitas, las supuestas «conspiraciones» judías iban, paradójicamente, y al mismo tiempo, dirigidas a ayudar al capitalismo mundial y a la revolución socialista internacional.
Los odios enraizados en la sociedad alemana no causaron el Holocausto; la historia del mundo está plagada de viejos prejuicios que no suelen desembocar en genocidios. Para convertir una hostilidad latente en asesinato sistemático es preciso, además, que exista liderazgo, voluntad política y manipulación de arraigados sentimientos populares. Las actitudes negativas extendidas no crean por sí solas un holocausto, pero son la condición necesaria para la persecución masiva. Un sector significativo de la población debe considerar a ciertos grupos como objetivos legítimos para que participen o toleren la agresión abierta. Los líderes nazis no podían haberse inventado una categoría nueva de enemigos (los pelirrojos o las personas de determinada edad, por ejemplo) y esperar que la mayoría de la población se volviese contra ellos. La identidad de aquellos que fueron objeto de persecución no era coincidencia: eran personas que desde hacía tiempo estaban siendo ya objeto de acoso. La revolución bolchevique de 1917 había creado un peligroso vínculo en la derecha radical alemana entre judaísmo y comunismo debido a que algunos líderes bolcheviques eran judíos. La generación de los antiguos y desilusionados combatientes fue fácilmente captada por grupos de extrema derecha que identificaban a los judíos como un «cáncer» en el cuerpo político alemán. Tan solo cuando fueran extirpados los judíos podría ser vengada la humillación de 1918.
La invasión alemana de Rusia en junio de 1941 supuso un acontecimiento decisivo en el proceso de genocidio. La invasión se consideró como una guerra racial librada por los grupos de las SS que se movían tras las tropas que avanzaban: los cuatro Einsatzgruppen estaban encargados de localizar a todos los judíos y asesinarlos en fusilamientos masivos. Durante el invierno de 1941-1942, se estima que habían asesinado ya a setecientos mil judíos en Rusia. Entre junio y noviembre de 1941, en los territorios capturados, las fuerzas alemanas habían atrapado a cuatro millones de judíos, lo que hizo imposible su transporte a los guetos, que se encontraban atestados, y, en consecuencia, sus comandantes reclamaban políticas alternativas. La fracasada campaña rusa hizo imposible poner en práctica soluciones de reasentamiento más allá de los Urales. El sangriento proceso de aniquilar a los judíos y el impacto que causaba en los hombres encargados de su ejecución suscitó la cuestión de encontrar una «solución final» al «problema judío». En algún momento de 1941 –las fechas siguen siendo objeto de debate–,las «ventajas» de un programa de exterminio superaron, para la cúpula nazi a la expulsión de los judíos de Europa o a mantenerlos en los guetos. Heinrich Himmler tuvo conocimiento de que ya existía la tecnología para llevar a cabo el exterminio por medio de gas, pues ese sistema ya había sido probado en el programa de eutanasia. El primer campo de exterminio fue construido en Chelmno (Polonia), donde se realizaron los primeros ensayos de exterminio con gas hacia el 8 de diciembre de 1941. Tal y como señala Sybille Steinbacher: Las primeras matanzas masivas en Auschwitz aún no formaban parte de la política del genocidio sistemático contra los judíos europeos. Más bien estaban relacionadas con los intentos de las SS de continuar a gran escala la llamada eutanasia en el marco de la «Operación 14 f 13», suspendida en agosto de 1941. En muchos campos de concentración se ensayaron para tal fin métodos de exterminio. En Buchenwald, las SS crearon la instalación del tiro en la nuca, en Mauthausen introdujeron el «baño letal», en Dachau los reclusos fueron víctimas de experimentos médicos a gran escala y en Auschwitz el personal de vigilancia utilizaba el ácido cianhídrico Zyklon B.
El historiador Raul Hilberg afirmó que si la «solución final» hubiese dependido de decisiones, nunca habría sucedido, expresando la idea de que el Holocausto evolucionó con impulsos e iniciativas desde arriba y desde abajo en el imperio de Hitler. En un fenómeno tan complejo, interactuaron diversos procesos autopropulsados en un círculo vicioso letal, donde los componentes se impulsaban unos a otros, provocando una aceleración de todo el sistema. Ya no puede seguir afirmándose que las diatribas antijudías de Hitler causaron el Holocausto. Con anterioridad a 1941, las pruebas de que Hitler estaba planificando el exterminio de todos los judíos europeos no resultan convincentes. El proceso del Holocausto fue demasiado errático como para reducirlo a una simple orden del Führer y debe ser analizado como un proceso evolutivo. El apoyo de Hitler a la «solución final» fue el motor del proceso, aunque se utilizaron diferentes vehículos para alcanzar un consenso de que la «solución final» equivalía al exterminio físico. La clave para comprender por qué sucedió el Holocausto se encuentra en la forma en que las diversas instituciones y los funcionarios del Tercer Reich interpretaron y pusieron en práctica los vagos designios de Hitler de «deshacerse de los judíos». Hitler mantuvo un odio virulento hacia los judíos durante su carrera política y esto condicionó el ambiente en que se produjo la radicalización de las políticas. Mediante su guerra por los objetivos interrelacionados de expansión territorial y pureza racial, los nazis fueron creándose a sí mismos dificultades a las que hicieron frente con soluciones cada vez más radicales. La idea de «trabajar en la dirección del Führer» sirve para explicar la radicalización de los líderes nazis en la cuestión judía. La mayoría consideraba que la puesta en práctica de políticas severas sería aprobada por Hitler en un claro ejemplo de «radicalización acumulativa», y esta visión fue adquiriendo un impulso propio. El diseño de políticas se convirtió no en una cuestión de cálculo racional, sino en una serie de respuestas improvisadas y contradictorias de diversas instituciones a los resultados de políticas previas.
A diferencia del terror estalinista, más imprevisible, en Alemania, si alguien no se encontraba entre el grupo de enemigos oficiales del Estado, corría mucho menos peligro. La gran mayoría de alemanes hicieron así «las paces» con el régimen a través de una mezcla de egoísmo y de indiferencia. Como señaló el historiador Ian Kershaw, «el camino hacia Auschwitz se construyó con odio, pero se pavimentó con indiferencia». Para los burócratas nazis implicados en la «solución final», el último paso fue progresivo: ya se habían comprometido con un movimiento y con una tarea, eran hombres que vivían en un ambiente de asesinatos que incluía no sólo los programas como el de la eutanasia o la destrucción de la intelligentsia polaca, sino también el hecho de presenciar asesinatos y represalias en la Europa ocupada. La invasión de la Unión Soviética en 1941 condenó a los judíos a partir de una lógica infernal. Dado que el nazismo establecía una conexión entre el comunismo y el judaísmo, los dirigentes nazis consideraban que las comunidades judías tenían que ser las que respaldaban el movimiento de resistencia. La decisión sobre la «solución final» estuvo probablemente ligada al espectro de un movimiento de resistencia judío-comunista de carácter paneuropeo.
Hoy podemos concluir, salvo que aparezcan nuevos documentos, que la decisión inicial de llevar a cabo la «solución final» fue improvisada. Hitler y los jerarcas nazis no contaron con un programa claro para solucionar la «cuestión judía» hasta 1941. No existía ningún plan concreto para el Holocausto antes de 1941: el régimen nazi era demasiado caótico. No se ha encontrado ninguna orden escrita de Hitler sobre la liquidación de los judíos, aunque, en enero de 1944, Himmler afirmó públicamente que Hitler le había ordenado otorgar prioridad a «la solución total de la cuestión judía». Resulta muy probable que, en el otoño de 1941, los jerarcas nazis decidiesen lanzar una política de exterminio, algo que se concretaría, en sus aspectos más prácticos, en la conferencia de Wannsee de 1942.
El Holocausto es un agujero negro de la historia que desafía nuestras presunciones sobre la modernidad y el progreso. El asesinato de millones de seres humanos en auténticas fábricas de la muerte, ordenado por un Estado moderno, organizado por una burocracia consciente, y apoyado por una sociedad patriótica respetuosa con la ley y «civilizada», carece de precedentes. «Esa ruptura irreparable en la historia de la civilización», en palabras de Günter Grass, ha dado lugar a una literatura abundantísima. En este contexto editorial, Sybille Steinbacher, profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Viena, ha publicado varios libros esenciales sobre la historia del nacionalsocialismo y el Holocausto, entre ellos «Musterstadt» Auschwitz. Germanisierungspolitik und Judenmord in Ostoberschlesien («La ciudad modelo» de Auschwitz. La política de germanización y el asesinato de los judíos en la Alta Silesia Oriental) (2000) y Dachau. Die Stadt und das Konzentrationslager in der NS-Zeit (Dachau. La ciudad y el campo de concentración en tiempos del nacionalsocialismo) (1993). La obra de la profesora Steinbacher sobre Auschwitz es una sorprendente y concisa aproximación al mundo del campo de concentración-aniquilación y de trabajo forzado de Auschwitz. Existen ya numerosas obras al respecto y, sin embargo, este libro viene a colmar una laguna, pues ofrece una visión insólita sobre la ciudad como entidad histórica escrita (originalmente para un público alemán) para refutar las tesis de negadores como Robert Faurisson y David Irving. Incluso con ese objetivo limitado, el libro logra iluminar y aclarar muchos puntos en relación al tristemente célebre campo de Auschwitz: La historia de Auschwitz es compleja y hasta la fecha no ha sido objeto de un estudio monográfico exhaustivo. Éste libro no puede suplir esta carencia. Su objetivo es presentar las facetas de la historia del campo de concentración y de exterminio nacionalsocialista de Auschwitz en sus dimensiones más relevantes, al tiempo que pretende enfocar la mirada en el momento histórico-político desde una perspectiva política, histórica y social más amplia que la que se tenía en la época en que ocurrieron los crímenes y esbozar la historia de lo que vino después, incluida la persecución y sanción judicial de los crímenes una vez finalizada la guerra, así como las actividades de quienes hasta el día de hoy siguen negando la realidad de Auschwitz.
La autora aborda el desarrollo de Auschwitz desde sus orígenes como asentamiento germano en el siglo XIII hasta su desarrollo como plataforma de la utopía alemana, tanto como ciudad «modelo» que atraía a jóvenes parejas con ansias de mejorar como «clúster» de la tanatopolíca nazi impulsado por técnicos y capataces de las fábricas de I. G. Farben Verlag, que llegaron a seis mil personas en 1943. Quizás el aspecto más sorprendente (y desconocido para muchos) de este estudio sea la vertiente de «ciudad modelo» de Auschwitz: Para fomentar el espíritu emprendedor y la generación de capital, y con el fin de atraer al Este a comerciantes autónomos, agricultores y profesionales libres, el Estado nacionalsocialista concedía generosos incentivos económicos. Existía la posibilidad de obtener facilidades fiscales para salarios y rentas; los impuestos municipales eran más bajos que en el antiguo territorio del Reich y, debido a la exención tributaria que se concedía en los territorios ocupados y en el Gobierno General a los alemanes del Reich y a los alemanes étnicos, el impuesto sobre el patrimonio apenas si tenía relevancia. A esto se añadían condiciones especiales para la concesión de créditos, ayudas a las familias y préstamos para recién casados.
Pero Auschwitz tenía también otra vertiente siniestra, que es la que todos conocemos. El campo de exterminio, que estuvo operativo entre mayo de 1940 y el 27 de enero de 1945, cuando fue liberado por las tropas soviéticas, encarna todo el sistema del Holocausto. El comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess, intentaba que los asesinatos se produjeran en el «ambiente más tranquilo posible». Hoess confesaría, «por supuesto, que, a menudo, se daban cuenta de nuestras intenciones y, de vez en cuando, teníamos motines y dificultades. Muy frecuentemente las mujeres escondían a los niños bajo su ropa, pero, por supuesto, cuando los encontrábamos los enviábamos a ser exterminados». Hoess llegaría posteriormente a quejarse de su «enorme trabajo» en Auschwitz, teniendo que aniquilar a nueve mil judíos diariamente. Aunque se construyeron campos por toda Polonia, en Chelmno, Belzec, Sobibor, Treblinka y Majdanek, Auschwitz ha pasado a simbolizar todo el horror del Holocausto. Auschwitz se ha convertido en el sinónimo del colapso de la civilización.
