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lunes, 6 de junio de 2016

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, "Las ruinas circulares", de Jorge Luis Borges





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado Las ruinas circulares, del escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y el pensamiento universales, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo. Es considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX. Ciego desde los 55 años, fue galardonado con el premio Miguel de Cervantes a los 80, siendo el primer argentino en ser distinguido con ese reconocimiento. Borges fue candidato al Premio Nobel de Literatura en numerosas ocasiones, sin obtenerlo.

Las ruinas circulares es un cuento publicado en 1940 en la revista literaria Sur e incluido en la colección "El jardín de senderos que se bifurcan", que más tarde formó parte de Ficciones (1944). Un hombre llega a las ruinas de un antiguo templo circular. Tiene un solo objetivo: crear un ser humano a través del sueño e imponerlo a la realidad. Al principio el hombre sueña que está en el centro de un anfiteatro de estudiantes a los cuales les dicta lecciones. Elige un alumno y, después de darle lecciones particulares, se maravilla de las habilidades del joven. Sin embargo, un día el hombre se despierta y por muchas noches no puede dormir. Reconoce que su primer intento ha sido un fracaso y decide buscar otro método de trabajo... Disfrútenlo.




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 5 de mayo de 2016

[Píldoras literarias] Hoy, "El adivino", de Jorge Luis Borges






La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden. 

Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado El adivino, del escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986). Borges es uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y el pensamiento universales, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo.

Su relato, incluido en la obra El libro de la imaginación, de Edmundo Valadés, tiene veinticuatro palabras, y dice así:


EL ADIVINO

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. 
El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. 
El candidato responde que será reprobado...


***


Jorge Luis Borges



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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sábado, 17 de octubre de 2015

[Literatura] Cuentos para la edad adulta. Hoy, "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", de Jorge Luis Borges







El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. 

Desde hace unos meses estoy trayendo hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... 

Hoy continúo la serie con "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", de Jorge Luis Borges (1899-1986), autor argentino, considerado como uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX,  y también uno de los autores más destacados de la literatura del mismo. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y el pensamiento universales, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje con el que las obras de Borges impresionaron tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal. Ciego desde los 55 años, su polémica personalidad y sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años. 

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



Jorge Luis Borges





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domingo, 16 de agosto de 2015

[Literatura] Cuentos para la edad adulta. Hoy, "Funes el memorioso", de Jorge Luis Borges








Desde hace unos meses estoy trayendo hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... 

Hoy continúo la serie con "Funes el memorioso", de Jorge Luis Borges (1899-1986). Su autor, argentino, considerado como uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX, fue también uno de los autores más destacados de la literatura del mismo. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y el pensamiento universales, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje con el que las obras de Borges impresionaron tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal. Ciego desde los 55 años, su polémica personalidad y sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años. 


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 17 de junio de 2015

[Literatura] Un cuento cada día. Hoy, "El inmortal", de Jorge Luis Borges








Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... 

Hoy continúo la serie con "El inmortal", de Jorge Luis Borges (1899-1986). Su autor, argentino, considerado como uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX, fue también uno de los autores más destacados de la literatura del mismo. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y el pensamiento universales, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje con el que las obras de Borges impresionaron tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal. Ciego desde los 55 años, su polémica personalidad y sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años.

Sean felices por favor, y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





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miércoles, 20 de mayo de 2015

Un relato cada día. Hoy, "El Aleph", de Jorge Luis Borges







Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... 

Este día de hoy continúo la serie con "El Aleph", uno de los cuentos más famosos de la literatura fantástica en español. Su autor, Jorge Luis Borges (1899-1986), argentino, considerado como uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX, fue también uno de los autores más destacados de la literatura del mismo. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y el pensamiento universales, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, dramas teológicos, invenciones geométricas y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje con el que las obras de Borges impresionaron tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal. Ciego desde los 55 años, su polémica personalidad y sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 30 de julio de 2013

De vuelta con los "Clásicos". Reedición de la entrada de fecha 3/8/2008





Las Musas de la literatura




¿Por qué los clásicos -ya sea en literatura, pensamiento, arte, ciencia, música- son clásicos? ¿Qué es lo que hace que pervivan en el tiempo? El escritor y catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, se lo pregunta en el artículo que reproduzco más adelante ("Guadianas literarios", El País, 03/08/08) intentando explicarse "porqué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros". Y cita como ejemplo la resurrección actual de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, o los "Ensayos", de Montaigne, o el ostracismo, momentáneo, de Marcel Proust o James Joyce. La respuesta que da es que "todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento poseen la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras". Las obras maestras -dice- "son aquellas que siempre están en condiciones de hablar", pero para que se hagan escuchar, "los oídos de una determinada época deben prestar atención".

El escritor argentino Jorge Luis Borges, decía que "un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y una misteriosa lealtad".Y añade, como colofón, que "los clásicos deben ser siempre la base de nuestra cultura a través de los tiempos".

El escritor y controvertido crítico literario Harold Bloom, sin discusión, el más reconocido y prestigioso del mundo, dice en su libro "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, 2005, Madrid) que "leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría"; que "la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento". Y hablando de lo fundamental en un libro, añade: "A lo que leo y enseño,sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría".

No es extraño, pues, que muchos se hayan planteado la existencia de un "Canon" de obras maestras literarias, musicales o artísticas, cuyo conocimiento determine una excelencia educativa y el desarrollo de la alta cultura. Es el llamado "Canon Occidental", que aunque está claro nunca será uniforme, ha llegado -no sin críticas- a un cierto grado de consenso. Por ejemplo, en las listas de los denominados "Harvard Classics", "Great Books", "Greats Books of the Western World", la lista de lecturas del "St. John's College", el "Core Curriculum del Columbia College", o el propio canon elaborado y propuesto por Harold Bloom en "El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas" (Anagrama, 2005, Barcelona).

En el verano de 2003, encontré y leí en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, un precioso librito del periodista y crítico cinematográfico norteamericano, David Denby. Se titula "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, 1997, Madrid), y relata en él su vuelta como alumno a la Universidad de Columbia de Nueva York, para volver a hacer el curso de Historia de la Literatura que había realizado veintitantos años antes en base a las lecturas establecidas como canónicas por la citada universidad (el "Core Curriculum"). Su lectura me produjo un indescriptible placer, al igual que la del citado "¿Dónde se encuentra la sabiduría?", de Bloom. Me hice una lista de algunos de esos libros para leer, o releer, en el siguiente verano: "El libro de Job", el "Eclesiastés", el  "Fedón" y el "Banquete" de Platón, el "Quijote" de Cervantes, "Hamlet" y "El rey Lear", de Shakespeare, los "Pensamientos" de Pascal, y los "Ensayos" respectivos de Montaigne y Bacon. Pero como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones... Concluyo este literaria digresión de hoy citando nuevamente a Bloom ("¿Dónde se encuentra...?"): "Sólo Dios es el lector ideal. Leer bien -en palabras de san Agustín- significa absorver la sabiduría de Cristo (.../...) Pensamos porque aprendemos a recordar nuestras lecturas de lo mejor que hay disponible en cada época (.../...) san Agustín fue el primero que nos dijo que el libro podía alimentar el pensamiento, la memoria y su compleja interactuación en la vida de la mente. La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de esta versión simplificada de la realidad que se impone al mundo". Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Harold Bloom





"Guadianas literarios", por Rafael Argullol
El País, 03/08/08
Las obras maestras se dirigen no sólo al presente, sino a las épocas futuras. En plena temporada estival de lectura, he aquí un recorrido por algunos textos decisivos, libros de eterno retorno.

A primera vista, puede sorprender la gran cantidad de representaciones clásicas de este verano en toda Europa. Dante ha sido el centro del Festival de Aviñón con escenificaciones del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en tres lugares distintos. He visto anunciado a Shakespeare por todos lados y yo mismo, en Barcelona, he asistido a dos excelentes Rey Lear casi seguidos. Distintos teatros han acogido una buena porción de las tragedias griegas, empezando por Las troyanas, de Eurípides, representada en Mérida. Sorprendentemente, pues, en apariencia, dado que nuestra época no se distingue por un excesivo refinamiento cultural.

Puede que, en efecto, el fenómeno únicamente forme parte de nuestra necesidad de espectáculos, incluidos algunos de alta cultura. Dejo esto para los sociólogos. A mí me interesa más preguntar por qué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros. En general, no se trata sólo de criterios de moda o gusto, por lo que acostumbran a escapar a las previsiones y planificaciones. No hay editor o gestor cultural que pueda prever factores que desbordan los estudios de mercado porque discurren por los recovecos de la imaginación de cada época. Hay algo en la atmósfera que exige el retorno de una obra largamente ignorada.

Uno de los mejores ejemplos de esta exigencia es la resurrección vigorosa de una novela como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Cuando era estudiante, leí casi por casualidad este libro, que pocos conocían. Por supuesto, Conrad no era un perfecto desconocido, pero pasaba por ser un autor de culto, un poco al modo de Malcolm Lowry, cuyo Bajo el volcán yo encontraba muy conradiano. En las tres últimas décadas del siglo XX, las ediciones de Joseph Conrad se multiplicaron, a lo que sin duda contribuyó la adaptación cinematográfica de Coppola en Apocalypse Now.

Sin embargo, esta última explicación no es, desde luego, suficiente. Las causas de la influencia de la novela son más complejas y misteriosas. El corazón de las tinieblas apunta en dirección contraria al sentimentalismo y psicologismo predominantes y, no obstante, da en la diana al expresar nuestras ansiedades y nuestros miedos. Aun conectados por meandros enigmáticos, el horror conradiano y el nuestro aparecen superpuestos. Quizá por esto, un texto difícil, duro, sin concesiones, sigue abriéndose camino en medio de los conformismos literarios de este inicio del siglo XXI.

Otro ejemplo espléndido de renacimiento son los Ensayos de Montaigne. Ni que decir tiene que tampoco éste se había esfumado del mapa cultural europeo, pero hasta hace unos meses parecía circunscrito a los círculos académicos y escritores que sentían una particular identificación con el talante de Montaigne, como era el caso de Paul Valéry o, entre nosotros, Josep Pla. Era frecuente que circularan fragmentos de los ensayos montaignianos, aunque no la obra entera, esmeradamente publicada, como ahora no es infrecuente encontrar en editoriales de Europa.

Desde el punto de vista del estilo, o incluso del modo de afrontar las pasiones humanas, nada tienen que ver Montaigne y Conrad, la voluntad trágica de éste y el estoicismo más bien hedonista de aquél. Como escritores, ellos están muy lejos entre sí; no obstante, es nuestra época la que los hermana al requerir, por así decirlo, sus servicios. Hay algo profundamente tranquilizador, gratificante, en la mirada irónica de Montaigne, del mismo modo en que el heroísmo desesperado de Conrad es una medicina catártica. Cada uno a su manera nos habla de nosotros.

Es cierto que esto podría extenderse a todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento, las cuales deben poseer la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras. Pero estas épocas no siempre prestan atención, y éste es el matiz decisivo para establecer los tortuosos cauces de las fortunas artísticas. Las obras maestras son aquellas que siempre están en condiciones de hablar; sin embargo, para que efectivamente se hagan escuchar, los oídos de una determinada época deben prestar atención.

Así se explica el aparente silencio de algunos gigantes y el desigual eco de voces originalmente poderosas. No hay que condenar con juicios frívolos y apresurados el ostracismo actual de ciertos autores, como si su momento perteneciera definitivamente al pasado. Proust o Joyce, referentes imbatibles hace unos lustros, son mucho más nombrados que leídos. Thomas Mann, enterrado por tantos, ha remontado el vuelo. Kafka y Beckett mantienen su papel de intérpretes contemporáneos. Cercanos a los ejemplos de Montaigne y Conrad, aunque respondiendo a otras necesidades nuestras, Dostoievski y Camus se han consolidado como interlocutores irrenunciables.

Un caso particularmente elocuente para los de mi generación es el de Stefan Zweig. Muchos de nosotros estábamos acostumbrados a ver los libros de Zweig en las bibliotecas familiares, pero no se nos ocurría leerlos. En las últimas décadas del siglo XX, El mundo de ayer, la descomposición espiritual de Europa, aparenta estar en condiciones de amparar las dudas y pasiones de nuestro presente. Y otro tanto sucede con autores como Joseph Roth o Arthur Schnitzler.

Los rebrotes literarios, además de hacer justicia a escritores ocultados por la moda o la crítica sectaria, se adecuan a demandas epocales a menudo difíciles de apreciar. De hecho, lo que muchos editores ofrecen como modelos de "rabiosa actualidad" son, con frecuencia, menos aptos para el análisis de la sensibilidad contemporánea que bastantes textos desechados por inactuales.

Cada época necesita de palabras que la empujen a mirarse despiadadamente en el espejo. No importa que estas palabras sean del pasado o del presente. Cada época genera una literatura acomodaticia destinada a proponerle lo que quiere escuchar y otra, intempestiva, que le habla sin servidumbres ni contemplaciones. Por más que se niegue -ocurre también en cada época-, sólo esta última está en condiciones de perdurar más allá de la oferta y de la demanda de su tiempo.

Por eso volvemos continuamente a los que llamamos clásicos: en busca de aquella intempestividad que, al despreciar nuestra apatía y nuestro conformismo, nos ofrezca instantes no de éxito -para eso tenemos el resto del espectáculo de nuestra civilización-, sino de verdad. Para eso, para tener nuestros instantes de verdad, retornamos a Dante, a Shakespeare, a los poetas griegos. Y, desde luego, nunca son completamente arbitrarios estos retornos ni indiferentes a las ansias de cada presente.

Fijémonos en Shakespeare (que tampoco se libró de una época de purgación tras el impacto inicial). Aparte de Hamlet, que, independientemente de las generaciones, tan bien logra encarnar siempre la confusión humana, las otras obras han ido variando según la predilección de los públicos. A veces Macbeth y Julio César han sido los favoritos; otras, Otelo, El mercader de Venecia o La tempestad. En los últimos años, sin embargo, quizá ninguno de los dramas de Shakespeare ha sido tan representado como El rey Lear. No podemos saber la razón por la cual esta obra extremadamente compleja parece adecuada a nuestros escenarios, aunque sí podamos sospechar que tiene que ver con que "los locos guíen a los ciegos".

En cuanto a la tragedia griega, no deja de ser elocuente hasta qué punto hemos tendido a mostrar nuestros conflictos a través de sus argumentos. Edipo, Antígona, La orestíada y Las troyanas son rigurosamente contemporáneas cuando nos enseñan los engranajes del poder, de la libertad, del dolor. Ninguna de esas obras hace concesiones al obligarnos a posar ante el espejo, y gracias a esto sabemos, lo reconozcamos o no, que nos dicen más sobre nuestra actualidad que tantas toneladas de literatura acomodaticia servidas para aplastar al lector. Y, sin embargo, muy pocos editores dejarían de horrorizarse ante la idea de publicar un tipo de obra semejante escrita por un autor de hoy: "¡Qué difícil, Dios mío, y qué poco comercial!". 




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Rafael Argullol






Entrada núm. 1920
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

miércoles, 27 de marzo de 2013

Los intelectuales hispanoamericanos y la Guerra Civil española





Caricatura de Agustín Sciammarella (El País)



No suelo escribir mucho en el blog sobre Hispanoamérica y cuando lo hago es, casi siempre, para relacionarla con la historia común, aunque no siempre compartida, con España. Una de las entradas de la que más grato recuerdo tengo sobre esa tensa relación histórica que se movió siempre entre el amor, el odio y la indiferencia, es la que escribí en abril de 2010 con el título de "La independencia de América".

Lo hice impelido por la lectura en aquellos días de José Luis Abellán y su "Historia crítica del pensamiento español" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1993) y la impresión que me produjo el conocer la profunda indiferencia conque en España se acogió el proceso de independencia de sus posesiones americanas, cuyo bicentenario estamos celebrando, y que contrastaba (por las razones que revela tan nítidimante Abellán) con la inmensa alegría con la que ese mismo proceso fue entendido por lo más granado del movimiento liberal español de la época.

Insomne como últimamente estoy, en la madrugada de hoy leo en El País un interesentísimo artículo de la redactora de cultura de dicho periódico Tereixa Constela: "Aquella guerra que cruzó el charco", sobre el partido que buena parte de los intelectuales hispanoamericanos tomaron en favor de uno u otro bando en la guerra civil española de 1936-1939, entre otros, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, Pablo Neruda, César Vallejo o Jorge Luis Borges.

Casualmente, hace unos días había visto en YouTube un vídeo en el que un profesor de la Universidad Complutense de Madrid daba a sus alumnos en plena calle de la capital española, en protesta por los recortes que el gobierno del partido popular está aplicando en sectores tan significativos como el de la educación, una clase sobre el papel que los escritores hispanoamericanos habían jugado en la contienda, centrada en este caso en la figura de la poetisa peruana Magda Portal.

Espero que su lectura les resulte interesante en este miércoles de Semana Santa, semana de "pasión" por tantas otras razones no estrictamente religiosas.

Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Neruda, Vallejo, Portal, Borges, Ocampo y Mistral







Entrada núm. 1825
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen

sábado, 19 de noviembre de 2011

Borges por siempre






Jorge Luis Borges (1899-1986)





Junto con el “Ulises” de Joyce, “Las nieblas de Avalón” de Marion Zimmer Bradley y la “Eneida” de Virgilio, que tengo leidos a medias, ayer comencé a leer “El Aleph” (Alianza, Madrid, 1984) del escritor argentino Jorge Luis Borges. Lo tengo en la biblioteca desde hace muchos años y una inexplicable aprensión -quizá motivada por toda la literatura de complejidad creada sobre las obras de Borges- me hacía reticente a su lectura. Llevaba varios días viéndole en la estantería, como mirándome y pidiéndome que lo intentara, que no me arrepentiría… ¿Atavismos de una relación amor/odio/pasión con los libros?… Es posible. Mientras mi familia disfrutaba del  atardecer en el jardín de casa con un último baño en la piscina, me decidí: no he podido dejarlo y lo he leido de un tirón… Sólo puedo decir que lamento no haberlo hecho mucho antes.

Como complemento de la entrada, he puesto un vídeo en el que se recoge, íntegra, la entrevista que Joaquín Soler Serrano realizara a Jorge Luis Borges, para TVE, el 23 de abril de 1980. 

Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Portada de "El Aleph"




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Entrada núm. 1416
Reedición de la publicada originalmente en
"Desde el trópico de Cáncer" el 16/8/2006
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son ella páginas en blanco" (Hegel)

Entrevista a Jorge Luis Borges (TVE, 1980)

martes, 5 de agosto de 2008

*Los clásicos










¿Por qué los clásicos -ya sea en literatura, pensamiento, arte, ciencia, música- son clásicos? ¿Qué es lo que hace que pervivan en el tiempo? El escritor y catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, se lo pregunta en el artículo que reproduzco más adelante ("Guadianas literarios", El País, 03/08/08) intentando explicarse "porqué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros". Y cita como ejemplo la resurrección actual de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, o los "Ensayos", de Montaigne, o el ostracismo, momentáneo, de Marcel Proust o James Joyce. La respuesta que da es que "todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento poseen la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras". Las obras maestras -dice- "son aquellas que siempre están en condiciones de hablar", pero para que se hagan escuchar, "los oídos de una determinada época deben prestar atención".

El escritor argentino Jorge Luis Borges, decía que "un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y una misteriosa lealtad".Y añade, como colofón, que "los clásicos deben ser siempre la base de nuestra cultura a través de los tiempos".

El escritor y controvertido crítico literario Harold Bloom, sin discusión, el más reconocido y prestigioso del mundo, dice en su libro "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, 2005, Madrid) que "leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría"; que "la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento". Y hablando de lo fundamental en un libro, añade: "A lo que leo y enseño,sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría".

No es extraño, pues, que muchos se hayan planteado la existencia de un "Canon" de obras maestras literarias, musicales o artísticas, cuyo conocimiento determine una excelencia educativa y el desarrollo de la alta cultura. Es el llamado "Canon Occidental", que aunque está claro nunca será uniforme, ha llegado -no sin críticas- a un cierto grado de consenso. Por ejemplo, en las listas de los denominados "Harvard Classics", "Great Books", "Greats Books of the Western World", la lista de lecturas del "St. John's College", el "Core Curriculum del Columbia College", o el propio canon elaborado y propuesto por Harold Bloom en "El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas" (Anagrama, 2005, Barcelona).

En el verano de 2003, encontré y leí en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, un precioso librito del periodista y crítico cinematográfico norteamericano, David Denby. Se titula "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, 1997, Madrid), y relata en él su vuelta como alumno a la Universidad de Columbia de Nueva York, para volver a hacer el curso de Historia de la Literatura que había realizado veintitantos años antes en base a las lecturas establecidas como canónicas por la citada universidad (el "Core Curriculum"). Su lectura me produjo un indescriptible placer, al igual que la del citado "¿Dónde se encuentra la sabiduría?", de Bloom. Me hice una lista de algunos de esos libros para leer, o releer, en el siguiente verano: El libro de Job, el Eclesiastés, el Fedón y el Banquete de Platón, el Quijote de Cervantes, Hamlet y El rey Lear, de Shakespeare, los Pensamientos de Pascal, y los Ensayos respectivos de Montaigne y Bacon. Pero como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones... Concluyo este literaria digresión de hoy citando nuevamente a Bloom ("¿Dónde se encuentra...?"): "Sólo Dios es el lector ideal. Leer bien -en palabras de san Agustín- significa absorver la sabiduría de Cristo (.../...) Pensamos porque aprendemos a recordar nuestras lecturas de lo mejor que hay disponible en cada época (.../...) san Agustín fue el primero que nos dijo que el libro podía alimentar el pensamiento, la memoria y su completa interactuación en la vida de la mente. La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de este versión simplificada de la realidad que (.../...




"Guadianas literarios", por Rafael Argullol


Las obras maestras se dirigen no sólo al presente, sino a las épocas futuras. En plena temporada estival de lectura, he aquí un recorrido por algunos textos decisivos, libros de eterno retorno.

A primera vista, puede sorprender la gran cantidad de representaciones clásicas de este verano en toda Europa. Dante ha sido el centro del Festival de Aviñón con escenificaciones del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso en tres lugares distintos. He visto anunciado a Shakespeare por todos lados y yo mismo, en Barcelona, he asistido a dos excelentes Rey Lear casi seguidos. Distintos teatros han acogido una buena porción de las tragedias griegas, empezando por Las troyanas, de Eurípides, representada en Mérida. Sorprendentemente, pues, en apariencia, dado que nuestra época no se distingue por un excesivo refinamiento cultural.

Puede que, en efecto, el fenómeno únicamente forme parte de nuestra necesidad de espectáculos, incluidos algunos de alta cultura. Dejo esto para los sociólogos. A mí me interesa más preguntar por qué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros.

En general, no se trata sólo de criterios de moda o gusto, por lo que acostumbran a escapar a las previsiones y planificaciones. No hay editor o gestor cultural que pueda prever factores que desbordan los estudios de mercado porque discurren por los recovecos de la imaginación de cada época. Hay algo en la atmósfera que exige el retorno de una obra largamente ignorada.

Uno de los mejores ejemplos de esta exigencia es la resurrección vigorosa de una novela como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Cuando era estudiante, leí casi por casualidad este libro, que pocos conocían. Por supuesto, Conrad no era un perfecto desconocido, pero pasaba por ser un autor de culto, un poco al modo de Malcolm Lowry, cuyo Bajo el volcán yo encontraba muy conradiano. En las tres últimas décadas del siglo XX, las ediciones de Joseph Conrad se multiplicaron, a lo que sin duda contribuyó la adaptación cinematográfica de Coppola en Apocalypse Now.

Sin embargo, esta última explicación no es, desde luego, suficiente. Las causas de la influencia de la novela son más complejas y misteriosas. El corazón de las tinieblas apunta en dirección contraria al sentimentalismo y psicologismo predominantes y, no obstante, da en la diana al expresar nuestras ansiedades y nuestros miedos. Aun conectados por meandros enigmáticos, el horror conradiano y el nuestro aparecen superpuestos. Quizá por esto, un texto difícil, duro, sin concesiones, sigue abriéndose camino en medio de los conformismos literarios de este inicio del siglo XXI.

Otro ejemplo espléndido de renacimiento son los Ensayos de Montaigne. Ni que decir tiene que tampoco éste se había esfumado del mapa cultural europeo, pero hasta hace unos meses parecía circunscrito a los círculos académicos y escritores que sentían una particular identificación con el talante de Montaigne, como era el caso de Paul Valéry o, entre nosotros, Josep Pla. Era frecuente que circularan fragmentos de los ensayos montaignianos, aunque no la obra entera, esmeradamente publicada, como ahora no es infrecuente encontrar en editoriales de Europa.

Desde el punto de vista del estilo, o incluso del modo de afrontar las pasiones humanas, nada tienen que ver Montaigne y Conrad, la voluntad trágica de éste y el estoicismo más bien hedonista de aquél. Como escritores, ellos están muy lejos entre sí; no obstante, es nuestra época la que los hermana al requerir, por así decirlo, sus servicios. Hay algo profundamente tranquilizador, gratificante, en la mirada irónica de Montaigne, del mismo modo en que el heroísmo desesperado de Conrad es una medicina catártica. Cada uno a su manera nos habla de nosotros.

Es cierto que esto podría extenderse a todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento, las cuales deben poseer la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras. Pero estas épocas no siempre prestan atención, y éste es el matiz decisivo para establecer los tortuosos cauces de las fortunas artísticas. Las obras maestras son aquellas que siempre están en condiciones de hablar; sin embargo, para que efectivamente se hagan escuchar, los oídos de una determinada época deben prestar atención.

Así se explica el aparente silencio de algunos gigantes y el desigual eco de voces originalmente poderosas. No hay que condenar con juicios frívolos y apresurados el ostracismo actual de ciertos autores, como si su momento perteneciera definitivamente al pasado. Proust o Joyce, referentes imbatibles hace unos lustros, son mucho más nombrados que leídos. Thomas Mann, enterrado por tantos, ha remontado el vuelo. Kafka y Beckett mantienen su papel de intérpretes contemporáneos. Cercanos a los ejemplos de Montaigne y Conrad, aunque respondiendo a otras necesidades nuestras, Dostoievski y Camus se han consolidado como interlocutores irrenunciables.

Un caso particularmente elocuente para los de mi generación es el de Stefan Zweig. Muchos de nosotros estábamos acostumbrados a ver los libros de Zweig en las bibliotecas familiares, pero no se nos ocurría leerlos. En las últimas décadas del siglo XX, El mundo de ayer, la descomposición espiritual de Europa, aparenta estar en condiciones de amparar las dudas y pasiones de nuestro presente. Y otro tanto sucede con autores como Joseph Roth o Arthur Schnitzler.

Los rebrotes literarios, además de hacer justicia a escritores ocultados por la moda o la crítica sectaria, se adecuan a demandas epocales a menudo difíciles de apreciar. De hecho, lo que muchos editores ofrecen como modelos de "rabiosa actualidad" son, con frecuencia, menos aptos para el análisis de la sensibilidad contemporánea que bastantes textos desechados por inactuales.

Cada época necesita de palabras que la empujen a mirarse despiadadamente en el espejo. No importa que estas palabras sean del pasado o del presente. Cada época genera una literatura acomodaticia destinada a proponerle lo que quiere escuchar y otra, intempestiva, que le habla sin servidumbres ni contemplaciones. Por más que se niegue -ocurre también en cada época-, sólo esta última está en condiciones de perdurar más allá de la oferta y de la demanda de su tiempo.

Por eso volvemos continuamente a los que llamamos clásicos: en busca de aquella intempestividad que, al despreciar nuestra apatía y nuestro conformismo, nos ofrezca instantes no de éxito -para eso tenemos el resto del espectáculo de nuestra civilización-, sino de verdad. Para eso, para tener nuestros instantes de verdad, retornamos a Dante, a Shakespeare, a los poetas griegos. Y, desde luego, nunca son completamente arbitrarios estos retornos ni indiferentes a las ansias de cada presente.

Fijémonos en Shakespeare (que tampoco se libró de una época de purgación tras el impacto inicial). Aparte de Hamlet, que, independientemente de las generaciones, tan bien logra encarnar siempre la confusión humana, las otras obras han ido variando según la predilección de los públicos. A veces Macbeth y Julio César han sido los favoritos; otras, Otelo, El mercader de Venecia o La tempestad. En los últimos años, sin embargo, quizá ninguno de los dramas de Shakespeare ha sido tan representado como El rey Lear. No podemos saber la razón por la cual esta obra extremadamente compleja parece adecuada a nuestros escenarios, aunque sí podamos sospechar que tiene que ver con que "los locos guíen a los ciegos".

En cuanto a la tragedia griega, no deja de ser elocuente hasta qué punto hemos tendido a mostrar nuestros conflictos a través de sus argumentos. Edipo, Antígona, La orestíada y Las troyanas son rigurosamente contemporáneas cuando nos enseñan los engranajes del poder, de la libertad, del dolor. Ninguna de esas obras hace concesiones al obligarnos a posar ante el espejo, y gracias a esto sabemos, lo reconozcamos o no, que nos dicen más sobre nuestra actualidad que tantas toneladas de literatura acomodaticia servidas para aplastar al lector. Y, sin embargo, muy pocos editores dejarían de horrorizarse ante la idea de publicar un tipo de obra semejante escrita por un autor de hoy: "¡Qué difícil, Dios mío, y qué poco comercial!". (El País, 03/08/08)





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El profesor y escritor Rafael Argullol