martes, 2 de junio de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 2 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















La reproducción de artículos firmados en este blog por otras personas no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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lunes, 1 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Saberes



La escritora Joan Didion. Foto AP


Saber consiste en resolver dudas con método, un estadio superior al de los que opinan sin dudas ni método, escribe en el A vuelapluma de hoy [Lecciones del mejor libro de amor. El País, 14/5/2020] la escritora Berna González Harbour.

"El mejor libro de amor -comienza diciendo González Harbour- que ha caído en mis manos en mucho tiempo no estaría nunca en los estantes de novela romántica, aunque el que profesa pueda pesarse en toneladas. Es El año del pensamiento mágico (Literatura Random House), que Joan Didion escribió tras la muerte inesperada de su marido y la crítica enfermedad de su hija en una dramática coincidencia en el tiempo. Lo hace Didion -ese entretejido de hechos y emociones duras- sin soltar jamás las riendas, ni literarias ni sentimentales, en una austeridad de estilo que contagia positivamente el ánimo. Créanme, no es deprimente. Buena lectura para estos días de pérdidas, cuando el dolor nos fatiga y enseña dimensiones de nosotros mismos para las que no nos sabíamos capacitados.

Tiene momentos chisposos, incluso, cuando por ejemplo describe cómo ella misma se compró y estudió libros sobre cuidados en las UCIS –donde su hija libraba una larguísima batalla parecida a la que tantos enfermos están librando estos días- hasta sugerir sin reparo a los médicos la forma de hidratar y no sobrehidratar, la conveniencia de intubar o extubar y cuestionar los protocolos para despertar del coma. Era tal su inmersión en el campo de batalla que, llegada desde un Nueva York frío a un Los Ángeles cálido para acompañar a su hija, tuvo que comprarse ropa más desabrigada y no se le ocurrió otra mejor que varias batas hospitalarias de algodón azul. “Era tan profundo el aislamiento en que me movía que no se me ocurrió que el hecho de que la madre de una paciente se presentara en el hospital con ropa hospitalaria solo podía ser considerado una sospechosa extralimitación de mis funciones”, escribe.

Juan José Millás suele decir que, cuando sus alumnos o lectores le sueltan la tan habitual proclama de “yo también quisiera ser escritor, si tuviera tiempo escribiría una novela”, se pregunta por qué nadie dice “yo también quiero ser cirujano, si tuviera tiempo haría una operación”.

Estos días, todos queremos desembarcar en el hospital de Los Ángeles y vestir bata hospitalaria como Didion, ser expertos, saber más que los médicos y arrojar discursos sobre mascarillas, seroprevalencia, inmunidad de rebaño, fases, desescaladas y confinamientos.

Pero ser científico consiste en ir resolviendo dudas con método, un estadio superior al de los que opinan (o actúan) sin dudas ni método. No en ponerse la bata.

Ser escritor, como demuestra Didion (Sacramento, 1934) en este libro, también consiste en ir resolviendo y digiriendo dudas y nudos vitales con método literario, sostener las riendas de un artefacto para darle vida como tal más allá de lo que narra.

Ser político debería consistir en resolver dudas (problemas, pandemias, despidos, crisis) con método (diálogo, acuerdos, respeto, medidas). Nadie espera que se pongan la bata hospitalaria para opinar de extubaciones, de la desescalada del vecino frente a la propia, del orgullo de cargamento chino propio frente al ajeno y, menos aún, de buscar votos entre las entrañas abiertas de las víctimas. Tengan dudas. Y tengan método".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






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[PENSAMIENTO] Una renta básica universal



Dibujo de Raquel Marín para El País


Un ingreso de emergencia estimularía la recuperación de la demanda tras una crisis, actuaría como un ‘estabilizador automático’ y los ciudadanos serían menos propensos a votar opciones extremistas; la siguiente fase es una renta básica universal, escribe en El País, el profesor titular e investigador en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, Guy Standing. A final de la entrada les pongo una serie de enlaces a artículos académicos en español que constituyen una excelente una puesta al día de la cuestión.

"Cuando la pandemia, por fin, se desvanezca, -comienza diciendo Standing- el mundo cambiará de forma permanente. Pero, para que cambie para mejor, es necesario desarrollar ya una estrategia de transformación económica. Para ello, debemos tener claro de antemano cuáles eran sus defectos fundamentales.