Para añadir aún más sufrimiento a los campos, el método de transporte de los judíos a los mismos era también brutal e, incluso aquí, operaba una lógica económica maligna: Los detalles sobre el exterminio masivo en el campo eran conocidos no sólo por las SS, sino también por los miembros de los ferrocarriles del Reich que dirigían los trenes de carga llenos de judíos de toda Europa rumbo a Birkenau. En los registros de planificación de los ferrocarriles del Reich, estos convoyes figuraban como trenes de pasajeros, pero se les despachaba en realidad como trenes de mercancías. Dependían de la Oficina Central de Seguridad del Reich (representada en algunos casos por la dependencia regional de la Gestapo), aunque la vigilancia era competencia del Ministerio de Transporte. Los ferrocarriles cobraban el viaje como transporte de mercancía común y corriente. El dinero con que se cubrían los gastos provenía de las mismas víctimas, que tenían que abonar un billete de tercera clase para el viaje al campo de la muerte: cuatro centavos por persona por cada kilómetro de vía férrea; los niños menores de diez años pagaban la mitad. El hecho de que los ferrocarriles concedieran a las SS un descuento por cantidad –a partir de mil personas el convoy valía la mitad− y de que los viajes de vuelta que realizaban los trenes vacíos les salieran gratis, es uno de los espeluznantes pormenores de la organización del genocidio.
Introducidos a la fuerza en vagones de transporte de mercancías donde apenas podían moverse, permanecían en los mismos durante días sin comida ni bebida. Cuando llegaban a sus destinos muchos habían fallecido. Al llegar tenían que esperar de pie durante horas mientras se les dividía en dos grupos: aquellos que podían trabajar y aquellos que, por edad o debilidad, eran inmediatamente enviados a las cámaras de gas. A los elegidos para trabajar se les registraba y se les tatuaba un número en el antebrazo, posteriormente los desnudaban y les afeitaban la cabeza. A continuación, se repartían los característicos uniformes con las rayas de color gris y eran conducidos a los barracones donde se les asignaba una litera y una manta, que serían sus únicas posesiones. Una vez que se priva a la gente de su humanidad, resulta mucho más sencillo matarlos (algo que han hecho todos los dictadores modernos). Los judíos que eran enviados a Auschwitz en vagones de carga llegaban tan degradados tras el viaje que ya no eran considerados Menschen, seres humanos, sino animales para el matadero. El personal de Auschwitz se aseguraba de que su conocimiento del horror se limitara al área de su competencia: la partida puntual de los trenes, el registro de llegadas, etc. Fue esta ignorancia la que les permitió ignorar las consecuencias morales de su trabajo.
La vida diaria en los campos era espeluznante. Los campos se encontraban plagados de ratas y piojos, que vivían de los raquíticos cuerpos de los prisioneros. Las ratas devoraban a los muertos y a los gravemente enfermos. Bernd Naumann, un superviviente del campo de Birkenau, señaló posteriormente que el hambre y la necesidad extrema convertían a los «prisioneros en animales». Según un testigo, la «normalidad» de la muerte en los campos hacía que ésta perdiese su carácter de terror. La supervivencia sólo era posible a través del egoísmo. Robar comida a otros prisioneros o conseguir trabajos más ligeros, cooperando con los guardias o acusando aquellos que rompían las normas del campo, era parte del proceso de deshumanización que los nazis buscaban en los campos de concentración.
La famosa línea férrea que pasa por debajo de la llamada Puerta del Martirio hasta las cámaras de gas no entró en funcionamiento hasta abril de 1944, fecha a partir de la cual fueron exterminadas el 60% de las personas asesinadas allí. El proceso desde que llegaban los prisioneros hasta que sus cuerpos eran destruidos requería menos de dos horas. Las cámaras de gas estaban disimuladas aparentando ser unas duchas. El temor de que fueran algo peor era negado por miembros de las SS que estaban presentes mientras los prisioneros se desnudaban. Las brigadas especiales integradas por prisioneros (Sonderkommandos) se encargaban de que los otros prisioneros se confiasen y, sobornados, aceptaban la tarea de la exterminación, pues de lo contrario ellos mismos eran gaseados. Los prisioneros desnudos eran conducidos desde la sala en que se habían desnudado a la cámara de gas, donde, según creían, serían duchados. Una vez en el interior de las salas, los guardianes se retiraban y los prisioneros quedaban encerrados. Mientras tanto, remolques marcados con la Cruz Roja llevaban el suministro del Zyklon B, del cual se extraía el gas que se inyectaba a través de unos respiraderos en el techo de la cámara de gas. Por una horrible coincidencia, el gas Zyklon B había sido utilizado ampliamente por los exterminadores de plagas en las casas y pisos de Europa Central:
El gas venenoso estaba almacenado en latas metálicas herméticas y fue empleado desde julio de 1941, primero como pesticida para desinfectar alojamientos y ropa. El fabricante era la Deutsche Gesellschaft für Schädlingsbekämpfung (Degesch), una filial de la compañía I. G. Farben, con sede en Fráncfort del Meno. El gas venenoso era suministrado por la empresa Tesch und Stabenow, de Hamburgo, cuyos empleados, protegidos con mascarillas, realizaban al principio las «desinsectizaciones», tarea que fue asumida luego por los enfermeros de las SS. A finales de agosto o principios de septiembre de 1941 –el momento no está claramente determinado–empezó a emplearse Zyklon B, primero de forma experimental, pero pronto de manera regular, para asesinar a presos. En contacto con el oxígeno y a una temperatura de 26 Co, los granos cristalinos de ácido cianhídrico se transforman en un gas que ya en cantidades bajas resulta mortal.
Tras esperar unos veinte minutos, un comando de prisioneros pasaba al interior llevando máscaras antigás. El espectáculo que encontraban allí dentro sobrecogía hasta los corazones más duros. La gran montaña de cuerpos reflejaba en sus posturas la última y desesperada luchar por respirar a medida que los cuerpos escalaban sobre los cuerpos de los muertos y moribundos para respirar la última cantidad de aire que poco a poco se iba agotando. Posteriormente, los cuerpos sufrían la última profanación: los dientes de oro eran arrancados y a las mujeres se les cortaba el pelo, que podía ser utilizado posteriormente. Nada era desperdiciado para el esfuerzo de guerra nazi. Los cuerpos eran finalmente arrojados a los crematorios. Según el comandante del campo, el olor era tan nauseabundo que los habitantes de la zona sabían que allí estaba llevándose a cabo un exterminio. El aspecto más espeluznante de los campos de exterminio fue que, a diferencia de las otras etapas de la persecución, e incluso asesinatos, la planificación, la administración y la puesta en práctica de los asesinatos se llevó a cabo como «un montaje en cadena». Unas ochocientas mil personas fueron exterminadas en Treblinka en trece meses, entre julio de 1942 y agosto de 1943. Sólo fueron necesarios cincuenta alemanes, ciento cincuenta ucranianos y mil judíos, obligados a trabajar con ellos para llevar a cabo esa gigantesca matanza.
Los aliados tuvieron conocimiento detallado del campo de concentración de Auschwitz gracias a la información proporcionada por judíos que se habían escapado del campo en 1944. En abril de 1944, dos judíos eslovacos, Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, se escaparon del campo de exterminio de Auschwitz y consiguieron llegar a Eslovaquia, donde redactaron un informe de lo que sucedía en Auschwitz, incluyendo detalles sobre el funcionamiento del campo, el número de judíos que ya habían sido asesinados y los planes nazis para deportar y exterminar a ochocientos mil judíos húngaros y tres mil judíos checos, que habían sido transferidos a Auschwitz seis meses antes. El informe, denominado «Los protocolos de Auschwitz» (conocido como «Informe Vrba-Wetzler») llegó al Departamento de Estado norteamericano en junio de 1944. A pesar de los reiterados intentos por conseguir que se bombardeasen las líneas férreas que llevaban a Auschwitz, estos no fueron atendidos, señalando que era una dispersión de recursos militares que resultaban muy necesarios en ese momento debido al desembarco aliado en Normandía. En agosto de ese año, la fuerza aérea norteamericana bombardeó finalmente el complejo industrial de I. G. Farben en Monowitz, que se encontraba a corta distancia del campo de Birkenau. Durante el bombardeo los aviones pudieron fotografiar claramente las instalaciones crematorias de Auschwitz-Birkenau. La posibilidad de que un bombardeo aliado de las cámaras de gas y de los hornos crematorios de esos campos hubiese comportado el fin efectivo de su capacidad asesina es una cuestión que ha originado un gran debate, aunque sin una respuesta definitiva.
Steinbacher describe la historia de Auschwitz, centrándose en la unidad conceptual, temporal y geográfica, de la política de exterminio y la «conquista de espacio vital» germano. La autora se interroga sobre la percepción del acontecer asesino en la opinión pública y la situación de los presos, las posibilidades de resistencia contra las SS y el comportamiento de los aliados. Un capítulo está dedicado a la cuestión de la cifra de víctimas según lo que sabemos hoy día: El historiador polaco Franciszek Piper llega a conclusiones similares en su libro publicado a comienzos de los años noventa: mientras que Weller concluye que fueron un millón cuatrocientos mil los asesinados, Piper pudo precisar más, y sobre una base de fuentes más amplia, el número de prisioneros polacos matados. Piper deduce que fueron al menos un millón cien mil las víctimas mortales, pero no excluye que la cifra máxima pueda ser de hasta un millón y medio. Por fin se trata adecuadamente el tema de la persecución judicial de los crímenes después de la guerra y se rebate juiciosamente la «mentira sobre Auschwitz».
Existe, sin embargo, un reparo para una obra que desea esclarecer los hechos y hacer frente a las tesis negacionistas: no aporta referencias de fuentes primarias y tampoco contiene un análisis crítico de qué fuentes son más útiles (o de las que lo son en menor medida). Sin embargo, Steinbacher sí describe minuciosamente el universo de Auschwitz, ocupándose del estudio de las vidas y las muertes de sus habitantes, incluyendo los hombres de negocios y los de las SS y sus víctimas. «Auschwitz, en su destructivo dinamismo, era la encarnación física de los valores fundamentales del Estado nazi», escribió el historiador Laurence Rees. Steinbacher evita centrarse demasiado en cuestiones morales; el significado de Auschwitz se encuentra en sus espeluznantes detalles, que la historiadora aporta con precisión de microcirujano. Steinbacher intenta comprender el sistema del campo de concentración, su concepción, su funcionamiento social y económico, cómo se concibe Auschwitz como espacio, cómo evoluciona la ciudad que lo acoge. Una obra necesaria, tanto por formato como por claridad y que debe figurar entre las más destacadas para aproximarse al pavoroso mundo de ese campo que ha sido definido, con acierto, como la «capital del Holocausto».
El filósofo Theodor Adorno resumió bien el mundo después de Auschwitz. Se trataba de un mundo que sólo podía negarse, optando por la vía del no pensar o, utilizando su terminología, la dialéctica negativa: «Nada de poesía después de Auschwitz». La idea del progreso moral continuo de la humanidad, tan querida a los filósofos de la Ilustración, que se alcanzaría a través de la igualdad, de la justicia y de la educación de la población, quedó sepultada en aquel campo, símbolo de tantos otros. El Holocausto fue un fenómeno que expresó algunas de las tendencias más significativas de la civilización occidental en el siglo XX: la naturaleza destructiva de la guerra moderna, la expansión del poder estatal y los métodos organizativos de las empresas corporativas modernas. El Holocausto no fue un acontecimiento histórico excepcional que representara una regresión a la barbarie medieval: fue un acontecimiento central de la historia moderna que fue posible gracias a la ciencia más avanzada y a la organización racional burocrática de la sociedad industrial moderna. Estos medios no sólo proporcionaron los medios para cometer el genocidio, sino que ofrecieron también una moral moderna Ersatz que valoraba la disciplina organizativa por encima de la responsabilidad ética. En la Alemania nazi se produjo una yuxtaposición de la normalidad y la modernidad con la barbarie fascista que plantea cuestiones muy complejas acerca de las patologías de la modernidad y de las tendencias implícitas de autodestrucción de la sociedad industrializada.







HArendt






Entrada núm. 4022
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

De disfrutar

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de eso de disfrutar, porque como dice en ella la socióloga Patrícia Soley-Beltrán, disfrutar no es pecado, y el consumo se ha ido convirtiendo en una utopía ‘fashion’ transnacional que seduce a todos, pero el reto es desligar el placer del marco consumista sin caer en la condena puritana. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Disfrutar no es pecado

PATRÍCIA SOLEY-BELTRAN

02 DIC 2022 - El País


La próxima apertura del Vatican Mall, un centro comercial cercano a la plaza de San Pedro de Roma, ha suscitado un comprensible malestar en la Santa Sede. No solo se asocia una marca al aura de un espacio religioso milenario que, como reza su lema comercial, está situado “En el centro del mundo”. Cabría añadir del mundo cristiano o católico, ¿no? Bien, pues quizá no, pues desde los años 80 del siglo XX, el ecumenismo de las naciones está muy vinculado al consumo, en clara rivalidad con los valores éticos y políticos que vertebraron el siglo XX. ¿Y si el centro del mundo actual fuera una utopía fashion transnacional y los logos el esperanto de la nueva Internacional Consumista? El consumo ofrece pautas para generar una identidad visual y un marco de conexión intercultural de ideología capitalista de gran importancia económica y sociológica, y con un gran potencial para la banalización.

En una memorable secuencia de la película Roma, Fellini escenifica un desfile de indumentaria religiosa que invierte irónicamente la apropiación de la retórica y la iconografía religiosa que realizan las industrias de la moda, la belleza y el lujo. La afinidad electiva entre religión y sistema económico que estableció Max Weber al vincular la doctrina de la justificación del protestantismo con el nacimiento del capitalismo, la llevó Walter Benjamin un paso más allá al caracterizar el capitalismo como un culto religioso puro, en tanto trata de cumplir con algunos de los objetivos de lo que denominamos religión: dar respuesta a la angustia y a la inquietud dotando de sentido al mundo y a nuestra existencia.

Así, los diseñadores se presentan como médiums del zeitgeist de los tiempos cuyo significado se encarna en las identidades ideales de las modelos, cuerpos técnicos de una estética —entendida como ordenación sensual e identitaria— al servicio de la liturgia de mercancías fetichizadas. El objeto adquiere una función sacramental que religa al comprador con la comunidad de elegidos. Términos como ritual, adoración, sabiduría, iluminación, eternidad, magia, sagrado, milagro, purificación, iniciación, salvación, armonía, visión, perfección, equilibrio, misticismo, amor, bondad y luz, son habituales en el marketing de productos de belleza y perfumes, amén de imágenes provenientes de la iconografía de diversas religiones. Asimismo, las connotaciones morales con las que se promueve la observancia fiel a las dietas y otras reglas estéticas premian el autocontrol del “templo del cuerpo” como substitución de la auténtica búsqueda del sentido de la vida.

La palabra glamur devino de la corrupción de grammarye, del inglés antiguo, y significaba magia, encantamiento, hechizo o conjuro, pues el alfabetismo de los letrados les confería un brillo sobrenatural de poder y autoridad que les distinguía del pueblo desposeído y analfabeto. Del prodigio del poder real al glamur de un puñado de modelos e influencers hay un abismo de ficción basada en el narcisismo y el dinero o, mejor dicho, en su falta. Las astronómicas retribuciones de “diosas” fashion (o deportistas de élite) y su estilo de vida seducen principalmente a aquellas capas de población que distan mucho de poseerlas. En la era de la comunicación visual, se idolatra la riqueza buscando una orientación existencial que nunca será saciada.

Son muchos los esfuerzos para “limpiar los altares”: marcas que ensayan una producción ética y sostenible de productos, llamadas a la responsabilidad del consumidor, recuperación de técnicas artesanas slow, activismo estético. Se está logrando concienciar y modificar nuestro inconsciente óptico y avanzar cierta consciencia ética y medioambiental. No es poco, pero hay más. Hace unas semanas, en estas páginas, Daniel Innerarity llamaba a la izquierda a reformular el placer y la propiedad, distanciarlo de su visión individualista y burguesa y resignificarlo como gozo compartido en sociedades justas e igualitarias. A mi entender, forma parte de ese reto desligar el placer del marco consumista sin caer en la condena puritana. Disfrutar de unos buenos zapatos, un perfume o un vestidazo, no es pecado.

En el Paseo de Gracia de Barcelona, me conmovió oír a un niño de unos diez años decir: “Mamá, ¿podemos entrar en el palacio de H&M?” Desde entonces me pregunto qué le ofrece mi sociedad a este niño, más allá de las lentejuelas rosas y el Porsche (sin despreciar ninguno de los dos). Para desligar goce de consumo, propondría varios pasos. A pesar de la dificultad para cubrir necesidades materiales básicas y de la ubicua fetichización de los objetos, no solo se vive de pan. A los sueños hay que alimentarlos. Sin embargo, consumimos alimentos culturales distópicos que, más allá de alertar sobre peligros reales, operan como un outlet para el miedo, desactivándolo sin ofrecer alternativas nutricionales al despreocupado “cielo” de Vogue. Imaginar utopías genera esperanza en el futuro y ganas de vivirlo.

Continuar analizando críticamente el consumo como vector de construcción identitaria, dado que en nuestra cultura visual —heredera de la Grecia clásica— la presentación social del cuerpo es fundamental para definir la identidad. La sociología del cuerpo se topa con dos prejuicios relacionados: por una parte, el rechazo de ciertos sectores del feminismo clásico hacia el consumo y la moda, con la consiguiente simplificación y pérdida de capacidad analítica y reactiva ante un vector normativo de primer orden; por la otra, la persistencia entre la intelectualidad de la división jerárquica mente/cuerpo —también herencia clásica— conforma una mentalidad que desprecia lo simbólicamente asociado con la corporalidad (y la feminidad) por considerarlo irracional e irrelevante, cuando no maligno y engañoso.

Dar más valor social y mediático al conocimiento que a la moda y el espectáculo mediante formatos interdisciplinarios e innovadores, conceptual y visualmente que fidelicen al público habitual y, muy importante, seduzcan a nuevos públicos alienados por una visión elitista, anticuada y soberbia de la cultura. Herencia y contracultura: re-visiones críticas a debate. Un vector de innovación: cumplir de una vez por todas con la Ley de Igualdad de género del 2007 aseguraría la paridad y, junto a la adopción de la perspectiva interseccional de género, garantizaría los derechos culturales de más de la mitad de la población, pues no solo protegen el acceso a la cultura, sino también la participación y la contribución.

Para desactivar la relación entre consumo y ciudadanía, propongo conocer, valorar, agradecer y celebrar los derechos humanos conquistados durante generaciones en un contexto mundial en el que las posibles comparaciones desfavorables son demasiadas: la represión de las mujeres en países como Afganistán o Irán, o el sufrimiento de poblaciones que viven en el caos, el exilio y la guerra son solo un par de ejemplos. No hay más que ver el dolor impotente ante las pérdidas humanas en el Mediterráneo o las emocionadas reacciones ante la rebelión de las mujeres iraníes para captar la inmensa necesidad pública de reconocer causas globales y unirse a ellas. La alegría colectiva por la libertad de la que sí gozamos no es solo fuente de mesura y poderoso motor político, es también fundamento para erigirle un verdadero palacio al niño.

Para finalizar, sugeriría un poco de compasión con las personas que confunden el becerro de oro con la divinidad. Quizá su única esperanza resida en hallar un diamante en el barro. Quizá nuestro trabajo sea limpiar el barro sin denostar ni el diamante ni su búsqueda. Ya saben, quien esté libre de culpa…



















domingo, 4 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] En el aniversario de la Constitución. Una reflexión muy personal. [Publicada el 5/12/2015]

 








