sábado, 25 de mayo de 2024

De los intelectuales

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 25 de mayo. Zola y Proust comenta en El País el escritor José María Ridao, destrozaron el antisemitismo francés, en prensa y en prosa respectivamente, y por ello la historia les considera distintos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












¿Dónde están los intelectuales?
JOSÉ MARÍA RIDAO
23 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

No es fácil decidir si la palabra de los intelectuales no es más peligrosa que su silencio, a la vista del resultado de sus intervenciones desde el siglo XIX en adelante. La actitud del escritor Émile Zola en defensa del capitán Dreyfus, de la que nacería la figura, ha ocultado así, durante más de un siglo, que la fantasía de creer que existen dos razas, dos categorías que dividirían a los seres humanos en arios y semitas, fue obra también de un escritor, August Ludwig von Schlözer, replicada después por otros escritores hasta convertirse en una opinión social incontestable. En lugar de reclamar que intervengan los intelectuales, pensando en Dreyfus, ¿no sería mejor rogarles que, por favor, si la necesidad de protagonismo se lo permite, se abstengan de hacerlo, pensando en Von Schlözer y tantos otros que dieron forma al prejuicio letal contra los judíos?
Las indagaciones académicas acerca de “lo ario” y “lo semita” entraron en vía muerta a consecuencia del desprestigio que cosecharon ambos conceptos y también la disciplina que les proporcionó su última formulación, la ciencia de la raza. Algunos contados autores como Maurice Olender o, más recientemente, Romila Thapar, regresaron sobre el asunto, pero no para retomar las especulaciones donde quedaron antes de 1945, sino para denunciar la precariedad de los fundamentos de una hipótesis lingüística —las lenguas, sostenía esa hipótesis iniciada en tiempos de Von Schlözer, se dividen en semitas e indoeuropeas— que, bajo el impulso del nacionalismo, terminó proyectándose sobre los rasgos biológicos de los individuos. Zola denuncia el sesgo que inspira la condena de Dreyfus, y ese es el motivo por el que su artículo en L’ Aurore sigue resultando ejemplar: la justicia, denuncia Zola, no se ha impartido con imparcialidad ni independencia, al sustituir las pruebas que requería el cargo de traición por un “estúpido prejuicio”.
Del arraigo de ese prejuicio en la sociedad francesa de principios del siglo XX dará cuenta otro escritor, Marcel Proust, quien, por lo general, no suele ser citado entre los intelectuales. A estos efectos, es, solo, un escritor. Según recoge en diversos pasajes de À la recherche du temps perdu, (En busca del tiempo perdido) la idea de que exista una raza judía es moneda corriente en los ambientes más dispares de Francia, desde los pretenciosos salones de la pequeña nobleza hasta los bajos fondos de la prostitución.
Al relatar una visita del narrador innominado de la Recherche al burdel parisino donde busca olvidar una adversidad amorosa, Proust escribe que “el ama de aquella casa nunca conocía a las mujeres por quienes preguntaba uno, y proponía otras que no me inspiraban deseo. Me alababa especialmente a una, y decía de ella, con sonrisa henchida de promesas (como si fuese una cosa rara y exquisita): “¡Es una judía! ¿No le atrae a usted eso?” La irónica distancia con la que Proust desbarata el silogismo implícito del ama —una prostituta francesa, a juicio del ama, dejaba de ser eso, una prostituta francesa, y se transformaba en “una cosa rara y exquisita”, por su condición de judía— resulta más evidente cuando el ama insista “con exaltación necia y falsa, que ella creía ser comunicativa y que casi acababa en un ronquido de placer: “¡Imagínese usted, una judía: debe de ser enloquecedor!”
