viernes, 3 de noviembre de 2023

De una tragedia política

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Javier Cercas, va de una tragedia política. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com






Ni puñetero caso
JAVIER CERCAS - El País Semanal
28 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Una tragedia es una pelea en la que los dos que se pelean llevan razón. Padres e hijos, por ejemplo: los padres llevan razón al querer proteger a sus hijos, porque sienten que no pueden protegerse por sí mismos; los hijos, en cambio, rechazan la protección de sus padres: quieren emanciparse de ellos, porque quieren llegar a ser quienes son. Unos y otros tienen razón, pero sus razones son opuestas, y su pelea, trágica e inevitable (quizá incluso necesaria). Estos conflictos éticos son, no obstante, harto infrecuentes en política; ahí, abusamos de la palabra tragedia: en la mayoría de las llamadas tragedias políticas, una de las partes tiene razón (aunque ambas tengan razones). Lo que más se asemeja ahora mismo a una tragedia política de verdad es la disputa entre israelíes y palestinos. Por eso es tan difícil resolverla.
No soy experto en el tema (ni en éste ni en ninguno): sólo lo sigo por la prensa; y apenas he visitado una vez Israel y los territorios ocupados: Tel Aviv, Jerusalén, Ramala. Pero basta haber puesto un pie allí para entender lo evidente: que los gobiernos de Israel, además de incumplir las resoluciones de la ONU sobre el conflicto, tratan de manera abyecta a los palestinos, la inmensa mayoría de los cuales sobrevive en condiciones miserables, sin atisbo de esperanza; y, a la vez, basta también un mínimo de decencia y de conocimiento de la historia para aceptar que los judíos merecen un pedazo de tierra donde vivir de forma digna y segura. En otras palabras: los terroristas de Hamás no tienen razón, pero sí la tienen los ciudadanos palestinos; y a la inversa: el Gobierno de Israel no tiene razón, pero sí la tienen los israelíes. Nada de equidistancias, sin embargo; incluso en el mal hay gradaciones (y quien no entiende esto no entiende nada): como ha escrito el novelista israelí David Grossman, crítico acerbo de su Gobierno, “la ocupación constituye un crimen, pero maniatar a centenares de civiles, niños y padres, ancianos y enfermos, y pasar de uno a otro para dispararles a sangre fría es un crimen más atroz”. Dicho esto, ¿qué más se puede añadir? Yo, nada. Pero desde que la guerra estalló no paro de recordar unas palabras de Amos Oz, también novelista israelí y tan crítico como Grossman con los dirigentes de su país; la cita es de 2004 y es larga, pero léanla con atención, por favor, porque Oz se dirige a usted y a mí: “Hay muchas personas que se han convertido en exclamaciones andantes, en Israel y Palestina, pero también en Madrid. Es muy fácil ser un eslogan. Yo no pretendo lanzar una reprimenda a los malos, como una institutriz victoriana. Nuestros intelectuales y los intelectuales occidentales tienen tradiciones distintas. (…) Vivimos en planetas diferentes, porque para ellos lo más importante es decidir quiénes son los buenos y quiénes los malos; firman un manifiesto, expresan su condena, su indignación, su protesta, y luego se van a la cama sabiendo que están en el bando de los ángeles. (…) Para mí, lo importante no es saber quiénes son los ángeles. No pregunto quién ha tenido la culpa, pregunto qué puedo hacer ahora. Para mí es más fácil dialogar con palestinos pragmáticos que con dogmáticos propalestinos en Madrid. Por fortuna, tengo que negociar la paz con los palestinos, no con los amigos españoles de los palestinos”. Luego Oz, que acababa de promover el Tratado de Ginebra, escrito por palestinos e israelíes y apoyado por el 40% de sus poblaciones, auguraba la paz: “No sé cuándo llegará, pero puedo prometer, en nombre de israelíes y palestinos, que, si Europa tardó más de 1.000 años en acabar con las guerras y crear la UE, nosotros lo haremos más deprisa y derramaremos menos sangre que Europa. Tengan un poco de paciencia y no tengan una actitud de condena, indignación, paternalismo. No nos digan que somos terribles. Traten de ayudar. Den a las dos partes toda la empatía que puedan”.
No convertirnos en eslóganes ambulantes, no ceder al placer miserable de la buena conciencia, no incurrir en el paternalismo, no dar lecciones, intentar comprender, no juzgar, no condenar. Eso pedía Oz. No creo que le estemos haciendo ni puñetero caso.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Fascismo y comunismo. [Publicada el 30/08/2019]










Félix Ovejero, profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona, cuyo último libro, "La deriva reaccionaria de la izquierda", ya he comentado en este blog, escribe un interesante artículo a cuenta de las históricas polémicas sobre fascismo y comunismo entre nombres tan ilustres como Kolakowski, Benjamin, Thompson, Furet, Nolte, Courtois o Cohen. Se lo recomiendo encarecidamente.
El mes pasado se cumplieron diez años de la muerte de Leszek Kolakowski, uno de los más agudos críticos del comunismo. O del socialismo o del marxismo, que tanto da para los más agrestes. Ahí está su monumental repaso en tres volúmenes. Las principales corrientes del marxismo, desigual pero con capítulos extraordinarios, entre ellos algunos que hacen digeribles a autores de prosa oscura y exposición descabalada, tan propicios a la ilusión de profundidad (uno echa a faltar un capítulo sobre Benjamin a ver si finalmente pilla el busilis que tantos valoran). Joven promesa del Partido Comunista polaco, en 1966 es expulsado del partido y en 1968 de la universidad, año en el que acabó por recalar en el All Souls College de Oxford, donde permanecería hasta su muerte, siempre cultivando una filosofía con afán de claridad, de precisión en las palabras y de limpieza en los argumentos, como corresponde al mejor quehacer analítico anglosajón, con una importante diferencia respecto a lo que es común en esa tradición: no orilló los asuntos importantes ni tampoco las escaramuzas (En Revista de Libros pueden encontrar un sabio repaso de su quehacer de la mano de Julio Aramberri).
Entre las escaramuzas sobre grandes asuntos destacó su polémica en 1973 con el historiador marxista E. P. Thompson, autor de La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), un clásico (poco marxista) de la historiografía, a quien vapuleó en un magnífico -y divertido- trabajo Por qué tengo razón en todo. Buena parte del debate se refería a si no cabía otro socialismo posible al que realmente cuajó, a si la aspiración a realizar el socialismo era inseparable inevitablemente del totalitarismo o si, por el contrario, la deriva estalinista había que achacarla a circunstancias históricas, al viento sucio de la historia, que diría Salinas.
El mismo año de su muerte, en una interesante entrevista de Pura Sánchez Zamora publicada en la revista de FAES, volvió sobre el asunto. La entrevistadora le preguntaba acerca de un intercambio epistolar entre François Furet y Ernst Nolte (1994) en la que, a cuenta de la valoración comparada entre fascismo y comunismo, el historiador francés había argumentado la superior perversidad del fascismo. La opinión de Furet no era baladí. En 1995 había publicado Le passé d'une illusion. Essai sur l'idée communiste au XXe siècle, obra en la que abordaba su particular caída del caballo después de años de militancia comunista. Entre otras cosas, aquel trabajo desmenuzaba los motivos por los cuales gran parte de la intelectualidad de izquierda europea había ignorado la verdadera naturaleza del régimen soviético. Una ignorancia, a su parecer, voluntaria, impropia de quienes tienen la obligación moral de fundamentar responsablemente sus convicciones. Hay que situarse en la atmósfera intelectual de la historiografía francesa para hacerse cargo del enorme coste político y personal que Furet asumió al publicar aquel ensayo.
Pues bien, en su respuesta el filósofo polaco confesaba estar de acuerdo con Furet: "Uno puede etiquetar a ambos como 'totalitarismos'; pero el racismo, la creencia en la superioridad de una nación y el intento de destruir físicamente otras naciones por entero -naciones enteras, como los judíos en tanto que raza- y reducir a esclavitud a las así llamadas 'razas inferiores', todo eso fue la idea nazi. Uno no puede decir que el estalinismo hiciera lo mismo o algo similar; no fue similar. Por supuesto que el estalinismo fue espantoso, pero no fue lo mismo (...). La ideología leninista-estalinista, aun cuando sirvió de instrumento a tanto terror y tanta esclavitud, estaba llena de eslóganes humanistas. La ideología de Hitler no lo estaba. En consecuencia, la ideología nazi se hallaba mucho más cerca de la realidad nazi que la ideología comunista de la realidad comunista. La ideología comunista y la realidad comunista estaban considerablemente alejadas: todo era una gran mentira. Sin embargo, en el nazismo, esa distancia entre ideología y realidad era casi inexistente. Los nazis dijeron lo que querían conseguir".
La réplica más inmediata, y más común, ante opiniones como las de Furet y Kolakowski acude a la aritmética, a la contabilidad de muertos. Esa fue la tarea abordada con paciencia de agrimensor por Stéphane Courtois, editor del El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión (1997). Según sus cuentas, el comunismo sería responsable de cerca de cien millones de muertos. El número ha sido objeto de discusiones, algunas de detalle empírico, y en las que la posición ideológica no siempre es la que cabría anticipar (así, la monumental investigación en el caso del Gran Salto Adelante, Tombstone, fuente fundamental de los muertos chinos, fue realizada por un periodista comunista, Yang Jisheng), y otras de principio, por problemas metodológicos no muy diferentes de los que impiden agavillar cualquier asesinato de una mujer a manos de un hombre bajo la etiqueta "violencia de género": no todo crimen realizado por un comunista o en una sociedad comunista era un crimen realizado en nombre del comunismo.
En todo caso, por más que se ajusten las cifras, si el debate se desarrolla en ese terreno, no caben dudas acerca de la superior maldad del comunismo. La duda es si ese es el terreno donde se dilucida la perversidad ideológica. Después de todo, resulta perfectamente imaginable una ideología consustancialmente satánica, cuyo único principio sea acabar con la especie humana que, por impotencia o inutilidad de sus cultivadores, nunca se lleve a la práctica. Y no creo que los críticos del comunismo le atribuyeran menos maldad si, por un descarrilamiento en el tren blindado, Lenin no hubiera llegado a San Petersburgo y el bolchevismo nunca hubiera triunfando. Debemos prevenirnos antes de establecer relaciones biunívocas entre ideologías y prácticas políticas. No debemos olvidar el famoso mensaje de Madame Roland en la Plaza de la Revolución un 8 de noviembre de 1793 instantes antes de colocar su cabeza bajo el cepo de la guillotina: "¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!". Ni tampoco, por cierto, el mal rollo de algunos pasajes bíblicos que tan escaso margen dejan a la fraternidad universal, por más que se estiren las interpretaciones con apelaciones al lenguaje figurado.
El propio Koakowski en un texto de 1977, Las raíces marxistas del estalinismo, había perfilado el debate y sus exactas preguntas. Allí, a pesar de reconocer que «Marx nunca escribió nada respecto de que el reino socialista de la libertad consistiría en el gobierno despótico de un partido», defendía la tesis de que el socialismo inexorablemente estaba vinculado al totalitarismo, de que "todo intento por aplicar los valores básicos del socialismo marxista tendería a generar una organización política de características indudablemente análogas a la estalinista".
A mi parecer, el filósofo polaco, no excesivamente competente en teoría social, aunque realizaba las preguntas correctas, no atinó con su respuesta. Demasiado rotunda para los argumentos aportados. Me quedo con otra, de uno de los más exquisitos filósofos políticos de los últimos cincuenta años, Gerald A. Cohen, catedrático en Oxford, en el prólogo a un libro que coedité, con Roberto Gargarella, que tenía precisamente por título, Razones para el socialismo: "¿Deberíamos concluir que lo que creíamos que era bueno, la igualdad y la comunidad, en realidad, no era bueno? Tal conclusión, aunque es una a la cual se llega frecuentemente, es una locura. Las uvas pueden estar realmente verdes, pero el hecho de que la zorra no las alcance no nos demuestra que lo estén. ¿Deberíamos concluir, en cambio, que cualquier intento de producir este bien particular debe fracasar? Sólo si pensamos que sabemos que ésta era la única forma de hacerlo posible, o que lo que hizo fracasar este intento hará fracasar cualquier otro, o que, por alguna( s) otra( s) razón( es), cualquier intento fracasará. Creo, en cambio, que no sabemos ninguna de estas cosas".
Si las cosas son de ese modo, la diferencia, la importante diferencia, entre fascismo y comunismo radica, en su presentación más abrupta, en la elegida barbarie en los fines del primero y la resignada barbarie en los medios. Por supuesto, eso no excluye la posibilidad de que la barbarie en los medios, la que, por ejemplo, lleva a levantar campos de reeducación para forjar hombres nuevos, pueda resultar, de facto, más cruel que la barbarie en los fines. Eso sí, la crueldad de los fines no contempla ni siquiera las dudas, sobre todo, si, como sucede con el fascismo, se combina con la barbarie en los medios.
Los socialistas que no han abandonado el compromiso racionalista defienden que la barbarie de los medios no es inevitable, que no hay una contradicción insuperable entre los ideales de la revolución francesa, que no otra cosa es el socialismo, y las instituciones llamadas a su realización radical. Algunos esperamos que no exista esa contradicción. Pero también sabemos que la expresión de un deseo no es un argumento. La reproducción de artículos firmados en el blog no implica compartir su contenido, pero sí, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 2 de noviembre de 2023

De la guerra, la paz y las redes sociales

 





Guerra, paz, redes
CARMELA RÍOS - El País
02 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Y una mañana de 2023 París amaneció con decenas de estrellas de David estampadas en las paredes de algunas casas y comercios en los barrios del centro y la periferia. “Esto nos recuerda a los tiempos del miedo que creíamos desaparecido, un miedo que hoy sienten miles de familias de confesión judía”, se indigna el diputado @jp_mattei desde la cuenta de X de la Asamblea Nacional Francesa. “Un acto inmundo”, valora desde su cuenta la alcaldesa de París @Anne_Hidalgo y anuncia una investigación para dar con los autores de esas pintadas antisemitas. En un país donde conviven 550.000 judíos y casi seis millones de musulmanes, la guerra entre Israel y Hamás y su reguero de horrores es cualquier cosa menos un conflicto lejano. 850 actos antisemitas han contabilizado las autoridades desde el inicio de la crisis el pasado 7 de octubre. “Lloro porque vuelvo a cruzarme con el odio que viví cuando era niña y no lo comprendo”, se lamenta una anciana en @i23news_fr.
En este contexto el odio se filtra silenciosamente en los resortes de la sociedad y emerge sin complejos. “Muchos musulmanes trabajan en la construcción y tienen acceso a explosivos y pueden acceder a armas de fuego. Si existiera una consigna de matar judíos, podría haber un atentado todos los días”, manifestó el pasado miércoles el conocido abogado Arnaud Klarsfeld durante una tertulia la cadena ultraconservadora CNEWS. El vídeo camina hacia el millón y medio de visualizaciones y el millar de comentarios en Twitter (X). “Dios mío, hemos tocado fondo (…) el racismo y la islamofobia se desinhiben totalmente en los medios franceses”, opina @BaghliNacym. Afortunadamente, la reacción mejor valorada por los usuarios de X a las palabras de Klarsfeld tiene cuatro palabras y es obra de @iMehrez: “El ridículo no mata”.
Pocas veces en la historia el odio ha tenido un campo tan extenso y unas herramientas tan eficaces para instalarse en el corazón de cada persona y esa será la segunda guerra, silenciosa y mortífera, con la que vamos a tener que convivir en el futuro. En la era de las redes sociales el rechazo al diferente, al enemigo, puede ser trabajado sin límite de tiempo, conjugado con multitud de narrativas y difundido a los públicos más diversos en plataformas digitales presentes urbi et orbi. Sucede ahora en el conflicto en Oriente Próximo. Israel y Hamás reeditan, con todas las armas a su alcance, la guerra por el relato que llevan librando en el espacio digital desde hace una década. Todo vale: apagar las redes de transmisión y prohibir el paso acceso de a los periodistas, usar de imágenes de videojuegos para inventarse ataques israelíes, llenar TikTok de bailes de bellas soldados o recuperar víctimas de otros conflictos para mostrarlas como actuales.
En la batalla de las redes sociales los grandes perdedores son las voces que militan por la convivencia entre comunidades, como si eso fuera una ocurrencia marginal y alejada del anhelo de la comunidad internacional. El algoritmo no parece estar entrenado para realzar las iniciativas y de las personas que trabajan por la paz. Como el incesante goteo de peticiones en favor de un alto el fuego. Tampoco el concierto para 700 niños que organizaron hace dos semanas en una mezquita de Estrasburgo con cantantes árabes, cristianos y judíos.
La paz no es una quimera. Sucedió en el pasado, como recuerda la cuenta del Instituto Nacional Audiovisual de Francia que recupera momentos destacados de los anteriores procesos de paz en la región. Líderes como Golda Meir, Shimon Peres, Isaac Rabin, Yasir Arafat, Menahen Begin o Anuar El Sadat regresan en un vídeo para recordar que la paz es posible. Como dice Shimon Peres: “con todos los riesgos, con todas las interrogantes, la paz es la única opción razonable, para los árabes, para nosotros y para la región.” Carmela Ríos es periodista.












Del Día de los Muertos

 





Difuntos y poemas
JOSEP MARIA FONALLERAS - El Periódico
01 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Escribo esta columna poco antes del Día de los Muertos. Lo hago en la terraza de mi piso, justo en ese preciso instante (nada, dura poco) donde percibes que la luz se agota y que no tardará mucho en llegar el inicio de la oscuridad. Todavía hace buen tiempo y puedo escribir aquí. Si no me apresuro, tendré que entrar en el comedor y acabar con luz artificial. Recibo un mensaje de Jaume Subirana, poeta, amigo, que es quien fleta la nave que hace llegar a mi puerto un buen cargamento del conocimiento poético que tengo. En el mensaje, tras regresar del tanatorio (la muerte de un familiar), habla de un poeta americano del que no sabía nada, William Stanley Merwin. Vivió un tiempo en Mallorca y murió en Hawái, en una finca que formaba parte de una plantación de piñas tropicales, mientras dormía. El poema que Jaume me da a conocer se llama 'Rain light' y habla de una madre que dice adiós y que enseña al hijo que, al final, todo irá bien, aunque se quede solo. Que la lluvia hará renacer un mosaico de colores limpios que están ahí desde siempre. Y que se despiertan sin hacer preguntas, "aunque el mundo entero esté ardiendo". Me reconforta, esta tarde, poco antes del Día de los Muertos (que no es el Día de Todos los Santos, como todo el mundo piensa, más festivo y con calabazas y disfraces por todas partes, sino el jueves, un día gris esencialmente, el 2 de noviembre), porque habla de la continuidad de las cosas, de la pervivencia de la naturaleza, más allá de la oscuridad de la muerte. Y pienso, esta tarde, con una oscuridad aún repentina (cuesta acostumbrarse, en los primeros días, al horario del invierno), en los poemas que me han acompañado en circunstancias similares. En aquel "silencio de los muertos" de Vinyoli, y en la necesidad de tener cerca algo suyo; en el lamento irrefutable, casi irascible, de Auden cuando evoca al amigo y hace detener todos los relojes. Incluso me viene a la cabeza “esa hora de temor” de Maragall, que leí por primera vez en el recordatorio de mi abuelo Sidro.
O un poema (también me lo descubre Jaume, que lo ha traducido) de Billy Collins, 'Cumpleaños'. Se imagina a un bebé nacido el mismo día de la muerte de un amigo. Cada una de las fiestas de aquel "chico imaginado" serían "secretos memoriales tuyos", hasta el día en que "nadie seguiría vivo". Pienso también, ahora que ya es de noche y está lloviendo, en los alejandrinos de Carner que leí cuando murió mi madre. “Entonces, el membrillo, que envejeció en la rama, / en el cajón perfuma nuestra ropa blanca”, dice el poema. Ella se llamaba así, Codony. Josep Maria Fonalleras es escritor.










De la rendición de Puigdemont

 






Carles Puigdemont también se ha rendido
ESTEFANÍA MOLINA - El País
02 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Habrá investidura, si nada se tuerce, porque Carles Puigdemont ya tiene lo que quería: parecer distinto al partido de Oriol Junqueras. La foto del socialista Santos Cerdán en Bruselas bajo un cuadro del referéndum ilegal del 1-O era el broche que Puigdemont necesitaba para vender a sus bases que ellos no son unos vendidos como Esquerra, sino los garantes de las esencias independentistas. “Menudo gol” o “Que ERC aprenda” festejaban algunos afines a la ruptura en las redes. Pero la realidad es que el líder de Waterloo también se ha rendido, y por eso, Pedro Sánchez será investido.
Basta revisar la hemeroteca. Hace casi dos meses Puigdemont hablaba de condiciones previas para empezar a negociar la investidura de Sánchez. Junts se ufanaba con eso de que ellos “cobran por adelantado”, a diferencia de una ERC a quien le atribuían lo de venderse “a cambio de nada”. Si bien, el independentismo ya no es considerado por la Europol como “terrorismo” sino como “extremismo” —aunque es un apelativo con el que no comulgan sus votantes— y el catalán todavía sigue en proceso de reconocimiento en la Unión Europea —pese a los esfuerzos del ministro José Manuel Albares—. En definitiva, la grandilocuente épica procesista ha chocado con el pragmatismo. O el tiempo ha demostrado que esas no eran las “condiciones previas” de la investidura, sino que eran la negociación en sí misma, junto a la amnistía, para tratar de ocultar la renuncia al referéndum.
Así que Puigdemont quería investir a Pedro Sánchez y volver a la gobernabilidad, pero sin que se notara. Dos son los motivos que explican ese giro. En Cataluña, cada vez más votantes afines a la ruptura creían que sus partidos no servían para nada, ni para la independencia, ni tampoco para mejoras tangibles. En cambio, los indultos dejaron a ERC hundida electoralmente, al ser vistos como una medida de gracia para las “élites”. ¿Cómo podía lidiar Puigdemont con dos premisas tan contradictorias: ofrecer pragmatismo, y a la vez, pedigrí independentista? La respuesta: tratar de parecer distinto a Esquerra, mientras se volvía a la senda pactista.
La coreografía de Puigdemont le retrata: ha hecho casi lo mismo que sus rivales, renunciar a la ruptura, pero con esencias distintas. No bastaban unos indultos como los de Junqueras, sino que querían un perdón general a todas las causas. No pedían un “relator” sino un “verificador de los acuerdos”. El propio Junts fue muy crítico con la “mesa de diálogo” de los republicanos, aunque el PSOE ya les dijo que no aceptarían la autodeterminación, y aun así, siguieron negociando.
Y se infiere que Puigdemont quería investir a Sánchez porque ha asumido varias renuncias tácitas. No sólo es que el referéndum como tal no fuera una línea roja en su comparecencia del 5 de septiembre. Ahora da igual que el Consell de la República no esté de acuerdo con apoyar la investidura del líder socialista —el órgano no vincula a Junts, y votaron muy pocos, pero no deja de ser la camarilla de Puigdemont—. Da lo mismo la resolución del Parlament donde se hablaba de “dar pasos” hacia el referéndum, cuando el independentismo ya solo puede aspirar a algún gesto de reconocimiento sobre las esencias nacionalistas. El partido puede driblar, si quiere, la consulta a la militancia sobre el acuerdo final con los socialistas.
El caso es que el PSOE ha tenido que ceder al relato de Junts, a conveniencia propia, como Sánchez reconoció en el comité federal. Ejemplo es que se registre la amnistía antes del pleno de investidura, o incluso, defenderla ante su partido en el marco de los “hechos comprobables” que pedía el líder de Waterloo para ganar confianza con el presidente. La obsesión de Sánchez es lograr un acuerdo de legislatura. No sería de extrañar una negociación de Presupuestos o que el PSC se acercara a Junts en Cataluña.
Aunque la épica de Puigdemont ha calado más de lo que parece. Se dice estos días que debe renunciar a la “unilateralidad” si quiere la amnistía, sin entender que eso sólo implica hacerles el juego. La realidad es que tanto ERC como Puigdemont renunciaron tácitamente desde el mismo año 2017, y la prueba es que esos partidos no han vuelto a cometer ningún hecho parecido. Lo saben sus propios votantes, que en 2018 empezaron a llamar al Govern de Quim Torra el govern de Vichy, el de la “ocupación”, porque fingía algaradas en público —el famoso “apreteu” a los CDR— mientras que la Generalitat no dio ni un paso más hacia la independencia desde la fecha. Exigir la renuncia a la unilateralidad será legítimo, pero desluce que el Estado de Derecho ya ha vencido, y que el temor a más penas de prisión sigue siendo hoy el principal disuasor de más hechos secesionistas.
Así que Junts ya se ha rendido, pero quién sabe si es verdad que ha sabido venderlo mejor que Junqueras. Bajo los tuits de “adelante, president” había usuarios que decían: “No os he votado para que hagáis presidente a Sánchez” o bien “Sois otros vendidos”. Puigdemont ha jugado fuerte asumiendo que el fin del procés como se conocía es inminente, aunque claro está, no vayan a aceptarlo nunca públicamente.
Estefanía Molina es politóloga.










De la autora secreta de la Odisea

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, de la escritora Irene Vallejo, va de la autora secreta de la Odisea. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Una chica soltera y cabezota
IRENE VALLEJO - El País
28 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

El ritual de los cuentos antes de dormir, susurro a susurro, año tras año, ha transformado a tu hijo. También a ti. Desde que comenzaron las historias a la orilla de la cama, las noches son otro cantar. Te has convertido en espigadora de trabalenguas, rimas, chistes, nanas, adivinanzas, relatos de miedo y misterio, de amor y horror, historias guiadas por los caprichos del hado o de las hadas. Dos palabras mágicas abren las ventanas de la imaginación y orean la estancia donde nacen las ideas: y si… Ahí nacen las ficciones, tomando un camino divergente de la terca realidad. Y si. Y si lo maravilloso sucediera cotidianamente. Y si las preguntas comunes necesitasen respuestas extrañas. Y si algunas de nuestras certezas fueran solo convenciones heredadas.
A finales del siglo xix, el escritor y filólogo Samuel Butler lanzó una hipótesis sin precedentes: ¿y si el autor de la Odisea hubiese sido una mujer joven? No fue la ocurrencia de una intelectual feminista, sino de un victoriano iconoclasta, bromista, volteriano y disfrutador —del arte, del paisaje, del deseo textual—, que publicó en 1897 un libro defendiendo esa escandalosa tesis. La primera sospecha le asaltó al traducir el episodio de Circe, la hechicera. Aunque vive sola en una casa aislada en la espesura, Circe no tiene los rasgos de la inmemorial bruja del bosque. Es una figura fascinante y fuerte, amante del héroe durante un año. Cuando Odiseo decide partir, ella lo deja marchar, sin despecho: “No permanezcas en mi palacio contra tu voluntad”. Es más, lo ayuda con sus consejos y revelaciones, salvándole la vida. Al zarpar su barco, le envía un viento favorable que hincha sus velas. Nacía así un arquetipo femenino que unía de forma insólita sabiduría, erotismo, poder e independencia.
Un gran abismo separa la mirada de la Ilíada y de la Odisea. En la primera reinan la ira, el apetito de honor, la batalla. La segunda es un relato de viaje, deseo, añoranza del hogar y hospitalidad hacia los extranjeros. No todos los personajes son guerreros, también se asoman a sus versos mendigos, porqueros y nodrizas. Con estos y otros indicios, Samuel Butler concluyó que no hay un solo Homero, sino que sus epopeyas tienen distinta autoría. En su opinión, la creadora de la Odisea tuvo que ser una mujer: una chica siciliana que se retrató a sí misma en el personaje de Nausicaa, salvadora del héroe cuando naufraga en su isla desnudo. La idea misma de poner a Odiseo en semejante aprieto le parece una travesura de adolescente. “El poema es tal tour de force que nadie salvo una muchacha soltera, terca, joven y entusiasta, acostumbrada a salirse con la suya, lo habría intentado y concluido de manera tan brillante”. Esta hipótesis inspiró a Robert Graves una novela, titulada La hija de Homero, y a Miyazaki el manga y la posterior película Nausicaä del Valle del Viento.
Homero sigue siendo hoy un fantasma, un nombre sin biografía en la niebla del pasado. Sin embargo, sí sabemos quién inventó el yo literario al firmar, por primera vez, un texto con su propio nombre. Hace más de 4.000 años, en el actual Irak, Enheduanna, hija del rey Sargón, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos que rubricó con orgullo en tablillas de arcilla. Afirmó: “Lo que yo he hecho, nadie lo hizo antes”. Su poesía nos legó una bella metáfora de la creación como una experiencia erótica y, a la vez, maternal, pero su nombre continúa todavía en el silencio. En este “y si” aún por contar, dos grandes pioneras habrían alumbrado con sus voces el nacimiento de la literatura escrita.
Nunca sabremos si una joven testaruda y soltera urdió la Odisea, tampoco si el propio Butler lo creía realmente. Se dice que ni siquiera sus amigos sabían distinguir cuándo bromeaba o hablaba en serio. Su libro La autora de la ‘Odisea’ fue una audacia y un desafío. Quizá simplemente pretendía irritar a los académicos, como también haría Joyce en su Ulises. Aun así, anticipándose a la célebre frase de Virginia Woolf —anónimo es una mujer—, demostró que los clásicos albergan lecturas revolucionarias para todas las épocas. Y, de paso, juguetonamente, probó que la risa tiene razones que la razón ignora.






























[ARCHIVO DEL BLOG] El almacén de los figurantes. [Publicada el 23/10/2019]











Una audaz y sorprendente exposición, afirma el escritor y cineasta Vicente Molina Foix, rescata y da sentido a un conjunto artístico, a menudo anónimo, en una época en la que importa cada vez más la verificación de la historia y no su enmascaramiento.
Se trata, a mi juicio, de la mejor exposición artística del año, la más audaz, la más inteligente, la más inesperada, -comienza diciendo Molina Foix-. Todo lo ahora expuesto en el Colegio de San Gregorio de Valladolid es hermoso y antiguo, pero llevaba años o siglos sin exhibirse en ninguna parte. Eran imágenes de comparsa, retazos inservibles de un altar o la espalda de un monje o una santa de quienes sólo se vio en el templo, si acaso, la vestidura litúrgica o las llagas, y rara vez el vacío posterior de la madera ni la parte rugosa de la piedra. Lo que ha hecho María Bolaños, directora del Museo Nacional de Escultura y comisaria de esta exposición temporal que bien merece por sí misma un viaje exprofeso a la ciudad del Pisuerga, es una operación de rescate que trasciende el mérito de las piezas mostradas, las recoloca, les da argumento y trama, y aporta así sentido a un conjunto escultórico a menudo anónimo y no pocas veces realizado en serie; un material devoto o decorativo, descartado, tapado y apagado en los depósitos museísticos, donde las estatuas, la mayoría sagradas, debían de yacer como cuerpos maltrechos pero incorruptos a la espera de una improbable resurrección, que esta vez ha llegado no de milagro sino por vía humana.
Pocas semanas después de visitar Almacén. El lugar de los invisibles, que así se llama la extraordinaria muestra vallisoletana (abierta hasta el 17 de noviembre), salió la noticia de que Georges Duby había entrado en el panteón de papel de La Pléiade, que acaba de publicar en un volumen de 2.000 páginas una selección de su importante obra de ensayista. A Duby se le ensalza por la enorme influencia que ejerció en el campo de la historiografía medieval, sin dejar de subrayar que en él había asimismo uno de los grandes estilistas de la prosa francesa no-narrativa, en la tradición de La Bruyère, Saint-Simon, Madame de Sévigné, Michelet o Sainte-Beuve, todos ellos ya entronizados en esa ilustre colección del sello Gallimard. Pero el trabajo de Duby y de otros coetáneos o discípulos suyos aglutinados en torno a la revista Annales tuvo también como afán, por encima de la etiqueta feliz que se les puso de “historiadores de las mentalidades”, la aspiración de contar vidas simples de hombres y mujeres esfumados entre la multitud del populacho; descubrir, más allá de los despachos de la alta diplomacia y las reglas de la caballería andante, la vacilante letra pequeña de la confesión amorosa o el testamento rural; reflejar la difícil conquista de la intimidad y la soledad voluntaria, ese “ser uno mismo en medio de los otros […]con sus propios sueños, sus iluminaciones y su secreto”, como escribió Duby al final de las casi 100 páginas de su contribución directa al tomo 2 de la monumental Historia de la vida privada, ese pentateuco civil codirigido por él junto a Philippe Ariès.
En el itinerario que María Bolaños ha concebido en Valladolid y llevado a cabo con sus colaboradores, entre los que hay que nombrar sin falta a Anna Alcubierre, diseñadora del fascinante y muy pertinente espacio expositivo, lo primero que vemos es una pared de damas, caballeros barbados y obispos revestidos de pontifical, todos ellos con un hueco en el pecho. Se trata de 23 bustos-relicario cuyo rutilante dorado, el ademán oferente y la disposición en filas proporcionan un signo de rito eclesiástico y sacrificio individual; una de las hornacinas está vacía, pero la totalidad reunida habla de épocas en las que el martirio o la mutilación conducían al cielo y a la beatitud y no a la muerte insepulta que hoy vemos a diario en los mares de nuestras costas. Cada una de las siguientes salas tiene un título y un propósito conceptual que incita a la reflexión sin por ello ofuscar el deslumbramiento producido por las figuras: los ingrávidos ángeles, los guerreros yacentes y las virtudes durmientes, la posibilidad de fisgar en lo nunca visto de un prelado, la aglomeración de crucificados, como un concierto de solistas que se armonizan en sus diferencias de tamaño y profundidad de las heridas de lanza. La imagen musical viene a cuento, ya que Bolaños ha elegido un plantel protagónico de primeras voces que Alcubierre distribuye en escenas y poses de gran belleza dentro de las seis salas iniciales. Pero no estamos en el territorio exclusivo de las primadonnas y los tenores heroicos. Al visitante de Almacén le aguarda en séptimo lugar el plato fuerte del coro, es decir, el grueso de la tropa, la densidad de los colectivos, agrupados en una tribuna escalonada que produce un efecto hipnótico cuando la mirada se repone del susto: una treintena de estatuas policromadas en faena dramática o transacción celeste, y algunas de ellas a punto —se diría— de romper a hablar.
En esas gradas no hay divos. No hay berruguetes reverberantes ni piezas renombradas de Pedro de Mena, Martínez Montañés o la Roldana, aunque sí unos franciscanos muy sufridos de Pompeo Leoni y un sayón suelto de un paso de Semana Santa gesticulando con excepcional malicia. Qué gran reparto de característicos. Y qué buen anticipo de lo que sigue en las dos últimas salas hasta llegar al clímax, que, sin destriparlo aquí, puede decirse que es un desenlace “de libro” y un recuento de lo incompleto, lo fragmentario y lo desechado: miembros sueltos, rostros sin tronco, ménsulas, añicos, supervivientes —escribe María Bolaños en el capítulo final del valioso catálogo— de “catástrofes naturales, expolios bélicos, negocios oscuros, especulaciones urbanísticas, intolerancias y desidias”. Lo que inevitablemente hace pensar, concluye la historiadora, en “ese papel de asilo y desagravio que cumple el museo”.
No sólo el museo ha de cumplir esas tareas de poner rostro o completar las siluetas borrosas del pasado. Importan cada vez más la verificación de la historia y no su enmascaramiento, los relatos memoriales, las crónicas de viaje de los que viajan por necesidad y no por placer. La actualidad nos hace comisarios imprevistos del inventario de las vidas sin nombre y sin destino, una encomienda de raíz periodística que se advierte cada vez más en el cine y en el teatro documental o en las llamadas ficciones del yo.
Georges Duby escribió memorablemente sobre las catedrales y los lances de honor, usando la imaginación y la pincelada vivaz en libros que tienen amenidad novelesca sin salirse del marco de la investigación; uno de los más celebrados es Guillermo el Mariscal, que de no llevar el nombre del gran profesor e investigador en la portada podría ser leído como novela de formación, una historia del joven pobre que hace carrera en tanto que campeón de torneos. Pero Duby también mostró un constante interés por los figurantes. En los últimos años de su vida se ocupó y dio término, en tres volúmenes, a una empresa singular bajo el título global de Damas del siglo XII. Algunas de las estudiadas son personajes del relieve de Eloísa o Isolda, pero en el segundo tomo, El recuerdo de las abuelas, quizá esté, pienso yo, el mensaje testamentario del historiador: las mujeres de aquel tiempo tenían poca presencia pública aunque gran ascendiente; en los testimonios de sus nietos y en otros segundos términos Duby las encuentra y las saca a la luz dotándolas a la vez de una diferida y potente voz. Con lo que dejan de ser meras abuelas, características, partiquinas, para hablarnos de tú a tú como heroínas de una gesta luchada en lo más íntimo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













miércoles, 1 de noviembre de 2023

De la vida que pasa

 





Nada importa, todo pasa
JOSÉ LUIS SASTRE - El País
01 NOV 2023 - haredt.blogspot.com

Las fechas se conjuran a veces contra el olvido, y al 1 de noviembre lo han vuelto el día de los muertos, para que tengamos memoria y le llevemos flores al pasado. Como si se pudiera luchar contra el verso de Borges y el olvido que seremos. Estamos hechos de eso, en cambio: de olvidos que nos impuso el tiempo y otros que, antes que eso, nos impusimos nosotros hasta que un aniversario o una fecha nos los traigan de nuevo en forma de recuerdo o de lápida, como sucederá hoy en miles de cementerios. Vivir era eso, supongo: olvidar sin querer, y rebelarse.
Será el calendario, que cambia de meses ajeno al mundo, el que nos dé el pretexto para pensar que nada importa tanto en realidad porque todo pasa, porque al cabo de los años eso que tanto interesa ahora porque es nuevo y está por estrenar será visto en el futuro ―mañana mismo― con otra perspectiva, con menos interés. De manera relativa. O sea: quitándole importancia. Ese día, podremos sentirnos mejores y livianos, porque podremos juzgarnos a nosotros mismos como si fuéramos personas distintas. Y tendremos el don de la indulgencia: nos diremos que todo aquello que tanto nos preocupó acabó pasando y, en realidad, tampoco pudimos hacer algo por evitarlo.
Así puede situarse y explicarse uno en el mundo, diciéndose que la vida pasa, que somos demasiado pequeños para reaccionar ante cada injusticia, ante cada matanza que consideremos indigna. Porque somos muy poca cosa de uno en uno y hasta en grupo y qué podíamos hacer sino no hacer nada, más allá de compadecernos y querer saber y querer mirar hasta que el dolor fuera tan insoportable que ya no pudiéramos saber ni mirar porque bastaba con bajar el dedo sobre la pantalla del teléfono para dejar de hacerlo y la tentación era fuerte: la tentación era vivir. Qué podrá importar el presente en el futuro y quién podrá juzgar nuestras impotencias. Eso podremos decirnos, cuando todo pase: que ya pasó, que hicimos lo que pudimos. Que al menos quisimos saber. Que seguirá pasando el calendario y todo lo que hoy nos revuelve y nos indigna acabará siendo el olvido de los que vengan, que otros olvidos traerán.
José Luis Sastre es periodista