Para mi es ya una tradición gustosa de cumplir. Un acto que no me pierdo nunca por televisión si no es por causa de fuerza mayor. Me refiero a la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, los Nobel hispanos, como han sido definidos, considerados por la UNESCO como los más relevantes del mundo después de los otorgados por la Academia Sueca.
Preciosos los discursos pronunciados ayer en el Teatro Campoamor de Oviedo por el profesor Tzvetan Todorov, premio de Ciencias Sociales, y por la novelista Margaret Atwood, premio de las Letras. Emocionado y emocionante el de la ex-candidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt, premio a la Concordia. Muy preciso el del príncipe don Felipe, poniendo fin a la ceremonia. Y merecido el homenaje a los restantes premiados: el de las Artes, al Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela; el de Comunicación y Humanidades, a Google; el de Cooperación Internacional, a los doctores del Ifakara Health Institute, el The Malaria Research and Training Centre, el Kintampo Health Research Centre y el Centro de Investigação em Saúde de Manhiça; el de los Deportes, a Rafael Nadal; y el de Investigación Científica y Técnica, a los profesores Sumio Iijima, Shuji Nakamura, Robert Langer, George M. Whitesides, y Tobin Marks.
En la página electrónica de la Fundación Príncipe de Asturias, así como en la edición electrónica de El País de hoy pueden leerse diversas crónicas sobre cada uno de los galardonados, fotos y vídeos relacionados con la ceremonia. Les dejo con el artículo escrito por el periodista Jesús Ruiz Mantilla, también en la edición de El País de hoy, así como extractos de los discursos pronunciados por el profesor Todorov e Ingrid Betancourt, respectivamente. Sean felices, tamaragua. (HArendt)
Paisaje dunar en Maspalomas (Gran Canaria)
"Premios Príncipe de Asturias. Una reivindicación del humanismo", por Jesús Ruiz Mantilla
El Príncipe y los premiados piden valentía y conciencia moral frente a los males del mundo. Don Felipe habló de la crisis, del terrorismo y del medio ambiente. Cuando el mundo está cubierto por una enorme e inquietante nube negra con la palabra crisis tatuada en el centro, ceremonias como la entrega ayer de los Premios Príncipe de Asturias adquieren un sentido diferente. Un extraño acuerdo, un pacto de aliento salió de los discursos de los premiados y del príncipe Felipe. Fue un acto en clave de manifiesto que reivindicó el precioso humanismo del pasado, tan necesario en el presente, tan urgente para el futuro.
Todos ellos eran exponentes de esa lucha ambiciosa de superación para construir un mundo mejor. Desde los luminosos trabajos científicos de Sumio Lijita, Shuji Nakamura, Robert Langer, George M. Whitesides y Tobin Mark, a la lucha a pie de campo en África contra la malaria, personificada como pocos por Julio Alonso y Clara Méndez. Junto a ellos, la clarividencia de Tzvetan Todorov y Margaret Atwood; esa audacia visionaria que impulsó a los creadores de Google - con Larry Page, fundador de ese sueño y Nikesh Arora, vicepresidente de la compañía al frente- a ordenar de forma distinta el universo actual. Como ejemplo de ruptura de límites, la encarnación de la fuerza titánica imparable que representa Rafa Nadal y para la conciencia y la utopía, la dignidad moral que personifican tanto Ingrid Betancourt como el maestro José Antonio Abreu, creador del sistema de orquestas de Venezuela.
El acto fue largo. Casi dos horas duró. Había muchas conciencias pendientes de reforzar. En todo el mundo. A las 18.39 entró la Reina seguida de los príncipes y los premiados. El paseo hacia el teatro Campoamor fue luminoso por el día y por la gente que se congregó en la calle a esperarles hasta dos horas antes de la cita para vitorearles.
Nadal recibió el primer gran aplauso dentro del teatro. Le siguieron los demás con otra gran ovación sentida y emocionada para Abreu, que recogió el premio acompañado de dos niños y dos jóvenes de un sistema educativo musical milagroso donde se enseña hoy a 265.000 niños y jóvenes en Venezuela.
Hubo discursos hermosos aunque sobrios de Atwood y Todorov. La canadiense, premio de las Letras, empezó ya a caldear la cosa con palabras como estas: "Conviene recordar la humanidad que compartimos, una humanidad que muestra su mejor rostro a través de la inventiva y el valor, de la flexibilidad de pensamiento, de la generosidad". Siguió Todorov, premiado con el de Ciencias Sociales, animándonos a analizar cómo tratamos hoy en el mundo la diferencia, al otro, al extranjero permanente.
Pero fue Ingrid Betancourt la que encogió las gargantas y los ánimos de los presentes. Salida de un infierno, acogida ahora por una especie de sueño, la activa política colombiana, secuestrada seis años por las FARC y liberada hace apenas cuatro meses, parecía ayer estar rodando la secuencia final de una película. Una película en la que ha vivido desesperación, angustia, enfermedad, miedo, rebeldía, ansia de aferrarse a la vida y a la libertad, pero que todavía no ha terminado. Que todavía no tiene final feliz porque no hay día que Betancourt no piense en sus compañeros cautivos.
Esta mujer colombiana se presentó estos días en Oviedo con una radiante tristeza en el rostro y una robusta fragilidad que le da fuerza para agitar conciencias: "Hace algunas semanas estábamos mis compañeros y yo en el mundo húmedo y asfixiante de la selva, donde nada era nuestro, ni siquiera nuestros propios sueños...", empezó diciendo.
No olvida, tampoco parece perdonar ni deja de insistir contra los peligros y los recursos que le sirven al terrorismo para perpetrar sus crímenes. Pero cree que para dar soluciones es necesario hablar: "Podemos ofrecer más diálogo y menos imposiciones por la fuerza".
El príncipe Felipe, después de justificar y elogiar la necesidad de cada premio entregado ayer y poner a cada uno como ejemplo del coraje que necesitamos hoy, se dedicó a insuflar moral: "Trabajemos unidos para estabilizar y sanear, cuanto antes, el sistema financiero internacional. Busquemos entre todos encauzar correctamente la presión del desarrollo humano sobre el medio ambiente en nuestro planeta. Hagamos frente solidariamente a los desastres naturales y a las grandes emergencias. Unamos nuestros esfuerzos para luchar con eficacia y mediante los instrumentos del Estados de Derecho contra el terrorismo y todas las formas de crimen organizado", dijo, y añadió: "Estas realidades globales afectan a aspectos esenciales de nuestra existencia y condicionan nuestra libertad, progreso o bienestar". Ante ellas, necesitamos respuestas colectivas. Respuestas que, según él, "no se han abordado con la necesaria convicción, celeridad y contundencia".
Felipe de Borbón, príncipe de Asturias
"Todos somos extranjeros", por Tzvetan Todorov
[...] Los extranjeros tienen el deber de someterse a las leyes del país en el que viven, aunque no participen en la gestión del mismo. Las leyes, por otra parte, no lo dicen todo: en el marco que definen, caben los miles de actos y gestos cotidianos que determinan el sabor que va a tener la existencia. Los habitantes de un país siempre tratarán a sus allegados con más atención y amor que a los desconocidos. Sin embargo, estos no dejan de ser hombres y mujeres como los demás. Les alientan las mismas ambiciones y padecen las mismas carencias; sólo que, en mayor medida que los primeros, son presa del desamparo y nos lanzan llamadas de auxilio. Esto nos atañe a todos, porque el extranjero no sólo es el otro, nosotros mismos lo fuimos o lo seremos, ayer o mañana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia.
Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros, o poseer una gran sabiduría: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera.
El profesor Tzvetan Todorov
"Cuando hablamos cambiamos el mundo", por Ingrid Betancourt
[...] El año pasado, en esta misma ceremonia, se oyeron las voces de las víctimas del Holocausto. Quienes estaban aquí, asistieron al doloroso cuestionamiento que ellos les hacían a sus propios vecinos, aquéllos que los miraron en silencio partir hacia el infierno y que no hicieron nada.
¿Qué hubiéramos hecho nosotros? ¿Hubiésemos hecho como la mayoría, tratando de encontrar justificaciones a la infamia, para poder dormir en la tranquilidad de nuestra indiferencia? Todos queremos pensar que no. Todos quisiéramos vernos retratados del lado de los héroes anónimos que se jugaron la vida por salvar la de ese hombre, la de ese niño que sufrió.
La vida nos ha traído a la consciencia la realidad amarga de los que están presos de esa misma infamia en las selvas de Colombia, de esa misma locura revestida de otro uniforme, pero habitada de la misma crueldad. Hoy no podemos ignorar su situación y la de cientos de seres humanos que padecen la arbitrariedad de la intolerancia política, religiosa o cultural en cualquier lugar del mundo. En esta aldea global que es el mundo de hoy, todos somos vecinos. A diario podemos extender la mano y no lo hacemos.
Quiero contarles de esos vecinos míos, que nunca nos conocieron, pero que se movilizaron en el mundo entero para exigir nuestra liberación. Personas que podían quedarse en sus casas encerradas en sus propias preocupaciones, personas que no tenían, salvo su voz, ningún medio para ayudarnos. Ellos no tenían fortunas, ni tampoco poder, y mucho menos influencia. Sólo tenían el insoportable peso de dolor nuestro.
Estos vecinos nuestros rompieron el círculo vicioso de la indiferencia, y se pararon en la misma acera de los pocos, que hace años, no aceptaron el Holocausto. Lo que vino después, ya el mundo lo conoce: una red de seres humanos encontrándose en su barrio, su ciudad, su país, uniéndose con marchas, camisetas y banderines para salvarnos del olvido. [...]
Es claro que nuestro mundo debe cambiar y que cada uno de nosotros debe romper la maldición de su propia indiferencia. Esa transformación que nos urge, en momentos en que los rascacielos de las finanzas del mundo parecen desplomarse sobre nosotros, cuando las fragilidades de nuestra civilización se manifiestan con mayor claridad, esa transformación, que sentimos imprescindible, comienza en lo profundo de cada corazón.
Porque lo que se está cayendo es un mundo construido sobre la irresponsabilidad y el egoísmo. ¿Cómo pensamos salvar el planeta del calentamiento climático si no aceptamos consumir de manera diferente, y por lo tanto, si no aceptamos cambiar nuestros hábitos y nuestros placeres?
¿Cómo creemos que podremos sobrevivir a las mareas humanas de los que migran hacia Europa o Estados Unidos, si no aceptamos reconocerles el derecho a desear lo que nosotros deseamos? [...]
Tengo la profunda convicción que cuando hablamos, estamos cambiando el mundo. Las grandes transformaciones de nuestra historia siempre fueron anunciadas antes. Así llegó el hombre a la Luna, así se cayó el muro de Berlín, así se acabó el apartheid. Así tiene que desaparecer el terrorismo. [...]
Las guerrillas de Colombia deben oír desde aquí las voces de quienes reclamamos la Libertad de todos los colombianos. En este llamado se resumen las grandes reivindicaciones de la humanidad. Nadie puede sacrificar a un ser humano en el altar de su ideología, de su religión o de su cultura. Si las FARC no quieren ser consideradas como terroristas por el resto del mundo, tienen que rectificar su acción, repudiando el secuestro para siempre. La deshumanización de sus tropas, necesaria para poder mantener seres humanos encadenados durante largos años, es una responsabilidad que recae sobre sus comandantes. Los miembros del secretariado saben que el mundo los señala con severidad.
Desde Asturias, hacemos un desgarrador llamado a nuestros pueblos hermanos, en toda América Latina, para que impidan que el secuestro se generalice en nuestro continente. (El País, 25/10/08)
La política Ingrid Betancourt
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