sábado, 15 de julio de 2023

De la literatura como herramienta de libertad

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Najat El Hachmi, va de la literatura como herramienta de libertad. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








Extirpar la imaginación
NAJAT EL HACHMI
07 JUL 2023 - El País
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El desprecio a la cultura es un lujo que se pueden permitir quienes viven donde hay bibliotecas públicas, teatros, cines y museos. Solo se puede creer que el arte y la libertad de expresión están sobrevalorados donde están garantizados. Solo se puede defender que escribir no sirve para nada cuando otros antes que nosotros escribieron para conquistar los más fundamentales derechos y alimentaron con sus plumas el corpus de la tradición que nos ha dado en herencia las alas necesarias para crear nosotros lo que nos apetezca. A pesar de su actual banalización, de la impúdica pérdida de respeto por la literatura exhibida por algunos, la palabra escrita sigue siendo una poderosa herramienta que vertebra y articula pensamiento crítico y salva de la desesperanza.
En la novela Nosotros de Yevgueni Zamiátin (con nueva traducción de Marta Rebón) el protagonista vive en un mundo distópico en el que las personas son números y todo está organizado siguiendo los dictados de la más estricta racionalidad. Al empezar a poner negro sobre blanco sus percepciones del entorno siente que algo extraño le ocurre. Le pasa que imagina y eso es algo peligroso para el sistema (“hay que extirparle la imaginación”, dicen las autoridades), que siente y a medida que sigue con el diario va desarrollando algo raro y subversivo: una conciencia individual que los médicos consideran patológica (el diagnóstico es que “le ha nacido una alma”). Esta novela en la que se inspira 1984 de George Orwell es una muestra de que la literatura no solamente es útil sino que resulta fundamental para desafiar los regímenes autoritarios, denunciar las situaciones de injusticia o dejar constancia de los hechos que están sucediendo. Por eso aunque no he leído nada de Victoria Amelina, su muerte por las heridas que le causó un bombardeo ruso es la pérdida de una vida humana pero también la de una voz que con admirable coraje decidió dejar a un lado la ficción y dedicarse a dar cuenta del horror de la guerra. Cultivar una lengua para dotar de complejidad el pensamiento y la imaginación colectiva, transmitir conocimiento, experiencias y emociones es una tarea noble y aunque en el mercado triunfe el fast food de los best sellers nuestro oficio consiste en algo más que en entretener a la gente. Conectar con realidades alejadas y distintas, sufrir y gozar, vivir a través de lo leído o ensanchar los horizontes de la propia existencia. Todo esto hace por nosotros la literatura que ahora algunos pretenden extirpar de nuestra imaginación.
































viernes, 14 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Estado de crisis. [Publicada el 25/01/2016]











