viernes, 4 de julio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY VIERNES, 4 DE JULIO DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 4 de julio de 2025. La historia nos enseña que a los hombres poderosos se les terminan perdonando sus corrupciones y atropellos, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy la escritora Irene Vallejo. En la segunda, un archivo del blog de tal día como hoy de 2009, se hablaba de que hacía 233 años que unos hombres audaces aprobaron y proclamaron en la ciudad de Filadelfia, en la colonia británica de Pensilvania, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América; era la primera vez en la historia moderna que unos hombres que se consideraban libres a sí mismos se declaraban en rebeldía frente a la metrópoli y rompían los lazos políticos que a ella les unían defendiendo su derecho natural a vivir en libertad y bajo las leyes que ellos mismos se dieran. La tercera, con el poema del día, es del poeta español Dionisio Ridruejo, se titula España toda aquí, y comienza con estos versos: España toda aquí, lejana y mía,¡/habitando, soñada y verdadera,/la duda y fe del alma pasajera,/alba toda y también toda agonía. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt














DE LOS DICTADORES Y SUS CORRUPCIONES

 






La historia nos enseña que a los hombres poderosos se les terminan perdonando sus corrupciones y atropellos, afirma en El País [El ángulo oscuro, 29/06/2025] la escritora Irene Vallejo. Si no lo creo, no lo veo, comienza diciendo Vallejo. Cuando los sospechosos son los nuestros, solemos ser más ciegos a sus corrupciones y transgresiones. Nada nuevo bajo el sol ni entre las sombras: la combinación de fachada respetable y cloacas abusivas remonta al pasado más remoto. A lo largo de los siglos han visto la luz oscuros desmanes de gobernantes, hombres de negocios, poderosos magnates, intelectuales, individuos respetables y aparentemente alejados de cualquier mancha, con alta opinión de sí mismos. Con frecuencia, estos atropellos han sido absueltos por el imaginario colectivo: a sus señorías se les perdonan las fechorías.

No se suelen mencionar los turbios negocios del célebre Julio César, aplaudido por sus victorias militares y ensalzado en crónicas gloriosas que escribió él mismo sin pudor en elogiosa tercera persona. Según Montesquieu, fue Julio César quien generalizó la costumbre de corromper como mecanismo de financiación política. El coste de sus carísimas campañas electorales agotó su fortuna; así que, como narra Suetonio, pidió préstamos, vendió alianzas, extorsionó. Había una relación causal entre sus deudas y sus guerras. Convirtió su gobierno provincial en una gran ofensiva de conquista, la más sangrienta que emprendió Roma. El historiador afirma que en la Galia destruyó ciudades enteras para costear su carrera con el pillaje y la venta de prisioneros como esclavos. Acabaría forzando las puertas del mismísimo Tesoro público y apoderándose de miles de lingotes de oro y millones de sestercios. Este dechado de virtudes republicanas dejaría su nombre inscrito en una amplia cartografía de títulos imperiales: césar, zar y káiser.

En la civilización romana, cuando los autores de la época mencionan la palabra “amistad” en relación a gobernantes, ricos y aristócratas, conviene sospechar. En general aluden a relaciones clientelares, complicidades y redes de intereses creados. Así sucedió con un clásico de la literatura, Salustio, amigo del mismísimo Julio César, quien lo nombró gobernador de una rica provincia africana. Allí explotó la región a base de extorsiones y rapiñas que escandalizaron a sus contemporáneos. Sus administrados entablaron un proceso judicial contra él, del que salió indemne gracias a su poderoso benefactor. Se rumoreó que Salustio pagó a César una generosa comisión de las ganancias del saqueo.

El elocuente Cicerón se encaprichó de una lujosa casa en el Palatino por la que pagó tres millones y medio de sestercios. Bromeando con un amigo por carta, admitió que se había endeudado hasta las orejas: “Estaría dispuesto a unirme a una conspiración si hubiera alguna que me aceptase”. Los préstamos de las adquisiciones inmobiliarias se solventaban ya entonces con oscuras complicidades políticas.

La palabra “corrupción”, que proviene del latín, significa “unirse para quebrantar”. Habla del pacto entre el poderoso tentado por una oferta ilícita y el particular seducido por un atajo rentable para lograr contratos o beneficios. Una moneda con dos caras—duras. Ante cualquier escándalo, regresa la conveniente estrategia de la generalización exculpatoria: resulta más fácil disculpar los desmanes propios con el manido argumento de las trampas ajenas. Pero la honradez existe, y universalizar las culpas es tan solo una victoria de los impunes. Como la corrupción es una amenaza constante y una tentación perpetua en todos los engranajes políticos y económicos, no debe cesar la lucha por desenmascararla, conocer sus límites, diferenciar sus grados y desmantelarla una y otra vez. Aspirar a una vida pública honesta exige fortalecer los contrapesos y cortapisas, aumentar los controles, acrecentar el equilibrio entre poderes, robustecer las leyes.

Los gastos electorales en Roma, antes de la era de la publicidad y las apariciones televisivas, eran ya enormes, y los candidatos invertían su fortuna personal. Por eso, quienes habían pagado por conseguir un cargo se afanaban para multiplicar sus bienes al desempeñarlo. Algunos se dedicaron a depredar los territorios que les habían sido confiados en las tierras conquistadas. Desde antiguo existen invasiones de extranjeros depredadores que se apoderan de todo, y se llaman imperialismo. Frente a la grandilocuencia de las gestas, convendría reivindicar a los justos. Algunos legisladores romanos trataron de hacer frente a la malversación con reformas audaces, como las de Cayo Graco. Ya en el siglo II a. C. comenzó un debate profundo sobre cuáles debían ser las normas y los principios éticos para gobernar. Se creó un juzgado permanente, con el propósito de indemnizar a los perjudicados en los territorios vencidos por la extorsión de sus gobernantes. Conocemos con detalle los procesos y las acusaciones de la época republicana porque hubo juicios contra quienes abusaron de sus cargos.

Sin embargo, paradójicamente, cuando la podredumbre emerge y cunde la decepción, algunos reclaman la vieja receta mesiánica: la nostalgia de autarquías pasadas, el espejismo de la mano dura y la sed de líderes salvadores. Para una parte de las sociedades, el autoritarismo es una cualidad valiosa en un mandatario, e incluso sostienen que un Gobierno dictatorial puede ser mejor que uno democrático. Los romanos cayeron en esa trampa: durante la crisis de la República entregaron enormes recursos económicos y militares a hombres fuertes y les consintieron actuar sin límites, soñando una ingenua restauración del orden. El devenir histórico desembocó, en realidad, en una nueva era despótica, donde todos quedaron sometidos al incalculable poderío de sus príncipes, que acapararon el poder y dispusieron de todo sin rendir cuentas.

Los emperadores eran infinitamente más ricos que el romano más acaudalado: confiscaban tierras, utilizaban las recaudaciones fiscales a su capricho, poseían una pequeña urbe de 20.000 esclavos a su servicio, heredaban todo Egipto como territorio privativo de la corona y engordaban sus arcas gracias a los botines de las guerras que ellos mismos declaraban. Cuentan que Calígula nombró cónsul a un caballo hispano, su favorito, al que adornaba con collares de perlas. Le regaló una villa con jardines y un cortejo de cuidadores a su exclusivo servicio. En una época de constantes desahucios, Nerón hizo construir una mansión, la Domus Aurea, que se extendía por 50 hectáreas en el centro de Roma, con incrustaciones de oro, marfil y piedras preciosas en sus 300 habitaciones, además de un planetario propio. Cuando cruzó el umbral por primera vez, exclamó: “Al fin puedo empezar a vivir como un ser humano”. La corrupción es consustancial a las dictaduras: el miedo hace desaparecer las denuncias —por demasiado peligrosas—, la arbitrariedad carece de contrapesos y el clientelismo se convierte en ley.

Relajar la vigilancia sobre los regalos, donantes multimillonarios, negocios con criptomonedas, intercambios de favores, transacciones turbias y vertiginosos aumentos patrimoniales de nuestros dirigentes nos empuja a una pendiente resbaladiza. Sin inspecciones al acecho, aumentan las tentaciones de cohecho. Hay que exigir más control sobre el poder para defender mejor lo público, ya que la corrupción es también una forma de privatización. Las declaraciones de principios se complementan con declaraciones de bienes. Donde se necesita investigar, cuidado con desregular. El autoritarismo no es la solución, solo la disolución de las herramientas para combatir a los corruptos. Peligramos si todo se pliega al poder de la riqueza, porque la libertad de todos depende de los límites del dinero. Aunque parezca contradictorio, confiar en la democracia supone recelar de las personas en quienes delegamos poder: la honradez espontánea aumenta en proporción al número de ojos vigilantes. Así impedimos que se desintegre la integridad. Irene Vallejo es filóloga y escritora, Premio Nacional de Ensayo de 2020 por El infinito en un junco (Siruela).





[ARCHIVO DEL BLOG] FILADELFIA, 4 DE JULIO DE 1776. PUBLICADO EL 04/07/2009











Hoy hace 233 años que unos hombres audaces aprobaron y proclamaron en la ciudad de Filadelfia, en la colonia británica de Pensilvania, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Era la primera vez en la historia moderna que unos hombres que se consideraban libres a sí mismos se declaraban en rebeldía frente a la metrópoli y rompían los lazos políticos que a ella les unían defendiendo su derecho natural a vivir en libertad y bajo las leyes que ellos mismos se dieran.
En CONGRESO, 4 de julio de 1776. Declaración unánime de los trece Estados Unidos de América,
Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro, y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual al que las leyes de la naturaleza y del Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la Humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.
Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres, los gobiernos derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla, o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad y su felicidad.
Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; y tal es ahora la necesidad que las compele a alterar su antiguo sistema. La historia del presente Rey de la Gran-Bretaña, es una historia de repetidas injurias y usurpaciones, cuyo objeto principal es y ha sido el establecimiento de una absoluta tiranía sobre estos estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.
Ha rehusado asentir a las leyes más convenientes y necesarias al bien público de estas colonias, prohibiendo a sus gobernadores sancionar aun aquellas que eran de inmediata y urgente necesidad a menos que se suspendiese su ejecución hasta obtener su consentimiento, y estando así suspensas las ha desatendido enteramente.
Ha reprobado las providencias dictadas para la repartición de distritos de los pueblos, exigiendo violentamente que estos renunciasen el derecho de representación en sus legislaturas, derecho inestimable para ellos, y formidable sólo para los tiranos.
Ha convocado cuerpos legislativos fuera de los lugares acostumbrados, y en sitos distantes del depósito de sus registros públicos con el único fin de molestarlos hasta obligarlos a convenir con sus medidas, y cuando estas violencias no han tenido el efecto que se esperaba, se han disuelto las salas de representantes por oponerse firme y valerosamente a las invocaciones proyectadas contra los derechos del pueblo, rehusando por largo tiempo después de desolación semejante a que se eligiesen otros, por lo que los poderes legislativos, incapaces de aniquilación, han recaído sobre el pueblo para su ejercicio, quedando el estado, entre tanto, expuesto a todo el peligro de una invasión exterior y de convulsiones internas.
Se ha esforzado en estorbar los progresos de la población en estos estados, obstruyendo a este fin las leyes para la naturalización de los extranjeros, rehusando sancionar otras para promover su establecimiento en ellos, y prohibiéndoles adquirir nuevas propiedades en estos países.
En el orden judicial, ha obstruido la administración de justicia, oponiéndose a las leyes necesarias para consolidar la autoridad de los tribunales, creando jueces que dependen solamente de su voluntad, por recibir de él el nombramiento de sus empleos y pagamento de sus sueldos, y mandando un enjambre de oficiales para oprimir a nuestro pueblo y empobrecerlo con sus estafas y rapiñas.
Ha atentado a la libertad civil de los ciudadanos, manteniendo en tiempo de paz entre nosotros tropas armadas, sin el consentimiento de nuestra legislatura: procurando hacer al militar independiente y superior al poder civil: combinando con nuestros vecinos, con plan despótico para sujetarnos a una jurisdicción extraña a nuestras leyes y no reconocida por nuestra constitución: destruyendo nuestro tráfico en todas las partes del mundo y poniendo contribuciones sin nuestro consentimiento: privándonos en muchos casos de las defensas que proporciona el juicio por jurados: transportándonos mas allá de los mares para ser juzgados por delitos supuestos: aboliendo el libre sistema de la ley inglesa en una provincia confinante: alterando fundamentalmente las formas de nuestros gobiernos y nuestras propias legislaturas y declarándose el mismo investido con el poder de dictar leyes para nosotros en todos los casos, cualesquiera que fuesen.
