lunes, 19 de junio de 2023

De las líneas rojas

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Daniel Gascón, va de las líneas rojas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










Que hablen del otro aunque sea bien
DANIEL GASCÓN
15 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Una de las cosas más sorprendentes del pacto entre el PP y Vox en la Comunidad Valenciana es que sorprenda: entre los contrarios alarmados, el escándalo tiene algo fingido; entre los partidarios decepcionados, hay un componente de esforzada ingenuidad. Son llamativas la rapidez del acuerdo y la facilidad con que se ha obtenido: algunos pensaban que el PP se lo pondría más difícil a Vox. Los cinco ejes que supuestamente guiarán la acción del gobierno dicen tan poco que ni siquiera están mal: no llegan ni a ser, a la manera de un discurso de Yolanda Díaz con menos anacolutos. Una de las dudas es si el pacto va a ser el modelo que seguirá el PP en otras comunidades autónomas en situación similar. La extrema derecha probablemente se verá más fuerte; lo que ocurría en Castilla y León deja de ser excepcional. Como ha escrito Ignacio Varela, Feijóo no puede fingir que está al margen del acuerdo, si no quiere perder la credibilidad (por mentir o por falta de control). Entre las razones de la prisa está que se hable menos tiempo de un asunto incómodo. Las líneas rojas se cruzan muy despacio, para que no puedan pararte, y cuando falta poco aceleras: los escrúpulos son una señal de debilidad. La campaña es negativa: siempre es mejor que hablen del otro, aunque sea bien. Votantes de la derecha aceptan a Vox como un mal menor o una necesidad estratégica. El principal blanqueador del populismo de derechas de Vox ha sido quien ha formado un gobierno de coalición con el populismo de izquierdas de UP (y eso sin contar las alianzas insalubres con quienes acababan de atentar contra el orden constitucional y los herederos del terrorismo). En el poder, la incompetencia de UP ha sido obvia y prácticamente ha acabado con ellos: ¿ocurriría lo mismo con los nacionalistas españoles o serían más hábiles y peligrosos, entre otras cosas, porque podrían aprender de la experiencia anterior?
Los pactos, espera la izquierda, podrían movilizar a abstencionistas o desalentar las transferencias de socialistas descontentos con las alianzas de Pedro Sánchez: los acuerdos con la ultraderecha son una realidad y no una amenaza. La versión alambicada del argumento sería que algunos, convencidos de la derrota de la izquierda, votaran al PP para que pudiera prescindir de Vox. Pero parece difícil cambiar la pregunta central de las elecciones, que gira en torno a la continuidad de Sánchez: gracias a eso, el PP puede ahorrarse la molestia de detallar cuál es su proyecto para España. Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió Filología Inglesa y Filología Hispánica. Es editor responsable de Letras Libres España. Ha publicado el ensayo 'El golpe posmoderno' (Debate) y las novelas 'Un hipster en la España vacía' y 'La muerte del hipster' (Literatura Random House).






























[ARCHIVO DEL BLOG] Lecturas del pasado. [Publicada el 25/08/2017]










Dejemos aparcada por un momento la política... ¿Es eso posible? Pienso que no, pero en todo caso, intentémoslo. ¿El juicio previo que se dicta sobre una obra literaria sin haberla leído, como es el caso de El monarca de las sombras de Javier Cercas, (yo sí la he leído, como el autor del artículo que reseño, y me gustó mucho) y la pretensión de que todo intelectual tiene que “mojarse”, sin matices, no son dos perversiones de este tiempo nuestro que nos ha tocado vivir? Se lo preguntaba hace unos días en El País el escritor Miguel Barroso, y creo que merece la pena leer lo que dice. Y por cierto, me identifico plenamente con lo que escribe en él.
Se lo escuché hace poco a un conocido politólogo, comienza diciendo: “Javier Cercas está blanqueando los sepulcros del fascismo”. La afirmación me pareció tan peculiar y el tono tan pintorescamente exaltado, que le pedí que desarrollara la cuestión. Me explicó que Cercas se dedicaba en su última novela a embellecer el papel de la Falange, tanto en la Guerra Civil como en los años previos al conflicto y yo le pregunté si se había tomado la molestia de leerla. No lo había hecho. Tampoco lo creía necesario. Para sacar tal conclusión le bastaban algunos comentarios leídos al respecto y el hecho de que su autor tuviera una columna en El País desde la que, en vez de cuestionar severamente la transición y sus derivaciones, optaba por exponer y razonar un punto de vista más templado. Fue un diálogo interesante, en tanto que explica bien algunas perversiones propias de este tiempo nuestro.
La primera tiene que ver con el escaso peso del que goza el concepto de “autoridad”, entendido en un sentido meramente académico. El fenómeno me llamó la atención a principios de este año, justamente cuando se anunció la publicación de El monarca de las sombras (Penguin Random House) y se dijo que Cercas seguía en su nueva novela las huellas de un tío suyo, falangista, al que no llegó a conocer porque murió en las trincheras del Ebro, cuando apenas era un adolescente. Antes de que llegase a las librerías, se desató un aluvión de reacciones que comenzaron por cuestionar el propósito del libro para terminar impugnando toda la obra del escritor. Lejos de aguardar a que el texto pudiera leerse y hubiera, por lo tanto, una base desde la que labrar una opinión solvente, no tardaron en aparecer voces que reconvenían seriamente al novelista a partir no de lo que había escrito, sino de lo que se dijo que decía en las páginas que acababa de dar a imprenta. No era necesario acreditar esa "autoridad" que da el conocimiento porque el juicio previo se instaló sin reservas y campó por sus respetos.
No tenía la menor importancia que El monarca de las sombras, que yo sí leí, no dedicara sus páginas a elogiar o disfrazar el papel de la Falange, sino que más bien se afanara en todo lo contrario. Si algo hay es una crítica acerba a quienes se aprovecharon de las necesidades del campesinado de la España de 1936 para aglutinar adeptos en torno a una causa que no sólo era ilegítima, sino también inmoral. Lo que hace Javier Cercas con su tío no es incurrir en los elogios propios de quien se siente abrumado ante un modelo de conducta irreprochable, sino apiadarse de alguien que tomó partido por el bando equivocado, a una edad demasiado temprana para entrar en disquisiciones políticas.
Por aquellas mismas fechas, yo acababa de leer Recordarán tu nombre (Destino), la espléndida novela en la que Lorenzo Silva glosa la biografía del general José Aranguren, que hizo que la Guardia Civil salvaguardara en Barcelona la legalidad republicana el 19 de julio de 1936. Alguien me trasladó su desagrado ante el hecho de que el escritor se obstinase en defender al cuerpo fundado por el duque de Ahumada. Fue inútil explicarle que si por algo se caracterizó el instituto armado en 1936 fue por mantenerse fiel, en un apreciable porcentaje, al Gobierno de la República. También que le advirtiera de que no hay en todo el libro de Silva una sola línea complaciente con el dictador Franco. Como ocurriera meses atrás con Javier Cercas, aunque en este caso a menor escala, la sentencia ya estaba pronunciada.
Todo esto entronca con la segunda reflexión a la que me condujo mi breve conversación con el politólogo. A la hora de referirse a los artículos que Javier Cercas publica en El País, explicó que cualquier persona que disponga de un espacio en los medios de comunicación está haciendo política y añadió que llega un momento en el que todo intelectual tiene que mojarse. No puedo no estar de acuerdo con su primera afirmación, que yo ampliaría: todos hacemos constantemente política, en cualquier faceta de la vida. Respecto a la segunda, en cambio, tengo serias dudas. Por lo que entendí, mi interlocutor consideraba que “mojarse” equivale a defender una determinada causa, sin atender a sombras ni matices. Pero quizá la verdadera labor intelectual consista en cuestionarlo todo, incluso (o principalmente) aquello que se defiende o con cuyos fundamentos se comulga. Pienso, sin salir del contexto de la Guerra Civil, en Arturo Barea o Manuel Chaves Nogales, que tan bien narraron aquellos años, instalados en la izquierda pero sin escamotear ni una sola de sus penumbras; o en el George Orwell brigadista, que contó en su Homenaje a Cataluña las luchas intestinas que tenían lugar dentro del bando republicano; o en Dionisio Ridruejo, coautor de la letra del Cara al sol, que supo cuestionar sus propios dogmas hasta convertirse en un firme opositor al franquis
Hace tiempo que la política se maneja en una endiablada dialéctica entre el “ellos” y el “nosotros”, extrapolada a todas las escalas imaginables. Todos hacemos política constantemente, sí, pero están quienes aspiran a adquirir responsabilidades públicas y los que sólo pretenden intervenir en los asuntos colectivos mediante su opinión, su voto o sus tertulias. Los primeros posiblemente tengan que apostarse en su trinchera retórica y mermar como sea al adversario. Los segundos, en cambio, hacen bien en evitar maniqueísmos y situarse a una altura desde la que juzgar, con ecuanimidad y sin consignas, lo que les rodea. Luego sus opiniones o sus análisis podrán evaluarse en función de sus propios méritos o defectos, pero nunca mediante juicios anticipados, estereotipos o falsas acusaciones de blanqueamiento de sepulcros.
Nadie puede pontificar sobre lo que deben escribir quienes rehúsan seguir la senda marcada porque han preferido trazar ellos mismos su camino. A algunos les gusta tanto sentarse ante el tablero y elegir blancas o negras que terminan olvidando los matices de gris, los claroscuros. No deja de resultar curioso que quienes más críticos se muestran al leer nuestro pasado reciente sean también quienes más agresividad destilan cuando se ponen de manifiesto las grietas de las que adolecen los cimientos de sus convicciones. Mientras sigan optando por ocultar esos resquicios, y no por asumir que tal vez convenga replantear la estructura, no podremos decir que el miliciano de Robert Capa sea un personaje anónimo. En realidad, somos nosotros, cayendo constantemente abatidos por la bala de nuestro revanchismo inerte, concluye diciendo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt











domingo, 18 de junio de 2023

De los jueces como oportunidad

 








Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del genetista Javier Sampedro, va de los jueces como oportunidad. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 











Los jueces pueden salvar el mundo
JAVIER SAMPEDRO
15 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Siempre nos quejamos, yo el primero, de la judicialización de la política, pero hay ocasiones en que esta maniobra puede tener un potencial transformador. El cambio climático es una cuestión política de primera magnitud, y las generaciones jóvenes no están muy felices con la gestión de los gobiernos actuales. Les hemos visto protestar, desesperarse y repartir kétchup por las pinacotecas, hemos escuchado o fingido escuchar sus argumentos en las aulas y las cenas de navidad, sabemos que pasan mucho de sacarse el carné de conducir o de comer fresas de un regadío ilegal, sí, hemos comprobado todo eso, pero nuestra gobernanza no está ni de lejos a la altura de sus ambiciones. Estamos dañando de manera irreversible el mundo en el que van a vivir ellos, no nosotros. Es la definición de manual de un conflicto generacional. Y han empezado a llevar a los políticos ante los tribunales. ¿Judicialización de la política? Oh sí, y ojalá dure.
De momento son solo 16 chavales de Montana, el Estado de las grandes llanuras donde se ven más ovejas que personas, sede de la batalla de Little Big Horn y hogar del oso Yogui. Arguyen que el Gobierno estatal promueve los combustibles fósiles en flagrante violación de su derecho a un ambiente limpio y saludable. La cabeza visible de esta chavalería se llama Rikki Held, así que el caso se ha inscrito como Held versus Montana y así ha llegado esta semana a los tribunales. Montana es sobre todo una economía agropecuaria, pero también depende de la minería del cobre y de la extracción de petróleo, gas y carbón, las tres grandes causas evitables del cambio climático. Como el derecho a un ambiente limpio está reconocido explícitamente en la constitución estatal, Held vs. Montana marca un hito jurídico en Estados Unidos, y seguramente será una inspiración para el resto del mundo, donde también hay jóvenes muy cabreados.
De hecho, el precedente más notable de judicialización de la política climática no ocurrió en Estados Unidos, sino en Países Bajos en 2013, cuando un grupo civil demandó al Gobierno por su pasividad frente al calentamiento. Aquello salió bien, el tribunal les dio la razón y obligó al Ejecutivo a recortar sus emisiones. Pero los intentos similares en Estados Unidos se han topado hasta ahora con la élite judicial de Washington. Una acción legal de 21 jóvenes de Oregón en 2015 (Juliana vs. Estados Unidos) se estrelló cinco años después contra el Tribunal Supremo. Los mentideros científicos norteamericanos andan excitados estos días por el nuevo caso de Montana. Esta vez los chavales no van contra el país entero, sino solo contra su estado. El Supremo va a tener más difícil bloquear eso. A veces los objetivos modestos son más eficaces que los sueños ambiciosos.
La moraleja es bien curiosa. Los jueces tienen en su mano salvar el mundo, porque pueden puentear la torpeza, la inacción o la perversidad de los políticos. ¿Lo harán? Será interesante comprobarlo. Los jueces reciben tantas presiones como los gobernantes, pero tal vez tengan más capacidad para resistirlas y menos interés en avenirse a ellas. A diferencia de los políticos, pueden mirar más allá de la miopía de una legislatura. Y también tienen hijos cabreados.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Blasfemias. [Publicada el 22/07/2017












