Desde el trópico de Cáncer
El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
viernes, 17 de enero de 2025
De las entradas del blog de hoy viernes, 17 de enero de 2025
De Trump, Musk y las amenazas de cuñado
¿Es Elon Musk el mayor villano de la historia (por primera vez, el hombre más rico del planeta controla la tecnología más avanzada, el Gobierno más poderoso y la plaza pública más influyente del mundo) o el mayor cuñado (que se ha comprado una barra de bar por 44.000 millones para gritar “pásame el cubata” y soltar barbaridades)?, escribe en El País [Ciudadano Musk, 14/01/2025] el politólogo Víctor Lapuente.
Podemos temer lo peor. De hecho, es más lucrativo ser agoreros. Conseguiremos más clics —esos que criticamos tanto cuando son de los otros— si pronosticamos el fin de la democracia con la vuelta de Trump. Nadie hizo caso a Obama cuando quiso tranquilizar al staff de la Casa Blanca tras la primera victoria del republicano en 2016 diciendo que no era el apocalipsis. Todos corrimos a creer los pronósticos más aterradores.
Quizás EE UU intente anexionarse Canadá porque Trump, en una rueda de prensa, dijo que usaría la “fuerza económica” para absorber a la nación vecina. O invada el canal de Panamá y Groenlandia —frente a una Dinamarca cuyo único ejército conocido son los soldados de Lego—. O llame golfo de América al golfo de México —cuando quien debe renombrarse como Golfo de América es el propio Trump—.
Son amenazas de cuñado. No hay persona en la Tierra con más trecho del dicho al hecho que Trump. Ya, pero ¿y Musk? ¿No está alentando con sus vergonzosas acusaciones al primer ministro británico de ser cómplice de violaciones de niñas y su vergonzante apoyo a la ultraderecha alemana un movimiento reaccionario internacional, como acertadamente señaló Macron?
Sin duda. Y Europa tiene que movilizarse para evitar injerencias externas en su política, vengan del Kremlin o de un podcast de bros. Pero, para evitar la contaminación de ideas tóxicas de ultraderecha, no podemos caer en la misma trampa mental que ellos. Es decir, asumir que hay una gigantesca conspiración tecnológica contra la democracia liberal. El populismo reaccionario ha medrado precisamente denunciando el supuesto sesgo progresista de todas las redes sociales, como (el antiguo) Twitter, Instagram o Facebook. Las Big Tech eran acusadas de “totalitarismo” izquierdista y hace unos meses, Trump amenazó, por escrito, a Zuckerberg con enviarle a prisión de por vida.
Europa debe ser más inteligente. Tenemos la mejor regulación del mundo contra la desinformación. Y, si una red (X) tergiversa, nos pasamos a otra (Bluesky). Para defender la democracia, nada mejor que votar con el dedo. No veo a Musk en el futuro como líder de una Spectra global, sino como Ciudadano Kane, un multimillonario derrotado por su propio ego.
[ARCHIVO DEL BLOG] La complejidad de las democracias. Publicado el 24/11/2016
Tuve un compañero de trabajo, por lo demás una buenísima persona, que decía sin asomo alguno de ironía que lo mejor era un régimen en el que solo uno decidiera lo que es bueno y malo, pertinente o inconveniente, que pensara por nosotros. En fin, uno donde solo cuente la voluntad del líder carismático. Un líder -como decían los apologistas del Caudillo-, cuya luz no se apagaba nunca en su dormitorio, siempre en vela, cuidando de nosotros... Yo, evidentemente, me quedo con la democracia, por imperfecta que sea y por cara que nos resulte.
Las democracias son regímenes complejos, dice el profesor Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política en la Universidad del País Vasco, profesor invitado en la Universidad de Georgetown y autor de un libro, La política en tiempos de indignación, que ya he comentado en el blog, con anterioridad.
Nuestros sistemas políticos son impotentes ante quienes ofrecen una simplificación tranquilizadora, afirma también Innerarity en un reciente artículo en El País, afirmando que hay que promover una cultura en la que los planteamientos matizados no sean castigados sistemáticamente con la desatención o el desprecio.
Del poema de cada día. Hoy, Despedida, de José Hierro
DESPEDIDA
¡Y que ahora tenga que dejarte
para emprender otro camino!…
Por más que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
José Hierro (1922-2002)
poeta español
jueves, 16 de enero de 2025
De las entradas del blog de hoy jueves, 16 de enero de 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 16 de enero de 2025. ¿Por qué aceptamos ser mandados en el ámbito laboral de un modo que nos resultaría intolerable en otro sitio, especialmente en la sociedad política?, nos preguntamos en la primera de las entradas del blog de hoy. En la segunda, un archivo del blog de enero de 2016, se comentaba que la crisis de la democracia era sobre todo una crisis de confianza generada por la creencia de que los líderes no solo eran corruptos o estúpidos, sino que, además, eran incapaces. El poema de hoy, en la tercera entrada del día, comienza con estos versos: "En el principio/fue la onda/como un gato ovillado". Y la cuarta, como todos los días, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Nos vemos mañana si la Fortuna lo permite. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos.
De la necesidad de democratizar el trabajo
¿Por qué aceptamos ser mandados en el ámbito laboral de un modo que nos resultaría intolerable en otro sitio, especialmente en la sociedad política?, se pregunta en El País [Democratizar el trabajo, 13/01/2025] el catedrático de Filosofía política Daniel Innerarity. Hay, dice Innerarity, una incongruencia en el hecho de que, en tanto que miembros de una sociedad democrática, nos proclamemos sujetos en relaciones de igualdad y en el mundo del trabajo haya tantas personas que viven en un régimen de dominación. La exclusión de las mujeres del mundo del trabajo reconocido y retribuido (por mencionar tal vez el caso más agudo y universal de marginación) ha tenido una gran significación democrática; hay quien propone medir el valor económico de ese trabajo, pero no deberíamos olvidar la discriminación política que acompaña necesariamente a esa exclusión. No es solo que se les deje de pagar; también se les recluye en un espacio de menor significación política.
No hay libertad, tampoco libertad política, allí donde trabajadores y trabajadoras no tienen el derecho de codeterminar sus condiciones laborales; no puede haber ciudadanía política sin ciudadanía económica. Solo quien disponga de un trabajo digno y reconocido tiene la capacidad real de participar en la formación de la voluntad política colectiva. Es probable que el hecho de que voten menos los pobres corresponda a esta correlación entre las condiciones laborales y la participación política, entre justicia laboral y democracia política. Los sociólogos han estudiado profusamente el hecho de que la abstención vaya por barrios y que sea mayor en ciudades donde hay más segregación, lo que coincide con que hay peores condiciones laborales. El hecho de que los trabajadores, siendo más que los propietarios, hayan sido tan impotentes en las decisiones colectivas se explica, entre otras razones, porque sus circunstancias laborales no facilitan el ejercicio del poder y la responsabilidad política. Son más, pero son peores sus condiciones de información, tiempo e implicación que se requieren para la participación política.
En las actuales teorías de la democracia haya una ausencia llamativa de reflexión acerca del mundo del trabajo, como si fueran dos asuntos que tuvieran muy poco que ver. El sufragio censitario fue abolido y se reconoció a todos el derecho de votar con independencia de la situación económica, pero una cosa es el reconocimiento formal de un derecho y otra la capacidad real de ejercerlo. La causa de este desfase puede estar precisamente en las experiencias vitales en el mundo laboral. La mayoría de las empresas son islotes de autocracia en medio de sociedades que valoran la autonomía, los derechos humanos, la libertad de expresión y el desarrollo personal. La idea de ciudadanía democrática implica tener el derecho y la posibilidad real de participar en las decisiones colectivas en igualdad de condiciones, pero las circunstancias de la economía capitalista, la dependencia, precariedad, inseguridad y discriminación, lo dificultan enormemente. Hay presupuestos materiales, psicológicos y temporales para la implicación política que no se dan en un entorno económico de dominación. Durante mucho tiempo —y todavía hoy en buena medida— el trabajo ha sido para muchas personas una experiencia penosa, de subordinación, cuyas condiciones apenas podían negociar o modificar, con la sensación de que no se contribuía así a nada socialmente valioso, es decir, exactamente lo contrario de lo que se supone que es una relación política en una sociedad democrática.
Nos quejamos de que la actitud de las personas hacia la política sea clientelar, sin compromiso sólido, ocasional, pero no advertimos que esa es la contrapartida política de un empleo inestable, sin implicación del trabajador o la trabajadora en el futuro de la empresa, discontinuo y eventual. A la creciente precarización de la propia biografía laboral le corresponde un mundo político en el que se han debilitado estructuras de intervención duradera en la sociedad como los sindicatos y los partidos, sustituidos ahora por una explosión emocional con ocasión de grandes acontecimientos, como las crisis o las catástrofes, y seguidas poco tiempo después por periodos de depresión y desinterés hacia lo público. El efecto amenazante de las disrupciones tecnológicas sobre el trabajo y la creciente inutilidad de las competencias adquiridas en el pasado discurre en paralelo con un mundo político volátil e imprevisible, de ciclos especialmente cortos, tanto en lo que se refiere a la gestión como a la duración de los liderazgos. Son igualmente breves los tiempos de utilidad de la tecnología, la duración de los contratos y el cortoplacismo político.
Al mismo tiempo, el trabajo en un entorno digital tiene menos capacidad de integración social que el trabajo en los espacios físicos; la dificultad de situar el propio trabajo en un proyecto conjunto reconocible impide a los trabajadores experimentar en qué medida están contribuyendo a la mejora general de la sociedad; el hecho de que el propio puesto de trabajo esté al vaivén de las deslocalizaciones o en una economía volátil hace que el trabajador no se sienta parte de una comunidad que le necesite y respecto de la cual pueda sentirse de alguna medida responsable. Si la empresa solo nos necesita eventualmente, ¿qué experiencia podemos adquirir de identificación y compromiso con una comunidad política? Si no nos quieren (o solo provisionalmente) en el ámbito laboral, pierde sentido que nos requieran en el ámbito político. El trabajador prescindible acaba siendo un abstencionista político. Aquí tenemos una clave para explicar tanto la falta de expectativas del abstencionista como la desesperación del voto de los trabajadores a la extrema derecha, al que achacamos estar actuando contra sus intereses cuando lo que hacen es reflejar las contradicciones del mundo en el que viven.
La solución a todo esto pasa por considerar a la empresa, tal como sugiere Isabelle Ferreras, como una entidad política susceptible de democratización e, inversamente, entender que el mundo del trabajo puede ser un ámbito para el cambio político; su democratización tiene más efectos políticos que puramente económicos. ¿Y si el Ministerio de Trabajo fuera el que más hace o puede hacer por la regeneración democrática? Los sindicatos y la patronal tienen una responsabilidad democrática, más allá de sus funciones económicas o estrictamente laborales. Axel Honneth menciona cinco presupuestos laborales de la participación política: independencia económica, tiempo libre, autoestima, espíritu de cooperación, creatividad. En su ausencia podemos encontrar una explicación de las diversas sintomatologías de la desafección democrática. En el mundo del trabajo hay prácticas de cooperación, responsabilidad, negociación, que tienen una gran significación política. Y al contrario: donde hay relaciones que favorecen la irresponsabilidad o la falta de reconocimiento, faltan los presupuestos necesarios para el desarrollo de la conciencia política y la implicación democrática. La reducción de la jornada laboral, por ejemplo, tiene el efecto social y político de permitir el cumplimiento de otras obligaciones cívicas, como el cuidado de otras personas o el tiempo para el compromiso político.
Quien mejora las relaciones laborales está regenerando la política porque mejora las condiciones sobre las que se apoya y construye la sociedad democrática. La reducción del tiempo laboral equivale a un incremento del tiempo político (en la medida en que posibilita un tiempo libre que va más allá de la mera necesidad de la supervivencia y permite una atención hacia lo común). El desafío final no es limitar nuestra relación con la empresa sino su transformación; no se trata tanto de conseguir un derecho a la desconexión como de fortalecer el derecho de participación, tanto en el interior de las empresas como en la sociedad política en general.
[ARCHIVO DEL BLOG] Entrevista a Zygmunt Bauman. Publicado el 13/01/2016
Del poema de cada día. Hoy, En el principio, de Marnie Pomeroy
EN EL PRINCIPIO
En el principio
fue la onda
como un gato ovillado.
Sin agua
solo movimiento.
Sin estrella
tan solo la luz brillante de la electrocución
día y noche.
Locura
sin cuerpo
Después el principio
esa era la palabra
para las nubes que llovieron al mar
para la tierra en erupción y después
el jardín con su árbol fatídico
y demasiado pronto las espadas de fuego,
radioactivo. Ahora,
misterio es lo que nunca se dijo:
hay algo inquietante
donde las ventanas abiertas
al aire puro
mantienen su posición
incluso cuando no hay nadie.
Mairne Pomeroy (1932)
poetisa canadiense