La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial.
Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos.
Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos.
Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden.
Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado Pobreza, de Edmundo Valadés (1915-1994), cuentista, periodista, editor e intelectual mexicano. Defensor y propulsor del cuento como género y más en particular del cuento hispanoamericano y mexicano, además de ser uno de los primeros promotores de la microficción en América Latina a través de su revista El Cuento.
Su relato, incluido en la obra La minificción en México, de Lauro Zavala, consta de veinticinco palabras y dice así:
Su relato, incluido en la obra La minificción en México, de Lauro Zavala, consta de veinticinco palabras y dice así:
POBREZA
Los senos de aquella mujer,
que sobrepasaban pródigamente
a los de una Jayne Mansfield,
le hacían pensar en la pobreza
de tener únicamente dos manos.
2 comentarios:
Un loa a la ambición del deseo. Es curioso lo de esa mujer, Jayne Mansfield, devorada por el prototipo de la mujer rubia y tonta. Y, sin embargo, recuerdo de mis apuntes de psicología, que tenía un coeficiente intelectual próximo al de un genio. Acabo de comprobar ahora y era de 163, superior al de Stephen Hawking dice la página que consulté ( http://www.nacion.com/archivo/Pagina-Jayne-Mansfield-cadaver-exquisito_0_1329867067.htm.).Parece que hablaba cinco idiomas, tocaba el violín, recitaba de memoria a Shakespeare y era graduada universitaria. Murió joven, a los 34 años en un accidente. En fin...
Un abrazo, Carlos, y buen día.
Así son las cosas de este mundo y los estereotipos que nos fabricamos de ellas y, lo que es peor, de las personas. Un beso, querida Ángeles. Gracias, Mark, por tus siempre amables comentarios.
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