El ideal normativo de intercambio argumentativo libre, abierto y honesto no parece ser un dique lo suficientemente sólido para convertir a la academia en una isla inmune al clima de polarización ideológica que, por fuerza, empobrece la calidad cívica y política de la democracia liberal. El libro La extrema izquierda en Europa Occidental. Iliberalismo y amenazas para la democracia, coordinado por los politólogos Edurne Uriarte y Ángel Rivero, constituye (con las importantes salvedades que señalaremos en un momento) un ejemplo de abandono de la lógica académica para abrazar la defensa de una agenda política concreta, forjada a golpe de artículos de fe. Se estrecha así el margen para despliegues argumentativos y demostrativos que abran paso a la persuasión y se lo cierren en la misma medida al fideísmo. La portada del libro da pistas inequívocas de los derroteros de su contenido; mejor, de su intencionalidad. Sobre fondo rojo aparece un collage con seis rostros ordenados en dos líneas paralelas. En la superior figuran Mao Tse-Tung, Lenin y Fidel Castro; en la inferior Jeremy Corbyn, Jean-Luc Mélenchon y Yolanda Díaz.
Los responsables del libro abrazan una definición de la extrema izquierda digamos que posicional, incluyendo en la etiqueta a aquellas formaciones situadas a la izquierda de los partidos socialistas y socialdemócratas, en particular los partidos que son o han sido de obediencia comunista. El marco analítico del libro se resume en las siguientes ideas-fuerza:
1. El comunismo es una ideología totalitaria que no ha merecido la misma atención que otras expresiones del totalitarismo del siglo XX, como son el fascismo o el nacionalsocialismo.
2. Con su reloj de la historia detenido, la extrema izquierda europea actual es heredera del comunismo perpetrador de crímenes contra la humanidad.
3. A diferencia de la extrema derecha contemporánea, en Europa Occidental escasean los estudios académicos sobre la extrema izquierda.
4. La asimetría del interés tiene una explicación inmediata: círculos intelectuales, medios de comunicación y academia están dominados por quienes simpatizan con la extrema izquierda («el sesgo izquierdista»).
5. Las amenazas que acechan hoy a la democracia liberal no provienen tanto de la extrema derecha cuanto de la extrema izquierda.
La calidad de las contribuciones del libro guarda estrecha relación con la medida en que sus autores se sacuden las servidumbres impuestas por las premisas contenidas en este marco. A este respecto, podemos distinguir dos grandes bloques: 1) Estudios de caso al servicio del marco ideológico de partida; 2) Estudios de caso que se desvían con mayor o menor sutileza de él.
Además de la introducción y las conclusiones del volumen, en el primer grupo destacan las aportaciones dedicadas a Francia, España y Portugal, obra de los coordinadores. Cuando hablábamos más arriba de un ejemplo de academia que sucumbe a la dinámica de la polarización, nos referíamos a estas contribuciones. El resto de países cubiertos en el libro (Alemania, Gran Bretaña, Italia y Suecia) matizan e incluso impugnan el corsé impuesto por los coordinadores. Son las contribuciones mejor argumentadas y documentadas; rehúyen dogmas e invitan a la reflexión; exhiben una mayor profundidad analítica; no son una sucesión de verdades apodícticas, sino que aportan y contrastan argumentos. El libro lo completan dos capítulos comparativos y de tenor empírico, un capítulo sobre la extrema izquierda en América Latina, y una breve (e interesante) reflexión de Javier Zarzalejos sobre la extrema izquierda en el Parlamento Europeo.
Los capítulos dedicados a Francia y a España, ambos firmados por Uriarte, presentan dos puntos en común: son los que menor aparato bibliográfico ofrecen (y mayor apoyatura documental de prensa) y los que más se alejan de todo esfuerzo de persuadir al lector de la plausibilidad de sus conclusiones. La pobreza argumentativa resulta por momentos bochornosa. Para muestra, varios botones ilustrativos de una cadena de aseveraciones formuladas como premisas, no como corolarios derivados de base probatoria alguna. Los intelectuales franceses, sostiene la catedrática de la Universidad Rey Juan Carlos, rechazan mayoritariamente el fascismo y el nazismo; en cambio, «el comunismo es defendido y respetado». En flagrante contradicción con el axioma sentado por la propia autora en su capítulo introductorio según el cual el estudio de la extrema izquierda ha sido descuidado por la academia, ahora afirma que «cualquier librería francesa ofrece numerosas obras sobre el comunismo y el marxismo, la gran mayoría con una visión positiva». Cuando aborda el comunismo, la academia francesa no produce sino «hagiografías». La extrema izquierda en Francia, por lo demás igual que en otras democracias, se caracteriza «por su apoyo a los métodos violentos para lograr fines políticos», tal y como se refleja «en el apoyo abierto, la simpatía o la justificación de los terrorismos de extrema izquierda». Al filoterrorismo la autora añade una muesca estigmatizadora adicional: el análisis del perfil sociológico revela que sus votantes se declaran «mayoritariamente musulmanes», deslizando de forma indisimulada un supuesto filoislamismo de la extrema izquierda. En realidad, el análisis maltrata los datos: lo que se desprende de esos mismos estudios postelectorales que maneja Uriarte es que dos terceras partes de los musulmanes franceses que votaron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022 lo hicieron a la coalición liderada por Jean-Luc Mélenchon, lo cual es muy distinto a sostener que dos terceras partes del electorado de extrema izquierda son musulmanes3. Por lo demás, en comicios presidenciales precedentes, la población musulmana en Francia se decantó por el Partido Socialista, incorporado ahora a la coalición NUPES (Nueva Unión Popular Ecológica y Social), liderada por Mélenchon. El análisis de la autora sobre España no afina el trazo. Además de las organizaciones políticas herederas del comunismo (incluidas Podemos, Sumar e Izquierda Unida), en la categoría de extrema izquierda incluye a Euskal Herria Bildu y a Esquerra Republicana. Todas estas formaciones insisten en «la lucha de clases, la explotación del proletariado, el antiimperialismo, el anticapitalismo, el rechazo de la burguesía o clases dominantes, el anticlericalismo, y el rechazo hacia la autoridad del Estado, siempre que ese Estado no sea comunista». No hay amago probatorio por ninguna parte; su argumentario descansa en el porque lo digo yo. El aserto de Uriarte admite un contraste rápido: un barrido por los programas electorales de EH Bildu revelan lo gratuito de la enumeración de supuestas «insistencias». Si acudimos al programa electoral de Sumar, el balance es idéntico4. Otro resultado arrojaría un análisis del Euskal Herriko Kontseilu Sozialista, EHKS (Consejo Socialista de Euskal Herria), una escisión comunista ortodoxa del nacionalismo radical vasco que no concurre a elecciones. Por añadidura, la extrema izquierda española estaría fagocitada por las extremas izquierdas catalana y vasca hasta el punto de apoyar «sus contenidos más etnicistas» e incluso «xenófobos». Con tales mimbres no extrañará entonces que Enrique Santiago, secretario general del PCE, mantenga, según Uriarte «simpatías hacia esos grupos terroristas de extrema izquierda» (se refiere a las FARC, Hamas y ETA). ¿Y la relación de la extrema izquierda con el pasado? A diferencia de Vox, que «ha condenado explícitamente los fascismos»5, la extrema izquierda legitima la violencia terrorista y el legado estalinista. La historia y las hemerotecas refutan el aserto, empezando por la supuesta afinidad con el terrorismo en España: la primera manifestación contra ETA en democracia, detonada por el asesinato del periodista José María Portell, discurrió el 28 de junio de 1978 por las calles de Portugalete. La organizó el Partido Comunista bajo el lema «Estamos hartos de violencia y asesinatos. Askatasuna eta bakea (libertad y paz)»6.
Mucho más respetuosos del principio de sine ira et studio son los capítulos dedicados a Alemania (obra de Adriaan P. V. Kühn), Gran Bretaña (David Sarias Rodríguez y Manuel Álvarez Tardío), Italia (Jorge del Palacio Martín) y Suecia (Francisco Beltrán Adell). Constituyen ejercicios intelectuales honestos que tratan de arrojar luz de forma contrastada, documentada y ponderada a sus análisis. Así, Die Linke «no es un peligro para el sistema democrático en Alemania», como muestra que la Oficina para la Protección de la Constitución (la BfV, la instancia que, en virtud de la democracia militante que rige en aquel país, vigila a los enemigos potenciales del orden constitucional) no lo incluya en el catálogo de organizaciones extremistas. La praxis de la Unión Cristiano-Demócrata de Angela Merkel corrobora el criterio. Kühn omite el dato, pero la formación conservadora se abstuvo en la votación en el parlamento regional de Turingia que posibilitó que Bodo Ramelow, el candidato de Die Linke, resultase elegido presidente del Land con los votos del Partido Socialdemócrata y de Los Verdes, además de los de su formación. El corsé impuesto por los coordinadores conduce al autor, de forma contradictoria y contra el propio criterio de la BfV, a concluir que Die Linke es un partido de extrema izquierda, eso sí, añade el autor de forma críptica, «siempre que el término no se entienda de manera normativa»7. Muy distinto, dicho sea de paso, es el caso del partido nacionalpopulista Alternativa para Alemania (AfD). En mayo de 2024, un alto tribunal alemán acaba de ratificar que la BfV siga vigilando a la formación de extrema derecha por, entre otras razones, «promover un estatus jurídico devaluado para los ciudadanos alemanes de origen inmigrante», algo que resulta incompatible con los valores constitutivos del orden liberal en el que se sustenta la Constitución Alemana, en particular por la violación de la dignidad de ciertos grupos sociales8. Tampoco la extrema izquierda británica, residual en términos políticos pero que ha gozado de cierta influencia en el laborismo bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, parece plantear un desafío sustancial a la democracia liberal, a juzgar por el análisis de Sarias y Álvarez Tardío. Al contrario, la izquierda de raigambre post-sesentayochista ha tenido éxito solo en la medida en que han conseguido alinear sus propuestas de ensanchamiento de derechos de grupos marginalizados (mujeres, minorías étnicas, colectivo LGTBI) con el «canon ideológico liberal» que atraviesa la cultura política británica. Su radicalismo, en este sentido, no sería sino una extensión consecuente del liberalismo. ¿Y qué decir de Italia, cuyo capítulo aborda la evolución ideológica del Partito della Rifondazione Comunista, sin representación parlamentaria desde 2006? Ningún indicio apunta a que, en el país de Silvio Berlusconi y Giorgia Meloni, los rescoldos del comunismo más ortodoxo planteen un riesgo real para el orden liberal-democrático. El capítulo sobre Suecia, por finalizar este recorrido, incurre en contradicciones terminológicas de alcance. El Partido de la Izquierda (PI) y Los Verdes, los partidos analizados, se sitúan a la izquierda del Partido Socialdemócrata. Sin embargo, y apoyándose en el politólogo Luke March, Beltrán los etiqueta como «izquierda radical», no como «extrema izquierda». Se trata de algo más que ejercicios de estilo. Un partido, el PI, es «socialista democrático»; otro, Los Verdes, son de «nueva izquierda» o postmaterialista. Ambos promueven la redistribución de la riqueza en el marco del Estado de Bienestar, sociedades más igualitarias, una profundización de la democracia y políticas medioambientales consecuentes. Se trata de formaciones radicales, pero no extremas al punto de poner en riesgo la democracia liberal en Suecia.
En conclusión: una parte sustancial del libro, precisamente la que firman sus coordinadores, entiende las formaciones a la izquierda de la socialdemocracia clásica como el peligro para la democracia liberal. Su lógica es más política que académica, al servicio de una agenda: si la socialdemocracia, en particular la española, no ha activado los cordones sanitarios frente a la auténtica amenaza para la democracia que representa la extrema izquierda, ¿por qué iba a establecerlos la derecha tradicional frente a la extrema derecha, que concita alrededor del 20-25 por ciento de los sufragios en Europa? El resto de estudios de caso, lo mejor del volumen, se desvían de la ruta diabolizante de un comunismo que ya no existe, al menos según la caricatura que de él efectúan los coordinadores del volumen. Jesús Casquete es catedrático de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco.