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domingo, 31 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] La industria del espíritu





La burguesía occidental está siendo objetivo de una gran operación mercantil que se fundamenta en un nuevo narcicismo, un egocentrismo modelo ‘new age’, un egoísmo rabiosamente autorreferencial. Es la industria del espíritu, comenta en El País el escritor Jordi Soler.

El filósofo Daniel Dennett, comienza diciendo, propone una fórmula para alcanzar la felicidad: “Busca algo más importante que tú y dedica tu vida a eso”. Esta fórmula va a contracorriente de lo que propone la industria del espíritu en el siglo XXl, que nos viene a decir que no hay más felicidad que esa que sale de dentro de uno mismo, lo cual puede ser verdad en el caso de un monje tibetano, pero no para quien es el objetivo de la industria del espíritu, el atribulado ciudadano común de Occidente que suele encontrar la felicidad afuera, en otra persona, en su entorno familiar o social, en su oficio, en un pasatiempo, etcétera.

De acuerdo con la fórmula de Dennett la clave está afuera, en el otro extremo, en la atención que dedicamos a cosas más importantes que nosotros, objetivo, por cierto, nada difícil de conseguir pues, en rigor, todo es más interesante que nosotros mismos.

La industria del espíritu, una de las operaciones mercantiles más exitosas de nuestro tiempo, ha crecido exponencialmente en los últimos años, no hay más que ver la cantidad de instructores y pupilos de mindfulness, o de yoga, que hay a nuestro alrededor. Mindfulness y yoga en su versión pop para Occidente, no precisamente las antiguas disciplinas que practican los maestros orientales, sino un producto práctico y de rápido aprendizaje que conserva su estética, su merchandising y sus toxinas culturales.

Hasta hace muy pocos años el yoga y el mindfulness eran actividades marginales, que practicaban unos cuantos, y hoy se han convertido, en muy poco tiempo, en una industria multimillonaria. No vamos a despreciar los beneficios físicos y mentales que da el yoga, ni puede negarse que en la introspección del mindfulness podría distinguirse eventualmente alguna luz, pero también es verdad que el éxito súbito y meteórico de estas dos industrias da qué pensar.

Lo de hoy es cultivar la espiritualidad, mirar hacia adentro de uno mismo, con un aire oriental, como vehículo para conquistar la felicidad. Como si de verdad la felicidad fuera una parcela conquistable, y no ese estado de ánimo aleatorio, espontáneo y efímero de, digamos, alegría integral, que llega de vez en cuando y a ramalazos. Lo más que puede experimentarse son momentos de felicidad, esa es precisamente la gracia; si la felicidad fuera un estado permanente viviríamos en un mundo de idiotas con sonrisa boba.

Frente al argumento de que la humanidad, finalmente, ha tomado consciencia de su vida interior, ¿por qué tardamos tanto en alcanzar este peldaño evolutivo?, propondría que, más bien, la burguesía occidental está siendo el objetivo de una gran operación mercantil que tiene más que ver con la economía que con el espíritu, la salud y la felicidad de la especie humana.

En su ensayo America the anxious (St. Martin’s Press, 2016), la periodista inglesa Ruth Whippman revela algunos datos que ha recabado el Departamento de Salud de Estados Unidos: más de veinte millones de personas, más o menos la mitad de los habitantes que tiene España, practican la meditación en aquel país, y el gasto anual en cursos de mindfulness, y los productos derivados de la enseñanza y de la práctica posterior, es de 4.000 millones de dólares. La cifra del yoga es todavía más importante: los nuevos yoguis invierten 10.000 millones de dólares al año en clases de yoga y accesorios como la alfombrilla, los leggings, el botellín yogui de acero inoxidable para el agua. De las industrias que crecen más, y más rápidamente, en Estados Unidos, el yoga ocupa el cuarto lugar.

Esto sucede en un país que en su acta de independencia consagra por escrito la búsqueda de la felicidad (the pursuit of happines) como uno de los derechos inalienables de las personas. Esta búsqueda, como todo lo que sucede en aquel país, se ha extendido por los países de Occidente y ha llegado aquí aplicada a la industria del espíritu, con un éxito, y una militancia entre sus practicantes, de los que no gozan la mayoría de los cultos.

La industria del espíritu es un producto de las sociedades industrializadas donde las personas tienen ya muy resueltas las necesidades básicas, desde el techo y la comida hasta el Netflix y el Spotfy. Una vez instalado en el angustioso vacío que producen las necesidades resueltas, el ciudadano maniobra para apuntarse a un grupo que le procure otra necesidad.

Este creciente colectivo de personas que hurgan en sí mismas buscando la felicidad, ya ha conseguido instaurar un nuevo narcisismo, un egocentrismo new age, un egoísmo rabiosamente autorreferencial que, de paso, ha venido a trastocar el famoso equilibrio latino de mens sana in corpore sano, decantándolo descaradamente hacia el cuerpo. El gurú del siglo XXI invita a sus pupilos a consentirse a sí mismos, a tratarse estupendamente mientras encuentran la puerta hacia la felicidad, los anima a descubrir los misterios del mundo en sus propios ombligos.

Este novedoso egocentrismo new age encaja divinamente en esa compulsión contemporánea de cultivar el físico, se tenga la edad que se tenga, de anteponer el corpore a la mens. A lo largo de la historia de la humanidad el objetivo había sido volverse más inteligente a medida que se envejecía; los viejos eran los sabios, ese era su valor, pero ahora asistimos a su claudicación: los viejos ya no quieren ser sabios, prefieren estar fornidos y musculosos, y dejan la sabiduría en manos del primer iluminado que se pone a impartir cursillos.

Walter Benjamin rescata el consejo de un viejo sabio cabalista que viene al caso; para conseguir un cambio importante en la vida no hacen falta grandes movimientos, ni cursillos de ningún tipo, añadiría yo: “Basta desplazar un poco esta taza, o este arbusto o esta piedra; y así con todas las cosas”, recomendaba el viejo cabalista. Si la industria del espíritu tiene de verdad los efectos que promociona su clientela, ¿por qué no vivimos rodeados de gente feliz y satisfecha?

Parece que el requisito para salvarse en el siglo XXI es inscribirse en un cursillo, pagarle a alguien que nos diga qué hacer con nosotros mismos y los pasos que hay que seguir para vivir cada instante con plena conciencia. Sería saludable no perder de vista que el objetivo principal de esas sesiones pagadas no es tanto salvarlo a usted, como mantener a flote la economía del espíritu que, sin sus millones de abonados, regresaría al nivel que tenía en el siglo XX, aquella época dorada del hedonismo suicida, en la que el mindfulness era patrimonio de los monjes, el yoga lo practicaban cuatro gatos y el espíritu se cultivaba leyendo libros en una gratificante soledad.



Dibujo de Raquel Marín para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt






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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 16 de julio de 2015

[Pensamiento] Los Simpson: Filosofía para andar por casa




Los Simpson al completo (sofá incluido)



Puede parecer pueril que metidos en una crisis económica como la que afectaba al mundo en aquellos momentos, verano de 2008, y que sigue aun; de disputas territoriales que no han cesado; de acciones terroristas que se han incrementado hasta el paroxismo; y de unas olimpiadas perfectas en lo material (Pekín) pero que dejaron mal sabor de boca en los defensores de los derechos humanos, alguien, aunque ese "alguien" fuera tan representativo del mundo de la inteligencia como la estadounidense Universidad de Berkeley, en California, se ocupara de organizar un curso de filosofía fundamentado en una seria de dibujos animados protagonizados, ¡como no!, por la familia Simpson

Pero así fue. Y al parecer la serie dio para ello y para mucho más. Dos escritores, Jordi Soler y Eloy Fernández Porta, lo explicaron en su día con todo lujo de detalles en el diario El País. No se lo tomen a broma, porque no lo fue. Y merece la pena leer, aun hoy, lo que escribieron al respecto. Personalmente, en lo que a mí concierne, retomé la serie y reconozco que comencé a mirarla y disfrutarla con ojos menos inocentes. Y que aprendí algunas cosas de esa filosofía para andar por casa que los Simpson desprenden. En su artículo "Pienso, luego... ¡mosquis!", el escritor Jordi Soler lo contaba con humor, y a él les remito. En la Universidad de Berkeley, decía, se impartía un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota a lo largo de un semestre, comentaba, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico. 

Por su parte, el también escritor Eloy Fernández Porta, dedicaba su artículo, "Esta niña está en mi cabeza", al personaje de Lisa. El único personaje indispensable de Los Simpson, decía. Las astracanadas de Bart o el payaso Krusty son intercambiables, y cada uno de los caracteres restantes puede ser sintetizado en un giro verbal, así "¡Excelente!", "Jaaaa-há" u "Hola-holita, vecino". Esta sucesión de pifias y calamidades no podría sostenerse narrativamente de no ser por esa conciencia racional, cívica y tocada con collar de bolas que pugna por sobreponerse a la sinrazón de sus mayores. En la escuela de Estados Unidos, añade Eloy Fernández, no basta con sacar las mejores notas; es preciso ser también activa, dinámica, una líder natural; de lo contrario, una quedará reducida a ojito derecho de la maestra. La singularidad de este personaje determina que en la serie coexistan dos tipos distintos de sátira, que podríamos llamar "anecdótico" y "trascendental". Por una parte, lo que ocurre alrededor de Lisa y a pesar de ella: la incompetencia de los dirigentes, el alcoholismo de los paisanos, el ridículo cotidiano. Por otra, lo que le pasa a ella en particular, y que no es sino la cancelación de todas las ilusiones de trascendencia: el ecologismo, la Ilustración, el sentido de la comunidad... el porvenir, en fin, tal como lo imagina un europeo con gafotas. No dejen de leerlos en los enlaces de más arriba. Y por supuesto, disfruten de la familia Simpson y de su filosofía para andar por casa, de la que les dejo aquí algunos de sus aforismos más célebres:

- Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso.

- Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman.

- Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda.

- Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt






http://www.elpais.com/recorte/20080816elprdv_2/LCO340/Ies/Filosofos_clave_simpsoniana.jpg
Los filósofos simpsonianos... ¿Los reconocen? La solución, arriba




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jueves, 8 de agosto de 2013

Máster en Filosofía Existencial (versión familia Simpson)




http://www.elpais.com/recorte/20080816elprdv_2/LCO340/Ies/Filosofos_clave_simpsoniana.jpg
Los filósofos simpsonianos... ¿Los reconocen?...



Podía parecer pueril que inmersos en una crisis económica que afectaba a más de la mitad (precisamente la más rica..., hasta ahora) del planeta, de una disputa territorial (Rusia-Georgia) que tenía todos los visos de irse calentando gradualmente, de unas olimpiadas perfectas (Pekín) en lo material pero que habían dejando mal sabor de boca en los defensores de los derechos humanos... Sí, absolutamente pueril, que alguien, aunque ese "alguien" sea tan representativo del mundo de la inteligencia como la Universidad de Berkeley, en la ciudad de San Francisco de California, se ocupara de estudiar y organizar un curso de filosofía fundamentado en una seria de dibujos animados como la de la familia Simpson. Pero al parecer la serie daba para ello y para mucho más. Dos escritores, Jordi Soler y Eloy Fernández Porta, lo explicaban con todo lujo de detalles en El País de hace unos años. Espero que no se lo tomen a broma, porque no lo es. Y merece la pena leer lo que nos decían... Personalmente, voy a retomar la serie y mirarla con otros ojos. Y aprender... Y con esta se llega a las 1000 entradas de esta segunda etapa de Desde el trópico de Cáncer...

Sean felices, por favor.  Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






"Pienso, luego... ¡mosquis!", por Jordi Soler
El País, 16/8/2008

En la Universidad de Berkeley, en California, se imparte un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota, a lo largo de un semestre, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico. Matt Groening, artífice de esta familia dolorosamente arquetípica, sostiene: "Los Simpson es un programa que te recompensa si pones suficiente atención". Sus célebres episodios pueden entenderse en distintos niveles, divierten a niños, a adultos y a filósofos; tres datos sobre la inversión que lleva cada capítulo de esta serie dan una idea de su complejidad: 300 personas, que trabajan durante 8 meses, con un costo de 1,5 millones de dólares. La misma idea de convertir a la familia Simpson en materia de especulación filosófica es el tema de un curioso libro, The Simpsons and philosophy: the D'oh of Homer (ese D'oh se traduce en la versión española por "mosquis", la célebre interjección de Homer). Una nueva editorial, Blackie, lo publicará en España en invierno con el título de Los Simpson y la filosofía. En este volumen, un éxito de ventas en EE UU e Italia, 20 filósofos, de diversas universidades de Estados Unidos, ensayan sobre esta familia y su entorno en la desternillante ciudad de Springfield. El compilador de este proyecto de reflexión colectiva es William Irwin, profesor de filosofía del Kings College, en Pensilvania, con la participación de Mark T. Conrad y Aeon J. Skoble; Irwin es también autor de un célebre ensayo, en la misma línea de filosofía pop, titulado Seinfeld and philosophy (Seinfeld y la filosofía), donde, en un ejercicio a caballo entre la reflexión y la enajenación que produce mirar tantas horas la tele, desmonta filosóficamente la vida del solterón neoyorquino y el grupo de solterones que lo rodean.

Los Simpson y la filosofía comienza con un ensayo de Raja Halwani dedicado a rescatar, filosóficamente, lo que Homer tiene de admirable, y el punto de partida para esta empresa imposible es Aristóteles, ni más ni menos. "Los hombres fallan a la hora de discernir en la vida qué es el bien"; esta idea aristotélica consuena con esta idea homérica, de Homer Simpson: "Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo, las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio". La interesantísima radiografía filosófica de Homer que hace Halwani viene salpicada con diálogos y situaciones que hacen ver al lector lo que ya había notado al ver Los Simpson en la televisión: que Homer, fuera de algunos momentos de intensa vitalidad, casi todos asociados con la cerveza Duff, no tiene nada de admirable. "Brindo por el alcohol, que es la causa y la solución de todos los problemas de la vida", dice Homer en un momento festivo, con una jarra de cerveza en la mano, y unos capítulos más tarde se sincera con Marge, su esposa: "Mira Marge, siento mucho no haber sido mejor esposo; estoy arrepentido del día en que intenté hacer salsa en la bañera y de la vez en que le puse cera al coche con tu vestido de novia... Digamos que te pido perdón por todo nuestro matrimonio hasta el día de hoy".

El libro se divide en cuatro grandes secciones: personajes, temas simpsonianos, la ética de los Simpson y los Simpson y los filósofos. El resultado, como suele suceder en los libros de varios autores, es desigual y ligeramente repetitivo; sin embargo, su lectura puede ser muy instructiva para los millones de forofos de esta serie que desde 1989 presenta una visión de la sociedad en dibujos que se parece bastante a la realidad de la familia occidental; en sus episodios, además de la lúcida disección que se hace del zoo humano, se tratan temas muy serios como la inmigración, los derechos de los homosexuales, la energía nuclear, la polución, y todo teñido de una sátira política que al final, como sucede casi siempre en los ambientes de Hollywood, resulta ser más demócrata que republicana.

Hace unos años, Matt Groening declaró que el gran subtexto de Los Simpson es éste: "La gente que está en el poder no siempre tiene en mente tu bienestar". La serie está basada en la desconfianza que siente el ciudadano común frente al poder, en todas sus manifestaciones, y en la necesidad que éste tiene de preservar a su familia que, por disfuncional que sea, termina siendo el último refugio posible. En los capítulos que se ocupan de los personajes de la serie, los filósofos autores de este libro aprovechan para revisar el antiintelectualismo yanqui a la luz de Lisa, o el silencio de Maggie a partir de esa idea de Wittgenstein que dice "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"; también hay una sesuda reflexión sobre Marge, esposa y madre, como referente moral de la familia Simpson, y del pueblo de Springfield; en uno de los episodios aparece este diálogo, debidamente consignado en el libro, entre Marge y el tabernero Moe:

Moe: "He perdido las ganas de vivir".

Marge: "Oh, eso es ridículo, Moe. Tienes muchas cosas por las que vivir".

Moe: "¿De verdad?, no es lo que me ha dicho el reverendo Lovejoy. Gracias Marge, eres buena".

Bart Simpson es analizado con óptica nietzscheana; Mark T. Conrad intenta armonizar la vida gamberra de este niño con el rechazo de Nietzsche a la moral tradicional. "Yo no lo hice. Nadie me ha visto hacerlo. No hay manera de que tú puedas probar nada", se defiende Bart en uno de los episodios, ignorando esta contundente línea de Nietzsche que lo justifica: "No existen los hechos, sólo las interpretaciones".

Además de Nietzsche y Aristóteles, Los Simpson y la filosofía echa mano de Kierkegaard, Camus, Sartre, Heidegger, Popper, Bergson, Husserl, Kant y Marx, y este último filósofo da sustancia al divertido capítulo Un (Karl, no Groucho) marxista en Springfield, donde James M. Wallace llega a la conclusión de que los Simpson son capitalistas y, simultáneamente, críticos marxistas de la sociedad capitalista. A la hora de desmontar filosóficamente a Homer, Raja Halwani llega a la conclusión de que el tipo de carácter que tiene este personaje, desde el punto de vista aristotélico, es el vicioso, su escaso autocontrol frente a la ira, la alegría, el sexo o la cerveza, sus mentiras y su cobardía histérica en las situaciones en que tendría que responder como jefe de la tribu, lo sitúan como la antítesis de la templanza. Esta línea, dicha por él mismo cuando peligraba su integridad física, describe bien al entrañable personaje: "¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!".

Una selección de algunas de las frases más memorables de Homer Simpson:

- Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo: las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio...

- Brindo por el alcohol: que es la causa y la solución de los problemas de la vida.

- Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso.

- Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman.

- A Billy Corgan, de The Smashing Pumpkins: ¿Sabes? Mis hijos piensan que eres fantástico. Y gracias a tu música depresiva han dejado de soñar con un futuro que no puedo darles.

- ¿Cuándo aprenderé? Las respuestas de la vida no están en el fondo de una botella. ¡Están en el televisor!.

- Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda.

- Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena.

- Quiero decirte las tres frases que te acompañarán en la vida. Uno, cúbreme; dos, jefe, qué gran idea; tres, ¿así estaba cuando llegué?

- Hijo, una mujer es como una cerveza. Huelen bien, se ven bien, ¡y matarías a tu madre por una! Y no puedes tener sólo una. Querrás beber a otra mujer.





http://www.elpais.com/recorte/20080816elprdv_1/LCO340/Ies/Homer_Simpson.jpg
Homer Simpson




"Esta niña está en mi cabeza", por Eloy Fernández Porta
El País, 16/8/2008

El único personaje indispensable de Los Simpson es Lisa. Las astracanadas de Bart o el payaso Krusty son intercambiables, y cada uno de los caracteres restantes puede ser sintetizado en un giro verbal, así "¡Excelente!", "Jaaaa-há" u "Hola-holita, vecino". Esta sucesión de pifias y calamidades no podría sostenerse narrativamente de no ser por esa conciencia racional, cívica y tocada con collar de bolas que pugna por sobreponerse a la sinrazón de sus mayores. La niña modélica como imagen del futuro nacional: esta idea ha sido elaborada en el marco de la teoría política queer y desarrollada por comentaristas como Laurent Berlant o Mariano Rajoy. Sin embargo, Lisa es una "primera de la clase" más europea que norteamericana. En la escuela de Estados Unidos no basta con sacar las mejores notas; es preciso ser también activa, dinámica, una líder natural; de lo contrario, una quedará reducida a ojito derecho de la maestra. La singularidad de este personaje determina que en la serie coexistan dos tipos distintos de sátira, que podríamos llamar "anecdótico" y "trascendental".

Por una parte, lo que ocurre alrededor de Lisa y a pesar de ella: la incompetencia de los dirigentes, el alcoholismo de los paisanos, el ridículo cotidiano. Por otra, lo que le pasa a ella en particular, y que no es sino la cancelación de todas las ilusiones de trascendencia: el ecologismo, la Ilustración, el sentido de la comunidad... el porvenir, en fin, tal como lo imagina un europeo con gafotas. En cada episodio nos reímos 10 veces de asuntos anecdóticos y sólo una o dos de cosas trascendentales. Por eso Los Simpson es crítica cultural punk en estado puro: no porque haga mofa de lo más sagrado, sino porque nos dice que el fin de la civilización es menos grave que la suspensión del programa de Krusty.




Lisa Simpson





Entrada núm. 1933
Reedición de la entrada de fecha 16/8/2008
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

sábado, 19 de noviembre de 2011

Borges por siempre






Jorge Luis Borges (1899-1986)





Junto con el “Ulises” de Joyce, “Las nieblas de Avalón” de Marion Zimmer Bradley y la “Eneida” de Virgilio, que tengo leidos a medias, ayer comencé a leer “El Aleph” (Alianza, Madrid, 1984) del escritor argentino Jorge Luis Borges. Lo tengo en la biblioteca desde hace muchos años y una inexplicable aprensión -quizá motivada por toda la literatura de complejidad creada sobre las obras de Borges- me hacía reticente a su lectura. Llevaba varios días viéndole en la estantería, como mirándome y pidiéndome que lo intentara, que no me arrepentiría… ¿Atavismos de una relación amor/odio/pasión con los libros?… Es posible. Mientras mi familia disfrutaba del  atardecer en el jardín de casa con un último baño en la piscina, me decidí: no he podido dejarlo y lo he leido de un tirón… Sólo puedo decir que lamento no haberlo hecho mucho antes.

Como complemento de la entrada, he puesto un vídeo en el que se recoge, íntegra, la entrevista que Joaquín Soler Serrano realizara a Jorge Luis Borges, para TVE, el 23 de abril de 1980. 

Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





Portada de "El Aleph"




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Entrada núm. 1416
Reedición de la publicada originalmente en
"Desde el trópico de Cáncer" el 16/8/2006
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son ella páginas en blanco" (Hegel)

Entrevista a Jorge Luis Borges (TVE, 1980)

sábado, 16 de agosto de 2008

*Filosofía vital (versión familia Simpson)




Puede parecer pueril que inmersos en una crisis económica que afecta a más de la mitad (precisamente la más rica..., hasta ahora) del planeta, de una disputa territorial (Rusia-Georgia) que tiene todos los visos de irse calentando gradualmente, de unas olimpiadas perfectas en lo material pero que están dejando mal sabor de boca en los defensores de los derechos humanos... Sí, absolutamente pueril, que alguien, aunque ese "alguien" sea tan representativo del mundo de la inteligencia como la Universidad de Berkeley, en la ciudad de San Francisco de California, se ocupe de estudiar y organizar un curso de filosofía fundamentado en una seria de dibujos animados como la de la familia Simpson. Pero al parecer la serie da para ello y para mucho más. Dos escritores, Jordi Soler y Eloy Fernández Porta, lo explican hoy con todo lujo de detalles en El País. Espero que no se lo tomen a broma, porque no lo es. Y merece la pena leer lo que nos dicen... Personalmente, voy a retomar la serie y mirarla con otros ojos. Y aprender... Sean felices a pesar de todo. HArendt





http://www.elpais.com/recorte/20080816elprdv_2/LCO340/Ies/Filosofos_clave_simpsoniana.jpg
Los filósofos simpsonianos... ¿Los reconocen?...




"Pienso, luego... ¡mosquis!", por Jordi Soler

En la Universidad de Berkeley, en California, se imparte un curso de filosofía fundamentado en la vida cotidiana de la familia Simpson. El maestro y sus alumnos van tomando nota, a lo largo de un semestre, de los actos y los diálogos que la tribu de Homer va desvelando semanalmente en la televisión; este conocimiento, aparentemente superfluo, les sirve para comprender, y luego aplicar, los engranajes del pensamiento filosófico. Matt Groening, artífice de esta familia dolorosamente arquetípica, sostiene: "Los Simpson es un programa que te recompensa si pones suficiente atención". Sus célebres episodios pueden entenderse en distintos niveles, divierten a niños, a adultos y a filósofos; tres datos sobre la inversión que lleva cada capítulo de esta serie dan una idea de su complejidad: 300 personas, que trabajan durante 8 meses, con un costo de 1,5 millones de dólares. La misma idea de convertir a la familia Simpson en materia de especulación filosófica es el tema de un curioso libro, The Simpsons and philosophy: the D'oh of Homer (ese D'oh se traduce en la versión española por "mosquis", la célebre interjección de Homer). Una nueva editorial, Blackie, lo publicará en España en invierno con el título de Los Simpson y la filosofía. En este volumen, un éxito de ventas en EE UU e Italia, 20 filósofos, de diversas universidades de Estados Unidos, ensayan sobre esta familia y su entorno en la desternillante ciudad de Springfield. El compilador de este proyecto de reflexión colectiva es William Irwin, profesor de filosofía del Kings College, en Pensilvania, con la participación de Mark T. Conrad y Aeon J. Skoble; Irwin es también autor de un célebre ensayo, en la misma línea de filosofía pop, titulado Seinfeld and philosophy (Seinfeld y la filosofía), donde, en un ejercicio a caballo entre la reflexión y la enajenación que produce mirar tantas horas la tele, desmonta filosóficamente la vida del solterón neoyorquino y el grupo de solterones que lo rodean.

Los Simpson y la filosofía comienza con un ensayo de Raja Halwani dedicado a rescatar, filosóficamente, lo que Homer tiene de admirable, y el punto de partida para esta empresa imposible es Aristóteles, ni más ni menos. "Los hombres fallan a la hora de discernir en la vida qué es el bien"; esta idea aristotélica consuena con esta idea homérica, de Homer Simpson: "Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo, las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio". La interesantísima radiografía filosófica de Homer que hace Halwani viene salpicada con diálogos y situaciones que hacen ver al lector lo que ya había notado al ver Los Simpson en la televisión: que Homer, fuera de algunos momentos de intensa vitalidad, casi todos asociados con la cerveza Duff, no tiene nada de admirable. "Brindo por el alcohol, que es la causa y la solución de todos los problemas de la vida", dice Homer en un momento festivo, con una jarra de cerveza en la mano, y unos capítulos más tarde se sincera con Marge, su esposa: "Mira Marge, siento mucho no haber sido mejor esposo; estoy arrepentido del día en que intenté hacer salsa en la bañera y de la vez en que le puse cera al coche con tu vestido de novia... Digamos que te pido perdón por todo nuestro matrimonio hasta el día de hoy".

El libro se divide en cuatro grandes secciones: personajes, temas simpsonianos, la ética de los Simpson y los Simpson y los filósofos. El resultado, como suele suceder en los libros de varios autores, es desigual y ligeramente repetitivo; sin embargo, su lectura puede ser muy instructiva para los millones de forofos de esta serie que desde 1989 presenta una visión de la sociedad en dibujos que se parece bastante a la realidad de la familia occidental; en sus episodios, además de la lúcida disección que se hace del zoo humano, se tratan temas muy serios como la inmigración, los derechos de los homosexuales, la energía nuclear, la polución, y todo teñido de una sátira política que al final, como sucede casi siempre en los ambientes de Hollywood, resulta ser más demócrata que republicana.

Hace unos años, Matt Groening declaró que el gran subtexto de Los Simpson es éste: "La gente que está en el poder no siempre tiene en mente tu bienestar". La serie está basada en la desconfianza que siente el ciudadano común frente al poder, en todas sus manifestaciones, y en la necesidad que éste tiene de preservar a su familia que, por disfuncional que sea, termina siendo el último refugio posible. En los capítulos que se ocupan de los personajes de la serie, los filósofos autores de este libro aprovechan para revisar el antiintelectualismo yanqui a la luz de Lisa, o el silencio de Maggie a partir de esa idea de Wittgenstein que dice "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"; también hay una sesuda reflexión sobre Marge, esposa y madre, como referente moral de la familia Simpson, y del pueblo de Springfield; en uno de los episodios aparece este diálogo, debidamente consignado en el libro, entre Marge y el tabernero Moe:

Moe: "He perdido las ganas de vivir".

Marge: "Oh, eso es ridículo, Moe. Tienes muchas cosas por las que vivir".

Moe: "¿De verdad?, no es lo que me ha dicho el reverendo Lovejoy. Gracias Marge, eres buena".

Bart Simpson es analizado con óptica nietzscheana; Mark T. Conrad intenta armonizar la vida gamberra de este niño con el rechazo de Nietzsche a la moral tradicional. "Yo no lo hice. Nadie me ha visto hacerlo. No hay manera de que tú puedas probar nada", se defiende Bart en uno de los episodios, ignorando esta contundente línea de Nietzsche que lo justifica: "No existen los hechos, sólo las interpretaciones".

Además de Nietzsche y Aristóteles, Los Simpson y la filosofía echa mano de Kierkegaard, Camus, Sartre, Heidegger, Popper, Bergson, Husserl, Kant y Marx, y este último filósofo da sustancia al divertido capítulo Un (Karl, no Groucho) marxista en Springfield, donde James M. Wallace llega a la conclusión de que los Simpson son capitalistas y, simultáneamente, críticos marxistas de la sociedad capitalista. A la hora de desmontar filosóficamente a Homer, Raja Halwani llega a la conclusión de que el tipo de carácter que tiene este personaje, desde el punto de vista aristotélico, es el vicioso, su escaso autocontrol frente a la ira, la alegría, el sexo o la cerveza, sus mentiras y su cobardía histérica en las situaciones en que tendría que responder como jefe de la tribu, lo sitúan como la antítesis de la templanza. Esta línea, dicha por él mismo cuando peligraba su integridad física, describe bien al entrañable personaje: "¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!".




Una selección de algunas de las frases más memorables de Homer Simpson:

- Yo no puedo vivir esta vida de mierda que llevas tú. Lo quiero todo: las terroríficas partes bajas, las cimas mareantes, las partes cremosas de en medio...

- Brindo por el alcohol: que es la causa y la solución de los problemas de la vida.

- Intentar algo es el primer paso hacia el fracaso.

- Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor sálvame, Superman.

- A Billy Corgan, de The Smashing Pumpkins: ¿Sabes? Mis hijos piensan que eres fantástico. Y gracias a tu música depresiva han dejado de soñar con un futuro que no puedo darles.

- ¿Cuándo aprenderé? Las respuestas de la vida no están en el fondo de una botella. ¡Están en el televisor!.

- Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda.

- Si cuesta trabajo hacerlo, es que no merece la pena.

- Quiero decirte las tres frases que te acompañarán en la vida. Uno, cúbreme; dos, jefe, qué gran idea; tres, ¿así estaba cuando llegué?

- Hijo, una mujer es como una cerveza. Huelen bien, se ven bien, ¡y matarías a tu madre por una! Y no puedes tener sólo una. Querrás beber a otra mujer.




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Homer Simpson




"Esta niña está en mi cabeza", por Eloy Fernández Porta

El único personaje indispensable de Los Simpson es Lisa. Las astracanadas de Bart o el payaso Krusty son intercambiables, y cada uno de los caracteres restantes puede ser sintetizado en un giro verbal, así "¡Excelente!", "Jaaaa-há" u "Hola-holita, vecino". Esta sucesión de pifias y calamidades no podría sostenerse narrativamente de no ser por esa conciencia racional, cívica y tocada con collar de bolas que pugna por sobreponerse a la sinrazón de sus mayores. La niña modélica como imagen del futuro nacional: esta idea ha sido elaborada en el marco de la teoría política queer y desarrollada por comentaristas como Laurent Berlant o Mariano Rajoy. Sin embargo, Lisa es una "primera de la clase" más europea que norteamericana. En la escuela de Estados Unidos no basta con sacar las mejores notas; es preciso ser también activa, dinámica, una líder natural; de lo contrario, una quedará reducida a ojito derecho de la maestra. La singularidad de este personaje determina que en la serie coexistan dos tipos distintos de sátira, que podríamos llamar "anecdótico" y "trascendental".

Por una parte, lo que ocurre alrededor de Lisa y a pesar de ella: la incompetencia de los dirigentes, el alcoholismo de los paisanos, el ridículo cotidiano. Por otra, lo que le pasa a ella en particular, y que no es sino la cancelación de todas las ilusiones de trascendencia: el ecologismo, la Ilustración, el sentido de la comunidad... el porvenir, en fin, tal como lo imagina un europeo con gafotas. En cada episodio nos reímos 10 veces de asuntos anecdóticos y sólo una o dos de cosas trascendentales. Por eso Los Simpson es crítica cultural punk en estado puro: no porque haga mofa de lo más sagrado, sino porque nos dice que el fin de la civilización es menos grave que la suspensión del programa de Krusty.