La economía neoliberal que ha predominado durante las últimas tres décadas se proponía reducir el Estado social y tenía una afición populista a reducir impuestos, particularmente para los ricos y las empresas, que exigía recortes del gasto público, en teoría para equilibrar los presupuestos.

Era un modelo engañoso, que produjo un gran fortalecimiento del capitalismo rentista —grandes réditos para los dueños de propiedades— y el debilitamiento de los bienes públicos comunes. Esto último implicaba menos hogares sociales, servicios sociales reducidos, menos sanidad pública y menos asistencia social. Ahora estamos pagando el precio, con más de 25.000 muertes solo en España. Nuestra capa de protección social estaba hecha jirones.

También ha producido un saqueo de los bienes públicos naturales —menos espacios abiertos, menos peces en el mar, menos aire limpio y agua potable, menos parques y bosques cuidados—, así como de las garantías civiles, la igualdad y la justicia para todos. Sobre todo, vimos una pérdida del patrimonio público intelectual, a medida que el desarrollo de un sistema internacional de derechos de propiedad intelectual permitió que la plutocracia y las grandes empresas se adueñaran con una parte cada vez mayor de los ingresos generados.

Por consiguiente, una parte crucial de la estrategia de revitalización debe consistir en desmantelar el capitalismo rentista y reanimar todos nuestros bienes comunes. No debemos aceptar a ningún político ni partido político que no articule una estrategia en ese sentido. La principal prioridad debe ser la construcción de un nuevo sistema de distribución de rentas. Desde ahora mismo. Necesitamos que los Gobiernos y las organizaciones internacionales introduzcan una renta básica de emergencia.

Los Gobiernos deben darse cuenta de que no existe una alternativa que pueda llegar a todos los segmentos de la sociedad. Algunos Gobiernos han alegado que tienen que centrar la ayuda en los más vulnerables y han introducido asistencia social y subsidios salariales en función de los recursos. Pero acabarán aceptando que casi todo el mundo —excepto los plutócratas que pueden refugiarse en sus superyates y sus fincas—, además de ser vulnerable a la pandemia, puede sufrir problemas económicos, quiebras y otras enfermedades.

Tratar de seleccionar a los pobres en una conmoción sistémica como la actual es como buscar al hombre que está más a punto de ahogarse en un naufragio y dejar que el resto se hunda. Todos necesitamos ayuda. El proceso administrativo necesario para identificar a los más necesitados será caótico, burocrático, crónicamente ineficaz e injusto. E incluso puede que los políticos vean que muy pocos funcionarios estarán dispuestos a comprobar los ingresos, la riqueza o la situación laboral de los que soliciten ayuda financiera. Lo que los economistas deberían saber a estas alturas es que los planes selectivos, concebidos para llegar exclusivamente a los que son pobres sin culpa ninguna, cometen enormes fallos de exclusión. En otras palabras, no llegan a muchos de los destinatarios del plan. Es posible que haya un 40%, o más, de necesitados al que no llegan. Este hecho ha quedado demostrado una y otra vez en todo el mundo, incluso en países con sistemas administrativos avanzados.

Dicho de otro modo, los planes universales son más eficaces que los planes selectivos para reducir la pobreza y la inseguridad de rentas. A los políticos les cuesta entender esta paradoja, y muchos prefieren no entenderla, porque así pueden continuar con sus programas específicos, con los que creen que ahorran dinero público. Sería mucho mejor suministrar a todo el mundo una renta básica y aplicar a los ricos una ligera subida de impuestos, para que no estén ni mejor ni peor.

Lo que hemos descubierto con los ensayos de rentas básicas en diferentes tipos de países es que refuerzan la resistencia personal y familiar, y hacen que las familias y las personas sufran menos presión y tengan más capacidad de pagar sus deudas. También mejoran la nutrición, la salud y la sanidad. Y, en contra de los prejuicios burgueses, las personas con la seguridad de una renta básica tienden a trabajar más —no menos— y a ser más productivas —no menos—, así como más cooperativas y tolerantes con los demás. Tienen menos miedo y, por tanto, menos propensión a votar opciones de extremismo populista.

