El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
viernes, 20 de junio de 2025
jueves, 19 de junio de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 19 DE JUNIO DE 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 19 de junio de 2025. El carisma de Donald Trump solo funciona dentro de su país; fuera es irrelevante porque no puede hacer que China, Rusia, Canadá o México se sometan a su voluntad, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy el historiador estadounidense Timothy Snider. En la segunda, un archivo del blog de junio de 2020, el filósofo Nuccio Ordine se preguntaba si estamos realmente seguros de que los lazos de parentesco son más importantes que los lazos de amistad, porque las fuerzas impenetrables que unen a dos seres humanos son una forma de solidaridad absoluta. El poema del día, en la tercera, es del poeta Blas de Otro, se titula Un relámpago apenas, y comienza con estos versos: Besas como si fueses a comerme./Besas besos de mar, a dentelladas./Las manos en mis sienes y abismadas/nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
DEL FALSO CARISMA DE TRUMP
El carisma de Donald Trump solo funciona dentro de su país. Fuera es irrelevante porque no puede hacer que China, Rusia, Canadá o México se sometan a su voluntad, afirma el El País [El débil ‘hombre fuerte’ de Estados Unidos, 09/06/2025] el historiador estadounidense Timothy Snider. En los últimos dos meses, comienza diciendo, los inversores han encontrado una nueva estrategia bursátil, basada en una regla sencilla: TACO, o “Trump siempre se acobarda” (en inglés, Trump Always Chickens Out). El presidente estadounidense amenaza con imponer enormes aranceles a amigos o enemigos por igual, o con destituir al presidente de la Reserva Federal, y luego termina echándose atrás cuando el látigo del mercado impone su disciplina implacable. A continuación insiste con los aranceles, solo para echarse atrás otra vez.
La pauta trasciende la economía. De hecho, es el rasgo saliente de la presidencia de Donald Trump. Pero Trump no es un simple cobarde. Es un “hombre fuerte” débil; y tal vez los adversarios de Estados Unidos lo entiendan mejor que la mayoría de los estadounidenses.
Muchos estadounidenses temen a Trump, y por consiguiente imaginan que otros también deberían hacerlo. Pero fuera de los Estados Unidos, nadie teme a Trump en sí. Los amigos de Estados Unidos temen a un pirómano que destruye lo que otros han creado. Y los enemigos de Estados Unidos celebran la destrucción generada por Trump y por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk. Tras la reciente renuncia de Musk, Alexander Dugin (principal ideólogo del Kremlin) lamentó su partida: “el DOGE hizo un gran favor al mundo entero liquidando la USAID [la agencia de cooperación internacional de EE UU] y los departamentos de Salud y Educación”.
Trump es fuerte en un sentido relativo; después de destruir instituciones, lo que queda es su presencia. Pero es débil porque tras la destrucción de los departamentos del Gobierno responsables del dinero, de las armas y de la inteligencia, Estados Unidos se queda sin herramientas reales para lidiar con el resto del mundo. En televisión hace el papel de un hombre fuerte (y es un actor de talento). Pero su única fortaleza es la actitud sumisa de sus espectadores. Su actuación alienta un sueño de pasividad: Trump se encargará de corregir lo que haya que corregir.
Es verdad que el carisma de Trump es una especie de fuerza. Pero no es aplicable a ningún problema, y fuera de los Estados Unidos es irrelevante. Los partidarios de Trump podrán pensar que Estados Unidos no necesita amigos, porque puede intimidar a sus enemigos sin ayuda. Pero ya hemos aprendido que Trump no puede hacer que Canadá o México (mucho menos China, Irán o Rusia) se sometan a su voluntad.
Eso solo funciona en casa. Trump lleva años usando los actos políticos y las redes sociales para inspirar violencia errática contra sus adversarios internos. El resultado ha sido una purga espontánea del Partido Republicano y la creación de una cohorte de congresistas dóciles. Quienes se someten a Trump lo perciben como un hombre fuerte, pero solo están experimentando su propia debilidad. Y esta no puede convertirse por arte de magia en fortaleza en el resto del mundo.
Con todas sus mayúsculas y signos de exclamación, los mensajes que Trump ha dirigido en las redes sociales al presidente ruso Vladímir Putin en los últimos meses para exigirle que ponga fin a la guerra en Ucrania no han tenido ningún efecto en el estado emocional de Putin, mucho menos en las políticas rusas. Y la incitación estocástica a la violencia no incidirá en los líderes extranjeros. Nadie en Irkutsk va a amenazar a Putin o hacerle daño porque Trump haya publicado algo en Internet.
En un acto de generosidad, se podría interpretar una publicación de Trump con amenazas de sanciones como una medida política. Pero las palabras solo importan cuando detrás realmente hay una política, o al menos la posibilidad de que se la formule. Para eso se necesitan instituciones con personal capacitado. Y la primera política de Trump fue despedir a quienes tendrían la capacidad para diseñar y poner en práctica una política. Por ejemplo, muchas de las personas que sabían algo sobre Ucrania y Rusia ya no forman parte de su gobierno.
Su lugar lo ocuparon los torpes intentos de Trump de hacer concesiones a Rusia respecto de la soberanía ucrania por su cuenta, sin Ucrania y sin ningún aliado. Y no funcionó. Su posición era tan débil que obviamente, Putin dio por sentado que podía conseguir más y acto seguido intensificó la agresión rusa a Ucrania. Trump es una oveja con piel de lobo, y los lobos perciben la diferencia.
Es una verdad evidente, pero hay que decirla bien claro: nadie en Moscú cree que Trump sea fuerte. Incluso queriendo, Trump no podría lanzar una amenaza creíble a Rusia sin instituciones operativas y funcionarios competentes. Por ejemplo, para que las sanciones funcionen necesitaría más (no menos) gente dedicada a la tarea. Además, las potencias extranjeras tendrían que creer que el Departamento del Tesoro no es el mero juguete de un multimillonario estadounidense. Por desgracia, los servicios de inteligencia extranjeros leen los diarios.
Tal vez los estadounidenses se contenten con ignorar el hecho de que la capacidad estatal necesaria para hacer frente a los adversarios se ha eliminado o entregado a personas cuya única calificación es la lealtad absoluta a Trump. Pero la destrucción de las instituciones del poder estadounidense crea una estructura de incentivos muy simple para los enemigos de Estados Unidos. Los rusos anhelaban el regreso de Trump a la Casa Blanca, porque consideran que Trump debilita a Estados Unidos. Ahora lo ven desmantelar la CIA y el FBI y poner a gente como Tulsi Gabbard, Kash Patel y Pam Bondi a cargo de la inteligencia y de fiscalizar la legislación federal, y naturalmente concluyen que el tiempo está a su favor.
Por eso Putin ignoró las demandas de Trump de un alto el fuego en Ucrania; y si lo hubiera, Rusia lo aprovecharía para preparar la próxima invasión. Putin confía, con razón, en que Estados Unidos, neutralizado por Trump, será incapaz de responder, que los europeos estarán distraídos y que tras años de guerra, a los ucranios les será más difícil volver a movilizarse.
Lo que vale para Rusia también vale para China. El débil hombre fuerte está colaborando con la República Popular. Antes de Trump no corrían buenos tiempos para China. Aunque una generación de estadounidenses ha temido que China superara a Estados Unidos como potencia económica y militar, los últimos años las líneas de tendencia ya no eran tan claras, o incluso se habían invertido. Pero ahora que Trump se ha lanzado a destruir la capacidad estatal estadounidense, China tiene al alcance de la mano lo que antes le hubiera costado conseguir.
Tal vez la estrategia TACO beneficie a Wall Street en lo inmediato, pero un débil hombre fuerte solo traerá pérdidas. Los seguidores de Trump tal vez crean que ha convertido a Estados Unidos en un gigante entre las naciones, pero la verdad es todo lo contrario. Como hombre fuerte destruye las normas, las leyes y las alianzas que han evitado la guerra; como hombre débil, invita a que esta ocurra. Timothy Snyder es profesor de Historia en la Universidad de Toronto. Su último libro es Sobre la libertad (Galaxia Gutenberg).
[ARCHIVO DEL BLOG] AMISTAD. PUBLICADO EL 29/06/2020
EL POEMA DE CADA DÍA. HOY, UN RELÁMPAGO APENAS, DEL POETA ESPAÑOL BLAS DE OTERO
UN RELÁMPAGO APENAS
Besas como si fueses a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,
me declaro vencido, si vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes. Sin dolerme,
tiras de mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio. Y luego, mimadora,
la brizas y la rozas con tu beso.
Oh Dios, oh Dios, oh Dios, si para verte
bastara un beso, un beso que se llora
después, porque, ¡oh, por qué!, no basta eso.
BLAS DE OTERO (1916-1979)
poeta español
miércoles, 18 de junio de 2025
DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 18 DE JUNIO DE 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 18 de junio de 2025. La polarización está de moda, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy el politólogo Pablo Simón, y lo que antes era un concepto casi sólo estadounidense, comienza diciendo, hoy es moneda corriente en todas las democracias occidentales; Spain [en el fondo] is not different. La segunda es un archivo del blog de junio de 2018, en el que el politólogo Manuel Arias Maldonado, escribía sobre las "emociones nacionales", justo un día antes de la votación de censura en el Congreso de los Diputados que abriría las puertas a la presidencia del gobierno de España a Pedro Sánchez. El poema del día, en la tercera, es del poeta chino-estadounidense Bei Dao, se titula 《岁末》/ Fin de año, lo publico en chino y español, y comienza con estos versos: Desde el inicio hasta el final del año/he caminado tantos años/dejando al tiempo curvarse como un arco. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
DE LA POLARIZACIÓN
La polarización está de moda, escribe en Revista de Libros [La era del odio, 28/05/2025] el politólogo Pablo Simón. Lo que antes era un concepto casi sólo estadounidense, comienza diciendo, hoy es moneda corriente en todas las democracias occidentales. Spain [en el fondo] is not different. Ahora bien, antes de entrar en materia conviene distinguir que existen dos tipos, como el colesterol. La primera es la conocida como la polarización política. Esta se refiere a en qué medida existen posiciones políticas más o menos alejadas entre los distintos partidos. En un sistema democrático es inevitable que exista en mayor medida; vivimos en sociedades plurales con diferentes concepciones de lo justo y lo bueno. En ese sentido, quizá la gran convergencia ideológica entre los principales partidos durante los años 90 fue más la excepción que la regla, pero que guste que haya más o menos es una cuestión personal (suele agradar más a los que apoyan a los partidos clásicos, conservadores o socialdemócratas).
Sin embargo, el tipo de polarización que tenemos cada vez más extendida es la polarización afectiva, la cual opera a nivel de los votantes. Esta se basa en generar afinidad y solidaridad entre aquellos que son percibidos como ldel mismo grupo ideológico y generar hostilidad y rechazo hacia los rivales. Ha habido autores que señalan, con horror, que la política se ha vuelto una cuestión de identidad. No deseo menoscabar su hallazgo, pero la política siempre ha ido de identidad. Lo verdaderamente novedoso es que dicha identidad está pasando a ser el eje que entronca con la manera de comportarse o preferir políticas. Dicho de otro modo, que no son tus preferencias sociales las que hacen formar tu grupo, sino que tu pertenencia al grupo es la que marca tus preferencias sociales. Esto suele ir de la mano con generar prejuicios hacia otros grupos y una sensación de constante amenaza hacia el propio, lo que genera una reactividad emocional. Las identidades se vuelven más compactas, más homogéneas y cada contienda electoral se vuelve una batalla a vida o muerte.
Esta última polarización puede tener muchos efectos corrosivos en nuestras democracias. Sabemos que tiende a debilitar la confianza social en los otros; confiamos más en nuestro grupo, pero menos en la comunidad. Además, también hace que la gente empiece a incurrir en el cinismo democrático. Como se tiene cada vez más rechazo por el grupo rival, se acepta que se recurra a medidas de corte iliberal o que restrinjan el pluralismo con el fin de achicar la capacidad de actuación a aquellos que no nos gustan. Esto con frecuencia va de la mano de negar la legitimidad de los resultados electorales, algo que estamos viendo en cada vez más contextos. Si que gobierne el rival se vuelve una amenaza para la supervivencia del propio grupo ¿Acaso no es legítimo oponerse a él por cualquier medio que sea posible?
Otro de los efectos perniciosos de la polarización afectiva tiene que ver con la rendición de cuentas. En democracia es fundamental echar a los malos gobernantes. Para esto hay que contar con una parte de los votantes: los volátiles que cambian de partido según el desempeño del gobierno. Que haya algunos ciudadanos que sean volátiles hace que los gobiernos deban cumplir sus promesas y esforzarse por promover el bien común (o perderán las elecciones). El problema de la polarización afectiva es que genera que los votantes sean cada vez más rígidos. Como toda la contienda va sobre el miedo a que gobiernen los otros, con eso ya basta para seguir gobernando. El resultado es, por tanto, que la calidad de las instituciones se erosiona. Basta con insistir en ese miedo para que, prietas las filas, cada cual se coloque detrás de los suyos.
Finalmente, esta polarización también tiene un efecto a nivel de las propias élites. La cooperación entre partidos de diferentes sensibilidades es más costosa; los propios votantes lo toleran menos. Además, el propio lenguaje del debate público se deteriora: la conversación pasa a girar en torno al «quién» y no al «qué». La deshumanización de los adversarios políticos pasa a ser la norma y, en general, la esfera comunicativa tiende a dejar de ser propensa a la deliberación. La banalidad en el discurso y la competición por la atención del electorado se vuelve central mientras que las redes sociales, no sabemos si causando o amplificando esta dinámica, facilitan que agentes políticos, medios de comunicación y ciudadanos tiendan a estar cada vez más inmersos dentro de esta lógica.
¿Y por qué razón este síndrome se ha vuelto más prevalente ahora que en tiempos pasados? Bueno, lo cierto es que hay dos grandes escuelas. La primera es la que argumenta que tiene que ver con cómo han cambiado y se han complejizado nuestras sociedades. El surgimiento de nuevos temas en la agenda ligados a identidades (feminismo, minorías sexuales, religiones…) generaría una potencial polarización en torno a las mismas. Además, la globalización, los shocks de la Gran Recesión e incluso la covid-19 habrían generado que se abriera la caja de Pandora de la problematización de estos elementos. Por tanto, la polarización vendría dada, esencialmente, por la demanda. La sociedad ha cambiado y la complejidad de nuestro mundo se ha problematizado hacia el conflicto.
Sin embargo, hay otra escuela que lo que defiende es que la polarización no viene de abajo, sino que se fabrica. En ese sentido, las élites políticas, ensu conjunto, serían las responsables. En contextos de continua competición electoral, la polarización es la estrategia ganadora para cohesionar a los votantes, para escapar de las propias responsabilidades. Además, gracias al cambio en la infraestructura de comunicación, eso es más fácil. Mediante redes sociales no hace falta intermediarios, el líder puede convocar a los suyos con facilidad en un ecosistema mediático que prima más el conflicto que el acuerdo. Por lo tanto, la bomba de la polarización se iría cebando por todos lados. El resultado es que los agentes políticos, pensando sólo en el corto plazo, irían corroyendo los fundamentos del propio sistema político en el medio y el largo plazo.
Si bien la primera tesis es más funcionalista que la segunda, en ambas los actores políticos tienen algo que ver, ya sea amplificando o no corrientes de fondo o fabricando activamente este conflicto. Por ello, si nos preocupa la polarización, es más fácil empezar por lo que sí podemos controlar: que las élites recuperen algunos consensos básicos. Si, en ese sentido, pudiera exigirse un programa de mínimos, lo limitaría a sólo dos cosas, dos legados de la Ilustración. La primera es el empirismo, es decir, que los hechos importan para la discusión política. La posverdad es hija de matar este principio. La segunda es apelar a la Razón. Esto supone que, aunque las identidades sean relevantes, lo exigible en el debate público son argumentos, no relatos. Lo que se deben ofrecer es razones y persuasión, no apelar a las entrañas. Es indudable que el desgarro de ese consenso existe y ha permeado también en los actores clásicos. Sin embargo, creo que retejer estos fundamentos es una condición, al menos necesaria, para retomar una discusión pública más sana. ¿Qué la democracia que tendremos tras esta polarización exacerbada será diferente? Sin duda, pero sabiendo que ella misma está en riesgo, tomarse este debate en serio nunca había sido tan perentorio. Pablo Simón es titular de ciencia política en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universitat Pompeu Fabra e investigador post-doctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Especialista en sistemas de partidos, la competición electoral, la descentralización política y fiscal y el comportamiento político de los jóvenes.