No es la única ocasión en la que Proust se burla del prejuicio contra los judíos en la Recherche, ni tampoco el único sarcasmo a cuenta de los franceses que le daban crédito. En uno de los pasajes en los que evoca la polarización en torno al caso Dreyfus, Proust describe la sociedad como un caleidoscopio en el que “los filósofos periodísticos”, eso que ahora serían nuestros columnistas y tertulianos, colocaban unos elementos u otros en el primer plano de las cambiantes convenciones que monopolizaban, y monopolizan, la conversación pública. “Todo lo judío estuvo en baja, hasta la dama elegante —escribe Proust—, y ascendieron a ocupar su puesto desconocidos nacionalistas. El salón más brillante de París fue el de un príncipe austríaco y ultracatólico. Pero si en vez de ocurrir lo de Dreyfus hay guerra con Alemania, el caleidoscopio habría girado en otra dirección. Los judíos habrían demostrado, con general asombro, que también eran patriotas, no se habría resentido su buena posición y ya nadie hubiese querido ir, ni siquiera confesar que había ido nunca, a casa del príncipe austríaco”.
La profunda comprensión que demuestra Proust, no solo de la radical arbitrariedad del sentimiento contra los judíos, sino también de su origen político —vinculado, viene a decir, al ascenso de las fuerzas nacionalistas y ultracatólicas en Francia—, se manifestará, además, en otro pasaje de la Recherche, en el que reclama el derecho a juzgar con franqueza a una persona de ascendencia judía y a rehuir eventualmente su trato, no por pertenecer a ninguna raza, sino de acuerdo con los mismos criterios, exactamente los mismos, que observaría con cualquier otra persona, con independencia de su origen. El personaje de Bloch, cuya familia, judía, pasa en las playas de Balbec aquel verano memorable de las muchachas en flor, no le resulta grato al narrador de la Recherche, tanto por su pedantería como, sobre todo, por su artera voluntad de malmeter con Saint-Loup, su reciente amigo. Proust parecería querer alejar del espíritu del lector cualquier equívoco acerca de las razones de la antipatía del narrador de la Recherche, y es por ello por lo que, tal vez, relata un episodio cuya técnica evoca el contrapunto del que se vale Cervantes para dar cuenta del problema morisco en el Quijote. Al igual que Ricote alabará al rey Felipe III por haber adoptado una decisión tan sabia y tan justa como expulsar a los moriscos —¡entre los que se cuenta el propio Ricote!—, así Proust, mediante un hábil artificio narrativo, reproducirá expresiones degradantes para los judíos hurtando al lector la identidad de quien las pronuncia. “Un día estábamos los dos sentados [Saint-Loup y el narrador] en la arena de la playa, cuando oímos salir de una caseta de lona, a nuestro lado, imprecaciones contra el bullir de israelitas que infestaba Balbec. “No se pueden dar dos pasos sin tropezarse con un judío —continúa Proust—. No es que yo sea irreductiblemente hostil por principio a la nacionalidad judía, pero aquí hay ya plétora de ellos. No se oye más que: ¡Eh, Efraím, mira, soy yo, Jacob! “Parece que está uno en la calle de Aboukir”. Creado el suspense acerca de quién pueda expresarse de este modo, aunque induciendo a creer que debía de ser un antidreyfusard, Proust lo resuelve mediante un giro que, en efecto, evoca el contrapunto cervantino. “Por fin salió de la caseta el individuo que tronaba contra los judíos —escribe—, y alzamos la vista para ver al antisemita. Era mi camarada Bloch”.
La comparación entre el artículo de Zola y los episodios de la Recherche en los que Proust se refiere al proceso contra Dreyfus, como también, al asfixiante clima social contra los judíos que lo rodeó gracias a los “filósofos periódisticos”, arroja una desconcertante paradoja. Proust, que destruye el mito contra los judíos mediante una nueva forma de novelar, que revolucionaría el género, es considerado sobre todo un escritor. Por su parte, Zola, también escritor, es considerado sobre todo un intelectual, por haber publicado un artículo. La pregunta que por consiguiente urgiría responder, la pregunta que siempre habría urgido, no es la de dónde están los intelectuales, porque la respuesta es sencilla: abundan en los periódicos. El problema es si tantos como les reclaman hablar se han preguntado si sabrían reconocerlos, distinguiéndolos de un escritor. José María Ridao es escritor y diplomático.



























