miércoles, 21 de junio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Solsticio. [Publicada el 24/06/2019]










Pese a los muchos siglos de religiones modernas, en el fondo de nuestras conciencias alienta un animismo primitivo que tiene que ver con lo natural más que con la filosofía y la ciencia, comenta en El País el escritor Julio Llamazares.
A coger el trébole (el trébol de cuatro hojas, ese que da buena suerte), encender y saltar hogueras o bañarse en los ríos o en el mar bajo la Luna: millones de personas en el mundo saldrán un año más de sus casas la noche de este domingo, cumpliendo con un rito pagano para unos y cristiano para otros, comienza diciendo Llamazares. 
La noche de San Juan, aunque no coincide exactamente con el solsticio de verano (el de invierno en el hemisferio sur) tiene su origen en él y como tal es tomado por muchísimas personas, que consideran la fiesta una celebración panteísta. Pese a los muchos siglos de religiones modernas, en el fondo de nuestras conciencias alienta un animismo primitivo que tiene que ver con lo natural más que con la filosofía y la ciencia.
A la vez que el mundo avanza hacia la tecnificación robótica, que la informática y la astronomía conectan el conocimiento humano y el universo, cada vez menos ignoto, la humanidad sigue teniendo necesidad de misterio, de algo que la haga sentir viva por encima de la tecnología. Enganchados a móviles y a ordenadores, necesitamos a la vez sentir que estos no lo solucionan todo y que hay algo que se les escapa, algo que nos pertenece y que ya estaba dentro de nuestros espíritus antes de que aparecieran ellos. Algo que tampoco tiene que ver con la religión como nos la presentan, en todo caso con sus antecedentes mágicos. En el fondo de todos nosotros, lo queramos o no, hay un eco de la historia de ese tiempo en el que las preguntas aún no tenían respuestas, o por lo menos no todas ellas.
La noche de San Juan en Occidente va unida a la superstición, una rémora para quienes consideran que todo tiene una explicación científica. Posiblemente estén en lo cierto, pero eso no les faculta para descalificar a quien necesita creer en algo diferente de lo que la tecnología y la ciencia nos presentan como único real. Sin entrar en creencias milenaristas o en fantasías heterodoxas, de esas que las televisiones también nos venden como si fuera una publicidad más, hay gente que necesita seguir pensando para vivir que no todo tiene explicación y que cabe aún el misterio en este mundo, llámese poesía o representación sin más. Por eso, en noches como estas, la de San Juan o la de Navidad, la más corta y la más larga dependiendo de los hemisferios terrestres, todos sentimos un estremecimiento y un desasosiego que tratamos de convertir en fiesta, para no reconocer que nos asusta el misterio del tiempo y nuestro desvalimiento como especie, en medio del gran enigma del universo y de la eternidad que intuimos detrás de él. “El mayor de los soles en un lado / y del otro luna nueva / lejos de la memoria como aquellos pechos / Y en medio el abismo de la noche estrellada, / el cataclismo de la vida”, escribió el poeta griego Yorgos Seferis mirando el cielo de Atenas un solsticio de verano, sin saber que esa noche quedaría para siempre prendida de su poema como de tantos poemas escritos por tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia, la mayoría de ellos perdidos para siempre con las luces de la noche, con las hogueras y las ilusiones brotadas al calor de su fantasía, tan fugaz. Otro poeta, este de la pintura, lo escribió con sus pinceles en un lienzo cuyo título, Noche estrellada, resume todos esos poemas, los conocidos y los por escribir. “Las piedras de molino muelen todo / y todo en astros se convierte / En vísperas del día más extenso”, dejó escrito Seferis. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 














De Pandora y su caja

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor y académico Antonio Muñoz Molina, de Pandora y su caja. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










Lo que sería mejor no descubrir
ANTONIO MUÑOZ MOLINA 
17 JUN 2023 - El País

He conocido a personas que vieron en su juventud cosas inauditas. Hay un motivo generacional para eso: nací cuando solo habían pasado 17 años desde el final de la Guerra Civil española, y apenas 11 de la Segunda Guerra Mundial. La mayor parte de quienes habían atravesado esos tiempos con lucidez suficiente para recordar eran todavía adultos vigorosos cuando yo empecé a sentir la curiosidad de escucharlos. Habían participado en la guerra, y se acordaban de la época de Primo de Rivera, y de la llegada de la República, y habían oído a los veteranos de la guerra de África, y hasta a algunos de la de Cuba. Los relatos de otros extienden la memoria viva y la imaginación hacia regiones del pasado que de otro modo serían inaccesibles en sus detalles más valiosos. Por eso no me cuesta nada imaginar la alegría y el asombro de Pérez Galdós cuando en los primeros tanteos para los Episodios Nacionales, hacia 1873, conoció a un anciano que de niño había sido grumete en la batalla de Trafalgar. El relato histórico adquiría de golpe la vehemencia de una voz humana. Bajo los párpados de aquel hombre viejísimo había unos ojos vivaces que habían visto lo que para Galdós eran grabados antiguos y cuadros de batallas. Habría sido como hablar con Cervantes y pedirle que evocara sus recuerdos de Lepanto.
Personas que ya han muerto me legaron historias que mientras las iba escuchando me despertaban el propósito de poder contarlas a otros yo mismo. Mi remordimiento es que no pregunté tanto como hubiera debido, y que muchas veces, sobre todo cuando era muy joven, ni pregunté ni puse demasiado interés en lo que me contaban, diciéndome a mí mismo que ya habría tiempo, que esas personas tan repetitivas en sus evocaciones seguirían estando siempre disponibles. Pero llega la muerte, o el deterioro de la memoria, y aquella posible biblioteca oral desaparece como después de un incendio súbito.
En 1998 el profesor Roger Shattuck me habló en Madrid del día de agosto de 1945 en que sobrevoló, con el avión de caza que pilotaba, las ruinas todavía humeantes de Hiroshima. Era muy joven entonces, y venía de participar como aviador en la batalla del Pacífico. Desde el mes de julio habían sabido que se preparaba el asalto final al Japón, que iba a ser extremadamente sanguinario, y en el que el joven Shattuck estaba seguro de que iba a morir. Entonces llegó la noticia de las explosiones nucleares en Hiroshima y Nagasaki, y de la rendición de los japoneses. Gracias a la bomba atómica, Robert Shattuck tuvo la certeza de que iba a vivir más allá de su primera juventud. Lo decía tantos años después con el mismo estupor que debió de sentir aquel día de agosto.
El recuerdo de la devastación apocalíptica de Hiroshima no lo abandonó nunca. Medio siglo más tarde fue esa mezcla de horror y vergüenza sin alivio la que le llevó a escribir el libro gracias al cual yo lo conocí, Conocimiento prohibido. Una gran editora de ensayo, María Cifuentes, lo publicó en España, y gracias a ella me fue posible aquella conversación en Madrid. Shattuck había tenido una carrera prestigiosa como especialista en la literatura francesa de la primera modernidad, entre Baudelaire y Proust. En Conocimiento prohibido se apartó de la filología para indagar en una idea que no había dejado de obsesionarle desde que sobrevoló Hiroshima y tuvo plena conciencia de que gracias a la bomba atómica Japón se había rendido antes de la batalla final y él había salvado la vida. El dominio de la energía nuclear era una consecuencia extrema de la capacidad humana de conocimiento, disciplinada por la ciencia. Hasta entonces nadie había puesto en duda la bondad del progreso científico. Gracias a él, a la iniciativa de Einstein, al liderazgo de Robert Oppenheimer en el proyecto Manhattan, la bomba atómica había otorgado una supremacía abrumadora a Estados Unidos y acelerado la derrota del fascismo y el final de la guerra.
Y al mismo tiempo había desatado una capacidad de destrucción como no había existido nunca antes, que podía aniquilar la vida sobre la Tierra. Shattuck hablaba en su libro del espanto que trastornó desde entonces la vida de Oppenheimer, arrepentido y horrorizado de su propia proeza científica. Dicen que dijo, citando un texto sagrado hindú, al ver las imágenes de la explosión sobre Hiroshima: “Ahora me he convertido en la muerte, destructora de mundos”. A partir de Hiroshima, Shattuck exploraba la antigua tradición del recelo hacia las posibilidades incontroladas del conocimiento, reflejada en el mito doble de Prometeo y Pandora. Prometeo, sobre todo desde la Ilustración, es un héroe de la emancipación humana, porque roba el fuego a los dioses y se lo entrega a los hombres, asegurando así la mejoría de sus vidas, gracias al control de la naturaleza que les permite el fuego, ejemplo y símbolo del progreso tecnológico. Los dioses imponen a Prometeo un castigo más cruel aún porque es eterno, y el héroe se convierte además en mártir. Pero el castigo en forma de regalo envenenado que los dioses entregan a los hombres es la jarra, no la caja, de Pandora: la curiosidad los lleva a abrirla, y lo que había dentro de ella es el caudal de todas las desgracias.
Para Roger Shattuck, el gran descuido de la modernidad era, es, abrazar el mito de Prometeo y olvidar el de Pandora: la soberbia de suponer que todo avance científico o tecnológico es incondicionalmente beneficioso, y toda limitación o toda cautela un lastre inaceptable, una muestra de cobardía, de conformidad con lo sabido, de oscurantismo. De lo que avisan los mitos y los cuentos antiguos es de que la iniciativa y la curiosidad humanas pueden ser en ocasiones catastróficas, porque hay saberes y técnicas que tienen más efectos destructivos que beneficiosos, y porque hay actos en principio neutros o prometedores que a medio o largo plazo acaban teniendo consecuencias tan imprevisibles como devastadoras.
El profesor Roger Shattuck murió hace ya bastantes años, no sin publicar en su vejez un libro admirable sobre Marcel Proust. Me acuerdo de él estos días, leyendo las predicciones pavorosas que están haciendo no ignorantes amedrentados siempre por la tecnología, como es mi caso, sino algunos de los mayores expertos mundiales en inteligencia artificial. Hasta hace nada, los magnates de las innovaciones digitales eran gurús bondadosos y asépticos que aparecían sacerdotalmente en escenarios desnudos y bañados de luz anunciando la buena nueva de la felicidad universal que nos depararían sus nuevos aparatos, a los que se veía descender como apariciones celestiales sobre dichos escenarios. Ahora los que hablan no han cambiado de aspecto, con sus caras pálidas de teocracia virtual y sus jerséis ceñidos de cuello alto, pero no propagan promesas de felicidad sino vaticinios de un inminente apocalipsis, implorando un límite, una pausa en el desarrollo de esa tecnología que puede, literalmente, según dicen, escapar a todo control y destruir a la humanidad. Hay descubrimientos que habría sido mejor no haber hecho. Hay otros en los que no llega a saberse si los beneficios indudables que deparan compensan el daño que al mismo tiempo están causando. Una vez roto su sello, la caja o jarra de Pandora ya no puede volver a cerrarse. Los expertos hablan, a favor o en contra de tales profecías, pero se las arreglan para que nadie pueda entenderlos. La ventaja de los mitos y los cuentos primitivos, como bien sabía el profesor Roger Shattuck, es que contienen una sabiduría que se expresa con las palabras más simples y puede entender todo el mundo.





























martes, 20 de junio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Por una Europa solidaria y de asilo. [Publicada el 21/06/2017]









Ayer, 20 de junio, celebraba Naciones Unidas el Día Mundial del Refugiado. También ayer martes publicaba en el blog, en la sección Tribuna de prensa, un artículo de Maurizio Ricci, analista económico y del medio ambiente en el diario italiano La Repubblica, titulado Cuando África despierte, en el que decía que los europeos deberían aceptar que necesitan a los inmigrantes y tener en cuenta que la economía africana no va a ser siempre el gigante dormido que es ahora. 
Y hoy subo al blog otro artículo, este de Anna Terrón, experta en asuntos de la Unión Europea, relaciones internacionales, políticas de inmigración y movilidad internacional y presidenta de la sociedad Instrategies, en el que señala que entre 2015 y hoy algunas cosas han cambiado en la Unión Europea, que el racismo y la xenofobia ya no parecen avanzar inexorablemente por caminos despejados, que desde posiciones políticas centrales empieza a hacérseles frente, que es hora de dar refugio, y que para ello la Unión tiene que reforzar el sistema de asilo.
La institución del asilo, comienza diciendo, entró de lleno en el derecho internacional en la segunda mitad de los años sesenta, cuando el Protocolo de Nueva York eliminó los límites geográficos y temporales de la Convención de Ginebra, circunscrita a dar refugio a aquellos europeos obligados a huir de sus hogares en fechas anteriores a su aprobación, el año 1951. Estos instrumentos internacionales no nacieron para resolver las causas del desplazamiento forzoso, sino para abordar sus consecuencias y evitar ulteriores sufrimientos a las víctimas, acogiéndoles de modo tal que la palabra casa volviese a evocar protección y fuese un lugar desde el que reconstruir la dignidad, la confianza y una nueva esperanza de futuro.
Los europeos nos enfrentamos hoy, añade más adelante, a la obligación de reforzar la institución del asilo, en circunstancias no más dramáticas ni convulsas que las que le dieron forma en el siglo XX, pero sí distintas. El mejor modo de hacerlo sería, sin duda alguna, honrando el compromiso de la Unión Europea de crear un sistema europeo de asilo, dentro del espacio de seguridad, libertad y justicia que el tratado ofrecía a los europeos del siglo XXI.
La llegada al territorio europeo de quienes huyen de la guerra de Siria y los distintos conflictos de Oriente y África, sigue diciendo, ha hecho evidentes todas las fragilidades de nuestro sistema. Hoy, aún en plena crisis humanitaria en territorio europeo, es obvio que el Sistema Europeo Común de Asilo requiere de una profunda revisión para cumplir con el derecho internacional y con el propio derecho interno.
La Comisión Europea, comenta, avanzó hace casi un año una propuesta de reforma que pretende reforzar formalmente las normas comunes y la garantía de su cumplimiento, adoptando una serie de reglamentos que eliminarían, esta vez sí, las diferencias entre los sistemas nacionales de asilo, equiparando los estándares de acogida y asegurando decisiones uniformes sobre la concesión o no de protección internacional. Crear un sistema mejor y evitar nuevas divisiones internas serían los objetivos de esta reforma. Garantizar la aplicación de las mismas reglas en todos los Estados reduciría la especial atracción que ejercen los países con un sistema robusto de asilo, Alemania y Suecia entre ellos, hoy en pleno proceso de acogida e integración de una cifra de refugiados hasta 10 veces superior —en el caso de Alemania— a la de los Estados que le siguen, incluidos los países de primera llegada.
Con esta propuesta sobre la mesa del Consejo de la Unión Europea, continúa diciendo, la Comisión ha decidido abrir un procedimiento de infracción contra Hungría, Polonia y Chequia, cuyos Gobiernos han incumplido reiteradamente los acuerdos de realojamiento de demandantes de asilo llegados a Grecia e Italia y, además, han hecho gala de ello en sus respectivas arenas políticas domésticas. El esquema de realojamiento permite, en la práctica, no aplicar a los Estados de frontera, en circunstancias como las actuales, la regla general de Dublín, que, salvo razones de reagrupación familiar del solicitante de asilo, considera al primer país de entrada responsable de revisar la solicitud de protección y, en su caso, hacerla efectiva, y es el otro pilar importante para garantizar un cierto consenso interno. Con esta decisión, la Comisión envía también un mensaje al resto de países miembros que interpretan las normas y los tiempos a su manera.
Evitar procedimientos prolongados, dice, agilizar las resoluciones, garantizar las salidas en caso de rechazo, reforzar la dimensión exterior del sistema —en el que la Comisión está siendo especialmente activa— y crear sistemas seguros de llegada y acceso, como los que se ensayan en los distintos modelos de reasentamiento, y un rol reforzado de EASO (European Asylum Support Office), son otros elementos de la propuesta. Con ella, la Comisión estaría intentando defender los viejos consensos para armonizar el asilo, reforzando el sistema sin poner en cuestión ninguno de sus fundamentos.
La pregunta que debemos hacernos, añade, es si es realista pensar que las resistencias extremas de los Estados disminuirán una vez los reglamentos propuestos reemplacen las actuales directivas, y si una mayor disciplina será suficiente para restaurar el sistema de Dublín. La experiencia de esta crisis, que ha causado enormes sufrimientos adicionales a las personas que huían de sus hogares, y ha puesto en cuestión valores fundacionales y elementos nucleares del proyecto europeo, como la libre circulación interior, parecería desaconsejar propuestas más ambiciosas. Pero es difícil creer que seguir haciendo lo mismo de manera reforzada vaya a lograr que el sistema gane en coherencia y robustez.
Entre 2015 y hoy, continúa diciendo, algunas cosas han cambiado en la Unión. El racismo y la xenofobia ya no parecen avanzar inexorablemente por caminos despejados y desde posiciones políticas centrales empieza a hacérseles frente. Por otro lado, el europeísmo ha dejado de ser tabú y la salida de Reino Unido remueve algunos obstáculos antes insalvables en el proceso de integración. Cierto es también que el asilo y la migración son elementos con fuerte carga divisiva, y que cualquier reforma que refuerce el sistema de asilo común va a ser extraordinariamente complicada. Pero precisamente por ello, porque el coste de la reforma va a ser en todo caso alto, ¿no sería razonable salir de esa postura defensiva y, trabajando sobre los viejos consensos, plantear nuevas ambiciones? Sabemos adónde debemos llegar, a un sistema verdaderamente común, garantista y a la vez ágil. Esto debería implicar, como decíamos en esta misma tribuna al principio de la crisis, determinar en un primer momento, con la participación de EASO, cuándo un solicitante de asilo debe ser acogido en la Unión, y en un segundo paso, dónde debería hacerse efectiva su acogida, generando así un verdadero espacio común con la implicación de todos, instituciones comunitarias, Estados y organizaciones internacionales, además de ciudadanos y ciudadanas que demuestran más compromiso y capacidad de acción de la que les atribuían sus dirigentes. Este sistema europeo de asilo de verdad evitaría incentivos para incumplir las normas de Dublín, tanto por parte de los solicitantes de asilo como de los propios Estados; además, facilitaría la acción exterior que la Comisión ha emprendido en este ámbito.
El Día Mundial del Refugiado, concluye Terrón, es un buen momento para recordar la responsabilidad europea con la institución del asilo y con quienes necesitan de ella. Un buen momento para ser de verdad realistas y renovar la ambición de construir un espacio interior de libertad, seguridad y justicia capaz de proyectarse hacia el exterior. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













De España y el apocalipsis

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Santiago Alba, va de España y el apocalipsis. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










La izquierda y el deseo del apocalipsis
SANTIAGO ALBA RICO
16 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Según una encuesta realizada en enero de este año por el IFOP, el 55% de los estadounidenses y el 35% de los franceses creen en al menos una teoría de la conspiración, tendencia al alza entre los más jóvenes y los más conservadores. Por ejemplo: el 42% de los estadounidenses y el 33% de los franceses están convencidos de que el Gobierno de EE UU conocía de antemano, y no impidió, el atentado terrorista contra los Torres Gemelas; el 41% y el 23%, respectivamente, aseguran que el Apolo nunca llegó a la luna en 1969; el 41% y el 31% creen que Biden desencadenó la invasión de Ucrania para ocultar los negocios de su hijo y el 27% y el 20% que las matanzas de Bucha fueron una “puesta en escena” de los ucranios; un 40% de los estadounidenses y un 26% de los franceses cuestionan el triunfo electoral de Biden y estiman que el asalto al Capitolio fue amañado para desacreditar a los partidarios de Trump; el 42% y el 29% se declaran negacionistas climáticos e incluso un 18% y un 12% (¡seis millones de franceses!) creen que la Tierra es plana. No sé si hay cifras para España, pero conviene no tomar a risa estos datos. Con porcentajes como estos se pueden ganar unas elecciones y gobernar un país. Con porcentajes como estos se dibuja el declive de una civilización.
No voy a explorar las razones sociológicas de esta tendencia universal. El conspiracionismo me interesa más aquí como síntoma neurótico. En 1960, para describir la indiferencia de los franceses ante los crímenes coloniales en Argelia, Jean Paul Sartre diagnosticó tajante: “Francia no es un país, es una neurosis”. El mundo entero es hoy, diría, una neurosis narcisista de clase media (los más pobres, como decía Chesterton, no se pueden permitir ni el optimismo ni el desánimo). Las épocas de peligro se reconocen por esto: la gente que antes era indiferente ante el Mal pasa a desearlo con todas sus fuerzas: “que se imponga de una vez, aunque me cueste la vida”. Esta pulsión de muerte suele ser la respuesta pendular a la pérdida de control sobre el propio entorno, a la impotencia y a la sensación de derrota; los conspiracionistas, en efecto, prefieren un mundo gobernado por una Mano Negra que un mundo ingobernable. Incluso los negacionistas climáticos no buscan protegerse del miedo mediante un engaño confortable: encuentran satisfacción, más bien, en la idea de que se les está engañando. ¿Y por qué le puede apetecer a alguien que la Tierra sea plana? Porque eso colma, precisamente, el deseo neurótico de que el poder nos mienta.
Podemos decir que se trata de la típica neurosis narcisista del perdedor: si no puedo ganar, entonces quiero perderlo todo. Se trata de una neurosis, por cierto, muy española; o lo ha sido y quizás vuelve a serlo. Pensemos, por ejemplo, en el fútbol como receptor transversal de nostalgia imperial y fragilidad nacional en un país mal construido que solo ha sabido pensarse a sí mismo como conquistador o como paria; como Imperio sin puestas de sol o como periferia cutre de Europa. Esta neurosis decimonónica, prolongada durante el franquismo y superada en las últimas décadas, encontró su último refugio en los campos de fútbol. Opera así: si la selección gana el primer partido del Mundial, entonces España es el mejor equipo del mundo; si pierde el segundo, entonces es el peor y queremos que sea derrotada una y otra vez, para darnos la razón, de la manera más humillante. “Si no ganas, quiero que pierdas por goleada”. Hasta el gol de Iniesta en 2010, todos los españoles —y no solo los independentistas catalanes y vascos— deseaban profundamente la derrota de la selección. Cuando no son los judíos y los masones (o la embajada estadounidense), es el Destino el que conspira contra los españoles.
Esta neurosis históricamente hispana y hoy universal se acompaña de tres deseos subjetivos: el deseo de ser apaleado, el deseo de que nos gobierne el Mal y el deseo de distinción. Queremos ser víctimas de alguien; queremos el apocalipsis now; queremos formar parte de la contra-élite que conoce la fecha y la hora de la perdición.
Esta neurosis, ¿es de derechas o de izquierdas? De ambas. Pero con una diferencia. La derecha, que suele ganar, no sabe ganar: cuando gana —heredera de una tradición nefasta— nunca perdona al vencido. La izquierda, por su parte, se quiere perdedora y, por lo tanto, no sabe perder: cuando pierde, tiende a destruirse a sí misma. Hay una izquierda superoptimista, en efecto, que apuesta por el “cuanto peor mejor”; una izquierda teológica que quiere que el Mal sea uno y no múltiple y que desea reducir toda contingencia a una Voluntad omnipotente que al menos nos reconocería como enemigos y cuya victoria anhelamos como evidencia irrefutable de nuestra superioridad cognitiva y moral.
Más allá de los cálculos y las estrategias, creo que esta neurosis narcisista, muy reaccionaria, opera hoy activamente en el inconsciente de Podemos. Derrotados, quieren ser apaleados en la plaza pública, como víctimas agresivas de una traición general: su proyecto es ser odiados y se las arreglan para que todo el mundo los odie. Derrotados, quieren que gobierne el Mal, para resistir heroicamente al determinismo y la brutalidad metafísicas. Derrotados, quieren al menos tener razón, para así distinguirse del resto de los españoles, que se dejan engañar con mansedumbre o ceden por felonía. Da mucho miedo que Podemos traslade esta neurosis narcisista de derrota necrófila al interior de Sumar. Ya lo ha hecho. Lo ha hecho durante unas negociaciones lastradas de bulos, filtraciones y presiones subsidiarias; y ha seguido haciéndolo después, atacando sin escrúpulos a sus compañeros de Unidad, como si su único proyecto político fuera el de extender el morbo a la totalidad de la izquierda y con independencia del precio a pagar: aunque con ello —digo— se facilite una victoria ultraderechista que confirmaría (máxima felicidad neurótica) las tesis conspiracionistas en torno a los medios de comunicación, la “izquierda cuqui” y las cloacas del Estado. En las negociaciones, Podemos se ha movido entre el interés pragmático de una máquina partidista amenazada de muerte y necesitada de escaños y el placer neurótico del apocalipsis colectivo. Ojalá el interés más bajo hubiese contenido en este caso el deseo más alto de destrucción. Ojalá todavía lo contenga. Porque Podemos puede hacer aún mucho daño a un proyecto al que se unió voluntariamente con el propósito de sobrevivir. No tengo muchas esperanzas. Entre la supervivencia y la destrucción, el neurótico —ay— elige siempre la destrucción.
¿Hay alguna curación para esta neurosis general, tan española y tan universal? Cambiar el deseo. Ahora bien, el problema es que el deseo no lo puede cambiar la voluntad: solo se puede cambiar en el mundo y desde el mundo. Hace falta una pequeña victoria que sustituya el narcisismo entrópico por la autoestima compartida. Por desgracia, la neurosis misma —pues es deseo de derrota— hace difícil cualquier victoria; y hace difícil (como han demostrado los años de la nueva política) gestionarlas bien —las victorias. Sumar es imprescindible, pero si quiere sumar tiene que ser ante todo un proyecto de salud mental.
El 23-J nos jugamos mucho, porque las derechas globales son hoy muy “españolas” y la española aún más. No estamos ante un cambio de ciclo sino ante un cambio de mundo. Las teorías conspiratorias, lo hemos dicho, son fundamentalmente reaccionarias: los judíos, los masones y los comunistas (y los inmigrantes y los maricones) nos están robando España. Una victoria de la derecha será una victoria imperial: somos los mejores y ganamos por goleada; y no tendremos piedad con los vencidos. No olvidemos a la hora de votar que las neurosis narcisistas, las de derechas y las de izquierdas, hoy campantes en la política global, son causa y efecto de la renuncia a la política y del fracaso de la democracia. Santiago Alba Rico es escritor y filósofo.