sábado, 20 de abril de 2024

Del mono ladrón inmortal

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. La teoría de la probabilidad, dice en El País la escritora Marta Peirano, afirma que hasta los eventos más improbables pueden ocurrir, siempre que haya suficiente tiempo, recursos y oportunidades. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










El mono ladrón inmortal
MARTA PEIRANO
15 ABR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

¿Podría un mono inmortal, tecleando aleatoria e infinitamente en una máquina de escribir, producir Hamlet palabra por palabra? En La biblioteca de Babel, Borges describe una biblioteca infinita que contiene todos los libros que podrían ser escritos. La teoría de la probabilidad dice que hasta los eventos más improbables pueden ocurrir, siempre que haya suficiente tiempo, recursos y oportunidades. Si la industria tecnológica es una secta, esta es su religión.
En la ideología del Valle, cualquier problema puede ser solucionado con suficiente dinero, tiempo, programadores y potencia de computación. Pocos casos más ilustrativos que Theranos, el unicornio de Elizabeth Holmes. La “innovadora”, “disruptiva” y “pionera” empresa que prometía revolucionar la medicina con una máquina capaz de hacer análisis complejos a partir de una sola gota de sangre no se dejó desalentar por las leyes de la física y la estadística, que decían que no hay glóbulos suficientes en una muestra tan pequeña para detectar un cáncer, un embarazo o una artritis. Ahora Holmes cumple condena por fraude, pero el Valle no ha corregido su error.
En el mundo de la inteligencia artificial, esta religión se manifiesta como las “leyes de escalamiento o escalabilidad”. No son leyes reales, pero dicen que lo único que nos separa de la Inteligencia Artificial General son ordenadores más potentes, programadores más listos y más bases de datos para entrenar los modelos de IA. Lo primero está ya consumiendo más agua, oxígeno y energía que un país europeo mediano. Lo segundo está por ver. Lo tercero es menos problemático, pero solo si ignoras la calidad, origen y licencia del contenido original.
Los primeros modelos de IA fueron entrenados con los frutos de la web 2.0: blogs, webzines, posts, tuits, pins, reddits y todas las demás manifestaciones de la Red social. También con el contenido de bibliotecas, periódicos, archivos universitarios y otros contenedores de material trabajosamente digitalizado durante los últimos 20 años. La reciente investigación de Christo Buschek y Jer Thorp sobre LAION-5B demuestra que la selección es más oportunista que deliberada.
Los métodos de selección de contenidos para alimentar la IA son puramente automatizados, sin intervención humana alguna, y están supeditados a la accesibilidad y pre-etiquetado de las muestras, no a su calidad. Tampoco hay supervisión, ni la habrá nunca. “Alguien que trabajara ocho horas al día, cinco días a la semana revisando cada imagen de esta base de datos durante al menos un segundo, tardaría 781 años en mirarlo todo”, dicen Buschek y Thorp. Esto explica por qué aparecen imágenes de explotación de menores en los modelos comerciales de IA. Estaban bien etiquetadas. Estaban en internet.
El método no ha cambiado. Mira Murati, jefa de seguridad de OpenAI, declaró recientemente que habían entrenado Sora, su modelo de generación de video, con “datos públicos”. No quiere decir “en el dominio público” sino pescados indiscriminadamente de YouTube, Instagram o TikTok. No están solos. En las pruebas del juicio de The New York Times contra OpenAI, vemos que los abogados de Meta aconsejaron robar lo que haya disponible y enfrentarse a posibles demandas, mejor que perder tiempo esperando a que editores, artistas o músicos firmen contratos de cesión. Dicen que Google no ha querido demandar a OpenAI porque probablemente está haciendo lo mismo que ellos. A quién le sirve un mono que tiene que robar, estafar y quemar el planeta para escribir Hamlet. Para qué es. Marta Peirano es escritora.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Monografía sobre la Constitución de 1812. [Publicada el 03/09/2012]











Con motivo de la publicación en estos días en la Revista de Historia Constitucional de la Universidad de Oviedo del monográfico dedicado al bicentenario de la Constitución de Cádiz, a cuyo contenido íntegro pueden ustedes acceder desde el enlace que reseño más adelante, reedito y publico de nuevo mi entrada de fecha 18 de marzo pasado titulada "Cadiz, 1812. Nación española y Constitución". Mi intención en aquellas fechas era la de sumarme con respeto y admiración al homenaje que el pueblo español rendía a aquellos otros españoles de "ambos hemisferios", hijos de la Ilustración, que justamente doscientos años antes promulgaban en la ciudad de Cádiz la primera constitución de nuestro país,  la primera constitución liberal de Europa, y con ello hacían nacer la nación española como sujeto y protagonista de la historia patria.  
Pueblo, patria, país, nación, estado. Cinco términos que coloquialmente pueden ser considerados como sinónimos pero que histórica, jurídica y políticamente designan realidades diferentes. En el Diccionario de Política (Siglo XXI, Madrid, 1994) e Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, ni tan siquiera figuran las voces de "patria" o "país", y las tres restantes reciben tratamiento desigual: diez páginas para "estado", cinco para "nación", y dos para "pueblo".
Afirmar que el 19 de marzo de 1812 nació la nación española no es una afirmación gratuita. Contra lo que suele pensarse el estado no es una creación de la nación, sino, precisamente, lo contrario: es el estado el que crea la nación como entidad política. Por supuesto que España existía como estado antes de esa fecha, pero no como nación. Antes de la revolución francesa y de la proclamación solemne de la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Artículos de Constitución, en octubre de 1789, existía el estado francés, pero no la nación francesa. Es el cambio de súbditos a ciudadanos que conlleva la revolución (en Estados Unidos, en Francia, en España, Iberoamérica, Alemania e Italia) y la promulgación de  sus respectivas constituciones las que crean las nuevas realidades nacionales como sujetos y protagonistas de la historia.
Desde la página electrónica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, creada en 1988 por la Universidad de Alicante, y sostenida en la actualidad por la Fundación de ese mismo nombre que preside Mario Vargas Llosa, pueden acceder al portal dedicado a la Constitución española de 1812. Un portal temático que, bajo la dirección científica del profesor Ignacio Fernández Sarasola, de la Universidad de Oviedo, y en colaboración con Fernando Reviriego Picón, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, ofrece un amplio e impresionante catálogo de textos sobre la primera constitución promulgada en España: contexto histórico, documentos, cronología, bibliografía, estudios, imágenes y enlaces de interés. Les animo a visitarlo y disfrutar de su contenido, así como de los vídeos que incorporo a la entrada.
También pueden ustedes acceder al monográfico especial de la Revista de Historia Constitucional que les indicaba al comienzo. Más de 800 páginas con decenas de artículos publicados por los más eminentes y prestigiosos historiadores, profesores y politólogos en homenaje a nuestra primera constitución.
Con cierta dosis de nostalgia, no exenta de cariño, recordaba en la entrada de aquella fecha dos anteriores mías del blog sobre el bicentenario de la Constitución de Cádiz. La primera, del 20 de abril de 2009, titulada Los fastos de Cádiz. Carta abierta a la ministra de Cultura; la segunda, del 9 de abril de 2010, titulada Historiadores y fastos patrios. Espero que les sigan resultando interesantes.
Como colofón de la efeméride les recomendaba leyeran el artículo 1812: Cuando España quiso ser moderna e ilustrada que en El País del 19 de marzo publicaba José María Lasalle, secretario de estado de Cultura, así como el editorial de esa fecha del mismo periódico, titulado Las preguntas de Cádiz  y los enlaces a otros artículos de opinión sobre la conmemoración que nos ocupaba a los que podían acceder desde los artículos citados. Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt











viernes, 19 de abril de 2024

De las ventajas de escribir con pluma

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. A diferencia de otras propiedades, comenta en El País Semanal el escritor Ignacio Peyró, la pluma guardará siempre un poco del alma de su dueño, el gesto de una vida. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Ventajas de escribir con pluma todavía
IGNACIO PEYRÓ
13 ABR 2024 - EPS - harendt.blogspot.com

Siempre he desconfiado de la gente cuyas manos o cuya letra resultan demasiado bonitas, pero no me cabe duda de que es un sesgo personal: mi propia letra es fea, sin llegar a la grandeza de ser horrorosa; en cuanto a las manos, tienen la presencia de un racimo de penes. Las manos no podemos ir a cambiarlas, pero una letra mediocre conoce sus consuelos: la grafología, por ejemplo, tiene la virtud —y el defecto— de hacer a todo el mundo interesante. Y, notablemente, siempre podemos usar una pluma para que el placer de escribir compense la decepción de ver lo escrito.
Por supuesto, si hoy nos llega a casa una carta escrita con pluma, ya sabemos que hay que sacar la cartera: ¡boda a la vista! Como al tabaco o los botijos, nuestra época les ha pasado por encima a las estilográficas. No extraña que cada vez se usen menos: también escribimos menos cada vez. Y los fabricantes lo ponen difícil: si hay plumas sencillas y bonitas, no es menos cierto que en seguida degeneran hacia el brillo y la voluta. Algunos modelos parecen hechos para escribir en exclusiva alejandrinos, y da la sensación de que, para estar a la altura de ciertas marcas, habría que ser por lo menos Marcel Proust. Más allá del temor del ornato, el mismo espíritu de comodidad —signa temporum!— que dejó las corbatas en los armarios ha dejado las plumas en los cajones. Muchas participan, así, de esa tristeza de las cosas destinadas a no usarse. Por si fuera poco, los rivales de la estilográfica tienen su cuantía. El bic es una forma eterna. Y, para quien escribe por amor o por dinero, el porrompompero de los dedos sobre el teclado tiene algo de ruido de fondo de la felicidad o, al menos, la ilusión de una artesanía para la que se requieren, como en un torno, las dos manos.
Con instrumentos diferentes se escribe de manera diferente. Cuando Nietzsche cambió la pluma por la máquina de escribir, su tono —dice Bernard Frank— se volvió más aforístico: sus frases “se cerraban como cajones”. Condenadas a lo impráctico, hoy las plumas son pese a todo ejemplo de ese rasgo constantemente humano por el que nos gusta complicar la necesidad en placer. Obedecen así al mismo esfuerzo del espíritu por el que logramos convertir un gruñido salaz en un soneto de amor.
Se ha alabado a la pluma por halagar los sentidos: ¡ah, ese deslizamiento del plumín, la horadación sobre el papel, los matices aguados de la tinta…! Es una poesía a veces algo adornada, pero —qué le vamos a hacer— real y objetiva. Tras usar pluma desde la adolescencia, se revelan otras sutilezas ya dentro del orden del espíritu. Hay una individualidad en cada pluma que las asemeja a los humanos: algunas, por ejemplo, siempre nos resultarán difíciles, en tanto que con otras entramos de inmediato. Siempre pagarán en complicidad el tiempo que invirtamos en ella, pero —con un temperamento de volubilidad, de nuevo, casi humana— también tienen días en los que parecen no estar por escribir. Más: uno puede tener varias, pero la pluma que utilizamos tiene una manera de reclamar una fidelidad exclusiva para sí, de nutrir en nosotros un cierto espíritu de obligación hacia ella, y esa lealtad nos llevará a recordar las plumas buenas durante años, como si fueran presencias reales de un afecto. En un estado ideal, hay una correspondencia plena, una docilidad mutua que une a la pluma que escribe con aquel que la empuña. Con todo, la pluma comparte su mayor lección con todas las cosas detrás de las que está una mano humana: sus imperfecciones no merman, sino que constituyen su encanto, una gracia que participa de la vida que les dimos.
La pluma ya solo se justifica por un pretexto noble: el hedónico. Su condición de propiedad es tan personal que llega a convertirse en un gozo secreto: nunca querríamos mostrarla, pero usarla aporta tal encanto que aceptamos resignados que la vean los demás. Y, a diferencia de otras propiedades personalísimas —las gafas, el reloj—, guardará siempre un poco del alma de su dueño, el gesto de una vida. Como cualquier afecto real, el de las plumas también requiere para consolidarse no poca voluntad y mucho tiempo. Permanecen como un tributo al mundo en que pedíamos duración a las cosas y las cosas nos exigían cuidado. Será en parte por eso —dirán algunos— que cada vez usamos más el boli. Ignacio Peyró es escritor.






















 





[ARCHIVO DEL BLOG] Una lengua contaminada. [Publicada el 07/04/2019]












El español es una lengua contaminada, que va de un lado a otro, sin descanso, toma lo que puede de donde puede, y vive del atrevimiento porque desprecia los límites, escribe el intelectual y político nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes de 2017. 
En el español cabe todo y nunca sobra nada, comienza diciendo Ramírez, como en el suculento bucán de El siglo de las luces de Alejo Carpentier, cerdos salvajes cocinados sobre brasas, los vientres abiertos rellenados de codornices, palomas torcaces gallinetas y demás volatería, “consustanciándose el sabor de la carne oscura y escueta con el de la carne clara y lardosa, en un bucán que fue Bucán de Bucanes". 
Bucán, que los arawakos insertaron en el español de los conquistadores, de donde resultó bucanero. Una primera fusión caribeña antes del encuentro con el náhuatl y el maya.
La gran cocina de lenguas. Y esa mezcla bullente es europea, americana y africana: ni el Caribe, ni tampoco América, se explicarían sin esa presencia abigarrada y tumultuosa de los esclavos negros, y luego de los zambos y mulatos, que no pocas veces se oculta o se disfraza.
América, tan lejana y cercana a la vez en sus distintos territorios, fue formando su lengua por capas superpuestas. “No existe un estilo puro, porque no existen lenguas puras”, dice Vargas Llosa al hablar del Inca Garcilaso. Lo que tenemos es una lengua contaminada.
Ni el Caribe, ni tampoco América, se explicarían sin esa presencia abigarrada y tumultuosa de los esclavos negros, y luego de los zambos y mulatos, que no pocas veces se oculta o se disfraza
En 1519, al llegar Cortés a Cozumel, camino a Veracruz, recibe noticia, por medio del indio Melchor, “que ya sabía un poco de castellana”, según Bernal Diaz del Castillo, de dos españoles sobrevivientes de un naufragio ocurrido ocho años atrás, quienes ahora viven entre los mayas de Yucatán, el fraile Gerónimo de Aguilar y el soldado Gonzalo Guerrero.
Una vez rescatado, el fraile se fue con Cortés como traductor, y el soldado se quedó con los mayas, amancebado ya y con tres hijos.
Melchor, el indígena, igual que Aguilar el español, eran traductores y recibían el nombre del instrumento del habla: lengua; y también lenguaraz, que ahora aplicamos al deslenguado.
Una de esas lenguaraces es Malinalli Tenépal, la Malinche, la esclava náhuatl regalada como tributo de guerra a Cortés. Debía su nombre, Tenépal, precisamente a que era “persona de facilidad de palabra”. Conocía los diversos idiomas del sur de México, y era, por tanto, lengua de su pueblo. Y de traductora de Cortés pasó a traidora en la historia oficial.
Las lenguas indígenas mezclan sus aguas con el español y en medio de la turbulencia de la historia, sangre, violencia, imposición, vasallaje, lo enriquecen.
Y los esclavos africanos dejaron también las palabras. Sus lenguas nunca tuvieron oportunidad de sobrevivencia; pero las americanas continúan muchas de ellas vivas, a la par del español, como el guaraní en Paraguay, o segregadas, como en Guatemala, donde los mayas quiché representan el cuarenta por ciento de la población, pero las estructuras sociales siguen siendo tan feudales como en tiempos de la colonia.
Hablamos la lengua mestiza que encarna el Inca Garcilaso: mestizo “me lo llamo yo a boca llena” dice en sus Comentarios Reales. Y ese nuevo español suyo no podría existir sin el quechua, capaz de darle nuevas y distintas armonías.
Sor Juana, mestiza en la lengua y criolla de nacimiento, insertaba el náhuatl en sus juguetes verbales, junto con giros zambos y mulatos, y abre así la lengua hacia la hondura revuelta de la ralea popular del virreinato mexicano.
Y la poesía de Darío, que descoyunta la lengua, es también el resultado de ese espíritu levantisco e inconforme, una lengua que en su permanente rebeldía nunca es ya la misma de la generación anterior, en los libros y en la calle.
Hoy sabe recibir del inglés, como supo asimilar los embates del árabe por siglos. Avanza por encima de los muros fronterizos hacia Estados Unidos, y se viste de términos anglosajones, igual que en el río de la Plata se vistió con el italiano y otras lenguas inmigrantes. Un lunfardo del norte, y un lunfardo del sur.
Transgredir es traspasar límites. Traspasar es trascender. No habría Miguel Angel Asturias sin la imaginería maya, ni César Vallejo ni José María Arguedas sin los hondos subterráneos del quechua, ni Augusto Roa Bastos sin las dulces sonoridades del guaraní, ni Luis Pales Matos ni Nicolás Guillén sin el ritmo ardiente de los tambores africanos, ni García Márquez sin las voces revueltas del Caribe desbocado de los vallenatos y las cumbiambas.
Una lengua que va de un lado a otro, sin descanso, que toma lo que puede de donde puede, que vive del atrevimiento porque desprecia los límites. Una lengua viral que rompe fronteras de manera agresiva y nos identifica en su asombrosa multiplicidad.
Una lengua de la que nos llenamos la boca, como el Inca Garcilaso. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 















jueves, 18 de abril de 2024

De otra televisión, de otro país

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Nuestro peor obstáculo como pueblo, comenta en El País el escritor Antonio Muñoz Molina, no es nuestra pobreza, sino el encono que ponemos en derruir lo que a pesar de ella a veces hemos sido capaces de levantar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Otra televisión, otro país
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
13 ABR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Al llegar a la sede de Radiotelevisión Española, en las afueras confusas de Madrid, se oye siempre el parloteo escandaloso de las cotorras que anidan y se agitan innumerablemente en las copas de los pinos. Ese estrépito invasor contrasta con la quietud que uno encuentra cuando se interna en el laberinto de los corredores que llevan a los estudios y a las redacciones del edificio de la radio, y a los espacios más dilatados y solitarios del ocupado por la televisión. La impresión dominante es de una arquitectura de modernidad ampulosa pero muy gastada, un monumentalismo de superficies lisas, ventanales y ángulos que a mí me hace pensar en instalaciones oficiales de la RDA. Es esa modernidad en la edificación que reinó en los años sesenta y setenta, cuando una especie de optimismo futurista solía combinarse con el descuido y el abaratamiento de los materiales, de modo que sus promesas se quedaron tan rápidamente obsoletas como sus cubiertas o sus instalaciones eléctricas o el ajuste de sus ventanas.
Pasado el escándalo de las cotorras, la persona que ha venido a recogerlo a uno lo guía por escaleras de falso mármol, por ascensores muy grandes que siempre parecen estar en peligro de avería, por corredores en los que el espacio desierto hace que resuenen con más nitidez los pasos. En el edificio de la radio los itinerarios son más cortos e inteligibles, y acaban en alguna Redacción en la que hay signos alentadores de presencia y actividad humana, y en estudios muy bien equipados; en el de la televisión los corredores, los hangares, los túneles, las escaleras, proliferan a medida que uno va avanzando por ellos, confiado en su guía para no perderse.
Como el guía suele ser una persona joven, uno no se resiste a mostrar su extrañeza por tanta soledad, por tantas extensiones vacías, y a contarle, por evitar el silencio, cómo eran esos mismos lugares hace 20 o 30 años: la animación permanente, el clamor de las voces y de los pasos, el ritmo urgente de los trabajos de carpintería, los operarios con sus monos y sus herramientas, los estudios tan ocupados por grabaciones y rodajes que algunas veces se instalaban al aire libre esas naves prefabricadas que se ven en las obras. Los más jóvenes asienten con la incredulidad de quien oye contar cosas improbables. Los veteranos, los que quedan todavía, se acuerdan bien, y si tienen un poco de confianza hablan con tristeza del largo abandono consentido, la deriva, el desguace metódico de lo que llegó a ser una gran institución pública. Una prueba de todo lo malogrado y lo perdido, y de lo que podría haberse logrado, es la perduración de una parte de lo mejor que llegó a existir, a pesar de todos los pesares, los de antes y los de ahora, de la adversidad permanente a la que se enfrenta cualquier empeño de excelencia en nuestro país. Nada más sentarse en un estudio de Radio Nacional, o en un plató de la televisión, se advierte la solvencia con que redactores, locutores y técnicos cumplen sus tareas, sin el aturdimiento que uno advierte muchas veces en las cadenas privadas, con esa solidez que es un rasgo necesario del servicio público, y que por lo tanto está tocada de melancolía, y hasta de fatalismo. Se trata de hacer lo mejor posible aquello que sabe y tiene que hacer; y de hacerlo con la plena conciencia de que los resultados rara vez recibirán aprecio, y de que a los dirigentes, a los comisarios políticos y a los responsables parlamentarios la calidad de la radiotelevisión pública no les importa nada. Lo que a ellos les importa, crudamente, es la posibilidad de manipular y de meter mano, la contabilidad de los minutos y segundos que se dedican a cada partido en los informativos, la nómina de los contertulios favorables o contrarios, sin el menor respeto por la independencia y la integridad de un medio en el que solo ven oportunidades para la propaganda partidista y para la forma de negocio más próspera en el capitalismo a la española: convertir en botín de privatizaciones lo que es patrimonio de todos; aprovechar el poder y los contactos políticos para beneficiar a amigos y parásitos.
En los pasillos y en los almacenes y estudios grandes como hangares de Televisión Española apenas hay nadie porque la mayor parte de los programas ahora los hacen productoras privadas, según la misma lógica que deriva los servicios de la salud pública a empresas que la explotan en beneficio propio. Prejubilaciones masivas eliminaron el arsenal de experiencia y talento de profesionales que se encontraban en su plenitud. Siendo en apariencia tan hostiles y tan incompatibles entre sí, los dos grandes partidos de derecha y de izquierda se han comportado con la misma mezcla de dirigismo y negligencia hacia la radiotelevisión pública, creando nubes de favorecidos y cesantes a cada cambio de Gobierno. Incluso hubo un Gobierno socialista que dejó a la televisión sin los ingresos de la publicidad para que así se los pudieran repartir mejor las cadenas privadas, y sin asegurarle una financiación alternativa. Tampoco diría nadie ahora, viendo TVE, que desde hace más de cinco años hay un Gobierno progresista en España. Para ofrecer los mismos concursos y los mismos programas de chismes y celebridades postizas que cualquier cadena volcada en el beneficio rápido y en el fomento de la vulgaridad, no se sabe qué falta hace una televisión pública.
Hay quien resiste. Como en otras instituciones fundamentales españolas, el único antídoto a la intromisión partidista, la incompetencia y la irresponsabilidad política y la presión privatizadora es la seriedad de quienes siguen haciendo su trabajo con una ética profesional que roza el heroísmo. Ya tengo menos oportunidades de encontrarme con ellos: a muchos que conocí los jubilaron a la fuerza, y los que quedan tienen pocas oportunidades de hacer programas en los que pueda participar un escritor. Y aun así, cuando pueden, los hacen, y logran hablar de literatura y de cine, o envían crónicas ejemplares como corresponsales en zonas de guerra, o graban reportajes informativos que cumplen contra viento y marea la tarea crucial de una radiotelevisión pública: dar una visión rigurosa y equilibrada de la realidad, de modo que sirva de herramienta de conocimiento para la ciudadanía, y de entretenimiento sin zafiedad, y por qué no, también de educación y disfrute de las artes.
Quien ha trabajado en el Instituto Cervantes aprende a mirar con envidia y desconsuelo las grandes instituciones europeas en las que se inspiró su fundación, la Alianza Francesa, el Instituto Británico, el Instituto Goethe: dotadas de medios suficientes, de programas y directrices a largo plazo, de una autonomía sujeta desde luego al mandato democrático y a la legalidad, pero no a los vaivenes ni a las directas interferencias políticas. Quien escucha o ve los canales tan variados de la BBC, o de la radiotelevisión francesa, comprende con resignación, como comprendía yo viendo la sede de la Alianza Francesa en la Quinta Avenida de Nueva York, que nosotros somos un país más pobre, y que eso tiene poco remedio, por mucho que se quiera a veces compensarlo con triunfalismos estadísticos sobre el número de los hablantes de español en el mundo, según es costumbre en las ceremonias oficiales. Pero nuestro peor obstáculo no es nuestra pobreza, sino el encono que ponemos en derruir lo que a pesar de ella a veces hemos sido capaces de levantar, con la misma furia con la que alimentamos el parloteo de cotorras de la discordia política, sin la menor esperanza de regeneración, uncidos a la noria de una campaña electoral permanente, como si ese fuera el destino inevitable que nos ha tocado. Antonio Muñoz Molina es escritor y académico de la Real Academia Española.


























[ARCHIVO DEL BLOG] Un hogar donde vivir en paz. [Publicada el 02/05/2018]










Dentro de unos días Israel celebra sus 70 años de existencia. Confío en que celebraremos muchos más años y habrá muchas más generaciones que tendrán aquí su hogar y una vida segura, pacífica y creativa al lado de un Estado palestino independiente, porque quiero un hogar donde vivir en paz, dice el escritor israelí David Grossman en un discurso pronunciado en Tel Aviv para celebrar el Día del Recuerdo de los soldados caídos de Israel y de las víctimas del terrorismo que reproducía el diario El País hace unos días. 
Estamos en una ceremonia que, por más ruido que haya suscitado, es un acto de recuerdo y comunión, y llena de un profundo silencio, el del vacío que deja la pérdida de los seres queridos, comenzaba diciendo.
Mi familia y yo perdimos en la guerra a Uri, un hombre joven, dulce, inteligente y divertido. Casi 12 años después, todavía me cuesta hablar de él en público.
La muerte de un ser querido es también la muerte de toda una cultura privada, personal y única que nunca volverá a existir. Afrontar ese “nunca” sin vuelta atrás es increíblemente doloroso. Luchar constantemente contra la pérdida es agotador.
Es difícil separar el recuerdo del dolor. Duele recordar, pero es todavía más aterrador olvidar. Y qué fácil es rendirse al odio, la rabia y el deseo de venganza.
Sin embargo, cada vez que tengo esa tentación, siento que pierdo de nuevo a mi hijo. Por eso decidí emprender otra vía, que es la misma, creo, que decidieron tomar los que están hoy presentes aquí.
Dentro del dolor hay también aliento, creación, bondad. La pena no nos aísla, sino que nos une y nos fortalece. Hasta viejos enemigos —israelíes y palestinos— pueden conectar a través de la pena y a causa de ella.
Nadie puede indicar a otra persona cómo vivir su duelo. Ni en una familia particular ni en la gran “familia afligida”. Nos une el firme sentimiento de tener un destino común y un dolor que solo nosotros conocemos. Por eso pedimos que se nos respete. No es un camino fácil, es confuso y lleno de contradicciones. Pero es nuestra forma de dar sentido a la muerte de nuestros seres queridos y a nuestras vidas después de su muerte. No queremos desesperarnos ni desistir, para que, en el futuro, la guerra se difumine, quizá incluso termine, y entonces empezaremos a vivir de verdad, y no solo a subsistir entre guerra y guerra, entre desastre y desastre.
Quienes hemos perdido a los que más queríamos, tanto israelíes como palestinos, estamos condenados a vivir con una herida abierta. No podemos seguir alimentando ilusiones. Sabemos que la vida está hecha de grandes concesiones.
Creo que la pena nos vuelve más realistas. Por ejemplo, tenemos claros los límites del poder. Y desconfiamos más, y sentimos repugnancia cuando vemos una exhibición de vacuo orgullo, de nacionalismo arrogante, de soberbia. No solo desconfiamos: nos dan casi alergia.
Esta semana, Israel celebra sus 70 años de existencia. Confío en que celebraremos muchos más años y habrá muchas más generaciones que tendrán aquí su hogar y una vida segura, pacífica y creativa al lado de un Estado palestino independiente.
¿Qué es un hogar? Un hogar es un sitio de límites claros y aceptados, estable y sólido, que mantiene relaciones tranquilas con sus vecinos.
Los israelíes, después de 70 años —por más palabrería patriótica que oigamos estos días—, no tenemos todavía un hogar así. Israel se creó para que el pueblo judío tuviera el hogar que nunca había tenido en el mundo. Hoy, Israel quizá sea una fortaleza, pero no es ese hogar.
La solución al complejo problema de las relaciones entre israelíes y palestinos puede resumirse en una breve fórmula: si los palestinos no tienen un hogar, los israelíes tampoco lo tendrán. Y a la inversa: si Israel no es un hogar, tampoco lo será Palestina.
Tengo dos nietas, de seis y tres años. Ellas tienen claro que Israel es un Estado, que hay carreteras, escuelas, hospitales y un ordenador en el colegio, además de una lengua viva y rica. Pero para mi generación esas cosas no son tan evidentes, y por eso hablo desde la fragilidad de recordar vivamente el miedo existencial y la firme esperanza de estar, por fin, en casa.
Pero cuando Israel ocupa y oprime a otra nación, cuando crea una realidad de apartheid,el hogar lo es menos.
Cuando el ministro de Defensa decide impedir que los palestinos amantes de la paz asistan a este acto, Israel es menos hogar.
Cuando los francotiradores israelíes matan a docenas de manifestantes palestinos, Israel es menos hogar.
Cuando el Gobierno israelí intenta improvisar unos pactos sospechosos con Uganda y Ruanda, cuando está dispuesto a expulsar a miles de refugiados y a poner sus vidas en peligro, es menos hogar.
Cuando el primer ministro difama a las organizaciones de derechos humanos y busca formas de eludir las decisiones del Tribunal Supremo, cuando obstaculiza sin cesar la democracia y a los jueces, Israel es menos hogar.
Cuando el Estado abandona y discrimina a los marginados, cuando se cierra a la desgracia de los débiles y olvidados —supervivientes del Holocausto, pobres, familias monoparentales, ancianos, centros de acogida de niños, hospitales en dificultades—, es menos hogar.
Cuando abandona y discrimina a 1,5 millones de palestinos que son ciudadanos de Israel, cuando desperdicia la enorme posibilidad de tener una vida en común, es menos hogar, para la minoría y para la mayoría. Y cuando Israel niega el carácter judío de millones de judíos reformistas y conservadores, también es menos hogar.
Quiero un Estado que no actúe a base de impulsos, trampas, guiños ni manipulaciones
Cada vez que los artistas y los creadores tienen que demostrar lealtad y obediencia, no al Estado sino al partido gobernante, Israel es menos hogar.
Israel nos duele, porque no es el hogar que desearíamos. Sabemos lo maravilloso que es tener un Estado propio y estamos orgullosos de sus logros en la industria y en la agricultura, la cultura y el arte, la tecnología, la medicina y la economía. Pero nos duele su desnaturalización.
Los que están hoy aquí, y muchos más como ellos, son quienes más contribuyen a que Israel sea un hogar, en el pleno sentido del término.
En los próximos días me van a entregar el Premio Israel, y pienso dividir la mitad del dinero entre el Foro de la Familia y la organización Elifelet, que cuida de los hijos de los solicitantes de asilo. Creo que estos grupos hacen una labor sagrada, humanitaria, que debería estar haciendo el Gobierno.
Quiero un hogar en el que vivamos una vida segura y en paz, que no esté secuestrada por fanáticos de ningún tipo, por ninguna visión totalitaria, mesiánica y nacionalista. Un hogar cuyos habitantes no sirvan de mecha en nombre de un principio superior. Una vida que se mida por su grado de humanidad, un país no corrompido, unido, igualitario, sin agresividad ni codicia. Un Estado que se preocupe por cada una de las personas que viven en él, con compasión y tolerancia hacia las muchas formas de “ser israelí”.
Quiero un Estado que no actúe a base de impulsos, trampas, guiños ni manipulaciones. Quiero un Gobierno menos tramposo y más prudente. Podemos soñar, y hay mucho que admirar. Merece la pena luchar por Israel. Para nuestros amigos palestinos quiero una vida independiente, libre y pacífica, en una nación nueva y reformada. Y quiero que, dentro de 70 años, nuestros nietos y bisnietos, palestinos e israelíes, estén aquí y canten sus respectivos himnos nacionales.
Hay un verso que todos podrán cantar juntos, en hebreo y en árabe: “Ser una nación libre en nuestra tierra”. Es posible que entonces eso sea, por fin, realidad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt