viernes, 28 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Tres discursos para la historia. [Publicada el 27/08/2013]










Tres discursos que cambiaron la historia. Hay más, sin duda, merecedores de figurar aquí, pero a mí, pensando en la fecha que mañana conmemoramos, no se me han ocurrido otros. Les invito a añadir los suyos a mi cita si lo desean. 
Los ordeno por estricto criterio cronológico: La "Oración Fúnebre de Pericles", que se encuentra en la obra de Tucídides "Historia de la Guerra del Peloponeso"; el "Sermón de la Montaña", pronunciado por Jesús de Nazareth, en el Evangelio de Mateo; y el "Yo tengo un sueño", de Martín Luther King, pronunciado en Washington, el 28 de agosto de 1963. Mañana hace 50 años.
Los tres son hitos fundamentales en la historia de la humanidad. El primero, explica porque un pueblo pequeño y desunido (en lo accesorio) supo vencer al imperio más poderoso de su tiempo al anteponer sus ansias de libertad individual y ciudadana a su propia vida. El segundo porque fue y sigue siendo símbolo de esperanza para los más pobres, humildes y desesperados de la tierra. El tercero, y más reciente, porque dejó explícita la invencible fortaleza de los sin voz cuando se deciden a cambiar el mundo sin recurrir a la violencia. Elijan ustedes el que quieran como "más mejor" (un canarismo bellísimo). A mí me resultaría imposible decidirme por uno u otro.
No dejen de ver el vídeo: son los diecisiete minutos más trascendentales de la historia reciente de los Estados Unidos de América y tuvieron lugar, tal día como mañana, de hace justamente cincuenta años. Casi, o tanto más trascendental que "aquel" que otros hombres ansiosos de su libertad pronunciaron un 4 de julio de 1776, en Filadelfia, aunque sus compatriotas negros tardarían aun 187 años en verlo convertido en realidad tangible.
El recuerdo que más persistentemente ha quedado grabado en mi memoria de ese 28 de agosto de 1963 no es el discurso de Martin Luther King; a mis diecisiete años esas "cosas" se me escapaban. Fue el ver por televisión aquella inmensa multitud de gentes: negros y blancos, hombres y mujeres, niños y ancianos, caminando hacia el "Lincoln Memorial" con pancartas y gritos que repetían una y otra vez el mismo eslogan: "Freedom, now!" (Libertad, ahora). A mí, que era de "francés", se me quedaron grabadas a fuego en el alma. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt












De la estrategia de la crispación

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, va de la estrategia de la crispación. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Ha vuelto a suceder
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
25 JUL 2023 - El País
harendt.blogsot.com

Ha vuelto a suceder, sí. Cuando la derecha pone las revoluciones del motor al máximo, acaba saliéndose en la curva. Siempre ha pecado por exceso en este tipo de campañas. Creando un clima político asfixiante, basado en la destrucción y difamación del adversario, el Partido Popular cae preso de sus propias ensoñaciones. El golpe que se da contra el escrutinio electoral lo devuelve a la realidad. En 1993 perdieron cuando se daban por ganadores. En 1996 pensaron que arrasaban y, tras 13 años de Gobierno socialista, sacaron una misérrima ventaja de un punto porcentual. En 2008 pusieron de nuevo a la máquina a toda velocidad y… perdieron las elecciones.
El Partido Popular solo ha tenido victorias arrolladoras (en 2000 y 2011) cuando no ha practicado la estrategia de la crispación. En 2000 obtuvo mayoría absoluta porque la gente tuvo buena opinión de la gestión de José María Aznar y el PSOE no había logrado culminar su renovación tras la larga etapa de González. En 2011, los estragos de la crisis económica pusieron la victoria en bandeja a Mariano Rajoy.
Si las circunstancias no le son del todo propicias, el PP recurre a la estrategia de la crispación, adaptándola a las circunstancias del momento. Y siempre le sale mal. Puede que la memoria me esté jugando una mala pasada, pero, aunque las campañas de 1993, 1996 y 2008 fueron durísimas, creo que en esta de ahora se han superado todos los límites anteriores, entre otras razones porque ya no es solo el PP, sino el PP con Vox, un partido de extrema derecha. Ha habido un salto cualitativo, desde las insinuaciones de pucherazo hasta las acusaciones al presidente Sánchez de autoritario, traidor y filoetarra. La campaña se ha planteado en términos delirantes e inaceptables, como un dilema entre España y el “sanchismo”, donde el “sanchismo” no era sino un eufemismo para referirse al fantasma de la anti-España. El PP, yéndose a las posiciones extremistas de Vox, ha negado legitimidad política a las fuerzas a su izquierda. En su visión excluyente de España y la Constitución, sólo entran el PP y Vox. Esa falta de reconocimiento del rival constituye en estos momentos el mayor peligro para nuestro sistema democrático. El PP no puede presentarse ante la sociedad como un partido centrista o liberal mientras no reconozca la plena legitimidad política de los partidos de izquierda y de los partidos nacionalistas. Precisamente porque considera antiespañol que el PSOE pueda pactar con otros partidos, insiste en la trampa de que gobierne la lista más votada, erosionando los principios básicos de un régimen parlamentario.
Hace dos semanas, con la campaña ya iniciada, escribí en estas páginas que se estaba produciendo una divergencia entre las preferencias privadas de los ciudadanos y las manifestaciones políticas en el ámbito público. Por el ámbito público no me refería solamente a los medios de comunicación, sino también a las conversaciones cotidianas, a la presencia en la calle de los mensajes de la derecha e incluso a muchas de las encuestas publicadas, que deberían ser un instrumento para conocer las preferencias privadas y no para moldearlas.
Se estaba creando un clima irrespirable en el que los candidatos de la izquierda eran abucheados al grito infame de “¡Qué te vote Txapote!” ante la mirada comprensiva y cómplice de Alberto Núñez Feijóo, quien se negó a condenar el maldito eslogan (se volvió a oír en la concentración de la sede del PP en la calle Génova en la noche del domingo, como en las grandes ocasiones, recuerden el “¡Pujol, enano, habla castellano!” de 1996). Durante estas últimas semanas, los votantes más exaltados del PP y Vox han sacado a relucir mala educación cívica y democrática, protagonizando innumerables episodios de intolerancia y deshumanización del rival, intoxicados por la campaña de los medios conservadores y convencidos de que era imposible que quedara nadie que apoyara a las izquierdas.
En el ámbito privado, sin embargo, esa campaña intimidatoria de las derechas ha provocado el efecto contrario al buscado. Al igual que en otras ocasiones del pasado, la estrategia de la crispación ha hecho revolverse a los votantes progresistas, muchos de los cuales se encontraban apáticos o desmovilizados. El PP los ha sacado de ese estado y les ha devuelto la rabia y la épica de votar a las izquierdas cuando en la esfera pública se daba por descontada la victoria de las derechas por mayoría absoluta. Las intervenciones de José Luis Rodríguez Zapatero, llamando a la ciudadanía progresista a sentirse orgullosa del Gobierno de coalición y sus políticas y a dar cumplida respuesta a los mensajes de odio de la derecha, han sido cruciales para que los electores de izquierda hayan optado no solo por movilizarse, sino también por dar la vuelta a las insidias de la derecha construyendo el mito del “perro sanxe”.
Pero no sólo eso: al hacer girar la campaña en torno al “sanchismo”, el voto de la izquierda se ha concentrado en beneficio del PSOE. Es probable que en una campaña menos polarizada, Sumar hubiese conseguido mejores resultados. De esta manera, la estrategia de la crispación, al terminar favoreciendo al PSOE en detrimento de Sumar, ha acortado la distancias entre PP y PSOE, cuando la única forma de conseguir una mayoría absoluta en España consiste en que haya una diferencia contundente entre el primer partido y el segundo.
Si bien las diferencias de escaños son considerables, como consecuencia de un sistema electoral que sigue necesitando una reforma urgente, las diferencias de voto, que son las que verdaderamente reflejan las preferencias privadas de la ciudadanía, resultan muy pequeñas. Con esa campaña pasada de revoluciones, el PP solo ha sacado 1,5 puntos de ventaja al PSOE. Si lo miramos por bloques, el de la derecha española, PP y Vox, da un 45,5%, frente a la izquierda formada por PSOE y Sumar, con un 44% (un porcentaje muy similar al que se registró en las dos elecciones de 2019 y en las de 2015). Si se tiene en cuenta a los partidos nacionalistas de izquierda (Bildu, ERC, BNG), las izquierdas siguen sumando más voto que las derechas.
El PP se ha metido en un laberinto, no tiene más aliado que Vox. Por eso, todo lo que no sea una mayoría absoluta de los dos partidos no le sirve. Algunos tratarán de sacar al PP de dicho laberinto presionando al PSOE para que deje gobernar al PP como única fórmula de desbloqueo. Con un partido de derechas normal, que aceptara la pluralidad y diversidad de España, no sería imposible algo así. Pero con un PP que no tiene más programa que “derogar el sanchismo” y que condena a la anti-España a la mitad de los ciudadanos españoles, a todos aquellos que no votan al PP o a Vox, ¿tiene sentido plantear algo así? ¿Cómo puede pedir colaboración el PP al PSOE mientras presenta a las izquierdas como un peligro para la nación y a Pedro Sánchez como un siniestro personaje dispuesto a continuar en el poder incluso si tiene que acabar para ello con España? Más probable es que el PP lo intente de nuevo aumentando la dosis de crispación y exclusión, con Isabel Díaz Ayuso como candidata.





































jueves, 27 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Boyacá. Un puente que es un símbolo. [Publicada el 02/09/2019]












Como otros muchos historiadores, pienso que las guerras de independencia de la América española de comienzos del siglo XIX fueron sobre todo guerras civiles entre españoles criollos y españoles peninsulares. Quizá sea por eso que comparto plenamente el mensaje de reconciliación de los pueblos de una y otra orilla del Atlántico que expresa el artículo de José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, en el que relata lo ocurrido en un agosto de hace 200 años en un lugar cercano al Puente de Bocayá, en Colombia, una batalla que decidió el enfrentamiento entre los ejércitos realista y republicano y resultó clave en la independencia de toda el área andina al norte de Chile.
Un español puede sentirse incómodo si es invitado a la celebración de la independencia de un país como Colombia, comienza diciendo Villacañas. Pero si quien cursa la invitación es el rector de la Universidad Eafit, el doctor Juan Luis Mejía, antiguo ministro y embajador de Colombia en España, entonces uno está seguro de que todo procederá con el respeto mutuo a los dos países y se desplegará desde el mejor espíritu académico. Esa certeza es inamovible. Difícilmente encontrará España un amigo colombiano tan noble y leal como el rector Mejía y, desde luego, ninguno que sepa tanto de nuestra historia, la antigua y la reciente, la común y la diferente. Con estos elementos, conversar con él y con el claustro de su universidad sobre lo que significó el 7 de agosto de 1819 siempre resulta enriquecedor.
Oficialmente, hace ahora 200 años, las tropas de la tercera división del Ejército realista, al mando del brigadier José María Barreiro, se enfrentaron a las tropas republicanas dirigidas por Bolívar, y en este caso concreto a su vanguardia, dirigida por el general Santander, en los alrededores del puente de Boyacá, cerca de Tunja. Los realistas querían marchar hacia Santafé, para unirse a las tropas del virrey Sámano. Los republicanos deseaban cortarles el paso. Las tropas se parecían como dos gotas de agua: todos nativos americanos, todos de diversas procedencias raciales, criollos, mestizos, pardos, morenos, zambos, negros e indígenas. Sólo los Estados Mayores eran diferentes. Criollos en un bando, españoles en el otro. Fue una batalla representativa, pues en realidad aquello fue una guerra civil. Dos élites se disputaban la dirección política de amplias poblaciones y el signo de la victoria no estuvo claro nunca.
Boyacá lo decidió todo. En lugar de recibir refuerzos, el virrey Sámano se vio abandonado. La consecuencia fue que el 9 de agosto dejó la capital y se refugió en Cartagena. El 10 de agosto, Bolívar entraba en Bogotá. Era la señal de que el virrey de España en Nueva Granada abandonaba la sede del poder. Por supuesto, en la costa del Caribe y en Pasto siguieron existiendo tropas realistas, y por eso estas regiones periféricas reclaman su reconocimiento y parte de gloria en la culminación del proceso de independencia. Sin embargo, Boyacá fue la victoria irreversible, la que llevó a cabo los planes decididos en el Congreso de Angostura, de febrero de aquel año, que ordenaba la Gran Colombia como unidad de los departamentos de Cundinamarca, Quito y Venezuela en una República federal.
Madrid comprendió que solo una actuación rápida podría cambiar el curso de las cosas. Entonces se iniciaron los preparativos del llamado Ejército de ultramar, en un clima casi de completo caos, pues el ministro de Hacienda Garay no había logrado en 1818 la reforma impositiva en la que un siglo antes ya había fracasado Macanaz. Conocemos estos preparativos, y los hechos que les sucedieron, por las memorias de Ramón Santillán, un viejo ayudante del cura Merino en la Guerra de la Independencia, al que todavía esperaba una gran carrera al servicio del Estado, pues llegó a ser el primer presidente del Banco de España. Sus recuerdos son puntillosos y pormenorizados, mucho más interesantes que los del marqués de las Amarillas, pero no tan jugosos, sabrosos y sombríos como las Memorias de un sesentón de Mesoneros Romanos.
Así, por Santillán, un liberal moderado dotado de un estricto sentido del orden y del honor, sabemos cómo era aquel Ejército de ultramar. Recomiendo al lector que lea esas Memorias, no exentas de un espíritu forense en defensa de su actuación y de la de sus superiores en aquellos días. En un momento dado llega a sugerirnos que casi todos los miembros de aquel Ejército fueron forzados a enrolarse, los oficiales por las promociones condicionadas y la tropa por la exoneración de culpas. Todos fueron convocados para reunirse en Cádiz. El 1 de enero de 1820, a punto de embarcar, algunos batallones se encerraron en la isla, imitando el gesto de la lucha contra los franceses, al tiempo que Riego se levantaba en Cabezas de San Juan. Desde allí resistieron a lo que llamaban, como los republicanos americanos, el Ejército realista dirigido por el general Garay. Riego, como es sabido, se desplazó a Gibraltar para hablar con los ingleses, buscando la protección de la bahía. Los realistas de Cádiz, en mayoría, nunca asaltaron a los levantados. Todos esperaban los movimientos que en distintas partes de España coordinaba la llamada Sociedad del Anillo. Ante la evidencia de que no contaba con apoyos, Fernando VII se avino a jurar la Constitución. Mesoneros describe este momento de forma gráfica diciendo que Fernando gobernaba en el vacío.
Así que el Ejército de ultramar no se embarcó rumbo a Buenos Aires, y la batalla de Boyacá fue la decisiva. Luego Bolívar dirigió su ejército hacia Quito con el general Sucre al frente y, desde allí, a Perú, donde entró en Lima tras la victoria de Ayacucho. Podemos decir que la batalla del Puente de Boyacá obligó a la monarquía absoluta de Fernando VII a realizar el esfuerzo supremo. Al no lograrlo, dejó en evidencia su incapacidad política, su impotencia, su fragilidad. Por eso, esa humilde batalla, en la que apenas murieron una decena de republicanos y un centenar de realistas, fue decisiva para la independencia de toda el área andina al norte de Chile. Lo más curioso, como nos relata Mesoneros, es que los levantados no estaban preocupados por América. Pensaban que con la Constitución de Cádiz los republicanos no tendrían interés en hacerse independientes. Era uno de tantos espejismos que dominaban a las élites liberales españolas.
Pero más allá de la suerte de las armas, la tortuosa relación de Fernando VII con la Constitución de Cádiz sembró el desconcierto entre muchos moderados, de España y de América, y asentó la evidencia entre las élites criollas de que no se debía esperar con firmeza que la Monarquía contribuyera positivamente en el futuro destino histórico de la América hispana. Por lo demás, las élites liberales españolas demostraron no tener la suficiente densidad histórica para dirigir España. Su división entre moderados y exaltados fue el efecto de su propia debilidad. Así que la lucha de élites en la que finalmente consistió la Guerra de la Independencia no podía saldarse más que con el triunfo de las élites criollas. Su capacidad directiva, sin embargo, era bastante afín a la de sus pares españoles y tendrían dificultades parecidas para forjar sociedades nacionales fuertes y progresivas. Por eso podemos hablar de un poderoso isomorfismo que atraviesa todo nuestro siglo XIX y que nos une por debajo de nuestros laberintos históricos.
Ese isomorfismo es el que permite que nos comprendamos bien entre nosotros. El viajero que visita el puente de Boyacá queda sorprendido por la humildad de la construcción. Apenas permite el paso de dos personas a la vez. Pero quizá por eso alcanza la condición precisa de símbolo. Nos llama a una forma de vínculo entre nuestros pueblos que no reclama de grandes monumentos. Cruzar ese puente, de dos en dos, rozándose los codos, sencillos ciudadanos, mirándonos a la cara, y sabernos partícipes en la empresa común de forjar pueblos con una dirección política justa, democrática, digna y limpia. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












De Heidi y Calimero

 





Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del politólogo Víctor Lapunte, va de Heidi y Calimero. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Heidi contra Calimero
VÍCTOR LAPUENTE
25 JUL 2023 - El País

¿Qué pasó en las elecciones del domingo? Desconfía de los que acertaron y lee a los que fallamos. No te fíes de los que predijeron un resultado tan ajustado, porque sólo los más militantes, llevados por el corazón y no la cabeza, podían prever tal sorpresa. En política, como en el fútbol, los buenos analistas de lo sucedido son malos pronosticadores. Las quinielas se aciertan en los bares, no en los sanedrines radiofónicos. Bueno, eso quiero creer. Un triste consuelo para los que nos dedicamos a comentar la realidad.
Lo cierto es que el equilibrio de fuerzas entre PP y PSOE que salió de las urnas desafía la lógica en la que nos hemos movido los analistas y se acerca a otra racionalidad más lejana: el sentido común de la ciudadanía. Por un lado, el Gobierno ha gestionado razonablemente bien un endiablado contexto de pandemia e inflación por la guerra de Ucrania. Medidas como la reforma laboral, los ERTE, el IMV o la revalorización de las pensiones han sido bien valoradas por una mayoría social y bendecidas por la UE. Era sensato esperar una cierta recompensa electoral. Por otro lado, el Gobierno cometió errores, como la reforma de los delitos de sedición y malversación, en el marco de negociaciones presupuestarias, o la lentitud de reflejos con la ley del solo sí es sí. Era, por tanto, también prudente esperar cierto castigo.
Mucha gente ha votado irracionalmente, por rabia o miedo al bando rival. Pero que, en los márgenes de la democracia, existan votos disparatados, no quita que, en agregado, la población sea sabia. Quienes “votan mal” en un lado se compensan con los del otro y, en conjunto, la gente vota bien. Millones de personas, en un país con alto nivel educativo, no pueden estar equivocadas o manipuladas por medios de comunicación hostiles.
PP y PSOE deben despertar a la realidad plural de España. El PSOE, mirando las encuestas desfavorables, llevaba meses atrapado en lo que los psicólogos llaman el síndrome de Calimero: quejarse constantemente de que no te entienden. ¡Con tanto bien que hemos hecho y así nos tratan! Y el PP, encerrado en la burbuja mediática del antisanchismo y el “Que te vote Txapote”, ha padecido el síndrome de Heidi, o el déficit de naturaleza, que sufren muchos jóvenes hoy: vivir en la ficción de las redes sociales, sin contacto con la realidad. Welcome to Spain, país terco e indomable.




























miércoles, 26 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Hiroshima, 6/8/1945. 8:15 horas. [Publicada el 06/08/2015]









A mi amiga Ana C.

A las 8:15 de la mañana de aquel 8 de agosto de 1945, hace hoy setenta años, el infierno se desató sobre la ciudad de Hiroshima, Japón, y sobre sus pobladores. Ni los que sufrieron la primera explosión de una bomba atómica sobre ellos, ni los que la lanzaron, quiero suponer que eran conscientes de lo que aquel hecho significaba. Durante toda la mañana he estado leyendo artículos y noticias sobre aquel instante de horror sin encontrar nada digno de refutar la frase de Voltaire de que "la verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura", que pudiera aplicarse a lo ocurrido ese día. A mediodía, mi amiga Ana me envía desde Ámsterdam una reproducción de la página del diario francés Combat, fechada el 8 de julio de 1945, en el que se reproduce un artículo del filósofo Albert Camus sobre lo acaecido dos días antes en Hiroshima. Camus no podía saber lo que al día siguiente se iba a repetir sobre la ciudad de Nagasaki y sus pobladores. 
No sé si la filosofía puede salvarnos del horror. No soy filósofo ni lo pretendo. Me quedo con la mera pretensión de comprender el mundo, como decía Hannah Arendt. Y estas palabras de Camus, que reproduzco en su texto original y en su traducción española, es lo más comprensible que he podido encontrar sobre lo ocurrido aquel 8 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, sobre la ciudad de Hiroshima y sus gentes. Sirva de homenaje y recuerdo a todas las víctimas inocentes de aquel día y de todas las guerras de la historia.
"Le monde est ce qu'il est, c'est-à-dire peu de chose. C'est ce que chacun sait depuis hier grâce au formidable concert que la radio, les journaux et les agences d'information viennent de déclencher au sujet de la bombe atomique.
On nous apprend, en effet, au milieu d'une foule de commentaires enthousiastes que n'importe quelle ville d'importance moyenne peut être totalement rasée par une bombe de la grosseur d'un ballon de football. Des journaux américains, anglais et français se répandent en dissertations élégantes sur l'avenir, le passé, les inventeurs, le coût, la vocation pacifique et les effets guerriers, les conséquences politiques et même le caractère indépendant de la bombe atomique. Nous nous résumerons en une phrase : la civilisation mécanique vient de parvenir à son dernier degré de sauvagerie. Il va falloir choisir, dans un avenir plus ou moins proche, entre le suicide collectif ou l'utilisation intelligente des conquêtes scientifiques.
En attendant, il est permis de penser qu'il y a quelque indécence à célébrer ainsi une découverte, qui se met d'abord au service de la plus formidable rage de destruction dont l'homme ait fait preuve depuis des siècles. Que dans un monde livré à tous les déchirements de la violence, incapable d'aucun contrôle, indifférent à la justice et au simple bonheur des hommes, la science se consacre au meurtre organisé, personne sans doute, à moins d'idéalisme impénitent, ne songera à s'en étonner.
Les découvertes doivent être enregistrées, commentées selon ce qu'elles sont, annoncées au monde pour que l'homme ait une juste idée de son destin. Mais entourer ces terribles révélations d'une littérature pittoresque ou humoristique, c'est ce qui n'est pas supportable.
Déjà, on ne respirait pas facilement dans un monde torturé. Voici qu'une angoisse nouvelle nous est proposée, qui a toutes les chances d'être définitive. On offre sans doute à l'humanité sa dernière chance. Et ce peut-être après tout le prétexte d'une édition spéciale. Mais ce devrait être plus sûrement le sujet de quelques réflexions et de beaucoup de silence.
Au reste, il est d'autres raisons d'accueillir avec réserve le roman d'anticipation que les journaux nous proposent. Quand on voit le rédacteur diplomatique de l'Agence Reuter annoncer que cette invention rend caducs les traités ou périmées les décisions mêmes de Potsdam, remarquer qu'il est indifférent que les Russes soient à Koenigsberg ou la Turquie aux Dardanelles, on ne peut se défendre de supposer à ce beau concert des intentions assez étrangères au désintéressement scientifique.
Qu'on nous entende bien. Si les Japonais capitulent après la destruction d'Hiroshima et par l'effet de l'intimidation, nous nous en réjouirons. Mais nous nous refusons à tirer d'une aussi grave nouvelle autre chose que la décision de plaider plus énergiquement encore en faveur d'une véritable société internationale, où les grandes puissances n'auront pas de droits supérieurs aux petites et aux moyennes nations, où la guerre, fléau devenu définitif par le seul effet de l'intelligence humaine, ne dépendra plus des appétits ou des doctrines de tel ou tel État.
Devant les perspectives terrifiantes qui s'ouvrent à l'humanité, nous apercevons encore mieux que la paix est le seul combat qui vaille d'être mené. Ce n'est plus une prière, mais un ordre qui doit monter des peuples vers les gouvernements, l'ordre de choisir définitivement entre l'enfer et la raison".
Combat du 8 août 1945
Par Albert Camus
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"El mundo es lo que es, es decir, poca cosa. Es lo que desde ayer todos sabemos gracias al formidable concierto que la radio, los diarios y las agencias noticiosas acaban de desencadenar con respecto a la bomba atómica. En efecto, nos enteramos, en medio de una multitud de comentarios entusiastas, que cualquier ciudad de mediana importancia puede ser totalmente arrasada por una bomba del tamaño de una pelota de fútbol. Los diarios norteamericanos, ingleses y franceses se extienden en elegantes disertaciones sobre el porvenir, el pasado, los inventores, el costo, la vocación pacífica y los efectos bélicos, las consecuencias políticas y aun la índole independiente de la bomba atómica. En resumen, la civilización mecánica acaba de alcanzar su último grado de salvajismo. Será preciso elegir en un futuro más o menos cercano entre el suicidio colectivo o la utilización inteligente de las conquistas científicas.
Mientras tanto, es lícito pensar que hay cierta indecencia en celebrar así un descubrimiento que se pone, primeramente, al servicio de la más formidable furia destructora de que el hombre haya dado pruebas desde siglos. Nadie, sin duda, a menos que sea un idealista impenitente, se asombrará de que, en un mundo entregado a todos los desgarramientos de la violencia, incapaz de ningún control, indiferente a la justicia y a la sencilla felicidad de los hombres, la ciencia se consagre al crimen organizado.
Estos descubrimientos deben ser registrados, comentados según lo que son, anunciados al mundo para que el hombre tenga una idea precisa de su destino. Pero rodear estas terribles revelaciones de una literatura pintoresca o humorística, no es soportable.
Ya se respiraba con dificultad en un mundo torturado. Y he aquí que se nos ofrece una nueva angustia, que tiene todas las posibilidades de ser definitiva. Sin duda se le brinda al hombre su última posibilidad. La bomba atómica puede servir, en rigor, para una edición especial. Pero debiera ser, con toda seguridad, motivo de algunas reflexiones y de mucho silencio.
Además, hay otras razones para acoger con reserva la novela de ciencia ficción que los diarios nos ofrecen. Cuando se ve al redactor diplomático de la Agencia Reuter anunciar que esta invención vuelve caducos los tratados e incluso las decisiones de Postdam, señalar que es indiferente que los rusos estén en Koenigsberg o los turcos en los Dardanelos, no se puede evitar atribuirle a tal concierto intenciones bastante ajenas al desinterés científico.
Entiéndase bien. Si los japoneses capitulan después de la destrucción de Hiroshima y por efectos de la intimación, nos alegramos. Pero nos rehusamos a sacar de tan grave noticia otra conclusión que no sea la decisión de abogar más enérgicamente aún en favor de una verdadera sociedad internacional, en la que las grandes potencias no tengan derechos superiores a los de las pequeñas y medianas naciones, en que la guerra, azote hecho definitivo por el solo efecto de la inteligencia humana, no dependa más de los apetitos o de las doctrinas de tal o cual estado.
Ante las perspectivas aterradoras que se abren a la humanidad, percibimos aún mejor que la paz es la única lucha que vale la pena entablar. No es ya un ruego, sino una orden que debe subir de los pueblos hacia los gobiernos, la orden de elegir definitivamente entre el infierno y la razón".
Combat, 8 de agosto de 1945
Por Albert Camus.
Por cierto, hoy hace cinco años que murió el gran historiador estadounidense de origen británico, Tony Judt. Sirva también esta entrada de homenaje a su memoria. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt