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viernes, 23 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] ¿Cierto o falso?



Foto de Luis Sevillano para El País


El profesor Javier Sampedro, científico y periodista español, doctor en genética y biología molecular, es asiduamente citado en este blog. En su artículo de hoy lo hace para criticar a aquellos que, ante la evidencia científica, prefieren confiar más en lo que les cuenta su cuñado que en la realidad contrastada de los hechos. 

El problema, comienza escribiendo Sampedro, no son solo las noticias falsas que anegan las redes sociales. También están los políticos que intoxican a sus millonarias audiencias con interpretaciones sesgadas sobre la contaminación o la violencia callejera, las empresas anunciantes que pretenden convertir las coles o las berzas en el elixir de la eterna juventud y, sobre todo, los amigos y cuñados que te aconsejan no vacunar al niño porque eso le va a dar autismo, o cualquier otro potaje conceptual mal cocido. El problema es serio. Según una encuesta de 2016, solo un tercio de la población británica confía en la investigación médica. Los otros dos tercios se fían más bien de sus amigos y familiares.

Es evidente que necesitamos no ya fuentes de información fiables —que siempre las ha habido—, sino dotar a la gente de los criterios necesarios para encontrarlas. Y de los conocimientos que les permitan fiarse de ellas. Esto es particularmente importante en la educación primaria y secundaria, pero la población adulta no está menos necesitada de ilustración.

La última de ellas es la web thatsaclaim.org, organizada por una alianza de 25 investigadores de 14 disciplinas, con el objetivo de facilitar criterios para distinguir una afirmación falsa de una cierta, o tan cierta como permita el exigente y permanentemente revisable concepto de verdad científica. Esos criterios generales de veracidad pueden aplicarse a la toma de decisiones en el sector agrícola, educativo, ambiental, médico (incluyendo la formación sobre salud en la educación primaria), de gestión, bienestar social, terapias lingüísticas y varias otras todavía en construcción. La web será de interés para quienes tienen que tomar decisiones en esos sectores. Y para quienes les votamos.

Es difícil encontrar un debate sobre cualquier asunto de interés social que no acabe con la frase: “Al final, esto es un asunto de educación”. A menudo es verdad, pero esa conclusión resulta irritante y desalentadora. Es como el funcionario de los chistes, que te cierra la ventanilla en las narices y te manda a la sección de educación, dos pisos más arriba. Identificar un problema como un asunto de educación no debería movernos a soslayar el problema, sino a resolver el asunto.

Son los investigadores quienes se están moviendo primero, con iniciativas como las “revisiones sistemáticas”, que sintetizan la mejor evidencia disponible en cada campo de conocimiento, las revistas científicas de acceso libre y la incorporación de resúmenes de las investigaciones en un lenguaje llano, o al menos más llano que la jerigonza habitual. Un buen ejemplo es Cochrane (cochrane.org), una organización británica sin ánimo de lucro dedicada a facilitar a médicos, pacientes y políticos la mejor evidencia disponible sobre temas de salud. Otros ejemplos son la Campbell Collaboration, dedicada a políticas sociales, y la Collaboration for Environmental Evidence, centrada en el medio ambiente. Matt Oxman, de la Universidad Metropolitana de Oslo, y otros 24 investigadores recomiendan más webs en Nature.

Por más importantes que sean estas iniciativas, sin embargo, queda por sortear el mayor escollo de todos: que la mayor parte de la gente no se fía de la evidencia científica. Prefiere confiar en el cuñado, en el sentido amplio que va adquiriendo esta palabra. Pero bueno, esto es un asunto de educación, dos pisos más arriba.





La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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martes, 13 de agosto de 2019

[A VUELAPLUMA] Periodismo en peligro de derrumbe



Fotografía de Nicolas Maeterlinck para El Mundo


El periodismo está en peligro de derrumbe, escribe el periodista Raúl Conde. Antaño, ser periodista consistía en rellenar el "puto folio", que decía Umbral. Ahora se trata de que tus historias funcionen a golpe de clickbait. Aunque la manipulación no es una novedad, la exigencia en los datos de tráfico y usuarios en las cabeceras digitales nos lleva a los periodistas a forzar los enfoques. A veces incluso a retorcer la realidad. Sirva de ejemplo la imagen que ilustra este comentario. Casi todos los medios han publicado, con éxito de audiencia, que las autoridades de Bélgica destruyen este puente para facilitar el paso de grandes barcos. Pues no. Lo que se está demoliendo son unos arcos, adosados a un monumento del siglo XIII, que carecen de valor artístico y arquitectónico. Basta rascar un poco en las fuentes para contrastarlo. Quizá el periodismo, y no solo los puentes belgas, amenazan peligro de derrumbe.





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miércoles, 14 de noviembre de 2018

[A VUELAPLUMA] Un mundo de trols y duendes





En los albores de la guerra virtual que, en teoría, es la política por otros medios cuando esta última se agota, es posible que estemos caminando hacia un mundo de trols y duendes en el que esta nueva forma de guerra se esté convirtiendo en la política a secas. Lo anterior lo escribía hace unos días en el diario El País la profesora Olivia Muñoz-Rojas, doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente. 

Hacia finales de 2014, comienza diciendo la profesora Muñoz-Rojas, un grupo de ciudadanos lituanos comenzó a coordinarse para contrarrestar la propaganda del Kremlin en las redes, orientada en aquel país a desacreditar al Gobierno y promover un cambio de régimen por medios democráticos o con la ayuda de un ejército vecino amigo, explica el periodista Michael Weiss. Frente al ejército de trols que presuntamente contaminaba la opinión pública lituana, surgió este autodenominado colectivo de elfos que fue creciendo hasta alcanzar cientos de ciudadanos. Su eficacia terminó por captar la atención de las Fuerzas Armadas lituanas, que definieron a estos activistas virtuales como una nueva estirpe de guerrilleros, y, posteriormente, de la OTAN. “Elfos bálticos batallan contra trols rusos”, resume uno de los titulares que recogen este fenómeno del que se han hecho eco los medios en los últimos años.

No estamos inmersos en Mundo de Warcraft u otro videojuego en línea, pero pocos discuten ya que las guerras —ya sea entre países o en su seno— se desarrollarán cada vez menos sobre el terreno y más en el espacio virtual. Los nuevos ejércitos, compuestos de trols, apoyados por bots (trols automatizados), tienen el cometido de inundar las redes con información tóxica destinada a formar ciertos patrones de comportamiento afectivo y cognitivo en la población que la lleven a actuar de una manera determinada. Para lograr que la población se movilice a favor de los objetivos deseados es necesario saber “comunicar con éxito lo que es correcto como incorrecto y lo que es incorrecto como correcto”, explica el exmilitar y analista estadounidense Stefan J. Banach. Hay que ser capaz, continúa, de “generar desequilibrio a nivel individual y social… cegar las mentes del adversario a través de la propagación de elementos de ambigüedad que atacan, engañan y confunden a las personas y producen distracciones masivas de manera tanto física como no física”. El objetivo de la guerra virtual no es otro que el control social, “someter al enemigo sin darle batalla”, resume Banach, evocando la milenaria cita de Sun Tzu en El arte de la guerra.

Los trols financiados por Gobiernos o actores no estatales reciben inestimable ayuda de los odiadores o haters espontáneos de la Red que, además de difundir información tóxica, acosan a periodistas, políticos y otras personas con presencia pública y mediática. A diferencia de los trols mercenarios, sus motivaciones pueden ser diversas, pero el fin último de sus amenazas, se entiende, es impedir que sus víctimas desarrollen su actividad con libertad. Delatar a los trols u odiadores que están detrás de incidentes sistemáticos de acoso en Internet es el objetivo del programa de televisión sueco Trolljägarna (“Los cazadores de trols”), emitido en 2014 y 2015 y con una nueva entrega en 2018. El veterano periodista Robert Aschberg se reúne en cada episodio con varias personas —desde periodistas hasta ciudadanos anónimos— que han sido víctimas de trols y sale después a la caza de los individuos que están detrás de las identidades virtuales acosadoras. Una vez localizados los trols físicamente, los confronta para que expliquen por qué han acosado a su víctima y, en su caso, les anuncia la repercusión legal de su acción.

Al otro lado del Báltico, el fundador del Grupo de Elfos Lituanos insiste en que, en la lucha contra los ejércitos de trols no se trata de contrarrestar propaganda con propaganda alternativa, sino con información lo más completa, fehaciente y matizada posible y también rastrear la identidad de los trols. El reto es respetar escrupulosamente los principios y valores democráticos —desde la libertad de expresión hasta el derecho a la privacidad de los usuarios de las redes— a la par que lograr neutralizar eficazmente los efectos tóxicos de la desinformación y el odio virtual. Un equilibrio difícil de mantener, tal y como demuestran las críticas que recibió Aschberg a su programa cuando uno de los odiadores a los que expuso (y cuya identidad era pública) comenzó, a su vez, a ser objeto de acoso en la Red. Aschberg responde que ello no hace sino demostrar la envergadura del problema y la necesidad de abordarlo.

Odiadores que son a su vez odiados, trols que se convierten en duendes, y a la inversa… No es difícil argumentar que la Red es tan líquida, lúdica y perversa a la vez —tan ambivalente, en suma— que escapa a la lógica de la predictibilidad institucional que ordena nuestras instituciones democráticas en la actualidad. Pero también, sostienen algunos críticos, puede que se esté dando un uso excesivamente laxo del concepto trolear. De ser una identidad subcultural a principios y mediados de los 2000, explican Gabriella Coleman y otros autores, en la última década, “el término se ha aplicado a tantos tipos de comportamiento en tantos contextos diferentes que lo grande y lo pequeño, lo dañino y lo inofensivo, lo progresista y lo reaccionario acaban aplanados en una categoría resbaladiza que sugiere vagamente algo que perturba. Reenviar opiniones odiosas y acusar al presidente [de Estados Unidos] de hipocresía. Exponer la solidaridad feminista y exponer la misoginia violenta. Todo, de algún modo, se vuelve lo mismo”. Coleman ejemplifica esta laxitud conceptual con el caso de Anonymous.

El movimiento, en su origen, se caracterizaba por hacer gamberradas en la Red sin otra intención que reírse alto y fuerte (laugh out loud, LOL). Seguidamente, pasó a desempeñar un papel clave en reivindicaciones democráticas y de justicia social como las primaveras árabes y Occupy Wall Street. En los últimos años, páginas web anónimas muy frecuentadas como 4chan, que usa también Anonymous, han servido de altavoz para la derecha alternativa (alt-right), generando la impresión de que los Anons siempre actuaron desde ese lado del espectro político. Ciertamente, en el término trol se confunden dos acepciones, como explicó Álex Grijelmo en este diario: la escandinava, en la que troll hace referencia a un ser maligno que habita los bosques; y el verbo inglés to troll, que designa una técnica de pesca consistente en arrastrar lentamente varias líneas con cebos coloridos. La potencia de los trols virtuales se basa, pues, en que lanzan vistosos cebos en los que los internautas pican.

Estamos en los albores de la guerra virtual que, en teoría, no es otra cosa que la política por otros medios cuando esta se agota. Pero es posible que esta nueva forma de guerra se esté convirtiendo en la política a secas. Sería interesante saber qué pensaría hoy Jean Baudrillard sobre el fenómeno. El autor de La guerra del Golfo no tuvo lugar mantuvo en 1991 que la guerra del Golfo había sido vivida como un simulacro de conflicto por parte de la población occidental que en sus pantallas solo veía estilizadas tomas aéreas de los bombardeos estadounidenses y no los muertos y la destrucción causados por las bombas. Intuía ya Baudrillard que el simulacro o la realidad virtual podía terminar convirtiéndose en la realidad dominante.

Aunque los medios tecnológicos hayan evolucionado exponencialmente, incluso el conocimiento neurocientífico, es bueno recordar que la manipulación y la propaganda son tan viejas como la humanidad. Los rumores siempre sirvieron para condicionar, humillar y destruir a individuos y colectivos. Quizá el mejor antídoto contra la información tóxica y el odio, además de una educación crítica y amplia de miras, es desconectarse de la Red y, mientras sea posible, observar la realidad con nuestros propios ojos.



Dibujo de Eulogia Merle para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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