Con esta es la tercera ocasión en unos días en que hago mención al libro de Zygmund Bauman, catedrático de Sociología, y Carlo Bordoni, sociólogo y periodista, que me sirve de excusa para esta entrada de hoy. No voy a hacer una reseña exhaustiva del mismo, no solo porque excede de mi capacidad de análisis y síntesis, sino porque apenas estoy iniciando su lectura, aunque ya de sus primeras páginas se puedan aventurar algunas sugerencias interesantes que no me resisto a señalar. 
Estado de crisis (Paidós, Barcelona, 2016), habla sobre la crisis que estamos atravesando y las frecuentes comparaciones que de la misma se hacen con la de la década de los 30 del pasado siglo. Sin embargo, dicen los autores, hay una diferencia fundamental entre una y otra. La crisis de 1929 fue eminentemente una crisis industrial y bursátil; la actual, por el contrario, es una crisis financiera y, sobre todo, de confianza en la capacidad del Estado para trazar un nuevo rumbo que nos haga salir adelante. De ahí que resulte inútil pretender afrontarla con las recetas que dio Keynes para la de 1929, añaden.
Muchos de nuestros problemas, siguen diciendo, tienen su origen en la esfera global, una esfera en la que el volumen de poder de los Estados nacionales para afrontarlos es a todas luces insuficiente. Este divorcio entre poder y política, entendiendo por poder la capacidad de hacer y terminar cosas, y por política la capacidad de decidir que cosas deberían hacerse, se produce porque ni poder ni política residen ya en el Estado-nación. Una situación que genera un nuevo tipo de parálisis que socava la capacidad de acción política y mina la confianza de los ciudadanos en el cumplimiento de las promesas de los gobiernos. 
Si Marx y Engels, aquellos dos exaltados e irascibles jóvenes renanos -dicen- se propusieran redactar hoy en día su ya casi bicentenario Manifiesto, es muy posible que lo hubieran comenzado así: "Un espectro se cierne sobre el planeta: el espectro de la indignación". Razones para estar indignados -siguen diciendo- hay, y muchas, pero lo peor es la humillante premonición (premonición que desafía y niega toda autoestima y dignidad propia) de que nos encontramos sumidos en la ignorancia y la impotencia, pues no solo somos incapaces de imaginar que va a ocurrir sino que no tenemos modo alguno de impedir que ocurra.
Sea como fuere -añaden poco después- la indignación está ahí y nos ha mostrado una vía para descargarla, aunque solo sea de forma temporal, saliendo a las calles y ocupándolas. La reserva potencial de ocupantes potenciales es enorme y crece cada día que pasa. Ahora que han perdido la fe en que la salvación vaya a venir desde "arriba" (los Parlamentos y los Gobiernos), esas personas toman la calle como si emprendieran un viaje de descubrimiento y transforman las plazas urbanas en laboratorios en los que diseñan herramientas de acción política que esperan estén a la altura del enorme desafío en que estamos envueltos.
Pero la política no es magia, no es una chistera llena de trucos, sino voluntad, estrategia y coherencia, dicen, citando a François Hollande en su discurso a la nación francesa del 14 de julio de 2013, para a renglón seguido mencionar también el sueño kantiano de la allgemeine Vereinigung der Menschheit, o "asociación general de la humanidad". Y en sentido -añaden- aunque Europa, como el resto del planeta es hoy en día un vertedero de problemas y retos generados en el plano global, a diferencia del resto del planeta, la Unión Europea es también un laboratorio en el que se diseñan, se debaten y se prueban a través de la práctica diaria formas de afrontar esos desafíos y de abordar esos problemas. 
Bauman y Bordoni citan también en su libro al escritor sudafricano J.M. Coetzee, premio Nobel de Literatura el año 2003, que dijo: "Dios no hizo el mercado..., Dios o el Espíritu de la Historia. Y si los seres humanos lo hicieron, ¿no podemos deshacerlo y volverlo a hacer de una manera más amable? ¿Por qué el mundo tiene que ser un anfiteatro donde los gladiadores matan o perecen, en vez de, por ejemplo una colmena o un hormiguero cuyos miembros se afanan por colaborar?". Las de Coetzee -añaden- son preguntas que debemos tener muy presentes para tratar de entender el aprieto en que se encuentra actualmente la Unión Europea; es decir, para intentar comprender por qué hemos llegado a esta situación y cuáles son las salidas, si es que las hay, que todavía no se nos han cerrado para siempre. Las necesidades actuales -señalan- son poco menos que restos sedimentados y petrificados de las opciones elegidas antaño, del mismo modo que nuestras elecciones presentes son las engendrarán las verdades evidentes de las realidades emergentes del mañana. 
El Estado -dicen más adelante- es actualmente un mero brazo ejecutor de un poder superior ante el que no hay ninguna oposición, pero al que resulta conveniente someterse por el mantenimiento del statu quo. Las consecuencias de tal escenario para la población en general son fáciles de entender y están a la vista de todos: la crisis del Estado ha significado la retirada del Estado de bienestar y de la mayoría de las promesas que la modernidad había hecho a sus ciudadanos. La respuesta a la crisis del Estado es la llamada filosofía neoliberal. El neoliberalismo -señalan- permite la libertad de movimientos, pero delega en sectores privados la mayoría de las responsabilidades que eran originariamente estatales. Y así -dicen- se llega a esa forma de gobernar completamente nueva e inusual desprovista de responsabilidad alguna ante los gobernados, es decir, un "Estado sin Estado" post-posmodernista.
Pero no ha sido eso -añaden poco después- la única promesa incumplida a la ciudadanía. Otras, han corrido o están a punto de correr la misma suerte. La promesa suprema hasta ahora, la existencia de un garante social, el Estado, que tanto costó alcanzar y que solo se consiguió tras siglos de disputas sindicales, batallas políticas y costosas conquistas, está también en entredicho. Entre ellas, todas las medidas provistas por el Estado como parte de su acuerdo recíproco global con el ciudadano para proteger la salud, el derecho al trabajo, los servicios esenciales, la seguridad social, la jubilación y la vejez de este.
La indignación -dicen, recordando a Stéphane Hessel- continúa siendo bastante limitada, casi un problema personal, rodeado de la indiferencia general de una comunidad cada vez más desconcertada y confusa, preocupada por sobrevivir a una crisis que cree temporal y por rescatar cuanto pueda salvar. Como en una economía de guerra, o en un estado de emergencia, en la que cada uno se preocupa exclusivamente de lo suyo sin importarle lo de los demás, a los que pisotea incluso, aferrándose al salvavidas más cercano.
Espero haber suscitado su interés. El mío, desde luego, está más que despierto en apenas la cincuentena de páginas leídas hasta el momento, y he intentado con mayor o menor fortuna trasladarlo a estas líneas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











De los que se sienten en el medio

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor José María Lassalle, va de los que se sienten en el medio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










Ni Frankenstein ni Nosferatu
JOSÉ MARÍA LASSALLE
06 JUL 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La democracia española afronta las elecciones generales del 23-J con una absurda disfuncionalidad a sus espaldas que bien podríamos describir como terrorífica o, cuando menos, freak. La resume el título de este artículo. Con él se refleja cinematográficamente de dónde venimos y a dónde podemos ir. Al menos si no se impone la sensatez de la moderación entre los que tendrán que decidir quién gobernará después de que las urnas digan lo que piensan el próximo 23-J.
Creo hablar en nombre de muchos que viven instalados en la amplia y extensa franja de la centralidad política. Gente moderada, profesional, de ideas liberales, universitaria y con una vida relativamente desahogada. Españoles que no dan lecciones de españolidad a nadie, pero que no soportan la radicalidad, la intolerancia y la prepotencia, vengan de donde vengan. Que encarnan esa franja de la población que empasta la sociedad porque se relaciona con todo el mundo y tiene capacidad para escuchar, empatizar y hablar más allá de los conflictos territoriales, las tensiones sociales y las diferencias generacionales.
Del grosor y cohesión de ella depende, en mi opinión, la estabilidad de nuestra sociedad y su coherencia al influir en la redacción del relato que explica más o menos cómo funciona la sociedad española a diario. Pues bien, esta gente no quiere que después del 23-J tengamos que ver en la pantalla de la política nacional el Frankenstein de Charles D. Hall, ni tampoco el Nosferatu de Friedrich Murnau. No lo quiere porque sintoniza con el 60% de los españoles que suman la moderación centrada de este país. Españoles que no entienden por qué tenemos que correr el riesgo de vivir condenados a que el Gobierno que salga de las urnas el 23-J nos obligue a todos a ver cómo la radicalidad desdibuja el sentir de la moderación mayoritaria.
Si el PSOE y el PP suman el 60% de los votos, ¿por qué están subordinados en sus expectativas de gobernar a que el primero agregue a los independentistas catalanes y Bildu y el segundo a Vox a cambio de concesiones a su radicalidad? Saco conscientemente a Sumar de la ecuación extrema porque la propuesta de Yolanda Díaz ha neutralizado el componente populista que aleteaba en el ADN de Podemos. Con todo, la versión Frankenstein que lideraría el PSOE tendría que congregar tanto la radicalidad independentista como el extremismo antisistema de la izquierda periférica. Un suma y sigue tan antisistema como lo sería Vox para el PP que, de pactar con la extrema derecha, se convertiría en una especie de Gobierno Nosferatu.
Lo sorprendente es que teniendo el PSOE y el PP una experiencia repetida de gobiernos moderados, con vocación de partidos de Estado y clara proyección europeísta, estén condenados a no entenderse. La culpa está en la memoria compartida que alojan desde los amargos desencuentros producidos durante los gobiernos de González y Aznar que culminaron con el 11-M y la moción de censura de 2018. Un toma y daca de reproches que ha generado resentimiento recíproco que ninguno se esfuerza en sanar. Un resentimiento tan abrupto que se ha transformado en una sima por la que se ha colado la excepcionalidad populista que aqueja nuestra democracia y que se ha adueñado de la centralidad del tablero político diario.
Aquí está la esencia de la disfuncionalidad populista de la política española. Lo que nos aleja de la ola populista europea y norteamericana. Un activo que convertimos en pasivo con torpeza, pues en España el populismo radical no es mayoritario por ahora, pero secuestra a la mayoría moderada de derechas e izquierdas, que no puede entenderse y apostar por lo que la une. Algo que lleva a cada parte moderada a culpar a la otra de la situación y defender, entonces, con pasión lo que les separa. Una situación que ha sido inaceptable durante esta legislatura y que no puede repetirse en la próxima si la moderación, de izquierdas y derechas, no interioriza de una vez por todas que debe cada parte de ella apostar por la otra. El objetivo no puede ser otro que mutualizar entre todos los que defienden la democracia que esta no caiga víctima de la toxicidad de los extremos.
Que nadie piense que apelo con lo dicho a una gran coalición PP-PSOE de cara al 23-J. No lo hago porque básicamente nos dejaría sin alternativa moderada. Tampoco reclamo que vote la lista más votada, a pesar de compartir el fondo del análisis. Lo que quiero resaltar es que la democracia española necesita después del 23-J seguir siendo básicamente liberal. Al menos si quiere sobrevivir en medio del oleaje populista y autoritario que desestabiliza nuestra sociedad y todo el mundo occidental. Un reto conectado a otros de fondo que requieren políticas de extraordinario calado. Hablamos de desafíos que nos confrontan con la emergencia climática, la sostenibilidad ética de nuestra transformación digital, la geopolítica de bloques global y, sobre todo, cómo hacer viables la libertad y la igualdad entre tantísimos diferentes que tienen el derecho a serlo.
De cómo abordemos esta suma de desafíos que son, en realidad, una encrucijada de caminos, dependerá que acertemos o nos equivoquemos como país en un momento crucial de la historia de Europa y Occidente. Algo para lo que no valen gobiernos, digamos, atemorizantes para la otra parte de la sociedad, sino sensatos para la mayoría de ella. Gobiernos que saquen acuerdos para satisfacción de ella. Sobre todo porque 2024 vendrá cargado de más tensiones e incertidumbres debido a las elecciones europeas, rusas y norteamericanas. Y porque estará en el aire el desenlace de una guerra de Ucrania que, entonces, llevará dos años de vida a las espaldas de todos y que puede coincidir con el arranque de otra, u otras. Porque la lucha por la hegemonía planetaria entre Estados Unidos y China se va a poner seria en un futuro no muy lejano y nos obligará a elegir con más nitidez que ahora.
Admitámoslo, dar respuesta y acertar en todo lo dicho es imposible. Pero intentarlo y acertar en algunas cosas, sí lo es. Para ello es imprescindible que quien tome las decisiones sea capaz de mutualizar el coste político y social de ellas mediante consensos y pactos que conciten alrededor la mayoría moderada que tiene este país. Esto solo es viable desde un realismo pragmático que sume y no divida desde la moderación. No lo olvidemos porque la radicalidad debilita los consensos y hace imposible la perdurabilidad de los pactos.
En cualquier sociedad europea, los números que suman los partidos que encarnan la moderación, haría que se entendieran al verlos como un activo de país. Aquí, todavía es imposible antes del 23-J. La falta de una trinchera que la moderación debería haber puesto frente a los extremos nos hace víctimas de ellos en este tramo final que nos conduce directamente a una especie de segunda vuelta del 28-M que hace que PSOE y PP no estén dispuestos a entenderse. Y a que todos vivamos el momento atrapados por un riesgo fatídico de bloqueo recíproco. Algo que sucede en medio de una presidencia española de Europa y cuando la guerra de Ucrania se adentra en sus peores momentos.
Tal y como están las cosas, solo una mayoría clara, aunque minoritaria, podrá gobernar este país. Eso sí, tendrá que hacerlo con la mano tendida a la minoría mayoritaria y habrá de convencerla de que le deje gobernar.
Esto solo sucederá si la mayoría suficiente pacta con ella y le da su protagonismo de minoría necesaria. Solo de este modo podrá acertarse en los desafíos que mencionábamos e impedir el riesgo de un gobierno mayoritario pero freak. Bien bajo las sombras alargadas de Nosferatu, bien bajo los electrodos paralizantes de Frankenstein. 


































jueves, 13 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] La Justicia en España. [Publicada el 15/07/2014]












A mis amigas, y letradas,
Ana, Cristina, Eli, Juana, Lourdes y Syra

Hace unos días veía por televisión una película canadiense en la que los progenitores de un menor, de padre negro y madre blanca, litigaban por la custodia de su hijo ante los tribunales. Casi al final de la película el abogado de la madre le comunica a ésta que el Tribunal Supremo de Canadá, compuesto por nueve jueces, y que no ve más de setenta u ochenta casos al año, acepta tratar el mismo. La resolución del alto tribunal canadiense da igual y no viene ahora a cuento. La cuestión está en que el número de casos que el tribunal acepta tramitar y resolver cada año no llega al centenar. El hecho me llamó la atención y me puse a investigar en las memorias de los Tribunales Supremos de otros países sobre el número de resoluciones que adoptan de media al año.
Por ejemplo, la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, compuesta de nueve miembros, no acepta ni resuelve más de un centenar de casos anuales. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea, compuesto de veintiocho jueces y nueve abogados generales acepta y resuelve una media de quinientos casos al año. El Tribunal Supremo de España, compuesto por cinco salas con un total de ochenta magistrados, resolvió el año 2012 la friolera de 22.050 asuntos. El Tribunal Constitucional de España, compuesto de doce miembros, resolvió ese mismo año 8.041 asuntos.
Evidentemente, y sin entrar en mayores detalles, algo funciona mal, pero que muy mal, al menos organizativamente en la justicia ordinaria española y no digamos en la constitucional, cuando las resoluciones adoptadas por los dos más altos tribunales españoles pasan anualmente de 30.000 asuntos. 
Hace unos años escribí una entrada en el blog sobre la designación por el presidente Obama de la puertorriqueña Sonia Sotomayor, en aquel entonces de 54 años de edad, como miembro de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, lo que la convertía en la primera mujer de origen hispano en sentarse en el más exclusivo de los ámbitos judiciales del mundo, dado que conservan sus cargos de por vida mientras observen buena conducta o no dimitan voluntariamente. 
Pero si la revisión del funcionamiento del sistema judicial español requiere algo más que el cosmético, inútil y desafortunado proyecto propiciado por el ministro de Justicia, el señor Gallardón, para si no solucionar al menos paliar el desastre organizativo del mismo, lo del Tribunal Constitucional clama al cielo.
Si hay algo que caracteriza al sistema político norteamericano no es la estructura federal del poder, el presidencialismo, la estricta división de poderes, la libertad religiosa, o el derecho de los ciudadanos a portar armas. No, la característica más peculiar de dicho sistema es la instauración por vez primera en la historia de la facultad de revisión por el Poder Judicial, La Corte Suprema, de todos los actos y leyes contrarios a la Constitución. 
Era algo que estaba latente en la Constitución aunque nada dice sobre ello su artículo III, Sección II, pero que sí se proponía en "El Federalista" (Fondo de Cultura Económica, México, 1994). Lo hacía Alexander Hamilton, uno de sus primeros comentaristas y promotores, en su famoso artículo LXXVIII, escrito en abril de 1788, al decir que "no hay proposición que se apoye sobre principios más claros que la que afirma que todo acto de una autoridad delegada, contrario a los términos del mandato con arreglo al cual se ejerce, es nulo. Por lo tanto, -añade-, ningún acto legislativo contrario a la Constitución puede ser válido. Negar esto, afirma Hamilton, equivaldría a afirmar que el mandatario es superior al mandante, que el servidor es más que su amo, que los representantes del pueblo son superiores al pueblo mismo y que los hombres que obran en virtud de determinados poderes pueden hacer no sólo lo que éstos no permiten, sino incluso lo que prohíben". Solo hacía falta que un jurista del prestigio del juez Marshall, presidente de la Corte Suprema de 1801 a 1835, lo desarrollara y aplicara en el famoso caso Marbury versus Madison, para que la "judicial review" se convirtiera en el rasgo más distintivo del sistema constitucional norteamericano. 
Yo no sé si en el sistema judicial español faltan o sobran jueces; seguramente, faltan. Pero de lo que no me cabe la menor duda es que la organización judicial española, vista en su conjunto, es un desastre sin paliativos. Desastre, desde luego, del que los jueces no tienen la culpa.  Y sobre la ley que regula el funcionamiento del Tribunal Constitucional, pues más de lo mismo, o peor. Al Tribunal Constitucional le sobran competencias y debería limitarse a la única labor para la que fue creado: interpretar la Constitución como última y definitiva instancia. Y todo lo demás, le sobra. Así que, señoras y señores del gobierno, señoras y señores diputados y senadores, señoras y señores integrantes del Consejo General del Poder Judicial, pónganse las pilas, y al tajo, que esto no da para más y va proa al marisco, como dicen por mi tierra.
Les recomiendo la lectura del soberbio artículo del profesor de Derecho Administrativo de la UNED, Enrique Linde Paniagua, titulado: La reforma de la administración de justicia en España. Las claves de su crisis, publicado en Revista de Libros. Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt