viernes, 7 de abril de 2023

De la ni tan inteligente ni artificial IA

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Evgeny Morozov, va de la ni tan inteligente ni artificial IA. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com










Ni es inteligente ni es artificial: esa etiqueta es una herencia de la Guerra Fría
EVGENY MOROZOV
03 ABR 2023 - El País
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Elon Musk y Steve Wozniak, el cofundador de Apple, acaban de firmar una carta en la que piden una moratoria de seis meses en el entrenamiento de sistemas de inteligencia artificial (IA). El propósito es dar tiempo a que la sociedad se adapte a lo que los firmantes llaman “un verano de la IA”, que, en su opinión, acabará beneficiando a la humanidad, siempre que se pongan las salvaguardas adecuadas. Unas barreras que, entre otras cosas, deben incluir protocolos de seguridad rigurosamente vigilados.
Es un objetivo loable, pero hay algo aún mejor que conviene hacer en estos seis meses: retirar del debate público la manida etiqueta de “inteligencia artificial”. Hay que relegar este término al mismo montón de cenizas de la historia que “telón de acero”, “teoría del dominó” y el “momento Sputnik”.
La IA siempre ha sido un proyecto de los militares, la industria y las universidades de élite y sigue siéndolo, aunque ahora se haya democratizado su acceso. Como término, “inteligencia artificial” sobrevivió al final de la Guerra Fría gracias a su atractivo para los entusiastas de la ciencia ficción y los inversores. Pero podemos permitirnos herir sus sentimientos. ¿Por qué vamos a seguir reviviendo los traumas de la Guerra Fría, cuando este término es un corsé tan grande para nuestra imaginación?
En realidad, lo que hoy llamamos “inteligencia artificial” no es ni artificial ni inteligente. Los primeros sistemas de IA estaban muy dominados por reglas y programas, de modo que, por lo menos, la palabra “artificial” estaba justificada. Pero los sistemas actuales, como el ChatGPT que tanto gusta a todos, no se basan en reglas abstractas, sino en el trabajo de seres humanos reales: artistas, músicos, programadores y escritores, de cuya obra creativa y profesional se apropian esos sistemas con la excusa de querer salvar la civilización. En todo caso, es una “inteligencia no artificial”.
En cuanto a “inteligencia”, el interés primordial de la Guerra Fría, que financió gran parte de los primeros trabajos en IA, influyó enormemente en el sentido que le damos. Es el tipo de inteligencia que sería útil en una batalla. Por ejemplo, lo mejor de la IA actual es su capacidad de buscar patrones. No es extraño, puesto que uno de los primeros usos militares de las redes neuronales —la tecnología en la que se basa ChatGPT— fue la detección de barcos en fotografías aéreas.
Sin embargo, muchos críticos han señalado que la inteligencia no consiste solo en buscar patrones o seguir reglas. También es importante la capacidad de generalizar. La obra de Marcel Duchamp Fuente, de 1917, es un buen ejemplo. Antes de Duchamp, un urinario no era más que un urinario. Pero Duchamp cambió la perspectiva y lo convirtió en una obra de arte. En ese momento, estaba generalizando sobre el arte.
Cuando generalizamos, la emoción anula las clasificaciones arraigadas y aparentemente “racionales” de las ideas y los objetos cotidianos. Deja en suspenso las operaciones habituales, casi maquínicas, de búsqueda de patrones. No es algo que convenga hacer en medio de una guerra.
La inteligencia humana no es unidimensional. Se apoya en lo que el psicoanalista chileno Ignacio Matte Blanco denominó bilógica: una fusión entre la lógica estática y atemporal del razonamiento formal y la lógica contextual y muy dinámica de la emoción. La primera busca las diferencias; la segunda las borra a toda velocidad. Nuestra mente sabe que el urinario está relacionado con el retrete; nuestro corazón, no. La bilógica explica cómo reorganizamos las cosas prosaicas de maneras nuevas y esclarecedoras. Todos lo hacemos, no solo Marcel Duchamp.
La IA no podrá hacerlo porque las máquinas no pueden tener un sentido (no un mero conocimiento) del pasado, el presente y el futuro. Sin ese sentido, no hay emoción, lo que elimina uno de los componentes de la bilógica. Como consecuencia, las máquinas siguen atrapadas en la lógica formal singular. Así que a eso queda reducida la parte de “inteligencia”.
ChatGPT tiene su utilidad. Es un motor predictivo que también puede servir de enciclopedia. Cuando se le pregunta qué tienen en común un botellero, una pala de nieve y un urinario, responde acertadamente que son objetos cotidianos que Duchamp convirtió en arte.
Pero cuando se le preguntó qué objetos actuales convertiría Duchamp en arte, respondió que los smartphones, los patinetes electrónicos y las mascarillas. Aquí no se vislumbra nada de bilógica ni, reconozcámoslo, de “inteligencia”. Es una máquina estadística que funciona bien pero es aburrida. Tiene su utilidad, por supuesto. Pero entonces el verdadero debate deberíamos tenerlo sobre hasta qué punto dependemos del pensamiento estadístico, en vez de sobre las ventajas de la “inteligencia artificial” frente a la “inteligencia humana” ni sobre el hombre frente a la máquina.
El peligro de seguir manejando un término tan inexacto y obsoleto como “inteligencia artificial” es que corremos el riesgo de convencernos de que el mundo funciona con arreglo a una lógica singular: la del racionalismo profundamente cognitivo y sin sentimientos. En Silicon Valley ya hay muchos que así lo creen y se están dedicando a reconstruir el mundo inspirados por esa convicción.
Pero el motivo por el que las herramientas como ChatGPT son capaces de hacer algo mínimamente creativo es que sus patrones de entrenamiento los han creado unos seres humanos reales, con sus emociones complejas, sus angustias y todo lo demás. Y, en muchos casos, no es el mercado —y mucho menos el capital riesgo de Silicon Valley— el que ha pagado por ello. Si queremos que esa creatividad siga existiendo, debemos financiar la producción de arte, ficción e historia, no solo los centros de datos y el aprendizaje automático.
En la actualidad, no parece que las cosas se encaminen en esa dirección. El máximo peligro de no retirar términos como “inteligencia artificial” es que impida ver el trabajo creativo de la inteligencia y, al mismo tiempo, haga que el mundo sea más predecible y estúpido. Este término, con su carácter apolítico y progresivo, hace más difícil descubrir los motivos de Silicon Valley y sus inversores; y, a la hora de la verdad, sus motivos no siempre coinciden con los de la gente.
Por eso, en lugar de pasarnos seis meses examinando los algoritmos mientras esperamos el “verano de la IA”, más nos valdría releer El sueño de una noche de verano, de Shakespeare. Así contribuiremos mucho más a hacer del mundo un lugar más inteligente.































[ARCHIVO DEL BLOG] Movimientos sociales y democracia. [Publicada el 29/06/2013]











No soy un acendrado defensor de la democracia directa. Nunca lo he ocultado y no voy a fingir ahora, en aras de lo políticamente correcto, lo que no siento por ella. Y si un paradigma de esa democracia directa es lo que se cuece a través de internet y las redes sociales, de las que soy asiduo partícipe, basta asomarse a las mismas para echarse a temblar ante la demagogia y el populismo rampante que las invade. Cuestión distinta es, pienso yo, lo que algunos denominan democracia participativa, es decir abierta a los ciudadanos, transparente en su funcionamiento, deliberativa, pero sin sustituir, ni pretender hacerlo, la democracia representativa. La única posible, a mi juicio, en sociedas complejas como las actuales.
Sobre las carencias manifiestas de las democracias representativas y el papel dinamizador que ha insuflado a las mismas y a la política los movimientos sociales como el 15-M, el de los indignados, o las redes sociales a través de internet, va el artículo del profesor Ramón Máiz, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Santiago de Compostela, titulado "El ruido y la furia. El movimiento de los indignados y la teoría de la democracia", publicado en el blog "Vitrinas", de "Revista de Libros", en su número de junio/julio de este año, comentando el libro del también profesor de la Universidad de Barcelona y economista, Félix Ovejero Lucas, titulado "¿Idiotas o ciudadanos? El 15-M y la teoría de la democracia" (Montesinos, Mataró, 2013).
Ya he escrito en otras ocasiones sobre la democracia participativa, y en concreto, sobre la posición que al respecto mantuvo toda su vida mi admirada Hannah Arendt: "La democracia participativa en Hannah Arendt" (entrada del 26 de septiembre de 2011), muy crítica con la democracia liberal clásica, y para la cual las instituciones de las democracias representativas se conciben como foros para la deliberación en los que se reconocen, filtran y depuran los puntos de vista que los ciudadanos han podido conformar, a través de diversas esferas de participación institucionales y no institucionales. ¿Cómo las redes sociales e Internet que ella no conoció?, me preguntaba...
Hannah Arendt, se dice en ella, no defiende un modelo de democracia directa nostálgico, adecuado para pequeñas comunidades cerradas en las que es posible la participación directa de todos los ciudadanos, pero que resulta inadecuado dado el tamaño y su carácter diverso en las sociedades actuales. Por el contrario, añadía, su preocupación fundamental radica en pensar una política que pueda reconocer y darle voz a la pluralidad de puntos de vista públicos que, más allá de los intereses individuales y de las diferencias idiosincrásicas, emergen en las democracias contemporáneas, defendiendo por ello una forma de participación ciudadana más deliberante y efectiva que la que se impone desde el modelo clásico de democracia liberal.
Esa participación activa de los ciudadanos en espacios públicos diversos, como los movimientos sociales tenía para Arendt, un rol transformativo, que le llevaba a cuestionar los valores, las formas de preguntar e interpretar los asuntos públicos que se han establecido como más razonables o aceptables, al mostrar nuevos aspectos u otras experiencias que pueden resultar relevantes para discutir sobre tales asuntos. Esto significa que la participación pública no sólo puede posibilitar que voces minoritarias logren influir sobre las mayoritarias, sino que puede permitir renovar los procedimientos y marcos desde los cuales se enfocan las cuestiones públicas mismas.
Pero Arendt, decía en la entrada citada, no sólo insiste en una participación activa de los ciudadanos en espacios no estatales, sino que considera que el Estado, y en especial el sistema representativo, debe darles voz a esos espacios y estar abierto a las formas de participación deliberativa. En efecto, a su modo de ver, si el gobierno representativo se encuentra hoy en crisis, es en parte porque ha perdido, en el curso del tiempo, todas las instituciones que permitían la participación efectiva de los ciudadanos y en parte por el hecho de verse afectado por la enfermedad que sufre el sistema de partidos: la burocratización y la tendencia de los mismos a representar únicamente a su propia maquinaria. Les recomiendo encarecidamente su lectura, seguro de que les resultará sugerente.
Curiosamente, Hannah Arendt nunca escribió tratado u obra alguna sobre la democracia. Lo hizo, con rotundidad, sobre la política, la revolución, los totalitarismos de izquierda y derecha, pero no sobre la democracia. Con seguridad, porque no concebía otra forma de participación y organización política mejor ni más idónea. En eso, coincidimos una vez más.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt









jueves, 6 de abril de 2023

Del trato a los animales

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Fernando Savater, va del trato a los animales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Especies
FERNANDO SAVATER
01 ABR 2023 - El País
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El filósofo australiano Peter Singer ha recibido el premio Fronteras del Conocimiento BBVA por sus contribuciones al progreso de la moral, o sea, haber expandido el círculo de la ética a los animales no humanos porque también pueden experimentar placer y dolor, sobre todo dolor. Su obra más célebre, publicada hace medio siglo, se titula Liberación animal. ¿De qué hay que liberar a los animales? ¿De la evolución de las especies? ¿De las leyes de Mendel? No, deben ser liberados del yugo humano: se trata de abrirles la jaula. Fuera de la jaula y lejos del pastor podrán dedicarse a su libertad, es decir, a ser lo que la naturaleza ha dispuesto para ellos: al principio algunos quizá estén un poco desconcertados, el chihuahua, por ejemplo, pero se irán acostumbrando. Los humanos, que tantas nuevas familias zoológicas han criado y con tantas han convivido, siempre fueron sus enemigos. El nuevo imperativo moral es: “obra de tal modo que todo ser capaz de sentir sienta lo que más pueda agradarle, sin interferencia tuya negativa”. Este es el utilitarismo, extravagancia moral convertida ya en common sense por los herederos de Bentham.
Como señala Gregorio Luri: “La colonización emotivista del mundo de la vida pretende (...) que la dignidad ya no está ni en lo que se es ni en lo que se hace, sino en lo que se padece”. Singer condena el especismo ético, es decir, preferir moralmente nuestra especie a las de los otros seres vivos. Pero es que en eso consiste precisamente la ética, en el reconocimiento humano de lo humanamente libre y responsable en el confuso tapiz de los efectos y las causas. Fue tarea de Kant racionalizar el especismo estableciendo que para el ser humano la humanidad siempre será un fin y nunca un medio. Hay que ser humanitario con los animales, pero humano entre los humanos. A Singer se le premia, la moda manda, pero no le vayamos a hacer caso...






























[ARCHIVO DEL BLOG] Fotografía: ¿arte o artesanía? [Publicada el 08/03/2009]












Sigo asistiendo junto con mi hija Ruth al "Curso de Iniciación al Arte Contemporáneo" que está celebrando el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. El otro día oí en él una frase, un tanto manida ya, aunque no deje de ser cierta: "Cuando nació la fotografía, la pintura ya no tuvo necesidad de reflejar la realidad".
Sobre este asunto, pintura versus fotografía, leo hoy un interesante artículo del editor y fotógrafo, Mario Muchnik, que con el título "Dos o tres cosas que sé de fotografía" publica en el último número de Revista de Libros. Como está en "abierto" pueden acceder a él y leerlo pinchando en el enlace de más arriba.
La fotografía digital -dice Muchnik- y, por ende, el cine y la televisión digitales, han puesto al alcance de todos la técnica para alcanzar sin mayor esfuerzo a un público de masas. Cualquiera puede tomar una "buena" foto, asegura. Basta con disponer de una buena cámara, de las que evalúan todo correcta y automáticamente en el instante preciso de disparar, pero está por ver que una buena cámara baste para tomar no ya una buena foto, sino una foto memorable.
La primera cuestión que Muchnik pretende dilucidar en su artículo es la de si la fotografía es arte o artesanía. Y para ello se hace tres preguntas que, a la postre, resultan fundamentales: La primera: ¿que puede hacer un fotógrafo que no pueda hacer un pintor?; la respuesta que se da es rotunda: nada. La segunda es ¿qué puede hacer un pintor que no pueda hacer un fotógrafo?; todo, se responde. 3) Y la última: ¿qué puede hacer la fotografía en color que no pueda hacer la fotografía en blanco y negro?; y la respuesta es que todo lo que hace el color lo hace mejor el blanco y negro porque la fotografía en blanco y negro es más abstracta y fiel a su esencia que la fotografía en color; que la fotografía en blanco y negro es una artesanía que funciona por abstracción de la realidad. Si para MuchnikMuchnik la fotografía es una artesanía no inferior al arte, aunque sea otra cosa, ¿no será artesanía todo arte?, se pregunta...
La segunda parte del artículo la dedica el autor a comentar la evolución técnica del fotograma, desde el primitivo tamaño de 24x18 mm. y tracción vertical, hasta el de 36x24 mm., y tracción horizontal, siempre en búsqueda de la llamada proporción áurea de los clásicos: 1/1,6183, pero lo más interesante de todo llega cuando Muchnik desgrana ante el lector las tres grandes lecciones que como fotógrafo recibió a lo largo de su vida. La primera, en los años sesenta, de Ken Heyman, fotógrafo norteamericano, y puede resumirse en la importancia de pasar desapercibido. La segunda, de David Douglas Duncan, es que el buen fotógrafo siempre debe usar su libre albedrío para decidir entre una foto debil o una foto vigorosa. La tercera y última, de Cartier-Bresson, y es la de que el contenido humano siempre debe primar sobre los contenidos formales.
La conclusión a la que llega Muchnik, a modo de "coda" es también vigorosa: "Todos los fotógrafos pueden fotografiar gente. Son pocos los que quieren y pueden fotografiar personas". Les aseguro que merece la pena leerlo.
Pinchando en este enlace de la World Press Photo pueden ustedes ver las consideradas por esa organización las 50 mejores fotografías de la historia. Todas emocionan, pero sin duda yo me quedo, por razones muy personales, con la tomada por el fotógrafo norteamericano Douglas Martin el 4 de septiembre de 1957 (la tercera de la serie) en un Instituto de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte (Estados Unidos de América). Otro día contaré porqué. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt











miércoles, 5 de abril de 2023

De las decepciones

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Antonio R.Rubio, va de las decepciones. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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La era de las decepciones: de «reformistas» a líderes autoritarios
ANTONIO R. RUBIO PLO
28 NOV 2022 - Revista de Libros
Reseña de La era de los líderes autoritarios, de Gideon Rachman
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Gideon Rachman, analista de relaciones internacional del Financial Times, publica un libro que no es otro más de los que han aparecido últimamente sobre el populismo. En primer lugar, aporta testimonios sobre algunos líderes populistas, de ellos mismos o de personas de su entorno, y en segundo lugar, pone el acento en que los líderes autoritarios no son solo gobernantes como Vladimir Putin y Xi Jinping. Pueden surgir también en el seno de las democracias, bien sea las de reciente creación o las consolidadas como Estados Unidos y Gran Bretaña.
La era de las decepciones y de la polarización
En una de sus obras anteriores, Un mundo de suma cero, Rachman calificaba la época inaugurada por la crisis económica y financiera de 2008 como «la edad de la ansiedad», y ahora introduce la teoría de que, desde 2012, con la llegada al poder de Xi Jinping, ha comenzado la era de los líderes autoritarios. Un rasgo de este período estaría marcado, según Rachman, por las decepciones, pues algunos de ellos fueron tomados como líderes reformistas, llamados a cambiar el futuro de sus países afectados por severas crisis políticas, sociales y económicas. Más de un analista internacional llegó a afirmar que el pueblo había elegido con acierto a gobernantes llamados a cambiar la historia. Las ilusiones se perdieron pronto, pues nunca tuvieron un fundamento sólido, y el advenimiento de estos líderes ha servido para trastocar los cimientos de la democracia liberal. Con ellos, la democracia fue perdiendo su calificativo de liberal para transformarse, de modo implícito, en una democracia plebiscitaria, de aclamación y veneración por el líder, y que ha llegado a considerar como una amenaza para «el gobierno del pueblo» el estado de derecho y el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales. No lo dice expresamente el autor, pero a mí me recuerda lo que se decía hace años del México del PRI: una dictadura democrática o una democracia dictatorial.
Lo cierto es que la democracia entendida como un marco de equilibrios y contrapesos es despreciada por los líderes autoritarios. Su actitud conspiranoica les hace considerar a las instituciones democráticas como un peligro para su poder, que ellos identifican con el del «pueblo», al que dicen amar hasta el extremo de considerarlo como un apéndice de ellos mismos. Con este planteamiento la posibilidad de alternancia, propia de la democracia liberal, queda absolutamente descartada, pues los gobernantes no ven en la oposición un adversario sino un enemigo, ya que están convencidos de que, si llegan al poder, pondrán patas arriba todas las leyes que el líder ha impulsado por el «bien» del pueblo. Las elecciones, por tanto, se convierten en un trámite tan fastidioso como necesario. No es extraño que esos líderes cultiven una política de la sospecha y fomenten la polarización, con continuas alusiones, entre otras, a las élites, instrumentos de ese monstruo de rostro indefinido llamado globalismo y que pretendería subyugar a las naciones.
Putin y Erdogan, dos nacionalismos con aspiraciones de potencia
