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jueves, 19 de noviembre de 2015

[A vuelapluma] ¿La guerra contra ISIS es una guerra justa?




Viñeta de Forges (El País, 18/11/2015)


No hace falta ser un experto en lingüística para percibir las diferencias que median entre pacífico y pacifista. Lo primero es más bien una condición humana; lo segundo una actitud ideológica. Es muy posible que mi siempre genial y admirado Forges tenga toda la razón en su viñeta de hoy y que todas las guerras sean malditas. No lo sé. No es, desde luego, el primero que lo ve así. Erasmo de Rotterdam (1466-1536) escribió un hermoso opúsculo en ese mismo sentido titulado "La guerra es dulce para quienes no la han vivido", (Círculo de Lectores, Barcelona, 1995) cuya lectura les recomiendo encarecidamente. Yo no me considero una persona probelicista y creo, sinceramente, que soy de temperamento natural pacífico. Pero reconozco que no soy pacifista. Tampoco lo es el profesor de la Universidad de Princeton Michael Walzer (1935), autor de un impresionante libro, "Guerras justas e injustas" (Paidós, Barcelona, 2001), que examina y pasa revista pormenorizada desde el punto de vista de la filosofía moral a la mayor parte de los conflictos bélicos del pasado siglo. Como él, pienso que hay razones para asumir que sí, que hay guerras justas y guerras injustas, pero que la mayoría de ellas, por desgracia, son absurdas.

¿La guerra que el Estado Islámico ha declarado a Occidente es justa o injusta? ¿La guerra que Francia, y con ella Occidente, ha declarado al Estado Islámico es justa e injusta? La respuesta, a gusto de cada cual. Pero confieso que a mí personalmente eso de poner la otra mejilla cuando nos golpean no acabo de verlo claro.

Más claro que yo, desde luego, lo tiene el filósofo francés Bernard-Henri Lévy (1948), nacido en Argelia, en el seno de una familia judía sefardí, estudiante en la prestigiosa Escuela Normal Superior parisina donde tuvo como profesores a Jacques Derrida y Louis Althusser y corresponsal de guerra. En 1976 se hizo popular como joven fundador de la corriente de los llamados nuevos filósofos franceses (como André Glucksmann y Alain Finkielkraut), muy críticos con los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68. Se convirtió entonces en un filósofo discutido, acusado de «intelectual mediático» y narcisista por sus detractores, y valorado por su compromiso moral en favor de la libertad de pensamiento por sus defensores. Pues bien, este controvertido filósofo escribía ayer en el diario El País un artículo titulado "Guerra, manual de instrucciones", que no tengo empacho alguno en reconocer que comparto. 

Hay que llamar a las cosas por su nombre, dice en él, y tratar al enemigo como tal. La alternativa está clara: si no hay tropas en su terreno tendremos más sangre en el nuestro. Pues bien, aquí está la guerra. Una guerra de un nuevo tipo. Una guerra con y sin fronteras, con y sin Estado; una guerra doblemente nueva porque mezcla el modelo desterritorializado de Al Qaeda con el viejo paradigma territorial que ha recuperado el Estado Islámico (ISIS). Pero una guerra, en cualquier caso. Y ante esta guerra que no deseaban ni Estados Unidos, ni Egipto, ni Líbano, ni Turquía, ni hoy Francia, solo podemos hacernos una pregunta: ¿qué hacer? Cuando nos cae encima una guerra así, ¿cómo responder y ganar?

Primera ley: llamar a las cosas por su nombre, añade. Al pan, pan, y al vino, vino. Y atrevernos a decir esa palabra terrible, guerra, frente a la que lo deseable, lo propio y, en el fondo, lo noble por parte de las democracias, pero también su debilidad, es rechazarla hasta los límites de su comprensión, de sus referencias imaginarias, simbólicas y reales. Y consentir esa contradicción que es la idea de una república moderna obligada a combatir para salvarse. Y pensarlo aún con más tristeza porque varias de las reglas establecidas por los teóricos de la guerra, de Tucídides a Clausewitz, no parecen servir para ese Estado fantoche que lleva la llama más allá en la medida en que sus frentes están desdibujados y sus combatientes tienen la ventaja estratégica de no establecer diferencias entre lo que nosotros llamamos la vida y ellos llaman la muerte.

