viernes, 20 de septiembre de 2019

[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy viernes, 20 de septiembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 19 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Memos, bancos y aseguradoras



Inundación en Los Alcázares, Murcia. Septiembre, 2019


A veces las personas de lengua aparentemente insecticida somos criaturas cándidas, dice la escritora Marta Sanz. Nos percatamos, comienza diciendo, de algo irritante y al final de ese salto en paracaídas, que consiste en caernos del guindo, nos metemos una leche tan estruendosa que nos envenenamos por nuestra inocencia, credulidad, por la confianza depositada en el lado oscuro de la Fuerza: en mi cotidianidad el capitalismo me estalla como petardo en la mano y se lleva por delante al dedito que encontró un huevo, al que lo cascó y al que le echó sal. Yo —pueril, ceporra, mema— veo anuncios de las aseguradoras, tiernos osos polares, teléfonos rojos que nunca llaman a Moscú —Moscú comunica—, montañas rusas de la tranquilidad, soles operísticos y toda la parafernalia para captar clientela que paga por morirse, accidentarse laboralmente, estamparse con la moto contra un quitamiedos, ahogarse en las aguas fecales procedentes del piso del arriba y, se lo prometo, me siento segura ante esa cálida oferta empresarial para superar los trances peores de la vida. Confío en máximas literariamente deplorables —quien paga manda— que garantizan una cuota de bienestar en mi vínculo con entidades bancarias y compañías de seguros. Me protegerán y cuidarán de mis ahorrillos. Mi visión amable no llega al extremo de creer que estos negocios están regentados por hermanitas de la caridad: he leído Pacto de sangre, soporto las comisiones que me cargan los bancos por utilizar mi dinero e intenté comprar un colchón a través de una financiera que me rechazó por no disponer de sueldo fijo. Habría podido pagar a tocateja, pero me exigían abonar los intereses de las cuotas. Estas triquiñuelas —prestamistas filantrópicos, trileros a lo grande, que alguien se lucre de nuestra necesidad de beber— me llevan a perder la ingenuidad.

Ya nos habíamos escandalizado ante la convicción de que ciertos bancos nos roban. Para superar ese trauma se hace pedagogía: me dicen que en la nueva versión de Mary Poppins la rabieta del niño que quiere gastar su penique en pienso para palomas se ha reconvertido en una lección sobre lo productivos que son los fondos de inversiones —o similar— porque el papá de aquel niño animalista, ácrata y sensible invierte unos fragmentos de libra en el banco y ahora todo es jauja gracias a ese gesto que no cuesta nada… Interrumpo el hilo para expresar mi estupor frente a esas tarjetas que redondean los precios hacia arriba para que ahorres. Yo lo flipo. Pero volviendo a la seguridad que nos ofrecen las empresas privadas “asistenciales”, el cielo se ha desplomado sobre mi cabeza al enterarme de que las aseguradoras del hogar te echan, vía carta certificada, cuando no les produces beneficios. Yo pensaba que esto solo ocurría en EE UU con los seguros médicos que no cubren los cánceres de las personas jóvenes. No me quieren proteger. Un osito no me abraza, aunque se hayan resquebrajado mis paredes; no se preocupan por mi mar de la tranquilidad ni nada: aun siendo buena pagadora, si doy x partes en un año —no es vicio—, me ponen de patitas en la calle. Nada hay más inseguro que un seguro, nada más despiadado. Asumimos esta sospecha con naturalidad pasmosa y, pese a saber que “el Consorcio de Compensación de Seguros atiende los riesgos extraordinarios siempre que tengas suscrita una póliza” —me lo sopla mi amigo Manu—, a las memas como yo el corazón se nos para al recordar a víctimas de huracanes y gotas frías. A quienes aún esperan, con póliza o sin ella, el arreglo de las grietas provocadas por el terremoto.






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[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy jueves, 19 de septiembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















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miércoles, 18 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Los RCH y la neolengua



Fotografía de Getty para El País


La locución “ama de casa”, afirma el escritor Álex Grijelmo, ha desaparecido del Estudio General de Medios (EGM), el sistema de encuestas que mide los hábitos de consumo y cuyos datos son tenidos muy en cuenta por el sector publicitario para sus inversiones en anuncios.

Las mujeres que se han venido dedicando a gestionar el hogar, comienza diciendo, atraen la atención precisamente de algunos anunciantes porque dependen muchos millones de euros de las decisiones que ellas tomen en sus compras. Por eso conviene dirigirles la publicidad adecuada a través de los medios que mayor número de amas de casa tengan entre su público.

Hasta ahora se consideraba que “las amas de casa” elegían el detergente, la mantequilla, las galletas... Pero esa responsabilidad, según el EGM, ha pasado ya a quien resulte ser “responsable de las compras habituales del hogar” o RCH.

Cuando el cuestionario exija mencionar la ocupación de cada cual, el encuestador ya no habrá de inscribir a las mujeres dedicadas al hogar familiar en el grupo “amas de casa”, que ha dejado de existir sobre el papel, sino en el “RCH”. De ese modo, la locución que evocaba ese trabajo callado y poco reconocido deja paso a un término frío y técnico que resalta la importancia en el mercado de esas personas que se encargan de comprar para la familia. Pero no en el mercado del barrio, sino en el mercado global. El mercado, amigos. El mercado a lo bestia.

La voz “responsable” es común en cuanto al género (“el responsable” y “la responsable”). Por ello, se evita la denominación exclusiva femenina “amas” y se acude a una palabra que engloba a hombres y mujeres. Irreprochable.

No en todas las casas vive una mujer, y no en todos los hogares donde vive una mujer es ella quien se encarga de las compras, aunque eso sí ocurra en la inmensa mayoría de los casos. Sin embargo, durante muchos años, desde 1992 hasta ahora, los encuestadores marcaron la casilla “ama de casa” incluso cuando un varón se encargaba de comprar en mercados, supermercados e hipermercados. Por tanto, cuando se ocupaba un varón soltero, un viudo, uno de los hombres de una pareja homosexual (o los dos), o un marido o un novio que, alterando el desigual reparto establecido, salían a llenar la cesta, todos ellos aparecían en el EGM como “ama de casa”. Sería por falta de vocabulario.

Antes de la reciente desaparición de “amas de casa”, ya se había retirado en 1998 de esa encuesta la denominación “cabeza de familia”. Por supuesto, las familias no tienen un cabeza o una cabeza, sino dos y hasta tres, o las que en cada caso determinen sus miembros. Pues bien, desde entonces en vez de “cabeza de familia” figura “sustentador principal”, aunque en muchos hogares haya dos sustentadores en medida muy semejante. O tres, o cuatro.

Bienvenidas sean todas estas adaptaciones de las palabras a la realidad. Pero, en fin, cabría pensar en vocablos más reconocibles. No sé: en vez de “sustentador principal” (SP) se puede elegir “familiar mejor pagado” (FMP). Y en lugar de “responsable de las compras habituales” o RCH, diríamos en lenguaje llano “persona que hace la compra” (PQHC).

Sin embargo, todo este elogiable empeño en el espejo no servirá de nada si no se altera la realidad: si quienes hacen la compra siguen siendo las mujeres y si los hombres se quedan a su vez con el privilegiado papel de sustentador principal. Ellas, a hacer la compra. Ellos, a cobrar más. Y ya cambiará las palabras el EGM para que no se note tanto.






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[PENSAMIENTO] El oasis contaminado de la educación



Dibujo de Javier Olivares para El Mundo


Las tecnologías en el campo educativo, afirma el filósofo José Sánchez Tortosa, deben aplicarse sin olvidar, sino reforzando, numerosos hábitos de estudio desterrados por "superados y represivos", como la escritura, la memoria, la capacidad de comprensión y la reflexión.

