Querido lector, escribe el periodista Jorge Marirrodriga en El País, dentro de no mucho usted no sabrá reconocer si este texto ha sido escrito por un ser humano o por una máquina. En realidad por un tiempo sí que podrá, siempre que sea capaz de detectar fallos gramaticales y ortográficos. La regla será sencilla: si hay fallos será humano. Y eso que hasta hace poco sucedía exactamente al revés. Las traducciones automáticas nos han permitido detectar sin problemas, y simplemente por la forma, la falsedad de los mails enviados por la viuda nigeriana que ponía a nuestra disposición millones de dólares con solo enviarle unos cuantos miles de euros o los escritos por la supermodelo del Este que había visto nuestro perfil “en lo Internet” y había quedado cautivada por nuestra personalidad. Pero, de hecho, eso ya pocas veces sucede.
Claro que alcanzada esa perfección, la inteligencia artificial también será capaz de introducir pequeños fallos para hacer dudar al lector. Y cuando este no pueda encontrar la diferencia ya no serán necesarios “productores de contenidos” humanos. Tal vez ese no sea un problema que afecte al lector. Pero sucede que los lectores humanos tampoco serán tan necesarios. No lo serán en absoluto. En realidad, ese proceso ya ha comenzado. Las estadísticas que constantemente suministran los medidores muestran que si usted ha llegado leyendo hasta aquí forma parte de un minoritario 30% del total de personas que empezaron este texto. Y existe una altísima posibilidad de que no llegue a finalizarlo. Al autor humano le importa pero al medidor no, porque usted ya hizo clic y con ese pequeño movimiento de un dedo ha desencadenado una maraña de mecanismos matemáticos que determinarán tanto el futuro del autor como del lector. Para el primero ya está significando un importante factor en términos de reputación profesional, lo que se traduce en condiciones de trabajo y salario. Para el segundo, en el tipo de contenidos que se le ofrecerán y, por tanto, en la aproximación a la realidad que tendrá. Casi nada.
Como prueba de lo expuesto, debe usted saber que este texto no está escrito solo para usted sino también para los algoritmos y posicionadores. Y, no se ofenda, tal vez más para ellos que para usted. Por ello me va a permitir que introduzca ahora una serie de palabras para que los algoritmos detecten el texto y lo coloquen bien. Para usted no tendrán mucho sentido, pero para ellos sí. Empecemos con palabras buscadas ayer —cuando se escribe este texto—, poco importa si por humanos o en búsquedas automáticas: Día de la Mujer 2018, Román Escolano, Franco Masini, Balkrishna Dashi. Añadamos algunas que siempre funcionan: sexo, porno, Cristiano Ronaldo, Messi, Trump. Fin de la interrupción. Volvamos con los humanos. Pero no mucho.
El proceso cada vez se acelera más. Los textos escritos por máquinas son leídos por máquinas que los posicionan en buscadores y utilizan las redes sociales para moverlos y difundirlos. Mientras usted duerme, un algoritmo habla con su perfil en función de sus clics y le envía un determinado tipo de textos, no para que los lea —al algoritmo le da igual— sino para que los pinche y los difunda. Los textos que tengan éxito entrarán en un círculo virtuoso y multiplicarán el número de difusiones. Llegamos al final. El algoritmo ha completado su lectura, aunque no ha entendido nada. La pregunta es: ¿queda algún humano por aquí?
3 comentarios:
Toda una declaración ...
Sí queda Carlos, de momento creo que lo soy. Sé feliz tu también. Un abrazo
Lo intento: ser feliz... Un beso, Nadia.
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