La entrada de hoy va sobre la blasfemia y sobre la idea que de ella tiene cierta izquierda, pero antes de entrar en materia permítanme una pequeña digresión personal, fruto del recuerdo. El miércoles 19 de junio de 1985 mi mujer, mis hijas y yo estábamos pasando unos días en casa de mis padres en Madrid. Ese mismo día cumplíamos dieciocho años de casados y decidimos irnos los cuatro al cine. Desde Chamartín, donde ellos vivían, fuimos en autobús hasta el barrio de Argüelles, en el centro, sin tener muy claro que película íbamos a ver. Evidentemente, una autorizada para menores. Al pasar por la puerta del cine Alphaville, vimos con asombro un furgón de la policía y a numerosos agentes de uniforme que impedían que una aglomeración de personas, sobre todo mujeres, algunas muy jóvenes, acompañadas de varios sacerdotes, también muy jóvenes, rezando el rosario de rodillas a la puerta del cine, obstaculizaran la entrada al mismo de los escasas personas que pretendían acceder al estreno de la película Je vous salue, Marie, del cineasta francés Jean-Luc Godard, a la que, los orantes y buena parte de la iglesia católica española de la época, acusaba de blasfema. Quedamos tan impresionados del espectáculo que decidimos dejar lo del cine para mejor ocasión. Meses más tarde vi la película, y como me ocurrió con La última tentación de Cristo, del director estadounidense Martin Scorsese, estrenada en 1988, no alcancé a ver la blasfemia por lado alguno. Quizá yo tenía (y tengo) un concepto distinto de lo que es la blasfemia y una manga un poco más ancha de lo que algunos considerarían normal en ese campo.
Cuando todo se tacha de blasfemia (del latín tardío blasphemĭa, y este del griego βλασφημία blasphēmía 'palabra injuriosa': palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado, según la Real Academia Española), algunos se han impuesto como tarea proteger a las religiones de las provocaciones o, incluso, de las críticas, lo que es contrario al debate democrático. Mientras aquellas tercien sobre aspectos de la vida pública han de someterse al mismo trato que las otras ideas, dice en un reciente artículo en El País el profesor de la Universidad de Barcelona Félix Ovejero. 
Para la izquierda, comienza diciendo, la religión era una superstición. Quizá algo más, pero fundamentalmente, superstición. No una cualquiera, como un espejo roto, sino de la peor naturaleza, retorcida, al servicio de la injusticia. La religión no solo impedía la mirada limpia de los males sociales sino que, además, los disculpaba y hasta condenaba la rebelión. El otro mundo compensaría los padecimientos terrenales. Peor, los padecimientos eran parte del guion. Sufrimientos e injusticias encajaban dentro de un orden moral armónico a los ojos de Dios, aunque ininteligible para nosotros. La religión era la sinrazón que cosía un mundo de sinrazones. La antítesis de la aspiración ilustrada. Frente a la autonomía y el sometimiento a la ley que uno mismo se da, la heteronomía, la moral establecida por Dios.
Eso era lo que había. Otra cosa, lo que hay. No es raro ver a cierta izquierda criticar no ya a quienes dibujan caricaturas de Mahoma sino incluso a quienes defienden el derecho a dibujarlas. Para ello no dudan en acudir a argumentos invocados por los reaccionarios de siempre, por ejemplo, cuando intentaron impedir la proyección de La vida de Brian. Cuesta entenderlo. Sobre todo porque esa misma izquierda parece dispuesta a presentarse en una iglesia para burlarse de los símbolos cristianos, en lo que, a la postre, a sus ojos no pasaría de ser una fiesta privada de unos cuantos entregados a recrear majaderías. Por la mañana se reclama el cierre de una exposición por islamofóbica y por la tarde se defiende el derecho a la blasfemia. En un caso, se descalifica incluso el derecho a criticar ciertas ideas y, en el otro, se invoca y se practica hasta impedir la posibilidad de expresarlas o elaborarlas. Un desorden intelectual. O peor. Porque solo veo un modo de compatibilizar las dos prácticas: asumiendo que hay una religión verdadera, el islam. Verdadera o, en algún sentido, superior. Algo que, francamente, me cuesta digerir porque, incluso sin entrar en honduras teológicas, les confieso que, en lo que a mí respecta, siempre será preferible una religión que amenaza con el chantaje del infierno (Borges) que otra que, en alguna de sus variantes, todo lo excepcional que se quiera, contemple la posibilidad de acelerar el trámite.