Bien pudiera ser que, comienza diciendo, más allá de las circunstancias biográficas del Sócrates histórico, su figura paradójica desempeñara un papel literario crucial en la obra de su discípulo. Eso habría permitido a Platón jugar con varios Sócrates (efebo, adulto, anciano y en el trance de morir) y desvelar, a su través, los matices de cuestiones teóricas cuyo eco es valioso para clarificar problemas actuales. Una de ellas es la del papel de las tecnologías en la enseñanza, como artesanía institucional capaz de garantizar la continuidad y desarrollo de saberes propios de sociedades civilizadas. Entre ellas, hay un artificio peculiar, que compromete la noción de verdad: la escritura. En Fedro, Sócrates alerta sobre el riesgo, acaso inexorable, de que la escritura acabe siendo la muerte del pensamiento, cuyo soporte es la memoria (anámnesis), superflua en adelante gracias a esa técnica. La soberbia pretensión de fijar lo verdadero en piedra, tablilla, papel ("el periódico de hoy envuelve el pescado de mañana"), disco de computadora o nube puede llevar al fetichismo de la palabra escrita, a reducir el pensamiento, vivo y en incansable tensión, en algo yerto, rígido, inerte, mera repetición. Y, sobre todo, producir en los jóvenes la renuncia a pensar, es decir, a recordar, fiándolo todo al soporte tecnológico, que pensará por ellos. Hoy Google, Wikipedia y, en general, el conjunto de datos accesibles en red, son usados como pretexto contra una presunta enseñanza memorística que, sin embargo, es la única posible, pues aprender es reconocer (recordar) semejanzas y diferencias según criterios comunes, que preceden al individuo, y lo desbordan. La amnesia cacofónica de las televisiones y el vértigo instantáneo de las redes sociales constituyen la exasperación de los temores socráticos.

Pero ¿es que ha de quedar la escuela de espaldas al mundo? La respuesta más tentadora y obvia parece ser negativa. ¿Qué buen demócrata progresista defendería una escuela ajena a los problemas de la sociedad de su tiempo? Sin embargo, como suele suceder con las convicciones acuciantes que no consienten la paciencia del análisis, puede quedar oculto algo esencial. La enseñanza académica es la preparación para la comprensión de realidades complejas y su administración, manipulación y modificación en determinados ámbitos. Si el mundo es ruido y furia, estupidez y ceguera, la escuela tiene la obligación de defender a los estudiantes de esa realidad a la que, sin ella, estarían condenados. Dejar que la brutalidad caótica de lo mundano contamine los procesos de aprendizaje es delito de alta traición a ese oasis de conocimiento y estudio que un aula habría de ser y que, en la mayoría de los casos, ya apenas es. Esa exigencia de una escuela abierta al mundo reclama introducir indiscriminadamente las redes sociales en las aulas de enseñanza primaria y secundaria. Y, en este punto, los catecismos de la pedagogía dominante recurren a los tópicos habituales, deslumbrantes en su falsa novedad, pero vacíos y envejecidos en el acto mismo de ser enunciados. Uno de ellos es beligerantemente antisocrático: la memoria es innecesaria para aprender; los contenidos están en la Red. Y se remata, como no podrá sorprender a estas alturas, con el correspondiente anglicismo. El e-learning condensa mitos recurrentes a los cuales los adalides de las redes sociales en la educación se aferran (o venden): aprendizaje colaborativo (horizontalidad) y socialización, fomento de la creatividad, aprender haciendo, búsqueda de información no aburrida, enseñanza basada en los intereses del alumno (constructivismo), autoaprendizaje, romper con la enseñanza unidireccional... Se dice, además, que los alumnos actuales son nativos digitales por lo que la educación ha de hablar su lenguaje y formar en la llamada competencia digital.

De modo que el maestro resulta obsoleto, fósil arcaico y extranjero digital que ha de convertirse (reciclarse) en simple facilitador de las herramientas que los púberes (todos ellos Leonardos o Mozarts reprimidos) usarán para su despliegue liberador. Se dice desde hace tiempo que se avecina un nuevo paradigma en el cual el profesor ya no es el único poseedor del conocimiento, que está al alcance de todos en la red. El reclamo de la innovación educativa se alimenta de la eficacia publicitaria de las nuevas tecnologías y las redes sociales y de su vacuo formalismo, pues los contenidos científicos y académicos, de los cuales depende que aquello que se conecta sea provechoso, estéril o pernicioso para el aprendizaje, quedan confinados en la irrelevancia. Cómo aprender es la clave, sin importar qué, dice el dogma. Destrezas, competencias y procedimientos son lo decisivo, pues los contenidos, datos, referencias, hechos, conceptos están a disposición del usuario y consumidor, que no es ya propiamente alumno. Y, de modo tan eficaz y atractivo, se perpetúa la ignorancia e incompetencia de los sujetos con menos respaldo familiar, económico y cultural, más expuestos a las luces de neón de la pseudofelicidad barata de los dispositivos electrónicos y las aplicaciones de consumo inmediato, desarmados ante las exigencias del mundo real. Tal política educativa no implica darles la oportunidad de usar las nuevas tecnologías para su provecho. Supone, por el contrario, arrebatarles la tradición, sin la cual, a partir de ella y en contra de ella, no es posible el conocimiento y, por tanto, un mínimo de independencia personal.

Las redes sociales son herramientas. Ofrecen posibilidades de estudio e investigación de enorme potencia, abolidos técnica y virtualmente los obstáculos de espacio y tiempo. Y, a la vez, genera la tentación de enviar al mundo virtual la verbalización de sentimientos, creencias y opiniones propias, sin reflexión sosegada y disciplinada, donde no hay margen para el conocimiento. 

Cuando los principios de la lógica y del rigor científico y filosófico están asentados y la autoridad del magisterio reconocida y aceptada, esas tecnologías enriquecen e impulsan el aprendizaje y la divulgación del saber. Cuando esos principios fallan o son débiles y están expuestos a las nieblas de lo ideológico y lo moral, trasuntos de lo teológico, avivan la sacralidad de la opinión indiscriminada, una suerte de doxolatría (lo que Lucien Morin llama opinionitis), y refuerzan, en lugar de poner en cuestión, los prejuicios, en un ruidosa convulsión de narcisismo infantil. Los sesgos cognitivos, que sólo pueden ser advertidos gracias a una implacable autocrítica, para la cual casi nadie tiene tiempo ni fuerzas, hallan en las redes su celebración más desvergonzada. Lo banal se exhibe sin rubor en cuentas, perfiles y muros. La fiesta de la ignorancia encuentra su sede en ese magma indiferenciado y estrepitoso que venera las ocurrencias más solemnes de los adolescentes de todas las edades.

Sería posible un uso de las nuevas tecnologías al servicio de un aprendizaje que arrastre procedimientos clásicos y afiance los rudimentos atemporales que capacitan para aprender si la escuela pública gozara de una firmeza institucional enfocada al conocimiento científico, académico y técnico y estuviera limpio de interferencias ideológicas y contaminaciones pseudocientíficas. La omnipresencia de las nuevas tecnologías es, precisamente, la que hace urgente reforzar esos rudimentos de estudio tenidos en ciertos ambientes por superados y represivos: hábitos de trabajo, repetición regulada, entrenamiento del razonamiento por medio de la atención y la discusión, por medio de la redacción y de la lectura, investigación sistemática.

La seca realidad, impermeable a la espectacularidad de los montajes audiovisuales, es que no hay enseñanza sin lectura. Y es la lectura, con todo lo que ello implica, la que está en peligro de extinción cuando desde la escuela misma se exime de ella a los estudiantes. ¿Para qué dedicar tiempo y esfuerzo en leer La Odisea, La Divina Comedia o Don Quijote si hay resúmenes, adaptaciones o tutoriales en Youtube que pueden hacerlo por uno? La escuela ya no enriquece en conocimientos a los que no tienen otros medios para prosperar. Se les priva de acceder a las cimas de la inteligencia y de la belleza. Se les debilita felizmente. Sin sintaxis, sin ortografía, sin disciplinados hábitos repetitivos, pacientes, rutinarios, que permitan la comprensión de lo leído, es imposible no ser presa fácil de las distorsiones de los medios y de la vanidosa tentación de tener demasiada fe en uno mismo.

Absorbido por el uso trivial de los dispositivos móviles, el tiempo de mucho estudiantes y jóvenes se encoge y se acaba disipando en la nada no porque la vida sea breve, sino porque, como Séneca formula, la hacemos breve nosotros acelerando su ritmo a base de dar valor a lo más insignificante y efímero.



La escuela de Atenas, Rafael (1512). Museos Vaticanos



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