Las decepciones están presentes en diversos capítulos del libro, en los que asistimos al momento en que el líder «reformista» se quita la careta y esgrime, sin ningún tipo de miramientos, la necesidad de perpetuarse en el poder para preservar un legado que se presenta como histórico. En el caso de Putin, una de las primeras desilusiones fue la de Bush, que tardó algo de tiempo en darse cuenta de que su relación no sería la misma que tuvieron Clinton y Yeltsin. Putin demostró ser un nacionalista irreductible, que enseguida convenció a una mayoría de sus compatriotas de que Putin y Rusia formaban un todo insuperable. Se trata de una postura rígida, inasequible a la evidencia de que el liderazgo del presidente ruso no ha estado marcado en los últimos años por los éxitos, incluyendo la guerra de Ucrania. Rachman recuerda que hace unos años Obama afirmó que Rusia era solo una potencia regional, algo que irritó al Kremlin, que ha intentado demostrar en el Oriente Medio o el África subsahariana su condición de potencia global, aunque los resultados prácticos hayan sido bastante limitados.
El autor señala que Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco, ha edificado en Ankara un monumental palacio, superior en extensión a Versalles y al Kremlin juntos. Es un palacio digno de un sultán que ocupa el presidente de una república a punto de celebrar su centenario en 2023. Surge nuevamente la decepción en este capítulo, pues se recuerda que hace veinte años se consideraba a Erdogan como el político que pondría fin a largas décadas de una democracia tutelada por los militares. El fin de la influencia militar sería una gran oportunidad para las libertades, y no solo eso, pues el islamismo moderado del entonces primer ministro era presentado como una versión musulmana de la democracia cristiana, algo que constituiría un ejemplo para los vecinos de Turquía y le abriría las puertas de la UE. Sin embargo, la actitud de Erdogan fue la de querer emular las glorias del imperio otomano y dejar en un segundo plano la Turquía laica de Kemal Atatürk. A partir del golpe fallido de 2016 mostró a las claras su conducta autoritaria al desencadenar una violenta represión contra medios de comunicación, funcionarios sospechosos y adversarios políticos. Del fundador de la república se decía que buscaba tener «cero problemas con los vecinos», pero con Erdogan ha sucedido exactamente lo contrario, sobre todo con Siria y otros países árabes. Únicamente con la Rusia de Putin el presidente turco ha sabido mantener un delicado equilibrio, en el que el interés es mutuo, y la guerra de Ucrania es buen ejemplo de ello. Sin embargo, tal y como señala Rachman, el neootomanismo de Erdogan no le servirá para que su país se convierta en una gran potencia.
Xi Jinping y Narendra Modi, dos tipos de líderes autoritarios
La ascensión de Xi Jinping a la jefatura del estado y del partido comunista chino en 2012 fue saludada, según recuerda el autor de este libro, por un veterano corresponsal de la BBC, John Simpson, como el triunfo de un auténtico discípulo de Deng Xiaoping, el gran reformista del posmaoísmo. El periodista afirmó además que XI continuaría la política de «ascenso pacífico» de la China de Hu Jintao, a tenor de declaraciones como esta: «La teoría de que los países fuertes deban buscar la hegemonía no es aplicable a China». Según Simpson, la economía de mercado se afianzaría en el país asiático y en pocos años habría elecciones libres al parlamento. Sin embargo, Xi demostró muy pronto que el partido seguía siendo el único líder y puso el acento en la ideología. El culto a la personalidad y la prolongación del mandato de Xi vendrían después.
En el caso de Narendra Modi, primer ministro de la India, Gideon Rachman reconoce que él mismo se equivocó al considerarle en 2014 un reformador político que antes había sido un humilde vendedor de té. Con Modi llegó al poder el nacionalismo hindú, que siempre había cuestionado la India multicultural de Nehru y de la familia Gandhi. Desde entonces el hinduismo ha pretendido convertirse en el punto de referencia exclusivo del país, hasta el punto de presentar como culturas extrañas al budismo y al Islam, pues fueron traídas por dominadores extranjeros, no menos opresores que los británicos. Pese a todo, tal y como destaca Rachman, Estados Unidos y la UE han mantenido una actitud tibia hacia el autoritarismo de Modi, pues es un socio estratégico indispensable para frenar la hegemonía china.
Líderes autoritarios en democracias occidentales
Gideon Rachman insiste de continuo en que los líderes autoritarios pueden surgir incluso en países de la UE. Bien conocido es el ejemplo de Viktor Orban, primer ministro húngaro, que no ha tenido reparos en afirmar que su país es una «democracia iliberal». No deja de ser curioso que sea el mismo hombre que en 1989 defendiera la causa del liberalismo frente a un sistema comunista agonizante. Sin embargo, como bien recuerda el autor, las elecciones de 1994, que perdió su partido, le llevaron a la convicción de que había que echarse en brazos del nacionalismo húngaro, lo que inevitablemente le llevaría a cuestionar el estado de derecho, una actitud que comparte con el líder polaco, Jarolasv Kaczynski, vencedor de las elecciones legislativas de 2015, al que se le atribuye esta expresión: «El bien de la nación está por encima de la ley». Pero a diferencia de Orban, la actitud de Kaczynski no ha provocado ninguna sorpresa.
Con todo, en las democracias consolidadas pueden surgir líderes autoritarios, y el ejemplo más conocido es el de Donald Trump, del que pocos analistas creían que fuera a ganar las elecciones presidenciales de 2016. Pero Trump tampoco ha decepcionado, pues en el libro se recogen unas declaraciones suyas a Playboy en 1990, donde muestra sus simpatías por los líderes autoritarios y un cierto desdén por las reformas de Gorbachov, al tiempo que expresa su «comprensión» ante los sucesos de Tiananmen. Muchos años después, Trump tampoco ocultaría sus afinidades con Putin y Erdogan.
En uno de los capítulos Rachman coloca a Boris Johnson entre los líderes autoritarios, lo que no ha debido de gustar a parte de sus lectores británicos. Sin embargo, el autor dice hablar con conocimiento de causa, pues considera que Johnson es un maestro de la puesta en escena, que siempre ha apostado por lo imprevisible, concretamente por un euroescepticismo del que no dio excesivas muestras en los inicios de su carrera política. Finalmente, el Brexit fue su instrumento para llegar al poder. Su histrionismo contrasta con la hosquedad de otros líderes autoritarios, aunque, en cualquier caso, ha sido fiel toda su vida a lo que uno sus profesores en Eton dijo de él: «Es un buen tipo, pero no le afecta el conjunto de obligaciones que atañen a los demás».
Un elenco de líderes autoritarios en contraste con líderes de la democracia liberal
La lista de líderes autoritarios presentada por el autor se completa con el presidente filipino Rodrigo Duterte, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el príncipe saudí Mohamed ben Salman, el presidente brasileño Jair Bolsonaro, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el primer ministro etíope Abiy Ahmed Alí. El autoritarismo de la mayoría de ellos tampoco ha constituido ninguna sorpresa, aunque tampoco han faltado decepciones como las del político etíope, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2019, y que ha llevado una guerra implacable contra la rebelión en Tigray. En contraste, Gideon Rachman presenta como los verdaderos representantes de la democracia liberal a Emanuel Macron, Angela Merkel y Joe Biden, que para él son la antítesis de los líderes populistas. Sus mayores simpatías son por Biden, que ha recuperado el papel de Estados Unidos como cabeza de las democracias occidentales, inconcebible con Trump y su eslogan de «America First».
El balance final del libro es la opinión de Rachman de que la era de los líderes autoritarios no es irreversible. Sus estudios de historia en la universidad de Cambridge le habrán enseñado que la historia es cambiante y que el éxito nunca es definitivo. De hecho, afirma: «El gobierno del hombre fuerte es una forma de gobierno inherentemente fallida e inestable». Seguramente piensa que perecerá víctima de sus propias contradicciones, tal y como escribiera George Kennan del sistema soviético, aunque también es consciente de que, mientras eso sucede, los líderes autoritarios seguirán provocando caos y sufrimiento.


















[ARCHIVO DEL BLOG] Redes sociales, prensa y democracia. [Publicada el 25/08/2013]












Creo que fue Thomas Jefferson, el que fuera tercer presidente de los Estados Unidos de América, en el mismo inicio del siglo XIX, el que dijo que preferiría ser ciudadano de un país con un gobierno arbitrario y tiránico pero con una prensa libre, que no ciudadano de otro con un buen gobierno pero sin prensa. He hecho la cita de memoria, pero más o menos por ahí andaba su criterio.
Que las empresas periodísticas ya no son lo que fueron (y no digamos las cadenas de radio o televisión) está claro y no admite mucho campo de discusión. Que el periodismo independiente está en "horas bajas", tampoco. Pero de ahí, a decir lo que dicen Mario Tascón y Yolanda Quintero, autores del libro "Ciberactivismo: las nuevas revoluciones de las multitudes conectadas" en su artículo de ayer en El País: "Revoluciones en red", que las redes sociales comienzan a desempeñar el papel que tuvo la prensa, tengo la impresión de que media un abismo que todavía no hay forma de saltar (o de unir). 
Como he comentado en entradas anteriores, pienso que los movimientos sociales no pueden (ni deben) sustituir los mecanismos propios de la democracia representativa: parlamentos, gobiernos, elecciones periódicas, partidos políticos... Otra cosa es que ni parlamentos, gobiernos, elecciones y partidos estén a la altura, ni por asomo, de lo que la ciudadanía espera y demanda de ellos. Por eso hay que corregirlos, no sustituirlos.
Con las redes sociales pasa lo mismo. Curiosamente, en el artículo de la periodista y escritora Barbara Probst Solomon que reproducía en mi entrada de ayer en el blog: "Obama, "for president!: Ya hace cinco años", escrito el 24 de agosto de 2008, decia esta: "Los periodistas (independientes), blogueros y adictos al ciberespacio han sustituido al gobierno en el papel de Gran Hermano vigilante de Orwell". Para bien y para mal.
Creo, sinceramente, que el periodismo de investigación y opinión nunca podrá (ni debería) ser sustituido por las opiniones volátiles y en su mayor parte irresponsables (en el sentido técnico del término, no como descalificación) de las redes sociales. Las redes sociales son un fundamental instrumento de comunicación libre y abierto pero no pueden pretender, ni les corresponde, asumir el papel de formadores de opinión que sí deben ejercer la universidad, las escuelas, una prensa libre y plural, y asociaciones ciudadanas libres políticas y civiles. En general, y sin "animus iniurandi", que decían los romanos, leer la mayoría de los comentarios que se publican en las redes sociales es como para echarse a temblar.
De nuevo las casualidades, también ayer, en mi entrada titulada "Isaiah Berlin, o el zorro en el gallinero", reproducía una frase del gran filósofo británico que creo no ha perdido un ápice de vigencia: "Lo que pide esta época no es más fé, un liderazgo más fuerte o más organización científica; es más bien lo contrario: menos ardor mesiánico, más escepticismo culto y más tolerancia de las idiosincracias. Los hombres no viven de luchar contra los males, viven de elegir sus propias metas, una gran mayoría de ellas raramente previsibles y en ocasiones incompatibles."
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt