Rayhaneh Jabbari, ejecutada
"Reedición" es una nueva sección del blog dedicada a reproducir antiguas entradas que tuvieron cierto predicamento en su momento entre los lectores de Desde el trópico de Cáncer. Estas entradas se publican diariamente y conservan su título, fecha y numeración original. Disfrútenla de nuevo si lo desean.
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"En una mano el Libro, en la otra la copa,
voy de lo permitido a lo prohibido:
bajo la sólida bóveda de lapislázuli
no estamos seguros ni con Dios, ni sin Dios".
Omar Jayyam (poeta iraní, siglo XI)
No parece que las expectativas que en Occidente levantó la elección de Hasán Rouhani como presidente de la República Islámica de Irán se hayan cumplido. Ni en el asunto del programa nuclear iraní (el plazo pactado para llegar a un acuerdo termina precisamente mañana), ni en la cuestión de los derechos humanos (585 ejecuciones según Naciones Unidas en lo que va de año). La última conocida, el pasado 25 de octubre, levantó una gran conmoción: una joven iraní de 26 años llamada Rayhaneh Jabbari, acusada de matar en 2007 a su violador, fue ejecutada en una prisión de Teherán. De acuerdo con la "sharia" (ley islámica, vigente en Irán), la familia de su víctima se había negado a concederle clemencia, por lo que fue el hijo mayor del violador asesinado por Rayhaneh quien abrió la trampilla de la horca que ejecutó a la joven.
Mi sintonía con el régimen actual iraní de los ayatolás iranies es nula. También era escasa con el de su antecesor el sah, al que la gran escritora y periodista italiana Oriana Fallaci retrató cruel y magistralmente en su libro "Entrevistas con la historia" (1986). Más simpatía por el actual régimen iraní -ciertamente, no acrítica- parece tener la catedrática de historia contemporánea de la universidad de Extremadura María Jesus Merinero, que en una extensa reseña titulada "Añicos de Irán", publicada en Revista de Libros en 2011, criticaba con inusitada dureza el libro de los periodistas Serge Michel, suizo, y Paolo Woods, italiano, titulado "Puedes pisar mis ojos. Un retrato del Irán actual", que a mí me pareció más que interesante y nada frívolo cuando lo leí también por esas fechas.
Pero mi relación amistosa con el Irán histórico y con sus gentes viene de antiguo. Para ser exactos, de hace cincuenta y ocho años. En 1956, mis padres, que vivían en Madrid en el barrio de Delicias, se mudaron al de Prosperidad, en el distrito de Chamartín. Y lógicamente, a mis diez años de edad, me fui con ellos y con mis hermanos. Muy cerca de la casa de mis padres, en un chalecito semioculto entre grandes árboles entre el paseo de La Habana y la avenida de Pío XII, creo recordar que en la calle Jerez, estaba la Embajada Imperial del Irán. En horas libres de tareas escolares mis amigos y yo solíamos acercarnos a las embajadas acreditadas en Madrid para pedir libros, mapas, cuentos y documentación varia alegando un próximo viaje familiar a dicho país o la necesidad de hacer un trabajo escolar que nos habían encomendado. Las razones eran falsas pero nosotros, en nuestra inocencia, deberíamos resultar convincentes porque nos colmaban de atenciones... ¡y de libros!..., especialmente en la representación diplomática del Imperio iraní.
Repetimos visita varias veces, y de aquellas visitas nació en mí un sentimiento de cariño por el pueblo, la cultura y la historia de Irán que llegó a cautivarme y que aun perdura. Tanto, que unos años más tarde, llegado el momento de tener que dar una disertación en francés, como un ejercicio más de los que teníamos que hacer en la Escuela Central de Idiomas de Madrid en la que estudiaba por las tardes la dulce lengua de Francia, recité de memoria un cuento que me habían regalado en una de aquellas visitas a la embajada iraní. Se titulaba, ¡nunca podré olvidarme! "Mernahz, la Cendrillon iranienne" (Mernahz, la Cenicienta iraní). Y que como todos los cuentos que se precien comenzaba así: "Il était une fois une petite fille appelée Merhnaz..." (Érase una vez una niñita llamada Merhnaz...). Me lo aprendí en los ratos libres que me permitían los partidos de béisbol que jugábamos, a la espera de mi turno de bateo, sobre la ahora intransitable M-30...
La injusta y desgraciada suerte de Rayhaneh Jabbari y mi desapego y desprecio nunca disimulado por el régimen teocrático iraní, no es óbice para recordar con nostalgia una relación con el Irán eterno que vista desde los ojos del niño que fui una vez se me antoja entrañable. Un Irán eterno que mejor que nadie supo reflejar el gran trágico griego Esquilo, allá por el años 472 a.C. en su inmortal obra Los persas, una de las más memorables muestras literarias de la grandeza del pueblo ateniense para con sus adversarios, que me permito dejarles como obsequio en la seguridad de que disfrutarán de su lectura.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Pero mi relación amistosa con el Irán histórico y con sus gentes viene de antiguo. Para ser exactos, de hace cincuenta y ocho años. En 1956, mis padres, que vivían en Madrid en el barrio de Delicias, se mudaron al de Prosperidad, en el distrito de Chamartín. Y lógicamente, a mis diez años de edad, me fui con ellos y con mis hermanos. Muy cerca de la casa de mis padres, en un chalecito semioculto entre grandes árboles entre el paseo de La Habana y la avenida de Pío XII, creo recordar que en la calle Jerez, estaba la Embajada Imperial del Irán. En horas libres de tareas escolares mis amigos y yo solíamos acercarnos a las embajadas acreditadas en Madrid para pedir libros, mapas, cuentos y documentación varia alegando un próximo viaje familiar a dicho país o la necesidad de hacer un trabajo escolar que nos habían encomendado. Las razones eran falsas pero nosotros, en nuestra inocencia, deberíamos resultar convincentes porque nos colmaban de atenciones... ¡y de libros!..., especialmente en la representación diplomática del Imperio iraní.
Repetimos visita varias veces, y de aquellas visitas nació en mí un sentimiento de cariño por el pueblo, la cultura y la historia de Irán que llegó a cautivarme y que aun perdura. Tanto, que unos años más tarde, llegado el momento de tener que dar una disertación en francés, como un ejercicio más de los que teníamos que hacer en la Escuela Central de Idiomas de Madrid en la que estudiaba por las tardes la dulce lengua de Francia, recité de memoria un cuento que me habían regalado en una de aquellas visitas a la embajada iraní. Se titulaba, ¡nunca podré olvidarme! "Mernahz, la Cendrillon iranienne" (Mernahz, la Cenicienta iraní). Y que como todos los cuentos que se precien comenzaba así: "Il était une fois une petite fille appelée Merhnaz..." (Érase una vez una niñita llamada Merhnaz...). Me lo aprendí en los ratos libres que me permitían los partidos de béisbol que jugábamos, a la espera de mi turno de bateo, sobre la ahora intransitable M-30...
La injusta y desgraciada suerte de Rayhaneh Jabbari y mi desapego y desprecio nunca disimulado por el régimen teocrático iraní, no es óbice para recordar con nostalgia una relación con el Irán eterno que vista desde los ojos del niño que fui una vez se me antoja entrañable. Un Irán eterno que mejor que nadie supo reflejar el gran trágico griego Esquilo, allá por el años 472 a.C. en su inmortal obra Los persas, una de las más memorables muestras literarias de la grandeza del pueblo ateniense para con sus adversarios, que me permito dejarles como obsequio en la seguridad de que disfrutarán de su lectura.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 2197
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
Publicada originariamente con fecha 23 de noviembre de 2014
Publicada originariamente con fecha 23 de noviembre de 2014