lunes, 27 de febrero de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] 200 años de Constitución. [Publicada el 18/03/2012]

 





Me sumo con enorme respeto y admiración al homenaje que el pueblo español rinde en estos días a esos otros españoles de "ambos hemisferios", hijos de la Ilustración, que mañana hace justamente doscientos años, promulgaban en la ciudad de Cádiz la primera Constitución de nuestro país,  la primera constitución liberal de Europa, y que con ello hacían nacer la Nación española como sujeto y protagonista de la historia patria.  
Pueblo, patria, país, nación, Estado: He utilizado cinco términos que coloquialmente pueden ser considerados como sinónimos pero que histórica, jurídica y políticamente designan realidades distintas. En el Diccionario de Política (Siglo XXI, Madrid, 1994) de Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, ni tan siquiera figuran las voces "patria" o "país", y las tres restantes reciben tratamiento desigual: diez páginas la de "Estado", cinco la de "nación", y dos la de "pueblo". 
Que el 19 de marzo de 1812 nacía la "Nación española", no es una afirmación gratuita. Contra lo que suele pensarse habitualmente el "Estado" no es una creación de la "Nación", sino, precisamente, lo contrario: es el Estado el que crea la Nación como entidad política. Por supuesto que España existía como Estado antes de esa fecha, pero no como nación. Antes de la Revolución Francesa y de la proclamación solemne de la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Artículos de Constitución, en Octubre de 1789, existía el Estado francés, pero no la Nación francesa. Es el cambio de súbditos a ciudadanos que conlleva la revolución (en Estados Unidos, en Francia, en España, Iberoamérica, Alemania e Italia) y la promulgación de  sus respectivas Constituciones las que crean las nuevas realidades nacionales como sujetos y protagonistas de la Historia.
Desde la página electrónica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, creada en 1988 por la Universidad de Alicante, y sostenida en la actualidad por la Fundación de ese mismo nombre que preside Mario Vargas Llosa, pueden acceder al portal dedicado a la Constitución española de 1812. Un portal temático que, bajo la dirección científica del profesor Ignacio Fernández Sarasola, de la Universidad de Oviedo, y en colaboración con Fernando Reviriego Picón, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, ofrece un amplio e impresionante catálogo de textos sobre la primera Constitución promulgada en España: contexto histórico, documentos, cronología, bibliografía, estudios, imágenes y enlaces de interés. Les animo a visitarlo y disfrutar de su contenido.
Y desde la Revista de Historia Constitucional, su número 13, editada también por la Universidad de Oviedo, acceder al monográfico especial que dedica a la Constitución de Cádiz con motivo de su bicentenario. Más de 800 páginas con decenas de artículos publicados por los más eminentes y prestigiosos historiadores, profesores y politólogos en homenaje a nuestra primera constitución.
Con cierta dosis de nostalgia, no exenta de cariño, rememoro con ocasión de la fecha que conmemoramos dos entradas anteriores del blog sobre este mismo asunto del bicentenario de la Constitución de Cádiz: Una, publicada el 20 de abril de 2009, con el título de Los fastos de Cádiz. Carta abierta a la ministra de Cultura; la otra, de fecha 9 de abril de 2010, titulada Historiadores y fastos patrios, que espero les resulten interesantes.
Y como colofón de la efeméride pueden leer el artículo 1812: Cuando España quiere ser moderna e ilustrada" que en El País del 19 de marzo publicaba José María Lasalle, secretario de estado de Cultura; el editorial de ese mismo periódico titulado Las preguntas de Cádiz;  y los enlaces a otros artículos de opinión sobre el hecho que nos ocupa a los que pueden acceder desde los mismos.
Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt






domingo, 26 de febrero de 2023

Del imperialismo liberal

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la politóloga María José Villaverde, va del imperialismo liberal. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









La paradoja del liberalismo ‘imperialista’
22 FEB 2023 - ​El País​
​harendt.blogsoot.com​

Si volvemos la vista al siglo XIX, cuando se gestan las claves de nuestro mundo actual, asistiremos a la aparición del llamado liberalismo imperialista, un imparable movimiento expansionista europeo hacia Asia y África, encabezado por Gran Bretaña. Inglaterra había arrebatado Canadá a Francia, se había asen­tado en Australia y en la India, invadido Afganistán, intervenido en Oriente Medio, Crimea y China… Francia y Gran Bretaña continuarían disputándose la hegemonía en Oriente y África hasta que entre 1884 y 1885 la conferen­cia de Berlín legalizó el reparto de territorios.
Alexis de Tocqueville apoyó el expansionismo europeo y es un ejemplo paradigmático de la pretendida ambigüedad del pensamiento liberal de esos años.
Abanderado de la democracia estadounidense, luchador incansable en favor de la abolición de la esclavitud, crítico implacable de la desigual­dad racial y del exterminio de los indígenas norteamericanos, fue a la vez un nacionalista eurocéntrico, defensor del colonia­lismo, del imperialismo y de la guerra de Argelia —con sus razias contra la población civil y la muerte por asfixia de hombres, mujeres y niños en las tristemente famosas enfumades—. Si en el siglo pasado se alabó su lado bueno, hoy predomina su otra cara, que está dando alas a los decolonialistas para incluirle en la lista de pensadores que merecen ir a parar al basurero de la historia.
Pero cuando se acusa a Tocqueville de que su liberalismo no cuadra con su colo­nialismo y su imperialismo, y de que traicionó los principios liberales, lo estamos contemplando de manera ahistórica desde nuestra óptica de ciudadanos del siglo XXI. La contradicción solo puede despejarse enmarcándolo en su época y en el marco geopolítico europeo entre 1830, cuando Francia inicia la conquista de Argelia, y la década de 1860 (ya falle­cido Tocqueville), cuando Europa culmina prácticamente su expansión por Asia y amplía sus dominios en África.
En relación con el colonialismo, Tocqueville adoptó la misma posición que ante la democracia: eran movimientos incontenibles que anuncia­ban el futuro y que debían ser encauzados. Temía que la sociedad democrática por excelencia, la estadounidense, no aceptara la inclusión de negros e indios. De ello dependía su destino político. Pero la integración de pueblos de culturas distintas no era solo el principal problema de la nación norteamericana, sino un desafío trascendental al que se enfrentaba la democracia en el mundo. ¿Qué ocurriría en Argelia, en la India y en los restantes países a los que llegaría más pronto que tarde el movimiento expan­sionista europeo?
A ojos de Tocqueville, el colonialismo era beneficioso tanto para los nativos como para los europeos. Eran ideas propias de la época heredadas de la gene­ración anterior, que él compartía con la mayoría de los liberales europeos, los sansimonianos, fourieristas y republicanos de izquierda, convencidos de la preeminencia de la cultura occidental y del deber de los pueblos desa­rrollados de aportar las luces a los más atrasados, sacarlos de su postración econó­mica y cultural, y conducirlos a la libertad.
En Francia, los planes para colonizar África se sucedieron desde mediados del siglo XVIII auspicia­dos por sectores de las élites políticas y económicas (fisiócratas, girondinos, “amigos de los negros”) mayoritariamente abolicio­nistas y partidarios de una nueva política colonial coherente con sus ideales ilustrados.
En 1830, cuando se inició la conquista y colonización de Argelia, los objetivos filantrópicos de la generación anterior (la “misión civilizadora” y el deseo de liberar al país africano del despotismo turco) se sumaban a intereses comerciales, políticos y estratégicos (frenar el amenazador expansio­nismo británico). Alexis de Tocqueville y Louis Blanc compararon la política colonial con las Cruzadas.
Tocqueville ni se pronunció ni compartió el fervor colonialista de la opinión pública. Solo cuando la presencia francesa en Argelia fue un hecho consumado, alertó de que la ocupación no tendría sentido si Francia no conseguía desarrollar y modernizar el país.
Aunque el colonialismo siempre había tenido detractores, a mediados del siglo XIX (e incluso antes) las esperanzas puestas en él se fueron resquebrajando ante las revueltas de los colonizados y el incremento de la violencia para reprimirlas.
Tocqueville acabó siendo consciente, contrariamente a otros liberales como John Stuart Mill, de que las diferencias entre el pueblo conquistador y el dominado eran insalvables y de que el choque entre ambos pueblos despertaba entre los sometidos sentimientos de odio y pulsiones nacionalistas muy difíciles de encauzar. No creía que una civilización supuestamente superior hiciese necesariamente avanzar a la más atrasada cuando ambas entraban en contacto. En Argelia, el colonialismo naufragó por los errores cometidos por los franceses, pero también por el rechazo que suscitaba entre los árabes y que hizo germinar el nacionalismo musulmán de Abdelkader. ­Las naciones colonia­les generaban relaciones de poder y oprimían a los pueblos dominados incluso en nombre de la libertad y de las luces.
Tocqueville vaticinó muy pronto, en 1847, el probable fracaso de la política imperia­lista europea, que en el siglo XX generaría las guerras de liberación nacional y el surgimiento de nuevas naciones. Porque no solamente el imperialismo “perverso” encarnado supuestamente por Gran Bretaña (según Louis Blanc), que explotaba a las pobla­ciones y esquilmaba sus materias primas, hacía aflorar rechazo y odio, sino también el “altruista” y “humanitario”, simbolizado por Francia, que pretendía propagar la modernidad y el progreso.
¿Qué decir ahora de la connivencia entre liberalismo e imperia­lismo? Los especialistas ofrecen dos lecturas. O bien el liberalismo habría tenido siempre una dimensión imperialista debido a su idea de progreso, su misión civilizadora y su conciencia de superioridad, o bien sus porta­voces más relevantes (como John Stuart Mill o Alexis de Tocqueville), al respaldar al imperialismo, traicionaron los valores liberales.
Pero no se puede culpar al pensamiento liberal de una contradic­ción que reside en el propio imperialismo. Louis Blanc apuntaba que el colonialismo (sinónimo de imperialismo) francés aspiraba a salvar el mundo, no a esclavizarlo, y que Carlos Marx y Gandhi apoyaron en algún momento al Imperio británico. Más tarde, la necesidad del imperialismo de recurrir cada vez más a la violencia ante el rechazo de los colonizados arrinconó el proyecto universalista y la misión civilizadora que lo habían justificado. El imperialismo se alejó así de los obje­tivos éticos que compartía con la teoría liberal.
Así que sería preferible no hablar de un liberalismo imperialista, sino de un imperialismo libe­ral, que acabó renegando de los postulados liberales que un día había hecho suyos.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Sauce ciego, mujer dormida. [Publicada el 11/03/2009]










Tengo una peculiar manera de acercarme a la compra y lectura de un libro del que desconozca casi todo, con la que no me ha ido nada mal hasta ahora. Desde luego la primera impresión cuenta, y es que los libros, como las personas, entran por los ojos: el libro en sí, independientemente de su contenido, tiene que resultar atractivo. Por su formato, encuadernación, composición de la portada, título... Espero que no se me tache de pueril; se que lo importante está dentro, pero ya llegaremos a ello. Ahora hablo del placer estético, físico, casi -o sin casi- sensual, que supone coger un libro en las manos. Los que leen todo en una pantalla de ordenador no saben lo que se pierden. No suelo comprar libros ni novelas de los que no se nada previo: autor, contenido, temática, etc., etc., así que gracias a la contraportada, me hago una idea más sobre el "de qué va" y la vida y obra de su autor. Y luego el índice: da igual que esté al principio o al final del libro. Cumplidos los trámites anteriores, que pueden llevar desde unos cuantos segundos a cuatro o cinco minutos, comienzo a leerlo. Siempre y de corrido, las dos o tres primeras páginas. Si se despierta en mi un interés manifiesto, muy manifiesto..., por él, lo más probable es que el libro en cuestión acabe en la cesta. Nota al pie: Antes era un lector y comprador compulsivo de libros. Muchos por motivos académicos, y muchos más, por el mero placer de saberme poseedor de ellos. Ahora ya he aquilatado lo suficiente mi gusto estético como para saber que eso es una gilipollez, que los "super-ventas" de las grandes superficies comerciales suelen ser una pifia, y que los grandes premios (a lo "Planeta") están concedidos de antemano en función de intereses editoriales, normalmente extra-literarios. Y por supuesto, que uno no puede "comprar" todo lo que se le pone delante, porque tampoco voy a tener tiempo para leerlo. Ya estamos con el libro en casa. Mejor por la tarde (aunque cualquier hora es buena, si las circunstancias son propicias), sentado cómodamente, sin ruidos que distraigan, aunque una agradable música a volumen adecuado ayuda bastante a disfrutar de su lectura. Es hora de comenzar. Releo esas primeras páginas que comenté. Si persiste el agrado, digamos que en las veinte primeras páginas, sigo con su lectura; si encuentro "algo" que me provoca rechazo, ojeo al azar algunas páginas centrales; si persiste el desagrado, me voy al final... Y ahí, se acabó la historia. Lo aparco hasta mejor ocasión; probablemente no llegue nunca a terminarlo... Hace unos días terminé de leer el libro que da título a este comentario: "Sauce ciego, mujer dormida", editado por Tusquets (Barcelona, 2008). Es un libro de cuentos del escritor japonés y profesor en Estados Unidos, Haruki Murakami, regalo de mi hija Ruth por mi cumpleaños, que es una lectora compulsiva e inteligente, de sesenta o setenta libros anuales. Yo no soy lector asiduo de cuentos; los últimos leídos, creo recordar, "El Aleph", del argentino Jorge Luis Borges y "La mesa limón", del británico Julián Barnes, ambos excelentes. Me costó entrar en la lectura de Murakami, por su estilo literario, extraño para un occidental, por su forma de narrar, y por la temática de sus historias. La oriental es una literatura extraña para mi; que yo recuerde, salvo el "Libro Rojo" (lectura pecaminosa de juventud) de Mao (si a eso se le puede llamar literatura), todo lo demás es "terra incognita". A pesar de ello, conforme avanzaba en la lectura de los cuentos de Murakami, comencé a "cogerle el tranquillo"... Las diversas historias que conforman el libro van resultando cada vez más interesantes: es posible que su ordenación no sea fruto de una decisión del autor sino del editor; no lo sé, pero la sensación de placer se intensificaba conforme avanzaba en su lectura. Hacia el final del libro, los dos mejores relatos a mi juicio: "Hanalei Bay", sobre una madre que viaja a Hawaii a recoger los restos de su hijo muerto por un tiburón mientras hacía surfing, y "El mono de Shinagawa", sobre una joven que es incapaz de recordar su nombre, en una historia que podemos calificar de "realismo mágico", o ensoñador, de sorprendente y emocionante conclusión. Y lo que no han conseguido editoriales, promociones, universidades y críticos, lo han conseguido los alumnos de bachillerato de un Instituto de Santiago de Compostela, en Galicia. Traer a Murakami a España. Lo pueden leer en el reportaje que en El País escribe el periodista Jesús Ruiz Mantilla. Se los recomiendo: el reportaje y el libro. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt










sábado, 25 de febrero de 2023

De lo que el nazismo prometió a las mujeres

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la investigadora cultural Berta Ares,  va de lo que el nazismo prometió a las mujeres. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Las mujeres que votaron a los nazis
BERTA ARES YÁÑEZ
21 FEB 2023 - El País
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Las crónicas del periodista Manuel Chaves Nogales son un excelente medio para adentrarse en la historia europea de la primera mitad del siglo pasado. Me detengo en las que escribió en su viaje a la Alemania nazi, publicadas durante la primavera de 1933. Una de ellas se titula ¿Por qué son nazis las mujeres? Da que pensar.
Para empezar, da que pensar lo importante y necesario que es comprender el titular en su contexto y no aislarlo de su tiempo. Descontextualizado y traído a nuestro presente, suena a aberración. O debería sonar. Tanto hemos manipulado, banalizado y abusado del uso del término nazi que hemos olvidado cómo empezó todo.
En solo nueve décadas hemos tergiversado su significado y ahora nos permitimos utilizarlo para denigrar al feminismo. Los que odian las libertades de las mujeres, y por tanto a las mujeres, nos han colado un gol al introducir en nuestra lengua la palabra feminazi, que Google, ese buscador con el que se están formando las jóvenes generaciones, define como “feminista radical”.
¿Por qué son nazis las mujeres? Este maestro del periodismo, a la altura de Joseph Roth, formula la pregunta, precisamente, desde el asombro. Influido por las ideas del movimiento feminista en España, pero sobre todo conocedor de la liberación de las mujeres alemanas durante la República de Weimar, se sorprende del fuerte apoyo que el nacionalsocialismo recibe de ellas, y eso que promete enviarlas al fogón, quitarles sus derechos políticos y ponerlas, literalmente, a parir.
A lo largo de su viaje, el periodista toma contacto con la cantera nazi. El prototipo es el hombre joven, fuerte y sano. El pequeño burgués luce con orgullo la cruz gamada en su negocio. Miles de desempleados encuentran acogida en campamentos nazis donde trabajan por un par de monedas, rancho, alojamiento y una instrucción física que les deja una tableta abdominal de ensueño. El proletariado también se deja engatusar por el ideal nacionalsocialista, y la juventud alemana, objetivo contundente del aparato propagandístico de Goebbels, está con el Führer. Pero, por qué las mujeres.
El filósofo Martin Heidegger se adhiere al partido nazi. Juristas, filólogos, filósofos e historiadores de renombre no solo apoyan el régimen fascista, también forman parte de los órganos de represión del Tercer Reich. Los grandes industriales se suman a una causa en la que atisban visos de una modernidad rutilante. El hitlerismo promete prosperidad y se cuentan a millares los que se dejan deslumbrar por la promesa de un nuevo comienzo. Pero, por qué las mujeres.
El periodista encuentra un posible motivo en el cansancio de estas por hacerse un hueco laboral durante el período de entreguerras: “Las más débiles, las que han llevado la peor parte, no pueden más. Extenuadas, batidas constantemente en esta lucha desigual del arroyo, han oído las palabras del Führer, que predica la vuelta al hogar, como una voz celestial. ¿Será verdad?, preguntan ilusionadas. ¿Volveremos al gran tiempo? ¿Tendremos un hogar y unos hijos?”.
Hogar no sé, reflexiona él, hijos sí, Hitler los necesita para una guerra que una gran mayoría de hombres está dispuesta a librar. Sin embargo, ¿ellas?
Es a la vez inquietante e instructivo conocer hoy el mundo de ayer. A toro pasado, es decir, con perspectiva. Saber cómo se formó el delirio fascista, pero también los espeluznantes acontecimientos en los que derivó: los campos de concentración y exterminio, la masacre de Babi Yar o el bombardeo de los aliados sobre poblaciones alemanas, por ejemplo.
Una mujer en Berlín es una de las pocas obras narrativas que describe la agónica situación de los civiles alemanes (hombres y mujeres) bajo el bombardeo masivo. Escrito entre abril y junio de 1945 a modo de diario y publicado de forma anónima, su autora, Marta Hillers, era una periodista alemana formada en la Sorbona, políglota y propagandista nazi. Probablemente, una de esas mujeres que votó a los nazis. También fue una de los dos millones de víctimas de las agresiones sexuales del Ejército Rojo.
En Sobre la historia natural de la destrucción, W. G. Sebald relata, entre otras cuestiones, el destino de esas mujeres en su huida de los bombardeos: algunas llevaban a cuestas, dentro de una maleta, el cadáver de su bebé. El cineasta ucranio Serguéi Loznitsa ha llevado recientemente al cine el ensayo de Sebald, del que toma el título. Con él nos convierte en testigos de un horror pasado que encuentra eco hoy en los bombardeos rusos sobre Ucrania. Su obra nos compromete, parece decirnos que el dragón, es decir, el anhelo místico de crear un imperio, ha despertado.
Sabemos que hay una férrea resistencia feminista en Rusia, pero el feminismo no es un titán y las exigencias y amenazas de un Estado totalitario son intensas. También sabemos que el delirio nazi maduró en las mentes infantiles durante la Gran Guerra. El fascismo no pone las luces cortas. Atentos a la militarización de niños y niñas desde hace años.






















[ARCHIVO DEL BLOG] El Roque Nublo: 42 años después. [Publicada el 04/07/2009]










Al atardecer del día 29 de marzo de 1967, a bordo del Caravelle de Iberia que me traía de Madrid a la isla de Gran Canaria, vi por vez primera el Roque Nublo recortándose en el horizonte, con la majestuosa silueta del Teide al fondo. Una imagen muy parecida a la que figura como portada de mi Blog.
El Roque Nublo es el monumento natural más emblemático de Gran Canaria. Uno de los mayores roques basálticos del mundo. Situado prácticamente en el centro geográfico de la isla, en una zona muy abrupta de origen volcánico, alcanza una altura de 80 metros desde su base y de 1813 metros sobre el nivel del mar. Fue lugar mágico, de culto, de los aborígenes prehispánicos junto a su vecino el Roque Bentayga, y hoy ocupa sin duda alguna el epicentro de los sentimientos más profundos de todos los grancanarios.
42 años, 3 meses y 5 días después de esa fecha he cumplido mi sueño de subir hasta él. No se porqué no lo había hecho antes; quizá porque estaba ahí desde hace unos cuantos millones de años y tenía la seguridad de que no iba a cambiar de ubicación, que siempre iba a estar esperándome. Ha sido una visita bastante impremeditada la que le he hecho, acompañado por mi mujer y el más joven de mis yernos, pues sólo habíamos salido con la intención de dar un paseo en coche por las cumbres de la isla y subir hasta su punto más alto, el Pico de las Nieves, a 1949 metros de altitud. Pero así ocurren las cosas. El día estaba espléndido y casi de repente, cuando bajábamos hacia la costa buscando un restaurante donde comer nos encontramos a los pies del sendero forestal que lleva hasta el Nublo. Y no pudimos ni supimos resistir la tentación... De lo impremeditado de la subida es prueba de que ni tan siquiera se nos ocurrió llevar una máquina de fotos, los tres íbamos con sandalias y chanclas y ni una mísera gorra que echarnos a la cabeza, pero ha merecido la pena...
No se crean lo que dicen los folletos de que es una subida de "extrema facilidad", que se hace en 15 ó 20 minutos. ¡Y un huevo! De fácil nada, y échenle de 35 a 45 minutos de subida empinada, y nada recomendable para los que sufran de vértigo, aunque tampoco hace falta ser senderista profesional para intentarlo. Suban con cuidado y disfruten del paseo. Nosotros lo hemos hecho. Lo más probable es que lo haga otra vez, ahora sí, con alevosía y premeditación, con mis nietos, mis hijas y mis yernos. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 24 de febrero de 2023

De lo más parecido al fascismo sin serlo

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Pau Luque, va de lo más parecido al fascismo sin serlo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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La enfermedad que se reivindica a sí misma como una cura
PAU LUQUE SÁNCHEZ
20 FEB 2023 - El País
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“El psicoanálisis es la enfermedad que se reivindica a sí misma como una cura”. Este conocido aforismo de Karl Kraus es injusto y genial. Se especula con que fue concebido como un ajuste de cuentas con un psicoanalista que, junto al propio Kraus y una actriz, habrían formado un triángulo amoroso en la Viena fin-de-siècle. Así que lo que explicaría el ingenio en este caso, así como en otros muchos a lo largo de la historia de las ideas occidentales, serían las pasiones heterosexuales más primitivas y rancias: competir con otro hombre por una mujer. Qué hueva. La invectiva de Kraus, más allá de qué la motivara, solo contiene un error: donde dice “psicoanálisis” debería decir “fascismo”.
En un icónico mitin de hace unos tres años, la nueva primer ministro de Italia, Giorgia Meloni, impartió una clase maestra de esa enfermedad que se reivindica a sí misma como una cura. Meloni dijo: “Cuando ya no tengamos una identidad, ya no tendremos raíces, estaremos privados de conciencia, seremos incapaces de defender nuestros derechos”. Y tras el pronóstico apocalíptico, el remedio: “Defenderemos nuestra identidad. ¡Yo soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy italiana, soy cristiana! ¡No me la quitaréis!”. La sintaxis y la entonación de aquel discurso fueron tan perfectas que a uno de esos DJ que saben hacer su trabajo se le ocurrió remixear aquel mitin para convertirlo en un famoso contrahimno de discoteca.
¿Pero es realmente fascista Meloni? Emilio Gentile, historiador del fascismo italiano, afirmaba en una entrevista en este mismo periódico que comparar a Meloni con el fascismo de la Marcha sobre Roma de 1922 no valía nada. Esta afirmación dota de autoridad académica a una opinión, extendida en círculos liberales y conservadores, que va más allá de Italia: decir que los Trump, los Orbán, los Bolsonaro o las Meloni son fascistas es una exageración izquierdista. Son iliberales, identitarios y, en algunos casos, reaccionarios. Nada más que eso.
Sin embargo, los últimos acontecimientos en Brasil, con el asalto en la plaza de los Tres Poderes, y los de hace dos años en Washington, con el asalto al Capitolio, desacreditan, al menos en parte, esa opinión. Es cierto que esos países no se han convertido en regímenes fascistas. Pero la razón por la que esto no ha ocurrido, creo, no es porque esos líderes políticos sean solo iliberales o identitarios. Yo me inclino por pensar que la razón por la que esos países no se han convertido en regímenes fascistas o parafascistas es, sobre todo, porque sus instituciones, con distintos grados de apuro, han aguantado las embestidas de esos iliberales aspirantes a algo más que iliberales. Las instituciones políticas de Estados Unidos resistieron, mal que bien, el asalto al Capitolio. Y las instituciones de Brasil también aguantaron la invasión de los principales órganos de poder legítimo brasileños en enero de 2023. Otro tanto, aunque menos dramático, puede decirse de Orbán en Hungría: el contrapoder que ejerce la Unión Europea evita que Orbán caiga en la tentación de cruzar el Rubicón y pase de adoptar políticas reaccionarias a políticas fascistas.
La enfermedad que se ve a sí misma como una cura claudica no cuando desaparecen los fascistas, pues siempre habrá personas seducidas por el fascismo (al fin y al cabo, es irresistible pensar que existe la solución); más bien el fascismo claudica, y muta en algo solo un poco menos alarmante, cuando choca y sucumbe contra el monopolio de la violencia que posee la autoridad democrática legítima.
¿Qué ocurrirá con Meloni? La historia no enseña nada, pero esta no es ninguna razón para no aprender de ella. Los intentos de asalto a los poderes legítimos en Brasil y Estados Unidos sugieren dos cosas. Por un lado, el fascismo sigue reivindicándose como la cura para las enfermedades del país. Ante el supuesto fraude electoral, máxima expresión patológica de una democracia, revertimos, por la vía de los hechos consumados, el resultado de ese fraude. Pero ya sabemos que cuando se proponen curas para patologías sociales inexistentes son esas mismas curas las que terminan por convertirse en patologías sociales.
Y, por otro lado, ninguna enfermedad es más grave, en la mente de los Trump o los Bolsonaro, que aquella que los saca del poder legítimo. No es coincidencia que los ataques más típicamente decimonónicos a las instituciones democráticas hayan tenido lugar cuando Trump o Bolsonaro han perdido el poder. Los parafascistas del siglo XXI acceden de forma legítima a las instituciones o, lo que es lo mismo, aceptan la parte más puramente procedimental de la democracia… salvo cuando ya han apartado sus labios de las mieles del poder legítimo, momento en el que pasan a repudiar (también) la parte más procedimental de la democracia. Si una característica común —aunque no necesaria— entre los fascistas del siglo XX era la manera en que accedían al poder, esto es, mediante un golpe de Estado, lo que parece caracterizar a los parafascistas del siglo XXI es cómo dejan el poder: con un golpe de Estado.
Es pronto para saber cómo desarrollará su obra de gobierno Meloni. De momento, como todos sus coetáneos ideológicos, ha jurado la Constitución. O sea, ha cumplido con los requisitos procedimentales de la democracia italiana, circunstancia que, como hemos visto, tal vez garantiza el respeto a la Constitución cuando están en el poder pero chilossà cuando toque traspasar los poderes. Es posiblemente un defecto inevitable del énfasis que ponen las democracias liberales en las formas, pero resulta inquietante que, cumpliendo una mera formalidad como lo es el ritual del juramento, sea imposible saber si se está aceptando la Constitución de manera genuina o solo a efectos oportunistas. Esto carece de importancia cuando quienes juran la Constitución como una mera formalidad son fuerzas políticas marginales. Pero cuando es de la máxima autoridad del poder Ejecutivo de quien sospechamos que lo hace por meras razones procedimentales, el escalofrío, viendo los tiempos recientes, está justificado.
Yo confieso que al ver a Meloni jurar la Constitución hace unos meses me acordé de algo que me ocurrió en mi adolescencia. Una noche, una pareja de policías me paró y, tras cachearme, descubrieron una piedra de hachís en mi bolsillo. Me la mostraron, pidiéndome explicaciones, y yo, acorralado, solo supe responder: “Hace años que no fumo. Solo la llevo encima por si alguna vez me acuerdo de mis viejos hábitos”. La reacción de los policías ante mi respuesta fue tan escéptica como lo fue la mía, más de 20 años después, cuando vi a Meloni aceptar el mandato constitucional hace un par de meses.
En todo caso, los italianos están curados de espantos. Una vez, cuando yo vivía y estudiaba en Italia, un amigo genovés me dijo que Italia era el único país del mundo que tras tocar fondo seguía cayendo. Esto me lo dijo en los años dorados del berlusconismo. Entonces me pareció una metáfora algo incomprensible y, por lo que yo era capaz de intuir, falsa. Ahora sigo pensando que es igualmente incomprensible. Pero ya no me parece falsa.





















[ARCHIVO DEL BLOG] Los españoles y la democracia. [Publicada el 14/04/2011]











14 de abril: 80 aniversario de la proclamación de la república. Una buena fecha para recapacitar sobre aquella esperanza truncada que no fructificó por culpa de casi todos sus contemporáneos; de unos más que de otros, por supuesto, pero en la que todos colaboraron para que fracasara. Y sobre la democracia, por fin asentada, con todos los defectos inherentes a cualquier institución humana. Y sobre los críticos a la democracia, de los que habla con sabiduría y acierto Robert A. Dahl en su libro "La democracia y sus críticos" (Paidós, Barcelona, 1993), un análisis espléndido de sus límites y posibilidades. Quizá es que le pedimos demasiado (a la democracia) olvidándonos, como dijo Sir Winston Churchill, de que es el peor sistema de gobierno posible, si excluimos todos los demás...
Desde luego no tienen mal juicio de ella la mayoría de los españoles si nos atenemos a los resultados de la encuesta realizada por Metroscopia y publicada por El País el pasado 27 de marzo. Que con la que está cayendo la mayoría de los ciudadanos, un 88 por ciento muestren su adhesión a la democracia, es prueba palpable de su madurez política y también de una verdad casi universal: las democracias asentadas tienen recursos suficientes para superar cualquier crisis económica sin convertirla en una crisis social ni política. Una mala noticia para los catastrofistas y agoreros de izquierda, derecha y mediopensionistas, pero que le vamos a hacer, esa es la verdad que se desprende de la misma...
Sorprenden algunos datos de la encuesta: por ejemplo, que la mayoría de los españoles son mucho más tolerantes y respetuosos con las opiniones ajenas que su clase política; que nadie tiene derecho a considerarse en posesión de la verdad; que la democracia es buena como sistema de gobierno (a pesar de los políticos y la crisis económica); y que la corona y el ejército son las instituciones mejor valoradas por los ciudadanos (algo que el izquierdismo de salón no entiende ni aunque le asen a fuego lento).
Menos sorprendente resulta la valoración absolutamente negativa de los dirigentes políticos, tanto del gobierno como de la oposición, y sobre todo de las organizaciones partidistas que los sustentan (un 89 por ciento) a pesar de reconocer que los partidos son necesarios para el buen funcionamiento de la democracia.
Y un dato más que curioso y relevante, un 80 por ciento reconoce sentirse orgulloso de la forma en que se llevó a cabo la transición a la democracia y de los políticos que la llevaron a cabo y del espíritu de consenso que la presidió. ¡Ah!, y de la necesidad de llevar a término una "segunda transición" con el mismo espíritu de tolerancia, respeto y búsqueda de consenso de la primera que incluya una revisión de la Constitución que consideran absolutamente necesaria (posibilidad de revisión que provoca sarpullidos en la cavernícola derecha que aspira a gobernarnos). Como ven, nada más alejado de las preocupaciones, ocupaciones y objetivos a corto plazo de nuestra clase política. Y luego se quejan... ¡Los pobres, es que son unos incomprendidos!... Sean felices a pesar de todo, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt