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sábado, 12 de agosto de 2017

[Pensamiento] Ateísmo en el islam





Vuelvo a comentar un nuevo artículo de la profesora Ana Soage, doctora en Estudios Semíticos, profesora en Ciencias Políticas en la Universidad de Suffolk y analista senior en la consultoría estratégica internacional Wikistrat. De ella comenté también hace pocos días otro interesantísimo artículo sobre el feminismo en el mundo islámico. En el artículo de hoy, Ana Soage reseña un reciente libro del profesor canadiense de origen paquistaní, Ali Rizvi, titulado El musulmán ateo. Un viaje de la religión a la Razón (St. Martin’s Press, Nueva York, 2016), que trata del crecimiento del ateísmo en el mundo musulmán de hoy, algo que la profesora Soage no comparte del todo.

El ateísmo crece en las comunidades islámicas o, cuando menos, se hace más visible, comienza diciendo la profesora Soage. En la última década han aparecido organizaciones de exmusulmanes no sólo en países occidentales (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Estados Unidos, Nueva Zelanda), sino también en otros de mayoría musulmana, como Marruecos, Argelia, Pakistán, Irán y Arabia Saudí. Sin embargo, muchos ateos prefieren mantener un perfil bajo para evitar el rechazo de su familia y de la sociedad, la violencia de integristas justicieros y, con frecuencia, la persecución de las autoridades. En efecto, los apóstatas pueden ser condenados a muerte en varios países (Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Sudán), y en casi todos los demás existen leyes que castigan la blasfemia con multas y penas de cárcel. Incluso Estados supuestamente moderados como Marruecos, Egipto e Indonesia encarcelan a los críticos del islam.

Además, los activistas exmusulmanes son acusados de formar parte de una conspiración «cruzado-sionista» para destruir el islam, o denigrados como «tíos Tom» u «Oreos» (marrones por fuera, blancos por dentro). En estas circunstancias, no es sorprendente que muchos de los que se han convertido en personalidades mediáticas −como el egipcio Hamed Abdel Samad, el palestino Waleed al-Husseini, el iraquí Faisal Saeed al-Mutar, o el autor que nos ocupa, Ali Rizvi− vivan en países occidentales. Ni que se sientan atraídos por el controvertido y militante «nuevo ateísmo» de Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett o el ya desaparecido Christopher Hitchens. Su principal arma son los medios sociales, que les han permitido difundir su crítica del islam, crear redes de apoyo para otros apóstatas y organizar campañas de concienciación como #ExMuslimBecause, que se hizo viral tras su lanzamiento en noviembre de 2015: en dos semanas, la etiqueta fue utilizada más de cien mil veces.

Con más de 43.600 seguidores en Twitter, Ali Rizvi es una figura prominente del colectivo exmusulmán. Nacido en el seno de una familia pakistaní de clase media en la década de los setenta, pasó varios años de su infancia en Libia y Arabia Saudí, donde sus padres trabajaban como médicos. Él mismo estudió Medicina en Canadá, su país de adopción, pero en los últimos años se ha orientado hacia la escritura, siendo un colaborador habitual de la edición internacional de The Huffington Post. The Atheist Muslim. A Journey from Religion to Reason (El musulmán ateo. Un viaje de la religión a la razón) es su primer libro, y tiene varias lecturas. En primer lugar, es una narración de la experiencia personal del autor, que pretende ser la voz de quienes no pueden hacerse oír. Es, asimismo, un ataque contra la religión desde la perspectiva del «nuevo ateísmo». Finalmente, es un alegato contra dos posturas dominantes en el debate sobre el islam en Occidente tras el 11-S: la xenófoba y la apologista.

Rizvi repasa los episodios que marcaron su periplo «de la religión al ateísmo». Recuerda una visita a familiares en Londres para despedirse de su prima de tres años, que se moría de leucemia, y su cólera infantil contra ese Dios supuestamente «clemente y misericordioso» por someter a la niña a semejante suplicio. Evoca una inspección de la escuela para hijos de expatriados en que estudiaba en Riad, durante la cual un funcionario advirtió que los copos de nieve de papel que habían hecho los pequeños para las decoraciones de Navidad tenían seis puntas (¡como la estrella de David!) y procedió a cortar una de las puntas de cada uno de ellos. Y señala que sus padres intentaron convencerlo de que los aspectos más inaceptables del islam saudí son costumbres locales, pero no tardó en descubrir que el Corán los sanciona, imponiendo castigos como la decapitación de los infieles (8:12-13) y la amputación de la mano del ladrón (5:38), autorizando la violencia doméstica (4:34), aconsejando evitar la amistad de cristianos y judíos (5:51) y un largo etcétera.

El joven Rivzi decidió que son los musulmanes moderados, y no los extremistas, quienes interpretan la religión de manera selectiva. Observó que, desde la perspectiva extremista, las ambigüedades y contradicciones desaparecen, puesto que el islam predica la solidaridad hacia otros musulmanes y la hostilidad hacia los no musulmanes. Y llegó a la conclusión de que su familia y amigos no son buenas personas debido a su fe, sino a pesar de ella, puesto que en la práctica adaptan los textos sagrados a su sentido moral, y no al revés. Por otra parte, su interés por la ciencia lo llevó a ver en la religión un vestigio del pasado y un obstáculo al progreso. Por fin, abandonó el islam «por honestidad intelectual», y tras el 11-S decidió que denunciarlo se ha convertido en una necesidad apremiante porque, en su opinión, el terrorismo es una consecuencia «inevitable» de seguir sus mandatos.

The Atheist Muslim presenta una crítica acertada, aunque no demasiado original, de la religión en general y del islam en particular, desmintiendo ciertos mitos que difunden los apologistas. Revela, por ejemplo, sus manipulaciones de los textos, como la aleya «Quien matara a una persona es como si hubiese matado a toda la humanidad» (5:32), que se cita a menudo para ilustrar la naturaleza pacífica del islam. La misma aleya puntualiza «a menos que [esa persona] hubiera matado o sembrado la corrupción en la tierra», mientras que la siguiente proclama: «La retribución a quienes hacen la guerra a Dios y a Su enviado y siembran la corrupción en la tierra es que sean muertos, o crucificados, o amputados de manos y pies opuestos, o desterrados del país» (5:33). Rizvi afirma que esta y otras muchas aleyas explican las acciones de los terroristas. Reconoce que la fe no es el único factor que los empuja a la violencia, pero la juzga fundamental.

No obstante, el autor concede que la inmensa mayoría de los musulmanes no practican ni apoyan el terrorismo, y en su día a día consiguen compatibilizar el islam con su realidad cotidiana dondequiera que vivan. Para ello, realizan una lectura selectiva de sus fuentes y justifican sus mandatos más controvertidos como apropiados para una época determinada que ha quedado en el pasado. El proceso es similar al que se produjo dentro del judaísmo y el cristianismo, cuyos textos sagrados no tienen nada que envidiar del Corán en términos de violencia, misoginia e intolerancia. La tendencia global hacia el individualismo, que no excluye al mundo musulmán, convierte la religión en un asunto privado y opcional que muchos retienen como fuente de inspiración o consuelo. ¿Qué inconveniente tiene esta acomodación a nuevas realidades y valores? Rizvi opina que tal «disociación cognitiva» es insostenible, aunque tenga su utilidad porque representa una admisión tácita de que existe un problema con el islam.

En cualquier caso, Rizvi mantiene que la solución de ese problema no es la reforma, que no sería posible debido a los dos dogmas centrales de la religión musulmana: el Corán es considerado divino e infalible, y el profeta Muhammad, el ser humano más perfecto que jamás haya vivido. Para ilustrar este último punto, relata que en Arabia Saudí no puede argumentarse a favor de una edad de consentimiento sexual que proteja a las menores, porque ello implicaría una crítica del profeta, que se casó con Aisha cuando esta tenía seis años y consumó el matrimonio cuando tenía nueve. Olvida mencionar que la mayoría de los países musulmanes han establecido edades de consentimiento sexual comparables a las de los países occidentales1y que, además, no implementan los castigos corporales que ordena el Corán (azotes, amputaciones, crucifixiones, etc.). Eso los hace menos literalistas, pero, ¿son menos musulmanes? ¿Debemos entender el islam como algo rígido e inmutable?

El principal reproche que puede hacerse a The Atheist Muslim es precisamente que reduce la religión musulmana a su versión más literalista, conservadora e intolerante, y pasa a declararla incompatible con los valores del mundo moderno. Aunque no debemos juzgar a Rizvi demasiado duramente: en las últimas décadas se han difundido interpretaciones islamistas y salafistas del islam que Estados como Arabia Saudí o Qatar han visto en su interés promocionar, y que se caracterizan por el literalismo, el conservadurismo y la intolerancia. Pero también han aparecido lecturas alternativas, especialmente entre los musulmanes asentados en Occidente, que no deben responder ante las autoridades religiosas y políticas que dificultan el cambio en países de mayoría musulmana. Así, por ejemplo, utilizan la exégesis para realizar interpretaciones del islam compatibles con la igualdad entre los sexos. Quizás el enfoque de Rizvi nos parezca más honesto, pero, ¿es más productivo? ¿Acaso podemos pretender que todos los musulmanes lo imiten y abandonen su fe?

Rizvi recurre a una metáfora médica para responder a esta cuestión: su objetivo, explica, no es hacer que los fumadores dejen el tabaco, sino prevenir que los jóvenes adquieran el hábito. En otro punto, afirma que el mundo musulmán vive un Siglo de las Luces y compara a aquellos que defienden la libertad de expresión, desafían a las autoridades religiosas y desmontan los dogmas del pasado con los revolucionarios de la Europa del siglo XVIII que se alzaron contra la teocracia, la irracionalidad y la superstición. Y es indudable que está produciéndose un gran cambio debido a la globalización y las nuevas tecnologías, que exponen a los musulmanes a más información y nuevas ideas. Como consecuencia, muchos aspiran a obtener los derechos y las libertades que se disfrutan en los países occidentales y, en ocasiones, adoptan una actitud más crítica hacia la religión. Sin embargo, la experiencia de Occidente muestra que el ateísmo no es un prerrequisito para el cambio social, ni resulta automáticamente del mismo.

En relación con el debate sobre el islam en Occidente, Rizvi rechaza las dos posturas que considera dominantes. La xenofobia de la derecha populista es éticamente repugnante, puesto que culpa a toda una comunidad de los crímenes de una pequeña minoría y amenaza a cualquiera cuyo aspecto físico se asocia con los países musulmanes. En el otro extremo está la postura apologista de ciertos sectores de la izquierda, que se basa en otro populismo: el de atribuir todos los males del mundo al imperialismo occidental y ver a los terroristas musulmanes como víctimas que reaccionan al mismo. La denominada «izquierda regresiva» apoya incluso a grupos o regímenes islamistas que tienen un discurso antioccidental, a pesar de sus posiciones contrarias a valores fundamentales de la izquierda como la libertad de expresión, la libertad de conciencia y la igualdad entre los sexos. Rizvi denuncia, asimismo, a quienes utilizan el término «islamofobia» como arma arrojadiza para acallar cualquier crítica del islam, por legítima que sea, y defiende una postura laica y liberal que permita practicar el islam libremente, pero también atacarlo.

The Atheist Muslim da voz a un colectivo a menudo desconocido, y no es difícil simpatizar con su autor, aplaudir su trayectoria intelectual y creer en sus buenas intenciones, concluye diciendo la profesora Soage. Pese a ello, podemos cuestionar su lectura reduccionista del islam, que no refleja la práctica de la mayoría de los musulmanes, y su insistencia de que la religión musulmana es irreformable. La apertura del mundo musulmán a los debates contemporáneos ha provocado tensiones y conflictos, pero es bastante improbable que se produzca un abandono masivo de la fe. Si la cuestión principal es la promoción de los derechos universales, ¿por qué desdeñar los esfuerzos de quienes los buscan en los textos religiosos, por muy poco convincentes que nos parezcan sus argumentos? Por otro lado, Rizvi señala con acierto que proteger a los musulmanes del racismo no significa que no deban criticarse ciertos aspectos del islam. Y un grupo de lectores, los jóvenes de origen musulmán que se plantean preguntas sobre la religión, encontrarán en la lectura de la obra aliento y guía.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 26 de mayo de 2015

Islam, islamismo y Estado Islámico



Musulmanes en oración



Me resulta incomprensible la indiferencia con la que en Occidente, a pesar del escándalo que producen las imágenes una y otra vez compartidas por los medios de comunicación, se percibe la terrible y bárbara violencia que ejerce el denominado Estado Islámico sobre personas concretas y poblaciones enteras de Oriente Medio y África del Norte. ¿Por qué es un problema "solo" entre musulmanes?  Creo que el asunto merecería ser llevado con urgencia ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y hasta promover una intervención militar de Naciones Unidas que pusiera fin a esta masacre de inocentes. Por menos razones se ha reunido el Consejo otras veces.

Hace unas semanas dediqué en el blog una entrada al tema, génerico, de la violencia, y de que maneras diferentes la percibimos unos y otros según el lado del que nos encontremos. Me costó un buen disgusto en las redes sociales algunas de las fotografías que puse para ilustrar la entrada, tanto, que preferí cambiarlas para no herir las sensibilidades de algunas almas cándidas que prefieren seguir mirando para otro lado con tal de mantener sus conciencias tranquilas.

Me animo hoy a traer el asunto de nuevo a colación aprovechando dos magníficos artículos publicados en Revista de Libros. El primero, titulado "El misterio de Isis", de autor anónimo, que reseña los libros "ISIS. Inside the Army of Terror", de Michael Weiss y Hassan Hassan, y "ISIS. The State of Terror", de Jessica Stern y J.M. Berger, y el segundo, bajo el título de "Islam y política. Verdades y prejuicios", que publica Maribel Fierro, historiadora y profesora de investigación en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas español (CSIC). 

¿Es el Estado Islámico realmente islámico? ¿Es islámica su terrible violencia?, se pregunta la profesora Fierro. En un artículo aparecido en marzo de este año en The Atlantic, firmado por Graeme Wood, -continúa diciendo- se entrevistaba a Bernard Haykel, profesor de la Universidad de Princeton, quien afirmaba que no veía modo de negar el carácter islámico del Estado Islámico ni el hecho de que quienes se adherían a ese proyecto fueran musulmanes. Y esto en un momento en que muchos creyentes en el islam señalaban cómo el Estado Islámico se desviaba de forma sustancial de las normas de su religión. Algunos de entre ellos –y también algunos no creyentes, como el presidente Obama– han llegado a afirmar categóricamente que el Estado Islámico no tiene nada que ver con el islam. Las listas académicas que sirven de lugar de encuentro para conversar y debatir a los investigadores, profesores y otros especialistas dedicados a estudiar el mundo islámico se hicieron eco enseguida de la publicación. Muchos se expresaron críticamente sobre Graeme Wood, rechazando su afirmación de que el Estado Islámico fuese islámico, «muy islámico». Frente a esas críticas, el autor recordó que en su artículo se afirmaba también tajantemente: «Los musulmanes pueden rechazar el Estado Islámico; la mayoría lo hace». Si la mayoría de musulmanes rechazan el Estado Islámico, como es, en efecto, el caso, ¿realmente puede ser éste ser considerado islámico? ¿Quién decide lo que es islámico y lo que no lo es?

Graeme Wood, añade, no elude evocar el contexto específico en el que surge el Estado Islámico: la desintegración de Iraq y la consiguiente penetración de fuerzas yihadistas, la sensación de indefensión de la población sunní frente a las milicias shiíes y al corrupto gobierno de Nuri al-Maliki mientras duró, la intervención de países como Arabia Saudí, exportadores de una visión radicalmente fundamentalista y conservadora del islam y de mucho, muchísimo dinero para apoyar sus intereses económicos y estratégicos a través del adoctrinamiento de esa versión idiosincrática del islam, la wahhabí, que les caracteriza. Estos y otros elementos son cruciales, ya que sin ellos cualquier análisis pecaría de superestructural y esencialista. Pero mientras hay quienes consideran que lo verdaderamente importante es evitar crisis como las que han alimentado peligrosas derivas en el mundo islámico, derivas que tendrían más que ver con el contexto que no con el «texto» (es decir, con los textos fundacionales del islam), hay otros para quienes no puede prescindirse del hecho de que los ideólogos del Estado Islámico conocen muy bien la tradición islámica y a ella se remiten, desarrollando una argumentación en la que no faltan versículos coránicos y dichos del Profeta, como puede comprobarse en los siete números que ha publicado hasta la fecha su revista Dabiq. De ese conocimiento y utilización de la tradición islámica por los ideólogos del Estado Islámico parte Bernard Haykel para afirmar que quienes niegan su carácter islámico lo hacen porque quieren transmitir una visión amable («cotton-candy view») que oculta lo que la religión musulmana requiere desde el punto de vista jurídico y lo que ha requerido a lo largo de la historia, siendo su objetivo, en último término, salvar al «islam», como si éste fuese una realidad concreta y fija. Lo que hay, dice Haykel, son musulmanes que interpretan sus textos –esos textos que todos comparten– de distintas maneras y, por ello, el Estado Islámico participa de la misma legitimidad islámica que se arrogan aquellos que se la deniegan. Cuando los integrantes del Estado Islámico esclavizan, crucifican o cortan cabezas, ¿pueden apoyarse en unos textos religiosos y legales que no se están inventando? No es que la existencia del Estado Islámico implique que los musulmanes, por el hecho de serlo, vayan a cometer necesariamente las mismas atrocidades en las que se han embarcado los dirigentes del Estado Islámico, dirigentes entre los que se cuentan antiguos baazistas, el partido de Saddam Hussein, de tradición secular y nacionalista. El islam no es una religión pacifista en sus textos fundacionales, pero esto no quiere decir que sus seguidores tengan que ser necesariamente violentos: ahí están las condenas y repulsas de las prácticas del Estado Islámico por parte de la mayoría de quienes se declaran creyentes en Dios y en el profeta Muhammad.

Pero, ¿es efectivo -continúa- denunciar al Estado Islámico como no islámico cuando sus ideólogos son capaces de articular una argumentada defensa de lo que hacen a partir –también ellos– de la propia tradición islámica? En el universo mental en que se mueven, los fundadores y seguidores del Estado Islámico no están solos, pues vienen a coincidir en muchas creencias con los musulmanes salafistas. Los salafistas son aquellos musulmanes que no tienen inconveniente alguno en adoptar las novedades técnicas de la modernidad, pero que buscan enraizar sus valores en lo que el Profeta y sus inmediatos seguidores hicieron y dijeron en el Hiyaz del siglo VII de nuestra era. Esos hechos se adoptan como precedentes que deben guiar la vida individual y social en el presente. Los salafistas cubren un vasto espectro, que va desde quienes buscan un perfeccionamiento individual y son quietistas en lo político, hasta los activistas que quieren cambiar la sociedad. Estos últimos, a su vez, se distribuyen a lo largo de un arco también muy amplio: desde los wahhabíes a Boko Haram, desde los Hermanos Musulmanes a al-Qaida (volveremos sobre esta diversidad). Dentro del campo salafista, los ideólogos del Estado Islámico exacerban la tendencia takfirista, es decir, la inclinación a negar la condición de musulmanes a quienes no están de acuerdo con ellos, declarándolos apóstatas y, en cuanto tales, exterminables. 

Es aquí -continúa diciendo la profesora Fierro en el artículo que comentamos- donde radica una de las grandes diferencias entre los ideólogos del Estado Islámico y las autoridades sunníes (los sunníes constituyen la mayoría musulmana y su principal rasgo definitorio es que no son shiíes, es decir, consideran que el carisma profético de Muhammad no legitima a sus descendientes para dirigir a la comunidad de creyentes). Los sunníes han sido históricamente, y siguen siéndolo, muy reacios a privar de la condición de musulmanes a quienes afirman serlo, precisamente porque son muy conscientes de que, una vez desaparecido el Profeta, y con el Corán y el ejemplo de Muhammad como base y punto de referencia, no hay más remedio que recurrir a la labor interpretativa de los especialistas religiosos para entender bien el significado de esos textos y para poder precisar cuál debe ser su aplicación. Y esa labor interpretativa supone inevitablemente la aparición de visiones discrepantes y plurales, razón por la cual los sunníes llegaron a la conclusión de que el camino hacia la salvación, siendo uno solo, estaba formado por varios carriles, todos ellos válidos siempre y cuando se mantuviese el mismo punto de partida, se tuviese la misma meta final y no se sobrepasasen los límites de la calzada.

Entre los críticos del artículo de The Atlantic, dice más tarde Maribel Fierro, se cuentan quienes han basado su argumentación en recordar en qué consisten esos límites, fijados por la tradición legal islámica clásica a partir de un principio rector: el islam es una religión de Escritura, pero no sólo, ya que también lo es de comunidad. Cuando los ideólogos del Estado Islámico se remiten directamente a los textos fundacionales sin tener en cuenta –desdeñándola incluso– la experiencia acumulada de la comunidad a lo largo de la historia, están dejando de proponer un carril válido por donde avanzar en la misma dirección que la mayoría de los musulmanes. En consecuencia –nos dicen quienes critican simultáneamente el artículo de The Atlantic y al Estado Islámico–, constituye un contrasentido definir a éste como «muy islámico». El islam sunní es pluralista, sin duda alguna, lo que no excluye que tenga un «centro de gravedad»  que lo distingue de las demás religiones monoteístas y que le permite establecer internamente lo que es normativo y lo que no lo es, al menos hasta cierto punto. Los ideólogos del Estado Islámico serían musulmanes; pocos de sus críticos les han negado esta condición, puesto que hacerlo supondría incurrir en el mismo error que les achacan: considerar apóstatas a quienes no aceptan sus creencias. Pero son musulmanes fundamentalmente equivocados.

Les invito a continuar la lectura de este interesantísimo artículo académico en el enlace de más arriba. Estoy seguro de que les servirá de ayuda en la comprensión, que no aceptación, de este terrible fenómeno que es el autodenominado Estado Islámico y todas las complejidades que lo acompañan. 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Militantes del "Estado Islámico"




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martes, 13 de enero de 2015

Las lágrimas de Marianne: Atentados islamistas en París




Marianne: Símbolo de la República Francesa




À mes amies, depuis 1963, 
Marie-Claude Bonté et Françoise Selosse,
toujours à mon coeur 

Una semana después de los atentados terroristas en París a los redactores del semanario satírico Charlie Hebdo y un supermercado de comida judía en la Porte de Vincennes, saldados con veinte muertos, tres de ellos policías, e incluidos los tres terroristas abatidos por las fuerzas de seguridad, puede ser ya un buen momento para una recapitulación serena sobre lo sucedido y echar una mirada a lo que se ha dicho en España y algunos otros lugares sobre ello. 

En España los acontecimientos fueron seguidos con expectación, pero la respuesta ciudadana en apoyo de los ciudadanos franceses víctimas del terrorismo islamista no ha sido la que cabía esperar. ¿Por qué? No tiene una explicación racional si nos atenemos al hecho de que precisamente España es el país europeo más castigado por el terrorismo islamista, al menos en el número de víctimas. Resaltaba el hecho el escritor Luis Prados en un artículo en El País titulado "Todos somos Excalibur", en el que señalaba que las pequeñas concentraciones de residentes franceses en nuestro país o de la comunidad musulmana en Madrid o la iniciativa de un grupo de dibujantes en Galicía palidecían de vergüenza en comparación con las multitudes reunidas en Londres, Washington, Berlín y otras capitales. Resulta dramático, concluye su artículo, que parezca que los españoles estimen en tan poco su libertad que den más valor a la vida de un perro (Excalibur, el perro de la enfermera infectada de ébola, sacrificado por orden de las autoridades sanitarias) que a la de diecisiete víctimas del terrorismo. 

También el domingo pasado, en su crónica semanal en El País, la escritora Elvira Lindo escribía un corrosivo artículo titulado "¿Respeto o miedo?", reivindicando el derecho de humoristas y viñetistas a tomarse la religión y el poder a cachondeo sin tener que arriesgar sus vidas e invitándoles a tomar el relevo de los periodistas asesinados en la redacción de Charlie Hebdo sin tener que hacer repaso acerca de las posiblesa las culpas de Occidente, como ha hecho ese impresentable personaje que es el actor español Willy Toledo o el (¿negacionista?, ¿conspiranóico?) profesor estadounidense, Paul Craig Roberts, del que hablo más adelante.

El viernes, 9 de enero, el escritor y periodista canadiense David Brooks, escribía en The New York Times, El País y otros diarios, un clarificador artículo, "Yo no soy Charlie Hebdo", en el que apuntaba que quizá era este un buen momento para adoptar posturas menos hipócritas hacia nuestras propias figuras provocadoras, que concluía con estas palabras: "Las sociedades sanas no silencian el discurso, pero conceden un estatus diferente a los distintos tipos de personas. A los eruditos sabios y considerados se les escucha con gran respeto. A los humoristas se les escucha con un semirrespeto desconcertado, A los racistas y a los antisemitas se los escucha a través de un filtro de oprobio y falta de respeto. La gente que desea ser escuchada con atención tiene que ganárselo mediante su conducta. La masacre de Charlie Hebdo debería ser una oportunidad para poner fin a las normas sobre el discurso. Y debería recordarnos que desde el punto de vista legal tenemos que ser tolerantes con las voces ofensivas, aunque seamos selectivos desde el punto de vista social".

Ese mismo día y de nuevo en El País, el premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa publicaba un artículo con el mismo título que se se había convertido ya en el más fuerte alegato contra los terroristas de París: "Je suis Charlie Hebdo", que comenzaba diciendo: "Creo que lo que ha ocurrido en París en estos días es no sólo un hecho horrible que pone los pelos de punta por su crueldad y salvajismo sino también una escalada en lo que es el terror. Hasta ahora mataban personas, destruían instituciones, pero el asesinato de casi toda la redacción de Charlie Hebdo significa todavía algo más grave: querer que la cultura occidental, cuna de la libertad, de la democracia, de los derechos humanos, renuncie a ejercitar esos valores, que empiece a ejercitar la censura, poner límites a la libertad de expresión, establecer temas prohibidos, es decir, renunciar a uno de los principios más fundamentales de la cultura de la libertad: el derecho de crítica".

Y con la misma fecha la escritora y profesora neerlandesa de la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard, Ayaan Hirsi Ali, escribía para Global Viewpoint un artículo titulado "Cómo responder al atentado de París", que también reproducía El País, en el que decía: "Cuanto más conciliamos y nos autocensuramos más audaz se vuelve el enemigo [...] Después de la horrenda masacre del miércoles en el semanario satírico francés Charlie Hebdo, tal vez Occidente renuncie por fin a la abundante retórica inútil con la que intenta negar la relación entre la violencia y el islam radical. No fue el ataque de un pistolero perturbado que actuaba como un lobo solitario. No fue una agresión “no islámica” perpetrada por un puñado de matones: se pudo oír cómo los criminales gritaban que estaban vengando al profeta Mahoma. Tampoco fue una acción espontánea. Había sido planeada para causar el mayor daño posible durante una reunión del equipo, con armas automáticas y con un plan de huida. Fue diseñada para sembrar el terror, y en ese sentido, ha funcionado".

Un día antes, el profesor y filósofo español Manuel Cruz, en su blog Filósofo de guardia, escribía otro artículo sobre el atentado contra Charlie Hebdo: "Al enemigo ni agua (o los peligros del diálogo)", en el que señalaba: "El prestigio de las ideas, como tantas otras cosas en el mundo actual, es algo extremadamente volátil. La idea de diálogo, por ejemplo, hace tiempo que se encuentra en horas bajas. Son muchos los que, desde posiciones que en principio se diría muy alejadas, coinciden en desdeñarla, cuando no en criticarla abiertamente. En especial por la connotación blanda, humanistoide, buenista que suele ofrecer. Frente a ello, la actitud presuntamente firme, coherente, rotunda, goza de saludable imagen. [...] Quien es de veras radical es el que se atreve a medirse con el otro, lo que no deja de ser una forma de medirse con uno mismo. Dialogar es una forma de beneficiarse de lo mejor del otro, tanto como de enriquecerlo con nuestros aciertos".

Casi voy terminando con este repaso selectivo de los dicho sobre los atentados islamistas de París. El escritor y periodista español Ilya U. Topper escribía desde Estambul para el diario electrónico El Confidencial un durísimo alegato titulado "Respetando a los caníbales: Europa es cómplice del fundamentalismo islámico" en el que decía: "Europa ha fomentado de forma activa y continua, de forma criminal, las corrientes más extremistas del islam, financiadas desde Arabia Saudí, Qatar, Kuwait y sus vecinos gracias a la marea del petróleo [...] La izquierda probablemente desgastará sus últimos cartuchos de tinta en intentar convencerse a sí misma de que el islam de los saudíes es diferente, exótico, intocable, digno de todo respeto como cualquier rito de una lejana tribu caníbal. [...] Europa, sus gobiernos, sus pensadores, sus demagogos, -termina diciendo- son el aliado necesario para los dirigentes de la hegemonía islamista financiada con petrodólares cuyo objetivo es convertirse en dueños absolutos de esa sexta parte del globo habitada por musulmanes, o personas forzadas por ley a considerarse musulmanes. Dueños absolutistas, por encima de las críticas, las parodias, las sátiras y las consideraciones de derechos humanos. Esto nada tiene que ver con una islamización de Occidente. Europa no es víctima. Es cómplice".

Contrapunto a las opiniones anteriormente expresadas, el politólogo estadounidense Paul Craig Roberts, exsubsecretario del Tesoro bajo la presidencia de Ronald Reagan, se sumaba en su blog a la teoría conspiranoica tan del gusto de la televisión de Putin (que no ha desaprovechado la oportunidad de oro que se le ofrecía) atribuyendo la autoría intelectual de los atentados de París a indeterminados servicios secretos occidentales,  No hay prueba alguna de la misma y las evidencias dicen lo contrario, pero ¿qué importan las evidencias cuando contradicen nuestros deseos?

Marianne, la matrona símbolo de la República Francesa llora y honra a las víctimas de los atentados del 7, 8 y 9 de enero. Sus lágrimas nos estremecen, pero ¿y ahora, qué hacer?. Los gobiernos de la Unión Euopea se han apresurado a anunciar medidas de control dentro y sobre las fronteras de la Unión en aras de la seguridad. Al lema de la República: Libertad, Igualdad y Fraternidad ¿pretenderán añadirle un cuarto:  Seguridad? Bien, pero no en detrimento de la Libertad. Decía Thomas Jefferson, padre de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América y tercer presidente del país, que quien sacrifica su libertad a su seguridad acabará más o menos tarde por perder ambas. 

No es casualidad, no puede serlo, que la libertad ocupe el primer lugar del lema del republicanismo, por delante de la igualdad y la fraternidad (solidaridad, diríamos ahora). También aquí podemos aducir la experiencia de la historia: libertad, igualdad y solidaridad están en un mismo plano, sí, pero tenemos que tener claro cual es la prioridad: no hay igualdad que valga sin libertad. Lo contrario es la igualdad del comunismo, de las experiencias totalitarias habidas, y quizá por haber. No hay igualdad posible sin libertad, pero conseguir la igualdad es sencillísmoi, basta con suprimir las libertades... y todos esclavos. Ya lo han intentado varias veces en el pasado siglo, y funcionó. En todo caso, como ha dicho el primer ministro francés, Manuel Valls, no estamos en una guerra de religiones, sino en una guerra contra el terrorismo y el fanatismo.

Al final de su libro "La invención de los Derechos Humanos" (Tusquets, Barcelona, 2009), la historiadora y profesora estadounidense de la Universidad de California en Los Ángeles, Lynn Hunt, dice: "La violencia (¿terrorista?) dista mucho de ser excepcional o reciente; judíos, cristianos y musulmanes llevan mucho tiempo tratando de explicar porqué el Caín bíblico mató a su hermano Abel. A medida que han pasando los años desde las atrocidades nazis, estudios detenidos han mostrado como seres humanos corrientes, sin anormalidades psicológicas ni apasionadas convicciones políticas o religiosas podían ser inducidas en circunstancias apropiadas a cometer con sus propias manos lo que sabían que eran asesinatos en masa. Todos los torturadores de Argelia, Argentina y Abu Ghraib también empezaron siendo soldados corrientes. Los torturadores y los asesinos son como nosotros, y con frecuencia infligen dolor a personas que tienen delante. [...] El marco de los derechos humanos, con sus organismos internacionales, sus tribunales internacionales y sus convenciones internacionales, podría resultar exasperante dada la lentitud conque responde o la repetida incapacidad de alcanzar sus objetivos últimos; sin embargo -añade la profesora Hunt- no disponemos de ninguna estructura mejor para afrontar estos asuntos. Los tribunales y las organizaciones gubernamentales, por muy internacional que sea su ámbito, siempre se verán obstaculizadas por consideraciones geopolíticas. La historia de los derechos humanos demuestra que al final la mejor defensa de los derechos son los sentimientos, las convicciones y las acciones de multitudes de individuos que exigen respuestas acordes con su sentido interno para la indignación". 

Termino. Desde este enlace del diario El País pueden acceder a un listado actualizado día a día y permanentemente de todos los artículos publicados hasta la fecha, y que se vayan publicando en lo sucesivo en el mismo, sobre los atentados de París.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




La portada de hoy de "Charlie Hebdo"




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