Mostrando entradas con la etiqueta D.Trump. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta D.Trump. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de junio de 2017

[A vuelapluma] El hundimiento del Estado





Me resulta imposible de aceptar que alguno de los amables lectores de Desde el trópico de Cáncer desconozca a esta alturas quien es Paul Krugman (1953), economista, ilustrado polemista, profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, profesor centenario en Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, académico distinguido de la unidad de estudios de ingresos Luxembourg en el Centro de Graduados de CUNY, y columnista op-ed del periódico New York Times.  Fuerte crítico de la doctrina neoliberal y del monetarismo, fue en su momento un feroz opositor de las políticas económicas de la administración del presidente Bush. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004 y el Premio Nobel de Economía en 2008 por sus contribuciones a la Nueva Teoría del Comercio y la Nueva Geografía Económica. Según el Comité que otorga el galardón, el premio fue entregado por el trabajo en donde Krugman explica los patrones del comercio internacional y la concentración geográfica de la riqueza, mediante el examen de los efectos de las economías de escala y de preferencias de los consumidores de bienes y servicios diversos.

Hace unas semanas escribía en El País sobre el hundimiento del EstadoTras la sorpresa de la victoria electoral de Donald Trump, comienza diciendo, mucha gente de derechas e incluso de centro intentó razonar que realmente no sería tan malo. Cada vez que mostraba un ápice de autocontrol —aunque no equivaliese a más que leer su guion sin improvisaciones o dejar el Twitter un día o dos— los analistas se apresuraban a declarar que sencillamente se había “hecho presidente”.

¿Pero podemos admitir ahora que verdaderamente es tan malo como habían predicho sus críticos más duros, o incluso peor?, se pregunta. Y no es solo su desprecio por el Estado de Derecho, que tan claramente puso de manifiesto la declaración de James Comey: como dice el jurista Jeffrey Toobin, si eso no es obstrucción a la justicia ¿qué es? También está el hecho de que la personalidad de Trump, su combinación de revanchismo mezquino y descarada indolencia, lo hace inepto para el cargo. Y eso es un enorme problema. Piensen por un minuto cuánto daño ha hecho este hombre en múltiples frentes en solo cinco meses.

Fijémonos en la sanidad, señala Krugman. Todavía no está claro que los republicanos puedan aprobar un sustituto para el Obamacare (aunque sí está claro que, si lo logran, les quitará la cobertura a decenas de millones de ciudadanos). Pero ocurra lo que ocurra en el frente legislativo, hay grandes problemas en ciernes en los mercados de los seguros en este preciso momento: empresas que se retiran, dejando sin servicio algunas partes del país, o que piden enormes aumentos de primas.

¿Por qué?, comenta. No es, digan lo que digan los republicanos, porque el Obamacare sea un sistema inoperativo; los mercados de los seguros estaban estabilizándose claramente el pasado otoño. El problema, más bien, como las propias aseguradoras han explicado, es la incertidumbre creada por Trump y compañía, en especial el hecho de no aclarar si se mantendrán subvenciones cruciales. En Carolina del Norte, por ejemplo, Blue Cross Blue Shield ha solicitado un aumento del 23% en las primas, pero declarando que habría pedido solo un 9% si estuviese seguro de que se mantendrían las subvenciones para compartir gastos.

¿Y por qué no ha recibido esa garantía? ¿Porque Trump cree sus propias afirmaciones de que puede hacer que el Obamacare se hunda, y después conseguir que los votantes culpen a los demócratas? ¿O porque está demasiado ocupado escribiendo tuits coléricos y jugando al golf como para ocuparse del tema? Es difícil saberlo, responde, pero en cualquier caso, no es manera de hacer política.

O pensemos en la increíble decisión de ponerse del lado de Arabia Saudí en su conflicto con Qatar, un pequeño país que alberga una enorme base militar de Estados Unidos, dice más adelante. En esta disputa no hay buenos, pero sí todas las razones para que Estados Unidos se mantenga al margen. Entonces, ¿qué pretendía Trump? No existe, ni por asomo, una visión estratégica; algunas fuentes insinúan que a lo mejor ni siquiera conocía la existencia de la gran base estadounidense en Qatar y la función crucial que desempeña.

La explicación más probable de sus actos, que han provocado una crisis en la región (y empujado a Qatar a los brazos de Irán), ironiza Krugman, es que los saudíes lo adularon —el Ritz-Carlton proyectó una imagen de cinco pisos de su rostro en uno de los laterales de su propiedad en Riad— y que sus cabilderos gastaron grandes sumas en el hotel Trump International de Washington.

Normalmente, pensaríamos que es ridículo insinuar que un presidente estadounidense pueda desconocer hasta ese punto las cuestiones cruciales y que se le pueda llevar a adoptar medidas de política exterior tan peligrosas con unos incentivos tan ramplones, dice más adelante. ¿Pero podemos creerlo de un hombre incapaz de aceptar la verdad acerca del número de asistentes a su toma de posesión y que se jacta de su victoria electoral en las circunstancias más inadecuadas? Sí.

Y pensemos en su negativa a respaldar el principio central de la OTAN, la obligación de defender a los aliados, una negativa que provocó indignación y sorpresa en su propio equipo de política exterior, comenta poco después. ¿A qué vino eso? Nadie lo sabe, pero vale la pena considerar que, por lo visto, Trump abroncó a los líderes de la Comunidad Europea por la dificultad de construir campos de golf en sus países. De modo que tal vez fuese pura petulancia.

La cuestión, insiste, es que todo indica que Trump ni está a la altura del cargo de presidente ni está dispuesto a hacerse a un lado para dejar que otros hagan bien el trabajo. Y esto ya está empezando a tener consecuencias reales, desde una mala cobertura sanitaria hasta la destrucción de alianzas o la pérdida de credibilidad en el escenario mundial.

Pero, dirán ustedes, afirma, la Bolsa sube, de modo que no puede ir tan mal la cosa. Y es cierto que si bien Wall Street ha perdido parte de su entusiasmo inicial por la trumponomía —el dólar ha vuelto a bajar a niveles preelectorales— inversores y empresarios no parecen estar computando el riesgo de una política verdaderamente desastrosa. Sin embargo, ese riesgo es completamente real, y sospecho que las grandes fortunas, que tienden a equiparar riqueza y virtud, serán las últimas en caer en la cuenta de lo grande que es realmente el riesgo. La presidencia estadounidense es, en muchos aspectos, una especie de monarquía electa, en la que un dirigente temperamental e intelectualmente inepto puede hacer un daño inmenso.

Eso es lo que está ocurriendo ahora, concluye diciendo. Y apenas ha transcurrido la décima parte del primer mandato de Trump. Lo peor, casi con toda seguridad, está por venir.




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt





Entrada núm. 3591
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 13 de octubre de 2016

[A vuelapluma] Trump en la red





El título de esta entrada de hoy no constituye una metáfora, ni una alegoría, ni un deseo subliminal por parte del autor del blog de que el señor Trump, al que detesta cordialmente, se siga enredado en sus propias contradicciones y se pegue una buena hostia en las elecciones del mes próximo, aunque todo hay que decirlo, confío para que ello ocurra tanto o más en el enrevesado sistema electoral estadounidense como en el innato sentido de la libertad de sus conciudadanos.

¿Debemos descuartizar a Trump?, se pregunta el profesor de la Universidad de Oxford Timothy Garton Ash en El País. Para Trump, el engaño es una segunda piel”, señala al comienzo de su artículo. Es lo que me decía -señala- el otro día en Chicago, Nathan, propietario de una pequeña empresa. Yo no habría podido decirlo mejor. Según un análisis reciente, Donald Trump dice una mentira o algo que no es cierto aproximadamente cada cinco minutos. Los medios de comunicación estadounidenses mantienen un gran debate a propósito de cómo informar sobre este demagogo narcisista, fanfarrón, mentiroso, ignorante y peligroso. Pero los medios son parte del problema.