Más allá de estas paradojas, al final, parece haberse impuesto una suerte de reclamación de blindaje especial, de protección frente a las provocaciones o, incluso, frente a las críticas. Algo muy normal… si se trata de salvar las religiones. No tanto si se defiende el debate democrático. Salvar las dos cosas a la vez no resulta sencillo, al menos para quienes entienden la democracia como una práctica —una aspiración—de pública racionalidad.
La dificultad deriva de la presencia en las religiones —al menos, en las más próximas— de tres componentes que, juntos, resultan incompatibles con la pública argumentación: ideas (sustantivas) acerca de cómo vivir todos (no me parece mal mi aborto, sino cualquier aborto); ideas (ontológicas) sobre la naturaleza de la religión, como una doctrina referida a verdades morales; ideas (epistémicas) sobre cómo fundamentar la doctrina: la autoridad divina destilada en escritura sagrada. En breve: tales religiones pretenderían regular ámbitos de la vida colectiva sobre una base doctrinal que solo vale para los creyentes y sostenida en una “racionalidad especial”. Una religión con esas características resulta un cuerpo extraño para una sociedad (democrática) que aspira a regirse mediante decisiones basadas en argumentos que los otros puedan aceptar.
Durante mucho tiempo la tensión parecía decantarse del lado ilustrado. La religión, para sobrevivir, había ido debilitando alguno de sus componentes: su vocación pública, al ceñir el alcance de sus principios a sus miembros (como una secta o los trekkies); la naturaleza de cuerpo doctrinal, para mudarlo en una apañada técnica de autoayuda; la fundamentación, invocando razones terrenales (sin apelar a Dios o a sus portavoces), como una ideología más. Eso o una solución intermedia que no queda mal resumida en la fórmula “la religión otorga sentido a la vida de sus fieles”, lo que equivalía, de facto, a prescindir de toda vocación de verdad para todos. La religión dejaba de ser religión. El cristianismo ha recorrido esos caminos. Y al aguarse admitía su derrota como religión. Que al producto acabado se le siguiera llamando religión es otro asunto que, si acaso, preocuparía a los creyentes.
Por supuesto, cabía otra solución: mantener intacta la religión y degradar la democracia, desproveerla de su compromiso racionalista, universalista y emancipador. Las religiones, sin abandonar su dimensión antirrelativista y su vocación pública ni, por tanto, su afán de proselitismo —que no requiere la conversión—, convivirían en sus respectivos parques temáticos, a la espera de conquistar el monopolio del espacio público. Eso sí, con salvaguardas especiales. Se asume que cada una tiene su particular “racionalidad” que debería protegerse ante las ofensas. De ahí el especial respeto que reclaman y que no alcanza a las ideologías: podemos orinar sobre una imagen de Lenin, pero no sobre una del Profeta. Un mal negocio para los ideales democráticos que reintroducen por la ventana de la pluralidad la sinrazón expulsada por la puerta ilustrada. El resultado: una trama de “protecciones especiales” que complica la libertad de pensamiento. A la mínima presencia de ideas que se juzgan “provocadoras”, en una publicidad, en un periódico o en una obra artística, aparece la (des)calificación (“islamofobia”) que evita argumentar e, inmediatamente, se pide su desaparición del espacio público. Porque, se dice, “se ofenden sentimientos religiosos”: un argumento cochambroso porque, además de imposible de probar, en la medida en que “el testimonio” es un estado mental incontrastable (“mis sentimientos”), desmerece al dios de turno, sustituido como objeto de la ofensa por el creyente. Mal asunto. Mientras las religiones tercien sobre aspectos de la vida pública han de estar expuestas al mismo trato que las otras ideas.
Con todo, no es eso lo peor. Lo grave es que ese proceder se ha generalizado y no hay causa colectiva —justa o no— que, a la menor crítica, no apele al agravio o no descalifique invocando alguna “fobia”. Como razonar resulta fatigoso, mejor acudir al expediente de la ofensa a los sentimientos. Hasta los panaderos piden la supresión de refranes.
El daño mayor es para una democracia que, poco a poco, se va desprendiendo de sus endebles vínculos con el debate racional, termina diciendo. Las mejores causas se degradan cuando se defienden con prejuicios y prohibiciones. Con supersticiones. La izquierda, por ese camino, abandona su genuina vocación emancipadora, racionalista. Se contamina del virus que combatió.n Y Lepe pendiente de homenaje. Aguantando. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












sábado, 17 de junio de 2023

Del Sur y la historia





 


Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Irene Vallejo, va del Sur y la historia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 












Ser sur
IRENE VALLEJO
10 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

En el horizonte se dibuja una isla desconocida. Algunos tripulantes desembarcan armados. Circe, la diosa de las bellas trenzas, los recibe con sonrisa amistosa y suculentos manjares. Pero, ay, tras unas copas de vino, rozándolos con su varita, los transforma en cerdos. Cuando Odiseo abandona el barco en su busca, Hermes le ofrece una planta mágica llamada moly, antídoto contra el hechizo porcino de Circe. Protegido por los poderes de la hierba, acepta la seducción de la maga, se acuesta con ella en un hermoso lecho y, con un convincente revolcón, logra que devuelva a los marinos sus gozosos cuerpos humanos —ya sin pezuñas ni solomillos—.
Como en la Odisea, nuestro mundo sufre el maleficio de nuevas magas. A comienzos de siglo, ciertas élites financieras apodaron a los países del sur europeo —Portugal, Italia, Grecia y España— con un acrónimo de puerca arrogancia: los PIGS. El nombre llegaba adobado de los estereotipos habituales: los sureños indolentes, despreocupados, derrochadores, deudores y propensos a la corrupción. El conocido arsenal de prejuicios con los que se justificaban desmanes en tierras latinoamericanas o africanas.
El sur se ha convertido en categoría ideológica, más que cartográfica, el modo en que los centros de poder describen la periferia. En rigor, todas las posiciones son relativas: cada lugar es a la vez norte, sur, este y oeste, dependiendo de dónde se sitúe quien observa. Pero predomina el punto de vista septentrional, y hasta el lenguaje expresa preferencias: “Perder el norte” es sinónimo de conductas erráticas y desvaríos. Ahí nace el tópico de ese sur que disfruta ventajas no ganadas —el sol, el clima, la exuberancia— y sufre penitencias merecidas —pobreza, emigración—. Sin embargo, en un planeta esférico no hay un arriba y un abajo, ni superioridad o inferioridad. Todos los puntos son iguales. No existe ninguna razón científica para ubicar el norte por encima del sur, más allá de la mirada de los exploradores europeos. La historia explica mejor que la geografía las coordenadas de nuestros prejuicios.
Milenios atrás, el norte carecía de protagonismo simbólico. Para Heródoto se trataba de un mundo inhóspito, tierra de hechicería: allí situaba a seres fabulosos con un solo ojo y grifos que vigilaban tesoros. En cambio, las ricas civilizaciones radicaban en el este, allá en el Creciente Fértil, Egipto e India, y el tópico decía: ex oriente lux. El geógrafo Estrabón afirmó que Irlanda estaba plagada de caníbales, y consideró que no valía la pena conquistar Britania, territorio mísero e inhabitable. Desde la óptica antigua, los galos eran salvajes; y los germanos, una belicosa periferia del Imperio Romano. No existe un destino asociado a la geografía. En distintas épocas, el mismo lugar puede ser vencedor y vencido, imperio y patio trasero, quebrado y más tarde próspero. Lo único que no cambia es la percepción de los países poderosos de turno, convencidos de ser, por siempre, brújula de la realidad.
El artista uruguayo Joaquín Torres García desafió en 1943 los preceptos cartográficos y mentales con su dibujo América invertida, donde la Patagonia apunta, como una cúspide, hacia arriba. Escribió: “Ahora le damos la vuelta al mapa, y así tenemos una idea verdadera de nuestra posición. El sur es nuestro norte”. Revolucionando el atlas, José Saramago imaginó en La balsa de piedra la península Ibérica como isla flotante rumbo a Sudamérica. La rebelde Mafalda, ante el globo terráqueo, se preguntaba qué habrán hecho ciertos pobres sures para merecer ciertos nortes. No olvidemos que esos territorios vilipendiados inventaron el alfabeto, la democracia y las constituciones, la moneda, la historia, el teatro, la filosofía y la física, la ciudadanía y el derecho internacional, innumerables corrientes artísticas, el realismo mágico, una cierta sabiduría en el vivir. Para la escritora Adelaida García Morales, El sur era el lugar anhelado, la promesa de otro mundo posible. Frente a magas y agravios, necesitamos como Odiseo antídotos que desafíen los apodos de la piara. No hay esquinas en una esfera, ni existen en este planeta lugares “suralternos”: aún queda soñar y navegar rumbo al resurgir del sur.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Señalar primero, para luego exterminar. [Publicada el 06/08/2018]









Varios testigos, entre ellos Filip Müller, miembro del Sonderkommando de Auschwitz, han relatado la trágica noche en la que los gitanos que aún quedaban con vida en el campo B2e, el extremo oeste más alejado de Birkenau, fueron asesinados en las cámaras de gas de los crematorios 3 y 5, escribe en el diario El Mundo el periodista Fernando Palmero, doctor por la Universidad Complutense y coautor de Guía didáctica de la Shoá (CAM, 2014) y Para entender el Holocausto.  
El campamento gitano (Zigeunerlager), comienza diciendo, era una anomalía dentro de la estructura concentracionaria, de trabajo y muerte de Auschwitz. Aisladas en barracones de madera, las familias vivían juntas, podían vestir ropa civil (aunque marcadas con una cruz roja en la espalda), no se les rapaba la cabeza, los SS no solían acosarles demasiado ni infligirles muchas palizas y los varones trabajaban habitualmente dentro de la zona del campo reservada para ellos. No obstante, fue gitana la mano de obra forzosa que construyó el nuevo andén y el ramal ferroviario al interior del campo, diseñado para el asesinato de los judíos húngaros en el verano de 1944. El hacinamiento (llegó a haber hasta 10.000 personas a la vez en un terreno rectangular de 500 metros de largo por 120 de ancho), la escasez de comida y las pésimas condiciones de salubridad eran, sin embargo, la contrapartida que los gitanos deportados allí desde los más remotos lugares del Reich tenían que soportar, y que acabaron con la vida de miles de ellos. "En el crematorio", relata Müller en Tres años en las cámaras de gas (Ed. Confluencias), "nos dimos cuenta de que cada vez había mayor número de cadáveres del campamento gitano, la mayoría de los cuales eran niños pequeños y ancianos. Los segundos no eran más que piel y huesos, casi todos tenían sarna, mientras a los niños muertos parecía como si los hubieran roído las ratas. Los médicos nos dijeron que en realidad se trataba de una enfermedad llamada noma que afectaba sobre todo a los niños debilitados". En mayo de 1944, cuando comenzaba el periodo de mayor actividad asesina de Auschwitz, Himmler dio la orden de aniquilarlos. Antes, se efectuó una selección. Unos 3.200 fueron enviados a otros campos como mano de obra esclava. Algunos de los que quedaron, muchos de los cuáles habían sido sometidos a experimentos médicos, fueron asesinados selectivamente mediante inyecciones de fenol aplicadas directamente en el corazón por el personal sanitario. El 2 de agosto, en una tarde especialmente violenta por la dura resistencia que pusieron, los 2.897 gitanos que habían sobrevivido fueron gaseados. «No fue fácil meterlos en las cámaras», recordaría posteriormente Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, según recoge Nikolaus Wachsmann en KL (ed. Crítica). En octubre, desde Buchenwald enviaron a otros 800 para llevarlos a unas cámaras de gas que dejarían de funcionar en noviembre, ante la inminente llegada de las tropas soviéticas. Se desconoce el número exacto de gitanos de toda Europa que fueron asesinados durante el Holocausto. Al menos, 250.000. Algunas fuentes elevan la cifra hasta los 500.000. A ese genocidio, cometido sobre todo por la Alemania nazi y por el Estado Independiente de Croacia, y en el que colaboraron también la Francia de Vichy, Serbia y Rumanía, entre otras naciones, se le conoce como Porraimos (literalmente devastación, en romaní). 
El genocidio gitano comenzó como lo había hecho el judío. Con un censo racial. Y es difícil sustraerse a su memoria después de que Matteo Salvini, vicepresidente y ministro del Interior italiano, haya anunciado la elaboración de uno para saber quién debe o no quedarse en el país, "aunque a los gitanos italianos", declaró con el tono racista y xenófobo que tiene todo nacionalista, "lamentablemente, nos los tengamos que quedar". Si el antisemitismo fue el abono necesario para perpetrar la Shoá, el ancestral odio a los gitanos (calificados de asociales y a los que se identificaba con la delincuencia, la prostitución y el rechazo al trabajo) posibilitó el Porraimos. Como recordó Raul Hilberg en La destrucción de los judíos europeos (ed. Akal), la policía de Múnich había introducido ya en 1911 la toma de huellas dactilares para controlar a los gitanos nómadas de Baviera, y en 1929 instauró la Oficina Central para Combatir a los Gitanos. 
También durante los años en los que ejerció como ministro del Interior de Berlusconi, el antecesor de Salvini en la secretaría federal de la Liga Norte, Roberto Maroni, intentó imponer un registro de huellas dactilares de niños gitanos, paralizado por la UE. Ahora, Italia ha lanzado un nuevo desafío a la comunidad internacional con el acoso a los miembros de la comunidad gitana, que ya ha comenzado activamente en Roma, cuya alcaldía está regida por el populista y de izquierdas Movimiento 5 Estrellas, socio de la Liga Norte en el Gobierno. El censo, decíamos. Entre el 12 y el 18 de junio de 1938, en la conocida como la semana de la limpieza gitana, miles de sinti y romà alemanes y austriacos fueron enviados a campos de trabajo en Salzburgo y en Burgenland, al este, junto a la frontera con Hungría, donde fueron empleados en la construcción de carreteras y la tala de árboles. En diciembre, Himmler emitió una circular para "combatir la plaga gitana" y, como había ocurrido con los judíos en 1935 tras la aprobación de las leyes de Nüremberg, se procedió a una exhaustiva investigación racial para determinar el grado de mezcla sanguínea, retirar la nacionalidad alemana a los señalados y aplicarles normas salariales y fiscales diferenciadas de los ciudadanos arios. A los sinti puros (considerados procedentes del Antiguo Reich y de Austria) y a algunos de matrimonios mixtos (llamados Michlinge buenos) se les permitió quedarse. También, a las familias de soldados en activo y a algunos con residencia y empleos estables, pero bajo la condición de someterse a una esterilización irreversible que evitase la contaminación de la raza aria. El resto, todos los romà y los sinti no puros, entre 22.000 y 23.000 de toda la Europa ocupada por el Reich, según Hilberg, fueron deportados a diferentes campos en el Este, en la Polonia ocupada, especialmente a Auschwitz.
Las deportaciones habían comenzado con una orden de Himmler de 16 de diciembre de 1942, acompañada de otra de 26 de enero de 1943, a partir de la cual se procedió a la confiscación de todas las propiedades de las personas que habían sido enviadas a los campos. Como en el caso de los judíos, el exterminio estaba indisolublemente unido a un robo a gran escala que sirvió para aliviar la carga de los gastos de guerra alemanes, aunque, a diferencia de la Shoá, sobre la que Götz Aly hizo un cálculo aproximado, se desconoce a cuánto ascendió lo sustraído a los romà y los sinti europeos. El primer transporte de gitanos llegó a Auschwitz el 26 de febrero de 1943 y en fechas sucesivas lo hicieron 10.094 varones y 10.839 mujeres, un total de 20.933 personas. Algunos, como los 2.700 provenientes del distrito polaco de Bialystok, fueron enviados directamente a la cámara de gas ante la sospecha de estar infectados de tifus. Otros murieron víctimas de las plagas que asolaban periódicamente el campamento gitano. Se sabe que en los otros campos de exterminio, Belzec, Sobibór, Treblinka, Majdanek y Chelmno fueron gaseados grupos de gitanos, pero se desconoce el número. También, en el avance de los Einsatzgruppen durante la invasión de la URSS, junto a los judíos fueron fusilados gitanos en Bielorrusia, los Estados bálticos, Ucrania o Crimea. En Serbia, donde vivían alrededor de 150.000, fueron obligados a llevar un brazalete amarillo con la palabra Zigeuner, similar al que portaban los judíos con la estrella de David. Muchos corrieron el mismo destino que aquellos en el campo de Semlin. También el Estado Independiente de Croacia, un régimen nacional-católico de inspiración nazi, inició el asesinato de sus ciudadanos gitanos con la elaboración, a partir de julio de 1941, de un censo en el que fueron inscritas unas 40.000 personas, perseguidas por razones raciales y religiosas. Al final de la Guerra, sólo quedaron con vida unas 800. Carente de cámaras de gas, en el campo de exterminio de Jasenovac, a pocos kilómetros de Zagreb, murieron 16.173 romà a mazazos, degollados o ahogados en los centros de exterminio de Ustice y Donja Gradina.Primero fue el censo. Luego llegaron la deportación y la expropiación. Finalmente, el exterminio. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt.