miércoles, 23 de noviembre de 2022

De González, Aznar y la Transición

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de González, Aznar y el final de la Transición, pues como dice en ella el analista político Ignacio Peyró, si el centroizquierda creó el espacio moral donde aún se mueve la sociedad española, en la historia de nuestra democracia también ha de estar la rúbrica del centroderecha, que no siempre lo ha puesto fácil. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








40 de González… y 25 de Aznar
IGNACIO PEYRÓ
18 NOV 2022 - El País


Hay quien pegó carteles de UCD, quien corrió delante de los grises, quien hubiera dado un brazo por hacerlo y quien llegó a pasar por el Demóstenes de su agrupación provincial. Mirar al propio pasado político devuelve a las esencias de tal modo que los mismos partidos no dudan, a la hora del fervorín, en invocar su verdad originaria, sean las plazas del 15-M en Podemos o la alquimia que, allá en el congreso de Sevilla, convirtió a la derecha de toda la vida en centroderecha moderno. Es cosa del tiempo que con los años no solo idealicemos lo que tuvo razón o éxito, sino que nos miremos con indulgencia en aquellas causas que terminarían por figurar como pecados de juventud. En el esquinazo entre los noventa y el año 2000, por ejemplo, antiguos militantes de Bandera Roja iban a servir como ministros de un PP previo al momento neocon. Hoy es fácil sentir algo de envidia hacia esos años: felices noventa en los que no había ni Putin ni Twitter. La década, en todo caso, fue propicia a la derecha, entre los diagnósticos de Fukuyama —o lo que llegó de oídas—, la caída del Muro y un descrédito del nacionalismo hijo tanto del espanto en los Balcanes como de las ventajas contantes y sonantes del proyecto europeo. En España el fenómeno coincidió con la abrasión del felipismo, lo que a su vez facilitó numerosas conversiones. En fin, si un vástago de la aristocracia como Gil de Biedma podía emocionarse en los homenajes a Pablo Iglesias —”te acuerdas, María, cuántas banderas”—, un adolescente de la burguesía venida a más con la Transición podía aplaudir una opción liberal-conservadora. Solo en nuestros días parece una opción punk.
Hacer hoy el elogio de Aznar sería algo tan a contracorriente como repartir tabaco en las guarderías o abogar por la extinción de los delfines. Prueba de esa impopularidad —si hiciera falta— es el contraste entre la apoteosis de Felipe González a los 40 años de ganar las elecciones y el silencio con que el año pasado se recibieron los 25 de la victoria del PP. Los efectos, claro, fueron distintos. La larga permanencia del felipismo convirtió a España en lo que aún es: un país de centroizquierda, en el que ni siquiera cuajaría, tras 15 años, la propia palabra “felipismo”. El arraigo fue tan hondo que, para gobernar la derecha, la izquierda tuvo que ganar por los pelos en el 93 y perder por los mismos pelos en el 96. El propio Aznar lo supo y tuvo una visión muy alta de lo que significaba su victoria: el triunfo del centroderecha cerraba, ahora sí, el proceso de la Transición. Por eso no entró en La Moncloa sin poner por delante a Azaña o a Cernuda. Son cosas que hemos olvidado, quizá también su protagonista, quien, sin embargo, reveló entonces algo ya tan intransitado como es un sentido de la Historia. Y resulta llamativo que, pese a la mala prensa posterior de Aznar, su primera legislatura haya permanecido durante muchos años casi como mito de las posibilidades del 78. España iba bien. Quien quería disimularse podía hacerse ratista. El Majestic pareció sellar la convicción de que España necesitaba de la comprensión de las élites de Madrid y Barcelona. ETA mataba, y el coraje cívico de tantos cargos de PP y PSOE dio a la entonces “joven democracia” madurez y hondura en la defensa de sus libertades.
No es solo cosa del tiempo que, quienes saludamos a Aznar como algo nuevo en el desgaste del felipismo, hayamos podido volver después al decenio largo de González con una mirada más halagadora. El AVE. Bidart. Aquella ilusión —del 92 al 2000— que nunca hemos vuelto a sentir, con el futuro como un lugar mejor. De la reconversión industrial al despliegue autonómico, la inserción en Europa o la proyección en el mundo, una labor de gobierno de tal volumen no podía hacerse sin sentar poso de régimen, nutrir una clase de poder y, si me apuran, una estética. González y su época se hacían ya difíciles de distinguir, como un personaje que se camufla con su fondo. Pero —lo importante—, la distancia permitía leer la progresión Suárez-González-Aznar como una continuidad.
Quizá por el óbolo que pagamos a la nostalgia, las encuestas siempre señalan el aprecio de los españoles por la Transición. Con algunos de sus protagonistas desaparecidos o, simplemente, difíciles de reivindicar, no hay muchos perfiles que esculpir en nuestro monte Rushmore: motivo de más para el santo subito de González. Pero si el centroizquierda patrio creó el espacio moral donde aún se mueve nuestra sociedad, en la historia de nuestra democracia también ha de estar la rúbrica del centroderecha. No siempre este lo ha puesto fácil: aún recordamos, años atrás, las peleas con Rivera para heredar el espíritu suarista. La “mayoría natural” de la que habló Fraga —¿puede existir tal cosa en las sociedades liberales?— nunca se articuló en torno a un centroderecha que ha triunfado cuando han perdido otros. Y después de 2004, un PP escaldado de dieta ideológica llegaría hasta a perder su fundación de ideas, algo necesario en un mundo en que la derecha no eran Reagan y Thatcher sino Boris y Trump.
El caso de González y Aznar ilustra el espacio ocupado por unos y el no defendido por otros, y la paulatina reducción del centroderecha a anécdota, cuando no a anomalía, en la visión de nuestra vivencia en democracia. Sería una gran inocencia esperar que esto interpelase a lo que aún llamamos los dos grandes partidos, pero es una inocencia aún mayor pensar que de las facturas de la división se libra alguno.


















[ARCHIVO DEL BLOG] Hay pocas cosas nuevas bajo el sol. [Publicada el 23/11/2009]

 





Que hay pocas cosas nuevas bajo el Sol es una frase ciertamente manida, pero certera. Sobre todo en política. Y en teatro. En mi comentario de ayer en el Blog llegue a decir que a partir de determinado momento la vida de cada ser humano no es más que una paráfrasis de sí misma. Quizá pequé de exagerado, aunque no estoy muy seguro de ello. Desde luego en teatro y política todo lo que se ha dicho o escrito después del siglo V a.C. no es más una mera paráfrasis de lo que por aquellas fechas ya dejaron dicho Esquilo, Sófocles, Eurípides, Platón, Aristóteles, Tucídides, Heródoto y algunos otros atenienses más. 
El teatro y la democracia nacen casi al mismo tiempo y en el mismo lugar, en la Atenas del siglo V a.C., y no por casualidad. Hay un libro precioso titulado "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (Antonio Machado Libros, Madrid, 2004), de la profesora norteamericana de Derecho y Ética de la Universidad de Chicago, Martha C. Nussbaum, que explica muy bien esa inextricable relación entre Tragedia y Política que encontramos en la Atenas de esa época.
El mismo tema, pero con un enfoque distinto, lo trata el profesor Ferrán Requejo, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona en su artículo "Tragedia y democracia (Porque no somos dioses)", publicado el pasado día 18 de noviembre en el Boletín electrónico de la Safe Democracy Foundation-Foro para una Democracia Segura, y que pueden leer en este enlace.
Las tragedias clásicas, dice el profesor Ferrán Requejo, remiten al complejo mundo de las acciones humanas en cuanto éstas tienen de "representación" de valores muchas veces irreconciliables. Y lo mismo ocurre con nuestros actos políticos, nunca del todo decidibles de manera racional. En el núcleo de la democracia antigua, añade, se hallaba el intento de superar el despotismo y la anarquía a través de un sistema que permitiera la expresión de la pluralidad, pluralidad a la que el pensamiento liberal añadió la idea de los derechos individuales como fuente de legitimación y limitación del poder, convirtiendo a la democracia representativa y pluralista en algo "trágico" por necesidad.
No deberíamos tener tanto miedo al enfrentamiento político, pues ese enfrentamiento es la esencia de la democracia pluralista. Lo otro, la paz de los cementerios, es lo propio de las dictaduras y los estados totalitarios. Salgamos al ágora sin temor pues sólo a la luz pública de la controversia y la libre discusión la democracia tiene sentido. Pongámonos nuestra máscara de actores trágicos, nuestro "πρόσωπον" (prósopon), la que nos convierte de individuos en "personas" y ciudadanos y representemos nuestro papel en la escena pública. Como nos enseñaron los atenienses hace 2500 años. HArendt









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martes, 22 de noviembre de 2022

De la valentía de los ucranianos

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la lección de valentía de los ucranianos, pues como dice en ella la politóloga Estefanía Molina, el país presidido por Zelenski nos ha sacado de nuestra zona de confort y ha devuelto el imperio de la memoria a generaciones enteras. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Ucrania ya nos ha derrotado (y a Putin también)
ESTEFANÍA MOLINA
17 NOV 2022 - El País


Nos sonreímos el conductor del coche y yo, cuando Svlitana deslizó que en Ucrania con un salario de 800 euros le daba para ir de restaurantes y en taxi. Salíamos de la Embajada del Reino Unido en España, donde me habían invitado a una velada junto a un diplomático del Gobierno ucranio y el célebre historiador británico Orlando Figes, experto en Rusia. Era el día previo a que las tropas ucranias plantaran la bandera de la Unión Europea en Jersón. Fue el día antes de que Ucrania nos derrotara haciendo suyo el símbolo de nuestras libertades.
Y es que aquella joven refugiada me reveló lo que más añoraba de la vida en Mikolaív: su condición de “mujer libre” para entrar, salir, trabajar a destajo a los 23 años. Svlitana desmontó rápido ese relato de que Zaporiya, Donetsk o Lugansk son “sólo una porción de tierra”. Plantarle cara al agresor jamás fue una frontera, ni un grado de calefacción. Es la libertad de quienes no quieren vivir bajo el yugo de un sátrapa; son los habitantes de Jersón bailando de júbilo frente a una hoguera, tras meses esperando ser liberados del horror en sus hogares.
Así que Ucrania ya ha ganado, nos ha derrotado, al devolvernos esa noción de todo lo que somos como ciudadanos. Antes de esta guerra, la UE vagaba sin rumbo moral, en una especie de nihilismo o de marasmo existencial. Veía a su población empobrecerse, pero no metía mano a las eléctricas, al ser terreno enfangado. La gente flipó cuando Volodímir Zelenski no huyó de su país en febrero, o visitó esta semana a las tropas a pocos metros del Ejército invasor, como si creyeran que la política sólo son trámites burocráticos en Bruselas o sillas acomodadas.
Pero Ucrania llegó para sacarnos de la zona de confort donde jamás deben yacer las democracias. Hoy sabemos que la Comisión puede dar manga ancha a los Estados para evitar tanta precariedad ciudadana; si quiere, claro. Asumimos que en Europa urge la independencia energética frente al mundo que viene, porque la transición ecológica no es un capricho de la izquierda, sino un escudo de seguridad antiaérea. Existe un ejemplo coetáneo de lucha antifascista para quienes ven fachas por todos lados, menos cuando tienen al Kremlin delante.
Ucrania también le ha devuelto el imperio de la memoria a generaciones enteras. Los politólogos creíamos que la juventud no percibía el deterioro institucional de la polarización parlamentaria. No vivió la Transición, ni las guerras mundiales, con lo que supuso para nuestros abuelos y padres, o para franceses y alemanes. Qué no es la libertad lo aprendió Svlitana, cuando agarró la maleta que hizo para irse de vacaciones a Egipto, acabando en España, dejando atrás a su abuela, a su hermano pequeño, a su madre.
Este conflicto impugna la mayor, esa visión democrática desesperanzadora sobre nuestros chavales. Tras esos famosos avatares de perros en Twitter que se hacen llamar amigos de la OTAN, hay cientos de jóvenes que echan horas informándose, tratando de luchar contra la propaganda putineja. Les une el mismo sentido de justicia que trasciende a los colores políticos en un conflicto a pocos kilómetros de su casa. Por edad, será el de sus biografías y ya les ha cambiado.
Así que si Ucrania se sentara a la mesa de negociación, lo hará habiéndose ganado su derecho a existir como pueblo soberano por su superioridad en el campo de batalla, y la valentía a oscuras de sus ciudadanos. Si el Kremlin quiere la paz, no será mediante aquel falso pacifismo que sus palmeros blandían hace meses, basado en que el agredido claudicara. La paz sería hoy que el agresor se largue, que devuelva todo el territorio ucranio, y que responda ante los tribunales internacionales, como se deslizó en la velada en la Embajada.
Y eso es así porque pocas veces uno asiste al milagro de conquistar su independencia dos veces en tan sólo 31 años. Fue en 1991 cuando Ucrania plantó nuestra bandera azul de estrellas tras separarse de la URSS. Es en 2022 en Jersón, y lo será todas las veces en que el Ejército ucranio ice su emblema junto al europeo a su lado. Claro que aún le queda muchísimo camino para nuestros estándares. Pero tienen lo más importante: ese idealismo que a nosotros nos faltaba para creer en lo imposible, en el mañana. Y aunque sólo sea por eso, Zelenski ya nos ha derrotado. Ucrania nos ha ganado.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Una fecha para el recuerdo. [Publicada el 22/11/2009]







El 22 de noviembre es un fecha importante para mí: una fecha para el recuerdo. Han pasado cosas importantes en la Historia ese día. Si quieren ver una enumeración bastante exhaustiva de la efémeride les bastara con poner "22 de noviembre" en el buscador de Google y darle al botón de "Aceptar". Se sorprenderán, estoy seguro.
Para mí es una fecha imborrable porque el 22 de noviembre de 1963 yo tenía 17 años y ese día asesinaron en la ciudad de Dallas (Texas, EUA) al hombre que yo más admiraba en ese momento: el presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.
No me resisto a reproducir lo que escribí hace justo tres años en este mismo Blog sobre dicho suceso. Un acontecimiento que en cierto modo cambió mi forma de ver el mundo y me hizo "adulto". Espero que les resulte interesante, y a los amigos y lectores que ya me lo hayan oído contar o leído con anterioridad, mis disculpas por este pequeño gesto de vanidad y de nostalgia. En el fondo uno siempre escribe sobre lo mismo, y con los años, la vida se convierte en una paráfrasis de sí misma. Yo ya estoy en ese momento. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt










"TAL DÍA COMO HOY...", por HArendt
Desde el Trópico de Cáncer, 22 de noviembre de 2006

¿Por qué hay acontecimientos y recuerdos que quedan fijados en la memoria como grabados a fuego y otros, en cambio, acaban difuminándose hasta perderse sin dejar rastro? ¿Cuáles son esos recuerdos preferentemente? ¿La primera experiencia sexual? ¿El descubrimiento de la existencia de la muerte? ¿El nacimiento del primer hijo?… Para mí, uno de esos acontecimientos que perduran para siempre en la memoria ocurrió tal día como hoy hace cuarenta y tres años. Viernes, 22 de noviembre de 1963, Madrid, hacia las siete de la tarde. Tengo 17 años y estoy llegando a la casa de mis padres, en la calle de Chile, en el barrio de la Hispanidad, distrito de Chamartín. Vuelvo hasta allí andando -para ahorrarme el billete de autobús-, desde el Hospital Militar de Maudes, en Cuatro Caminos, a unos seis kilómetros de casa. Vengo de visitar a mi madre, que está allí internada a la espera de ser operada unos días más tarde de la vesícula biliar. Javier, mi mejor amigo, hijo de guardia civil, como yo, me ha acompañado. Los dos estudiamos en el Colegio “Infanta María Teresa”, en la Prolongación de la calle del General Mola (hoy Príncipe de Vergara) Instrucción Pre-Militar Superior. Nuestra ilusión es entrar como alumnos en la Academia General Militar de Zaragoza. Ninguno de los dos sabemos ni intuimos que, apenas un mes más tarde, y después de un conflicto bastante cómico con nuestro profesor de francés, aprovechando las vacaciones de Navidad, abandonaremos los estudios militares y el mismo colegio para siempre. Es todavía de día en Madrid. La casa de mis padres está en un segundo piso. Nada más entrar en el portal de la misma me encuentro con mi hermano Alberto, diez años mayor que yo, que baja las escaleras saltando los escalones de dos en dos. Al verme, sin apenas detenerse, me espeta: “-Han matado a Kennedy. Están poniéndolo por televisión”. No le hago ni caso. Él sabe que admiro a Kennedy; es mi héroe favorito. Le suelto un -”¡!Vete a la mierda, gilipollas!”. En casa solo está mi cuñada Mary, la mujer de mi hermano. No hay nadie más. Mi padre, comandante retirado de la Guardia Civil, se ha quedado en el hospital acompañando a mi madre. La televisión está encendida y, efectivamente, están dando la noticia: El presidente Kennedy ha sido tiroteado en Dallas, Tejas, hace unas horas. Me quedo abobado mirando la televisión. El mundo, al menos el mundo que yo conozco, se me ha caído encima de repente, pues nunca he vivido una situación como esta. Llamo por teléfono a mis padres al hospital y me pasan con mi madre: le cuento lo que ha pasado, lo que está diciendo la televisión. Se queda muda, y al instante, no se si me dice o me pregunta si “eso va a ser otra guerra mundial”. Ellos han vivido en Sevilla la proclamación de la República. Estaban en Asturias en octubre de 1934, cuando la revolución minera. Y en Barcelona, en julio de 1936. Los últimos meses de la guerra civil los ha pasado sola en Barcelona, con mi padre internado en un campo de concentración en Francia. La segunda guerra mundial la han pasado prácticamente en la isla de El Hierro, en Canarias, donde mi padre ha sido destinado, o castigado, aunque según mi madre, los cinco años allí vividos hayan sido para ella los mejores de su vida. Es lógico que esté aterrada. Me dice que no le cuente nada a mi padre, que ella se lo dirá ahora. Y cuelga el teléfono entre sollozos. Mi hermano, mi cuñada y yo nos pasamos la noche pegados al televisor, como, suponemos, gran parte de los españoles y del resto del mundo. Al día siguiente, sábado, mi amigo Javier y yo nos encontramos a la puerta del colegio. La calle del General Mola está en absoluto silencio a las nueve de la mañana. La gente hace largas colas en los quioscos de prensa esperando pacientemente para comprar un periódico. No llegamos a entrar en clase. Javier y yo hemos decidido que ese día tenemos cosas más importantes que hacer. Comentamos entre nosotros lo que ha pasado, las noticias que se van filtrando en las colas. Hay miedo en la gente de que hayan sido los rusos o los cubanos, pues la crisis de los misiles hace pocos meses que ha tenido lugar. Incluso compramos un periódico. Y decidimos ir andando hasta la Embajada de los Estados Unidos, en la calle Serrano, no lejos del colegio. Somos “viejos” conocidos de la Embajada pues ambos solemos ir a menudo a leer los libros de la Biblioteca de la Casa Americana, una institución cultural dedicada a propagar la imagen y la ideología norteamericana en Europa. Nos sabemos los nombres de todos los estados de la Unión y sus capitales respectivas, y jugamos a menudo a irlos nombrando uno a uno, de memoria, siguiendo su ubicación en el mapa. La Embajada está fuertemente custodiada, en el exterior, por la policía española. Entramos en ella mostrando nuestras tarjetas de socios de la Casa Americana y llegamos hasta el acristalado vestíbulo de su entrada principal. La bandera ondea a media asta sobre el techo de la Embajada. Nada más entrar en el vestíbulo, a la izquierda del mismo, han montado junto a una bandera de los Estados Unidos una pequeña mesa cubierta con un paño de terciopelo negro donde hay una bandeja de plata en la que vemos muchas tarjetas de visita. También hay un libro, grande, forrado de cuero azul marino donde vemos que la gente, después de hacer una pequeña cola, deja su testimonio de pésame escrito en el mismo. Delante de nosotros hay dos muchachas más o menos de nuestra edad, quizá uno o dos años mayores que nosotros, norteamericanas sin duda, que lloran desconsoladamente. Una es rubia, y la otra pelirroja. La rubia va vestida con falda gris claro y un jersey rojo sin mangas, sobre una blusa blanca. La pelirroja lleva unos ajustados pantalones azules y un jersey blanco. Junto a la mesita un soldado de infantería de marina de los Estados Unidos, con su uniforme de gala, hace la guardia en posición de descanso; con su brazo derecho sujeta un fusil que se apoya en el suelo, el brazo izquierdo está doblado, a la altura de su cintura, en la espalda. El soldado, sin mover un músculo de su rostro, está llorando mansamente. Mi amigo y yo nos quedamos impresionados por la escena, y al menos a mi se me forma un nudo en la garganta. Firmamos en el Libro de Pésames un escueto “Nuestro más sentido pésame”, y dejamos nuestras firmas. Salimos inmediatamente detrás de las dos muchachas al patio exterior de la Embajada donde está el aparcamiento y vemos que las dos se han parado ante un volkswagen (un escarabajo) amarillo. Lanzados, les preguntamos que si viven en Chamartin. Nos contestan, más serenas ya, que no, pero que si queremos nos alcanzan hasta allí. Les decimos que sí, y subimos los cuatro al coche. Ellas delante y nosotros detrás. Hablan bastante bien español. Nos cuentan que son estudiantes y que están pasando un año académico en España para aprender español. El trayecto es corto hasta Chamartin, por el Paseo de la Castellana hacia el norte hasta llegar a la calle de Alberto Alcocer y de allí, girando a la derecha, hasta la plaza de la República Dominicana, donde nos dejan. Intentamos quedar con ellas, pero nos dicen, amablemente, que no. Nuestro intento de ligue ha quedado abortado. Volvemos a nuestras casas después de pasar el resto de la mañana vagabundeando por las calles del barrio. Todo está paralizado, pero hay una gran serenidad en las gentes. Los días siguientes los paso pegado a la televisión y leyendo ávidamente los periódicos. Por televisión veo la emotiva escena a bordo del avión presidencial en que el vicepresidente Johnson, camino de Wáshington con el cadáver de Kennedy en la bodega del aparato, jura junto a la viuda de éste su cargo como nuevo presidente de los Estados Unidos. Más tarde, cuando ya todo el mundo sabe que han detenido al presunto asesino, Lee Harvey Oswald, estoy viendo en directo por televisión como van a trasladarlo desde el lugar donde está retenido hasta el juzgado. Un único pensamiento cruza mi mente en ese momento: ¡Ójala lo maten! Y ante mis ojos un señor con sombrero tejano, Jack Ruby, sale de entre el público con una pistola en la mano disparando a bocajarro sobre él… Esa premonición, cumplida inmediatamente de formulada, me ha acompañado siempre como una maldición y nunca podré olvidarme de ella. Al igual que me acompañará para siempre la imagen vista de nuevo por televisión días más tarde del solitario corcel negro, ensillado, que acompaña los restos mortales de Kennedy por las calles de Wáshington y el saludo militar de John-John, su hijo pequeño, acompañado de su hermana y de su madre, al pasar ante ellos el cortejo fúnebre… Ahí están, vívidos como si fueran hoy, todos esos recuerdos. Y supongo que ahí seguirán, mientras yo pueda seguir diciendo que tal día como hoy de hace nosecuantos años…






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domingo, 20 de noviembre de 2022

De la recesión de las derechas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la perceptible recesión de las derechas, porque como dice en ella el politólogo Víctor Lapuente, hoy, en una democracia moderna, no tememos tanto a un fanático de izquierdas que restrinja las libertades económicas como a uno de derechas que recorte las libertades civiles. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Ley de magnetismo político
VÍCTOR LAPUENTE
15 NOV 2022 - El País


Una de las pocas certezas en politología es lo que podríamos llamar la ley de magnetismo de la derecha: si dudas entre dos partidos, te inclinas por el de derechas. A la misma distancia, la derecha tiene más poder de atracción.
Según el estudio más icónico, cuando las elecciones son una competición entre dos partidos, la derecha gana en tres de cada cuatro ocasiones. Solo hace falta mirar a Francia, donde apenas dos de los ocho presidentes de la V República han sido de izquierdas, o ver la serie The Crown, donde dos tercios de los primeros ministros con los que despacha la Reina, de Churchill a Truss, son de derechas.
La derecha goza de una ventaja inherente porque no votamos al candidato que lo hará mejor, sino al que no lo hará peor. Nos decantamos por quienes, si se cumplen los malos augurios, causarán menos daño. Y, desde la posguerra, la carta segura ha sido la derecha. Los votantes que ocupan la franja central del electorado han tenido menos miedo a la peor versión de la derecha (una Thatcher que recortara demasiado los servicios públicos) que de la izquierda (un comunista italiano o bolivariano que nacionalizara demasiado).
Pero la irrupción de Trump y el populismo de derechas ha alterado los campos magnéticos de la política. En las recientes elecciones de Colombia, Chile, Brasil y EE UU, y en las encuestas del Reino Unido, vemos cómo el decisivo votante de centro opta por el candidato de izquierdas porque, en estos momentos, la derecha supone una amenaza intrínseca mayor a las libertades individuales. Hoy, en una democracia moderna, no tememos tanto a un fanático de izquierdas (Castro o Maduro) que restrinja las libertades económicas como a uno de derechas (Trump u Orbán) que recorte las libertades civiles.
Las elecciones de medio mandato americanas son reveladoras de este giro copernicano. Los republicanos tendrían que haber ganado: por la historia, pues el partido del presidente es tradicionalmente castigado en estos comicios; por la economía, pues la inflación está por las nubes, y por la política, pues la popularidad de Biden está por los suelos. Pero los americanos, y sobre todo americanas, estaban más preocupados por el cercenamiento de derechos básicos, como el voto o el aborto, que peligran con muchos candidatos republicanos. Las derechas ya no atraen como antes. Se les están acabando las pilas.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Dieu et mon droit. [Publicada el 21/11/2014]

 



http://www.elpais.com/recorte/20080705elpepivin_2/XLCO/Ies/20080705elpepivin_2.jpg






Nicole Muchnik, una conocida escritora y pintora tunecina afincada en España escribió hace un tiempo en El País un artículo muy crítico con la iglesia católica española: "La excepción religiosa española", se titulaba. Y me acordé hoy de él a punto de terminar de releer las casi 800 páginas de "Cristianismo. Esencia e historia" (Trotta, Madrid, 1997), del teólogo suizo Hans Küng. 
Se equivoca quien piense que el fenómeno religioso me resulta ajeno o indiferente; por el contrario, me interesa muchísimo y no para combatirlo, cuestión esa es la que no tengo el menor interés, sino porque me parece un fenómeno relevante en la historia del progreso humano y que debería conocerse y enseñarse en las escuelas, eso sí, desde la objetividad y la total ausencia de dogmatismo. ¿El cese, o jubilación forzosa si lo prefieren así, de monseñor Rouco al frente de la iglesia católica española hará que esta camine por derroteros diferentes a los que caracterizaron su mandato? Espero que sí.   
Esta entrada me va a resultar un poco más larga de lo habitual pero no me queda más remedio que hacerlo así si quiero explicarme. Cuenta Küng en el libro citado más arriba refiriéndose al pensamiento de Immnauel Kant (1724-1804) sobre la existencia o no existencia de Dios, que fue de extrañar que él, el ilustrado por antonomasia, superara al mismo tiempo la Ilustración en sus tres críticas: "Crítica de la razón pura" (1781), "Crítica de la razón práctica" (1788) y "Crítica del juicio" (1790), poniendo límites estrictos a la ingenua omnipotencia de la razón respecto del conocimiento de Dios, pero haciendo lo mismo con la fe ingenua. Es claro, dice Küng, que no son posibles las demostraciones científicas acerca de Dios, sobre la existencia de un Dios que no está en el tiempo ni en el espacio y que por consiguiente no es objeto de contemplación. Las pruebas de Dios según Kant, afirma, no solo han fracasado sino que en modo alguno son teóricamente posibles. Por eso, añade, Kant en la cuestión del conocimiento de Dios apela no a la razón teórica sino a la razón práctica, que se manifiesta en la actuación moral del hombre: Se trata, dice, no solo del ser, sino del deber ser; no solo de ciencia, sino de moral. Dios es, pues, concluye, la condición de la posibilidad de moralidad. Pues lo siento, pero no me convence Kant, al que no he leído en profundidad, ni Küng, al que sí he leído y admiro. Yo no necesito a un Dios eterno para ser un hombre moral
Llevo unos meses dándole vueltas a la idea de matricularme en alguno de los cursos que imparte el Instituto Superior de Teología de Canarias en Las Palmas, pero no acabo de decidirme. Me resulta complicado explicar que puedo sentirme cristiano sin creer en Dios, pero eso es lo mismo que pensaban también la filósofa Simone Weil o el escritor Albert Camus, ambos franceses, por citar solamente dos ejemplos señeros al respecto; ellos creían en un humanismo cristiano, sin necesidad de un Dios, que yo comparto. 
A mí ninguna confesión religiosa me parece un peligro público; ya he superado esa fijación pueril. Respeto su derecho a existir, a organizarse como mejor crea, a adoctrinar a sus fieles y a exponer libremente su "mensaje", si es que lo tiene... Pero sí me molesta que la iglesia católica española goce de privilegios inadmisibles e inentendibles en otros países europeos, salvo acaso la excepción italiana o polaca. Y que no se me diga que el 99,99 por ciento de la población española es católica para justificarlos, primero porque no es verdad, y segundo porque una cosa es haber sido bautizado en una confesión religiosa, y otra muy distinta compartir, aceptar, seguir y cumplir sus preceptos, y no digamos ya considerar que esos preceptos y directrices obligan al conjunto de la sociedad. 
Sin acritud, y con cierta dosis de ironía, diría que lo ideal para mi es que ser católico, evangelista, luterano, testigo de Jehová, musulmán, judío, ortodoxo, ateo, agnóstico, etc., etc., etc., resultara tan irrelevante a efectos sociales para los ajenos a la respectiva fe como ser del Real Madrid, el Barcelona o el Numancia Fútbol Club... Mientras no sea así seguiré siendo escéptico sobre las iglesias y confesiones, sobre "todas ellas", hasta que no demuestren con sus actos que las personas somos, para "todas ellas", más importantes que sus dioses. Y es que remedando el lema nacional de la Gran Bretaña que da título a la entrada a mí lo que me gustaría poder decir es: "Dieu est-il?, oui, mais mon droit aussi" (¿Dios?, sí, pero mi derecho también). 
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt








Entrada núm. 2195
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)


De la romantización del despotismo

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la romantización del despotismo, porque como dice en ella la escritora Irene Vallejo, algunos políticos y celebridades empresariales se comportan en público como crecidos abusones escolares. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Donde viven los monstruos
IRENE VALLEJO
12 NOV 2022 - El País

Tras largo tiempo de silencio, empiezan a aflorar voces. Nadie hablaba de aquello en tu infancia: eran cosas de niños. Como si los problemas que afectan a los pequeños no pudieran ser grandes. Hoy sabes que el acoso escolar o las novatadas no son solo dramas infantiles. La edad adulta no sana el impulso de acorralar y humillar. Los matones que campaban a sus anchas en la escuela se hacen mayores y, si alcanzan puestos de poder, siguen hostigando con impunidad. El trabajo, con sus delicadas dinámicas internas, es el nuevo campo de batalla. En épocas de crisis y miedo a perder el empleo, el conflicto se agudiza.
A tus ocho años, no supiste reaccionar. No es fácil, tampoco para los adultos. Surge primero la incredulidad, después la esperanza de que se resolverá tan rápido como empezó. Y crees, al principio, que podrás resistir; ignoras aún lo destructiva que será la espiral si se prolonga demasiado tiempo.
En el patio de recreo, como en la oficina, el acoso nunca es solo un dilema individual. La reacción de los demás decide las reglas del silencio. Entran en juego dos impulsos humanos muy arraigados: solidarizarse con quien sufre un ataque o aliarse con el más poderoso. Un cínico personaje de la serie Succession describe así su particular imperativo categórico: “Yo estoy espiritualmente, y emocional, ética y moralmente, del lado de quien gane”. Capítulo tras capítulo, esta historia retrata a los miembros de un multimillonario clan empresarial luchando por el trono de la corporación. A la sombra de sus traiciones y ambiciones, sus propósitos y despropósitos, sus riquezas y vilezas, crean un ambiente laboral asfixiante y opresivo, donde la humillación y el desprecio son ingredientes habituales. En su batalla interminable, únicamente comparten la admiración por la arrogancia poderosa, símbolo de habilidad, fuerza, liderazgo y dominio. El patriarca de la familia define con estas palabras su estrategia respecto a los competidores: “Los atornillas. Los cincelas. Les haces daño. Y luego los ves chillar”.
El dramaturgo griego Eurípides se preguntó ya hace más de 24 siglos si los personajes míticos, tradicionalmente considerados héroes, no eran sencillamente tipos prepotentes y despiadados. En una de sus obras, Ifigenia en Áulide, el general Agamenón ha reunido el ejército que atacará Troya, pero la expedición no consigue zarpar porque soplan vientos desfavorables. Un oráculo dictamina que solo podrá navegar si sacrifica a su hija Ifigenia en el altar de los dioses. Angustiados, Agamenón y Menelao discuten y compiten entre ellos como los hermanos de Succession, y tratan con violencia a sus subordinados. “Llorarás si no desistes. Pronto con mi cetro llenaré de sangre tu cabeza”, grita un enfurecido Menelao a un anciano a su servicio que expresa una crítica. Los dos guerreros parecen temer, por encima de cualquier reproche, la acusación de ser débiles y carecer de madera de líder. En el desenlace, se impone la sed de conquista, y la joven Ifigenia se convierte en la primera víctima de una guerra aún por comenzar.
La romantización del poder despótico y el aura autoritaria no es un fósil del pasado. Algunos políticos con éxito y celebridades empresariales se comportan en público como crecidos abusones escolares. La misma actitud chulesca surge a veces entre las estrellas del famoseo y el deporte, convencidas de que sus fortunas y sus victorias son un salvoconducto de soberbia. La admiración popular les otorga impunidad: los triunfadores tienen licencia para la crueldad. Durante demasiado tiempo hemos aplaudido los liderazgos avasalladores e incluso parece un mérito que deportistas, ejecutivos o vendedores sean agresivos. Sin embargo, en política, sus consignas furiosas desencadenan tensión, sufrimiento y, en ocasiones, dañinos conflictos. En el trabajo, los insultos, las órdenes dementes, los ataques de ira, las amenazas y las humillaciones provocan cada año un torrente de bajas, ansiedad y depresiones evitables. Como ya intuyó Eurípides en sus tragedias irreverentes, ciertos personajes carismáticos nos salen carísimos.