jueves, 16 de marzo de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 16 de marzo de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy, con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 15 de marzo de 2017

[Política internacional] Gibraltar en el candelero



Naciones Unida, Nueva York


Ya he expresado en ocasiones anteriores mi opinión sobre el contencioso que enfrenta a España y Gran Bretaña sobre Gibraltar, opinión que se resume en pocas palabras: la existencia de Gibraltar, !una "colonia" en suelo europeo!, es a estas alturas un anacronismo histórico, jurídico y político que debería estar resuelto hace mucho tiempo. Con una premisa básica: que en cualquier caso quede acreditada y se respete la voluntad de sus habitantes y que se realice con el acuerdo expreso y firme de España y Gran Bretaña, no solo de una o dos de las tres partes en litigio. ¿Soluciones posibles (o deseables)?: la independencia pura y simple; la integración en España como Comunidad Autónoma; la integración en Gran Bretaña; o un Estatuto Especial como Estado independiente en la Unión Europea bajo la cosoberanía compartida de las Coronas española y británica. Pero como también digo siempre (o casi siempre) mi opinión al respecto es irrelevante.

Para Gibraltar, decía en un reciente artículo en El País la profesora Paz Andrés Sáenz de Santa María, catedrática de Derecho Internacional Público de la Universidad de Oviedo, el Brexit ha sido una pésima noticia. Jurídicamente, añade, no hay duda de que una vez materializada la salida de Reino Unido España recupera la facultad reconocida por el artículo X del Tratado de Utrecht de controlar e incluso de cerrar el paso por la verja, que permanecía inaplicable tras la adhesión de España a la Unión Europea como consecuencia de la obligación de garantizar la libre circulación de personas, servicios y capitales. Por otra parte, los expertos ya han advertido de las restricciones que España podría imponer sobre la residencia, propiedades, negocios y ejercicio profesional de los gibraltareños en España y, más en general, de las repercusiones negativas para Gibraltar de la pérdida del estatuto especial. Los documentos publicados por el Gobierno británico antes del referéndum reconocían estos problemas y el apoyo a la permanencia expresado en la consulta por el 95,1 % de los gibraltareños certifica que son conscientes de las consecuencias.

El compromiso de Reino Unido con Gibraltar, dice más adelante, reiterado en múltiples ocasiones antes y después del Brexit mediante el conocido mantra de que ese Estado nunca celebrará acuerdos por los que la población de Gibraltar quede bajo la soberanía de otro Estado ni participará en negociaciones de soberanía con las que Gibraltar no esté conforme, tendrá valor político para consumo interno pero no puede eliminar esta realidad. Tampoco pueden hacerlo los vanos intentos de formar con Escocia un frente común para conseguir la permanencia en la Unión, dada la condición singular de Gibraltar como territorio no autónomo, ni la también vana evocación del caso de Groenlandia, pues es justamente el inverso de lo que Gibraltar pretende. Nada de esto vale para obviar los poderes de control que se derivan del derecho de la UE para cada Estado miembro en relación con las sucesivas fases del proceso de retirada, desde la definición de las orientaciones de negociación por parte del Consejo Europeo, pasando por la adopción del texto del tratado de retirada y hasta la ratificación del mismo. España puede hacer uso de estas facultades para controlar la regulación del régimen de Gibraltar, lo que es plenamente coherente con la característica de controversia bilateral reconocida siempre por las instituciones europeas y, desde luego, con la legítima defensa de nuestros intereses. El presidente Rajoy ya ha dicho en Malta que Gibraltar se irá de la Unión Europea y no se aplicará el acervo comunitario en el mismo instante en que se vaya el Reino Unido.

La reciente propuesta española de soberanía conjunta, señala, abre una nueva perspectiva. Su contenido se articula alrededor de cuatro ejes: un estatuto personal para los habitantes del Peñón que les permita acceder a la nacionalidad española sin renunciar a la británica; un régimen de autonomía; el mantenimiento de un régimen fiscal particular siempre que sea compatible con el derecho de la Unión y el desmantelamiento de la verja. España y Reino Unido ostentarían conjuntamente las competencias en materia de defensa, relaciones exteriores, control de fronteras, inmigración y asilo. Al presentarla ante la Cuarta Comisión de la Asamblea General, el representante de España destacó las ventajas de esta solución para conjurar las consecuencias del Brexit sobre Gibraltar, pues la economía del territorio seguiría beneficiándose del acceso al mercado interior, manteniéndose las libertades de circulación.

Cuando David Cameron, comenta, obtuvo de los jefes de Estado y de Gobierno la decisión relativa a un nuevo régimen para Reino Unido, dijo que había conseguido lo mejor de los dos mundos, aunque los ciudadanos británicos no supieron apreciarlo. Tras el Brexit, la propuesta de soberanía conjunta ofrece a Gibraltar la versión particular de lo mejor de los dos mundos. Su ministro principal, que ya se ha precipitado a rechazarla, tendría que explicar a la población por qué prefiere salir de la Unión en vez de permanecer en ella sin tener que renunciar a nada, por qué desprecia un estatuto personal privilegiado, por qué no quiere superar de este modo una situación colonial anacrónica y por qué no quiere fortalecer las sinergias económicas con el Campo de Gibraltar, por el que a veces aparenta interesarse. Escudarse en el referéndum de 2002 en el que se rechazó la fórmula de la cosoberanía negociada por Piqué y Straw no parece suficiente, dado el cambio que supone el Brexit.

Si la incorporación del Reino Unido a las Comunidades Europeas cambió radicalmente la economía de Gibraltar, dice, la retirada de ese Estado puede tener consecuencias muy negativas para el territorio. Ni la ingeniería jurídica ni las dramáticas apelaciones a su europeísmo serán suficientes para conjurar los riesgos ciertos a los que se enfrenta. No por casualidad, el Libro Blanco que acaba de presentar la primera ministra se limita a asegurar que el gobierno británico seguirá involucrando a Gibraltar en sus foros de trabajo, se comprometerá con sus intereses cuando comiencen las negociaciones y reforzará los vínculos entre ellos mismos.

La puesta en práctica de la salida de Reino Unido de la UE llevará tiempo pero acabará llegando, concluye diciendo. Y la población de Gibraltar se topará con la cruda realidad de ser un territorio no autónomo de un tercer Estado, con todos los inconvenientes y ninguna de las ventajas actuales. En El arte de la prudencia, Baltasar Gracián contrapone a los que no se dan cuenta de la verdad ni de la utilidad, preocupados por contradecir y luchar, frente a los que están de parte de la razón y no de la pasión. Gibraltar va a tener que valorar pronto cuál de las dos posturas conviene más a sus intereses. Espero que acierten.




Gibraltar, al fondo. La Línea de la Concepción, España, en primer plano



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 15 de marzo de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy, con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; El Roto, Forges, Peridis, Ros y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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martes, 14 de marzo de 2017

[A vuelapluma] ¿Tiene futuro la democracia?





Hace unos días el profesor Gabriel Tortellá (1936), prestigioso economista e historiador, catedrático emérito de Historia de la Economía en la Universidad de Alcalá de Henares, publicaba un artículo en el diario El Mundo preguntándose si a la vista del  Brexit, la elección de Trump, el auge de los populismos, los nacionalismos y los partidos antisistema, junto con las regresiones antidemocráticas en Rusia, Venezuela, Bolivia, Filipinas y varios otros países, la democracia tenía futuro tal y como la conocemos hoy, en el que defendía que pese a todas las regresiones antisistema que se están viviendo en el mundo, la democracia sigue siendo la alternativa política menos mala, aunque es necesario reformarla para salvarla.

Numerosos pensadores ponen en tela de juicio el futuro de la democracia en el mundo, dice al inicio de su artículo. La Historia tiene algunas enseñanzas al respecto, pero no muchas, porque la historia de la democracia moderna es corta. Si bien su gestación se prolongó algo más dos siglos (puede decirse que comenzó con la Revolución inglesa del siglo XVII), la democracia plena tiene apenas un siglo de existencia. Se estableció precisamente en torno a la Primera Guerra Mundial (1914-18), si bien algunos pioneros, como Nueva Zelanda y Australia, la implantaron un poco antes. 

Aunque los tratadistas discutan sobre la definición precisa, añade, entendemos por democracia el sistema político en que el pueblo, sin más distinciones que la edad, elige a sus gobernantes; lo cual implica, por lo tanto, el sufragio universal de ambos sexos, ejercido con periodicidad.La historia de la democracia, con todo, es curiosa. Inventada y bautizada por los griegos clásicos (más exactamente, los atenienses), duró relativamente poco tras el siglo IV de la era precristiana. La República romana estableció un sistema parlamentario semidemocrático, que pronto derivó en dictadura e imperio. Desde entonces hasta el siglo XX la democracia desapareció de la historia, aunque hubiera algunos conatos aquí y allá. ¿Por qué esta larga interrupción de unos 23 siglos? Simplemente, porque ni los filósofos ni los gobernantes confiaban en la capacidad de los pueblos de tomar decisiones sensatas en materias de alta política. 

Al fin y al cabo, sigue diciendo, por impresionante que fuera el caso precursor de la Atenas clásica, el resultado de la primera democracia no fue ejemplar: ofreció errores flagrantes, de los que el más recordado es la condena a muerte de Sócrates, aunque hubo muchos más. La resurrección de la democracia en el siglo XX en nuestra era es producto de una evolución secular: la introducción del parlamentarismo y la Revolución Industrial en Inglaterra pusieron en marcha dos procesos paralelos: el desarrollo económico permitió, a través de la educación, la acumulación de capital humano en la población, lo que la fue capacitando para participar cada vez más en la política; esta creciente participación fue ensanchando las bases del parlamentarismo, de modo que los censos electorales se fueron ampliando hasta alcanzarse el sufragio universal. 

De manera concurrente, añade más adelante, el crecimiento económico alumbró el establecimiento de una clase media, cuyo voto a favor de partidos moderados contribuyó a dar estabilidad a las nacientes democracias. Este proceso, que se había desarrollado gradualmente a lo largo del siglo XIX, se precipitó con la Guerra Mundial y el triunfo del comunismo en Rusia. 

El éxito de la democracia en el periodo de entreguerras, señala, se vio empañado por el ascenso de los totalitarismos, que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Pero ésta concluyó con triunfo de las democracias (y del comunismo). Por otra parte, el crecimiento económico ha borrado las antiguas distinciones de clase. En los países desarrollados, la gran mayoría puede considerarse clase media. La democracia pasó así a ser el canon político, y la mayoría de los países se fueron proclamando democráticos, aunque muchos de hecho no lo fueran. 

Parecía que nos aproximábamos al "fin de la historia" (expresión de Francis Fukuyama), en que la inmensa mayoría de la población estaría gobernada democráticamente, disfrutando de la paz y el bienestar que el imperio del Derecho y el Estado de Bienestar conllevan. Por desgracia, comenta, las cosas no han sido exactamente así. En primer lugar, muchos Estados actuales sólo tienen de democráticos el nombre. Tratan de mantener las apariencias, pero ni el sufragio se ejerce en ellos libremente, ni hay separación de poderes, ni los gobiernos ceden su puesto de buena gana, antes bien recurren a toda clase de artimañas (a menudo violentas) para perpetuarse. Además, hay amplios segmentos de la población mundial que rechazan la democracia, los más importantes de los cuales son los movimientos islamistas radicales (Al Qaeda, Estado Islámico), que la consideran un sistema ajeno y antagónico a su cultura. Uno de los grandes conflictos mundiales es hoy el enfrentamiento entre occidente y estos movimientos antioccidentales, la mayoría de los cuales opone la teocracia a la democracia.

Pero incluso dentro del campo realmente democrático, continúa diciendo, las cosas no son tan idílicas como se creía hace una generación. Dentro de países de impecable ejecutoria han aparecido movimientos que ponen en duda las bases de convivencia que se daban por inamovibles hasta hace muy poco. A ellos me refería en el primer párrafo de este artículo. Y es que la propia esencia de la democracia la convierte en un sistema muy frágil, que puede generar tendencias autodestructivas. Una de ellas es la tentación del suicidio; se han dado casos de suicidio democrático que están en la memoria de todos: esto ocurre cuando se vota por un gobernante que está decidido a instaurar un Gobierno autocrático. 

Así ocurrió, dice, con Hitler en la Alemania de Weimar en 1932, o en Argentina con Perón, o en Venezuela con Hugo Chávez. Y tantos otros casos ha habido. Las democracias son estables en la medida en que sus mayorías se sienten satisfechas y seguras y no están dispuestas a votar por un candidato o partido que amenace la estabilidad del sistema. Pero las sociedades son olvidadizas y, cuando sienten que su bienestar está en peligro, tienden a ser muy susceptibles a los cantos de las sirenas populistas y a revolverse contra el régimen político al que tanto deben. 

Existe en la conducta colectiva, señala, una tendencia a dar por hecho un cierto nivel de bienestar e incluso una mejora continua de ese bienestar, de modo que una pausa en ese crecimiento provoca un movimiento de rebelión que acostumbra a dar lugar a situaciones de inestabilidad que pueden llegar a poner en cuestión las bases mismas de la democracia. Por otra parte, y debido a esa desmemoria colectiva, los hijos de aquéllos que bendijeron y veneraron la llegada de la democracia ya no sienten ese fervor; frecuentemente sienten, al contrario, despego y hastío hacia la institución, y están dispuestos a echarlo todo a rodar cuando se consideran víctimas de las fuerzas impersonales del mercado. Se producen así fenómenos como el Brexit, el trumpismo, los nacionalismos, los populismos y demás aberraciones democráticas.Por otra parte, raro es el caso en que la democracia produce gobernantes excepcionales. 

Hoy se oyen con frecuencia voces lamentando que no tengamos líderes como Churchill o De Gaulle, concluye su artículo. Desde luego, Cameron y Hollande son poca cosa en comparación con aquellos gigantes. Pero es que figuras tan excepcionales eran productos de circunstancias excepcionales, que exigían decisiones valientes y desesperadas. Hoy triunfan los políticos grises que no lideran sino que van a la rastra, buscando el regate corto que prescriben las encuestas de opinión. O cuya panacea es el regreso a un pasado en gran parte mítico e irreal, como es el caso de Trump, de los nacionalistas catalanes o vascos, de los populistas franceses o alemanes, o de los aislacionistas ingleses. La supervivencia de la democracia exigiría otro tipo de líderes, gobernantes que no persiguieran la reelección de un modo rastrero. Quizá fuera mejor adoptar mandatos más largos sin posibilidad de reelección, al menos de reelección inmediata. O, igual que en Estados Unidos, permitir una sola reelección. Como toda obra humana, el sistema democrático adolece de graves defectos. Los que, pese a todo, creemos que es la alternativa menos mala, debemos debatir cómo reformarla para salvarla. 



Gabriel Tortella



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lunes, 13 de marzo de 2017

[Píldoras literarias] Hoy, con "Dolores zeugmáticos", de Guillermo Cabrera Infante





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 


Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden. 

Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado Dolores zeugmáticos , de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) escritor y guionista cubano, exiliado por su oposición al régimen castrista, nacionalizado británico. Obtuvo el Premio Cervantes en 1997. Su estilo se caracteriza por los continuos retruécanos, paronomasias, agudezas, uso del hipérbaton y traslaciones idiomáticas, con los que intenta imitar el ritmo sincopado del jazz; por el dominio de los registros coloquiales de la lengua cubana, por un espléndido sentido del humor y por una gran cultura, manifiesta en la abundante intertextualidad de que hacen gala sus textos.

Su relato, incluido en la obra Exorcismos de estilo (1967),  tiene dieciocho palabras y dice así: 


DOLORES ZEUGMÁTICOS

Salió por la puerta y de mi vida, 
llevándose con ella mi amor
 y su larga cabellera negra








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