Es evidente que los aniversarios me ponen sentimental. Lo prueba el hecho incontrovertible de recientes entradas del blog, como las dedicadas a Hannah Arendt o el presidente Kennedy, por citar solo dos ejemplos. 
Mañana, 6 de diciembre, se cumplen treinta y siete años de la aprobación de la Constitución de 1978 en referéndum y no podía dejar pasar la ocasión para ajustar algunas cuentas al respecto: sobre sus evidentes virtudes; sus también evidentes, con el paso del tiempo, defectos; la necesidad, también evidente, de reformas puntuales pero ineludibles; las falacias y mentiras que encierran muchas críticas a la misma; y por último, un poco de información documental. Esto último es deformación profesional académica. Y es que la lealtad debida a la Constitución, no puede cegar nuestro entendimiento: ha llegado la hora de reformarla.
En cuanto a las virtudes de la Constitución de 1978 seré brevísimo: ha garantizado a los españoles la época más esplendorosa de su historia en cuanto a progreso social y libertades civiles y políticas; no solo la más espléndida, también la más duradera. Y ese es un hecho incontrovertible que no admite discusión, por muchas sombras que le quieran poner al periodo, que haberlas haylas, como las meigas en Galicia, o las brujas en esta mi tierra mágica de Canarias.
Algunos de sus defectos, que el paso de los años ha dejado al descubierto, están clarísimos: un sistema electoral y partidista que no responde a las necesidades de los ciudadanos, cada vez más alejados de la política y más cabreados con sus representantes y con las propias instituciones; una administración de justicia que no funciona; un régimen autonómico que hace aguas por todas partes ante el "salto hacia la nada" de los nacionalismos y el inmovilismo suicida del gobierno de la nación; un senado que no sirve ni cumple su función de representación territorial; y una corrupción galopante a todos los niveles producto del maridaje incestuoso del poder económico-financiero con el poder político. Sí, me doy cuenta de que lo dicho son manchurrones de brocha gorda, pero es que ni yo soy un fino pintor ni esto es un tratado académico.
Soluciones posibles, también a brochazo grueso, una reforma parcial pero profunda de la Constitución, desde luego, ya, bastante más profunda que la perfilada por el dictamen del Consejo de Estado en 2006, a estas alturas absolutamente superado.
Es imprescindible una reforma radical del funcionamiento de los partidos, que obligue a estos, constitucionalmente, a financiarse de manera absolutamente transparente y con publicidad de sus cuentas; a dotarse de órganos de control independientes de sus ejecutivas; a celebrar elecciones primarias obligatorias para la elección de todos sus cargos internos así como de sus candidatos a los órganos representativos, a todos los niveles; y a celebrar congresos a fecha fija, donde la dirección responda de su actuación ante sus respectivos afiliados.
Es imprescindible una reforma del sistema electoral general en la que el principio rector sea la ineludible e indelegable responsabilidad de los elegidos ante sus electores. Y para ello, sería necesario relegar el sistema electoral proporcional al olvido y establecer un sistema electoral mayoritario simple a dos vueltas, en distritos electorales uninominales. Y eso a todos los niveles: municipal, autonómico y nacional.
Es imprescindible una reforma de la administración de justicia en la que los jueces se encarguen única y exclusivamente de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, dejando la instrucción de los procedimientos a los fiscales, absolutamente independientes en su función de los órganos políticos. Y por supuesto, el establecimiento del "jurado puro" (sin intervención de los jueces) como único órgano competente para determinar la culpabilidad o inocencia de los imputados en procesos penales y de corrupción, y en aquellos civiles que por su naturaleza así determinen las leyes. 
Pero también se hace necesaria una reforma en profundidad del titulo VIII de la Constitución, en clave federal, que establezca y determine taxativamente cuales son las competencias indelegables de carácter estatal, y deje todas las demás a lo que decidan los respectivos Estatutos de Autonomía; los mecanismos de financiación, colaboración y cooperación de las Comunidades autónomas con el Estado; que garantice la igualdad civil y política y los derechos reconocidos por la Constitución a todos los españoles en todo el territorio nacional y la supremacía de las leyes estatales sobre cualquier ley autonómica, y de la Constitución nacional sobre las constituciones o estatutos autonómicos y sobre cualquier ley.
El Senado, como cámara de representación territorial, debería estar conformado por los gobiernos de las respectivas entidades autónomas, con un número ponderado de votos para cada una de ellas en función de su población, de manera similar a como se organiza y funciona el Consejo de Ministros de la Unión Europea, y sus competencias y facultades, legislativas y de cualquier otro tipo, determinadas explícitamente en la Constitución.
Sobre el Tribunal Constitucional entiendo que debería limitar su función a la estricta defensa de la Constitución frente a cualquier ley o acto de gobierno contraria a la misma, y a la defensa de los derechos fundamentales establecidos en ella, una vez agotadas todas las vías procesales ordinarias. En cuanto al nombramiento de sus miembros bien podría ser por designación real (a propuesta del Gobierno, lógicamente), con la aprobación cualificada y agravada de las Cortes Generales (Congreso y Senado) entre juristas de reconocido prestigio, y con mandato vitalicio, o hasta su renuncia voluntaria o impedimento físico apreciado por el propio Tribunal Constitucional y aceptado por las Cortes.
Sobre la erradicación de la corrupción política de la vida pública está todo por hacer. Y no creo que haya recetas mágicas para solucionarla: ¿Transparencia y publicidad obligada constitucional y legalmente de todos los actos y contratos de las administraciones públicas y en su funcionamiento interno? Bien, ¿y cómo se hace eso?
Un poco de historia sobre la Constitución de 1978 y su proceso de la elaboración tampoco está de más. Y para eso, nada mejor que recurrir a los documentos. Por ejemplo, el diario El País mantiene permanentemente actualizado un impresionante dosier con miles de documentos sobre la Constitución, actualizado diariamente desde mayo de 1976, que pueden ver en el enlace de más arriba, con noticias, artículos de opinión, entrevistas y reportajes que ponen al día el estado de la cuestión.
Desde este otro enlace de la página web del Congreso de los Diputados pueden ustedes acceder a las notas y minutas de la ponencia que elaboró el anteproyecto de constitución, a los Diarios de Sesiones de las respectivas comisiones constitucionales del Congreso y del Senado que debatieron el proyecto constitucional y de los plenos de ambas cámaras; al dictamen de la comisión mixta Congreso-Senado que dio forma al texto final del proyecto de Constitución; y al de la sesión conjunta de las Cortes Generales de 27 de diciembre de 1978 en la que el Rey sancionó solemnemente la Constitución. Y en este otro, al Boletín Oficial del Estado, extraordinario, de 29 de diciembre de 1978, en el que se publicó el texto oficial de la Constitución. 
Y desde estos dos últimos enlaces que siguen a continuación pueden acceder al texto comentado, artículo por artículo, de la Constitución de 1978 y a los textos, íntegros, de todas las Constituciones, anteriores a la actual, que han estado vigentes en España, desde la de 1812 a la de 1931.
Aludo de pasada a algunas de las falacias que en contra de la Constitución de 1978 se vienen repitiendo machaconamente. Algunas de una simpleza tal que caen por su propio peso. 
Primera: La Constitución fue elaborada a espaldas del pueblo español por los continuadores del régimen franquista sin contar para nada con él. Vamos con unos datos elementales: la constitución es elaborada y aprobada después de amplísimos debates por unas cámaras legislativas producto de las primeras elecciones libres celebradas en España desde 1936, tres años después de muerto el general Franco, en las que participan todos los partidos políticos libremente. Sometida a referéndum nacional obtiene 17.873.301 votos favorables (el 87,87% de los votantes, que equivalen al 67,71% del censo electoral), 1.400.505 votos en contra (el 7,89% de los votantes, que equivalen al 5,25% del censo electoral), 632.902 votos en blanco y 133.786 votos nulos. Los hechos son los hechos, como decía el camarada Lenin, y todo lo demás, opiniones. Y lo que hay que respetar es el derecho a opinar, no la opinión misma.
Segunda: La mayoría de los españoles que votaron la Constitución de 1978 ya no viven, y los que no pudieron votar entonces tienen derecho a votar ahora una nueva Constitución. ¿Por qué?, me pregunto yo en mi cándida ignorancia. La Constitución de Estados Unidos es de 1789, la de Suiza de 1848, la de Nueva Zelanda de 1853, la de Canadá de 1867, y la del Reino Unido (que no tiene ni siquiera constitución) tiene su origen en una disposición real de 1215. De los veintiocho Estados de la Unión Europea catorce de ellos tienen Constituciones anteriores a 1978, una de ellas del siglo XIX (Luxemburgo). ¿Ustedes perciben especialmente cabreados a los ciudadanos vivos de esos países por no haber votado sus Constituciones vigentes? ¿Sí?... Pues yo no, la verdad, pero no vamos a discutir por eso. 
Tercera: La forma monárquica del Estado fue impuesta, otra vez, a espaldas de los españoles. Perdón, pero no cuela. Conviene recordar que los partidos de izquierda y algunos nacionalistas propusieron en el debate parlamentario de la Constitución la forma republicana de gobierno. Está en los Diarios de Sesiones. Perdieron todas las votaciones al respecto. Y el resultado del referéndum fue el qué fue, así que guste o no la forma monárquica de la jefatura del Estado en España es legítima, legal y constitucional y está aprobada por el pueblo español. ¿Eso convierte en ilegítima la propuesta de una forma de Estado republicana? En absoluto: los partidos que defiendan la misma que lo propongan en sus programas electorales, obtengan representación parlamentaria suficiente para aprobarlo en las Cortes Generales y someterlo a referéndum. Y Dios (y los españoles) dirán lo que estimen oportuno, pero dejen de dar la tabarra con el tema, por favor, que resulta cansino... Porque así, y no de otra manera, es como funciona la democracia.
Cuarta (o tercera-bis): La forma monárquica de Estado convierte a los ciudadanos en súbditos. Perdón, una vez más, pero tampoco cuela. ¿De verdad ustedes se atreverían a decirles eso a británicos, daneses, suecos, noruegos, holandeses, belgas, luxemburgueses, canadienses, australianos, neozelandeses, etc., etc.?... Todos ellos son democracias con forma monárquica de Estado. ¿Siguen pensando que es verdad, que británicos, daneses, suecos, noruegos, holandeses, belgas, luxemburgueses, canadienses, australianos, neozelandeses y un largo etcétera, son súbditos y no ciudadanos de sus respectivos Estados?... ¿Sí? Pues allá cada cual, pero no me vale.
Concluyo mi personal manera de homenajear a la Constitución que a todos nos ampara con este vídeo en el que pueden ver y escuchar, interpretada por el grupo musical Jarcha, la canción icono de aquellos no tan lejanos años de mediados de los 70: "Libertad sin ira". Un lema que no nos vendría mal recuperar, sobre todo lo de "sin ira". Feliz día de la Constitución, y hasta el próximo aniversario, que esperemos ya celebrar con una Constitución renovada. Y termino como debí comenzar, con un emocionado ¡Viva la Constitución!
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