Todos parecen estar de acuerdo, sigue diciendo, en que los presentadores de televisión deben pedirle cuentas cada vez que mete la pata, como hizo Leslie Holt en el primer debate, y no mantener un falso equilibrio entre dos candidatos de calidad y seriedad muy diferentes, lo que la analista Brooke Gladstone llama el prejuicio de la equidad. “Ah, sí, profesor Smith, gracias por defender que la Tierra es redonda, y ahora voy a dar el mismo tiempo y respeto a Mr. Jones, que asegura que la Tierra es plana”. Un ejemplo reciente del prejuicio de la equidad es la cobertura que hizo la tímida e intimidada BBC de la campaña del Brexit.

Es interesante que incluso The New York Times, añade, haya abandonado su habitual imparcialidad y discreción. No sólo porque casi cada día publica dos o tres artículos que atacan a Trump, sino porque sus informaciones, además de incluir excelentes reportajes de investigación sobre Trump como hombre de negocios, farsante y racista, deslizan expresiones, adjetivos y adverbios peyorativos que la vieja dama de gris, antiguamente, no habría aprobado.

Entiendo a la perfección por qué el Times ha dejado su práctica habitual, comenta el profesor Garton. Como decía en un editorial, Trump es “el peor candidato propuesto por un gran partido en la historia moderna de Estados Unidos”. Es un peligro para la paz civil y el prestigio de su país en el mundo. Un amigo italiano lo compara con la reacción de La Repubblica ante el ascenso de Silvio Berlusconi.

Por desgracia, añade, la decisión de tomar partido puede reforzar una tendencia estructural que está corroyendo la democracia norteamericana. Estados Unidos ha defendido siempre la libertad de expresión y la prensa libre con el argumento —mencionado expresamente en la Primera Enmienda de la Constitución— de que es necesaria para el autogobierno democrático. Los ciudadanos, como hacían los antiguos atenienses cuando se reunían a los pies de la Acrópolis, deben poder oír todos los argumentos y pruebas para tomar una decisión informada y, por tanto, poder decir legítimamente que se autogobiernan.

Sin embargo, nos dice, el primer debate televisado entre los dos candidatos no fue más que un breve instante de experiencia común en la plaza pública. El resto del tiempo, los votantes están en su cámara de eco, oyendo opiniones que consolidan las suyas. Este efecto de cámara de eco se vio primero en Internet, con la burbuja informativa y el filtro burbuja, pero se ha convertido en un elemento fundamental de todo el panorama mediático, no solo en la Red y no solo en Estados Unidos. Existe una profusión descontrolada de fuentes de noticias y opiniones, con la correspondiente fragmentación. Los votantes de Trump se alimentan de Fox News, los programas de radio de derechas, sitios de Internet como Breitbart (cuyo jefe supremo es asesor de Trump); los votantes de Clinton, de MSNBC, NPR, PBS, sitios de Internet como Slate o el HuffPost, gente de su misma opinión en las redes sociales... y ahora el periódico anti-Trump, The New York Times.

Como Internet ha destruido, señala más adelante, el modelo de negocio tradicional de la prensa y, al mismo tiempo, permite una enorme abundancia de fuentes, todos compiten ferozmente por quedarse con las visitas y los clics en este terreno abarrotado día y noche: como si fuera el parqué de una Bolsa o la calle de un mercado en India. Hay que gritar. Cuanta más sangre y más rugidos, mejor. A las informaciones y los análisis matizados, equilibrados y basados en pruebas les cuesta hacerse oír. Las posibilidades tecnológicas, los imperativos comerciales y los cambios culturales se unen para convertir la democracia deliberativa en infotainment, en espectáculo.

La realidad televisiva vence a la auténtica, sigue diciendo. Trump, hombre de negocios y antigua estrella de un reality show, es al tiempo creador y producto de este nuevo mundo. En esta realidad alternativa, los hechos, las pruebas y las opiniones de expertos dejan paso a los mitos, las exageraciones, las mentiras y las simplificaciones (el “hagamos que América vuelva a ser grande” de Trump, el “recuperemos el control” del Brexit). Los historiadores de la propaganda saben que las mentiras se imponen por mera repetición, a base de atontar la mente hasta expulsar la verdad. Las cámaras de eco constantes de los medios sectarios y las redes sociales que refuerzan los prejuicios causan un efecto similar.

Una vez tuve la divertida experiencia de tener que defender un libro mío, Los hechos son subversivos, nos dice, en el programa satírico Colbert Report. “¡Qué dice —exclamó Stephen Colbert—, yo no quiero que los hechos me subviertan y me hagan sentirme incómodo, quiero cosas que me hagan sentirme bien!”. Colbert fue quien inventó el término truthiness para indicar esa cómoda verdad alternativa, la que nos gustaría que fuera. Pues bien, la realidad ha superado a su humor satírico. Trump es el maestro de la verdad alternativa. Aunque ya ha dejado de hablar de la partida de nacimiento de Obama, uno de sus comentarios después de que Obama la hiciera pública es un buen ejemplo: “Mucha gente tiene la sensación de que no era un certificado propiamente dicho”. Y yo tengo la sensación de que la Tierra es plana.

En el primer debate, añade poco después, Clinton soltó una frase muy ensayada: “Donald, sé que vives en tu propia realidad”. Y él replicó con otra frase menos practicada, más graciosa y muy reveladora: “Creo que el mejor miembro de su campaña son los grandes medios de comunicación”. Unas palabras propias de la retórica populista en todo el mundo, desde Estados Unidos a Francia y desde Polonia a India, con las que señala que sus partidarios son un grupo asediado por las poderosas élites liberales y que son la única “gente real” (una expresión que utiliza mucho Nigel Farage).

La distorsión, concluye diciendo, está más agudizada en la derecha populista, pero la polarización tendenciosa, los gritos simplistas y las cámaras de eco son un problema en todas partes. Estados Unidos tiene medios de comunicación libres, variados y sin censura, pero que cada vez tienen menos sitio en la plaza pública común. Existe allí un noble lema que nos invita a creer en el “mercado de las ideas”. Lo que estamos presenciando en estas elecciones es el fracaso del mercado de las ideas.

Ariel Dorfman, famoso escritor chileno que reside en Estados Unidos, relataba hace unos días también en El País una anécdota que le ocurrió hace unos años a su madre con las autoridades de inmigración en una de sus visitas a los Estados Unidos que, nos cuenta, podría repetirse -hasta convertirse en una pesadilla- con infinidad de visitantes no estadounidenses, si Trump lograra la victoria en las presidenciales de noviembre. Se titula Mi madre y las cerradas fronteras de Trump, y está escrito con la suficiente ironía como para no resultar ofensivo. 

Donald Trump, nos dice Dorfman, reaccionando antes los recientas ataques de terror, ha llamado al gobierno y la policía a que luchen – al mejor estilo Macartista- contra “el cáncer interno.” Y enseguida exclamó: “Me es incomprensible cómo pudieron haber ingresado a este país.” Evidentemente piensa que éstos y miles de otros criminales parecidos no fueron sometidos al escrutinio drástico (extreme vetting) que propuso como indispensable para bloquear en la frontera estadounidense a terroristas islámicos o propugnadores de la ley de la Sharia. Es dudoso que tales intentos de impedir el acceso de semejantes visitantes a suelo norteamericano tengan éxito alguno.

Hace mucho tiempo atrás, nos cuenta, mi madre, Fanny Zelicovich de Dorfman, que falleció hace mas de veinte aňos, tuvo que enfrentarse a un sistema de interrogación similar al que el candidato republicano patrocina. Su experiencia podría ayudarnos a esclarecer los inconvenientes y trampas que tales exámenes conllevan. Aunque Fanny solía contar de una manera graciosa su detención por oficiales de migración norteamericana, no hubo, desde luego, mucho de qué solazarse cuando ocurrió aquel episodio.

Mi hermana y yo nos enteramos de la desventura de nuestra madre el último día de estadía en un campamento de verano en Massachusetts (fue a fines de julio o tal vez de agosto de 1953), cuando no aparecieron nuestros padres para rescatarnos. Mi papá les había pedido a unos amigos de Boston que se encargaran de nosotros mientras él intentaba extraer a mamá del berenjenal en que se había metido.

El problema se produjo porque mi madre, habiendo acompañado a su marido en un viaje a Europa, decidió no volar con él de vuelta a Estados Unidos, sino hacer la travesía en un lento transatlántico para llegar a Nueva York donde, gracias a que mi padre argentino era un alto oficial de las Naciones Unidas, residíamos hacía nueve aňos, con visa diplomática. Lo que significó que mi madre estaba sola cuando tuvo su encontronazo con los agentes de migración.

Empezaron, dice, por dirigirle una serie de preguntas habituales: su nombre (¿Usa usted ahora o ha usado antes algún apellido diferente del actual?), su dirección, su estatus de residente y, entonces, envalentonados quizás por La Ley McCarran que había sido promulgada el aňo anterior pese al veto del Presidente Truman, decidieron sondear otros aspectos de su identidad.

Are you now or have you ever been a member of the Communist Party? (¿Es usted ahora o ha sido alguna vez miembro del Partido Comunista?). Fue fácil para mamá responder. Rara vez osaba estar en desacuerdo con mi papá sobre lo que fuere, pero respecto al comunismo había disentido de sus fervientes simpatías bolcheviques, aunque siempre lo manifestaba en forma dulce, y con humor. A la hora de la cena anunciaba, con un destello travieso en los ojos, que había fundado una organización, el PCLRCLV (el Partido Comunista Levemente Reformado para Conservar La Vida), del cual ella era presidente, secretaria, tesorera y único adherente. De manera que pudo responder, con toda veracidad, que no, no era ni ahora ni nunca había sido miembro del grupo totalitario que los funcionarios de migración querían extirpar de América.

-¿Aboga por derrocar al gobierno de los Estados Unidos mediante el uso de la fuerza o la subversión?, le preguntaron. 

La pregunta era ridícula, nos dice, pero mi madre prefirió morderse la lengua. No le dijo que amaba muchas cosas del país (adoraba a Roosevelt), hasta el punto de que había contemplado hacerse ciudadana, pero la caza de brujas contra los Rojos, las investigaciones del Congreso en torno a actividades tildadas de antiamericanas, la cruzada de Joseph McCarthy en pos de la pureza ideológica, y la persecución de su propio marido e incontables amigos, le había tornado desagradable e irreconocible esta América de Lincoln. En efecto, ya estábamos planeando mudarnos a Chile. ¿Qué se ganaba con discutir tales asuntos con gente como aquella?

-No – dijo. -Claro que no.

Y finalmente la interpelaron con algo de veras sorpresivo:

-¿Tiene usted la intención de asesinar al Presidente de los Estados Unidos?

Mi madre no se pudo contener. Se río de una pregunta tan absurda, su única intención era bajarse del barco y reunirse con su esposo para que partieran al Norte a buscar a sus dos hijos. Pensó que una broma podría alivianar el proceso.

-Si yo fuera a asesinar al Presidente, ¿usted cree que se los diría?

Confiada de que su encanto pródigo le permitiría sortear siempre cualquier contrariedad, prosigue Dorfman su relato, se asombró de que inmediatamente le bloquearan el ingreso a los Estados Unidos y la mandaran a Ellis Island para que se investigaran a fondo sus actividades díscolas y posiblemente letales. A sus protestas de que se trataba tan solo de un chiste se le replicó: "Estas cosas no son como para reírse, señora Dorfman".

Las leyendas de la familia, sigue diciendo, y la inclinación narrativa irreprimible de mi mamá para exagerar en forma épica toda aventura sostienen que ella estuvo detenida durante tres días en esa isla frente a Manhattan donde durante décadas millones de inmigrantes habían sido depurados y registrados antes de entrar los Estados Unidos, pero pienso que su odisea probablemente no duró más que una larga noche. Lo que sí es cierto es que el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, tuvo que intervenir personalmente para convencer a los comisarios que la dicha Fanny Zelicovich de Dorfman no constituía amenaza alguna para la seguridad o el bienestar de la nación ni tampoco atentaría contra la salud o la vida de su Presidente.

Sesenta y tres aňos más tarde, concluye Dorfman su artículo, en medio de una era dominada por el miedo a lo foráneo y diferente – musulmanes en vez de Rojos como el enemigo, la ley Sharia en vez del marxismo doctrinario como filtro y enfoque -, el encuentro de mi madre con aquellos inquisidores y sus pesquisas, ofrece evidencia anecdótica de cómo el tipo de escrutinio drástico propuesto por Donald Trump, además de violar la constitución norteamericana, terminaría por apresar en la frontera a gente inocente como Fanny Zelicovich mientras criminales experimentados pasarían la prueba sin mayores dificultades. Aquellos que están verdaderamente decididos a causar devastación ocultarán sin duda sus propósitos (¿o no han recibido acaso un entrenamiento intensivo?), y aquellos que son tan ingenuos como para llevar a cabo una broma acerca de la paranoia vigente serán entregados a las manos ineficientes de la Homeland Security. Y eso, en efecto, es demasiado serio como para reírse.



Caricatura publicada en El Imparcial, México




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 2958
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 29 de septiembre de 2016

[Política] Trump contra Clinton: Primer "round"





La diferencia fundamental entre unas elecciones presidenciales en Estados Unidos y España, aparte del sistema electoral: en el primero presidencialista, en el segundo parlamentario, es que en Estados Unidos cualquier gilipollas con dinero puede aspirar a ser presidente. En España basta con  ser gilipollas.

Marc Bassets, corresponsal de El País en el gran país norteamericano relata con detalle como ha sido la primera confrontación electoral directa entre los dos candidatos del partido republicano y el demócrata. Por supuesto que hay más candidatos de otros partidos que aspiran a la presidencia, pero a efectos prácticos sus posibilidades sus nulas, así que basta con centrarse en los dos citados.

Hillary Clinton, dice Bassets, resistió este lunes los ataques de Donald Trump en un debate en el que ambos candidatos chocaron por sus visiones opuestas sobre la economía, la discriminación racial y la credibilidad de ambos para liderar la primera potencia mundial. En medio de una expectación mundial, ninguno cometió errores de bulto que puedan desequilibrar una campaña igualada. No hubo ninguna salida de tono mayúscula de Trump, que hizo un esfuerzo por contenerse. Pero Clinton logró ponerle a la defensiva al cuestionar sus credenciales como empresario, acusarle de racismo y poner en duda su temperamento para ser comandante en jefe.

Para Clinton, continúa diciendo, debatir cara a cara con Trump, era arriesgado. Trump, además de magnate inmobiliario, es una estrella de la telerrealidad y se siente cómodo en el pressing catch televisivo. Para Trump, un candidato con una tendencia acusada a la improvisación, enfrentarse por primera vez con una política experimentada como Clinton, y verse confrontado con sus propias mentiras y exageraciones, también entrañaba un riesgo. El duelo de la Universidad de Hofstra, en Nueva York, terminó con más satisfacción en el campo demócrata que en el republicano, pero probablemente no suponga un vuelco. Quedan 42 días de campaña y dos debates más.

Cada uno expuso sus credenciales, sin salirse del guión, añade Bassets. Clinton, como una candidata con un dominio detallado de los temas, sin perder los nervios, sonriente durante buena parte de los noventa minutos que duró el duelo, y haciendo gala de su larga experiencia política. Trump, poco preocupado por los detalles, y con mensajes sencillos sobre el libre comercio, el crimen o la política exterior que llegan a su electorado, formado en gran parte por hombres blancos de clase trabajadora. Clinton buscó el cuerpo a cuerpo, en un intento constante de provocar uno de los exabruptos de Trump. Entre el moderador, Lester Holt, y la propia Clinton, dejaron en evidencia sus mentiras. Por ejemplo, su afirmación de que se opuso a la Guerra de Irak en 2003, desmentida por declaraciones públicas del magnate en aquella época.

"No tiene la imagen [de presidenta]. No tiene aguante", atacó Trump. Y así sembraba de nuevo dudas sobre el estado de salud de Clinton, a lo que esta respondió recordando que, como secretaria de Estado, había viajado a 112 países y negociado acuerdos internacionales. "Que él me hable de aguante...", añadió.

“Ella tiene experiencia, pero es una mala experiencia”, dijo Trump, cuya currículum diplomático es inexistente.

“[El de Trump] no es el temperamento adecuado para ser comandante en jefe”, dijo Clinton tras contrastar sus esfuerzos para alcanzar un acuerdo diplomático con Irán con las bravatas de Trump ante los iraníes.

Cuando Trump echó en cara a Clinton que despareciese de la campaña durante unos días, Clinton respondió: "Creo que Donald acaba de criticarme por preparar este debate. Y sí, lo preparé. ¿Y sabe para qué más me preparé? Me preparé para ser presidenta." Era una manera de decir que su rival carece de la preparación para ocupar el Despacho Oval.

Ella le llamaba a él Donald. Él alternó entre “secretaria Clinton” y “Hillary”. Él aparecía crispado y serio; ella, con una sonrisa condescendiente, como si su oponente fuese un niño travieso y ella su madre o profesora.

Un argumento recurrente de Trump, sigue contando Bassets, fue que Clinton lleva treinta años en política y ha fracasado; que su experiencia como hombre de negocios y novato en la política le permitirá resolver los problemas de EE UU; que la política exterior de Clinton fue lo que propició el ascenso del Estado Islámico. El republicano avanzó cuando expuso su discurso proteccionista en defensa de la clase obrera, de tribuno de los trabajadores desamparados ante el vendaval de la globalización, el cierre de fábricas y su traslado a países como México, que citó varias veces.

Tan llamativo fue lo que dijo como lo que calló. Apenas habló de inmigración, uno de sus temas estrella, añade el corresponsal de El País. Tampoco lanzó ningún insulto espontáneo. No hubo un circo Trump, y esto ya es un pequeño éxito para los republicanos, que temían que una payasada de su candidato arruinase el debate. No fue un debate de groserías como lo fueron otros en las elecciones primarias del Partido Republicano.

En cambio, añade, Trump tuvo que enfrentarse a un continuo ataque de Clinton por la falsedad de muchas de sus afirmaciones. Uno de los momentos más intensos ocurrió cuando la candidata demócrata insinuó que el republicano mantiene ocultas sus declaraciones de hacienda porque esconde que es menos rico de lo que dice, porque no da dinero a la filantropía, porque no paga impuestos, o porque cuenta entre sus deudores a extranjeros que le condicionarían si llegase a la Casa Blanca. También recordó a la audiencia pasados comentarios misóginos del republicano, y expuso sus prácticas empresariales, entre otras el impago a los proveedores, o las repetidas suspensiones de pago de sus empresas. El objetivo era quebrar la imagen de Trump como empresario de éxito y defensor del ciudadano de a pie, y retratarlo como un plutócrata que precisamente se aprovecha del ciudadano de a pie.

“Todo son palabras…”, dijo Trump para retratar a Clinton como una política tradicional, poco fiable y eficaz. A la pregunta de por qué durante años difundió la “mentira racista”, en palabras de Clinton, sobre el certificado de nacimiento de Barack Obama, Trump replicó con una confusa explicación que atribuía el cuestionamiento de la nacionalidad del primer presidente ne a colaboradores de Clinton. “Donald", dijo Clinton en otro momento, "sé que vives en tu propia realidad”.

El mundo vio durante noventa minutos el contraste entre dos Estados Unidos, dos candidatos que provocan más rechazo que adhesión, pero ambos, a día de hoy, con opciones a la Casa Blanca.


Donald Trump y Hillary Clinton



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 2929
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)