viernes, 13 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Anglocentrismo



Fotografía de Jesús Diges, EFE, para El País


Pamplona acogió este agosto el festival Flamenco on Fire. Al ver uno de los carteles anunciadores, primero pensé que los duendes del cante se habían reconvertido en los duendes de la imprenta, y que quizás habían querido escribir “Flamenco en Feria”, qué sé yo. Después vi que no, afirma con aprensión (algo que también padece un servidor de ustedes cuando encuentra un palabro en inglés que tiene su correspondiente término en español) el escritor Álex Grijelmo, un habitual en este blog.

Me parecieron enternecedoras las distintas pronunciaciones que la palabra inglesa fire provocó en corresponsales, presentadores y, sobre todo, participantes, comienza diciendo Grijelmo, pero descarté la perversidad de la organización como causa del nombre, y la atribuí más bien al cada vez más fuerte anglocentrismo que padecemos.

“Anglocentrismo”, exacto. El banco de datos de la Academia data la primera aparición escrita de esa palabra en 1975, en un texto del psicólogo José Luis Pinillos Díaz que denuncia “el anglocentrismo que prevalece en la mayoría de los textos que circulan por nuestras bibliotecas y librerías”. Y lo he encontrado también, hace poco, releyendo un trabajo de la lingüista Pilar García Mouton titulado Género, sexo y discurso, publicado en 2002 y en el que la autora atribuye al anglocentrismo la elección del término género (por influencia del inglés gender) en el discurso feminista. La lucha justa contra el androcentrismo se rindió ante el anglocentrismo, vaya paradoja.

Poco después oía en una serie española, que distraídamente se ha apoderado de mi televisor, que un cura dice en la boda que está oficiando: “Isaac, ya puedes besar a la novia”. No es la primera vez que en ficciones españolas cuelan los guionistas esa frase, que difícilmente se oye en nuestras ceremonias nupciales, civiles o religiosas, y mucho menos en las de la época en que se desarrolla esa serie, los años veinte de hace un siglo. Pero hemos visto tantas películas norteamericanas, que han construido en nosotros el imaginario de que los curas dicen eso en las bodas, y hasta lo hemos asumido con efecto retroactivo. Además, sin cuestionar siquiera el hecho de que el sacerdote deba dar ese permiso a la pareja (eso sí, dirigiéndose al novio), cuando los contrayentes ya podían besarse antes de la boda si les venía en gana.

El anglocentrismo sirve para eso y para que gentes acomplejadas que parecen no tener complejos den nombre en inglés a muchas realidades que ya se designaban en español, desde el spoiler al call center.

Flamenco on Fire me dio la impresión de arrojar al oído una contradicción interna (o sea, un oxímoron que decían los griegos; la contradictio in terminis de los romanos). Porque un vocablo tan simbólico como “flamenco” chocaba con un anglicismo puro, en una locución que cada cual traducirá como le parezca. Desde “flamenco en llamas” a “flamenco ardiente”, pasando por “flamenco encendido” (tal vez “enchufado”, “conectado”). Desconozco qué deseaban transmitir los ideólogos del asunto, porque suele ocurrir que un solo anglicismo se las apaña para desplazar a varias alternativas en español.

El caso es que Flamenco on Fire me sonó a algo así como cool gazpacho, o tortilla de potatoes, una mezcla impensable. Quizá tan exagerado como long siesta o relaxing cup of café con leche. Y líbreme Dios de criticar a quien acuñó esta última expresión, que al menos habló en inglés con más desparpajo que el 90% de los españoles, incluido yo. Pero es que ya me imagino que nuestra siguiente candidatura olímpica ofrecerá “Flamenco on Fire” a todos los miembros del Comité Olímpico Internacional. O, puesto que hablamos de Pamplona, que los invitará a un genuino “Flamenco on fire with relaxing pacharán”.





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[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Hoy, con "El Gorgojo", de Plauto



Representación de El Gorgojo, de Plauto


En la mitología griega Talía era una de las dos musas del teatro, la que inspiraba la comedia y la poesía bucólica o pastoril. Divinidad de carácter rural, se la representaba generalmente como una joven risueña, de aspecto vivaracho y mirada burlona, llevando en sus manos una máscara cómica como su principal atributo y, a veces, un cayado de pastor, una corona de hiedra en la cabeza como símbolo de la inmortalidad y calzada de borceguíes o sandalias. Era hija de Zeus y Mnemósine, y madre, con Apolo, de los Coribantes. 

Continúo con esta entrada la sección dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia El Gorgojo, de Plauto, que pueden leer desde el enlace anterior y ver desde este otro, en vídeo, intepretada el año 2013 por el grupo de teatro La Bicicleta de Saldaña, dirigido por Miguel Sánchez Mota.

El Gorgojo narra las aventuras de un parásito, auténtico precedente del pícaro, un hombre sin escrúpulos de imaginación fecunda, que vive de su astucia e ingenio. El Curculius, Curculio o el Gorgojo es una obra de teatro del comediógrafo latino Plauto. Una producción de escaso interés desde el punto de vista literario, pero en cambio es una preciosa fuente de conocimiento en cuanto a la historia del arte y de las costumbres. Toma nombre esta comedia del apodo cómico que da en ella al parásito quien desempeña en la pieza un papel principal. Encontramos todo en esta comedia: interpretaciones de sueños, el novelesco destino de una joven robada en sus primeros años, esclava después y reconocida libre al final del drama y por último, hasta un intermedio cantado por el director de la grex o coro. Se trata de una especie de parabrisas aristofánica en que se revistaban malignamente todas las bribonerías e iniquidades de aquel mismo pueblo soez que aplaudía con júbilo delirante. Esta comedia romana ofrece la particularidad de carecer de prólogo, sin duda porque su excelente exposición lo hacía innecesario. Debió componerse este drama hacia el año 545 desde la fundación de Roma.

No se conoce la fecha de nacimiento de Plauto, que se ha fijado hacia el  254 a. C. por una noticia de Cicerón, pero sabemos que murió en el 184. Un lapso vital históricamente muy revuelto. Se trasladó a Roma de joven y allí fue soldado y comerciante. Murió enormemente rico, envuelto en una gran popularidad. Plauto usa un rico y vistoso lenguaje de nivel coloquial que no elude la obscenidad y la grosería entre retruécanos, chistes, anfibologías, parodias idiomáticas y neologismos, usando un vocabulario muy abundante de una gran variedad de registros. Se le atribuyen hasta 130 obras.



Talía, la musa del teatro



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[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy viernes, 13 de septiembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena y la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















 
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jueves, 12 de septiembre de 2019

[A VUELAPLUMA] No ha lugar a Sinatra en los funerales



Frank Sinatra, en 1954. (Fotografía de Getty)


La muerte nos equipara a todos, pero la reacción ante lo inexorable muestra las diferencias culturales entre unas sociedades y otras, afirma Ricardo de Querol, subdirector del diario El País, comentando la decisión del obispo de Huesca de evitar en su diócesis los discursos de allegados en los funerales, así como la interpretación de música o cantos que no sean los adecuados. A mí me gustaría que en el mío cantaran el "A mi manera" (Comme d'habitude), de Claude François y Jacques Revaux, la canción que hiciera universalmente famosa Frank Sinatra en su versión inglesa (My way). Pero en fin, como tampoco me voy a enterar, que hagan lo que quieran...

En la iglesia anglicana de St Georges, en Madrid, comienza diciendo Ricardo de Querol, la comunidad británica en España despedía hace unos años a uno de sus miembros más queridos. Por el púlpito desfilaron compañeros y amigos de la difunta contando graciosas anécdotas sobre su vida. Alguna despertó risas. Luego, en una sala contigua, se sirvieron canapés y se brindó por su memoria con copas de cava con zumo de naranja (el llamado cóctel mimosa o agua de Valencia). Se respiraba emoción. No vi a nadie llorar.

La muerte nos equipara a todos, pero la reacción ante lo inexorable muestra las diferencias culturales. El pasado junio, cuando se enterraba a Dr. John, uno de los músicos más singulares de Nueva Orleans, una multitud desfiló por la ciudad con trompetas y percusión, cantando y bailando. Es una tradición que se remonta al menos un siglo atrás y está en el origen del jazz.

No todos quieren eso. El obispo de Huesca, Julián Ruiz, ha decretado que se eviten en su diócesis los discursos de allegados en los funerales, así como la interpretación de “música o cantos que no sean los adecuados”. “Hay funerales en los que se ha llegado a hablar de lo ricas que estaban las natillas de la abuela”, dijo a este diario el arcipreste Francisco Raya. “En algunos entierros se ha terminado con un aplauso, con un rock de Guns N’Roses o una canción de Frank Sinatra”. En efecto, entre las canciones más elegidas para exequias, además de piezas clásicas de Bach o Pachelbel, figura My Way, de La Voz; Always on My Mind, de Elvis, o Imagine, de Lennon, que dice: “Imagina que no hay religiones”. Lo más irreverente que puede sonar, no sé si habrá pasado en Huesca, es Always Look on the Bright Side of Life, de la película La vida de Brian.

En la España de hace un siglo, mientras la comunidad negra de Nueva Orleans creaba un estilo musical en torno a los entierros, aún existían las plañideras, mujeres a las que se pagaba para que lloraran al difunto. Su tiempo terminó. Pero la austera y conservadora sociedad que no conocieron los mileniales seguía llena de viudas de luto riguroso. La norma decía que debían vestir de negro al menos dos años; los hijos, un año. Después, otro año de medio luto permitía ir añadiendo algún color.

Hay muchas formas de honrar a los muertos: el culto a los antepasados es de los más antiguos vestigios de civilización. No pongo ningún pero al funeral anglicano, salvo que prefiero el cava sin naranja.






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[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre libros y reinas (Publicada el 13/12/2008)







Mi amiga Ana es una guapa gallega afincada en Ámsterdam, compañera de fatigas académicas en la UNED, que comparte también conmigo pasión común por la buena literatura. Es ella la que me ha enviado un artículo de Incitatus, publicado en El Cultiberio del pasado 1 de noviembre, sobre el último libro del periodista y escritor Jesús Bastante: "Cisma" (Ediciones B, 2008).

Ignoro si los elogios de Incitatus a la novela de Jesús Bastante son merecidos o exagerados. No he leído nada de este autor, y lo confieso con cierto pudor, ni siquiera había oído hablar de él con anterioridad. Lo cual no es óbice para que las referencias del crítico a otros novelas del género "histórico" a las que alude, como "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar (para mí, una de las más hermosas novelas que he leído nunca) o el "Yo, Claudio", de Robert Graves, me hayan animado a leer "Cisma" en la primera ocasión que tenga.

Pero el artículo de Incitatus trae más cosas, que comparto plenamente con él. Me refiero en concreto a la "metedura de pata" de los comentarios puestos en boca de la reina Sofía por parte de la periodista Pilar Urbano. Como Incitatus, y como ya comenté en su día en este mismo blog, estoy convencido de que la reina ha sido engaña en su buena fe, independientemente de las responsabilidades que en el seno de la Casa del Rey haya que dilucidar sobre la manifiesta incompetencia de los responsables de la misma. Lo que tengo claro es que, aun engañada, la reina no va a pleitear como una verdulera sobre, quién sí o quién no, dice la verdad. Una ejecutoria de treinta y tres años de ejercicio irreprochable como persona y como reina la avalan lo suficiente como para presumir de que lado está la verdad.

Sobre la personalidad de Incitatus, el seudónimo bajo el que se esconde un reconocido periodista y escritor, que publica su columna semanal, El Cultiberio, en el periódico digital El Confidencial, mi amiga Ana y yo hace unos meses realizamos una exhaustiva investigación que nos llevo a su descubrimiento, pero no seremos nosotros los que la demos a la publicidad... Mójense ustedes si lo desean. HArendt




Retrato de Lutero por Lucas Cranach El Vieo (1532)


"Ya hay cisma Bastante", por Incitatus

Cada día tengo más claro que los buenos libros reconfortan. Eh, no me miren así, no es una simple perogrullada. Reconfortan, quiero decir, porque se están volviendo escasos y porque brillan como diamantes en medio de un cada vez más extenso basural de malos libros. Y encontrar diamantes, estarán ustedes de acuerdo conmigo, no sólo reconforta sino que estimula, aguijonea el pensamiento y le devuelve a uno la fe en cosas que creía olvidadas.

Jesús Bastante acaba de ver publicada, en Ediciones B, su primera novela, que se titula Cisma. Jesús es periodista y lleva escribiendo desde que comprendió cómo funcionaba el alfabeto: ha producido libros-reportaje interesantísmos, como Los curas de ETA o aquel sartenazo que se tituló Setién, un pastor entre lobos; no se me enfadará si digo aquí que el título que él quería poner, y que fue rápidamente descafeinado por la editorial, era Setién, un pastor de lobos, mucho más correcto y respetuoso con la realidad de ese hombre desdichado y de aquellos a quienes sirve. También ha escrito una biografía apresurada –pero brillante– del actual Papa y una semblanza viajera, muy hermosa, del padre Ángel García, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz.

Pero otra cosa es una novela. En el reportaje, el periodista debe escribir como sabe y contar, con todo el rigor posible, aquello que el lector desea saber. Algo que puede resultar trabajoso –hay que buscar y encontrar, para contarlas luego, cosas que el lector no conoce– pero, a la hora de sentarse al teclado, no es demasiado difícil. En la novela, sin embargo, lo que manda es el lenguaje: el escritor debe hallar la magia que logra transportar al lector a un tiempo y a un espacio lejanos o imaginarios, y envolverlo de modo tal que, desde el primer párrafo, el lector esté allí, crea lo que se le cuenta, se encuentre cómodo; que huela los olores que huelen los personajes, sienta su mismo frío, o miedo, o hambre, y se enganche con el transcurso de los acontecimientos. Que no son sólo la acción, lo que pasa, sino ese mismo frío, ese pavor o soledad o fiebre o lo que sea. Eso se hace con el uso de las palabras. En el periodismo, lo que manda es la información. En la literatura manda el arte de escribir.

Pero no sólo, eso es evidente. Jesús Bastante propone al lector que se traslade a un momento muy difícil de la historia de Europa: el año 1521, cuando tres personas de carácter muy marcado –el emperador Carlos V, el fraile agustino alemán Martín Lutero y el papa León X– se disponen a romper, unos con más voluntad que otros, la unidad cristiana: el cisma que relata Bastante es el nacimiento de la Reforma protestante. Estamos, pues, ante una novela de las que hoy se llaman, simplificando mucho, históricas.

Yo creo que las novelas históricas pueden clasificarse en tres grandes apriscos. Uno es el de aquellos libros que narran las cosas como fueron, con datos y fechas y personajes auténticos, sin salirse más que lo imprescindible de la historia verdadera, pero relatando los hechos con la fuerza de la literatura; esto es, dejando mandar a los mecanismos alquímicos del lenguaje. Ejemplos que a mí me parezcan soberbios hay pocos: Amor es rey tan grande, de Ignacio Merino, es el último que he leído; Yo Claudio, de Robert Graves, e incluso el inmortal Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, son algunos de los que más amo.

El segundo apartado es el de las novelas que toman como punto de partida unos hechos ciertos o unos personajes auténticos y que, a partir de ahí, construyen una ficción –pero sin salirse del marco general de la realidad histórica– que lleva al lector por vericuetos que son, pero que jamás deben parecer, inventados. Ahí sí que hay joyas inmensas, y sigo dando mi opinión personal. Recuerde el alma dormida no ya las tragedias del Ciclo Nacional de Shakespeare (ya, ya sé que es teatro; ¿qué más da eso?) sino el inmenso Sihuhé el egipcio, de Mika Waltari; Espartaco, de Howard Fast; más cerca de nuestros días, El hereje, de Miguel Delibes; esa diminuta joya que es Crónica del rey pasmado, de Torrente Ballester; Ladrones de tinta, de Alfonso Mateo Sagasta, o, y los cito con toda intención, El manuscrito carmesí y El pedestal de las estatuas, de Antonio Gala. Hay cientos.

El tercer grupo es el más numeroso y, sin duda, patético. El de quienes toman por las orejas un personaje o un hecho y luego escriben lo que les sale de los cojones, con perdón. Suelen ser éstas las novelas que nos martirizan con archirrepetidas y complejísimas búsquedas de griales, de tediosos pergaminos cátaros, de druidas o de lo que sea menester; o que convierten a Isabel II en una lesbiana, a Maribárbola en una intelectual o a María Magdalena en una especie de sudoku para consumidores de hamburguesas literarias. Prefiero no dar nombres. Mire cada cual lo que tiene en su biblioteca.

Jesús Bastante se ha lanzado como un halcón al más difícil de los grupos, el primero. Debo decirles que da gloria leerlo. Uno, que además de caballo y senador romano es historiador, y que ya se sabía no sólo el final sino numerosos episodios intermedios de la narración, ha disfrutado como un ratón hambriento en una librería de viejo descubriendo que la inmensa mayoría de los diálogos son auténticos: eso fue lo que dijeron, con esas palabras o muy parecidas, los asistentes a la Dieta de Worms, o el nuncio Aleander, o el más que harto Papa Adriano, o el César Carlos, o el canalla de Gattinara, o el brillante y sinuoso Federico de Sajonia.

Uno se encuentra –y al principio no se lo puede creer, pero ¡es verdad!– que Jesús Bastante se ha leído todo lo que se puede leer en este mundo sobre lo que pasaba en aquel tiempo crucial. Se lo sabe todo. Hasta el color de las calzas del emperador. Hasta el olor de los regüeldos del cabronazo de León X, de soltera Giovanni Medici. La cantidad de información auténtica es tan abrumadora que uno la goza como un verderón al toparse con las escasísimas escenas inventadas. Y lo siento: no les voy a decir cuáles son porque están tan bien inventadas, son tan verosímiles, que a este caballo, que se sabía bien la historia, le ha costado verdadero esfuerzo distinguir lo vivo de lo pintado, lo que fue de lo que pudo ser. Pocas veces se ha vuelto tan real el viejo proverbio italiano: Si non è vero, è ben trovato.

Porque esa es la segunda parte. El cómo está contado. Es verdad que uno, que es un pejiguero y un poco bastante puñeterín, se leyó Cisma con el boli en la mano buscando anacronismos, errores, lugares comunes… en fin, buscando vicios de periodista. Algunos hallé: siempre se encuentra lo que se va buscando. Pero qué asombro de escritura, caramba. Qué habilidad, qué talento para meterle a uno, de hoz y coz, en el siglo XVI; qué talento para la narración, para la escritura, para la magia del lenguaje.

Qué final, que no debo contar; qué regusto en la boca, en los oídos, en el alma, al cerrar por fin el libro. Y qué ganas de correr a este teclado y decirles a ustedes, como dijo Howard Carter cuando halló la tumba de Tut-ank-Amon: "Creo que he encontrado un gran tesoro…" Qué hermosura poder recordar algo que, últimamente, no es fácil tener siempre presente: que los buenos libros, tan escasos, reconfortan. Y cuánto.

Con todo respeto, Señora: Creo que, una de dos: o habéis metido la pata, algo que sería completamente nuevo en V. M., u os habéis fiado de una bruja determinada a traicionaros. Debo creer, y sinceramente creo, esto segundo. Habéis puesto vuestra noble confianza y vuestras palabras –esto es muchísimo más peligroso– en una persona fanática que, desde hace muchos años, sólo ve lo que le dejan ver las orejeras de su mular y tridentina concepción del catolicismo. Esa mujer no consiente otra concepción del mundo sino la que le imponen desde su comunidad cristiana, el Opus Dei, y no tengo más remedio que suponer que, fiel a sus gurús como ha sido siempre, ha "metido los dedos" en la boca de V. M. (es frase de la jerga periodística) hasta haceros decir, Señora, cosas que no pensabais, o que sin la menor duda no pensabais con tan tremendas palabras como las que hemos leído. Palabras que me ofenden a mí, que os tengo verdadero aprecio desde hace décadas; que ofenden a mi hijo, felicísimamente casado con su esposo según las leyes de la nación en que reináis, y que ofenden y escandalizan a muchos cientos de miles de españoles que, hasta ayer, os guardaban el respeto y el afecto que lleváis, Majestad, cuarenta años mereciéndoos, día por día.

La ciudadana Sofía de Grecia puede tener la opinión que quiera sobre los gays, el aborto, la eutanasia y sobre cualquier asunto. Eso es cosa suya. Pero la Reina de España no puede, Señora, contradecir y desautorizar las leyes que ha aprobado el Parlamento del Reino al que sirve. Me consta que V. M. sabe esto mejor, mucho mejor que nadie. Por eso tengo que creer –y, repito, creo de verdad– que V. M. ha sido engañada, utilizada, manipulada y, moralmente al menos, traicionada por una "periodista" sectaria que no ha dudado en usar los más viejos trucos del oficio hasta lograr que en su magnetófono quedasen registradas palabras que, sin duda V. M. ni en realidad piensa de ese modo ni debió decir jamás. Si es que las dijo.

Cuando termino de escribir estas líneas veo que llega a Internet algo que me disponía ahora mismo a pediros, Señora: unas palabras de aclaración, un "yo no he dicho eso". Iba a rogaros que os apresuraseis en ello, por bien de todos. Pero os habéis adelantado a mi ruego: ya lo ha hecho V. M. Esta es mi Reina, sí señor. Vuelvo a sonreír: la bruja ha quedado donde siempre estuvo: subida en su escribaniana escoba. Y Vos, Señora, también donde siempre: en el afecto y el respeto de todos. Así que, antes de irme a dormir, ya tranquilo, beso, tan cordial y tan lealmente como siempre, la mano de V. M. (El Cultiberio, 01/11/08)




La reina Sofía


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[SONRÍA, POR FAVOR] Al menos hoy jueves, 12 de septiembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo escaso sentido del humor, así que aprecio la sonrisa ajena, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada, iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















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