A mi amiga Jesús Granado
Gracias a Movistar+ estoy reviviendo estos días una serie de televisión que me entusiasmó especialmente hace ya buen número de años. Todavía recuerdo con toda claridad el último capítulo de la última temporada. La serie de televisión más premiada de la historia; sin duda, con todo merecimiento. Me estoy refiriendo, como es lógico y sabido, a "El Ala Oeste", la serie creada por Aaron Sorkin en 1999, que durante siete temporadas consecutivas mantuvo en suspense a los telespectadores de medio mundo narrando los avatares del personal de la Casa Blanca al servicio del presidente Josiah Bartlet, (interpretado por Martin Sheen). Decir que me emocioné con ella es poco decir; sencillamente, magnífica; lo mejor de lo mejor. No soy el primero, ni seguramente el último que lo dice, pero debería ser de "obligado visionado" en las Facultades de Ciencias Políticas. Pura adicción, para mí, casi mayor que el café. Ahora sigo también otras como Homeland, Fargo, American Odissey, The Affair, Mad Men o The Good Wife, pero pocas tan gratificantes como la primera de las citadas.
Sobre libros, lecturas y memoria, recuerdo que por aquellos días, justamente a primeros de octubre de 2008, había leído tres interesantes artículo. El primero, en la revista Babelia, del premio nobel turco Orhan Pamuk, titulado "La memoria de Pamuk", un recorrido sentimental, en primera persona, sobre su pasión por los libros desde su más temprana juventud, que, salvando las distancias, me ha resultado muy "familiar".
El segundo, fue un reportaje firmado por el periodista Abel Grau, titulado "Internet cambia la forma de leer... ¿y de pensar?", publicado en El País, sobre la forma en que Internet está cambiando, a juicio de numerosos especialistas en comunicación, psicología y neurobiólogos, no sólo nuestra forma de leer, sino incluso nuestra forma de pensar, modificando los esquemas de funcionamiento del cerebro a la hora de procesar la información que recibe... ¿Ciencia ficción?, no lo se..., pero tengo que reconocer que no es lo mismo procesar la información obtenida a través de un libro determinado, la consulta de una bibliografía específica sobre un tema cualquiera en una biblioteca, la lectura detenida de un documento en un archivo, o lidiar con el caudal de información suministrada por la pantalla de un ordenador con solo teclear una determinada palabra en un buscador tipo como Google..., ¿verdad que no?
El último artículo había aparecido publicado en El País Semanal con el provocador título de "Sepa de libros sin leer ni una línea", escrito por Íker Seisdedos. Un jocoso comentario sobre un jocoso libro que publicaría poco después Anagrama: "Cómo hablar de los libros que no se han leído", del psicoanalista y profesor de literatura de la Universidad de París, Pierre Bayard, que también leí poco después.
Tengo una buena amiga que tiene puesto en la pantalla de su "WhatsApp" que su idea del Paraíso es una biblioteca llena de libros; la mía también. A ella le he dedicado esta entrada. Permítanme una pregunta inoportuna ¿Cuántos de los libros que tienen en su casa han leído ustedes?, ¿pocos, verdad? A mí me pasa lo mismo, para desesperación de mi mujer, que me reitera de vez en cuando, cada vez menos, ¿para qué quieres tantos libros?, ¿a qué no los has leído todos? Es difícil de explicar... En el margen derecho del blog, en una columna que dice "Algunos de mis autores y libros favoritos", hay una serie de autores y de libros (sólo uno de cada autor), citados por orden alfabético; no están todos los leídos, pero si están leídos todos los citados. Y he dejado de incorporar títulos y autores para no pecar de presunción. A pesar de ello, reconozco que ya no puedo mantener el ritmo de lectura ni de adquisiciones (que solvento gracias a mi inestimable Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria y su personal) de épocas pasadas. Y confieso, con pudor, mi enorme deuda con la gran y buena literatura que no he leído...
Ohran Pamuk, en su artículo citado más arriba, recordaba el orgullo con que su padre veía como se llevaba "sus" libros a "su" biblioteca en ciernes... Yo lo hice con la de mi padre, un gran lector también hasta su ancianidad. Y veo con orgullo (sólo hasta cierto punto) que mis hijas arramblen con los libros de mi modesta biblioteca familiar para incrementar las suyas. Pero sobre todo espero, deseo y pido a Atenea, diosa pagana de la Sabiduría, que mis nietos descubran pronto por sí mismos el mundo maravilloso que se esconde en los libros. Que así sea y así se cumpla.
1 comentario:
Has sabido transmitir algo que muchos compartimos...
Gracias
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