martes, 28 de mayo de 2024

De como nos ciegan los dioses, sobre todo a los de izquierdas...

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 28 de mayo. Parece que para una cierta extrema izquierda, escribe en La Vanguardia el publicista Luis Bassat, no cuentan los más de 200.000 muertos en Ucrania provocados por los rusos, ni por las guerras en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Birmania, Nigeria, Yemen o Siria; pero está claro que no hay nin­guna acampada que proteste por ellos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Una viñeta que es un editorial
LUIS BASSAT 
24/05/2024 - La Vanguardia - harendt.blogspot.com

El pasado día 16, nuestro admirado humorista JL Martín, publicó una viñeta en La Vanguardia que tiene la categoría de un editorial, donde un par de personas preguntaban a un joven que había montado su tienda de campaña protestando por la guerra de Gaza: “¿El campamento de protesta por la invasión de Ucrania dónde lo han instalado?”.
Parece que para una cierta extrema izquierda no cuentan los más de 200.000 muertos (según algunas fuentes) en Ucrania provocados por los rusos. También esos dos señores podían haber preguntado acerca de las protestas por las guerras de Burkina Faso, Somalia, Sudán, Birmania, Nigeria, Yemen y Siria, con muchos cientos de miles de muertos civiles, mujeres y niños. Pero no hay nin­guna acampada que proteste por ello. ¿Es esto de recibo? ¿Son diferentes los muertos de una guerra o de otra? No, los muertos son todos iguales, con sus ilusiones, su derecho a vivir, su derecho a formarse, a tener una familia, a disfrutar de la vida, a tener­ hijos y nietos, y a morir en paz.
Todo eso se ve truncado por una bala, una bomba o un misil, fabricados, tal vez, muy lejos de donde producen tanto dolor. Los conflictos bélicos son un gran negocio para unos, los fabricantes de armamento, y un gran drama para muchos más. ¡Cuántos saldríamos ganando si se acabaran las guerras! Todas. ¿No es hora ya de que las guerras paren, de que los países dejen de matarse unos a otros? ¿O haría falta que llegaran agresivos extraterrestres con intención de exterminarnos y ocupar nuestro planeta, para que los seres humanos dejáramos de pelear entre nosotros y juntos nos preparáramos para defendernos? Tenemos unos enemigos que no son extraterrestres, pero que pueden ser letales y que no me cansaré de repetir: el cambio climático, la sequía, las inundaciones, las epidemias, la malnutrición y el hambre, la pobreza extrema y otros graves problemas que hemos de solucionar, trabajando juntos toda la humanidad, no matándonos unos a otros en guerras que son una vergüenza para todos. Lui Bassat es publicista.























[ARCHIVO DEL BLOG] El cielo y la tierra. [Publicada el 03/06/2019]











El cielo no queda lejos ni cerca de la tierra. Leer unos párrafos de amor a un árbol herido de muerte, que se desangra rodeado de vida, desentierra un recuerdo lejano de la infancia, comenta en El País el escritor y periodista gallego Manuel Jabois, así que fui dándole besos a todos los árboles por una razón: si dejase uno sin besar, esa noche la pasaría llorando. 
De César Vallejo: “En realidad, el cielo no queda ni lejos ni cerca de la tierra. En realidad, la muerte no queda lejos ni cerca de la vida”, comienza diciendo Jabois. . Y en el mismo librito Carnets, que publicó Interzona: “Cuando leo, parece que me miro en un espejo”. Lo envidio, si bien debía cuidar mucho los libros elegidos. Yo no me miro en un espejo cuando leo, hay que reemplazar el del baño y tengo la cámara del móvil estropeada, así que para saber de mí utilizo el ascensor, algo que por otra parte he hecho siempre; donde el vecino ve un ascensor yo veo un camerino: así empezó el Quijote. Cuando no salgo de casa, y eso pasa a menudo, paso muchas horas sin verme. Es un ejercicio estupendo, porque de este modo hay que palparse para envejecer. Siempre se aprende con las manos lo que no puede aprenderse con los ojos.
En Tierra de mujeres (Seix Barral), María Sánchez cuenta hacia el final de ese libro tan necesario cómo un día, con su padre, se sentaron los dos a descansar en un alcornoque muerto. “La hija se levanta, necesita tocar el corcho que nunca más se separará del árbol. No volverá a separarse del cuerpo, no habrá lugar para la regeneración. La envoltura se convierte en un ataúd para el propio árbol”. De repente marco la página y desentierro, como en una consulta, un recuerdo fresquísimo que no había tenido nunca. Se juntan varias cosas, la primera de ellas haber visto después de muchos años a mis primos lejanos Olga y José, y estar con sus padres, Chicho y La Nena, en una boda reciente. Son de O Seixal, la aldea que visitaba de niño con mi abuelo, los días de matanza do porco y los días que no. La segunda, leer esos párrafos de amor a un árbol herido de muerte, que se desangra rodeado de vida (“los pájaros anidan, los insectos se alimentan, las setas se aprovechan de la materia orgánica. Si alguna rama permanece seguirá siendo sombra, descanso, refugio. La vida siempre continúa, a pesar de la muerte”).
Aquel día yo jugaba al fútbol fuera de casa, solo, con una pelota verde. Uno de esos disparos dio en un árbol, y fui hacia él, le pedí perdón y le di un beso. Lo que pasó después fue que miré el árbol que estaba más cerca, me dio una pena inmensa que no sabría calificar, una clase de lástima que he arrastrado siempre, fui hacia él y le di otro beso. Y miré otro. Y otro. Fui dándoles besos (un besito, tampoco es que los morrease) a todos por una razón: si dejase uno sin besar, esa noche la pasaría llorando. En aquella época de piedad por las cosas del mundo y terrores nocturnos me pasaban esas cosas. Creía en el cielo y también creía que empezaba en la tierra.
Me gustaría contar que pasó cuando tenía 24 años, pero debía de tener ocho, no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es la tristeza infantil de entonces que no solo tenía que ver con aquellos árboles sino con muñecos o juguetes, algo que no podía dejar atrás ni preferirlo a otra cosa, una sofisticada tristeza que reconozco en mi hijo, incapaz de decir que prefiere un animal a otro, un juguete a otro, porque reparte el afecto entre todos hasta obligarme a poner la misma cara que mi abuelo puso cuando me encontró con los labios pegajosos preparado para dedicar los siguientes años de mi vida a besar los bosques gallegos. La cara del adulto que distingue entre las misiones que sirven y las inservibles. Sin saber nunca si las está distinguiendo bien. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 


















lunes, 27 de mayo de 2024

De la izquierda chula

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 27 de mayo. Yolanda Díaz dice ser muy beligerante con la patronal, comenta en El País la escritora Nayat El Hachmi, pero pone la alfombra roja a quienes tienen como negocio comprar y vender hembras humanas como si fueran ganado. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com














Izquierda para chulos
NAJAT EL HACHMI
24 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Prohibido prohibir la explotación de mujeres y el machismo más deleznable. Hay una izquierda que, de todo el legado del mayo del 68, no se quedó más que con los eslóganes superficiales. “No se puede prohibir la prostitución porque la prostitución existe”, afirmó sin despeinarse Yolanda Díaz. Pues aplíquese lo mismo a los asesinatos, a la corrupción o al fraude fiscal, a la pederastia o a cualquier crimen. Si lo que existe no se puede prohibir, ¿por qué tenemos inspectores de trabajo? ¿Para que vayan a certificar que la explotación laboral existe? Y ni siquiera estamos hablando de una ley abolicionista de verdad que contemple acabar con el uso de las mujeres a cambio de dinero, sino de una norma que pretende perseguir a los proxenetas. Yolanda Díaz dice ser muy beligerante con la patronal, pero pone la alfombra roja a quienes tienen como negocio comprar y vender hembras humanas como si fueran ganado e importarlas en condiciones de pura y simple esclavitud, la única esclavitud que seguimos tolerando en pleno siglo XXI.
La enorme contradicción de esta izquierda que se presenta como chupi-guay mientras avala políticas que validan la vulneración de derechos es poner el grito en el cielo ante lo que sufren las palestinas, las racializadas que están lejos, mientras permiten y promueven una de las formas más vomitivas en las que se articula el machismo racista en occidente. Porque esas putas del Raval que Gala Pin tuvo la desvergüenza de citar en el debate sobre el asunto no son blancas catalanetes que se puedan permitir ir saltando de sillón en sillón político, no son precisamente eco-pijas con el estómago lleno de quinoa y salmón salvaje. Esas mujeres que malviven en la calle sufriendo todo tipo de violencias son negras, inmigrantes, pobres que fueron violadas y secuestradas para el ejercicio de eso que esta facción vergonzosa de la izquierda llama trabajo. ¿Dónde está la interseccionalidad de la que tanto alardean? ¿Dónde la descolonización de los cuerpos? ¿Acaso las negras merecen ser penetradas por desconocidos sin derecho a consentir porque son producto y las mercancías no hablan? ¿Merecen las inmigrantes sin papeles que las metan en zulos apestosos donde ser violadas todos los días de su vida para que se lucre ese chulo que tanto aman en Sumar? ¿Lo merecen las pobres y las desperadas? Yo qué quieren que les diga, de todos los racismos con los que me he topado a lo largo de la vida, prefiero el claro y directo, que por lo menos a las “racializadas” no nos ofrece como salida laboral hacernos putas. Najat El Hachmi es escritora.























[ARCHIVO DEL BLOG] Saber marcharse a tiempo es un arte. [Publicada el 02/06/2018]










En el teatro del mundo, uno se examina todos los días y siempre se le juzga por lo último que hace, escribía hace unos días en El Mundo su director, el periodista Francisco Rosell. Resuelta ya la moción de censura presentada por el partido socialista contra Mariano Rajoy que ha convertido a Pedro Sánchez en el séptimo presidente del gobierno desde la restauración de la democracia, las palabras de Francisco Rosell conservan toda su virtualidad.
Poco cuentan los éxitos cosechados por abundantes y magníficos que hayan resultado, señalaba Rosell en su artículo. Por eso, como dijo Tony Blair al despedirse del 10 de Downing Street, todo gobernante acaba indefectiblemente mal por muchas victorias electorales que atesore y éxitos de gestión esmalten su lucida biografía. Ello entraña una enorme injusticia. Sin duda. Pero obliga cuando se desempeñan puestos de alta responsabilidad y de obligada ejemplaridad. A este respecto, pocas cosas tan peliagudas como percatarse de cual es el momento de decir adiós, salvo insinuárselo al que está en la cúspide del poder. 
En la historia reciente de España, tamaña osadía originó incluso la voladura de un periódico como el rotativo Madrid. Su editor, Rafael Calvo Serer, clarividente miembro del Opus Dei, no tuvo mejor ocurrencia que establecer cierto paralelismo entre la marcha del general De Gaulle, a causa de la crisis política desatada por la revolución de Mayo del 68, y la conveniencia de que Franco hiciera lo propio, tras acumular entonces seis lustros en la Jefatura del Estado. 
Saber marcharse a tiempo es ciertamente la operación más difícil que cabe acometer. En el campo de batalla, pero también en el terreno político. No en vano, la política no deja de ser una guerra con otras armas. "En los regímenes democráticos, incluso, grandes personalidades, como Churchill y Adenauer -aludía Calvo Serer, disimulando el destinatario último de su invectiva- fueron objeto de duras críticas y se vieron obligados a abandonar el Poder de los electores que en otros momentos les manifestaron entusiasta adhesión o un simple reconocimiento de sus servicios".
Ésa es, justamente, la circunstancia del presidente Rajoy. Vive las horas más comprometidas de su carrera política, al haberle pedido al tiempo quizá más de lo que éste podía darle. Merced a ello, tiene el honor indubitado de ser el político que más perdura en el poder desde Franco. Bate la marca de Felipe González a base de hacer divisa de lo dicho por Felipe II de sí mismo: "Yo y el tiempo contra todos". Empero, después de ser un maestro en el manejo del mismo, éste parece haberle abandonado tras la severa sentencia de la Audiencia Nacional sobre la trama Gürtel. Lo ha crucificado sin estar sometido a juicio y sin aguardar a que se enjuicien otras piezas sumariales más comprometedoras por referirse a años en los que tuvo más altas responsabilidades orgánicas. 
Ni en la peor de sus pesadillas pudo imaginarse Rajoy un fallo así. Tan demoledor por la enormidad de las penas (más altas que las aplicadas a sanguinarios terroristas). Tan corrosivo por socavar su credibilidad como testigo en aspectos ajenos a esta causa, tan devastador por vincular las actividades del PP a los de una organización delictiva. Y tan catastrófico, en fin, por hacer saltar por lo aires la frágil entente (no ciertamente cordiale, que sí de circunstancias) de los tres partidos constitucionalistas (PP, PSOE y Cs) frente al órdago separatista catalán. 
Con su populismo punitivo, afrentoso para un Estado de derecho que se precie de tal, dos jueces (José Ricardo de Prada y Julio de Diego), en línea judicial e ideológica con el instructor inicial del sumario, el ex juez Garzón, pueden haber cambiado la historia reciente de España. Han dispensado una fuerte dosis de demagogia punitiva, valiéndose ciertamente de unos hechos deleznables y merecedores de condena. Ambos togados ya debieron mover a la sospecha de Rajoy cuando se empeñaron contra el criterio del presidente del tribunal (autor del voto particular de la Justicia), Ángel Hurtado, de convertirle en el primer mandatario español que declaraba como testigo en el ejercicio de su cargo, a diferencia de sus antecesores González (caso GAL, en 1998) y Suárez (caso Banesto, en 1995) que lo hicieron cuando abandonaron La Moncloa. 
Desde julio del año pasado, pues, el sino de esta legislatura se ha desarrollado bajo la espada de Damocles de aquella declaración como testigo en sede judicial de Rajoy. Ahora esta sentencia que lo crucifica sin sentarle siquiera en el banquillo de los acusados la finiquita. Así las cosas, cuando parecía que Rajoy cruzaba el Rubicón de su mandato y se aseguraba su permanencia en La Moncloa por dos años más, merced al apoyo presupuestario in extremis del PNV, quien le sacaba las hijuelas al Estado, al tiempo que se ponía en jarras con un plan soberanista con el brazo político de ETA (Bildu), el presidente, en horas siquiera veinticuatro, se hundía en sus procelosas aguas del río de todas las metáforas. Su aparente satisfacción, aunque nadie lo diría por su palidez y su balbuceante verbo de la tarde-noche de su particular miércoles de ceniza, era, en realidad, el canto del cisne.
Después de agavillar el variopinto voto de siete formaciones políticas, cual feliz jugador de las siete y media que ronda la plenitud, una ventolera judicial de imprevisibles consecuencias desarboló la baraja haciendo volar sus desparejados naipes. El vendaval judicial puso en solfa una legislatura cogida con alfileres desde el día en que Rajoy fue investido tras repetirse las elecciones. Shakespeare ya lo advirtió: "El tiempo, en su rapidez, modifica el curso de las cosas".
Existe un proverbio ruso que habla de que el pasado es impredecible y ese ayer se le ha presentado a Rajoy en el peor momento. Sin haber querido éste dar los pasos precisos para una eventual sucesión ni haber establecido las bases para que un partido clave en la historia reciente de España subsista a su inevitable marcha, evitando experiencias trágicas como las de la UCD.
Adoptando una resistencia numantina, Rajoy no puede enfrentar una encrucijada histórica para una nación de Estado menguante, por mor de unos gobernantes carentes de la grandeza de miras de los estadistas y que se entregan al exclusivo interés del momento. Es verdad que la política hace extraños compañeros de cama, como decía Churchill, pero carece de sentido, cuando está en danza la existencia misma de la nación, que el PP fíe su suerte a un partido que busca desarbolar España como el PNV, moviendo a la vez la encina del PP y el nogal de ETA.
Para colmo de desgracias, el PSOE defiende, según días y dependiendo de la hora, una cosa y la contraria, sin importarle entregar su alma al diablo. En estas, un volatinero Sánchez plantea una moción de censura que se deslegitima con tan extraños compañeros de viaje y que resultan ser, en parte, aquellos independentistas a los que la víspera combatía con el artículo 155 en ristre. Vuelve a las andadas -o, probablemente, no sale de ellas-, de igual modo que Zapatero suscribía con una mano el pacto antiterrorista de Aznar y con la otra firmaba compromisos bajo cuerda con ETA. Este maquiavélico PSOE desprecia a esa musa del escarmiento a la que Azaña, en la amargura de su trágico fracaso, aconsejaba encomendarse para no incurrir en los errores del pasado. Era evidente que Sánchez, huérfano de escaño,por atender en mala hora la recomendación de Patxi López, rondaba el edificio de las Cortes para saltar al hemiciclo al menor pretexto, y en este caso se le ha presentado una oportunidad que legitima una eventual moción de censura. Empero, no debiera hacerlo a cualquier precio y sin ningún tipo de recato, por más que cavile que, con las expectativas electorales bajo mínimos, no habrá de perjudicarle este salto de la rana. Si sale con barbas, San Antón; si no, la Purísima Concepción. no habrá de perjudicarle este salto de la rana. Si sale con barbas, San Antón; si no, la Purísima Concepción. no habrá de perjudicarle este salto de la rana. Si sale con barbas, San Antón; si no, la Purísima Concepción. De paso, saca a Albert Rivera de su zona de confort y le fuerza a mojarse, despreciando el hecho de que las mociones de censura son un campo propicio para el suicidio.
Por encima de esa perversión de las mociones de censura, en las que más que buscar soluciones a los problemas de España se persigue poner en evidencia a los contrincantes, el mejor servicio que unos y otros pueden prestar es disolver el Parlamento y convocar elecciones, como antaño le reclamó Rajoy a Zapatero. Los españoles tienen el derecho inalienable de decidir quién debe dirigirle en un momento tan complicado y no asistir al asalto al poder por medio de una moción de censura temeraria en la que el PSOE recurre a aquellos mismos a los que desechó antes del golpe de Estado del 1 de octubre y a los que se reengancha cuando estos separatistas ya han rebasado todos los límites. Quien lo entienda que lo explique. Fuera máscaras, pues, y que cada cual vaya a cara descubierta, sin subterfugios, a la búsqueda del voto ciudadano.España parece el cántaro del Talmud: "Si la piedra cae sobre el cántaro, desdichado cántaro; si el cántaro cae sobre la piedra, desdichado cántaro; de cualquier manera siempre es el cántaro el que sufre".
En tesitura tan difícil, Rajoy parece el unamuniano "guía que perdió el camino", siendo quizá "un general que comprende que ha perdido la batalla», pero que "no puede declararlo si con esta declaración provoca una desastrosa retirada de sus soldados". Ello le obliga "a fingir una victoria, si con ello consigue una retirada en orden". Ante ese estado de confusión, quizá Rajoy eche en falta la presencia de alguien cercano que le diga, aunque deba hacerlo con el coche en marcha para luego escapar a todo trapo, que el mejor servicio que puede prestar en estos momentos es propiciar unas elecciones generales. Los españoles tienen la responsabilidad de darse un Gobierno que enfrente con fortaleza y credibilidad los retos de una nación que ve cómo su Estado se deshace por la impericia de aquellos que tienen encomendada su custodia y salvaguarda. 
No debiera esperar -ni se lo merece- una cruel reprimenda en los acres términos del bufón del drama shakesperiano. Ante los desvaríos del rey Lear, a merced de la catástrofe que había desencadenado a su alrededor, aquel loco payaso le espeta al atribulado monarca: "No deberías haber envejecido antes de ser sabio".
En definitiva, Rajoy padece el triste sino de los gobernantes que se hacen viejos en el poder. "Son sus mismos éxitos -refería Calvo Serer, en su artículo de época, pero tan actual en su radiografía de los hábitos de poder- los que les traicionan, porque se aferran a los que en otras ocasiones les fue favorable, aun contra la opinión de quienes les rodeaban. Pero al cambiar las circunstancias, ese inmovilismo resulta funesto". Saber marcharse puede salvar a un partido clave para la estabilidad de España y puede librar a un país del bloqueo en que puede sumirle el numantinismo de uno y la temeridad de otro. No es fácil papeleta situarse ante el espejo y discernir si es la hora en que uno suma o resta. Es el ser o no ser de una existencia política. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












domingo, 26 de mayo de 2024

Del antisemitismo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 26 de mayo. Ninguna otra violencia de Estado suscita una indignación moral como la que ejercen los israelíes, escribe en El País la socióloga Eva Illouz, y ningún otro país provoca tantos deseos de eliminarlo en personas bienintencionadas que defienden la moralidad. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com













¿Son antisemitas las protestas contra Israel?
EVA ILLOUZ
24 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La izquierda autodenominada woke se manifiesta en las calles y los campus universitarios de todo el mundo para exigir una Palestina libre, un lema que significa, en muchos casos, la simple eliminación de Israel. Hay que dejar muy claro que estas protestas no tienen nada que ver con la exigencia de una solución política al conflicto tan insoportablemente difícil que enfrenta a los israelíes y los palestinos. Quienes se manifiestan muchas veces aplauden y vitorean a Hamás, que es una organización terrorista fundamentalista, y proponen romper las relaciones con Israel, que es una democracia, muy imperfecta, pero democracia al fin y al cabo. Califican a Israel de Estado basado en un apartheid y piden que se desmantele, un llamamiento que no se había escuchado nunca, ni en el caso del imperialismo agresor de Rusia, ni para la genocida Ruanda, ni respecto a la propia Sudáfrica. Y han convertido una feroz respuesta militar que se encuentra con problemas sin precedentes en la historia bélica —una zona urbana con enorme densidad de población y una ciudad subterránea construida debajo de la población civil— en un auténtico genocidio; además, muchos manifestantes invitan amablemente a los israelíes a volver a Brooklyn y a Polonia. Y, por si eso fuera poco, ahora se equipara a Israel —un Estado nacido de las cenizas del Holocausto— con el nazismo, es decir, el ejemplo supremo de la maldad humana.
Muchos judíos, sionistas y personas moderadas de todas las tendencias políticas y todas las religiones observan el desarrollo de las protestas en las universidades con asombro, sin dar crédito al doble rasero usado con tanta naturalidad, la falta de fundamento de los paralelismos históricos, la insólita intensidad de la animadversión que despiertan unos hechos tan remotos (recuérdenme: ¿cuándo fue la última vez que protestaron con la misma intensidad contra el régimen opresor de Irán o contra el genocidio del pueblo uigur que comete China?). A pesar de los desesperados intentos de los estudiantes de presentarse como un nuevo Mayo del 68, están muy lejos del movimiento contra la guerra de Vietnam y de su espíritu genuinamente revolucionario. Un conflicto que muchos consideran el más difícil y complejo del planeta es, para ellos, una versión más del imperialismo estadounidense. Al ver el lenguaje inconexo de los manifestantes y la realidad de este atroz enfrentamiento centenario, no tengo más remedio que preguntarme si, después de todo, no habrá aquí algo de la irracionalidad fantasmática del antisemitismo.
Se ha debatido mucho si estas protestas son o no antisemitas y contra esa acusación se han presentado tres argumentos: que muchos de los manifestantes son judíos; que el propósito de esa acusación es silenciar las legítimas discrepancias políticas, y que el antisionismo es lícito (es una opinión sobre un Estado), mientras que el antisemitismo no lo es (es una actitud negativa sobre un grupo). Ninguno de estos argumentos se tiene en pie.
Una de las contribuciones más valiosas de la izquierda woke a nuestro panorama político es la tesis de que el sexismo y el racismo no existen solo en la mente y las intenciones conscientes de las personas sexistas y racistas, sino en las capas culturales inconscientes en las que todos nos sumergimos. Ese es el motivo de que halagar a una mujer por su figura se considere hoy sexista, por muy buenas intenciones que tenga quien le dice el piropo (“¡Solo quería ser amable!”). La izquierda woke afirma constantemente que el racismo y el sexismo se cuelan en las imágenes, en las connotaciones de las palabras y en las asociaciones mentales, de manera que perpetúan la dominación, la exclusión y la jerarquía. Por eso quiere controlar la forma de hablar, precisamente porque el lenguaje y la cultura contienen esas capas de sedimento que ocultan diversas formas de dominación que desbordan las intenciones conscientes. Si eso es lo que ocurre en el caso de las mujeres, los musulmanes y los negros, todavía más en el caso del grupo que ha sido objeto de odio desde hace más tiempo en la cultura occidental: los judíos. De modo que vamos a aplicar al antisemitismo los postulados de la izquierda woke y después preguntémonos si, en realidad, estos manifestantes no están impregnados de significados culturales profundamente antisemitas.
¿En qué consiste ese extraño odio irracional llamado antisemitismo? No soy especialista en la historia de este tema tan amplio, pero en mi opinión es la teoría que considera a los judíos responsables de derramar la sangre de los no judíos.
Por tanto, no creo que el antijudaísmo cristiano se deba a la rivalidad entre dos confesiones que se disputan la hegemonía y la superioridad teológica (los cristianos lo llaman Verus Israel o supersesionismo). Los sistemas de creencias no tienen ningún inconveniente en deshacerse de sus predecesores y considerarse la primera y única teología verdadera. Lo más probable es que el antisemitismo proceda del convencimiento cristiano de que los judíos fueron culpables del peor crimen de todos: el deicidio, matar nada menos que a Dios. Así lo cuenta el Evangelio de Mateo. Pilatos, el gobernador romano al que los judíos habían encomendado ejecutar a Jesús, proclama: “Inocente soy yo de la sangre de este hombre”. Y la muchedumbre judía responde: “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, lo que en la teología cristiana se denomina “la maldición de la sangre”. La iconografía cristiana ha representado en muchas ocasiones la sangre de Jesús en la cruz. Esa imagen, unida al sacrificio y la muerte de un hijo de Dios compasivo, seguramente penetró en la imaginación de los cristianos todavía más a medida que resonaba siglo tras siglo. En un mundo en el que las únicas imágenes disponibles eran las pinturas cristianas, acompañadas del estremecedor relato del asesinato de Dios, era inevitable que los judíos aparecieran como un grupo que amenazaba con sumir al mundo en el caos y el sufrimiento. Por eso no es extraño que, en el siglo XII, especialmente en Francia e Inglaterra, se acusara a los judíos de matar a niños cristianos y utilizar su sangre para hacer el matzo de Pascua. Pero ese no era su único crimen. También se decía que los judíos envenenaban los pozos y profanaban las hostias, el pan de la comunión, una de las ofensas más graves para los católicos. Y a los judíos les fue aún peor con el protestantismo de Lutero, como deja claro el título de su libro Sobre los judíos y sus mentiras. Lutero pensaba que los judíos eran mentirosos, idólatras, ladrones y atracadores. Recomendaba expulsarlos, arrasar sus casas y quemar sus escuelas y sinagogas.
En definitiva, la idea que dominó la cultura cristiana, al menos hasta la Ilustración, fue que los judíos eran unos criminales que vivían al margen de la ley y estaban empeñados en destruir todo lo que merecía la pena. Hasta tal punto que en el siglo XVIII Gotthold Ephraim Lessing escribió Los judíos para subrayar la idea (entonces radical) de que los judíos podían tener unos valores morales como los de cualquier otro ser humano. Las ideologías antimodernas y antidemocráticas del siglo XX popularizaron la imagen de los judíos como un grupo fundamentalmente criminal. Los Protocolos de los Sabios de Sion, publicados en Rusia en 1903, acusaban a los judíos de querer controlar el mundo para destruirlo, el equivalente laico del deicidio. Como ha explicado el historiador Michael Berkowitz, la convicción de que los judíos eran criminales fue un aspecto muy importante del antisemitismo nazi —véase su libro The Crime of My Very Existence. Nazism and the Myth of Jewish Criminality (”El delito de existir. El nazismo y el mito de la criminalidad judía”)—. Se pensaba que los comunistas y los anarquistas eran criminales peligrosos y una amenaza para el orden social y que, dentro de ellos, los judíos eran los más peligrosos. Además, eran unos parásitos y unas sanguijuelas, es decir, unos chupasangres. El escritor francés Louis-Ferdinand Celine, un entusiasta simpatizante nazi, decía que los judíos eran los parásitos más feroces y corrosivos.
El famoso Complot de los Médicos elaborado por los soviéticos en 1953 —una teoría de la conspiración por la que se acusó a una serie de médicos, en su mayoría judíos, de planear el asesinato de los máximos dirigentes de la URSS— estableció la relación con el sionismo. Se acusó a los médicos —cuya profesión les obliga a derramar la sangre de otras personas— de envenenar a varios dirigentes. Un artículo publicado en aquel entonces en Pravda los presenta así: “El sucio rostro de esta organización de espías sionistas, que esconde las malévolas acciones [de los médicos judíos] bajo una máscara caritativa, ha quedado totalmente al descubierto”. Un año antes, en 1952, en el juicio antisemita celebrado en Checoslovaquia contra miembros judíos del Partido Comunista y conocido como Proceso Slansky, también los llamaron “sionistas-imperialistas”, unas palabras cuidadosamente escogidas que bastaron para condenarlos a ser ejecutados. La conexión entre los judíos como criminales y el sionismo, el antisemitismo y el antisionismo nació en la Unión Soviética y se extendió poco a poco al resto del mundo (exactamente la misma táctica que utilizó Putin cuando llamó nazis a los ucranios). Tuvo un gran altavoz en la propaganda árabe, que se opuso al nacionalismo judío (el sionismo) recurriendo a los mismos tópicos antisemitas. La intervención soviética en Oriente Próximo tras la Segunda Guerra Mundial consolidó la amalgama que habían construido los musulmanes entre antisemitismo y antisionismo. Un informe redactado en 1948 por la Liga Árabe y presentado a la ONU se titulaba Las atrocidades judías en Tierra Santa. El título quería apelar a las emociones cristianas y su contenido era un compendio de los argumentos antisemitas más salvajes: los judíos no estaban librando una guerra, sino que eran brutales asesinos de mujeres y niños inocentes; y ahora eran “sionistas”.
De todo lo dicho se extraen varias conclusiones importantes. Los antisemitas alimentan el odio a los judíos porque los retratan como una amenaza contra el orden moral. El antisemitismo no parece ante todo una cuestión de odio a un grupo. Una vez que se caracteriza a los judíos como una entidad peligrosa que derrama sangre, desprecia las leyes y provoca matanzas, el antisemitismo se convierte en el bando de la humanidad, la moralidad, el orden y la ley. El antisemitismo suscita pasión y un intenso fervor moral precisamente porque dice que los judíos son un peligro para la humanidad. No es extraño, por tanto, que los jóvenes que se manifiestan en todo el mundo y piden el desmantelamiento del Estado de Israel no se sientan antisemitas; pueden negar a los israelíes el derecho a la existencia (un derecho que no se niega a ningún otro pueblo del mundo) porque están defendiendo con todas sus fuerzas la supervivencia del mundo amenazado por un Estado criminal al que se considera especialmente amenazador. Ninguna otra violencia de Estado suscita la indignación moral que suscita Israel. Ningún otro país del mundo provoca tantos deseos de eliminarlo en personas bienintencionadas que defienden la moralidad.
La idea de que los judíos amenazan al mundo está profundamente arraigada en la cultura occidental. Tan profundamente que la referencia sale a relucir de forma automática cada vez que el Estado israelí, como muchos otros Estados de todo el mundo, infringe ocasionalmente la ley. Es indudable que Israel ha desobedecido las leyes internacionales durante las últimas décadas y que su respuesta militar en Gaza ha sido desproporcionada. Pero me cuesta creer que, en las mismas circunstancias, otros países hubieran actuado de forma diferente. Por ejemplo, conociendo la historia de Estados Unidos, estoy segura de que su comportamiento habría sido mucho más devastador. Israel ha actuado en consonancia con el triste historial de la humanidad. No peor. Quizá incluso mejor. Sin embargo, a los israelíes se les mide por un rasero diferente porque es casi imposible desvincularlos de la vieja categoría de los judíos como criminales que ponen en peligro el orden del mundo. Cuando el sionismo se convierte en sinónimo de maldad radical es porque no podemos separar, ni cognitiva ni emocionalmente, a los israelíes de los judíos, los crímenes israelíes (corrientes en la triste historia de la humanidad) de la profunda sensación cultural de que los judíos son peligrosos para el mundo. Permítanme una analogía: sería difícil desvincular el concepto de “falda” o “vestido” del concepto de “mujer”: aunque sepamos que los escoceses a veces llevan falda o que los musulmanes llevan atuendos que parecen vestidos largos, son dos prendas que nos hacen pensar inevitablemente en algo femenino, no masculino. Esa misma lógica cognitiva hace que se asocie indisolublemente a los sionistas y los judíos. Es muy difícil separarlos, por mucho que sepamos que no todos los judíos son sionistas ni todos los sionistas son judíos (un estudio que hizo Pew en 2021 reveló que la mayoría de los judíos consideran que Israel forma parte de su identidad, lo que indica que ambas cosas están profundamente entrelazadas). Aunque, en la práctica, “judíos” y “sionistas” a veces puedan diferenciarse, en las representaciones mentales es imposible separarlos y se vinculan de forma casi automática. Cuando los jóvenes manifestantes expresan el deseo de eliminar a Israel, también están expresando el deseo de aniquilar a los judíos que viven en Israel.
En cuanto a la afirmación de que si hay judíos que participan en un movimiento, entonces este no puede ser antisemita, también es un viejo truco de los soviéticos (había comunistas soviéticos judíos que perseguían a otros judíos). Como bien saben las feministas y los afroamericanos, algunas mujeres y algunos afroamericanos sostienen ideas sexistas o racistas. Los judíos llevan desde el siglo XVIII tratando de integrarse en la cultura y la sociedad, y una de las formas de conseguirlo ha sido el antisionismo, tanto en la Unión Soviética como en los países occidentales. A principios del siglo XX, el antisionismo judío era una opinión legítima dentro del debate sobre el papel que debía desempeñar el nacionalismo en la existencia judía. Pero en la actualidad su significado ha cambiado por completo; ya no es un debate teórico sobre la mejor estrategia para sobrevivir, sino que se lo han apropiado diversos actores políticos que lo utilizan para justificar su propósito de eliminar el Estado de los judíos.
Todo esto es una catástrofe no solo para nosotros, los judíos, no solo para nosotros, los israelíes, sino también para los palestinos. Los israelíes sufrieron un ataque horripilante y creen que estas protestas son profundamente antisemitas, por lo que ven reforzada su sensación de que el mundo quiere destruirlos y lo único que puede protegerlos es la fuerza, el poder militar. Y la vía militar hacia la disuasión aleja a los israelíes de buscar una vía política que otorgue dignidad y soberanía a los palestinos. Hace que los israelíes toleren con más facilidad las decisiones de un Gobierno horroroso que está empeñado en destruir hasta la última brizna de democracia dentro de Israel. Estas protestas, en lugar de ayudar a crear grandes coaliciones que exijan una paz justa para israelíes y palestinos, en lugar de unir a los palestinos y los sionistas no belicistas en la búsqueda de sensatez, están creando divisiones, una desconfianza y una enemistad sin precedentes entre personas que deberían haber sido aliadas. Lo que van a conseguir es acabar del todo con un bando de los partidarios de la paz que ya está muy debilitado. Nunca la moralidad ha sido tan perjudicial para el bien. Eva Illouz es socióloga y ensayista francoisraelí. 































[ARCHIVO DEL BLOG] Hispanistas. [Publicada el 16/06/2017]













La escueta definición que de "hispanista": Especialista en la lengua y la cultura hispánicas, da el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, no hace justicia al amor a España, su civilización, su cultura y su historia que le han demostrado esos hombres, los hispanistas, la mayoría nacidos fuera de sus fronteras. Nadie ha intentado nunca evaluar la contribución de todos esos extranjeros -algunos famosos, otros desconocidos- a la civilización española, dice el historiador británico Henry Kamen en un reciente artículo. 
Nacido en Birmania (1936), Henry Kamen, uno de los más prestigiosos hispanistas contemporáneos, estudió en la Universidad de Oxford y obtuvo su doctorado en el St. Antony's College, Oxford. Posteriormente enseñó en las Universidades de Edimburgo y de Warwick, y en varias universidades de España y de los Estados Unidos. En 1970 fue elegido miembro de la Royal Historical Society (Londres). En 1984 fue nombrado a la cátedra Herbert F. Johnson, del Institute for Research in the Humanities, Universidad de Wisconsin-Madison. Fue profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona desde 1993 hasta su jubilación en 2002. Desde entonces ha continuado dando conferencias, y escribiendo, y vive actualmente entre los Estados Unidos y en España. Es un colaborador activo en las páginas del diario español El Mundo.
La ausencia de Hugh Thomas y la inevitable desaparición de los extranjeros que se dedicaron en la época posfranquista a revisar la historia de España, comenta en su artículo, evocan en mí recuerdos de esa época lejana. ¿Hace realmente más de medio siglo que Thomas publicó su estudio de la Guerra Civil? ¿Y han pasado sólo dos años del fallecimiento del decano de los hispanistas británicos, Raymond Carr? Desde distintos rincones del mundo, y siempre con diferentes motivos, a partir de principios del siglo XIX estudiosos fascinados por la experiencia excepcional de la Península, dirigieron sus pasos hacia aquí para intentar comprender el impacto de España sobre el mundo. Y generalmente fue el fenómeno de la guerra lo que los atrajo, desde la guerra contra Napoleón hasta la Guerra Civil del siglo XX. 
Era un fenómeno sin parangón en Europa, señala. Artistas, escritores y músicos hallaron su inspiración en la Península, desde Washington Irving entre las ruinas de Granada árabe, hasta Rimsky-Korsakov en las tiendas de música de Barcelona y desde Hemingway en los bares de Pamplona hasta Orwell en las calles ensangrentadas de Barcelona.
Mi interés por la Península, sigue diciendo, se avivó con mis charlas en París con Fernand Braudel, cuya gran obra sobre Felipe II y el Mediterráneo se publicó en 1949. Me animó a extender mis investigaciones a España, aunque en ese momento -como Hugh Thomas cuando comenzó a trabajar en la Guerra Civil- yo no hablaba ni una sola palabra de castellano. Nadie ha intentado nunca evaluar la contribución de todos estos extranjeros -algunos famosos, otros desconocidos- a la civilización española. A partir de los años 70, hubo una tendencia ideológica de algunos a menospreciar trabajos hechos por los hispanistas extranjeros. En los últimos años de Franco, el régimen montó una campaña para denunciar el libro de Hugh Thomas como una trama de mentiras. Otros escritores extranjeros, entre ellos Carr, también fueron atacados. Carr me explicó cómo gracias a su contacto personal con el ministro de Información y Turismo de Franco, Fraga, su libro sobre España logró escapar de la censura. Campañas similares se montaron unos años más tarde contra mi estudio de la Inquisición. 
Gracias a su palpable imparcialidad, los estudios de eruditos extranjeros rápidamente obtuvieron una recepción favorable en la península. No era necesariamente una tendencia defendible, pues los hispanistas no tenían el monopolio de la verdad ni de la novedad. Los investigadores de mi generación comenzaron a llegar a España en los años 70, pero de ninguna manera trajeron consigo nuevas actitudes. Muchos de ellos no estaban adecuadamente informados sobre el pasado de España, y con frecuencia aceptaban todas las imágenes de una España romántica y exótica que los europeos y los estadounidenses habían cultivado diligentemente durante generaciones. 
En el siglo XIX, continúa diciendo, los estudiosos y artistas extranjeros que visitaron la Península habían ayudado a crear la cultura del orientalismo. De la misma manera, un siglo más tarde, como historiadores, tendíamos a situar nuestro enfoque en las perspectivas culturales que trajimos con nosotros. Como Hemingway, vimos la península a través de otros ojos. Eso pudo haber sido una ventaja, pero no significó que viéramos toda la realidad. Por ejemplo, aceptamos muy fácilmente de la historiografía de los años 70 que el objetivo de los investigadores era estudiar una entidad llamada España. Había, por supuesto, elementos regionales que constituían el idioma y la economía del país, pero cuando asistíamos a reuniones académicas el tema central del debate era invariablemente sobre la entidad España. Esa era una perspectiva optimista, pero al menos los hispanistas intentaron crear algún sentido a partir de una realidad muy compleja. 
La situación actual es lamentablemente diferente, comenta. No sólo los investigadores y los profesores de nuestros días rara vez se aventuran a estudiar temas que afectan a otros países, culturas y continentes, sino que ni siquiera estudian regiones de España que no sean las suyas. Una buena perspectiva del problema la presentó Antonio Muñoz Molina, en El País hace varios años. "La dictadura", escribió, "ocultó y falsificó la historia de España: la democracia, en vez de recobrarla, ha confirmado su prohibición". La historia, a todos los niveles, estaba (y está) sujeta a la manipulación política. «El fraude mental», dijo Muñoz Molina, "se repite con toda exactitud entre nosotros, y muchas veces con un etiquetado ideológico". En particular, la falsificación del pasado, especialmente en manos de los que apoyan el separatismo regional, se ha vuelto más activa que nunca.
Indudablemente muchos hispanistas extranjeros tuvieron un gran impacto en el estudio del pasado, añade más adelante. Pero ese impacto pudo haber sido de corta duración. ¿Lograron cambiar la forma en que los españoles se acercan a ese pasado? Muy posiblemente no. A pesar de toda la investigación que los eruditos extranjeros, como Hugh Thomas y sus sucesores, han dedicado a aspectos de la Guerra Civil, el tema no ha sido purificado de polémicas, y la polarización de actitudes es claramente visible en los libros sobre el tema que se escriben hoy en España. 
Muy a menudo, sigue diciendo, la negativa a aceptar la historia investigada está inspirada en la ideología nacionalista. El ejemplo más llamativo es el apoyo prestado por el Gobierno de Cataluña a una interpretación de la historia y la cultura de la región que está completamente en desacuerdo con la investigación no sólo de los hispanistas extranjeros, sino incluso de los estudiosos regionales. En tal situación, uno puede desesperarse. Parece probable que la especie hispanista esté condenada a la extinción, al menos en el campo de la historia. Eso sería un desastre cultural, porque fue gracias a sus intereses y diligencia que escritos personales como el Homenaje de Orwell y El laberinto español de Brenan llevaron la política española a la primera línea de interés mundial. El Felipe II de Braudel, que nunca fue apreciado adecuadamente en España, colocó al país en el centro de la investigación para miles de estudiantes extranjeros. 
Una futura España sin hispanistas, sería como una cantante de ópera sin voz. Los hispanistas tenían un mensaje y sabían cómo comunicarlo. A veces ese mensaje se basaba en la experiencia directa. Cierro, concluye Kamen su artículo, citando una experiencia personal. En el invierno de 1981 fui invitado a dar una conferencia en Madrid, y debidamente llegué en avión el 23 de febrero. Cuando entré en el taxi en el aeropuerto, el conductor parecía estar muy interesado en escuchar las noticias de la radio. Durante el viaje, le pregunté qué era tan absorbente. "¿No lo sabe?" dijo con asombro. "¡La Guerra Civil ha estallado de nuevo!". Y de hecho, mientras nos dirigíamos a la universidad podía oír el sonido de los disparos del Congreso en la radio. A la mañana siguiente, después del desayuno en mi hotel, caminé hacia el centro de la ciudad, que estaba casi desierto. No era sorprendente. Pude ver más adelante hacia el Prado que las Fuerzas de Seguridad habían cerrado todo el acceso, y evitaban que la gente entrara en el área. Un grupo de jóvenes pasó por mi lado desafiante, levantando los brazos con el saludo fascista y gritando consignas contra el Gobierno. Los historiadores tienen el privilegio de estudiar los acontecimientos históricos desde la seguridad de sus despachos; yo tuve el privilegio diferente y raro de estar presente mientras se desarrollaban los acontecimientos del 23 de febrero. Es en momentos como este que uno aprecia la emoción de poder, como Hugh Thomas pudo, contribuir a la comprensión del pasado de un país. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt