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miércoles, 29 de julio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Europa, über allen. Entrada publicada el 19 de junio de 2010




El filósofo Platón


En 64 años de vida da tiempo para bastantes lecturas. ¿Cuántas?: la verdad es que no tengo ni la menor idea, y tampoco me preocupa. En una de las secciones del blog: "Mis autores y libros favoritos", tengo puestos algunas de ellas. Sólo una mínima parte de las que recuerdo con especial cariño. Sí sé, en cambio, cuál fue mi primer libro leído del que tengo recuerdo: "La isla del tesoro", de Robert Louis.Stevenson, cuando tenía ocho años, y cuál el último, éste releído: "Infierno", de Dante Alighieri, concluido ayer mismo. También estoy seguro de cuál es el que más veces he leído: "La República", de Platón, tanto por placer como por obligaciones académicas.

Para algunos tratadistas, "La República" de Platón es un libro sobre el gobierno ideal de la "polis". Discrepo cordialmente de dicha opinión. Para mí, "La República", es un tratado sobre la educación; la de los gobernantes de la "polis", eso sí, pero de educación, no de gobierno. La tesis central del libro es la de que los filósofos, educados conforme a los preceptos expuestos por Platón, son los que deben gobernar las ciudades-estados: los reyes-filósofos. Esa es la teoría, claro está, porque cuando Platón pretendió convertirla en práctica real en la ciudad-estado siciliana de Siracusa, se salvó por los pelos de acabar vendido como esclavo. Mi conclusión personal es la de que a los filósofos hay que escucharlos y leerlos siempre con respeto, pero seguir sus consejos es harina de otro costal.

Pero hay excepciones: como la de Jürgen Habermas (1929), también filósofo, y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2003. Con toda seguridad, uno de los más influyentes, sino el que más, de los filósofos vivos actuales. Y de los más leídos y escuchados. El pasado 23 de mayo publicó en el diario El País un artículo titulado "En el euro se decide el destino de la U.E.". Todo un lujo para el periódico, pero sobre todo para el lector, en el que analiza la crisis financiera que se ceba sobre los estados europeos y la propia Unión y las posibilidades de cohesión que sobre esa misma Unión desata. A pesar de ello, o quizá precisamente a causa de ello, es un texto eminentemente político, que ensalza las virtudes de una Unión más estrecha y de la necesidad de ir a un gobierno económico de Europa. Es un texto largo, pero no complejo. Se lee y se comprende con suma facilidad.

Un ejemplo: "Por lo que respecta a la doma del asilvestrado capitalismo financiero, nadie puede engañarse sobre la voluntad mayoritaria de las poblaciones. Por primera vez en la historia del capitalismo, en el otoño de 2008 sólo pudo salvarse la columna vertebral del sistema económico mundial, impulsado por los mercados financieros, gracias a las garantías de los contribuyentes. Y este hecho -que el capitalismo no pueda ya reproducirse por sus solas fuerzas- se ha fijado desde entonces en las conciencias de los ciudadanos que, como ciudadanos-contribuyentes, tuvieron que salir fiadores del fracaso del sistema.

Y una recomendación final: "En épocas de crisis, incluso los individuos pueden hacer historia. Nuestra enervada élite política, que prefiere seguir los titulares del Bildzeitung, no puede convencerse a sí misma de que son las poblaciones quienes impiden una unificación europea más profunda. Saben perfectamente que el retrato demoscópico de la opinión de la gente no es lo mismo que el resultado de la formación de una voluntad democrática deliberativamente constituida de los ciudadanos. Hasta hora, no ha habido en país alguno una sola elección europea o un solo referéndum en el que se haya decidido sobre algo que no sean temas y listas electorales nacionales. Sin mencionar siquiera la miopía nacional-estatal de la izquierda (y aquí no hablo sólo del partido alemán La Izquierda), hasta este momento todos los partidos políticos nos deben el intento de conformar políticamente la opinión pública mediante una Ilustración a la ofensiva. Con un poco de nervio político, la crisis de la moneda común puede acabar produciendo aquello que algunos esperaron en tiempos de la política exterior común europea: la conciencia, por encima de las fronteras nacionales, de compartir un destino europeo común."

¿Serán los gobiernos y los pueblos de Europa capaces de escucharle? Espero que sí, porque, al menos para mí, la esperanza se llama Europa: "Europa über allen". HArendt



El filósfo Jürgen Habermas



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 27 de diciembre de 2017

[Pensamiento] Lasciate ogni speranza...





Recupero para el blog un antiguo artículo (mayo, 2001) en Revista de Libros escrito por Manuel Rodríguez Rivero, editor, escritor y comentarista cultural, que ejerció de editor en Cuadernos para el Diálogo, Alfaguara, Espasa Calpe y Punto de Lectura, entre otras publicaciones, que entiendo conserva todo su frescor y espero que les resulte tan interesante como a mí.

Si tienen ustedes ocasión no dejen de visitar, hasta principios de junio, la exposición que la Royal Academy londinense ha consagrado a los dibujos concebidos por Sandro Botticelli (1444-1510) para ilustrar La divina comedia de Dante (1265-1321), comienza diciendo. La muestra recoge 92 piezas en distintas fases de acabado, lo que permite hacerse una idea del modo de trabajar del artista. Están dibujadas con estilete, lápiz y tinta sobre pergamino de piel de oveja, y la textura animal del soporte les proporciona una cualidad vibrante incluso medio milenio después de que fueran realizadas.

De entre todos los dibujos los que más llaman la atención son los dedicados al Infierno, que el artista. siguiendo la pauta del poeta, interpreta como un gigantesco embudo, dividido en círculos, que se hunde en el centro de la Tierra. Y nos llaman la atención no porque sean más hermosos que los demás, sino porque, en general, todos preferimos la sección del texto de Dante en que se inspiran. De algún modo, también su representación plástica es más naturalista e imaginativa: las escenas del Purgatorio son menos espectaculares, y el Paraíso –Dios es irrepresentable y la felicidad también, sobre todo cuando posee ese paradójico toque de aburrimiento que le confiere la eternidad– requiere un grado de abstracción que Botticelli resuelve con el recurso a la geometría y al espacio en blanco, un truco empleado, por cierto, por algunos pintores del siglo XX para mostrar lo que no puede ser mostrado. Contempladas ahora, las escenas de los sucesivos círculos presentan una visión del Averno cristiano tan pintoresca como horrible: las serpientes, los diablos con alas de murciélago, los atormentados perpetuamente acosados por bestias terroríficas, los condenados a bañarse eternamente en lagunas de brea ardiente o en ríos de sangre hirviendo manifiestan cierta suave distancia renacentista con respecto al texto medieval. Al fin y al cabo, Botticelli trabajó sobre la Commedia casi doscientos años después de que fuera escrita: no es que no fuera creyente, pero se permitía cierto sentido del humor (negro) que puede apreciarse en el modo de enfrentarse a determinadas escenas o motivos. En cualquier caso, al parecer, el encargo de dibujar la obra de Dante se convirtió en una obsesión que le acompañó durante quince años y, en palabras de Vasari, «perdió mucho tiempo en ello, descuidando su trabajo y desbaratando su vida completamente».

Cada época tiene el Infierno que se merece. Y sus representaciones, sin duda. A lo largo del tiempo la mitología y la literatura se han hecho cargo de esos descensus ad inferos tan necesarios en el proceso de madurez y desarrollo del héroe, del hombre excepcional, del salvador o el guía de los pueblos. No hace falta rastrear su presencia en los textos fundacionales babilónicos o sumerios, ni en el Libro de los muertos egipcio. Ayax, Teseo, Hércules, Ulises y Eneas llevaron a cabo su catábasis al Hades, al Tártaro o al Averno antes de que el sentido de ese lugar en el que permanecen los muertos se transformara en el espacio de tortura y sufrimiento que el cristianismo reserva a los impíos. Los judíos distinguían entre el Seol, el Hades de su religión, y el Gehena, el ámbito de castigo eterno que Casiodoro de la Reina y Cipriano de Valera traducen precisamente como «infierno». Es el sitio en el que se halla la «vergüenza y confusión perpetua» (Daniel, 12:2), el lago de fuego del Apocalipsis (10:15), el lugar del «lloro y el batimiento de dientes» del que nos habla Mateo (22:13), donde, según Isaías (14:11), «gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán».

Luego, cuando el hombre alcanza la psicología, el infierno se sofistica, se hace abstracto: quizás porque, liberados gracias a la Razón de la supersticiosa imaginería medieval, el infierno pasa a convertirse o bien en un ámbito interior (desde el romanticismo), o se hace demasiado real, humano y exterior por la crueldad de las guerras y las matanzas colectivas. El protagonista de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski («soy un hombre enfermo... soy un hombre despechado»), lanza desde su mundo «subterráneo» su diatriba contra el progreso; Jean-Baptiste Clamence, el narrador de La caída, de Albert Camus, secuela literaria de la anterior, purga su culpa entre los círculos alegóricamente infernales de los canales de Amsterdam; los protagonistas del Huis-Clos sartreano toman conciencia de su infierno, que son los otros, en un salón Napoleón III sin llamas ni azufre. Buena parte del arte del siglo XX –desde los expresionistas a los hermanos Chapman, esos conspicuos representantes del New British Art que aprendieron estudiando Los desastres de la guerra goyescos– ha reflejado más o menos alegóricamente los infiernos de nuestro tiempo, que ha sido pródigo en ellos: el Holocausto, desencadenado porque los nazis –y muchos de cuantos les apoyaron– estaban convencidos de que los judíos eran la encarnación del mal absoluto, ha sido, sin duda, el peor de los nuestros.

El de Dante no es un infierno abstracto. En él cada pecado, cada pecador, obtiene su retribución, a menudo en forma de comentario irónico y moral sobre su vicio –una especie de versión ultraterrenal del «si quieres arroz, Catalina»–: los amantes adúlteros están cerca, pero no pueden tocarse; los glotones no alcanzan los frutos que colmarían su apetito; los cobardes huyen perseguidos por moscas y avispas, los orgullosos se inclinan bajo el peso del fardo que llevarán a su espalda mientras dure la eternidad.

Dante no reserva en el Infierno ningún lugar para los soberbios, a los que sí dedica, en cambio, toda la primera cornisa del Purgatorio: se conoce que para el genial florentino se trataba de un pecado menor, redimible tras un tiempo de sufrimiento esperanzado. He pensado en ello estos días, cuando todavía tenía frescos los dibujos de Botticelli y las noticias de la peligrosa crisis provocada por el avión espía norteamericano en el mar de China se superponían a las del escándalo general suscitado por el desprecio con el que George W. Bush ha venido a desmarcarse del Protocolo de Kioto, devolviendo de ese modo el favor a los grupos financieros del sector de la energía que habían financiado su campaña. Ese tipo es un peligro, créanme. Y ya sé que lo apoya buena parte de un electorado que, aunque cree que el calentamiento global es uno de nuestros más serios problemas, no está dispuesto a que se tomen medidas para reducirlo si implican que tiene que pagar más por la luz o por la gasolina. Los Estados Unidos están demasiado acostumbrados a identificar sus intereses con los del Planeta, y no al revés. Por ahora, Dante situaría al presidente de la (aún) más poderosa potencia del mundo en el Purgatorio, junto a los soberbios castigados a transportar un enorme peñasco que les obliga a humillar la cerviz. Ojalá que a lo largo de su mandato, cuyos inicios no parecen nada tranquilizadores, no dé motivos para ser incluido en el séptimo círculo del Infierno, donde los violentos purgan sus pecados sumergidos en un río de sangre. Ni a algunos de sus aliados, especialmente a Gran Bretaña, para figurar entre los aduladores y cortesanos, inmersos para toda la eternidad en un foso de excrementos.



Dibujo de Sandro Botticelli para la Divina Comedia



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

jueves, 18 de julio de 2013

La insoportable levedad de la existencia




El escritor Javier Marías



Leo en "Tu rostro mañana. Fiebre y lanza", de Javier Marías (Suma de Letras, Madrid, 2004) el comentario que el autor pone en boca de uno de los personajes de la novela sobre el sentimiento de pánico que los humanos sentimos cuando "nel mezzo del cammin di nostra vita" (Dante: Comedia, I, 1) decidimos hacer balance de situación:

"Porque al final de cualquier vida más o menos larga, por monótona que haya sido, y anodina, y gris, y sin vuelcos, habrá siempre demasiados recuerdos y demasiadas contradicciones, demasiadas renuncias y omisiones y cambios, muchas marcha atrás, mucho arriar banderas, y también demasiadas deslealtades, eso es seguro. Y no es fácil ordenar todo eso, ni siquiera para contárselo a uno mismo."

No es fácil, desde luego. Y si se hace sinceramente, el resultado suele ser doloroso. ¿Por qué?, me pregunto. Si no hay más vida que ésta, ¿merece la pena el esfuerzo?... No lo se... Me quedé dándole vueltas, tampoco en exceso, a la frase.

Recordaba haber leído algo parecido en las "Meditaciones" de Marco Aurelio (Temas de Hoy, Madrid, 1994), el emperador filósofo del siglo II que tan mal parado sale -muere asesinado por su hijo Cómodo- en "Gladiator", una licencia histórica de Ridley Scott que no venía a cuento pero le daba dramatismo a la película. La he encontrado justo al final del Libro XII-32, y dice así:

"¡Qué minúscula parte del tiempo infinito, insondable, se ha asignado a cada hombre, pues en un instante se desvanecerá! ¡Qué minúscula parte de la sustancia universal! ¡Qué minúscula parte del alma universal! ¡Qué minúscula la porción de la tierra universal sobre la que te arrastras! Ponderando todo esto, sólo tiene valor actuar siguiendo la guía de tu propia naturaleza y sufrir lo que trae la naturaleza universal."

Perdonen el tono pesimista, aunque tampoco creo que haya sido para tanto, ¿verdad? Sean felices. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





No se puede mostrar la imagen “http://static.artbible.info/large/uitparadijs.jpg” porque contiene errores.
La expulsión del Paraiso, por Miguel Ángel





Entrada núm. 1914
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

sábado, 19 de junio de 2010

Europa über allen



 El filósofo Platón





En 64 años de vida da tiempo para bastantes lecturas. ¿Cuántas?: la verdad es que no tengo ni la menor idea, y tampoco me preocupa. En una de las secciones del blog: "Mis autores y libros favoritos", tengo puestos algunos de ellos. Sólo una mínima parte de los que recuerdo con especial cariño. Sí sé, en cambio, cuál fue mi primer libro leído del que tengo recuerdo: "La isla del tesoro", de Robert Louis.Stevenson, cuando tenía ocho años, y cuál el último, éste releído: "Infierno", de Dante Alighieri, ayer mismo. También estoy seguro de cuál es el que más veces he releído: "La República", de Platón, tanto por placer como por obligaciones académicas.

Para algunos tratadistas, "La República" de Platón es un libro sobre el gobierno ideal de la "polis". Discrepo cordialmente de dicha opinión. Para mí, "La República", es un tratado sobre la educación; de los gobernantes de la "polis", eso sí, pero de educación, no de gobierno. La tesis central del libro es la de que los filósofos, educados conforme a los preceptos expuestos por Platón, son los que deben gobernar las ciudades-estados: los reyes-filósofos. Esa es la teoría, claro está, porque cuando Platón pretendió convertirla en práctica real en la ciudad-estado siciliana de Siracusa, se salvó por los pelos de acabar vendido como esclavo. Mi conclusión personal es la de que a los filósofos hay que escucharlos y leerlos siempre con respeto, pero seguir sus consejos es harina de otro costal.

Pero hay excepciones: como la de Jürgen Habermas (1929), también filósofo, y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2003. Con toda seguridad, uno de los más influyentes, sino el que más, de los filósofos vivos actuales. Y de los más leídos y escuchados. El pasado 23 de mayo publicó en el diario El País un artículo titulado "En el euro se decide el destino de la U.E.". Todo un lujo para el periódico, pero sobre todo para el lector, en el que analiza la crisis financiera que se ceba sobre los estados europeos y la propia Unión y las posibilidades de cohesión que sobre esa misma Unión desata. A pesar de ello, o quizá precisamente a causa de ello, es un texto eminentemente político, que ensalza las virtudes de una Unión más estrecha y de la necesidad de ir a un gobierno económico de Europa. Es un texto largo, pero no complejo. Se lee y se comprende con suma facilidad.

Un ejemplo: "Por lo que respecta a la doma del asilvestrado capitalismo financiero, nadie puede engañarse sobre la voluntad mayoritaria de las poblaciones. Por primera vez en la historia del capitalismo, en el otoño de 2008 sólo pudo salvarse la columna vertebral del sistema económico mundial, impulsado por los mercados financieros, gracias a las garantías de los contribuyentes. Y este hecho -que el capitalismo no pueda ya reproducirse por sus solas fuerzas- se ha fijado desde entonces en las conciencias de los ciudadanos que, como ciudadanos-contribuyentes, tuvieron que salir fiadores del fracaso del sistema.

Y una recomendación final: "En épocas de crisis, incluso los individuos pueden hacer historia. Nuestra enervada élite política, que prefiere seguir los titulares del Bildzeitung, no puede convencerse a sí misma de que son las poblaciones quienes impiden una unificación europea más profunda. Saben perfectamente que el retrato demoscópico de la opinión de la gente no es lo mismo que el resultado de la formación de una voluntad democrática deliberativamente constituida de los ciudadanos. Hasta hora, no ha habido en país alguno una sola elección europea o un solo referéndum en el que se haya decidido sobre algo que no sean temas y listas electorales nacionales. Sin mencionar siquiera la miopía nacional-estatal de la izquierda (y aquí no hablo sólo del partido alemán La Izquierda), hasta este momento todos los partidos políticos nos deben el intento de conformar políticamente la opinión pública mediante una Ilustración a la ofensiva. Con un poco de nervio político, la crisis de la moneda común puede acabar produciendo aquello que algunos esperaron en tiempos de la política exterior común europea: la conciencia, por encima de las fronteras nacionales, de compartir un destino europeo común."

¿Serán los gobiernos y los pueblos de Europa capaces de escucharle? Espero que sí, porque, al menos para mí, la esperanza se llama Europa: "Europa über alles".

En la sección de vídeos del blog he puesto una intervención en el Parlamento europeo del diputado verde Daniel Cohn-Bendit, del 18 de mayo, sobre la ayuda financiera a Grecia que me parece absolutamente ilustrativa. Les recomiendo que la vean, pero sobre todo, que lean el artículo de Habermas. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





El filósofo Jürgen Habermas





"EN EL EURO SE DECIDE EL DESTINO DE LA U.E.", por Jürgen Habermas
 EL PAÍS  -  Internacional - 23-05-2010

Días decisivos: Occidente celebra el 8 de mayo y Rusia el 9 de mayo la victoria sobre la Alemania nacionalsocialista; también aquí, en Alemania, se habla de día de la liberación. Este año, las fuerzas de la alianza que lucharon contra Alemania (con la participación de una unidad polaca) celebraron conjuntamente un desfile de la victoria. En la Plaza Roja de Moscú Angela Merkel estaba justo al lado de Vladímir Putin. Su presencia confirmaba el espíritu de aquella nueva Alemania surgida en la posguerra, cuyas distintas generaciones no han olvidado que también fueron liberadas, a costa de los mayores sacrificios, por el Ejército ruso.

La canciller llegó desde Bruselas, donde había tratado de una derrota de un tipo completamente distinto. La imagen de la conferencia de prensa en la que se anunció la decisión de los jefes de Gobierno de la UE sobre el fondo de rescate común para contrarrestar los ataques al euro traicionaba la convulsa mentalidad no de aquella nueva Alemania, sino de la Alemania de hoy. La chirriante foto muestra las caras petrificadas de Merkel y Nicolas Sarkozy: unos jefes de Gobierno exhaustos que ya no tienen nada que decirse. ¿Acabará siendo esa foto el referente iconográfico del fracaso de una manera de ver Europa que ha marcado su historia durante más de medio siglo?

Mientras que en Moscú Merkel estaba a la sombra de la tradición de la antigua República Federal, este 8 de mayo pasado, en Bruselas, la canciller dejaba tras sí algo distinto: la lucha de semanas de una empedernida defensora de los intereses nacionales del Estado económicamente más poderoso de la UE. Apelando al ejemplo de la disciplina presupuestaria alemana, había bloqueado una acción conjunta de la Unión que habría respaldado a tiempo la credibilidad de Grecia frente a una especulación que buscaba la quiebra del Estado. Una serie de declaraciones de intenciones ineficaces había impedido una acción preventiva conjunta. Grecia como un caso aislado.

Hasta que no se ha producido la última conmoción bursátil, la canciller no ha cedido, ablandada por el masaje anímico colectivo del presidente de Estados Unidos, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo. Por temor a las armas de destrucción masiva de la prensa amarillista parecía haber perdido de vista la potencia de las armas de destrucción masiva de los mercados financieros. No quería de ninguna manera una eurozona sobre la que el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, pudiera decir al día siguiente: quien no quiera la unificación de las políticas económicas, debe olvidarse también de la Unión Monetaria.

La cesura. Desde entonces, todos los afectados empiezan a vislumbrar el alcance de la decisión que se tomó el 8 de mayo de 2010 en Bruselas. Las medidas de emergencia sobre el euro adoptadas de la noche a la mañana han tenido consecuencias distintas de las de todos los bail outs habidos hasta la fecha. Como ahora es la Comisión quien suscribe los créditos en los mercados representando a la Unión Europea en su conjunto, este mecanismo de crisis se ha convertido en un instrumento de comunidad que transforma las bases económicas de la Unión Europea.

El hecho de que a partir de ahora los contribuyentes de la zona euro avalen solidariamente los riesgos presupuestarios del resto de los Estados miembros supone un cambio de paradigma. Se ha tomado conciencia así de un problema reprimido desde hacía mucho tiempo. La crisis financiera, amplificada a crisis de Estado, nos trae el recuerdo de los errores originales de una Unión Política incompleta que se ha quedado a mitad de camino. En un espacio económico de dimensiones continentales, sumamente poblado, surgió un Mercado Común con una moneda parcialmente común, sin que al mismo tiempo se introdujeran competencias que sirvieran para coordinar eficazmente las políticas económicas de los Estados miembros.

Hoy ya nadie puede rechazar de plano, calificándola de irrazonable, la exigencia formulada por el presidente del Fondo Monetario Internacional de un "gobierno económico europeo". Los modelos de una política económica "conforme a las reglas" y de un presupuesto "disciplinado", según lo establecido en el Pacto de Estabilidad, no están a la altura de los desafíos de una adaptación flexible a constelaciones políticas en rápida transformación. Claro que hay que sanear los presupuestos nacionales. Pero no se trata únicamente de las trapacerías griegas o de las ilusiones de bienestar españolas, sino de una equiparación político-económica de los niveles de desarrollo dentro de un espacio monetario con economías nacionales heterogéneas. El pacto de Estabilidad, que precisamente Francia y Alemania tuvieron que dejar en suspenso en 2005, se ha convertido en un fetiche. No bastará con endurecer las sanciones para equilibrar las consecuencias no deseadas de la deseada asimetría entre la completa unificación económica de Europa y su incompleta unificación política.

Incluso la sección de Economía del Frankfurter Allgemeine Zeitung considera que "la unión monetaria está en la encrucijada". El periódico atiza con un escenario de horror la nostalgia por el marco alemán en contra de los "países con monedas débiles", mientras que una amoldable canciller habla repentinamente de que los europeos deben buscar "una mayor integración económica y financiera". Pero no hay, a lo ancho y a lo largo, huella alguna de la conciencia de una profunda cesura. Unos confunden la conexión causal entre la crisis del euro y la crisis bancaria y apuntan exclusivamente el desastre a la falta de disciplina presupuestaria. Otros se afanan denodadamente en reducir el problema de la falta de coordinación entre las políticas económicas nacionales a una mera cuestión de mejora de la gestión.

La Comisión Europea quiere que el fondo de rescate, de duración limitada, se mantenga a largo plazo, además de inspeccionar los planes presupuestarios nacionales, incluso antes de que estos se hayan sometido a los parlamentos nacionales. No es que estas propuestas sean descabelladas. Pero es una falta de vergüenza sugerir que semejante intervención de la Comisión en el derecho presupuestario de los parlamentos no tocaría los tratados y no aumentaría de forma inaudita el déficit democrático que se arrastra desde hace tanto tiempo. Una coordinación eficaz de las políticas económicas debe conllevar un reforzamiento de las competencias del Parlamento de Estrasburgo; también planteará, en otros ámbitos políticos, la necesidad de una mejor coordinación.

Los países de la zona euro se enfrentan a la alternativa entre una profundización de la cooperación europea y la renuncia al euro. No se trata de la "vigilancia recíproca de las políticas económicas" (Trichet), sino de una actuación común. Y la política alemana está mal preparada para esto.

Cambio generacional y nueva indiferencia. Tras el Holocausto, hicieron falta esfuerzos de décadas -desde Adenauer y Heinemann, pasando por Brandt y Helmut Schmidt, hasta Weizsäcker y Kohl- para el retorno de la República Federal al círculo de las naciones civilizadas. No bastaba con la astuta táctica marcada por el ministro de Exteriores, Hans Dietrich Genscher, de orientarse a Occidente por razones de oportunidad. Era precisa una transformación, infinitamente trabajosa, de la mentalidad de toda la población. Lo que acabó por propiciar un talante conciliador en nuestros vecinos europeos fueron, en primer término, la transformación de las convicciones normativas y el cosmopolitismo de las generaciones más jóvenes, crecidas en la República Federal. Y, naturalmente, en la actividad diplomática marcaron la pauta las convicciones creíbles de los políticos en activo durante aquella época.

El manifiesto interés de los alemanes por una unificación europea pacífica no era suficiente para desactivar la desconfianza hacia ellos, históricamente fundamentada. Los alemanes occidentales parecían conformarse con la división nacional. A ellos, con el recuerdo de sus excesos nacionalistas, no habría de resultarles difícil renunciar a la reivindicación de sus derechos de soberanía, asumir en Europa el papel del principal contribuyente neto y, si hacía falta, adelantar créditos que, en cualquier caso, redundaban en beneficio de la República Federal. El compromiso alemán, para ser convincente, tenía que tener un arraigo normativo. Jean-Claude Juncker ha descrito bien esa prueba de esfuerzo cuando, en alusión al frío cálculo de intereses de Angela Merkel, echaba en falta la disposición a "aceptar riesgos en la política interna en pro de Europa".

La nueva intransigencia alemana tiene raíces profundas. Ya con la reunificación se transformó la perspectiva de una Alemania que había crecido y se ocupaba de sus propios problemas. Más importante fue la quiebra de las mentalidades que se produjo tras la marcha de Helmut Kohl. Con la excepción de un Joschka Fischer prematuramente agotado, desde la toma de posesión de Gerhard Schröder gobierna una generación normativamente desarmada que permite que una sociedad cada vez más compleja le imponga un trato cortoplacista con los problemas del día a día. Consciente de la reducción de los márgenes de juego político, renuncia a fines y a intenciones de transformación política, por no hablar de un proyecto como la unificación de Europa.

Hoy las élites alemanas disfrutan de una recuperada normalidad nacional estatal. Al final de un largo camino hacia Occidente han adquirido su certificado de madurez democrática y pueden volver a ser como los demás. Ha desaparecido aquella nerviosa disposición a acomodarse con mayor prontitud a la constelación posnacional de un pueblo vencido también moralmente y obligado a la autocrítica. En un mundo globalizado todos deben aprender a incorporar a la propia perspectiva la de los otros, en vez de retraerse a la mezcla egocéntrica de esteticismo y optimización del beneficio. Un síntoma político del retroceso de la disposición a aprender son las sentencias sobre los tratados de Maastricht y Lisboa del Tribunal Constitucional alemán, que se aferran a superados dogmatismos jurídicos relativos a la soberanía. La mentalidad del ensimismado coloso centroeuropeo, que gira en torno a sí misma y que carece de ambición normativa, ya no es ni siquiera garantía de que la Unión Europea se mantendrá en su tambaleante status quo.

La adormecida conciencia de crisis. Cambiar de mentalidad no es razón alguna para hacer reproches; pero la nueva indiferencia tiene consecuencias para la percepción política del desafío actual. ¿Quién está realmente dispuesto a sacar de la crisis bancaria aquellas conclusiones que la cumbre del G-20 de Londres plasmó en bellas declaraciones de intenciones... y a luchar por ellas?

Por lo que respecta a la doma del asilvestrado capitalismo financiero, nadie puede engañarse sobre la voluntad mayoritaria de las poblaciones. Por primera vez en la historia del capitalismo, en el otoño de 2008 sólo pudo salvarse la columna vertebral del sistema económico mundial, impulsado por los mercados financieros, gracias a las garantías de los contribuyentes. Y este hecho -que el capitalismo no pueda ya reproducirse por sus solas fuerzas- se ha fijado desde entonces en las conciencias de los ciudadanos que, como ciudadanos-contribuyentes, tuvieron que salir fiadores del fracaso del sistema.

Las exigencias de los expertos están sobre la mesa. Se está hablando sobre el aumento de los fondos propios de los bancos, una mayor transparencia para las actuaciones de los fondos especulativos de inversión, la mejora de los controles de las bolsas y las agencias de calificación de riesgos financieros, la prohibición de instrumentos especulativos llenos de imaginación pero dañinos para las economías nacionales, la imposición de una tasa a las transacciones financieras, el reforzamiento de las provisiones bancarias, la separación de la banca de inversión y comercial o la disgregación preventiva de los complejos bancarios demasiados grandes para caer. En la cara de Josef Ackermann, presidente del Deutsche Bank y astuto lobbista mayor de la banca alemana, se reflejaba un cierto nerviosismo cuando la periodista televisiva Maybrit Illner le daba a elegir entre algunos de estos "instrumentos de tortura" de los legisladores.

No es que la regulación de los mercados financieros sea tarea sencilla. Para llevarla a cabo también se requiere, sin duda, el conocimiento especializado de los banqueros más taimados. Pero las buenas intenciones fracasan no tanto por la complejidad de los mercados como por la pusilanimidad y falta de independencia de los Gobiernos nacionales. Fracasan por una apresurada renuncia a una cooperación internacional que se ponga como fin el desarrollo de las capacidades de actuación políticas de las que se carece... y ello en todo el mundo, en la Unión Europea y en primerísimo lugar dentro de la zona euro. En el asunto de la ayuda a Grecia, los negociantes y especuladores en divisas creyeron antes el hábil derrotismo empresarial de Ackermann que la tibia aprobación de Merkel al fondo de rescate del euro; realmente, no tienen confianza alguna en la decidida disposición a cooperar de los países de la zona euro. ¿Cómo podrían ser de otra manera las cosas en una Unión que derrocha sus energías en peleas de gallos para llevar a las figuras más grises a los cargos más influyentes?

En épocas de crisis, incluso los individuos pueden hacer historia. Nuestra enervada élite política, que prefiere seguir los titulares del Bildzeitung, no puede convencerse a sí misma de que son las poblaciones quienes impiden una unificación europea más profunda. Saben perfectamente que el retrato demoscópico de la opinión de la gente no es lo mismo que el resultado de la formación de una voluntad democrática deliberativamente constituida de los ciudadanos. Hasta hora, no ha habido en país alguno una sola elección europea o un solo referéndum en el que se haya decidido sobre algo que no sean temas y listas electorales nacionales. Sin mencionar siquiera la miopía nacional-estatal de la izquierda (y aquí no hablo sólo del partido alemán La Izquierda), hasta este momento todos los partidos políticos nos deben el intento de conformar políticamente la opinión pública mediante una Ilustración a la ofensiva.

Con un poco de nervio político, la crisis de la moneda común puede acabar produciendo aquello que algunos esperaron en tiempos de la política exterior común europea: la conciencia, por encima de las fronteras nacionales, de compartir un destino europeo común.





El diputado europeo Daniel Cohn-Bendit






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