Ha abdicado el derecho que tenía para gobernarnos, declarándonos la guerra y poniéndonos fuera de su protección: haciendo el pillaje en nuestros mares; asolando nuestras costas; quitando la vida a nuestros conciudadanos y poniéndonos a merced de numerosos ejércitos extranjeros para completar la obra de muerte, desolación y tiranía comenzada y continuada con circunstancias de crueldad y perfidia totalmente indignas del jefe de una nación civilizada.
Ha compelido a nuestros conciudadanos hechos prisioneros en alta mar a llevar armas contra su patria, constituyéndose en verdugos de sus hermanos y amigos: excitando insurrecciones domésticas y procurando igualmente irritar contra nosotros a los habitantes de las fronteras, los indios bárbaros y feroces cuyo método conocido de hacer la guerra es la destrucción de todas las edades, sexos y condiciones.
A cada grado de estas opresiones hemos suplicado por la reforma en los términos más humildes; nuestras súplicas han sido contestadas con repetidas injurias. Un príncipe cuyo carácter está marcado por todos los actos que definen a un tirano, no es apto para ser el gobernador de un pueblo libre.
Tampoco hemos faltado a la consideración debida hacia nuestros hermanos los habitantes de la Gran Bretaña; les hemos advertido de tiempo en tiempo del atentado cometido por su legislatura en extender una ilegítima jurisdicción sobre las nuestras. Les hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y establecimiento en estos países; hemos apelado a su natural justicia y magnanimidad, conjurándolos por los vínculos de nuestro origen común a renunciar a esas usurpaciones que inevitablemente acabarían por interrumpir nuestra correspondencia y conexiones. También se han mostrado sordos a la voz de la justicia y consanguinidad. Debemos, por tanto, someternos a la necesidad que anuncia nuestra separación, y tratarlos como al resto del género humano: enemigos en la guerra y amigos en la paz .
Por tanto, Nosotros, los Representantes de los Estados Unidos, reunidos en Congreso General, apelando al Juez supremo del Universo, por la rectitud de nuestras intenciones, y en el nombre y con la autoridad del pueblo de estas colonias, publicamos y declaramos lo presente: que estas colonias son, y por derecho deben ser, estados libres e independientes; que están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona británica: que toda conexión política entre ellas y el estado de la Gran Bretaña, es y debe ser totalmente disuelta, y que como estados libres e independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concluir la paz, contraer alianzas, establecer comercio y hacer todos los otros actos que los estados independientes pueden por derecho efectuar. Así que, para sostener esta declaración con una firme confianza en la protección divina, nosotros empeñamos mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor.
Firmantes: 
* Nueva Hampshire: Josiah Bartlett, William Whipple, Matthew Thornton
* Massachusetts: Samuel Adams, John Adams, John Hancock, Robert Treat Paine, Elbridge Gerry
* Rhode Island: Stephen Hopkins, William Ellery
* Connecticut: Roger Sherman, Samuel Huntington, William Williams, Oliver Wolcott
* Nueva York: William Floyd, Philip Livingston, Francis Lewis, Lewis Morris
* Nueva Jersey: Richard Stockton, John Witherspoon, Francis Hopkinson, John Hart, Abraham Clark
* Pensilvania: Robert Morris, Benjamin Rush, Benjamin Franklin, John Morton, George Clymer, James Smith, George Taylor, James Wilson, George Ross
* Delaware: George Read, Caesar Rodney, Thomas McKean
* Maryland: Samuel Chase, William Paca, Thomas Stone, Charles Carroll of Carrollton
* Virginia: George Wythe, Richard Henry Lee, Thomas Jefferson, Benjamin Harrison, Thomas Nelson, Jr., Francis Lightfoot Lee, Carter Braxton
* Carolina del Norte: William Hooper, Joseph Hewes, John Penn
* Carolina del Sur: Edward Rutledge, Thomas Heyward, Jr., Thomas Lynch, Jr., Arthur Middleton
* Georgia: Button Gwinnett, Lyman Hall, George Walton
En su libro "Sobre la revolución" (Alianza, Madrid, 1988), la politóloga Hannah Arendt dice que la Revolución Americana de 1776, en contraposición a la Francesa de 1789, triunfó porque no pretendió en ningún momento cambiar el mundo ni a sus gentes, sino devolver la libertad política de decidir su destino como hombres libres y otorgarse sus propias normas, a un pueblo y una sociedad. Nada más que eso, pero nada menos también. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)




















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, ESPAÑA TODA AQUÍ, DE DIONISIO RIDRUEJO

 






ESPAÑA TODA AQUÍ



España toda aquí, lejana y mía,
habitando, soñada y verdadera,
la duda y fe del alma pasajera,
alba toda y también toda agonía.

Hermosa sí, bajo la luz sin día
que me le entrega al mar sola y entera:
campo de la serena primavera
que recata su flor dulce y tardía.

España grave, quieta en la esperanza,
hecha del tiempo y de mi tiempo, España,
tierra fiel de mi vida y de mi muerte.

Esta sangre eres tú y esta pujanza
de amor que se impacienta y acompaña
la fe y la duda de volver a verte.



DIONISIO RIDRUEJO (1912-1975)
poeta español























DE LAS VIÑETAS DEL BLOG DE HOY VIERNES, 4 DE JULIO DE 2025

 








































jueves, 3 de julio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 3 DE JULIO DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 3 de julio de 2025. La Grecia clásica es un arma demasiado poderosa en manos de un cateto, y eso es precisamente lo que ha hecho el Estado moderno griego: empoderar a los más tontos de cada aldea (que suelen ser los nacionalistas), haciéndoles creer que descienden de Sócrates, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Sergio del Molino. En la segunda, un archivo del blog de julio de 2020, el escritor Antonio Muñoz Molina hablaba del mundo posterior al confinamiento por el covid, sobre el que tanto se especulaba, y que había resultado ser muy parecido al de antes, salvo por el incordio añadido de las mascarillas. La tercera, con el poema del día, es del poeta español Gabriel Celaya, se titula Dime que sí, y comienza con estos versos: Con mi fe, mi esperanza y mi amor/a ti./Con mi rabia y mi dolor,/a ti./Porque me has hecho el que soy,/porque debe reinventarte y hacerte ser ahora, aquí,/España, a ti. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt














DE LOS NACIONALISTAS Y LOS IDIOTAS, PALABRA QUE TAMBIÉN VIENE DEL GRIEGO

 







La Grecia clásica es un arma demasiado poderosa en manos de un cateto, y eso es precisamente lo que ha hecho el Estado moderno griego: empoderar a los más tontos de cada aldea (que suelen ser los nacionalistas), haciéndoles creer que descienden de Sócrates, afirma en la revista Ethic [Los turcos pusieron poca pólvora en el Partenón, 27/06/2025] el escritor Sergio del Molino. Cenando al aire libre en una torrefacta aunque gratísima noche ateniense, hablábamos un grupo de escritores griegos y no griegos (yo, para mi desdicha, pertenecía al grupo de los no griegos) sobre el impacto que a un extranjero bien escolarizado le causa el contacto con la lengua griega moderna, comienza diciendo Del Molino. Yo celebraba que aquella tarde, tras un acto literario, había dedicado ejemplares de mis libros a lectores con nombres tales como Eurípides, Ifigenia, Antígona, Aristóteles, Eurídice, Aquiles o Penélope. Media Ilíada, un cuarto de Aristófanes y dos tercios de la Odisea se habían puesto en fila ante mí y me pedían que les firmase mi novela, y yo intentaba cumplir la comisión sin hacer demasiados comentarios sobre el hecho de que allí florecían las Antígonas como en mi pueblo las Pilares, pero me salía mal el disimulo, y nuestros amigos griegos, en la cena, no entendían nuestra sorpresa.

Intentamos explicarles que viajar por Grecia supone para nosotros descubrir que todos los grandes conceptos, la metafísica, la mitología y el léxico científico, filosófico y filológico son para los griegos cosas concretas y banales. Nada más aterrizar en Atenas, busqué un baño donde aliviarme, y en la puerta ponía Anthropos. Yo solo iba a mear, pero de pronto me metí en un vórtice de meditaciones existenciales. Un camión de mudanzas se paró frente a mí en un semáforo y me anunció que se dedicaba a las metáforas, que significa «transportes» en griego. Los fornidos mozos que cargaban el camión de muebles se convertían así en poetas finísimos en plena creación. Más hermosa es salida, palabra omnipresente en todos los sitios públicos y en la autopista: éxodos. Έξοδος 24, decía la primera señal que vi en la carretera, y no pude evitar pensar en la Biblia. Por cierto, libro se dice biblio, claro.

La historia se remató en Salónica, desde cuyo paseo marítimo se divisa un monte ni alto ni bajo, ni bello ni feo, uno de esos montes a los que los urbanitas se escapan a merendar algunos domingos y presumen de haberlos trepado en su juventud. Es el monte Olimpo. Para nuestros amigos, un sitio vulgar y cotidiano, nada del otro jueves. Para nosotros… Pues eso, el Olimpo, ¿es que acaso hay que explicarlo? Caminábamos por nuestros exámenes de selectividad, por los cantos de la cólera de Aquiles, por los mismos sitios donde Eurídice y Orfeo se tomaban los gyros con patatas fritas.

Mientras intentábamos que nuestros amigos griegos se pusieran en nuestro lugar (con poca convicción: es muy difícil que alguien comprenda la dimensión epifánica de mear en un aeropuerto, cruzarse con un camión de mudanzas o tomar un desvío en la autopista), me di cuenta de que quien estaba a mi lado guardaba un silencio un poco enfurruñado. Le tiré de la lengua y me dijo que sí, que claro que las raíces léxicas del griego coinciden con las del griego clásico, sobre todo en las palabras vernáculas, y por eso nos suena todo tan familiar, pero que eso es un espejismo idiomático: «El griego moderno —dijo— tiene mucho del turco, que es el idioma con el que más ha estado en contacto, y de otras lenguas vivas, pero a los nacionalistas de mi país no les gusta subrayar esto».

Me interesó su punto de vista, y como en la autopista, tomé el éxodos, abandoné la conversación general y me engolfé en una charla paralela con él. Resultó ser un admirable antinacionalista que vive en un país hipernacionalista. Los otros amigos griegos se lamentaban de que sus compatriotas no apreciasen el peso del legado, que no conociesen a fondo la cultura clásica y se enorgullecieran de ella. Este buen hombre creía que se enorgullecían demasiado. Cualquier politiquillo de tres al cuarto saca a Pericles en los discursos, y hasta el último subsecretario provincial de la administración se cree Sócrates. Los griegos —me decía, y yo le rellenaba la copa de vino para que dijera más— nos creemos mejores que los demás pueblos, la cuna de la civilización, y con tanto chovinismo y tanto nacionalismo no hay manera de construir un país moderno. Cuando los españoles —remató con amargura sabia y gesto de Corto Maltés— os quejáis del nacionalismo, no tenéis ni idea, os quejáis de vicio, no sabéis lo que es de verdad una sociedad nacionalista.

Tan simpático me estaba cayendo que le provoqué con una boutade: entonces —le dije—, tú crees que los turcos pusieron poca pólvora en el Partenón, que lo destruyeron poco. (Inciso para los de la Logse: en 1687, el Partenón de Atenas explotó, quedando como lo vemos hoy, después de que los turcos lo utilizaran como polvorín.)

Mi amigo hizo una pausa dramática, calibrando si podía decir algo que tal vez no se atrevía a decir en según qué sitios, y concluyó: a veces lo pienso, sí. A veces pienso que no deberían existir todas esas ruinas, que Grecia tiene derecho a empezar de cero, como todos los demás países.

Supe que hablaba en serio y le comprendí. Que nos perdone la Unesco, pero le comprendí. El nacionalismo es la única pasión política que me subleva a lo bravo. Tanto, que no podría intimar, querer o tener amistad verdadera con un nacionalista cerril. Entre mis afectos, como se dice ahora, hay gente de toda condición, incluyendo algún que otro bárbaro neoestalinista y algún fachilla que, a fuerza de bromear con serlo, ha acabado siéndolo, como Bela Lugosi y Drácula (cuidado con los disfraces y los carnavales), pero en mi vida no hay nacionalistas. No los soporto, me estomaga su hooliganismo, me parece patético que se emocionen con tonterías y me irrita que crean que su pueblo tiene virtudes y valores superiores a las del pueblo de al lado.

Mientras mi amigo griego soñaba con echar unos kilitos más de pólvora al Partenón, yo pensaba en algunos nacionalistas de mi tierra y en lo insufrible que se tornarían si tuvieran a su disposición, como un bufé libre de alusiones históricas, unas ruinas como las de la Acrópolis. Si ya son plastas, y solo tienen a mano un panteón de reyes aragoneses que no le importan a nadie y un parnasillo de poetas de cuarta fila, imagínate —me decía a mí mismo—, si cada vez que se plantea un debate sobre financiación autonómica o se disputa un partido de fútbol del siglo pudieran citar a Sófocles y a Parménides como colegas suyos o padres venerables. La Grecia clásica es un arma demasiado poderosa en manos de un cateto, y eso es precisamente lo que ha hecho el Estado moderno griego: empoderar a los más tontos de cada aldea (que suelen ser los nacionalistas), haciéndoles creer que descienden de Sócrates.

Imagínate —me seguía diciendo a mí mismo—, que en vez de presumir de nobleza baturra, de hablar con franqueza y de espíritu tenaz, los pregoneros de mi pueblo pudieran presumir de haber pasado del mito al logos o del teorema de Pitágoras. Imagínate que celebran el principio de Arquímedes como expresión folclórica. Su petulancia asfixiaría todo, no dejarían un lugar limpio para el sarcasmo, la conversación sana o la misma democracia. Contemplé a mi ya querido e incomprendido amigo griego y estuve por abrazarle y convidarle a vivir en España, donde tenemos nuestras cosicas, pero las ruinas son modestas, y la antigüedad, descafeinada.

Al volver a casa, ya no me hizo tanta gracia salir por el éxodos. Casi lo veía como ellos, como hay que ver siempre las cosas, con naturalidad, sin epifanías. Por cierto, epifanía: hermosísima palabra griega que significa «superficie». Y a nosotros nos suena tan profunda y misteriosa… Porque somos idiotas, claro. Serio del Molino es escritor.




















[ARCHIVO DEL BLOG] NOSTALGIA. PUBLICADO EL 16/07/2020










El mundo posterior al confinamiento, sobre el que tanto se especulaba, ha resultado ser muy parecido al de antes, salvo por el incordio añadido de las mascarillas, comenta en el A vuelapluma de hoy [Volver a dónde. Babelia, 3/7/2020] el escritor y académico de la RAE, Antonio Muñoz Molina. Ahora es cuando no tengo ganas de salir a la calle. El mundo de después, sobre el que tanto se especulaba, ha resultado ser muy parecido al de antes, salvo por el incordio añadido de las mascarillas. A media mañana, en el calor seco y candente de Madrid —“un horno de ladrillo babilonio”, decía Herman Melville del calor de Nueva York— el tráfico es el mismo de otros veranos por ahora, quizás con un grado mayor de encono, porque la temperatura sube cada año, y porque los conductores de coches y de motos parecen ansiosos por compensar el tiempo perdido, la gasolina no gastada, los cláxones no apretados con gustosa violencia durante meses de silencio. En un atasco, un conductor ofendido por algo se baja de su furgoneta, llega a zancadas al coche que tenía delante, intenta abrir la puerta y, como no puede, da puñetazos en la ventanilla. En ese momento el tráfico empieza a moverse: ahora el conductor agresivo tiene que volver a toda prisa a su vehícu­lo para eludir la furia de los que se enfurecen y pitan contra él. Me acuerdo de la observación de la presidenta de la Comunidad de Madrid sobre el “ambientillo” que crean en la ciudad los atascos de los fines de semana por la noche: también su observación, de gran agudeza científica, de que la contaminación causada por el tráfico no tiene efectos nocivos sobre la salud. Me acuerdo de todo eso y procuro volver cuanto antes al refugio de mi casa, teniendo gran cuidado de no encontrarme en un paso de peatones cuando los motores de los coches rugen de impaciencia caníbal en el momento en que el semáforo en verde empieza a parpadear.
Inconfesablemente, hay cosas de las que siento nostalgia. A la caída de la tarde me asomo al balcón y miro uno por uno los balcones y las ventanas a los que se asomaban a diario esos vecinos a los que me unió durante más de dos meses la fraternidad del aplauso. Algunas de esas ventanas ya están tapadas por las copas de las acacias en las que por entonces aún no habían brotado las hojas. Las miro y me acuerdo bien de cada una de las personas que se asomaban a ellas: la anchura de la calle marca una distancia en la que no llegan a distinguirse bien los rasgos, pero sí los tipos humanos, la edad, hasta el carácter. Si alguien no aparecía una tarde, ya nos preocupábamos: quien abría su ventana o se apoyaba en la baranda de su balcón saludaba con la mano, uno por uno, a los vecinos del otro lado de la calle. Según pasaba el tiempo, seguir saliendo a aplaudir era una señal de vehemencia en el compromiso, en la defensa de la sanidad pública: también indicaba que uno pertenecía al grupo de los aplausos de las ocho de la tarde, no al de las cacerolas de una hora más tarde. Las ventanas que se abrían a las nueve estaban bien cerradas a las ocho. Pero para un oído musical también había una belleza en el sonido de las cacerolas, aunque uno habría preferido que sonaran por una causa noble: era, sobre todo con una cierta lejanía, un clamor metálico como de música gamelán indonesia. También, a esa hora del atardecer, a mí me despertaba asociaciones acústicas: era a esa hora cuando volvían del campo los rebaños de ovejas y cabras en los atardeceres de verano, con los sonidos variados de los cencerros.
Fue hace nada, y es como si hiciera mucho tiempo. Adquiríamos costumbres que se volvían invariables de un día para otro, y que dotaban de una forma pautada al curso de las horas monótonas del encierro. El aplauso de las ocho de la tarde era una de ellas. En cuanto fue posible salir para hacer ejercicio, yo adquirí la costumbre de echarme a la calle a las nueve de la mañana, y ahora la conservo, porque en ese tiempo encuentro algo del frescor y la quietud arcádica que ya ha desaparecido en el resto del día, y que solo vuelve de verdad en las primeras horas matinales del fin de semana. Hemos visto con nuestros propios ojos una ciudad posible que está siendo abolida antes de llegar a existir. Yo la veo también, en parte, cuando salgo al balcón después de cenar, hacia las nueve y media de la noche, cuando todavía hay una gran claridad en el cielo pero ya se ha puesto el sol, cuando empieza a levantarse una brisa que alivia de todas las horas de calor sostenido del día, del horno babilonio. Es otra costumbre. Hasta hace muy poco, había mucha gente caminando a esa hora, la de los paseos permitidos, cuando aún no estaban abiertos los bares y la gente paseaba como en otras épocas remotas que ahora nos vuelven a la memoria, paseaba por pasear, sin ir a ninguna parte en concreto, por el gusto de salir a la calle y de encontrarse.
Había mucha gente, y pocos coches todavía. Hoy, esta noche, me he sentado en el balcón, en una silla de jardín, y he puesto el portátil en otra frente a mí, para no perderme mi espectáculo diario mientras escribía. Hay paréntesis de antiguo silencio cuando se cierran los semáforos. Hay gente que pasa en bici, por uno de los pocos carriles decentes de la ciudad, y corredores enérgicos que van hacia el Retiro, y otros que vuelven, fatigados y absueltos. Mientras escribo el cielo ha pasado del azul suave a un azul de tinta china en el que se recorta con precisión el gajo de la luna en cuarto creciente. A esta hora los vencejos han desaparecido ya del cielo. Me fijo que en el halo alrededor de la luz de las farolas ya revolotean muy pocos insectos. Algunos de los signos delatores del cambio climático suceden sin que los advierta casi nadie: quién va a notar que han desaparecido los enjambres de insectos en torno a las farolas, en las noches de verano. A los murciélagos y a las salamanquesas les será más difícil encontrar alimento. Algo que hemos vislumbrado en los meses de encierro es la feracidad asombrosa que recobra la vida natural en cuanto cede en algo el castigo de la rapacidad humana contra ella. En mi calle ha parado un momento el tráfico y he vuelto a oír voces de gente que charla caminando, el ladrido de un perro contra un fondo de calma. Otra forma de vivir sería posible".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, DIME QUE SÍ, DE GABRIEL CELAYA

 






DIME QUE SÍ 




Con mi fe, mi esperanza y mi amor
a ti.
Con mi rabia y mi dolor,
a ti.
Porque me has hecho el que soy,
porque debe reinventarte y hacerte ser ahora, aqui,
España, a ti.

Hasta la flor,
hasta el grito de gloria y explosiva radiación,
te alzaré desde la tierra tenebrosa y trabajada,
corazón.
Hasta el color nunca visto, rojo al blanco de sol,
hasta el real esplendor,
como furor absoluto, dolor quizás, fulgor
que palpita en las alturas con razón o sin razón,
serás fiesta y evidencia, corazón.

Serás siempre, España, en alto, fuera y dentro de mí
como un combate sin fin.
Y serás lo necesario y a la vez la libertad
que invoco y evoco aquí,
remitiéndome en el acto de tu presencia aún sin forma
y ensoñándote feliz.
Cuando te duelo por dentro, te trabaja el porvenir.
No me niegues lo que espero. Quiero hacerte nueva en mí.
España, dime que sí.



GABRIEL CELAYA (1911-1991)
poeta español