miércoles, 8 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] Regiones, nacionalidades y naciones





Apenas quedan ya regiones en España, afirma el historiador Santos Juliá, catedrático de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED, doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, profesor visitante y conferenciante en universidades europeas y americanas y autor de numerosos trabajos sobre historia política y social de España en el siglo XX. Hay que abrir el debate pendiente desde 2004 partiendo de la asunción del hecho de que las comunidades autónomas, sean naciones, nacionalidades o regiones, son poderes del Estado que tienen que participar en la reforma constitucional.

Reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado español,comienza diciendo: tal parece ser el talismán que abrirá la puerta a un mejor encaje de nuestras mal llamadas naciones sin Estado en la Constitución después de someterla a una profunda reforma. Se trata de una demanda presentada de manera formal en 1998, cuando PNV, CiU y BNG, evocando los pactos de la Triple Alianza de 1923 y el que dio origen a Galeuzca diez años después, firmaron una declaración en Barcelona, recordando que cumplidos 20 años de democracia continuaba sin resolverse “la articulación del Estado español como plurinacional”.

Los firmantes de esta declaración partían del supuesto de que había en España nacionalidades y regiones y que, tras el desarrollo de los Estatutos, las regiones se sentían satisfechas con el grado de autonomía alcanzado durante esos años, pero las nacionalidades, precisamente porque las regiones disfrutaban ya del nivel máximo de competencias, se encontraban ante la terrible amenaza de la “uniformización”. En verdad, Jordi Pujol nunca dejará de repetir que si seguíamos por el camino de la uniformidad, “se llegará a la situación absurda de que en España no habrá regiones”. Y eso, para los catalanes, concluía Pujol, “tiene trascendencia”, la de no ver reconocida su diferencia.

Pues bien, ya hemos llegado al absurdo: apenas quedan regiones en España. Y no estará de más recordar que en el punto de partida de esta historia no había más que provincias, las establecidas por los liberales en 1833. Décadas después, un grupo de diputados y senadores catalanes plantearon en 1906 al Gobierno de Su Majestad “La cuestión catalana”, que consistía en elevar las cuatro provincias de Cataluña al estatuto de región dotada de un derecho originario a la autonomía. De su reconocimiento por el Estado, esperaban aquellos parlamentarios, inmunes al síndrome Pujol, el resurgir de las energías dormidas de todas las regiones de España: la causa de Cataluña, escribían, “es la causa de todas las regiones españolas”; la autonomía, también.

Hubo que esperar, sin embargo, a la proclamación de la República para que una Constitución española recogiera, por impulso catalán, el derecho de una o varias provincias limítrofes, con características históricas, culturales y económicas comunes, a organizarse en región autónoma para formar un núcleo político-administrativo dentro del Estado español. En los años de República en paz solo se constituyó una región autónoma, Cataluña, aunque otras dos, País Vasco y Galicia, plebiscitaron también Estatutos de autonomía antes de que la rebelión militar los arrasara a todos por la fuerza de las armas y del terror. En el exilio abundaron los debates sobre la futura configuración del Estado, ahora como Comunidad Ibérica de Naciones, o como Confederación de Nacionalidades españolas o ibéricas, o como España como nación de naciones, y hasta de España, según la veía Pere Bosch Gimpera, como “una supernacionalidad en la que cabían todas las nacionalidades”.

De cuántas y cuáles eran estas nacionalidades se publicaron no pocas reflexiones, plagadas de un profundo historicismo al servicio de la causa. En resumen, se debatieron dos proyectos de futuro: uno, muy arraigado en círculos del exilio catalán, vasco y gallego, dibujaba el mapa a base de cuatro naciones confederadas: Castilla, Cataluña, Galicia y Euskadi, entendiendo que, para equilibrar el peso de las tres últimas con la primera, Cataluña abarcaría el conjunto de países catalanes y Euskadi se extendería por Navarra y tierras limítrofes de Aragón; el otro, de preferente acogida por castellanos, contaba hasta catorce nacionalidades, reproduciendo más o menos el mapa de los estados diseñados en la no nata Constitución federal de la República de 1873.

En los medios de oposición a la dictadura en el interior se llegó, sin embargo, a identificar democracia con recuperación de libertades y de estatutos de autonomía por las nacionalidades y regiones, nueva pareja muy solidaria y bien avenida, que viajó en el mismo vagón hasta su reconocimiento en la Constitución de 1978 en términos calcados de la de 1931: provincias limítrofes con características históricas, económicas y culturales comunes. Cuáles eran nacionalidades y cuáles regiones quedó implícitamente entendido con el reconocimiento del derecho a dotarse de Estatuto por la vía rápida a los territorios que “en el pasado hubiesen plebiscitado afirmativamente proyectos de Estatuto de autonomía”, o sea, por este orden: Cataluña, Euskadi y Galicia, aunque Andalucía se subió de un triple salto al mismo carro.

Y así fue hasta que las regiones procedieron a redefinirse en los estatutos de nueva planta aprobados entre 2006 y 2010. De entidad regional, Cantabria pasó a identificarse como comunidad histórica, denominación adoptada también por Asturias. Aragón se definió como nacionalidad histórica en 2007, lo mismo que el pueblo valenciano, que al constituirse en Comunidad autónoma lo hacía como expresión de su identidad diferenciada como nacionalidad histórica. De manera, que mientras las nacionalidades se convertían en naciones, o en realidades nacionales, las regiones, salvo Castilla-La Mancha y Murcia, se identificaron, por las razones históricas poéticamente inventadas en los preámbulos de sus nuevos estatutos, en comunidades históricas, en nacionalidades históricas, o simplemente, en nacionalidades.

¿Cómo hemos llegado a esto? Muy sencillo: desde que asumieron sus competencias, los Gobiernos de las comunidades autónomas dedicaron parte notable de sus recursos, primero, a recuperar “señas de identidad” para, olvidándose de la lealtad o solidaridad federal, embarcarse en la construcción de identidades diferenciadas, remontando la diferencia a una forja de los antepasados perdidos en las brumas de los tiempos. Así los catalanes, siempre pioneros, pero también los andaluces, aragoneses, valencianos y demás. Y así, cantando loores a la diferencia colectiva han convertido cada nación o nacionalidad en sujeto de derechos históricos, comenzando por el derecho a decidir, en el que tomaron la delantera los vascos, siguieron los catalanes y ahora, como parte de un “momento destituyente” reivindica la CUP y otros populismos para todos los pueblos.

¿Qué hacer? Ante todo, llamar a las cosas por su nombre: las políticas de identidad son como mantos primorosamente repujados que cubren políticas de poder. Cuando un poder reclama una identidad colectiva separada, enseguida afirma una voluntad nacional-popular como sujeto de decisión, primero, de soberanía inmediatamente. Mejor será ir al grano y abrir el debate que tenemos pendiente desde 2004 partiendo de la asunción de este nuevo hecho político construido a partir de 1978: que las comunidades autónomas, sean naciones, nacionalidades o, todavía, regiones, son poderes del Estado y que, como tales, tienen su palabra que decir en todo lo que se refiera a una reforma constitucional, mal que les pese a quienes no ven otro horizonte que la destrucción del mismo Estado.



Dibujo de Eulogia Merle para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 8 de noviembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7, Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia.Disfruten de ellas. 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 7 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] Entre monjes





En medio de un silencio donde lo que sucede en el siglo, como la crisis de Cataluña, llega en modo de eco, los benedictinos viven un tiempo que gira sobre si mismo, comenta el escritor Mario Vargas Llosa en El País.

