martes, 10 de marzo de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 10 de marzo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...





















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 9 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Respetar a los muertos



Desmontaje de las placas del memorial de La Almudena


"A las afueras de Luxemburgo, -comenta en el A vuelapluma de hoy lunes el escritor Julio Llamazares ("Los cementerios de Luxemburgo". El País, 7/3/2020)- entre bosques de abedules y coníferas, dos gigantescos cementerios, separados apenas por un kilómetro y medio, guardan los restos de miles de soldados norteamericanos y alemanes muertos en la batalla de las Ardenas, una de las más terribles de la II Guerra Mundial. El cementerio norteamericano, que preside una bandera del país de las barras y estrellas y un monumento a los allí presentes, es un perfecto abanico de cruces blancas sobre el césped verde, tan cuidado como si fuera un campo de golf. El alemán, en cambio, es sombrío, lleno de cruces de granito gris y sin una bandera identificativa (la nazi está prohibida y la oficial alemana no quieren sustituirla por lo que se ve), en claro contraste con el anterior. Tanto en uno como en otro cementerio, sin embargo, yacen muchachos, incluso adolescentes, arrastrados a la contienda por la sinrazón de unos cuantos locos desde sus lugares de procedencia, que figuran escritos sobre las cruces junto con sus nombres. En total son más de 10.000, apenas una parte de los millones que fallecieron en los distintos frentes de batalla de la mayor contienda bélica de la historia.

Paseando por ambos cementerios, como antes por el judío, que ocupa un lugar destacado dentro de Luxemburgo y en el que se repiten sobre muchas lápidas las fechas de deportación de las personas que deberían ocupar las tumbas, uno pensaba en la diferencia con la que se contempla en Europa y en España la historia reciente, así como el trato que se da a los muertos. Mientras que en Europa la normalidad anima a conocer la historia con sus claroscuros, en España seguimos tratando de ocultarla, incluso negando su conocimiento a los más jóvenes con el argumento de que es dolorosa. Como si para los alemanes no lo fuera la suya, convertidos en los malos de una película que se ha contado casi siempre desde la óptica de los vencedores, entre los que también hay razones para avergonzarse de su actuación. El mero hecho de que los luxemburgueses puedan visitar las tumbas de quienes se enfrentaron en el campo de batalla y ahora reposan tan cerca, así como las de quienes sufrieron deportación y muerte lejos de su ciudad por el simple hecho de ser judíos, supone una normalización de la historia que ya quisiéramos en un país en el que, cuando se cumplen ya 20 años de la apertura de la primera fosa común de la guerra en Priaranza del Bierzo, todavía se considera afán de revancha el deseo de muchas personas de exhumar a sus familiares de las cunetas para poder enterrarlos con dignidad. Solo cuando en España la gente pueda pasear por sus cementerios como los europeos hacen con naturalidad, sin que ello suponga ni morbosidad ni afán de avivar odios como interesadamente mantienen algunos, habremos conseguido la normalidad en nuestra relación con el pasado que uno envidia cuando sale fuera.

Decía Patton, el general que dirigió a las tropas norteamericanas en la batalla de las Ardenas y que reposa junto a sus hombres en el cementerio norteamericano de Luxemburgo (no murió en la batalla, murió poco después en accidente de coche), que el patriotismo en la guerra consiste en conseguir que otro desgraciado muera por su país antes de que consiga que tú mueras por el tuyo. Pasado eso, no tiene ningún sentido prolongar la batalla más allá".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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[CUENTOS PARA ADULTOS] Hoy, con "La última noche del mundo", de Ray Bradbury






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros. 

Continúo hoy la serie Cuentos para adultos con el titulado La última noche del mundo, de Ray Bradbury (1920-2012) escritor estadounidense de misterio del género fantástico, terror y ciencia ficción, principalmente conocido por su obra Crónicas marcianas (1950)​ y la novela distópica Fahrenheit 451. Se consideraba a sí mismo «un narrador de cuentos con propósitos morales». Sus obras a menudo producen en el lector una angustia metafísica desconcertante, ya que reflejan la convicción de Bradbury de que el destino de la humanidad es «recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad». Les dejo con su relato.


LA ÚLTIMA NOCHE DEL MUNDO
por 
Ray Bradbury


¿Qué harías si supieras que esta es la última noche del mundo?

-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?

-Sí, en serio.

-No sé. No lo he pensado.

El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café tostado.

-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.

-¡No lo dirás en serio!

El hombre asintió.

-¿Una guerra?

El hombre sacudió la cabeza.

-¿No la bomba atómica, o la bomba de hidrógeno?

-No.

-¿Una guerra bacteriológica?

-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el café-. Solo, digamos, un libro que se cierra.

-Me parece que no entiendo.

-No. Y yo tampoco, realmente. Solo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y solo una cierta paz -miró a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara-. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.

-¿Qué?

-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: “¿Qué piensas, Stan?”, y él me dijo: “Tuve un sueño anoche”. Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ese. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.

-¿Era el mismo sueño?

-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios o que se observaban las manos o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.

-¿Y todos habían soñado?

-Todos. El mismo sueño, exactamente.

-¿Crees que será cierto?

-Sí, nunca estuve más seguro.

-¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero decir.

-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas.

Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.

-¿Merecemos esto? -preguntó la mujer.

-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?

-Creo tener una razón.

-¿La que tenían todos en la oficina?

La mujer asintió.

-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era solo una coincidencia -la mujer levantó de la mesa el diario de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.

-Todo el mundo lo sabe. No es necesario -el hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes miedo?

-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.

-¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?

-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.

-No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?

-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.

En el vestíbulo las niñas se reían.

-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.

-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.

-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad ni mi trabajo ni nada, excepto ustedes tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo?

-No se puede hacer otra cosa.

-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.

-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.

-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.

-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso… como siempre.

El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al fin se sirvió otro café.

-¿Por qué crees que será esta noche?

-Porque sí.

-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?

-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.

-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a tierra.

-Eso también lo explica, en parte.

-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?

Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.

-No sé… -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.

-¿Qué?

-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?

-¿Lo sabrán también las chicas?

-No, naturalmente que no.

El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada cada uno a su modo.

-Bueno -dijo el hombre al fin.

Besó a su mujer durante un rato.

-Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la mujer.

-¿Tienes ganas de llorar? -le preguntó el hombre.

-Creo que no.

Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche y retiraron las colchas.

-Las sábanas son tan limpias y frescas…

-Estoy cansada.

-Todos estamos cansados.

Se metieron en la cama.

-Un momento -dijo la mujer.

El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.

-Me había olvidado de cerrar los grifos.

Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.

La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.

-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.

-Buenas noches -dijo la mujer.

FIN





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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 9 de marzo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















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domingo, 8 de marzo de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] Desinformación



El ejército en la Plaza del Duomo, Milán (AP)


"La semana pasada se publicó un artículo científico que estableció un nuevo récord -escribe en el Especial dominical de hoy el profesor de la London School of Hygiene & Tropical Medicine, Adam Kucharski ("Coronavirus: El contagio de la desinformación". El País, 25/2/2020)-. Poco después de aparecer en Internet, su “puntuación altmétrica” —que mide la atención que reciben los ensayos de investigación en la prensa y las redes sociales— había sobrepasado ya a cualquier otro estudio anterior. El artículo, publicado en una página web dedicada a resultados preliminares, aseguraba que el nuevo coronavirus que estaba extendiéndose en China tenía fragmentos de código genético similares al VIH, lo que desató las teorías de la conspiración de que el virus se había creado mediante ingeniería genética. Solo había un inconveniente: el artículo tenía defectos importantes y fue desacreditado por los principales investigadores genéticos. Ante las críticas, los autores se apresuraron a retirar el estudio.

El brote de Covid-19 en China ha ido acompañado de la difusión de especulaciones y rumores, que a menudo llegan más lejos y más deprisa que el propio virus. ¿Pero por qué es tan contagiosa esa desinformación? Tanto en los virus como en la información viral, los brotes dependen de qué es lo que se propaga y de las interacciones de la gente que lo propaga. Varias investigaciones recientes han demostrado que algunos contenidos en la Red pueden prender con facilidad. Los análisis de las noticias difundidas en Twitter entre 2006 y 2017 revelan que las falsas tienden a propagarse más y más deprisa que otras. ¿El motivo? La gente parece apreciar la novedad y las noticias falsas, por definición, contienen más datos nuevos que las verdaderas.

Además de la novedad, las emociones pueden influir en que se popularice la información. Entre los factores más poderosos que impulsan la información están el miedo y la repugnancia, por lo que las historias que suscitan esos sentimientos suelen propagarse con más facilidad. También en este caso hay una explicación evolutiva: el miedo y la repugnancia nos han ayudado históricamente a evitar lo que nos podía hacer daño. Esas emociones se explotan ahora para conseguir que los usuarios difundan informaciones nocivas.

Ese carácter contagioso no necesariamente se arregla con el tiempo. Durante un brote, siempre hay especulaciones sobre si el virus está evolucionando y haciéndose más peligroso. Aunque no existen pruebas de que el coronavirus se haya hecho más contagioso desde que apareció en diciembre, lo que probablemente sí está evolucionando son los rumores sobre él, que se propagan cada vez mejor. En 1932 el psicólogo Frederic Bartlett publicó un estudio que mostraba lo que ocurre en la divulgación de una información. Ordenó a los participantes en el experimento que hicieran una especie de juego del “teléfono roto”: uno le contaba una historia a otro, que, a su vez, se la contaba al siguiente, y así sucesivamente. A medida que las historias recorrían la cadena, se volvían más breves y sencillas. La gente también prescindía de los elementos que le resultaban desconocidos y los sustituía por otros que le parecían que tenían más sentido. En la era de Internet, este proceso es todavía más rápido: las ideas complejas y delicadas pueden convertirse rápidamente en historias sencillas, que prescinden de detalles esenciales porque no encajan con las opiniones de quienes las cuentan.

La sencillez se valora especialmente en la Red y el efecto se refuerza por los tipos de interacciones que tenemos. El sociólogo Damon Centola ha destacado que las ideas y opiniones complejas, muchas veces, necesitan un refuerzo social para extenderse: quizá tuiteemos un vídeo de gatos después de ver que lo ha compartido una persona, pero, en general, necesitamos ver a muchas personas publicando una opinión política sutil antes de pensar en unirnos a ellos. Centola llama a estos conceptos complicados “contagios complejos” porque, a diferencia de los “simples” virus biológicos —que se pueden propagar en un solo contacto personal—, la gente tiene que estar expuesta a ellos muchas veces antes de atraparlos. Por eso la estructura de las redes sociales de Internet —en las que lo que domina no son las relaciones con grupos íntimos de amigos, sino los contactos con personas a las que se conoce de forma superficial— ofrece una enorme ventaja a los contenidos contagiosos “simples”, que no necesitan pensar ni discutir mucho antes de difundirlo.

Las redes sociales no solo facilitan la difusión de ideas sencillas y emocionales; también ayudan a que se propaguen más deprisa. Una persona suele tardar alrededor de 20 segundos en compartir una entrada viral de Facebook: si cada usuario, por término medio, la comparte con dos más, el brote se extenderá a toda velocidad. En cambio, una persona infectada con el coronavirus, en general, tarda varios días en contagiar a otras.

El brote de Covid-19 tiene un alcance sin precedentes, con 35 países afectados en las seis semanas transcurridas desde que se notificó. Para hacer frente a la infección hay que reducir la transmisión, pero también hay que abordar las especulaciones y los rumores que se extienden rápidamente, siembran la desconfianza y debilitan los esfuerzos para contener el virus. Ya tenemos una enfermedad que está rompiendo récords. No podemos permitirnos el lujo de que la desinformación también los rompa".

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



El profesor Adam Kucharski



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