viernes, 22 de septiembre de 2017

[Galdós en su salsa] Hoy, con "Gloria"



Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

Subo hoy al blog su novela Gloria. Publicada en Madrid en 1877 por la Imprenta de José María Pérez, pertenece al denominado grupo de "novelas de tesis", y narra un drama de intolerancia religiosa con final trágico.  

La primera parte de la obra fue escrita en 1874, pero Galdós no retoma el manuscrito de la novela hasta dos años más tarde. Para esta segunda parte Galdós mantuvo una intensa y turbulenta correspondencia con José María Pereda a propósito del argumento y, en especial, sobre las tesis manejadas por el autor; un auténtico pulso literario sostenido por las opuestas posiciones de Pereda y Galdós, superadas gracias a la profunda amistad entre ambos escritores. 

Como había hecho en Doña Perfecta, Galdós recrea una ciudad provinciana imaginaria para ambientar su nueva tragedia, pero ahora en una villa marinera de Cantabria. Gloria, una muchacha de 18 años, es hija única de la familia Lantigua (cuyo apellido ya sugiere riqueza, tradición y severa práctica del catolicismo). Su monótona y apacible existencia, con un pretendiente de la burguesía conservadora de Ficóbriga, se verá alterada por un joven extranjero, un náufrago inglés que ha sido acogido en su casa con caridad cristiana y las preceptivas reservas. Se enamoran con tanta pasión que ella se queda embarazada. Es entonces cuando él le confiesa que no es protestante —como se temían—, sino judío de origen español y familia germano-inglesa. En este crítico pasaje de la trama concluye la primera parte con la muerte del padre de Gloria, del disgusto. En la segunda parte de la novela, el drama evolucionará hacia la tragedia, con un final "shakespeariano" con olor de Romeo y Julieta a la española.

La edición que reproduzco es la existente en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante. El original de la novela se encuentra en la Biblioteca del Museo Canario, en la ciudad de Las Palmas. Disfrútenla. 




La casa natal de Benito Pérez Galdós, Las Palmas 



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 22 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 21 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] De la Constitución a la Constitución





Aquí y ahora, la prioridad absoluta es cumplir y hacer cumplir la Norma Fundamental, expresión de la soberanía nacional cuyo titular es el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado; incluidos, claro está, los órganos y las competencias de la Generalitat catalana, afirma el profesor y catedrático Benigno Pendás, académico de Ciencias Morales y Políticas y director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Me parece de Perogrullo. Aquí lo primero que hay que hacer es impedir el referéndum ilegal que se pretende celebrar y restablecer el orden constitucional en Cataluña. Y después, todo lo demás que haga falta. Pero lo primero es lo primero. De Perogrullo, sí. ¿Pero serán capaces de hacerlo?

Al margen de metáforas interesadas, comienza diciendo el profesor Pendás, no existe choque de trenes, ni controversia entre dos frentes originarios de poder político. Legalidad y legitimidad democráticas confluyen en el mismo punto: garantizar el cumplimiento efectivo de la Constitución de 1978, la mejor de nuestra historia, un nuevo rumbo para esa vida española "dividida y angustiada" que denunciaba en su día don Américo Castro. Cumplir las leyes y las sentencias no es una opción, sino un deber inexcusable. Es un requisito sine qua non de la convivencia civilizada porque, en caso contrario, volveremos al estado de naturaleza en la versión de Hobbes: la guerra de todos contra todos. Es también un deber moral para quienes creemos en los valores de la Ilustración, el Estado constitucional, los derechos y libertades que derivan de la dignidad humana, frente a las identidades monolíticas, siempre imaginarias, como demostró con brillantez el (muy progresista) Benedict Anderson. Porque también Cataluña es, faltaría más, una sociedad plural y nadie puede hablar en su nombre con vocación de monopolio.

Siempre nos preguntamos (a veces con ira mal contenida) qué hacen el Gobierno o los jueces o los responsables políticos. Conviene recordar también la obligación de los ciudadanos de hacer frente al despropósito, cada uno en su ámbito y en el marco de sus posibilidades, dentro y fuera de Cataluña. ¿Cómo? Unos, los que tenemos voz en el espacio público, hablando alto y claro. Todos, haciendo caso omiso de las llamadas en contra de la ley. Algunos están a la altura: los letrados del Parlament con su rigor profesional; las asociaciones de jueces recordando que quien emite órdenes ilegales pierde el carácter de "autoridad"; muchos intelectuales próximos a la izquierda con su manifiesto; una parte considerable de los constitucionalistas españoles y otros notables juristas... Pero, insisto, la apelación se dirige también al resto de los españoles. No es momento para la indiferencia o la pasividad. La respuesta legal corresponde a los poderes públicos, con un respeto escrupuloso, como es evidente, a los procedimientos y requisitos jurídicos. Pero la sociedad civil juega un papel en la respuesta legítima, un compromiso con la España constitucional que no puede ni debe eludir. Le debemos mucho a la Constitución de 1978. Es hora de defenderla activamente, porque, como bien decía Ortega, el pecado más grave es la ingratitud. Por eso, los españoles tenemos que evitar esa tentación muy nuestra hacia la tristeza cívica, que invadía al personaje de Dostoievski. No faltan las razones para el desaliento. Pero todo se pierde si nos pueden el pesimismo estéril, el derrotismo o la pereza; incluso el hastío, a veces comprensible...

No habrá referéndum el 1-O, ni siquiera una parodia como la vez anterior. En cuanto al día 2, la situación se resume con relativa sencillez: de la Constitución a la Constitución. Es fácil identificar la fuente de inspiración: "de la ley a la ley... pasando por la ley", según se atribuye a Torcuato Fernández-Miranda en los tiempos inciertos de la Transición. Aquella Transición que, de acuerdo con John Elliot, fue una "hazaña" reconocida como tal en todos los países democráticos, pero cuestionada entre nosotros, unos por malevolencia y otros por inmadurez. España se situó entonces a la altura del tiempo histórico, en el lugar que le corresponde en Europa y en el mundo. Con sus grandezas y servidumbres, porque la política es el espejo de la vida y nada ni nadie es perfecto, salvo las utopías totalitarias. Saldamos entonces una vieja deuda con el Estado de Derecho, tantas veces maltratado a lo largo de nuestra historia. Por eso produce indignación la falta de respeto a las normas que otorgan garantías a los ciudadanos y sus representantes: plebiscitos con trampa; alborotos parlamentarios; sentencias incumplidas... Todo eso que cabe identificar con la arbitrariedad del poder y que aprendimos a superar gracias al imperio de la ley.¿Hay que reformar la Constitución? Vamos por partes. Es perfectamente lícito propugnar la reforma, pero también lo es sostener que está bien como está. ¿Es oportuno? Aquí caben serias dudas, y no sólo por un imaginario inmovilismo. El proyecto sugestivo orteguiano existía en 1978 y lo hemos compartido con éxito razonable: tenemos una democracia igual de buena e igual de mala que la de nuestros socios y vecinos en la Unión Europea. Ahora no hay tal proyecto común, sino perspectivas a veces contradictorias que apuntan hacia blancos móviles. Creo que es tiempo de forjar consensos y de escuchar a los expertos. Como es obvio, no hay Constitución sin pacto y ahí tenemos que estar todos los defensores de la España constitucional. La Comisión de Estudio en sede parlamentaria que propone el PSOE y asume con matices el PP debe tener muy claro su objetivo para evitar frustraciones. Ante todo, delimitar el perímetro de la reforma. La gran mayoría creemos (véanse las encuestas reiteradas) que lo esencial sigue siendo válido: Estado social y democrático de Derecho; monarquía parlamentaria; con más reticencias, Estado autonómico, cuya base es la unidad, la autonomía y la solidaridad. Por seguir con metáforas al uso: cuidado con abrir la caja de Pandora, aunque (como explica el hermoso libro de Dora y Erwin Panofsky) la caja en cuestión no era tal... Los oportunistas y algunos desleales esperan su momento para romper las bases de una convivencia fructífera para todos, y no hay que darles opciones para luego rasgarse las vestiduras cuando sea demasiado tarde. Nos conocemos hace mucho (unos cuantos siglos...) y aquí nadie va a engañar a nadie.

¿Serviría de algo la reforma? Vamos también por partes. No hay soluciones mágicas. Puede ser un buen mensaje, sobre todo, respecto de las generaciones jóvenes, y puede encauzar algunos problemas concretos, como la ordenación racional de las competencias autonómicas o la financiación. Incluso puede ilusionar (al menos un poco) con medidas de regeneración tanto en materia de instituciones como de derechos. No es poco, pero conviene que no nos hagamos trampas a nosotros mismos: si el huracán amenaza con la ruina del edificio, de poco sirve adecentar la fachada y tapar huecos de las ventanas. Una lista bien hecha de competencias estatales o la reducción del número de aforados no son argumentos suficientes para cambiar el curso de los tiempos. Lo inteligente es ahora explorar los acuerdos y prioridades, consultando a los expertos y abriendo el debate social y político como corresponde a una democracia plural.

Última reflexión. Más allá del día a día, estamos a escala universal ante un cambio de época, como decían los filósofos del idealismo alemán. Se habla, por Klaus Schwab, fundador del Foro de Davos, de la "cuarta" Revolución industrial. La economía global exige de los actores medianos una tensión permanente. Nuestra mejor herencia ilustrada, la democracia constitucional, compite con enemigos de verdad y no de juguete; muy en especial, el capitalismo autoritario según el modelo chino. Aquí y ahora, malgastamos lo mejor de nuestras energías en una querella identitaria con protagonistas de nivel muy discreto (siendo generosos) y actitudes plebeyas en la calle y en las instituciones. Ya sé que la melancolía acompaña a los esfuerzos inútiles, y acabo de decir que el pesimismo (al modo Gil de Biedma) es un lujo que no nos podemos permitir: la Historia de España no va a terminar mal. Pero es cierto que resulta agotador circular por la vida con un hándicap que nos impide atender a lo que importa de verdad. Lo haremos, si no hay otro remedio: el Estado de Derecho merece como mínimo respeto y afecto, y la defensa de la España constitucional es una causa justa que va a prevalecer frente a cualquier desafío.



Dibujo de Raúl Arias para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt



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[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "El marinero de Ámsterdam", de Guillaume Apollinaire






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de "Cuentos para la edad adulta" con el titulado El marinero de Ámsterdam, de Guillaume Apollinaire (1880-1918), poeta, novelista y ensayista francés. Su verdadero nombre era Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary de Kostrowicki y había nacido en Roma de madre polaca. En 1901 viaja a Alemania como preceptor de la hija de la vizcondesa de Milhau. A su regreso a París, en 1902, trabaja como contable en la Bolsa y como crítico para varias revistas, desde las que teorizó en defensa de las nuevas tendencias del arte y frecuentó los círculos artísticos y literarios de la capital francesa, donde adquirió cierta notoriedad, además de escribir el texto que sirvió de manifiesto para el Cubismo. También fue el primero en utilizar los términos surrealismo y surrealista. Inventó el término en 1917 para expresar una forma de ver la realidad. Breton, en su Manifiesto de 1924, recuperó el vocablo. Les dejo con su relato.


EL MARINERO DE ÁMSTERDAM
por 
Guillaume Apollinaire


El bergantín holandés Alkmaar regresaba de Java cargado de especias y otras mercancías preciosas. Hizo escala en Southampton, y a los marineros se les dio permiso para bajar a tierra. Uno de ellos, Hendrijk Wersteeg, llevaba un mono sobre el hombro derecho, un loro sobre el izquierdo y, en bandolera, un fardo de telas indias que tenía intención de vender en la ciudad, junto con los animales.

Era a principios de primavera, y la noche caía todavía temprano. Hendrijk Wersteeg caminaba a paso ligero por las calles algo brumosas que la luz de gas apenas iluminaba. El marinero pensaba en su próximo regreso a Ámsterdam, en su madre, a la que no había visto en tres años, en su prometida, que le esperaba en Monikedam. Sopesaba el dinero que conseguiría de los animales y de las telas y buscaba una tienda en donde vender tales mercancías exóticas.

En Above Bar Street, un caballero vestido muy pulcramente le abordó, preguntándole si buscaba comprador para su loro.

-Este pájaro -dijo- me vendría muy bien. Necesito a alguien que me hable sin que yo tenga que contestarle, pues vivo completamente solo.

Como la mayoría de los marineros holandeses, Hendrijk Wersteeg hablaba inglés. Puso un precio que el desconocido aceptó.

-Sígame -dijo este-. Vivo bastante lejos. Usted mismo colocará el loro en una jaula que hay en mi casa. Me mostrará también sus telas, y puede que haya entre ellas algunas que me gusten.

Muy contento por el trato hecho, Hendrijk Wersteeg se fue con el caballero, ante el cual, en la esperanza de poder vendérselo también, elogió al mono, que era, decía, de una raza bien rara, una de esas cuyos individuos mejor resisten el clima de Inglaterra y que más se encariñan con el dueño.

Pero pronto Hendrijk Wersteeg dejó de hablar. Malgastaba en vano sus palabras, puesto que el desconocido no le respondía y ni siquiera parecía escucharle.

Continuaron el camino en silencio, el uno al lado del otro. Solos, añorando sus bosques natales en los trópicos, el mono, asustado por la bruma, soltaba de vez en cuando un gritito parecido al vagido de un recién nacido, y el loro batía las alas.
Al cabo de una hora de marcha, el desconocido dijo bruscamente:

-Nos acercamos a mi casa.

Habían salido de la ciudad. El camino estaba bordeado de grandes parques cercados con verjas; de vez en cuando brillaban, a través de los árboles, las ventanas iluminadas de una casita de campo, y se oía a intervalos en la lejanía el grito siniestro de una sirena en el mar.

El desconocido se paró ante una verja, sacó de su bolsillo un manojo de llaves y abrió la cancilla, que volvió a cerrar una vez Herdrijk la hubo franqueado.

El marinero estaba impresionado: apenas distinguía, al fondo de un jardín, una casa de bastante buena apariencia, pero cuyas persianas cerradas no dejaban pasar luz alguna. El desconocido silencioso, la casa sin vida, todo le resultaba bastante lúgubre. Pero Hendrijk se acordó de que el desconocido vivía solo.

“¡Es un excéntrico!” pensó, y como un marinero holandés no es lo suficientemente rico como para que se le engañe con el fin de desvalijarlo, se avergonzó de su instante de ansiedad.

-Si tiene cerillas, ilumíneme -dijo el desconocido metiendo la llave en la cerradura de la puerta de la casa.

El marinero obedeció y, una vez dentro de la casa, el desconocido trajo una lámpara que pronto iluminó un salón amueblado con buen gusto.

Hendrijk Wersteeg estaba totalmente tranquilo. Alimentaba la esperanza de que su extraño compañero le comprara una buena parte de sus telas.

El desconocido, que acababa de salir del salón, volvió con una jaula:

-Meta aquí el loro -le dijo-. No lo pondré en una percha hasta que se haya domesticado y sepa decir lo que quiero que diga.

Después, tras haber cerrado la jaula en la que, espantado, quedó el pájaro, le pidió al marinero que cogiera la lámpara y fuese a la habitación contigua, en donde se encontraba, según decía, una mesa cómoda para extender las telas. Hendrijk Wersteeg obedeció y fue a la alcoba que se le había indicado. De pronto, oyó que la puerta se cerraba tras él y que la llave giraba. Estaba prisionero. Trastornado, dejó la lámpara sobre la mesa y quiso arrojarse contra la puerta para tirarla abajo. Pero una voz le detuvo:

-¡Un paso más y es hombre muerto, marinero!

Levantando la cabeza, Hendrijk vio por un tragaluz en el que antes no había reparado que el cañón de un revólver le apuntaba. Aterrorizado, se detuvo. No le era posible luchar: su navaja no iba a servirle en estas circunstancias; incluso un revólver le hubiera resultado inútil. El desconocido que lo tenía a su merced se escondía detrás de un muro, al lado del tragaluz desde el cual vigilaba al marinero, y por donde solo pasaba la mano que esgrimía el revólver.

-Escúcheme -le dijo el desconocido- y obedezca. El servicio obligado que usted me va a prestar será recompensado. Pero no tiene elección. Es necesario que me obedezca sin dudar o lo mataré como a un perro. Abra el cajón de la mesa… Hay dentro un revólver de seis tiros, cargado con cinco balas… Cójalo.

El marinero holandés obedecía casi inconscientemente. El mono, subido a su hombro, gritaba de terror y temblaba. El desconocido continuó:

-Hay una cortina al fondo de la habitación. Descórrala.

Descorrida la cortina, Hendrijk vio un cuarto en el que, sobre una cama, atada de pies y manos y amordazada, una mujer le miraba con los ojos llenos de desesperación.

-Desate las ataduras de esta mujer -dijo el desconocido- y quítele la mordaza.

Ejecutada la orden, la mujer, muy joven y de una belleza admirable, se arrojó de rodillas ante el tragaluz, gritando:

-¡Harry, es una estratagema infame! Me has atraído a esta casa para asesinarme. Has pretendido haberla alquilado para que pasáramos en ella los primeros días de nuestra reconciliación. Creía haberte convencido. ¡Pensaba que por fin estarías seguro de que yo no tuve nunca la culpa de nada! ¡Harry! ¡Harry! ¡Soy inocente!

-No te creo -dijo secamente el desconocido.

-¡Harry, soy inocente! -repitió la joven con voz estrangulada.

-Esas son tus últimas palabras, las grabaré cuidadosamente. Se me repetirán toda mi vida.

Y la voz del desconocido tembló un poco, volviéndose rápidamente firme:

-Como todavía te amo -añadió-, te mataría yo mismo, si te quisiera menos. Pero me sería imposible, porque te amo…

Ahora, marinero, si antes de que haya contado hasta diez no ha metido una bala en la cabeza de esta mujer, caerá muerto a sus pies. Uno, dos, tres…

Y antes de que el desconocido hubiera contado cuatro, Hendrijk, enloquecido, disparó sobre la mujer, quien, todavía de rodillas, le miraba fijamente. Cayó de bruces contra el suelo. La bala le había entrado en la frente. De inmediato, un disparo surgido del tragaluz le vino a dar al marinero en la sien derecha. Se desplomó sobre la mesa, mientras que el mono, lanzando agudos chillidos de horror, se refugiaba en su blusón.

Al día siguiente, algunos transeúntes que habían oído gritos extraños procedentes de una casa de las afueras de Southampton, advirtieron a la policía, que llegó rápidamente para forzar las puertas. Encontraron los cadáveres de la joven dama y del marinero. El mono, saliendo violentamente del blusón de su dueño, le saltó a la nariz a uno de los policías. Asustó tanto a todos que, retrocediendo algunos pasos, acabaron por abatirlo a tiros antes de atreverse a acercarse de nuevo a él.

La justicia informó. Parecía claro que el marinero había matado a la dama y que se había suicidado acto seguido. Sin embargo, las circunstancias del drama eran misteriosas. Los dos cadáveres fueron identificados sin problemas y todos se preguntaban cómo lady Finngal, esposa de un par de Inglaterra, había sido encontrada sola, en una casa de campo solitaria, con un marinero llegado la víspera a Southampton.

El propietario de la casa no pudo dar dato alguno que ayudara a la justicia a esclarecer los hechos. La casita había sido alquilada ocho días antes del drama a un tal Collins, de Manchester, que además continuaba en paradero desconocido. Este Collins usaba anteojos y tenía una larga barba roja que bien podría ser falsa.

El lord llegó de Londres a toda prisa. Adoraba a su mujer y su dolor daba lástima a quien le veía. Como todo el mundo, no entendía nada de este asunto.

Después de estos acontecimientos, se retiró del mundo. Vive en su casa de Kensington, sin otra compañía que la de un criado mudo y un loro que le repite sin cesar:

-¡Harry, soy inocente!

FIN



Ámsterdam, Países Bajos



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 21 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Gallego y Rey e Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 20 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] El día después





Me resulta enervante estar subiendo al blog un A vuelapluma tras otro sobre el tema del referéndum catalán (suprimo lo de ilegal por obvio). Obvio pero agobiante, sí. Y es que los catalanes y el resto de los españoles nos estamos jugando mucho en este envite. Pero entiendo que lo primero es restablecer el orden constitucional en Cataluña; eso, lo primero. ¿Y luego?... 

Tomás-Ramón Fernández, catedrático emérito de la Universidad Complutense y Académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, al que tuve el honor de conocer y tratar como decano de la Facultad de Derecho y más tarde como rector durante mi paso por la UNED,  escribía hace unos días un interesante artículo sobre este mismo asunto. Que no va a haber referéndum el 1-O lo sabemos todos y, por supuesto, también quienes lo han convocado, comienza diciendo. ¿Pero con qué nos encontraremos el 2-O, que está sólo a 24 horas después de la fecha del referéndum anunciado y, por lo tanto, tan cerca como éste? Y ¿cómo haremos frente a los que nos encontremos? Hay que pensar en ello desde ahora, porque del 1-O todo está dicho ya. 

Nos encontraremos, por lo pronto, con una serie de procesos constitucionales y penales ya iniciados, que seguirán su curso, lenta pero inexorablemente, hasta su final. De los procesos constitucionales poco hay que decir porque su mera promoción, una vez admitida por el Tribunal Constitucional, deja en suspenso la medida o la norma impugnada, lo que da tiempo al Tribunal para dictar la sentencia correspondiente, tarea sencilla dada la abundante jurisprudencia existente. Lo único que merece la pena retener aquí es que, contra lo que cree o dice creer el Sr. Puigdemont, el TC puede en el caso de que sus resoluciones sean incumplidas, total o parcialmente, acordar la suspensión en sus funciones de todas las autoridades o empleados públicos responsables del incumplimiento durante el tiempo preciso para asegurar la observancia de los pronunciamientos del Tribunal o bien imponer a aquéllas o éstos una multa coercitiva de 3.000 a 30.000 euros, susceptible de ser reiterada cuantas veces sea necesario hasta asegurar el cumplimiento íntegro de lo mandado (artículo 92 de la Ley Orgánica del Tribunal, modificada por la Ley Orgánica 15/2015, de 16 de Octubre). 

De los procesos penales tampoco es necesario decir gran cosa. Sólo notar que hasta ahora los aventureros que han impulsado el procés más allá de los límites de la Ley creyendo que todo era gratis y que había barra libre tendrán que empezar a pensar en serio que no era así y que más pronto que tarde les llegará una factura que no tendrán más remedio que pagar, unos en términos de inhabilitación, que no es cosa muy grave, aunque sí les impedirá seguir disfrutando de la "sopa boba", y otros, en cambio, con pérdida de libertad por un cierto tiempo, si se prueba, lo que no parece difícil, que han utilizado fondos públicos para financiar el festival independentista. Nada de esto plantea especiales dificultades, ni ha de ser motivo de especial preocupación, como es notorio. 

Lo que sí va a ser peliagudo es reconducir a la normalidad la situación de una Comunidad Autónoma que lleva varios años en abierta rebeldía contra el Estado, porque en ella no sólo se ha impulsado ese procés aventurero, sino que se han incumplido las Leyes del Estado y se han dejado sin ejecutar sentencias firmes de los Tribunales con absoluto desprecio no ya de éstos, sino también y sobre todo de los derechos de los ciudadanos que las obtuvieron, que siguen siendo desconocidos por quienes no han tenido otro norte que su mera voluntad. Eso es, en efecto, lo que vamos a encontrarnos el 2-O: un Gobierno autonómico en rebeldía y una Comunidad Autónoma en quiebra. Esta situación se ha venido tolerando hasta ahora porque el Gobierno del Sr. Rajoy, consciente de que las demás fuerzas políticas iban a medir con cicatería su apoyo, ha extremado la paciencia y la cautela y ha evitado echar más leña al fuego del nacionalismo desatado, ya de por sí muy vivo. 

En su afán, muy elogiable por cierto, aunque nadie se lo ha agradecido, ni se lo va a agradecer, ni en Cataluña, ni en el resto de España, el Gobierno del Sr. Rajoy no ha dejado de inyectar liquidez en la economía pública de Cataluña, consciente de que allí viven no sólo los aventureros de la independencia, sino también un número por lo menos igual al de éstos que no tienen por qué sufrir las consecuencias de una aventura que no comparten en forma de disminución del nivel de prestación de los servicios públicos, como se hubiera producido inevitablemente en otro caso. ¿Recuerdan la crisis de las farmacias? Pues bien, pasada ya la fecha del referéndum, hay que hacer lo preciso para encauzar la situación, para restablecer la legalidad hollada, para garantizar la ejecución de las sentencias firmes de los Tribunales que siguen incumplidas, para reconducir la situación económica, para frenar el caos y poner un mínimo de orden. 

Cataluña está en quiebra y, como le ha ocurrido a tantas empresas, grandes y pequeñas, tiene que ser declarada en concurso para poder sanearla y asegurar su viabilidad. Y, ya se sabe, para poner fin al concurso hay que llegar a un acuerdo con los acreedores, lo que exige, sin duda, buena voluntad por ambas partes, y por supuesto, mutuas concesiones: los acreedores concediendo una quita y una espera, no el perdón íntegro de la deuda contraída tan irresponsablemente en esta carrera desenfrenada hacia el precipicio, y el deudor reduciendo también sus pretensiones hasta donde éstas puedan ser razonablemente aceptadas por aquéllos. La sociedad civil catalana, que sabe de esto, sin duda, es la que tiene que dar un paso adelante para que ese convenio imprescindible pueda poner fin al concurso y devolver la solvencia y el crédito a una nueva Generalidad asegurando así la vuelta a la normalidad. 

Es posible que para esto sea preciso echar mano en algún momento de medidas extraordinarias, lo que haría entrar en juego el artículo 155 de la Constitución, transcrito del artículo 37 de la Ley Fundamental de Bonn, precepto que hay que desdramatizar porque no significa en absoluto sacar los tanques a la calle, ni mucho menos, sino simplemente poner temporalmente en manos de las autoridades del Estado un poder de sustitución que les habilite para "dar instrucciones" a los órganos autonómicos en la medida estrictamente necesaria para asegurar la corrección de la situación de incumplimiento que ha motivado la apelación a este precepto extraordinario.

Normalizada la situación y pacificados los espíritus, nunca antes, será el momento de afrontar la solución definitiva del problema que pasa inexcusablemente por una reforma parcial de la Constitución, que, una vez lograda, habrá de someterse a referéndum de la totalidad del pueblo español, única manera de recobrar el consenso pedido. Reforma, ¿de qué? Del título VIII de la Constitución, que nos sirvió para salir del paso en 1978, pero que ha quedado vacío de contenido porque se limitó a reconocer el derecho a la autonomía de las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, un derecho ya ejercido del que ha salido el Estado de las Autonomías que tenemos, un Estado formado empíricamente al compás de la dinámica política, sin ningún plan previo, ya que la Constitución se abstuvo de diseñar plan alguno, que se resiente por ello a diario de la ausencia de mecanismos que aseguren la correcta relación del Estado stricto sensu y las 17 piezas que lo componen. 

A los socialistas les gusta hablar de una España federal, término éste que, al parecer, tiene para ellos el valor de una panacea. A mí no me gusta porque induce al engaño y en este punto hay que ser esta vez muy claros, vista la experiencia. Pero, prescindiendo del nombre, que resulta muy ambiguo en el ámbito del Derecho Comparado, porque el calificativo de federal se da sin ningún rigor a realidades que tienen muy poco en común, no tengo ningún inconveniente para aceptar el contenido de la Ley Fundamental de Bonn, esto es, del esquema de reparto de las competencias entre el Bund y los Länder, es decir, entre el Estado propiamente dicho y las Comunidades Autónomas, las reglas de relación entre aquél y éstas y los principios básicos de la distribución de los gastos y, sobre todo, de los ingresos tributarios. No creo que nuestros federalistas avant la lettre puedan poner pegas al federalismo alemán, que es el más prestigioso en Europa y el de más fácil importación para nosotros. Yo, desde luego, no tendría inconveniente en firmar algo parecido desde ahora. De esto es de lo que hay que empezar a hablar, no de pluralismos nacionales, ni vaguedades por el estilo. En 1978 salimos del paso como pudimos porque el futuro distaba entonces de estar claro, tratándose como se trataba de salir de 40 años de dictadura; ahora ya, con otros 40 años de experiencia de descentralización y democracia, estamos obligados a acertar, y para eso es imprescindible afrontar el problema con rigor, concluye diciendo.





Dibujo de Ajubel para El Mundo



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt



HArendt






Entrada núm. 3845
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)