Segundo principio, sigue diciendo: el enemigo. Quien dice guerra, dice enemigo. Y a ese enemigo no solo hay que tratarlo como tal, es decir (las enseñanzas de Carl Schmitt), verlo como una figura a la que, según la táctica escogida, se puede engañar, hacer dialogar, golpear sin hablar, en ningún caso tolerar, pero sobre todo (enseñanzas de san Agustín, santo Tomás y todos los teóricos de la guerra justa), darle, también a él, su nombre auténtico y preciso. Ese nombre no es terrorismo. Esos hombres que están en contra del placer de vivir y la libertad propia de las grandes metrópolis, esos bastardos que odian el espíritu de las ciudades tanto —dado que son lo mismo— como el espíritu de las leyes, del Derecho y la dulce autonomía de los individuos liberados de antiguas sumisiones, esos incultos a los que habría que replicar, si no les fueran completamente desconocidas, con las bellas palabras de Victor Hugo cuando gritaba, en plenas matanzas de la Comuna, que atacar París es más que atacar Francia porque es destruir el mundo, merecen el nombre de fascistas. Mejor dicho: fascislamistas, añade.

¿Qué más ventajas tiene dar un nombre a las cosas?, se pregunta más adelante. Poner las cosas en su sitio, responde. Recordar que, con este tipo de adversario, la guerra debe ser sin tregua y sin piedad. Y forzar a cada uno, en todas partes, es decir, tanto en el mundo árabe musulmán como en el resto del planeta, a decir por qué lucha, con quién y contra quién. Eso no significa, añade, por supuesto, que el islam tenga afinidad alguna con el mal, como no la tienen otras formaciones discursivas. Y la urgencia de este combate no debe distraernos de esa otra batalla, también esencial, que es la batalla por el otro islam, por el islam de las luces, el islam en el que se reconocen los herederos de Massud, Izetbegovic, el bangladesí Mujibur Rahman, los nacionalistas kurdos o el sultán de Marruecos que tomó la heroica decisión de salvar, enfrentándose a Vichy, a los judíos de su reino.

Oigo gritar a los biempensantes, dice más adelante, que llamar a quienes son buenos ciudadanos a desvincularse de un crimen que no han cometido es suponerlos cómplices y, por tanto, estigmatizarlos. Pero no. Porque ese “no en nuestro nombre” que esperamos de nuestros conciudadanos musulmanes es el de los israelíes que se desvincularon, hace 15 años, de la política de su Gobierno en Cisjordania. Es el de las masas de estadounidenses que en 2003 protestaron contra la absurda guerra de Irak. Es el grito más reciente de todos los británicos, fieles o simples lectores del Corán, que decidieron proclamar que existe otro islam —manso, misericordioso, apasionado de la tolerancia y la paz— que no es ese en cuyo nombre pudieron apuñalar a un militar en plena calle. Es un grito hermoso. Es un bello gesto. Pero, sobre todo, es el gesto sencillo, de justicia, que consiste en aislar al enemigo, separarlo de su retaguardia y hacer que deje de sentirse como pez en el agua en una comunidad para la que, en realidad, es una vergüenza. 

Pienso, sinceramente, que tiene toda la razón. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




Bernard-Henri Lévy




Entrada núm. 2512
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 22 de diciembre de 2009

"Con la Iglesia hemos topado, Sancho"...



Don Qujote y Sancho (grabado de Gustavo Doré)





Una de las frases más famosas y tópicas de nuestro inmortal paisano es esa de "con la Iglesia hemos topado, Sancho". Y es que tropezar con la Iglesia a principios del siglo XVI era, en España y en Europa, peligroso, muy peligroso... No sólo con la Católica única y verdadera, claro ésta, sino con todas las "iglesias". Algunos ejemplos: el filósofo holandés de origen judeo-portugués Benedicto Spinoza, fue anatemizado por sus propios correligionarios judíos, al igual que el católico Erasmo de Rotterdam lo fue por los suyos, pero ambos tuvieron la fortuna de vivir y escribir en la tolerante Holanda de la época, sino, lo más que probable es que hubieran acabado en la hoguera. Como acabaron en ella Miguel Servet, médico y científico español, quemado por los calvinistas en Ginebra, o Giordano Bruno, filósofo italiano, asado a fuego lento por los católicos en Roma. Y Lutero escapó porque supo buscar y obtener el amparo y protección de los príncipes alemanes...