El monasterio está rodeado de montañas y de bosques que, comienza diciendo, en este pleno otoño, exhiben sus colores cobrizos y dorados con orgullo. La parte más antigua del local, la del altar, es románica, del siglo XI, y el resto de la iglesia un gótico del XVI. El enorme edificio ha sido deshecho y rehecho varias veces, pero las viejísimas piedras siguen siempre allí, enormes, inmortales, preservando el silencio. Es lo que me impresiona más, fuera de la regla de San Benito, escrita en el siglo sexto, que sigue regulando el funcionamiento de éste y todos los monasterios benedictinos en el mundo; con algunas adaptaciones a la época, claro está, como la supresión de los castigos corporales y la exclusión de los niños abandonados que, por lo visto, recogían las comunidades medievales. Hay veintiún monjes, tres de ellos novicios, en éste en el que paso cuatro días, una experiencia que deseaba tener desde que leí La montaña de los siete círculos, de Thomas Merton, hace muchos años. El abad está contento porque hay otros tres posibles novicios en perspectiva. La continuidad del monasterio parece, pues, asegurada.

El silencio es tan intenso que se lo escucha y, cuando uno habla dentro del recinto, sólo susurra y sintetiza, con la mala conciencia de estar cometiendo una falta. Que los monjes casi no hablen entre ellos no significa que estén callados. Todo lo contrario. Desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche cantan sin cesar, en latín, vigilias, laudes, tercia, sexta y nona, vísperas y completas, además de las misas diarias, que son todas cantadas, y los rosarios vespertinos. Pero los jueves en la tarde tienen un recreo; pueden salir a pasear por el campo, siempre en grupo, y conversar entre ellos. El silencio es estricto en el refectorio a la hora de las comidas, durante las cuales un monje lee siempre en voz alta textos piadosos, vidas de santos o informaciones religiosas.

La televisión y la radio están prohibidas, pero el monasterio recibe dos periódicos —no pude averiguar cuáles—, de modo que los monjes no están totalmente desinformados de lo que ocurre al otro lado de esas altas murallas entre las cuales han elegido pasar el resto de sus vidas. Sin embargo, tuve la impresión de que lo que ocurre allá, en el siglo, no les importa demasiado. Si les importara, tal vez les sería más difícil aceptar esa existencia hecha de silencio, pobreza y soledad, de rituales y oraciones sin término, de tiempo que no fluye sino gira sobre sí mismo. Son unos días muy graves para España, tal vez los peores de su historia, cuando una conjura separatista parece a punto de provocar una catástrofe sin precedentes en el reino más antiguo de Europa; y, sin embargo, aquí, a mi alrededor, nadie parece alterarse con semejante perspectiva. Sólo en la misa del domingo el abad, con austeras palabras, pide unas oraciones para España y Cataluña.

Nadie parece aquí triste y mucho menos desesperado; son contagiosos el entusiasmo y la alegría con que los monjes entonan los salmos en la iglesia, las bellas voces que se distinguen durante la rica liturgia. Hay algunos viejecitos entre ellos —y uno que “ha perdido ya la cabeza”— pero la mayoría están en la flor de la edad, como el bibliotecario que en la biblioteca del claustro me muestra, feliz, dos incunables y una primera edición de San Juan de la Cruz. Y como el abad, hombre sabio, muy culto, con el único que llego a tener un amago de conversación. En la orden, según él, funciona una genuina democracia; los monjes eligen a su abad y pueden también deponerlo cuando piensan que no está a la altura de sus funciones. Dentro de la regla de San Benito, cada comunidad se organiza como mejor le convenga, tomándose las mayores libertades, sin sujetarse a un único modelo. En ésta, por ejemplo, tanto para aceptar a un novicio como para admitirlo en el monasterio luego de los dos años de noviciado, es preciso que al menos tres cuartas partes de los monjes lo aprueben. No todos los monjes son sacerdotes; los que lo son han debido seguir, luego del noviciado, un mínimo de seis años de estudio de teología, siempre lejos del lugar en el que luego vendrán a enclaustrarse.

¿Muchos abandonan? Poquísimos. La razón, según mi interlocutor, es que no es nada fácil ser admitido en la comunidad; ésta debe estar convencida de que hay una verdadera vocación en el aspirante, una conciencia clara de lo que va a perder y de lo que va a ganar. Cuando resulta más o menos evidente que no está en condiciones de continuar, la comunidad se adelanta a persuadirlo de que abandone, pues hay otros modos de buscar a Dios y de servirlo.

¿Puede apreciar cabalmente un agnóstico como yo lo que significa la entrega de estos hombres (y mujeres, pues la regla de San Benito regula también muchos monasterios de monjas de clausura) a su fe? Seguramente, no. Es probable que sólo se pueda entender que haya quienes eligen un destino de aislamiento, frugalidad, rutina y espiritualidad tan extremados, si se cree que hay otra vida después de ésta, en la que un ser supremo sanciona el mal y recompensa el bien, y que este es el mejor camino del perfeccionamiento y la salud.

Lo que un agnóstico puede entender y admirar en este lugar y en estas personas es lo que T. S. Eliot llamó la continuidad de la cultura y la importancia que para la civilización tienen las formas. San Benito no fue sólo exponente mayor de una creencia religiosa, sino el adelantado de una manera de ser, de creer y de actuar que cambiaría la historia del mundo, echando los fundamentos de una sociedad más libre y más justa de las que había conocido la humanidad hasta entonces, de una cultura que dejaría una huella trascendente en la historia. Ella estuvo cargada de violencia, por supuesto, y, también, de injusticias, como todas las historias. Pero evolucionó, fue dejando atrás lo peor que había en ella, el fanatismo, la intolerancia, los prejuicios, fue aprendiendo a coexistir con quienes la criticaban y negaban, y, al mismo tiempo, dejando testimonios en las artes, en la literatura, en la filosofía, en las costumbres, de unas formas que distinguían lo bello de lo feo y de lo horrible, lo malo de lo bueno, lo aceptable de lo inaceptable. Esa cultura ha hecho el mundo más vivible para millones de millones de personas. Por eso la supervivencia de semejante pasado en un presente tan confuso como el nuestro es necesaria, una manera de evitar retroceder de nuevo a la barbarie. Esto no es imposible. España ha estado a punto de vivir en estos días esa regresión a la pura barbarie que es el nacionalismo, un retroceso a épocas que parecían superadas y que sin embargo seguían siempre ahí, amenazando desde las sombras con resucitar odios y enemistades, el viejo fanatismo que está detrás de todas las matanzas.

Estos monjes acaso no lo saben, pero, haciendo lo que hacen, mantienen vivas las raíces de nuestra civilización, nos defienden de la desintegración política y moral, del retorno al salvajismo primitivo, ese mundo de instintos en libertad en el que, según la metáfora de Georges Bataille, en la jaula en que vivimos todos los ángeles podrían ser devorados por los demonios.

Ha sonado el silbato. Dentro de cinco minutos, exactamente, empezará a sonar el órgano y estallarán los cantos gregorianos.



Dibujo de Fernando Vicente para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 7 de noviembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7, Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia.Disfruten de ellas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 6 de noviembre de 2017

[A vuelapluma] La victoria del arte sobre la Revolución





Una de las muchas consecuencias trágicas de la revolución fue la aniquilación del mundo cultural ruso. Quienes no abrazaron el movimiento fueron perseguidos, encarcelados o deportados, pero su obra permanece y sigue conmoviendo al mundo, comenta en El País la escritora y traductora checo-española Monika Zgustova. 

En los años sesenta y setenta, en mi Praga natal, capital entonces de la Checoslovaquia comunista, comienza diciendo, los alumnos de primaria estábamos obligados a asistir a la conmemoración de la revolución rusa. Entre canciones revolucionarias cantadas por los coros de la juventud comunista, los maestros peroraban sobre la importancia mundial de esta revolución que según ellos aportó por primera vez en la historia la paz y la igualdad. Los niños escuchábamos estas palabras seductoras y las saboreábamos como si fueran caramelos de frambuesa. Cuando al llegar a casa contaba el discurso, mis padres replicaban que la revolución rusa, si bien se hizo en nombre de la paz y la igualdad, cuando Lenin y los bolcheviques y luego Stalin se hicieron con el poder convirtieron el sueño de construir un mundo nuevo en un mecanismo totalitario que generó sufrimiento y muerte. Crecí entre dos puntos de vista y me tocó buscar mi (complejo) camino entre dos afirmaciones opuestas. Al final aprendí a funcionar encontrando mi (compleja) verdad.

Tuve que practicar el deporte de buscar mi propio camino también en España. El país, recién salido de una dictadura de derechas en el que me instalé a mediados de los ochenta, disfrutaba de su libertad y tenía ganas de admirar las izquierdas; la revolución bolchevique era un objeto del deseo. Desde entonces han transcurrido tres décadas y hoy en día quedan pocos españoles que pondrían en duda la violencia de la revolución y la crueldad del régimen que la siguió.

Sabemos que, al implantar su nuevo régimen, Lenin estableció la Checa para que vigilara estrictamente a los ciudadanos, sabemos que Stalin envió a millones de personas al Gulag. También es un hecho, sin embargo, que Stalin convirtió su país en una potencia mundial y que ayudó a ganar la II Guerra Mundial. De ahí que amplios sectores de la sociedad y del poder rusos de nuestros días defiendan su legado.

Una de las muchas consecuencias trágicas de la revolución fue la aniquilación del mundo cultural ruso. La intelligentsia anhelaba una revolución desde hacía décadas. Dicho sea como ejemplo que al publicarse en 1872 Los demonios, novela sobre unos revolucionarios que no tenían miramientos con las vidas humanas, Rusia no supo valorar la clarividencia de Dostoievski. La intelligentsia, en su mayoría liberal, consideraba al grupo del terrorista Necháyev, en el que se había inspirado el escritor, como una trágica excepción entre los nobles sublevados y creía firmemente en el futuro revolucionario ruso. Mijáilovski, influyente crítico de la época, dijo que el libro, “esa horrible caricatura de la juventud revolucionaria”, no era digno del talento de Dostoievski. La Rusia que tanto ansiaba un cambio revolucionario rechazó Los demonios.

Durante los años que precedieron a 1917, los artistas vivieron en una efervescencia febril porque, según decían, percibían un cataclismo en el aire y lo plasmaron en sus obras. Eran años de gran creatividad. Aunque Petersburgo, la novela de Andréi Biely que en 1912 anticipó a Ulises de Joyce, se basó en la revolución de 1905, predijo al mismo tiempo lo que sucedería un lustro más tarde. También la revolución de 1917 sirvió de inspiración a muchos creadores. El poeta Aleksandr Blok, que la apoyó plenamente despreocupado ante sus excesos, escribió su largo poema Los doce sobre un grupo de guardias rojos que, como apóstoles guiados por Jesucristo, cruzan un Petersburgo vacío por el furor de la revolución. Sin embargo, a Trotski no le gustó que los guardias del poema mataran a su antojo y hubiera preferido a Lenin como guía. El resultado fue que el poeta murió en la miseria a los 41 años.

Y no fue el único. El teórico literario Roman Jakobson habló de “una generación que malogró a sus poetas”: durante la primera década tras la revolución murió a los 36 años el gran futurista Jlébnikov; el crítico literario Shklovski dijo a la muerte del poeta: “Perdónanos por todos los que aún mataremos; los gobernantes no responden por la muerte de las personas; en la época de Jesucristo no entendían el arameo y en general no entienden el idioma humano”. Al poeta acmeista Gumiliov lo ejecutaron; Marina Tsvetáieva y el entonces poeta Vladímir Nabokov se vieron obligados a marchar al exilio; a Anna Akhmátova se le prohibió publicar; Ósip Mandelstam murió en el Gulag, y Mayakovski y Esenin se suicidaron.

También los novelistas se sumaron a la revolución. Yevgueni Zamiátin escribió en 1922 Nosotros, novela que precedía las grandes obras utópicas como Un mundo feliz o 1984. Se trata de una metáfora del mundo opresivo e implacable que se estableció después de la revolución; por eso mientras duró la URSS, la censura no dejó que el libro se publicara íntegramente. A finales de los años veinte Zamiátin fue denunciado por haber publicado su novela en el extranjero; como consecuencia se le prohibió publicar. Entonces el novelista escribió una carta a Stalin en la que dijo: “Se ha hecho todo lo posible para cerrarme los caminos para poder seguir trabajando. Se ha llegado a prohibir que se vendieran mis libros en las librerías. Para mí, como escritor, el estar privado de la oportunidad de escribir no es menos que una condena a muerte”. Gracias a la intervención de Gorki, bien visto por el régimen, a Zamiátin se le concedió el permiso para trasladarse temporalmente a París, donde murió incapaz de vivir fuera de su país.

En los años veinte y aun más en los treinta y en las décadas posteriores, el poder estatal persiguió a todos los escritores, pintores, cineastas y músicos que se negaron a seguir el modelo prescrito por el realismo socialista que consistía en relatar (o filmar, retratar, componer) una historia optimista sobre la construcción del comunismo. Aquellos que se negaron a poner su arte al servicio del régimen sufrieron las consecuencias: murieron en la cárcel o en el Gulag —los escritores Babel y Mandelstam—; atravesaron tempestuosas persecuciones —el escritor Bulgakov, los compositores Prokófiev y Shostakovich, el cineasta Eisenstein—; o acabaron suicidándose; Marina Tsvetáieva.

Hace décadas que a Occidente no le deslumbra la revolución rusa porque considera la violencia y la represión como inaceptables. Sin embargo, de aquellos días han quedado admirables obras de arte. Casi todas ellas nos hablan del individuo enfrentado a la maquinaria estatal que le pisotea y le aplasta; este tema se convirtió en uno de los centrales del siglo XX: por eso las obras que se crearon después de la revolución resultan ser proféticas. Aunque muchos de los artistas murieron en condiciones trágicas, su obra permanece y sigue conmoviendo a millones de personas en todo el mundo. La Rusia de hoy, en cambio, y, menos aún, el mundo, poco tiene que ver con la revolución.



Dibujo de Raquel Marín para El País



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[Parlamento] XII Legislatura de las Cortes Generales. Noviembre, 2017 (I)





Las Cortes Generales representan al pueblo español y están conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

En los Diarios de Sesiones de las Cámaras se reflejan literalmente los debates habidos en los plenos y las comisiones respectivas y las resoluciones adoptadas en cada una de ellas. Los demás documentos parlamentarios: proyectos de ley, proposiciones de ley, interpelaciones, mociones, preguntas, y el resto de la actividad parlamentaria, se recogen en los Boletines Oficiales del Congreso de los Diputados y del Senado. 

Desde este enlace pueden acceder a toda la información parlamentaria de la presente legislatura, actualizada diariamente. Les recomiendo encarecidamente que la exploren con atención si tienen interés en ello. Y desde estos otros a las páginas oficiales de la

Casa de S.M. el Rey

Congreso de los Diputados
Senado
Presidencia del Gobierno
Tribunal Constitucional
Tribunal Supremo y Consejo General del Poder Judicial
Consejo de Estado
Boletín Oficial del Estado

Parlamento Europeo

Consejo Europeo y Consejo de la Unión Europea
Comisión Europea
Tribunal de Justicia de la Unión Europea
Tribunal Europeo de Derechos Humanos
Diario Oficial de la Unión Europea

Parlamento de Canarias
Gobierno de Canarias
Cabildo de Gran Canaria
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria

La actividad parlamentaria de las Cortes Generales ha estado centrada esta pasada semana en unas pocas reuniones de comisiones del Senado. En cualquier caso les invito a leer las querellas presentadas por el Fiscal General del Estado por los delitos de rebelión y sedición contra el exgobierno de la comunidad autónoma de Cataluña y la mesa del parlamento autonómico de esa comunidad, ahora disuelto.

DIARIO DE SESIONES DE LAS CORTES GENERALES
Lunes, 30 de octubre
Comisión Mixta para las Relaciones con el Tribunal de Cuentas (Cortes Generales)

Martes, 31 de octubre
Comisión de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Senado)
Comisión de Investigación sobre la Financiación de los partidos políticos (Senado) 
Comisión de Políticas Integrales contra la Discapacidad (Senado)

Jueves, 2 de noviembre
Comisión de Empleo y Seguridad Social (Senado)
Comisión de Investigación sobre la Crisis Financiera (Congreso)

Desde los enlaces anteriores (en rojo) pueden acceder a los Diarios de sesiones respectivos. Estos enlaces los actualizo diariamente aunque la entrada ya haya sido publicada con anterioridad.

Y esta es la agenda de trabajo prevista para esta semana en el Congreso y en el Senado

Y ahora vamos una semana más con los documentos que relatan la historia del parlamentarismo español gracias a la publicación de "Papeles para la Historia" en la página electrónica del Congreso de los Diputados. Su objetivo es acercar a los ciudadanos la historia parlamentaria aprovechando la digitalización de los fondos del archivo de la Cámara que se ha realizado en estos últimos años.

El periodo que abarca esta historia parlamentaria desde 1810 a 1977 se ha dividido en ocho etapas formadas a su vez por las diferentes elecciones y legislaturas comprendidas entre una elección y otra.

Los apartados desarrollado son los siguientes:

I. Cortes de Cádiz 1810-1814.
II. Trienio Liberal 1820-1823.
III. Regencias y Reinado de Isabel II 1833-1868, subdividido en la 
III. 1. Regencia de María Cristina de Borbón, 1833-1840.
III. 2. Regencia del General Baldomero Espartero, 1840-1843.
III. 3. Década Moderada,1844-1854.
III. 4. Bienio Progresista, 1854-1856.
III. 5. Crisis del Moderantismo, 1856-1868.
IV. Sexenio Revolucionario, 1868-1874, con: 
IV. 1.Gobierno Provisional-Regencia del General Serrano y Gobierno de Prim.
IV. 2. Reinado de Amadeo I 
IV. 3. Primera República.
V. Restauración, 1874-1923, con:
V. 1. Reinado de Alfonso XII, 1874-1885.
V. 2. Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, 1885-1902.
V. 3. Reinado de Alfonso XIII, 1902-1923 
VI. Dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930, con:
VI. 1. Asamblea Nacional, 1927-1929. 
VII. Segunda República Española, 1931-1939.
VIII. Franquismo. Cortes Españolas, 1943 -1977

Cada uno de estos periodos va introducido por un breve resumen histórico reseñando los hechos más relevantes de esos años. En el texto se muestran distintos enlaces a imágenes o documentos que pretenden ilustrar y testimoniar la historia política y parlamentaria dando además a conocer el patrimonio documental y bibliográfico del Congreso de los Diputados.

Además en cada periodo aparecen bajo la elección correspondiente los datos relativos a cada una de las legislaturas, así como el resumen o reseña, según los casos, que se publicaba al final de los índices del Diario de Sesiones. Y a continuación se enumeran los presidentes de la cámara, durante cada una de las legislaturas con un enlace al apartado referente a los mismos en la página institucional.

Continúo la historia del parlamentarismo español subiendo al blog los documentos relacionados con período de la dictadura del general Primo de Rivera, y de la Asamblea Nacional, que abarca los años entre 1923 y 1930.  

El 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, da un golpe de estado. El gobierno del general Primo de Rivera abre un periodo marcado por la suspensión de las garantías constitucionales, la prohibición de otras lenguas que no fuesen el castellano, la disolución de las diputaciones provinciales y la censura de prensa. En 1924, funda la Unión Patriótica, partido único y personalista que sostiene a la Dictadura.

Dos meses después del golpe, Melquíades Álvarez y el Conde de Romanones, presidentes del Congreso de los Diputados y del Senado respectivamente, visitan al Rey para recordarle su obligación de convocar Cortes. Alfonso XIII se limita a darse por enterado, mientras el Directorio destituye a ambos presidentes.

Durante la Dictadura se vive una cierta mejora económica, se realizan reformas administrativas y se logra apaciguar el territorio marroquí tras el desembarco de Alhucemas y la rendición de Abd-el-Krim.

La Asamblea Nacional es un organismo creado por Primo de Rivera por Real Decreto ley de 12 de septiembre de 1927. En él se establece que la Asamblea tendrá una doble naturaleza, fiscalizadora y consultiva en la labor del gobierno y preparatoria de proyectos fundamentales que habrán de ser objeto de examen por un órgano legislativo al que se accederá por elección, con las máximas garantías de independencia y pureza. 


 Asamblea Nacional 1927-1930.
 Cambio del rótulo de la fachada del Congreso de los Diputados.

La composición de la misma está formada por tres núcleos: el uno de representantes del Estado, las Provincias y los Municipios que son las tres grandes ruedas integrantes de la vida nacional… El otro de representación de actividades, clases y valores…Y el tercero designados por la Uniones Patrióticas y como representación de la gran masa apolítica ciudadana que respondió al llamamiento del Directorio en momentos de incertidumbre e inquietud y luego al del Gobierno… (Preámbulo del Real Decreto de Convocatoria)

Las sesiones de la Asamblea, que se inician el 10 de octubre de 1927 y concluyen el 6 de julio de 1929, se celebran en el Palacio del Congreso de los Diputados.

Preside la Asamblea, José María Yanguas y Messía, Vizconde de Santa Clara de Avedillo, que había sido nombrado por Real Decreto de 4 de octubre de 1927.

Del discurso de alocución de Yanguas como Presidente, entresacamos estas palabras: …No es ni jamás se pensó en que esta Asamblea fuera, un sustitutivo de los órganos parlamentarios. La Constitución de la Monarquía está -repetidas veces lo ha declarado así el señor Marqués de Estella- suspendida en algunos de sus preceptos, pero no derogada…

Durante la Asamblea se aprueban dos Reglamentos, uno provisional, el 20 de septiembre de 1927 y otro el 7 de diciembre de 1928.

La Sección primera, Leyes constituyentes de la Asamblea Nacional, presenta el 17 de mayo de 1929 el anteproyecto de Constitución de la monarquía española. Sanciona la creación de un nuevo régimen de corte autoritario, corporativo, intervencionista y antidemocrático, pero no llega a aprobarse pues no convence a la mayoría de los políticos de la dictadura, incluido el dictador.

Otras leyes presentadas por la Sección primera son: la ley orgánica del Consejo del Reino, la ley orgánica de Cortes del Reino, la ley orgánica del Poder ejecutivo y la ley de orden público, leídas en la sesión de 6 de julio de 1929.

La dictadura de Primo de Rivera aspira durante los primeros años a una serie de logros sociales y económicos, incluso con la participación de los socialistas en algunas instituciones como el Consejo de Estado, pero las crisis económicas y las alteraciones sociales la llevan a un aislamiento progresivo. A finales de 1929, Primo de Rivera se siente cansado, abandonado y enfermo. Presenta su dimisión en enero de 1930 y fallece en París en marzo de ese mismo año.

La Asamblea Nacional finaliza el 6 de julio de 1929. La ambigüedad corporativa de este periodo termina con las elecciones municipales de 12 abril de 1931, convocadas por un gobierno de concentración presidido por el Almirante Aznar, que dan paso a la convocatoria de unas Cortes Constituyentes. Comienza así la II República. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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Entrada núm. 3986
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)