De entender al otro

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de eso de entender al otro, porque como dice en ella el escritor Sergio del Molino, parecía que ya éramos capaces de entender la simpatía entre dos antagonistas que, antes que militantes, son personas capaces de trascender sus prejuicios, pero parece que no es tan sencillo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Entender al otro empieza a ser intolerable
SERGIO DEL MOLINO
30 NOV 2022 - El País

Estoy de acuerdo con algunos historiadores en que exageramos las correspondencias entre estos tiempos recios y los que se sufrieron entre las dos guerras mundiales. Aunque se parezcan en la bronca de una sociedad partida en dos bloques que se dedican a insultarse desde su lado de la calle, las semejanzas no pasan de lo superficial. Se parecen las hemerotecas, pero los europeos del siglo XXI no vivimos enfangados en una violencia política cotidiana y estructural, con organizaciones paramilitares y uniformadas liándose a tiros en cualquier calle. Conviene no abusar de los ejemplos históricos, es cierto, pero hay episodios irresistibles.
El que narra el escritor francés Adrien Bosc en su soberbio libro La columna es tan elocuente que cuesta mucho no sacarle moralejas para hoy. En 1938, la filósofa anarquista Simone Weil leyó Los grandes cementerios bajo la luna, el diario de Georges Bernanos donde contaba su experiencia en España durante la guerra. Bernanos era un escritor tan famoso como reaccionario, simpatizante de Falange y monárquico, pero la violencia que presenció cambió sus entusiasmos ideológicos, y su libro pasa por ser una de las obras más dolorosas, sinceras y desalineadas que se han escrito sobre la tragedia española. Weil, que pasó mes y medio en el frente de Aragón, se reconoció en las palabras de Bernanos y le escribió una carta en la que narraba su desilusión y su horror: ella había ido a España a luchar por la revolución, y la revolución resultó ser una matanza gobernada por cínicos y sádicos. Bernanos no respondió nunca a Weil, pero guardó su carta en la billetera toda la vida, y así la encontraron cuando murió.
Cuando Albert Camus la publicó en 1954, los antiguos camaradas se enfurecieron. No importaba que Simone Weil llevase once años muerta. Aquella fraternidad con el derechista Bernanos era una traición a los revolucionarios. Hasta el propio Camus le ponía reparos. No es extraño que el pensamiento de Weil se quedara en una carta privada y no se expresase nunca en un texto público.
Parecía que ya éramos capaces de entender la simpatía entre dos antagonistas que, antes que militantes, son personas capaces de trascender sus prejuicios. Pero hoy, cuando se exigen alineamientos, se escupe a los tibios y se señala a los otros como enemigos, la carta de Weil sería recibida con la misma bilis. Entender a aquel con quien no se está de acuerdo empieza a ser una actitud intolerable, y deberíamos saber que, de ciertas espirales, nunca se sale ileso.




















sábado, 3 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Hannah Arendt (1906-1975. In memoriam. [Publicada el 4/12/2014



Caricaturas de Hannah Arendt



Hoy, 4 de diciembre, se cumplen treinta y nueve años de la muerte en la ciudad de Nueva York, donde residía, de la teórica política estadounidense de origen alemán, Hannah Arendt. Una de sus biógrafas, la profesora francesa Laure Adler, cuenta en su libro "Hannah Arendt" (Destino, Barcelona, 2006) que la tarde de aquel día había invitado a su casa a unos amigos para los que preparó la cena ella misma. Terminada esta, pasaron a un saloncito de la casa para charlar, pero nada más sentarse, dio un profundo suspiro y murió a causa de un infarto de miocardio. Tenía 69 años recién cumplidos. Está enterrada en el campus universitario del Bard College, en la ciudad de Annandale-on-Hudson, Nueva York, en el que su esposo, Heinrich Blücher, había sido profesor.
Nacida en Hannover (Alemania) el 14 de octubre de 1906, Hannah Arendt comienza sus estudios de Filosofía en la Universidad de Marburgo, donde tiene como profesores a Martin Heidegger, Nicolai Hartmann y Rudolf Bultmann, estudios que continúa en la Universidad de Friburgo con Edmund Husserl y que culmina con su doctorado en la Universidad de Heidelberg bajo la dirección de Karl Jaspers. A pesar de su impresionante currículo académico filosófico, ella nunca se considero a sí misma como filósofa sino como teórica de la política, a cuyo estudio dedicó prácticamente toda su vida como pensadora y profesora en las universidades estadounidenses de Princeton, Chicago y Berkely,  a donde se trasladó en 1941 huyendo del régimen nazi que la había privado de la nacionalidad alemana por su condición de judía. 
Mi primer contacto académico con la persona y la obra de Hannah Arendt tiene lugar cuando curso la asignatura de Teoría Política, en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, a través de la serie de libros de "Historia de la teoría política" del profesor Fernando Vallespín. Yo había oído hablar de Hannah Arendt con anterioridad, pero no había leído ninguna de sus obras. Es ahora, cuando lo que hasta ese momento era una obligación académica se va a convertir en una pasión. Y tras "Sobre la revolución", el primero de sus libros que leo, le siguen (no por el orden en que los cito): "Los orígenes del totalitarismo""La condición humana""Eichmann en Jerusalén""Entre el pasado y el futuro""¿Qué es la política?""Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental""La promesa de la política""Tiempos presentes", y algún otro que me dejo en el teclado... Y por supuesto, las dos espléndidas biografías que sobre ella escriben Elizabeth Young-Bruehl (Alfonso el Magnánimo, Valencia, 1993) y la citada más arriba de Laure Adler, de las que volveré a hablarles más adelante.   
Como decía en mi entrada de hace unas semanas en la conmemoración del 108 aniversario de su nacimiento, traer a Hannah Arendt a este blog no necesita justificación alguna. Basta con que en el buscador del mismo pongan su nombre para que puedan percibir el sentimiento de admiración que el autor del mismo siente por ella. ¡Hasta el seudónimo con el que firma sus entradas es un homenaje a su memoria! 
El catedrático de filosofía Fernando Savater le dedicó en la presentación  de la edición para el Círculo de Lectores del libro de Hannah Arendt quizá más emblemática, "La condición humana", unas páginas no por breves menos admirativas hacia su persona y su obra, que reproduzco literalmente a pesar de extensión: A Hannah Arendt, dice sobre ella el profesor Savater, le debemos la reflexión filosófica sobre política más genuina de este siglo. Digo genuina, no simplemente acertada o sugerente. Por supuesto, su gran libro sobre los orígenes del fenómeno totalitario, su comparación entre la revolución americana y la francesa a la luz de las libertades públicas, sus esbozos sobre la violencia o sobre la crisis de la educación, están siempre llenos de originalidad inspiradora incluso para quienes menos comparten su análisis (¡con la posible excepción de sir Isaiah Berlin, que siempre le tuvo una ojeriza teórica sin desmayo!). Pero su filosofía política, continúa mas adelante, es genuina porque no aspira al final de la política, sino a su esclarecimiento y prolongación. Me explico, dice, el filósofo que se dedica a la epistemología no ansía llegar a una visión del conocimiento capaz de cancelar su progreso ulterior, ni el que piensa sobre moral pretende que llegue el momento feliz en que la moral sea cosa del bárbaro pasado... ¡aunque fuese gracias a la victoria definitiva del Bien! Pero el noventa por ciento de los filósofos políticos parecen considerar que la actividad política misma, su agitación, sus constantes cambios de proyecto o ideal, etcétera, son algo a erradicar cuanto antes. El ejercicio contradictorio de la política (necesariamente contradictorio, porque si no faltaría la libertad que lo hace posible) proviene para ellos de ambiciones, caprichos o accidentes igualmente detestables. De ahí su empeño por promulgar el "final de la historia" o la "utopía", objetivos simétricos aunque el primero sea conservador y el segundo, supuestamente revolucionario. En ambos casos (y en otros adyacentes, aunque menos graves) se da a entender que la culminación de la política llegará cuando ya no sea necesario hacer política. Por el contrario, Arendt permanece siempre estusiástica y lúcidamente fiel a la política como actividad. Y la vincula en cuanto tal a la concepción de la vida humana como algo más que la acumulación de labores reproductivas o fabricación de objetos. Para ella, creo que acertadamente, hacer política es también hacer humanidad. Desde el punto de vista genérico de esta colección, La condición humana es particularmente interesante porque muestra las posibilidades del ensayo para abordar de una manera casi "aérea" perspectivas amplísimas que un tratadista minucioso no lograría agotar satisfactoriamente salvo que perpetrase toda una biblioteca de agobiantes volúmenes. Y desde luego porque en este caso el resultado de tal perspectiva sintetizadora merece realmente la pena. Hasta aquí, las palabras del profesor Savater sobre Hannah Arendt.
Concluyo esta entrada de hoy, rendido homenaje de admiración a la personalidad y la obra de Hannah Arendt en el aniversario de su muerte, invitándoles a la lectura de la reseña crítica que de las dos biografías citadas más arriba, titulada "Amistad y amor mundi: la vida de Hannah Arendt", realizara en su día en Revista de Libros el profesor Jordi Ibáñez Fanés. Estoy convencido que les resultará más que interesante.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Hannah Arendt en su juventud 





Entrada núm. 2202
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

De pedirle cuentas a los pijos

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de pedirle cuentas a los pijos, porque como dice en ella el escritor Manuel Jabois, por alguna secreta razón hay gente que cree que al “haberse hecho a sí misma” la vida les debe algo muy especial, y dedica el resto de sus años no a disfrutarla, sino a cobrárselo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Pedirle cuentas a un pijo
MANUEL JABOIS
30 NOV 2022 - El País


Una de las mejores lecciones políticas que recibí en mi vida me la dio, gratis, un amigo hace varios años en Pontevedra. Al salir de un pub vimos apoyado en la puerta a un mítico pijazo de la ciudad, engominado anacrónicamente y fumando como si el pitillo le debiese algo; mi amigo le extendió la mano boca abajo mientras el otro la miraba medio enloquecido. “¿Perdona?”, dijo. Y mi amigo, sin mirarlo, respondió: “El sello, por favor, que a lo mejor volvemos”. El señor (debía de tener 30 años, pero los pijos pata negra saltan de los 20 a los 55) montó en cólera porque, aunque ahora se puso de moda entre ciertos agrandados aparentar buen rollo con la chusma hasta que aparece el negocio o la oportunidad, la impresión que le debió dar ver a mi amigo con sus pintas tratándolo a él, gerifalte local, de portero de discoteca, le desbordó. Dio una lección política, también él. Yo no sabía dónde meterme de la risa que me estaba dando; el hombre me conocía, porque yo trabajaba en Diario de Pontevedra, y en un momento de su perorata descontrolada, me señaló pálido y me dijo: “Y tú… Tú me conoces, ¿no pudiste haberle dicho quién soy?”. ¿No pudiste parar este accidente? ¿No pudiste poner freno a esta locura? ¿Qué va a ser de mí ahora? ¡Se me está poniendo cara de recoger vasos!
Desde entonces, cuando intuimos, allá donde estemos, que alguien es un imbécil irremediable por cuestión de clase, nos dirigimos a él para preguntarle si hay mesa libre o si nos puede traer la cuenta. La gran mayoría (yo defiendo que la gran mayoría de este país es gente afable y educada, lo que pasa es que los medios tenemos querencia por la minoría, para difundirla e incluso para ponerla en nómina) reacciona con gracia o cortesía, si bien alguno siempre se lo toma a la tremenda, y te dice quién es recitando sin respirar todos los apellidos, que parece que los bautizaron para que se murieran por falta de aire en el colegio, o sus profesiones, o lo que sea aquello que les hace incompatible con servir. Como si ellos no sirviesen, o como si su oficio no tuviese una servidumbre mayor, y unos peajes más tremendos, que el de cualquier oficio más humilde.
Con el tiempo uno aprende que el peligro real no es el hombre desquiciado que sale de casa vestido de punta en blanco como siempre y con la misma actitud de nacimiento por cuestiones que, perezosamente, prefirió no esquivar o acogió con euforia, sino el que sale de casa vestido única y exclusivamente para que no le confundan con el servicio; el que tiene una sola misión en la vida: que nadie le confunda con el que podría ser por razones familiares, con el que podría ser por razones económicas cuando le vaya un poco mal, con el que quizás ya fue cuando las cosas empezaban y hubo que partirse la espalda. Responden más airadamente si les confundes con otro porque es de lo que huyen: estuvieron o deberían estar, y están seguros de no volver nunca. Por alguna secreta razón creen que al “haberse hecho a sí mismos” la vida les debe algo muy especial, y dedican el resto de sus años no a disfrutarla, sino a exigir que se les devuelva el esfuerzo del principio en forma de estatus y aprobación de su nueva clase social prestada. De forma tan ensimismada que, si les pides la cuenta para vacilar porque les ves muy chulos, cualquier día estallan y la cobran.























viernes, 2 de diciembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] "Las Benévolas", de Jonathan Littell. [Publicada el 3/12/15]

 



Las Euménides



Según la mitología griega las Euménides o Erinias (las Benévolas), también llamadas Furias en la mitología romana, eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. Eran hijas de la sangre derramada por el miembro viril de Urano sobre Gea cuando su hijo Crono lo castró. Su número era indeterminado, aunque Virgilio le pone nombre a tres de ellas: Alecto, la implacable, que castiga los delitos morales; Megera, la celosa, que castiga los delitos de infidelidad; y Tisífone, la vengadora del asesinato, que castiga los delitos de sangre. Se las representa habitualmente como genios femeninos con serpientes enroscadas en sus cabellos, portando látigos y antorchas, y con sangre manando de sus ojos en lugar de lágrimas, con grandes alas de murciélago o de pájaro y cuerpos de perro. También podían personificar el destino de los hombres. 
Las Euménides eran fuerzas primitivas anteriores a los dioses olímpicos que no estaban sometidas a la autoridad de Zeus. Moraban en el Érebo o Tártaro del que solo viajaban a la Tierra para castigar a los criminales vivos. A pesar de su carácter divino los dioses del Olimpo mostraban hacia ellas una profunda repulsión no exenta de temor reverencial y no toleraban su presencia. Por su parte, los mortales las temían pavorosamente y huían de ellas. En cierto sentido, representaban la rectitud de las cosas dentro del orden establecido como protectoras del cosmos frente al caos. 
El 3 de diciembre de 2006 el escritor y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, publica en el diario El País un elogioso artículo titulado "Los benévolas", en el que reseñaba la primera novela, "Les Bienveillantes", de un joven escritor francés llamado Jonathan Littell, nacido en Nueva York en 1967 y residente en Barcelona, que acababa de ganar con ella el Premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas, y también el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Ni que decir tiene que leí con sumo interés, como hago con todos los suyos, el artículo de Vargas Llosa.
Diez meses después de ese artículo de Vargas Llosa la editorial barcelona RBA publicaba en español la novela, ahora ya con el título de "Las Benévolas", mucho más ajustado a su original francés que el del artículo citado. Compré el libro nada más ponerse a la venta, exactamente tal día como hoy de 2007. Y como suele ser habitual en mí, tras ojear las primeras páginas, algunas intermedias, y las finales..., lo dejé en la alacena de la biblioteca familiar durmiendo el sueño de los justos. Quizá abrumado por sus 991 páginas de texto apretado, aunque muy legible, y sin apenas puntos y aparte que dejaran un momento para el respiro. Eso fue en 2007, pero hace unas tres semanas decidí asumir de nuevo el reto de su lectura, e incapaz de abandonarla, lo que son las coincidencias, la concluyo el mismo día que la compré pero ocho años después.
Hace unos pocos días escribí en el blog sobre la novela de Littell. Fue en una entrada que hacía referencia al triste aniversario de la "Kristallnacht", el episodio que puso en marcha el inicio del proceso de exterminio de los judíos de Europa por el régimen nazi. Hoy, por su acreditada excelencia, me limito a recomendarles la lectura de "Las Benévolas", reseñando algunas de las cosas que Mario Vargas Llosa decía sobre ella en su artículo.
El lector sale de "Les Bienveillantes", dice nuestro Premio Nobel, la novela de Jonathan Littell que acaba de ganar el Premio Goncourt en Francia y que ha alcanzado en ese país un éxito de público sin precedentes, asfixiado, desmoralizado y a la vez estupefacto por ese viaje a través del horror y la oceánica investigación que lo ha hecho posible. No recuerdo haber leído nunca un libro que documente con tanta minucia y profundidad los pavorosos extremos de crueldad y estupidez a que llegó el nazismo en su afán de exterminar a los judíos y demás "razas inferiores" en su breve pero apocalíptica trayectoria.
En una novela, añade, lo que importa, sobre todo, es lo que hay en ella de agregado a la vida a través de la fantasía. "Les Bienveillantes" es un libro extraordinario por lo que hay en él de cierto y verdadero. Quien la cuenta, sigue escribiendo Mario Vargas Llosa, es un narrador-personaje, Max Aue, que ha conseguido sobrevivir a su pasado nazi y envejece ahora, en la Provenza francesa, bajo un nombre supuesto y convertido en un próspero industrial. No se arrepiente en absoluto de los crímenes indescriptibles de los que fue cómplice y autor -su exitosa carrera dentro del Tercer Reich- la hizo como policía y experto en exterminio y campos de concentración, a la sombra del Reichsführer-SS Himmler, y trabajando en equipo con dignatarios como Eichmann o Speer, el ministro favorito de Hitler. Tuvo una infancia traumática, en Francia -su madre era francesa y su padre alemán-, en la que concibió una pasión incestuosa por su hermana gemela, y practica el homosexualismo pasivo a ratos y a escondidas, pero el sexo no ocupa un lugar importante en su vida. Se doctoró en Derecho y es hombre culto, aficionado a la música, las buenas lecturas y las artes -le gustan mucho las óperas de Monteverdi y las pinturas de Vermeer- como, por lo demás, según su testimonio, parecen serlo muchos de sus colegas, en la Gestapo, los Waffen-SS y los cuerpos de seguridad del Partido Nazi en los que él, gracias a su espíritu disciplinado, trabajador y eficiente hace una rápida carrera alcanzando antes de cumplir treinta años los galones de teniente coronel y la máxima condecoración del Ejército alemán, la Cruz de Hierro, por su desempeño en el sitio de Stalingrado.
En los comienzos de su tarea, continúa diciendo Vargas Llosa, nuestro narrador y protagonista asiste en los países ocupados del Este, sobre todo Ucrania y Rusia, a los asesinatos masivos de judíos, gitanos, enfermos mentales y víctimas de cualquier tipo de deformación física: Padece de vómitos nocturnos y ataques de dispepsia, y algunas pesadillas, pero da la impresión de que ello no es un síndrome de rechazo moral sino de un disgusto estético y sensible ante los horrendos olores y feas escenas que producen aquellas degollinas. Pronto se acostumbra y, convencido de que la ideología nazi del "Volk" exige del pueblo ario aquella operación de limpieza étnica masiva, pone en el empeño todo su talento organizador y su imaginación burocrática. Con tan buenos resultados que es promovido hasta tener acceso a todo el enrevesado sistema montado por el régimen para aniquilar al pueblo judío, a los gitanos, a los deformes y degenerados, y para convertir en bestias de carga y esclavos industriales a los prisioneros políticos.
Esta misión, dice más adelante, lleva a nuestro protagonista a recorrer todos los campos de exterminio y a alternar con quienes los dirigen -policías, militares, médicos, antropólogos- en visitas que recuerdan el paso de Dante y Virgilio por los siete círculos del infierno, pero sin poesía. Aunque uno cree saberlo todo ya sobre el vertiginoso salvajismo con que los nazis se encarnizaron en su afán de liquidar a los judíos, la información reunida por Jonathan Littell nos revela que no, que todavía fue peor, que los crímenes, la inhumanidad de los verdugos, alcanzaron cimas más altas de monstruosidad de las que creíamos. Son páginas que quitan el habla, estremecen y desalientan sobre la condición humana. Quienes planeaban estos horrores eran a veces, como el doctor en Derecho Max Aue, gentes que habían leído mucho y sensibles a las artes. Una de las mejores escenas del libro es una recepción de jerarcas nazis en la que Adolf Eichmann aparece ansioso por aplicar a la presente situación alemana la noción kantiana de imperativo categórico, y otra en la que, en una cacería en las afueras de Berlín, la esposa de un general nazi explica la filosofía de Heidegger. 
Estas páginas del libro, dice Vargas Llosa, parecen una ilustración muy gráfica de la famosa frase de George Steiner preguntándose cómo fue posible que el mismo pueblo que produjo a Beethoven y a Kant, engendrara también a Hitler y al Holocausto: porque "las humanidades no humanizan". Así de sencillo y terrible.
¿Cuántos alemanes sabían lo que ocurría en los campos de exterminio?, se pregunta nuestro comentarista. Como revela el personaje central de la novela, es cierto que se guardaban las apariencias y que, por ejemplo, en los informes, reglamentos, órdenes, se utilizaban eufemismos como "saneamiento", "curación" o "limpieza" y que, incluso buen número de las decenas de millares de personas directamente implicadas en hacer funcionar la complicada maquinaria del aniquilamiento de millones de personas, no hablaban de eso sino de manera figurada -salvo en las borracheras- y no querían saber nada más fuera de la parcela que les concernía. Pero lo evidente es que era mucho más difícil no saber lo que ocurría que saberlo, pues, en los extremos de enloquecimiento a que llegó el régimen en su obsesión homicida contra los judíos, a partir de 1943 ésta pasó a ser la primera prioridad del nazismo, antes incluso que ganar la guerra. No se explica de otro modo el esfuerzo gigantesco para montar un sistema de transportes masivos a lo largo y a lo ancho de Europa a fin de alimentar las cámaras de gaseamiento y los hornos crematorios, y los presupuestos crecientes y la asignación de personal y de recursos técnicos, que, contra el parecer de los jerarcas del Ejército alemán, que veían en esto un debilitamiento de su capacidad bélica, llevó a cabo el nazismo, decidido a acabar con los judíos aun a costa de una derrota militar. Todos sabían, aunque no quisieran saberlo.
Tal vez fuera imposible, termina su artículo Vargas Lloca, manipulando materiales tan absolutamente abominables como los que recorren las casi novecientas páginas de este libro escribir una gran novela, como "La guerra y la paz" o "Los demonios". Una novela, sigue diciendo, puede sumergirnos en el barro de la injusticia, de la maldad, de las peores formas de infortunio, pero sin renunciar a alguna forma de la esperanza, de redención. Pero esta novela, como las del marqués de Sade, no nos ofrece ninguna escapatoria, y luego de sumergirnos en la más abyecta manifestación de lo repugnante que puede ser lo humano, nos deja allí, en esos humores deletéreos, condenados para siempre. Por eso, a pesar de ser tan cierto todo aquello que cuenta, hay en "Les Bienveillantes" cierto miasma de irrealidad, algo que tal vez proyectamos en ella los lectores para defendernos, negándonos a ser así, solo seres odiosos y horribles. Porque en las muchas páginas de este libro fuera de lo común no hay un solo personaje, hombre o mujer, que no sea absolutamente despreciable. 
Espero haber suscitado, al menos, su interés por esta inmensa novela de Jonathan Littell. Creo que merece con creces su lectura. A mí me ha resultado, lisa y llanamente, apasionante.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









Entrada núm. 2509
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