En España se quemaba o agarrotaba a los herejes y disidentes de la fe católica hasta la Constitución de Cádiz, en 1812. Y en el milenario, nuclear y civilizado Irán o en la petrolífera Arabia Saudita de hoy, se sigue ahorcando o lapidando por motivos religiosos; que se lo pregunten al escritor británico de origen hindú Salman Rusdhie, que vive ocultado y protegido por las policías de Occidente allá donde va; o a los pobres caricaturistas daneses a los que se les ocurrió dibujar unas viñetas sobre el profeta Mahoma... La Iglesia Católica, que rige como monarca absoluto Benedicto XVI, Gran Inquisidor General del inefable y teatral Juan Pablo II, ya no quema a sus disidentes, pero no lo hace porque no puede ni la dejan, no por falta de ganas; que se lo pregunten a Hans Küng, Tamayo, Díez Alegría y buena parte de los teólogos más respetados del mundo...

A las cosas serias, y las religiones lo son, indudablemente, hay que acercarse de vez en cuando con humor. Es lo que ha hecho un libro: "La sonrisa divina", editado por Icaria (Madrid, 2009), con viñetas del gran dibujante humorístico José Luis Martín, y con el patrocinio del Ministerio de Justicia español. Lo contaba con mucho humor, y unos cuantos chistes sobre cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, ateos., y demás etcéteras, sacados del libro, el periodista Juan G. Bedoya en la revista Domingo del pasado día 20. Espero que disfruten de su lectura. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. (HArendt)





Portada de "La Sonrisa Divina"




"HUMOR Y RELIGIÓN. LAS RELIGIONES HACEN GRACIA", por Juan G. Bedoya
DOMINGO - 20-12-2009

Una fundación del Ministerio de Justicia patrocina 'La sonrisa divina', un libro con chistes y viñetas sobre judíos, cristianos, musulmanes, budistas, hinduistas, fe bahá'í y ateos. Estar en gracia, si uno se atiene a la teología tradicional, significa que una persona cuenta con el favor de Dios para salvarse e, incluso, para llegar a santo. Se trata de una gracia muy seria. Su ausencia te puede mandar a los infiernos, esa cosa terrible entre creyentes. Con el tiempo, sin embargo, la palabra gracia ha adquirido prestigio mundano: tener gracia, estar gracioso, ser gracioso. Pese a la general severidad de los eclesiásticos de toda condición, la gracia es hoy sinónimo de alegría, buen humor, diversión y risa. No pocos la identifican, incluso, con la buena salud, en la idea freudiana de que "la tristeza es la muerte". Lo afirmó antes Erasmo en Elogio de la locura.

Otra cosa es reírse de las religiones. ¿Se pueden contar chistes sobre judíos, musulmanes o cristianos, sin ser acusado de blasfemo? Según y cómo. Según y dónde. Los autores de las caricaturas del profeta Mahoma publicadas en un periódico escandinavo corrieron graves riesgos. Hay muchas maneras de ser gracioso, desde la provocación irresponsable al chiste sobre las exageraciones de la religión. También depende de quién sea el contador de los chistes. No es lo mismo reírse de uno mismo a que lo haga el vecino. Cuando la Fundación Pluralismo y Convivencia, del Ministerio de Justicia, y el Centro Unesco de Cataluña acordaron publicar un libro de chistes sobre religiones, la condición que pusieron fue que uno no podía reírse de una tradición que no fuera la propia. El libro se titula La sonrisa divina. Chistes, editado por Icaria con sabrosas viñetas de José Luis Martín, editor de la revista satírica El Jueves.

La idea de publicar estos chistes surgió durante una tertulia en la terraza de un café de la Universidad de Alicante, en el último Parlamento de las Religiones, en mayo de 2007. Se trataba de demostrar que no existe divorcio entre humor y religión. Lo cuenta Francesc Torradeflot, secretario de la asociación Unesco para el Diálogo Interreligioso. "Allí se contaban chistes y todo el mundo reía. Aquel reír juntos ayudó a crear un sorprendente e inesperado clima de fraternidad que de otro modo hubiera sido difícil de conseguir. Nos desafiamos a hacerlo públicamente, en una mesa redonda. Hubo dos sesiones, en Badalona y Barcelona. Estos chistes son una selección realizada por los propios creyentes. No pretenden herir ni molestar a ninguna persona o comunidad, sea creyente o no. La voluntad de no hacer daño a nadie es el principio fundamental".

Que nadie busque chistes crueles en La sonrisa divina. Pero los hay que van a doler fuera del ambiente de camaradería en que se contaron. Como era de esperar, los mejores son los chistes de judíos sobre sí mismos. Un ejemplo:

"Un hijo pregunta a su padre:

-Papá, ¿qué es la ética?

El padre, comerciante, responde:

-Te lo explicaré. La ética es lo siguiente: imagina que viene una clienta a la tienda, me compra unos tejanos que cuestan cincuenta euros, se equivoca, me da un billete de cien y se va. La ética es: ¿se lo cuento a mi socio o no?".

En cambio, los de cristianos son de guante blanco, inocentes gracietas. Una muestra:

"Tres curas conversan sobre los problemas que tienen con los murciélagos en sus iglesias y sobre cómo ahuyentarlos.

El primero dice:

-Y agarré una escopeta y los cosí a tiros, pero lo único que conseguí fue llenar las paredes de agujeros.

El segundo dice:

-Yo puse veneno y se fueron, pero ya han vuelto.

El tercero, sonriendo, dice:

-Yo tengo la solución. Los bauticé, los hice miembros de la Iglesia y les hablé del diezmo. ¡No han vuelto más!".

Algunos chistes exigen cierta cultura religiosa. Quienes hayan estudiado religión con el catecismo del padre Astete, a mediados del siglo pasado -durante el llamado nacionalcatolicismo franquista- conocen qué es el diezmo. ¿Lo saben los chicos que cursan ahora Religión y Moral Católica en la escuela pública? Por si acaso, La sonrisa divina pone una nota a pie de página: "Diezmo. Derecho a una décima parte de la cosecha, u otra fracción variable, que se pagaba a la Iglesia, al rey o a otros señores. Por extensión, cualquier colaboración económica requerida por los eclesiásticos".

La Fundación Pluralismo y Convivencia fue creada por el Gobierno en 2004 para "contribuir a la ejecución de programas y proyectos de carácter cultural, educativo y de integración social de las confesiones minoritarias con notorio arraigo en España", y para fomentar "el pleno ejercicio de la libertad religiosa". Su patronato lo preside el ministro de Justicia.

El actual director de la fundación, José Manuel López, justifica este libro de chistes en la madurez de los españoles, superadas las posiciones clericales o anticlericales del pasado. "La nuestra es una sociedad que ya es capaz de reírse de sí misma y de sus problemas. Reírnos de las diferentes creencias es en el fondo una manera de reconocer que esas creencias forman parte de nosotros", dice. Los fieles de las religiones minoritarias -protestantes, musulmanes, judíos, mormones, budistas, testigos de Jehová, cienciólogos, etcétera- ya suman en España los dos millones y medio de personas.

La sonrisa divina no se olvida de los ateos porque "el desafío de este siglo no será el diálogo entre culturas y religiones, sino el diálogo entre religiosos y no religiosos". Lo sostiene Francesc Torradeflot. "En diferentes iniciativas ya hace unos años que se incluyen las convicciones no religiosas en un marco de igualdad y respeto", añade el directivo de la Unesco.

He aquí un chiste de ateos, además del ya clásico "soy ateo, por la gracia de Dios":

"¿Por qué hay tantos funcionarios ateos? Pues porque consideran que no puede haber otra vida mejor".

La verdad es que los chistes sobre ateos no paran de hablar de Dios.

"Se encuentran dos ateos y uno le dice al otro:

-El otro día estuve en la biblioteca y leí un libro titulado La Biblia.

-¿Ah, sí? ¿Y de qué va?

-Pues mira, trata de un tal Jesús que tenía un amigo llamado Lázaro. Un día, estando de viaje, su colega va y se muere. Así que, cuando Jesús llega al pueblo, su amigo lleva tres días enterrado. Entonces va Jesús, abre el sepulcro, le toma el pulso, le mira la respiración, le hace un masaje cardiaco, prueba un desfibrilador, llama a una ambulancia, lo llevan deprisa a un hospital, le ponen suero y... ¡El amigo resucita!

El otro dice:

-¡Pues no me lo creo!

-¡Caray! Pues mira que si te lo explico como sale en el libro...".

Otro de ateos: "El obispo llama a un cura de pueblo y le regaña:

-Que hagas misa con tejanos en lugar de con sotana..., ¡está bien! Que vayas con camisas hawaianas..., ¡pase! Que te recojas el cabello con una coleta..., ¡no diré nada! Que lleves un pendiente..., ¡lo soportaré! Lo del tatuaje en el brazo..., ¡me lo trago! Que lleves un piercing en el ombligo..., ¡cerraré los ojos! ¡Pero esto otro no lo pienso tolerar. No estoy dispuesto a que durante la Semana Santa te vayas de vacaciones y cuelgues un cartel en la parroquia que diga: 'Cerrado por defunción del hijo del jefe". ¡Eso sí que no lo acepto!".

Hablando de Semana Santa, hay este otro chiste sobre un padre y el hijo de siete años que salen del oficio de Viernes Santo. En el libro lo cuenta un cristiano, pero podría ser de un ateo.

"El hijo pregunta al padre.

-Papá, Jesús es bueno, ¿verdad?

-Sí, hijo, sí.

- Papá, Jesús es muy generoso con nosotros, ¿verdad?

-Por supuesto que sí, hijo.

-Pero, papá. ¿Jesús es bobo y desmemoriado, o qué?

-¿Pero por qué dices eso ahora, hijo?

-¡Hombre, esto de la cruz! ¡Ya lo habían crucificado el año pasado!".

Pese a la proverbial seriedad de los clérigos, también en la Biblia hay humor. Ocurre, por ejemplo, cuando Dios anuncia a Abraham que su mujer Sara le va a dar un hijo. Sara escucha detrás de la puerta y se echa a reír. Ya ha cumplido los 90. Nace el niño y lo llamarán Isaac, en hebreo itzjak, del verbo tzjok, que quiere decir reír. Pero no busquen aquí chistes, tan frecuentes en la calle, sobre "más abajo de la región abdominal", por citar de nuevo a Erasmo.

Los hay, en cambio, políticos de guante blanco. Por ejemplo, una señora de muy buena fe que lee el periódico:

"-¡Este conflicto en Palestina! ¡Estos judíos y estos musulmanes...! ¿Por qué no solucionan sus cosas como buenos cristianos?".

En fin, un chiste de musulmanes:

"Un día el mulá Nasreddin salió de paseo con su asno, por el que sentía gran afecto. Tras pararse a descansar, se quedó dormido. Cuando despertó, vio que su asno había desaparecido, pero en lugar de buscarlo volvió a la ciudad gritando con euforia.

-Al-lâhu Akbar, Al-lâhu Akbar. ¡Alabado sea Dios, alabado sea Dios!

La gente se le acercó, extrañada.

-¿Qué te ocurre, Nasreddin? ¿Por qué estás tan contento?

-¡Porque mi asno se ha perdido!

-Pero, hombre... si tú aprecias mucho a tu asno. Deberías estar triste.

Y Naresddin contestó:

-No entendéis nada, ignorantes. Doy gracias a Dios porque mi asno se ha perdido mientras yo no estaba encima de él".

Después de resucitados, ¿se nos permitirá beber y comer?

"Preguntan a un monje zen:

-Maestro, usted que es sabio, dígame, ¿qué hay después de la muerte?

-No lo sé, responde el sabio.

-Anda, creíamos que usted era un sabio.

-Sabio puede que sí, pero muerto no".

Es uno de los chistes budistas en La sonrisa divina. El monje era un tipo prudente, no como los teólogos que "se pasan la vida encerrados entre libros intentando dar respuestas a preguntas que nadie se hace". La definición, del arzobispo anglicano William Temple, la recuerda el teólogo Juan José Tamayo. Él mismo ofrece en el libro una mejor. La escuchó a un argentino en un congreso sobre la Teología de la Liberación. "¿Sabes lo que es un filósofo? Es una persona que se pasa la vida encerrada en una habitación oscura intentando encontrar un gato negro con ojos negros. ¿Y un teólogo? Una persona que se pasa la vida encerrada en una habitación oscura intentando encontrar un gato negro con ojos negros donde no hay ningún gato". Sostiene José María Diez-Alegría que "debemos fiarnos de Dios y empezar por reírnos de nosotros mismos". Lo escribió en Teología en broma y en serio y le costó en 1975 la execración del Vaticano, donde, ya en tiempo de Erasmo, "las sinuosidades del Laberinto son cosa de juego junto a los rodeos de los teologuchos tomistas o albertistas". Un ejemplo: "Después de resucitados, ¿se nos permitirá beber y comer?".

A José Luis Martín, editor del semanario satírico El Jueves, la idea de compartir en La divina sonrisa el humor hecho por diferentes religiones le pareció revolucionaria. Creció en un mundo "en el que sólo había una religión y las demás eran todas malísimas". Autor de la serie ¡Dios mío!, avala la teoría freudiana de que "hacemos humor sobre lo que nos atemoriza". Ha tenido varios juicios por injurias a lo católico. En sus historietas, Dios es redondito, con las barbas blancas. Pero un día le puso unas medallas y se lo llevó a presidir "un desfile conmemorativo de la victoria y en pequeñito sobre Lucifer". El fiscal le acusó de "dibujar a alguien superior a Dios, puesto que alguien le ponía medallas". "Hostia, no se me había ocurrido nunca", musitó Martín, atónito. Casi lo encarcelan.





Viñeta de Forges





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Entrada núm. 1265 -
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