[ARCHIVO DEL BLOG] ¡Prensa, prensa!... [Publicada el 25/05/2008]












Soy lector asiduo de la prensa electrónica: El País, La Vanguardia, La Voz de Galicia, La Provincia-Diario de Las Palmas, Canarias Ahora... En cuanto a la de papel reconozco que leo habitualmente El País y la local de Las Palmas. La prensa electrónica tiene una ventaja innegable: la inmediatez. Hay momentos en que estoy leyéndola en el ordenador y oigo por la televisión que el equipo tal ha marcado un gol; cuando vuelvo la vista a la pantalla, ya está contado el tanto en ella... Una vez leí -o escuché en una conferencia- no le tengo muy claro, que la radio daba la noticia, la televisión nos la enseñaba y la prensa escrita la comentaba... Ya no es enteramente así, por culpa o/gracias a internet.
Otra de las ventajas de la prensa electrónica, aparte de la inmediatez, es la posibilidad de ampliar la noticia, subrayarla, relacionarla y comentarla, con enlaces a otras noticias, comentarios y opiniones que a su vez pueden derivar a otras muchas más: la famosa telaraña que da nombre a la red (Wolrd-Wide-Web). Y por supuesto, la posibilidad de que los lectores opinen de forma inmediata sobre cada noticia, artículo o comentario del periódico, interrelacionando unos con otros; incluso modificando en algunos casos el texto de la propia noticia. Es un asunto ya un poco manido, por eso se agradecen artículos como el del catedrático de la Universidad de Brown, en Providence (Rhode Island), Julio Ortega,  que nos ofrece una buena puesta al día sobre la cuestión. 
La noticia de que el New York Times tuvo que eliminar cien puestos en su redacción se suma a otra no menos mala, comienza diciendo: que ese diario perdió el pasado año un 4,5% de sus lectores. Sus acciones han bajado de 45 a 17 dólares; y si la empresa valía 6,5 billones de dólares hace 5 años, hoy vale menos de la mitad. Ocurre con otros de los mejores diarios estadounidenses: Los Angeles Times, el Philadelphia Inquirer, el San Francisco Chronicler... Heroicamente, el NYT todavía mantiene 43 corresponsales en sus 25 oficinas en el extranjero, pero el Boston Globe las ha cerrado todas. Comentando estos hechos, Lee Smith propone en el Chronicle of Higher Education que un grupo de universidades privadas se haga cargo de la economía del NYT y lo convierta en el diario más leído en los campus. La idea es altruista pero peligrosa: los profesores suelen fatigar las prensas para defender la filosofía que justifica sus inclinaciones.
Felizmente, la prensa escrita no se ha quedado con los brazos cruzados. Y ensaya, ahora mismo, las llamadas metodologías de la creatividad. Tiene ejemplos en otros sectores. La Toyota japonesa, que en los tres primeros meses del año desplazó a la General Motors del primer lugar en ventas de coches, que ésta había liderado durante 77 años, evidenció la creatividad de su sistema de producción (el New Yorker se demora en explicarlo). No menos creativas han sido las empresas de todo orden en las sociedades pobres: sus sistemas de producción empiezan en el reciclaje residual, y sólo limitan con su propio éxito. Y miles de jóvenes se entrenan en las academias de oficios y terminan en los networks regionales de migrantes, como un nuevo mapa antisistemático que reproduce, a escala minimalista, la globalización capitalista. La creatividad se entiende como la lógica del taller: producir más con menos; como la moral de la forma: ofrecer el producto más acabado; y como un principio de articulación: hacer de la necesidad virtud. Esta Paideia posmoderna ha puesto al día la ética clásica: hago, luego soy.
Para la prensa escrita, si la competencia de Internet es sobre todo devastadora en cuanto a la publicidad, no lo es en la lectura: todavía es mejor leer una página impresa. Por eso, varios periódicos ofrecen suplementos coleccionables, y buscan ser más útiles como navegadores del día. Más que nunca, el periódico forma parte de nuestra vida cotidiana. El NYT no se limita a dar el listín de cine, teatro, museos y galerías: añade sumillas críticas hasta al programa de TV. En español, nuestras Agendas del Día se limitan a cinco actividades. En inglés, son páginas extras que ayudan a elegir. Además, la lectura ya no se debe a lo casual sino a las expectativas. Uno sabe qué días leerá a sus cronistas preferidos, y un máximo de dos crónicas semanales es la medida civil; más que eso sería saturación.
Los lectores son interlocutores de una buena conversación. El mejor ejemplo es el periodismo inglés: desde Deportes hasta Obituarios cultivan el ingenio y eluden el énfasis. La lectura es un relevo democrático: resiste la repetición y busca nuevas voces y estilos. En la cultura hispánica todavía creemos más en la autoridad que en la alteridad.
Tengo para mí que los mejores diarios recuperarán a los lectores al devolverles la palabra. Por eso, tiende a desaparecer el artículo doctrinario y prescriptivo, hecho para avanzar causas o intereses. Kipling amenazó con su bastón a un periodista de Nueva York que se atrevió a preguntarle por sus opiniones personales. Hoy las confesiones se nos han vuelto triviales y casuales. Internet promueve un hablante primario y adversarial; suscita muchas veces lo peor del prójimo. No creo que se pueda llamar "lector", ya que no se debe al lenguaje sino a su negación.
Pero si Internet no reemplaza al periódico (sus versiones electrónicas incluyen ahora lo que el diario ya no puede ofrecer: contribuciones de lectores, bitácoras, servicios, etc.), quien sí lo amenaza es el periodiquillo que se distribuye gratuitamente y que empieza a proliferar en las estaciones del metro. No son para ser leídos sino para ser descartados luego de una mirada. No podrían sustituir al diario pero conspiran contra su imagen: lo gratuito no tiene mérito. Y rebaja la circulación del valor.
Por lo demás, todos los grandes diarios sintonizan con los nuevos públicos. Los migrantes, los estudiantes, los turistas... Estadísticamente, los jóvenes constituyen la mayoría de lectores. Y buscan hoy su propio lugar en las representaciones colectivas. Ese nuevo público empieza a abrirse espacio como protagonistas, sujetos de cambio y nuevos agentes culturales. Ya Pulitzer recomendaba que los diarios deben incluir, todos los días, nombres nuevos: serán lectores fieles, decía. Edmund Wilson escribió que la vejez comienza cuando uno siente que el New York Times del domingo pesa demasiado. Pero hoy, leyendo un buen diario, uno es capaz de creerse más joven.
En todo caso, pienso como él, el placer de la lectura de un buen artículo en la página impresa del diario de nuestros amores, sea el que sea, y aun cayendo en el topicazo del olor reciente de tinta impresa, no podrá ser sustituido por una neutra pantalla de ordenador. Como con los libros... Sean felices. HArendt














viernes, 24 de mayo de 2024

De los reaccionarios

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 24 de mayo. Defender la democracia no pasa hoy por intensificar el combate entre izquierda y derecha, dice en El País el filósofo Daniel Innerarity, sino por acudir en ayuda de la derecha clásica. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Los reaccionarios
DANIEL INNERARITY
21 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La mejor manera de combatir ideológicamente a los reaccionarios pasa por entender qué puede significar hoy serlo y su contrario. Me temo que en el fragor de la batalla nos estamos saltando algunas distinciones que serían muy útiles no solo para comprender lo que está pasando, sino también para acertar con lo que podría hacerse.
En el entorno ideológico más bien caótico en el que nos movemos es necesario clarificar qué pueden significar hoy el progreso y el retroceso, más allá del automatismo de situarnos y colocar a los adversarios donde más gratificante nos resulte. Sabremos qué es un progreso de verdad cuando hayamos reconocido sus ambivalencias y sabremos lo que es una reacción en el momento en que sepamos cómo distinguirla de la conservación.
Todos sabemos qué es el progreso —la abolición de la esclavitud, el crecimiento en los derechos, la eliminación de la desigualdad…—, pero también que ciertos movimientos que solemos calificar como progresistas o no lo son del todo o no sabemos exactamente por qué lo son. Hace tiempo, constatamos el carácter problemático y controvertido del progreso, abandonamos su concepción lineal, su mecanicismo e incontestabilidad, la praxis consistente en hacerlo avanzar acelerando el movimiento en la dirección conocida. Ya no es tan fácil reconocer “el movimiento real” de la historia, como pensaban Marx y Engels. Es mucho más certera aquella idea de Adorno de que el progreso articula el movimiento social y al mismo tiempo lo contradice. Por eso tiene sentido que se planteen propuestas de desaceleración con objetivos que no tienen nada que ver con las motivaciones reaccionarias, aunque guarden ciertas similitudes formales. El progreso no es el camino hacia un fin prescrito, sino la apertura hacia lo mejor. Sin la posibilidad de cambiar, si no fuera posible el nacimiento de realidades alternativas, el progreso no tendría sentido. Pero si eso es así, entonces la idea misma de progreso es más un problema que una solución; es un espacio de posibilidades que tiene que ser explorado y no tanto una insistencia en lo que ha dado buenos resultados hasta ahora.
Muchos cambios sociales que calificamos como progresivos son ambivalentes, con resultados secundarios no deseados: liberaciones que nos hacen más vulnerables; profusión de la información disponible que no mejora el conocimiento, sino que desorienta; aumento de las posibilidades de intervención de cualquiera en el espacio público que es tanto una conquista democrática como la causa de la desinformación. Frente a la idea de una acumulación lineal está la realidad de soluciones que generan otros problemas o que tienen un alto coste del tipo que sea.
Si el progreso ya no es lo que era, ¿en qué puede consistir hoy la regresión? Un cambio regresivo es algo distinto del mantenimiento de lo presente. Querer conservar algo no es necesariamente regresivo. Hay casos en los que recuperar una práctica tradicional puede ser una forma de progreso, como se plantea en la rehabilitación de viejas formas de producción alimentaria o en las propuestas de desaceleración, desconexión o reivindicación de la cercanía. Pueden ser discutibles o utópicas, pero no necesariamente regresivas cuando responden al intento de corregir algún efecto secundario de lo que se consideraba progresivo sin haber reflexionado suficientemente sobre ello.
Los reaccionarios tienen otras motivaciones y objetivos. Su posición responde a la nostalgia de las certezas estables, de los roles incuestionados, los límites respetados y la seguridad a cualquier precio. Los reaccionarios se sienten sobrepasados por la dinámica social, que rechazan, en todo o en parte, a diferencia de los conservadores, que pretender equilibrar esa dinámica. La regresión es el intento de volver o mantener algo que no se puede conservar. Por eso se puede discutir con los conservadores acerca de la magnitud o necesidad de lo que se pretende conservar, pero no es posible negociar con los reaccionarios sobre el alcance de la regresión.
La filósofa alemana Rahel Jaeggi propone entender la regresión como un bloqueo de la experiencia y el aprendizaje, como una deficiente solución de las crisis. Progresismo sería, por el contrario, introducir reflexividad donde había automatismo o incapacidad para el cuestionamiento. Esta doble posibilidad se hace patente en las respuestas a las crisis. Los reaccionarios no responden a las crisis con medidas para resolverlas, sino con su negación. Pensemos en algunas de las sacudidas que ha experimentado la sociedad contemporánea y en las grandes bifurcaciones que se plantean: la pandemia fue un pretexto en algunos países para fortalecer al poder ejecutivo y desarrollar un individualismo mayor, pero también nos ofreció la posibilidad de ensayar nuevas formas de gobernanza y poner nuestra atención en lo común; el cuestionamiento de la masculinidad tradicional conduce en unos casos a la descalificación del feminismo y en otros a un replanteamiento de la figura y los roles dominantes del hombre; la crisis de la familia tradicional ha impulsado el deseo de asegurar su supervivencia en entornos homogéneos, pero también la solución liberal y pluralista; de las crisis hay quien pretende salir buscando a los culpables e incluso despertando el odio hacia quien anuncia o simboliza una transformación (feministas, homosexuales, expertos...) o, por el contrario, convirtiéndolas en momentos de (auto)cuestionamiento e inclusión.
¿Cómo podríamos caracterizar entonces al progresismo? En términos generales, como una actitud hacia las crisis que posibilita el aprendizaje y, desde el punto de vista práctico, como inclusión. Esta idea se puede sintetizar en la imagen de una ampliación del círculo (Peter Singer) o como la inclusión de los que habían sido excluidos (Michael Walzer). Todo progreso implica ensanchar el nosotros, que incluye a extranjeros, mujeres, niños, generaciones futuras, minorías en el ámbito de lo que debe ser tomado en consideración, de quienes cuentan y deciden. La historia del sufragio es un buen ejemplo de esta ampliación de los protagonistas. El eje principal es el que opone la inclusión a la discriminación.
El peculiar paisaje ideológico en el que nos encontramos a causa de las tensiones que provoca la irrupción de la extrema derecha genera algunas curiosas paradojas. Una de ellas consiste en que defender la democracia no pasa hoy por intensificar el combate entre la izquierda y la derecha, sino por acudir en ayuda de la derecha clásica, que no se está entendiendo correctamente a sí misma. En tiempos de zozobra política, el mejor servicio que se le puede hacer a la democracia es no meter en la misma categoría de los reaccionarios a todos los que discrepan de nuestras ideas y, en concreto, distinguir entre los conservadores y los reaccionarios. Esto puede interpretarse como un escrito de ayuda al PP, cuyo destino quisiera creer que todavía no está irremediablemente atado al de los reaccionarios, que todavía puede ser un partido liberal-conservador. Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y titular de la cátedra Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Europeo de Florencia.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Canarias, invertebrada. [Publicada el 23/07/2015]












A mi amiga Nidia.
El peculiarísimo sistema electoral canario y la idiosincrasia de cada una de las islas que componen el archipiélago hace que Canarias, por mucho que el logo de su gobierno diga eso de "un solo pueblo", sea aun un proyecto político por vertebrar. Y difícil tiene el conseguirlo mientras su unidad política no se vertebre como una federación de islas. 
Hace unos días hablaba con una "vieja" amiga (solo por lo dilatado de nuestra relación) de esas peculiaridades electorales que hacen que resulte prácticamente imposible que ningún partido obtenga una mayoría política que le permita formar gobierno, en solitario, en Canarias. De ahí, que al contrario que en el resto de las comunidades autónomas españolas, comentábamos, exista en Canarias una cultura del pacto que en el resto de España es una novedad, al menos hasta ahora. 
Con una peculiaridad, que es la de que la tercera fuerza en número de votos, que no de escaños, gracias a la casi metafísica imposibilidad de que PP y PSOE, o PSOE y PP, lleguen a algún tipo de acuerdo al respecto, sea casi siempre CC la que se alce con el santo y seña del gobierno regional. Gracias al sistema electoral y la necesidad, más que de cultura de pacto, que también, de llegar a algún tipo de acuerdo con uno de los dos primeros en número de votos, que no de escaños, para formar gobierno. Las dos primeras fuerzas alternan entre PP y PSOE, y la tercera, como no, es Coalición Canaria. 
Pero hay una segunda peculiaridad, y es que, a la menor de cambio, CC, en cuanto olfatea la más mínima posibilidad de incrementar su cuota de poder regional, deshace el pacto de gobierno para aliarse con cualquier de los otros dos en liza, PP o PSOE. Esto es así desde el principio de los tiempos. 
Lo curioso es que en esta ocasión, cuando ni siquiera está configurado el segundo escalón del gobierno regional surgido de las elecciones del pasado 24 de mayo, y del pacto entre CC y PSOE, según el diario Canarias Ahora, el sector tinerfeño de CC, la todopoderosa ATI (Agrupación Tinerfeña Independiente, cuyas siglas algunas lenguas mordaces traducen por Asociación Tinerfeña Inmobiliaria) está ya maniobrando con vistas a un cambio de socio allá por diciembre de este año, tras las elecciones generales. ¿Será verdad? Yo no lo creo, pero cosas más raras se han visto en la política canaria, así que, cuando el río suena... 
A pesar de los calores y de la gravedad de la situación, un poco de humor, el justo para pasar el susto del día, no viene mal. Todo ello sin mayores pretensiones y aun reconociendo que meter en el mismo envoltorio unas viñetas humorísticas, por muy preñadas que estén de crítica social, y la dura realidad cotidiana, puede no resultar una fórmula afortunada. ¡Ah, por cierto!, la panza de burro sigue, los alisios no están ni se les espera y esto comienza a parecerse a una olla a presión. Ajo y agua, que dicen los castizos... Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt















jueves, 23 de mayo de 2024

Del valor del insulto

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 23 de mayo. Es un error interpretar la injuria en sentido literal, comenta en El País el escritor Fernando Aramburu, por cuanto su verdadero propósito no consiste en transmitir conceptos, sino en causar perjuicios morales al prójimo. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Valor del insulto
FERNANDO ARAMBURU
21 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Estaba solo, me insultaron y sentí que unas palabras con vocación de afrenta se aprestaban a hacerme compañía. No me fue posible encontrar cariño en los rasgos faciales de quien tuvo la deferencia de insultarme, tal vez por mi impericia para distinguir pepitas de afecto en el lodazal de las agresiones verbales. Sostuve unos instantes el insulto en las manos. Pesaba como barra de hierro y su ardor emocional sirvió para calentarme los dedos en una de tantas mañanas gélidas de la especie humana. Así como ciertos roedores acopian víveres en sus guaridas, yo me llevé a mi casa la preciosa injuria que no me apetecía compartir con nadie. Las noches de invierno son largas y a uno, en la oscuridad, le puede sobrevenir la urgencia de alimentarse con un insulto de la despensa. Subyace al acto de ofender una cultura a la que muchos no prestan atención. ¿Ignorarán lo instructivo que puede resultarles meditar sobre el asunto? En mi país de residencia, para zaherir a un congénere, se le vincula de ordinario con la suciedad. Lo llaman cerdo, agujero del culo, saco de basura, y, en fin, le arrojan una andanada de enunciados en los que suele destacar el vocablo mierda. En mi tierra natal se prefiere mencionar de manera desfavorable a la madre del insultado, atribuyéndole a menudo, sin pruebas concluyentes, la práctica de la prostitución. Es un error interpretar el insulto en sentido literal, por cuanto su verdadero propósito no consiste en transmitir conceptos, sino en causar perjuicios morales al prójimo, administrándole por vía auditiva los agravios que haga falta. Mi amigo Irazoki define el insulto como un fracaso del hombre. Tiene razón. Insultar revela baja calidad personal, además de un pobre manejo de los recursos más elegantes, más complejos y acaso más efectivos de la inteligencia humana. Véanse la ironía, la indirecta, la mordacidad, el aplomo dialéctico. Conque a ver si dejáis de insultar, imbéciles. Fernando Aramburu es escritor.






























[ARCHIVO DEL BLOG] En el bicentenario de Marx. [Publicada el 07/06/2018]











El pasado 5 de mayo se cumplieron doscientos años del nacimiento de Karl Marx en Tréveris (Alemania). Filósofo, economista, sociólogo,​ periodista e intelectual, en su vasta e influyente obra abarcó diferentes campos del pensamiento proponiendo siempre la unión entre teoría y práctica. Junto a Friedrich Engels, es considerado el padre del socialismo científico, del comunismo moderno y del materialismo histórico. 
Mi primer encuentro académico con Marx y su pensamiento fue en la Escuela Social de Madrid, en el curso 1963-1964, de la mano del ilustre profesor Mariano Aguilar Navarro. El segundo, en la primavera de 1969, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, con motivo del curso sobre Relaciones Humanas impartido por el Seminario Permanente de Sociología Industrial y Relaciones Humanas del C.S.I.C., que dirigía el profesor Carmelo Viñas Mey. Ya he escrito sobre ello en otras ocasiones y no es cosa de repetirse. 
No parece estar dando mucho jugo la celebración del bicentenario, quizá porque acaba de comenzar. De momento, subo al blog los artículos publicados en estas últimas semanas por dos prestigiosos historiadores. El primero, de Antonio Elorza, en El País, titulado Fragmentos de Marx en su bicentenario. El segundo, de Gabriel Tortella, en El Mundo, se titula Marx en el siglo XXI. Se los recomiendo encarecidamente.
Sonaba bien lo de perder las cadenas y, revolución mediante, tener “todo un mundo por ganar”. La “dictadura del proletariado” fue un desastre y la “libertad burguesa” acabó sustituida por un régimen de vigilancia y represión, dice en el suyo Antonio Elorza. A mediados de los años sesenta, comienza diciendo, propuse al catedrático Luis Díez del Corral la publicación ciclostilada de mi traducción del Manifiesto comunista como texto para clases prácticas de Historia de las Ideas Políticas. Don Luis, liberal y seguidor apasionado de Tocqueville, tenía todas las motivaciones ideológicas y personales para oponerse al marxismo, y, sin embargo, respondió con un elogio: “La primera parte es un brillante alegato a favor de la burguesía”. Dio el visto bueno. Ese tipo de aproximación selectiva a la obra de Marx, empleado no hace mucho por Umberto Eco, debiera suponer la alternativa frente a quienes se encierran en la fe del carbonero o buscan solo la caza y captura de errores. La actitud crítica ante Marx sigue siendo sin embargo necesaria, en la medida en que su pensamiento ha ejercido una enorme influencia, a veces con consecuencias abiertamente negativas. Sin olvidar que es también una clave imprescindible para entender y cambiar el mundo contemporáneo.
De entrada, la dimensión proyectiva de las ideas políticas de Marx es pobre. El riesgo era ya visible en el Manifiesto: una vez culminada con total brillantez la trayectoria ascendente del capitalismo en una fase de globalización, la dialéctica de raíz hegeliana entra en escena para declarar el inevitable “derrocamiento de la burguesía” por el proletariado. El cauce analítico se estrecha y la deriva utópica se abre de inmediato hasta el sueño de la desaparición del Estado, tras producirse la revolución y la expropiación de la burguesía. La argucia de Marx consiste en minusvalorar a esta, convirtiéndola en sujeto social pasivo, en “brujo impotente”, frente al papel activo que per se asigna al proletariado. La distinción entre la impotencia burguesa y la acción consciente del proletariado se mantendrá más tarde, incluso al prologar los análisis precisos que Marx desarrolla sobre las estrategias de las “clases poseedoras”, en su esclarecedor 18 brumario. La divisoria entre futuros ganadores y perdedores resulta garantizada de antemano.
El final feliz del Manifiesto, cierre del círculo iniciado con la invocación del espectro que recorre Europa, parte de esa simplificación radical, para sostener una profecía de seguro cumplimiento. La transición al socialismo estaría garantizada por una solución de fuerza, la dictadura revolucionaria del proletariado (Carta a Weydemeyer, 1852; Crítica al programa de Gotha, 1875). Lenin vendrá luego a probar que era posible un marxismo fiel, en ideas y acción, a la consigna de Marx.
La superación de la filosofía idealista en una concepción materialista que respondía a las preguntas de aquella, entregó pronto sus frutos en el puzle elaborado por Marx entre 1843 y 1848, los borradores bien llamados “económico-filosóficos”. Al fondo sobrevive en Marx la dialéctica amo-esclavo de Hegel. A partir de aquí la historia será concebida como sucesión de formas de dominación, donde quienes detentan el poder ejercen en beneficio suyo la apropiación del excedente generado por el trabajo humano. Del proceso de “enajenación” del trabajo en la producción resulta la reificación, la sumisión de las relaciones humanas al mercado. El punto de llegada será el imperio del capital mediante la imagen, la “sociedad del espectáculo” anunciada por Débord en los años sesenta. Marx sienta las bases de una contracultura socialista enfrentada al capitalismo (Bauman).
Todo ello en el marco del organismo social que Marx contempla como un todo articulado, cuya configuración arranca del grado de desarrollo tecnológico, las fuerzas productivas, las cuales requieren una determinada forma de organización del poder económico, y en torno a la misma de la sociedad, el derecho y la política. El diseño planteado en la carta a Annenkov de 1846 fundamenta una visión dialéctica que refleja “el movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, destrucción de las relaciones sociales, formación de las ideas”.
Por fin, en La ideología alemana, una dominación de clase necesita el consenso, la conversión de su poder material en poder espiritual, dirigido a frenar “la intensificación de la lucha de clases y la marcha hacia la revolución”. Más allá de su esquematismo, Marx esboza una teoría dinámica que con sus criterios de totalidad, interdependencia y centralidad de las “relaciones de producción” sigue sirviendo para conocer las sociedades actuales y encauzar su transformación.
La estructura económica constituye así el núcleo de la “formación social”. De ahí el esfuerzo de Marx por elaborar una teoría crítica del capitalismo, matemática y científica, fundamento de la revolución. La obra, inacabada, ha sido objeto de críticas demoledoras, si bien resulta innegable que sobre el fondo de un espectacular progreso tecnológico, el capitalismo ha consolidado una asimetría radical en la distribución de bienes y recursos, entre las clases y los países, en el interior de cada sociedad y a escala mundial. Con un balance de grandes desigualdades, corregidas en Occidente mediante el Estado de bienestar, y una gestión tendencialmente irracional de la economía en el planeta y sobre el planeta. El capitalismo descrito en Inside Job no es ya el de Marx y sigue siendo el de Marx.
Solo que conocemos el desastre de la “dictadura del proletariado”, versión Marx-Lenin, tanto en lo económico como en lo político. Sonaba bien lo de perder las cadenas y, revolución mediante, tener “todo un mundo por ganar”. Pero al reemplazar “la libertad burguesa” por un régimen de vigilancia y represión permanentes, lo que encontraron los trabajadores fue la camisa de fuerza del sistema soviético, en el mejor de los casos, o las utopías destructoras maoístas en China o en Camboya.
Cuando el teórico deviene observador, y Marx lo fue siempre, emerge la tensión positiva entre doctrina y análisis. Así, en la alocución inaugural a “nuestra Internacional” en 1864, la depauperación se da en términos relativos: desde el 48 habían crecido espectacularmente el capitalismo industrial y el comercial, sin verse alterada la miseria obrera.
Al lado está el elogio de la conquista de las Diez Horas: “Por vez primera, la economía política de la clase media sucumbió ante la de las clases trabajadoras”. Despunta la idea de la revolución social como largo proceso. “La sociedad actual no es un inalterable cristal, sino un organismo sujeto a cambios y constantemente en proceso de transformación”, advierte Marx en el prólogo a El Capital. Hasta aquí el articulo del profesor Elorza.
El 5 de mayo se conmemora el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, filósofo, economista, historiador, sociólogo, periodista, político y profeta del comunismo, bajo cuya advocación se hicieron las revoluciones rusa y china, amén de otras tampoco despreciables, comienza diciendo por su parte el profesor Gabriel Tortella. Hace ya más de un cuarto de siglo que el comunismo se derrumbó con estruendo en Rusia y Europa oriental. En los países donde subsiste, unos (China, Vietnam) han restaurado la economía de mercado con éxito asombroso; otros (Cuba, Venezuela) se han aferrado a la economía colectivista, y viven en crisis y depresión crónicas. ¿Está justificado, por tanto, celebrar esta efeméride? ¿No sería mejor echar siete llaves al sepulcro de Marx?En mi modesta opinión, con todos sus errores y defectos, Marx fue un gran pensador que ha dejado una huella imborrable, y en gran parte positiva, en la historia contemporánea. No debemos olvidar que, junto con Darwin y Freud, forma ese gran trío de luminarias que hicieron con respecto a la especie humana lo que los grandes astrónomos y físicos de la llamada Revolución Científica (siglos XVI-XVII) hicieron con respecto al planeta Tierra. Copérnico, Galileo, Kepler y otros genios demostraron que la Tierra no era el centro del universo, como hasta entonces se había pensado, sino un simple planeta girando alrededor de una estrella no muy grande de entre las innumerables que hay dentro de una galaxia de las muchas existentes. Por su parte, Darwin, Marx y Freud demostraron que el ser humano, lejos de ser una suerte de ángel creado directamente por Dios para cumplir un programa ético y ejemplar (y que el resto de los animales han sido puestos en la Tierra para acompañar y servir al hombre en el centro de la Creación), es un animal más, más inteligente sin duda, pero perteneciente al mismo árbol genealógico que el resto de los seres terráqueos. Y, además, que se mueve históricamente por intereses predominantemente económicos e, individualmente, por impulsos animales, en parte, sexuales. Este gran trío nos dio una versión del ser humano mucho más realista que la hasta entonces predominante (aunque a muchos les chocara esta nueva versión y se resistieran largamente a aceptarla) y sus teorías marcaron el triunfo del materialismo sobre el idealismo.
¿Cuál es el legado de Marx como científico social? De entrada, quiero afirmar que su teoría económica es absolutamente inservible. Como dijo Schumpeter, está "muerta y enterrada". Keynes fue igualmente severo: en una carta a Bernard Shaw afirmaba que "sea cual sea el valor sociológico [de El Capital...] su valor económico contemporáneo [...] es nulo". Lo cierto es que la economía de Marx estaba desfasada ya mucho antes de su muerte en 1883. Quizá por eso no acabó El Capital. Además, sus errores económicos afectaron negativamente al resto de su visión social. Porque su teoría de la Ley de Bronce de los Salarios (basada en un absurdo sofisma), que afirmaba que en una economía de mercado éstos nunca estarían por encima del nivel mínimo de subsistencia, le impedía aceptar la posibilidad de que las condiciones de vida del obrero mejorasen y pudiera llegarse a una situación en que el proletariado progresara y, por medio del sufragio universal, llegara a compartir el poder con la burguesía. En una palabra, su anticuada teoría económica le impidió aceptar plenamente la posibilidad de una evolución hacia el socialismo democrático. Fueron su discípulo alemán Eduard Bernstein y la Sociedad Fabiana británica los que marcaron el camino hacia la socialdemocracia, que acabó triunfando tras la Primera Guerra Mundial, no sin haber sufrido toda clase de denuestos de los marxistas ortodoxos y, en especial, de Lenin. Sin duda Marx, vecino que era de Londres, advirtió la mejora del nivel de vida de los trabajadores ingleses y, probablemente, se dio también cuenta de los serios problemas de que su teoría económica adolecía, pero no tuvo la energía para replanteársela radicalmente, y por eso no se decidió a publicar los volúmenes dos y tres de El Capital después de haber dado a la luz el primero en 1867. El caso es que, si bien en El Manifiesto Comunista (1848) y en El Capital profetiza una revolución violenta que "expropiaría a los expropiadores", también pueden espigarse en su correspondencia y en escritos ocasionales afirmaciones que encierran augurios socialdemócratas.
¿Qué queda entonces? Queda el "materialismo histórico", es decir, lo que se resume en la afirmación con que se inicia el primer capítulo del Manifiesto Comunista: "la historia es la historia de la lucha de clases". Hegel, de quien Marx se consideraba discípulo, había sostenido que lo que mueve la historia es "el Espíritu", frase un tanto misteriosa que puede interpretarse como que son las ideas las que mueven la historia (idealismo). Marx sostenía lo contrario: son los intereses materiales lo que sustenta las ideas. En sus propias palabras: "Para Hegel, el proceso de pensamiento [...] es el demiurgo de lo real [...] Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre. [...] La dialéctica aparece en [Hegel] invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y en seguida se descubre, bajo la corteza mística, la semilla racional". Estos malabarismos intelectuales significan, en la práctica, que para comprender la historia hay que buscar los intereses materiales que persiguen los principales grupos sociales, cuyo modo de vida configura su visión del mundo. Las tres grandes clases sociales en la historia moderna y contemporánea son la aristocracia, la burguesía y el proletariado, que son propietarias de los tres grandes factores de producción: la tierra, el capital y el trabajo. Marx aplicó este método en sus estudios históricos y produjo brillantes ensayos como El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Las luchas de clases en Francia o incluso sus artículos periodísticos sobre la España del siglo XIX o la Guerra de Secesión de Estados Unidos. La verdad es que el materialismo histórico de Marx caló profundamente en la historiografía posterior, sobre todo, en el siglo XX, y resultó una herramienta muy útil (aunque hoy algo desfasada). Yo creo que permite comprender claramente los grandes perfiles de la historia contemporánea, cosa que he tratado de mostrar en mi Capitalismo y Revolución. Sin duda, aunque la mayor parte de los historiadores económicos de hoy no se consideren seguidores de Marx, el auge de la historia económica ha debido mucho a la influencia de su pensamiento. Yo me atrevería a decir que hoy todos somos un poco darwinianos, freudianos y marxistas, en el sentido de que hemos absorbido intelectualmente sus ideas aunque no las demos todas por buenas. ¿Quién no habla hoy, casi sin pensar, de la "selección natural", de la "libido" o del "complejo de Edipo", de la "plusvalía" o de la "superestructura"? A Marx, incluso, le han salido discípulos inesperados en la política reciente, como el consejero del presidente Clinton, James Carville ("Es la economía, estúpido"), o el presidente Rajoy ("No me voy a distraer de lo importante; es decir, la economía"). Qué vueltas da el mundo.
Marx nunca vio su revolución, pero en el siglo XX hubo varias. Las más de ellas no se ajustaron en absoluto a sus profecías. Las revoluciones en China, Cuba o Irán no fueron obra del proletariado, sino más bien de los campesinos. Pero sí hubo dos revoluciones europeas que pueden relacionarse con el marxismo: la rusa y la socialdemócrata en la Europa occidental tras la Primera Guerra Mundial. La primera fue un fracaso estrepitoso, que más que a Marx debe adjudicarse a Lenin. La segunda, el gran éxito político, económico y social del siglo XX, sí podría atribuirse en parte a Marx.
Y otra cosa hay que agradecerle: frente a la pura barbarie de los fundamentalistas islámicos o la bazofia intelectual de los nacionalismos, de los populismos o de lo políticamente correcto, Marx trató de construir una interpretación subversiva pero racional de la sociedad y la historia. Se le ha llamado "socialismo científico", lo cual suena rimbombante, pero él pretendía construir un análisis económico-social revolucionario, basado en evidencia, y por métodos científicos. Y, aunque el capitalismo que Marx esperaba ver derrumbarse en el siglo XIX ha sobrevivido y está más fuerte que nunca en el siglo XXI, es cierto que esta supervivencia ha sido posible porque durante el siglo XX el capitalismo se sometió a una profunda reforma, a un injerto socialdemocrático que debe mucho a las ideas de Marx, concluye el suyo el profesor Tortella. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt