viernes, 30 de junio de 2023

De la tautología electoral





 


Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Lola Pons, va de la tautología electoral. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com










Unas elecciones son unas elecciones
LOLA PONS RODRÍGUEZ
24 JUN 2023 - El País
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Google a veces me toma el pelo. Si tecleo “Londes”, así, sin erre, el motor de búsqueda es tan listo como para responderme: “Quizás quisiste decir: Londres”, pero si busco “recursividad”, sin error alguno, Google me contesta: “Quizás quisiste decir: recursividad”, exactamente lo mismo que he buscado. Ser recursivo es repetirse indefinidamente, de modo que en alguna oficina de Mountain View, en California, un grupo de programadores se ha tomado la licencia de burlarse de la propiedad de la recursividad incluyéndola en la propia definición de su búsqueda. El bucle es tan infantil como tierno, y me saca la sonrisa cuando entro a comprobar si sigue funcionando.
¿Qué pensaría sobre esa broma de Google la señora de este cuadro que tengo ante mí? La señora es la escritora Gertrude Stein (1874-1946), Picasso la pintó en un retrato que se exhibe en el Met de Nueva York. La plasmó sentada, con una mano sobre la rodilla y la otra ligeramente caída sobre una pierna, doblada como quien saca el cuello para mirar un instante quién está asomando por la puerta. Los ojos elípticos cubistas contrastan con el fondo malva de la época rosada que Picasso estaba dejando atrás. El ademán duro, de trago de cicuta, le da aspecto de persona en conflicto. No reconozco en este cuadro la levedad que observo en el aforismo que ella escribió y cumple un siglo este año: “Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”, la frase donde la primera Rosa parece el nombre de una persona. El enunciado se hizo famosísimo pese a su futilidad transparente: la mera invocación del nombre quiere despertar las emociones asociadas a la flor. Stein ya había escrito unas memorias de su vida universitaria con un título tan simple como Things as they are (1903, Las cosas como son) donde mostraba sus dificultades en el siglo que se abría y dejaba ver su contradictoria personalidad.
En lógica, el principio de identidad proclama que una entidad es idéntica a sí misma, es decir, que, por ejemplo, esa farola es idéntica a esa farola. Esto es un principio básico del pensamiento, pero cuando esa identidad se aprovecha retóricamente, el resultado es una afirmación que se reitera a sí misma y que no sale de su propia lógica interna: cae en la tautología. Una tautología reafirma lo dicho, presenta algo como necesariamente verdadero porque no se expresa otra cosa que su existencia. Son tautológicas esas definiciones al estilo “un gol es un gol”, expresadas con rotundidad pero sin profundidad argumentativa. La tautología, es evidente, pretende decir más de lo que dice: juega con las evocaciones y el imaginario que se asocia a algo. La recursividad que me hace reír en la tontuela maniobra de Google es menos profunda, más simple que las dos citas aparentemente fáciles de Stein: las cosas como son, una rosa es una rosa.
La tautología como recurso retórico se ha prodigado con alegría en la política española desde hace una década: “Sí es sí” ha sido el lema de la ley que ha simbolizado el límite de este Gobierno de coalición; “la pela es la pela” compendió en sus cinco palabras en qué aterriza la a veces inasible reclamación identitaria de los nacionalismos en España; “las víctimas son víctimas” es la generalización de la ultraderecha al minimizar la violencia machista. De Rajoy fueron tautologías muy burladas en las redes sociales como, hablando de los tratados europeos, “un vaso es un vaso y un plato es un plato”, y en cambio, fue mucho más informativo un principio de no identidad, nada tautológico, que formuló durante las negociaciones sobre el plan de rescate para el sector financiero español en 2012: el famoso “España no es Uganda”. Pese al mar de tautologías dichas en mítines o discursos parlamentarios, observen que ninguno de los perdedores en la última noche electoral pronunció frases del estilo “los resultados son los resultados”, porque la cámara de eco de la tautología, en su simpleza, no dejaría espacio para coartadas.
Habrá quien piense que una tautología cada cuatro años no hace daño, que cada color político genera la suya, pero es sospechoso que no hayamos tenido tantos eslóganes de este tipo en el debate político hasta esta última década, justo con el renacer de los populismos. Estas frases huelen a lo peor de esa nueva tendencia de discurso vacío y marcos narrativos simples: la apariencia de que hay “verdades de cajón” que están por encima de las ideologías y que no son discutibles. Es política de Perogrullo, de referencialidad escasa, la que aspira a generar sus lemas en esta simpleza del principio de identidad que late en toda tautología. El gran abismo de la política es, de hecho, que sea recursiva, que sobrerrepresente los absolutos, que no matice. Y aquí yo podría teclear una frase del estilo: “un discurso honesto debería ser un compromiso político”. Pero Google, faltón, me contestaría: “Quizás quisiste decir: unas elecciones son unas elecciones”.




































jueves, 29 de junio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Primo Levi o el dolor de la memoria. [Publicada el 07/08/2019]









Primo Levi, nacido el 31 de julio de 1919, hace justamente cien años, fue un escritor italiano de origen sefardí, autor de memorias, relatos, poemas y novelas. Fue también un resistente antifascista y un superviviente del Holocausto. Sus preocupaciones, escribe el profesor Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid, fueron oponerse a la previsible degradación de los recuerdos del Holocausto y ahondar en lo que llamaba ‘zona gris’, las diversas formas de colaboración con el opresor.
El recuerdo de los campos de exterminio nazis se ha consolidado a través del espectáculo, comienza diciendo Elorza. Mi amiga Violeta Friedman, superviviente de Auschwitz, contaba que los medios de comunicación solo se volcaron sobre ella con el éxito de La lista de Schindler. El filme de Spielberg conjugaba la dureza del tema con el carácter conciliador del protagonista —un alemán humanitario— y un final feliz. El mensaje de consolación, en los términos de Umberto Eco, se completaba con los nazis cumpliendo su papel de encarnación exclusiva del Mal para la historia del siglo XX. El propio Spielberg nos ofreció una imagen bien distinta sobre los campos japoneses en El imperio del sol, casi un cuento para niños, heredero de aquella brillante producción de encubrimiento que fue El puente sobre el río Kwai. Alianzas mandan. El genocidio de los jemeres rojos en Camboya, el gulag soviético, recibieron una atención menor.
Tal vez porque resulta incómodo pensar en las raíces del horror y reconocer la propia pasividad, y la de tantos intelectuales y políticos que tuvieron conocimiento de los episodios de barbarie sucedidos al correr del siglo. Lo experimentó muy pronto Primo Levi, llegado a su Turín natal desde Auschwitz, “con una carga narrativa patológica absoluta”. Su primer libro, Si esto es un hombre, fue rechazado en 1946 por editoriales como Einaudi. Vio la luz gracias a un pequeño editor, Antonicelli, siendo recibido con indiferencia.
El éxito posterior de su relato sobre Auschwitz tuvo mucho que ver con la combinatoria adoptada por Levi para su elaboración. Como en otras narraciones del género, en Si esto es un hombre el hilo conductor es autobiográfico. El lector se ve introducido en una espiral del horror, que solo resulta soportable por la frecuente detención en retratos de personajes y hechos de la vida cotidiana. La mirada de Levi se convierte en cámara de filmación que va registrando circunstancias y anécdotas, gracias a las cuales va cobrando forma un puzle donde toda la carga de irracionalidad vertida por los verdugos —SS y kapos— sobre los prisioneros adquiere perfiles precisos, tanto en el plano de los comportamientos humanos como de las reglas que proporcionan una férrea cohesión al sistema concentracionario.
De haberse quedado en este nivel descriptivo, la obra de Levi hubiese sido una más en el valioso elenco de testimonios sobre el Holocausto. Hay rasgos que, sin embargo, la singularizan. El primero es la voluntad de rigor, aplicando las pautas del conocimiento científico a su estudio sobre la vida y el funcionamiento del campo. “Yo tengo dos raíces” —aclara—, “una es el sentimiento del lager y otra es el sentimiento de la química con sus dimensiones”. Levi busca en este sentido un distanciamiento del objeto descrito, que haga posible su análisis y confiera objetividad al testimonio. Solo que una vez llegado a este punto, es necesario volver a sí mismo y al sujeto colectivo de los condenados a la muerte en el campo. Levi no se hace ilusión alguna: “Todo nos dice que no volveremos”, “convertidos en esclavos, muertos para nosotros mismos antes de morir en la vida”. La función del lager no es solo el exterminio físico, sino una deshumanización radical, la conversión de los hombres en bestias que luchan entre sí por una supervivencia imposible: “En el lager, la lucha por la vida es implacable porque cada uno está desesperado y ferozmente solo”.
Es lo que Primo Levi no está dispuesto a asumir: “Quiero sobrevivir, antes que nada y sobre todo, para dar testimonio de lo que he visto”, explicará años después a un joven investigador. E imponiéndose a su inevitable pesimismo, esto supone rescatar la compasión, la solidaridad que el nazismo ha logrado aniquilar. Desde el fondo del abismo de Auschwitz, Levi alza los valores de la razón y del sentimiento humanos frente a las ideologías totalitarias del odio, que en el siglo XX no se limitaron solo al nazismo alemán.
En su último libro, Los hundidos y los salvados, de 1986, Primo Levi vuelve sobre un tema del primer libro: la diferencia básica entre los elegidos y los condenados en el lager, ahora entre los supervivientes y las víctimas. La preocupación de Levi consiste, por una parte, en oponerse a la previsible degradación de la memoria, y por otra, en ahondar en los aspectos más complejos de la estructura de los lager, como en primer plano lo que denomina zona gris que abarca las diversas formas de colaboración con el opresor, o la violencia inútil, el recreo de los verdugos en el sufrimiento de las víctimas. Ve en el lager la reproducción del Estado totalitario. Se asombra, como Hannah Arendt, ante el hecho de que los verdugos fueran gente normal, embaucada por un “profeta”. La reflexión desemboca así en el tema de la adhesión de “un pueblo entero civilizado” a un histrión que lo llevó a la catástrofe. Por eso es necesario salvaguardar la memoria: “Ha sucedido, y por consiguiente puede volver a suceder”. Y rechaza “la trivialización de la masacre nazi” , propuesta en Alemania por Nolte y Hillgruber.
Una vez cerrado el ciclo de Auschwitz con Los hundidos y los salvados, el suicidio de 1987 sigue a la depresión que marcó también a otros salvados. Las vivencias del horror eran imborrables. También al sentimiento de culpa por seguir vivo, apreciable en poemas como El superviviente. Myriam Anissimov refleja muy bien esa “desesperanza” en su biografía de Primo Levi, que me hizo llegar la siempre lúcida Marianne Ponsford. El intelectual italo-judío pensaba que, “a pesar de nuestras ilusiones, los supervivientes solo sobrevivieron en apariencia”. El desenlace era sugerido un año antes en el poema A los amigos, cuando el tiempo apremia y “los compromisos han acabado”.
Compromisos que no habían concluido en España, refugio de nazis desde 1945. En medio de nuestra pasividad, ya en democracia, correspondió a otra superviviente de Auschwitz, la citada Violeta Friedman, acometer la defensa de la memoria tras denunciar la reivindicación pública del doctor Mengele por el nazi belga Léon Degrelle. Su heroico esfuerzo culminó con la inserción en el Código Penal del delito de negación del genocidio. Tuvo suerte al morir antes de ver anulada en 2007 esa reforma por el Tribunal Constitucional, el cual invocó nada menos que “la libertad científica” de afirmar o negar el Holocausto. Tampoco en el caso del terrorismo de ETA, con la ayuda del PNV desde la zona gris, se ha llegado siquiera al reconocimiento generalizado de los crímenes. Hay que mirar al futuro, proclama cínicamente Otegi, mientras los suyos (Bildu) homenajean a criminales (Josu Ternera, uno de los secuestradores de Ortega Lara). El PSOE no puede cerrar los ojos.
La advertencia de Primo Levi mantiene su actualidad: privado de la memoria, “el mundo será más vulnerable a un retorno de la barbarie nazi o a cualquier otra barbarie”. El responsable del terror “no puede y no debe blanquear su memoria”. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














De los primeros fanáticos





 


Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador José Andrés Rojo, va de los primeros fanáticos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 











El fanatismo de los primeros cristianos
JOSÉ ANDRÉS ROJO
23 JUN 2023 - El País
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La historia no siempre es la que se cuenta y resulta que a veces los que dicen que eran perseguidos resulta que fueron los perseguidores. Y los que se presentaban con la bandera del amor no hicieron otra cosa que sembrar destrucción y dolor. En 2017 la periodista e historiadora británica Catherine Nixey publicó La edad de la penumbra (Taurus), donde explica cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico. En la promoción del libro se decía que solo el 1% de la literatura latina sobrevivió y solo el 10% de los textos griegos. Los cristianos derribaron templos, los saquearon y se sirvieron de sus piedras para construir iglesias, destruyeron las estatuas, quemaron cuanto se ponía a su paso. Ardieron los libros, ardió la vieja sabiduría hasta casi desaparecer. Algunos papiros que sobrevivieron fueron luego borrados por los monjes en la Edad Media: rascaban las palabras de los antiguos para que desaparecieran y escribían encima las cosas del Señor o sus consideraciones teológicas. San Agustín, que animaba a los suyos a que convirtieran a los otros como fuera, resumió en una expresión la furia con que los cristianos golpeaban y torturaban a los no creyentes para salvarlos: “¡Oh, crueldad misericordiosa!”.
Catherine Nixey recuerda en la introducción que cuando escribía el libro, en 2015 y en plena guerra de Siria, unos militantes del Estado Islámico se dedicaron a demoler la antigua ciudad siria de Nimrod, al sur de Mosul, en Irak. Era solo un ejemplo, enseguida se refería también a la estatua de Atenea que fue también atacada por entonces en Palmira. Nada nuevo bajo el sol. Unos siglos antes fueron bandas de cristianos las que actuaron de manera similar reduciendo a ruinas algunas de las grandes construcciones del mundo grecolatino. Nixey se ocupa de explicar con todo detalle la destrucción en el año 392 d. C. del templo de Serapis, en Alejandría.
“¡Oh, crueldad misericordiosa!”. Es curioso el mecanismo que ponen en funcionamiento las religiones monoteístas, ese descaro con el que proceden a destruir con total impunidad lo que les resulta ajeno. Sus fieles operan con la superioridad moral que les otorgan sus sacerdotes, que les susurran en sus oídos: adelante, formas parte de un plan verdaderamente justo, no renuncies a ningún medio para conseguirlo y, si hiciera falta, machaca a tus enemigos hasta la muerte. Están convencidos de haber sido proscritos en algún momento anterior, reclaman una reparación, existe un Señor que les promete la gloria, los mueve el resentimiento, los fortalece el miedo. Una edad de la penumbra, dice Nixey, y habla también de “un mundo cada vez más tenso y cansado” para referirse a aquel largo periodo en el que los cristianos entraron a saco y acabaron con todo lo anterior. El año 529 d. C. se cerró la Academia de Filosofía en Atenas. Fue una señal que resume la oscuridad que vendría después.
Quizá el mundo de hoy se parezca a aquel otro “cada vez más tenso y cansado” en el que el fanatismo de los cristianos liquidó la antigüedad clásica. Es posible que tanto fervor destructivo sea ya cosa del pasado o de los descarriados del Estado Islámico. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero es necesario celebrar a aquellos paganos que reconocían a multitud de dioses y que no se plegaron a la crueldad misericordiosa de un único patrón, una única causa, una fe incuestionable.