jueves, 21 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] De la Constitución a la Constitución





Aquí y ahora, la prioridad absoluta es cumplir y hacer cumplir la Norma Fundamental, expresión de la soberanía nacional cuyo titular es el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado; incluidos, claro está, los órganos y las competencias de la Generalitat catalana, afirma el profesor y catedrático Benigno Pendás, académico de Ciencias Morales y Políticas y director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Me parece de Perogrullo. Aquí lo primero que hay que hacer es impedir el referéndum ilegal que se pretende celebrar y restablecer el orden constitucional en Cataluña. Y después, todo lo demás que haga falta. Pero lo primero es lo primero. De Perogrullo, sí. ¿Pero serán capaces de hacerlo?

Al margen de metáforas interesadas, comienza diciendo el profesor Pendás, no existe choque de trenes, ni controversia entre dos frentes originarios de poder político. Legalidad y legitimidad democráticas confluyen en el mismo punto: garantizar el cumplimiento efectivo de la Constitución de 1978, la mejor de nuestra historia, un nuevo rumbo para esa vida española "dividida y angustiada" que denunciaba en su día don Américo Castro. Cumplir las leyes y las sentencias no es una opción, sino un deber inexcusable. Es un requisito sine qua non de la convivencia civilizada porque, en caso contrario, volveremos al estado de naturaleza en la versión de Hobbes: la guerra de todos contra todos. Es también un deber moral para quienes creemos en los valores de la Ilustración, el Estado constitucional, los derechos y libertades que derivan de la dignidad humana, frente a las identidades monolíticas, siempre imaginarias, como demostró con brillantez el (muy progresista) Benedict Anderson. Porque también Cataluña es, faltaría más, una sociedad plural y nadie puede hablar en su nombre con vocación de monopolio.

Siempre nos preguntamos (a veces con ira mal contenida) qué hacen el Gobierno o los jueces o los responsables políticos. Conviene recordar también la obligación de los ciudadanos de hacer frente al despropósito, cada uno en su ámbito y en el marco de sus posibilidades, dentro y fuera de Cataluña. ¿Cómo? Unos, los que tenemos voz en el espacio público, hablando alto y claro. Todos, haciendo caso omiso de las llamadas en contra de la ley. Algunos están a la altura: los letrados del Parlament con su rigor profesional; las asociaciones de jueces recordando que quien emite órdenes ilegales pierde el carácter de "autoridad"; muchos intelectuales próximos a la izquierda con su manifiesto; una parte considerable de los constitucionalistas españoles y otros notables juristas... Pero, insisto, la apelación se dirige también al resto de los españoles. No es momento para la indiferencia o la pasividad. La respuesta legal corresponde a los poderes públicos, con un respeto escrupuloso, como es evidente, a los procedimientos y requisitos jurídicos. Pero la sociedad civil juega un papel en la respuesta legítima, un compromiso con la España constitucional que no puede ni debe eludir. Le debemos mucho a la Constitución de 1978. Es hora de defenderla activamente, porque, como bien decía Ortega, el pecado más grave es la ingratitud. Por eso, los españoles tenemos que evitar esa tentación muy nuestra hacia la tristeza cívica, que invadía al personaje de Dostoievski. No faltan las razones para el desaliento. Pero todo se pierde si nos pueden el pesimismo estéril, el derrotismo o la pereza; incluso el hastío, a veces comprensible...

No habrá referéndum el 1-O, ni siquiera una parodia como la vez anterior. En cuanto al día 2, la situación se resume con relativa sencillez: de la Constitución a la Constitución. Es fácil identificar la fuente de inspiración: "de la ley a la ley... pasando por la ley", según se atribuye a Torcuato Fernández-Miranda en los tiempos inciertos de la Transición. Aquella Transición que, de acuerdo con John Elliot, fue una "hazaña" reconocida como tal en todos los países democráticos, pero cuestionada entre nosotros, unos por malevolencia y otros por inmadurez. España se situó entonces a la altura del tiempo histórico, en el lugar que le corresponde en Europa y en el mundo. Con sus grandezas y servidumbres, porque la política es el espejo de la vida y nada ni nadie es perfecto, salvo las utopías totalitarias. Saldamos entonces una vieja deuda con el Estado de Derecho, tantas veces maltratado a lo largo de nuestra historia. Por eso produce indignación la falta de respeto a las normas que otorgan garantías a los ciudadanos y sus representantes: plebiscitos con trampa; alborotos parlamentarios; sentencias incumplidas... Todo eso que cabe identificar con la arbitrariedad del poder y que aprendimos a superar gracias al imperio de la ley.¿Hay que reformar la Constitución? Vamos por partes. Es perfectamente lícito propugnar la reforma, pero también lo es sostener que está bien como está. ¿Es oportuno? Aquí caben serias dudas, y no sólo por un imaginario inmovilismo. El proyecto sugestivo orteguiano existía en 1978 y lo hemos compartido con éxito razonable: tenemos una democracia igual de buena e igual de mala que la de nuestros socios y vecinos en la Unión Europea. Ahora no hay tal proyecto común, sino perspectivas a veces contradictorias que apuntan hacia blancos móviles. Creo que es tiempo de forjar consensos y de escuchar a los expertos. Como es obvio, no hay Constitución sin pacto y ahí tenemos que estar todos los defensores de la España constitucional. La Comisión de Estudio en sede parlamentaria que propone el PSOE y asume con matices el PP debe tener muy claro su objetivo para evitar frustraciones. Ante todo, delimitar el perímetro de la reforma. La gran mayoría creemos (véanse las encuestas reiteradas) que lo esencial sigue siendo válido: Estado social y democrático de Derecho; monarquía parlamentaria; con más reticencias, Estado autonómico, cuya base es la unidad, la autonomía y la solidaridad. Por seguir con metáforas al uso: cuidado con abrir la caja de Pandora, aunque (como explica el hermoso libro de Dora y Erwin Panofsky) la caja en cuestión no era tal... Los oportunistas y algunos desleales esperan su momento para romper las bases de una convivencia fructífera para todos, y no hay que darles opciones para luego rasgarse las vestiduras cuando sea demasiado tarde. Nos conocemos hace mucho (unos cuantos siglos...) y aquí nadie va a engañar a nadie.

¿Serviría de algo la reforma? Vamos también por partes. No hay soluciones mágicas. Puede ser un buen mensaje, sobre todo, respecto de las generaciones jóvenes, y puede encauzar algunos problemas concretos, como la ordenación racional de las competencias autonómicas o la financiación. Incluso puede ilusionar (al menos un poco) con medidas de regeneración tanto en materia de instituciones como de derechos. No es poco, pero conviene que no nos hagamos trampas a nosotros mismos: si el huracán amenaza con la ruina del edificio, de poco sirve adecentar la fachada y tapar huecos de las ventanas. Una lista bien hecha de competencias estatales o la reducción del número de aforados no son argumentos suficientes para cambiar el curso de los tiempos. Lo inteligente es ahora explorar los acuerdos y prioridades, consultando a los expertos y abriendo el debate social y político como corresponde a una democracia plural.

Última reflexión. Más allá del día a día, estamos a escala universal ante un cambio de época, como decían los filósofos del idealismo alemán. Se habla, por Klaus Schwab, fundador del Foro de Davos, de la "cuarta" Revolución industrial. La economía global exige de los actores medianos una tensión permanente. Nuestra mejor herencia ilustrada, la democracia constitucional, compite con enemigos de verdad y no de juguete; muy en especial, el capitalismo autoritario según el modelo chino. Aquí y ahora, malgastamos lo mejor de nuestras energías en una querella identitaria con protagonistas de nivel muy discreto (siendo generosos) y actitudes plebeyas en la calle y en las instituciones. Ya sé que la melancolía acompaña a los esfuerzos inútiles, y acabo de decir que el pesimismo (al modo Gil de Biedma) es un lujo que no nos podemos permitir: la Historia de España no va a terminar mal. Pero es cierto que resulta agotador circular por la vida con un hándicap que nos impide atender a lo que importa de verdad. Lo haremos, si no hay otro remedio: el Estado de Derecho merece como mínimo respeto y afecto, y la defensa de la España constitucional es una causa justa que va a prevalecer frente a cualquier desafío.



Dibujo de Raúl Arias para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt



HArendt





Entrada núm. 3848
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)