El sistema de renta básica tendría otras ventajas sociales y económicas. Nuestra supervivencia colectiva a esta pandemia depende no sólo de nuestro propio comportamiento y nuestro acceso a los recursos, sino también de que todos los demás tengan los recursos necesarios para sobrevivir. Si algunos grupos se quedan fuera de los programas de ayudas económicas, tenderán a mostrar comportamientos que prolongarán la pandemia, aunque solo sea porque, sin recursos, seguirán siendo vulnerables al virus y otras enfermedades sociales. Podríamos incluso formular una regla social: cuanto más específico sea el sistema de ayudas económicas, más durará la pandemia y más devastadora será.

Desde el punto de vista económico, los políticos deberían ser conscientes de que, durante mucho tiempo, vamos a sufrir las consecuencias de una profunda crisis de demanda. Los pobres no podrán comprar bienes y servicios básicos, el precariado no podrá atender sus deudas crecientes y los asalariados habrán sufrido enormes efectos en su riqueza, es decir, la constatación de que han perdido mucha riqueza, lo que les hará gastar menos.

A los políticos les gusta dar la imagen de que protegen a las empresas y los puestos de trabajo. Pero el objetivo principal debería ser impulsar la demanda de bienes y servicios básicos, sin la cual las empresas no pueden funcionar. Una renta básica impulsaría esa demanda, y constituiría la piedra angular de la nueva economía: alimentos, viviendas, sanidad y educación.

La locura de la flexibilización cuantitativa perseguida después de 2008 consistió en inyectar dinero en el lado de la oferta, en los mercados financieros. Eso llevó a una recuperación muy lenta, como todo español sabe. Y enriqueció a los que ya eran ricos. Eso no debe repetirse ahora. Pero solo lo evitaremos si presionamos a los políticos y a las instituciones financieras y políticas internacionales para que den facilidades a la gente corriente.

Otra ventaja de una renta básica de emergencia es que podría servir de lo que los economistas llaman estabilizador económico automático. Si se adopta, impulsaría la demanda de bienes y servicios básicos. Si eso funciona, la economía comenzará a recuperarse. Entonces, el Gobierno podría reducir ligeramente el importe para que sea sostenible a largo plazo, mientras se ponen en marcha impuestos y otros recursos financieros para sufragar un sistema permanente. Si la recesión empeora debido a fuerzas externas, las autoridades podrían aumentar la renta básica, para reforzar la economía en general.

La situación es grave. La mayoría de la gente está teniendo dificultades económicas, sociales y emocionales. Una renta básica no es la panacea; pero es esencial y urgente. Si las autoridades no la aplican, serán en parte responsables de las muertes y enfermedades del mañana. Como mínimo, deberían lanzar de inmediato programas piloto, si no están convencidos. La inacción es lo que no se perdonará ni se olvidará".

Y estos son los enlaces que les citaba al inicio de la entrada:

1. Herce, José Antonio y Miguel Ángel: ¿Qué base para legitimar una renta básica? Revista de Libros
2. Linde, Luis M.: Renta básica, mínima y sus parientes. Revista de Libros



El profesor Guy Standing



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 1 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















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domingo, 31 de mayo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Hannah Arendt sigue pensando




Hannah Arendt, 1966. Universidad de Chicago


El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.

La filósofa alemana, escribe en el Especial dominical de hoy la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán [Hannah Arendt sigue pensando. Babelia, 30/5/2020] reflexionó  sobre muchos de los temas que nos siguen preocupando: el peligro de las emociones en política, la confusión entre hechos y opiniones, la crisis de la cultura o el totalitarismo, y su obra vive, ahora mismo, un auténtico 'boom' editorial.

"Decía Isak Dinesen -comienza diciendo Martínez Bascuñán- que se puede soportar todo el dolor si lo convertimos en una historia. Algo parecido podría afirmarse de la inclasificable Hannah Arendt y su fecunda relación con la teoría política, un campo del saber que revindicó con ahínco y que le sirvió para sobrellevar todas las crisis políticas y personales de los amargos tiempos que le tocó vivir. Hoy, como entonces, el vocabulario que empleó para pensar y narrar el mundo, sus reflexiones y esa escritura tan bella, tan suya, nos ayudan a interpretar lo que nos ocurre, aunque solo sea como simples enanos mirando el mundo a hombros de gigantes. Ella, desde luego, lo fue, y siempre es una maravillosa sorpresa descubrir que, tras una obra brillante, hay también una vida que irradia luz. Fue así, curiosamente, como ella misma describió a sus referentes en Hombres en tiempos de oscuridad: Isak Dinesen, la apasionada autora de Memorias de África, para quien relatar historias era “dejar que se vayan” y animaba a “repetir la vida en la imaginación”; Walter Benjamin, aquel “hombrecito jorobado” de poético pensamiento; o su maestro Karl Jaspers, cuya vida consagrada a la Humanität hizo que la luz de lo público terminara por “modelar toda su persona”.

Fue así como Arendt miró y describió a sus contemporáneos, con la misma empatía y honestidad intelectual con las que trató de contemplar y analizar las turbulencias políticas del siglo XX. Quien quiera encontrar en ella un pensamiento sistemático, un corpus teórico ordenado y coherente, es mejor que no acuda a sus escritos. La originalidad de Arendt radica precisamente en que sus libros escapan a cualquier clasificación. Cada uno obedece a un propósito y un tema diferentes, y en ellos disecciona conceptos con la precisión de un cirujano y la belleza de quien sabe que el lenguaje es un preciado tesoro, escapando de cualquier tentación de encerrar su pensamiento en un sistema, incluso de ofrecer una línea argumental que sirva de “barandilla” o “pasamanos”, como ella misma decía, para construirnos un refugio tranquilizador donde todo nos encaje. Muy al contrario, describió la actividad de pensar como entendió su propia vida, como un riesgo y desde una inspiración profundamente socrática, comprendida como un ejercicio que sacude y expulsa rutinas, que nos obliga a tejer y destejer constantemente nuestros pensamientos.

Arendt encaró los temas más complejos con el coraje y la prudencia del pensador que los mira de frente y los analiza desde la distancia y con el filtro de la reflexión. En sus obras, subrayó la importancia del juicio político como esa manera concreta que adopta el pensar en el mundo de la política, y habló también de nuestra responsabilidad, de la radicalidad del mal y su banalización, del totalitarismo como argamasa homogeneizadora de sujetos atomizados, de la actividad del pensar y la artificialidad y evanescencia de la esfera pública, y de esa “brillante luz de la presencia constante de los otros”. No se arrugó ante ningún tema: la verdad y la mentira en política, el poder como acción concertada y su opuesto, la atracción por la violencia. Son solo algunos ejemplos de todo lo que Arendt se atrevió a pensar de forma genuina, controvertida e incisiva, siempre con voz propia: la única manera de pensar. Por eso no es casual que hoy sus palabras nos interpelen con tanta fuerza. Su poder está en su peculiar manera de abordar los grandes temas, de sacar a la luz sus muchos y paradójicos aspectos, de enlazar sutilmente conceptos y atreverse a hacer todas las preguntas.

Durante los últimos años, nos hemos visto obligados a tornar la mirada hacia Los orígenes del totalitarismo, donde disecciona las claves que explican esa extraña lealtad consustancial a los movimientos de masas que hoy buscan los populistas de toda ralea. El ejemplo paradigmático es, por supuesto, Trump, y aquellas escalofriantes palabras que pronunció en Iowa en la campaña de 2016: “Podría estar en medio de la Quinta Avenida y disparar a alguien, y no perdería votantes”. Este seguidismo acrítico estaba relacionado con esa idea que él supo activar en sus votantes y que Arendt describía en su obra magna: formaban parte de algo más grande que una fuerza política convencional; integraban un movimiento. Muchos de los fenómenos que describen esta era de la posverdad fueron explicados y desarrollados por Arendt al hablarnos de la adhesión inquebrantable a los nuevos demagogos de su tiempo. Superviviente de una época más convulsa que la actual, Arendt supo ver cómo tales movimientos presentan siempre sistemas de significado alternativos perfectamente coherentes, donde lo que convence a sus integrantes no son los hechos (“ni siquiera los hechos inventados”, nos dice) sino la consistencia aparente de aquello a lo que sentimos pertenecer. Aparece ya aquí la insoportable carga emocional con la que hoy nos adherimos a nuestra tribu.

La autora de Verdad y política nos ayudó también a diferenciar entre verdades factuales y opiniones, advirtiéndonos que “la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos”. De estas observaciones se destila la inmensa importancia que Arendt concedió a la esfera pública, ese espacio que permite la existencia de un “mundo común” y su inevitable conexión con la pluralidad de opiniones y la libertad humana. Porque solo con la discusión “humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos, por el mero hecho de hablar sobre ello; y mientras lo hacemos, aprendemos a ser humanos”. Nos alertaba Arendt del riesgo de colmar ese espacio de una única verdad, pues cualquier verdad “termina necesariamente el movimiento del pensamiento”. Así, pluralidad y libertad van en ella siempre de la mano, conectadas con la esfera pública desde su republicanismo, en ese espacio de aparición que posibilita la autonomía personal y política precisamente allí donde conviven voces disidentes, impulsando una discusión auténtica, capaz de generar un “mundo común”. Pero es la información objetiva la que garantiza que nos podamos pronunciar sobre algo con un anclaje en lo real, huyendo de realidades paralelas o de la tentación de trasladar a lo público meras inquietudes privadas. Las opiniones solo pueden formarse a condición de que existan esa información objetiva y una discusión auténticamente plural y abierta; de lo contrario, habrá “estados de ánimo, pero no opiniones”. Resulta inevitable pensar en la actual quiebra del espacio público derivada del absurdo poder de las redes, de su potestad para expulsar a las voces disidentes y colmar el debate de mera emocionalidad.

La reivindicación de la pura facticidad no le hizo eludir las preguntas políticas sobre cómo los hechos del pasado afectaban al presente, pero también al futuro. Su motivación, su impulso político estuvieron caracterizados por lo que ella misma denominó “amor del mundo”, por nuestra responsabilidad para con su cuidado. Por eso necesitamos a Arendt, porque construye a partir de la esperanza, convirtiéndola en categoría política. Hoy, cuando parece que todos los males residen en el futuro, Arendt nos recuerda que, mientras haya nuevas vidas, siempre existirá la posibilidad de “un nuevo comienzo”, porque “cada recién llegado” tiene la capacidad de “hacer algo nuevo”, la facultad de hacer y mantener nuevas promesas que permitan construir “islas de seguridad”. Dichas promesas son los pactos sobre los que se erigen las instituciones, el marco de referencia que permiten desarrollar el juego de nuestra vida en común. Sin ellas, no hay juego ni estabilidad posibles, pero tampoco, curiosamente, pluralidad, acción o movimiento. La ausencia de certezas no nos libera de la responsabilidad de cuidar el mundo que compartimos. Ese es el legado de Hannah Arendt. Quizá no sea un mal punto de partida".

Estas son algunas de las lecturas sobre, y de Hannah Arendt, recomendadas por Babelia. Las he leído todas, pero si me permiten una recomendación personal, comiencen por las dos espléndidas biografías, complementarias, de Elizabeth Young-Bruehl y de Laura Adler, y luego, por Eichman en Jerusalén, y a partir de ahí, todas las demás. Disfruten de la selección de Babelia: Hannah Arendt. Una biografía. Elisabeth Young-Bruehl. Paidós; Hannah Arendt. Laure Adler. Ariel; Eichman en Jerusalén. Hannah Arendt. Lumen/Debolsillo; Los orígenes del totalitarismo. Hannah Arendt. Alianza; La condición humana. Hannah Arendt. Austral; La vida del espíritu. Hannah Arendt. Paidós; Sobre la revolución. Hannah Arendt. Alianza; Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Hannah Arendt. Austral; Ensayos de comprensión. Hannah Arendt. Página indómita; Crisis de la República. Hannah Arendt. Trotta; Tiempos presentes. Hannah Arendt . Gedisa; Hombres en tiempos de oscuridad. Hannah Arendt. Gedisa; Diario filosófico. Hannah Arendt. Herder; Poemas. Hannah Arendt. Herder.



La profesora Máriam Martínez-Bascuñán



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